—Señoría, al habla Galbis. Siento molestarla.
—Buenos días, subinspector. No se preocupe, estoy trabajando —dijo mirando los todavía bosquejos de su intervención en Singapur—. ¿Novedades? Espero que sean buenas.
Galbis negó vivamente con la cabeza, aunque MacHor no podía verle.
—No hay ninguna novedad, doña Lola; por eso llamo. En casos como éste, la ausencia prolongada de noticias siempre es una mala noticia. Fui a su domicilio, pero no estaba. Sus vecinos dicen que no ven a Telmo Bravo desde el viernes. He indagado en los hospitales. Gracias a Dios, no ha ingresado en ninguno de ellos. Y los de la central de datos me acaban de confirmar que no se ha producido movimiento alguno en su cuenta bancaria. Otro mal indicio.
La juez meditó unos instantes sobre lo que acababa de oír.
—Es posible que no necesitara emplear la cuenta porque llevara metálico suficiente. Hay gente así; me refiero a que a algunas personas les gusta el tacto del dinero en el bolsillo. Creo que Telmo encaja bien en ese perfil. ¿Tenía tarjeta de crédito?
—No, sólo una cartilla de ahorros. Pero no es un hombre que ande bien de fondos. Podríamos decir que llega justito a fin de mes. Además, dice su vecina que la última vez que le vio sólo llevaba una bolsa en la mano. Y tiene que dormir en algún sitio. Hoy en día incluso las pensiones exigen una tarjeta de crédito y un documento de identificación. El registro nos llega a nosotros. Lo acabo de comprobar, su nombre no aparece en ninguna lista. Son muchas horas, señoría, y dos noches completas.
—Eso es cierto, pero no debemos ponernos en lo peor. Puede estar durmiendo en casa de algún pariente o conocido.
—Que sepamos, Telmo Bravo no tiene familia cercana, parece que es un hombre demasiado reservado para tener muchos amigos. Aunque todo podría ocurrir… La juez reflexionó unos instantes.
—¿Hay algo que podamos hacer, Galbis?
—Esperar, señoría. Las policías están alertadas. Si ha sucedido cualquier cosa, pronto nos enteraremos…
Galbis mantuvo la línea abierta, aunque guardó silencio.
—¡Vamos, subinspector, no se haga de rogar! Dígamelo.
—No sé a qué se refiere.
—Sí que lo sabe. Cuénteme cuál es su hipótesis.
Sin dudarlo, el policía respondió:
—Creo que tiene usted motivos sobrados para alarmarse.