CAPÍTULO LIV

—Nos iremos este mediodía.

—No, Mariko-san.

Dama Sazuko estaba casi a punto de llorar.

—Sí —dijo Kiri—. Nos iremos como dices.

—¡Pero nos detendrán! —exclamó la muchacha—. Todo es inútil.

—No —respondió Mariko—, estás equivocada, Sazuko-san, es muy necesario.

Intervino Kiri.

—Mariko-san tiene razón. Tenemos órdenes. —Sugirió algunos detalles de la huida—. Podemos estar listos al alba, si lo deseas.

—Nos iremos al mediodía. Eso es lo que él dijo, Kiri-chan —replicó Mariko.

—Necesitaremos pocas cosas, ¿neh? —Sí.

—Muy pocas —siguió Sazuko—, pero todo es absurdo, pues nos detendrán…

—Tal vez no puedan —respondió Kiri—. Mariko dice que nos dejarán salir. El señor Toranaga cree que nos permitirán marchar. Cree que es eso lo que desean. Vete y descansa. Ahora debo hablar con Mariko-san.

La muchacha se fue. Estaba muy turbada.

Kiri enlazó las manos.

—¿Y bien, Mariko-san?

—He mandado un mensaje cifrado por medio de las palomas mensajeras, contando al señor Toranaga lo que ha sucedido esta noche. Ha salido con las primeras luces. Los hombres de Ishido intentarán seguramente destruir el resto de mis palomas mensajeras mañana, si se presentan problemas y no puedo traerlas aquí. ¿Hay algún mensaje que desees mandar al instante?

—Sí. Lo escribiré ahora. ¿Qué crees que va a suceder?

—El señor Toranaga está seguro de que si insisto, nos podremos marchar.

—No estoy de acuerdo. Y, por favor, perdóname, pero no creo ni siquiera que tengas fe en el intento.

—Estás equivocada. Claro que nos pueden detener mañana y, si lo hacen, ello acarreará unas peleas y amenazas terribles, pero eso no quiere decir nada. —Mariko se echó a reír—. Repetirán esas amenazas día y noche. Pero al siguiente día se nos permitirá marchar.

Kiri movió la cabeza.

—Si nos permitieran escapar, también se irían los demás rehenes de Osaka. Ishido nos habría amenazado inútilmente y perdería prestigio. No podría soportarlo.

—Sí. —Mariko estaba muy satisfecha—. También él se encuentra atrapado.

Kiri se la quedó mirando.

—Dentro de dieciocho días, nuestro señor estará aquí, ¿neh? Debe estar aquí.

—Sí.

—Lo siento, pero entonces, ¿por qué es tan importante que nos vayamos al instante?

—Él cree que es lo suficientemente importante, Kiri-san. Lo suficiente como para ordenarlo.

—Entonces, ¿tiene algún plan?

—¿No tiene siempre muchos planes?

—Dado que el Exaltado ha convenido en estar presente, nuestro señor está atrapado, ¿neh?

—Sí.

Kiri echó un vistazo a la puerta shoji. Estaba cerrada. Se adelantó y dijo:

—Entonces, ¿por qué me dijo en secreto que pusiese estos pensamientos en la cabeza de dama Ochiba?

La confianza de Mariko empezó a debilitarse.

—¿Te dijo eso?

—Sí. En Yokosé, después de haber visto por primera vez al señor Zataki. ¿Por qué se puso él mismo la trampa?

—No lo sé.

Kiri se mordió los labios.

—Quiero saberlo. Pronto lo sabremos, pero no creo que me estés diciendo todo lo que sabes, Mariko-san. Debo confiar en ti, Mariko-san, pero todo esto impide a mi cabeza trabajar, ¿neh?

—Te ruego que me excuses.

—Estoy muy orgullosa de ti —respondió Kiri—. Desearía tener tu valor, como frente a Ishido y los demás.

—Fue muy fácil para mí. Es nuestro señor quien nos ha dicho que debemos irnos.

—Es muy peligroso lo que vamos a hacer. Así, ¿cómo puedo ayudaros?

—Debes apoyarme.

—Ya sabes que es así. Siempre ha sido así.

—Me quedaré contigo hasta el alba. Pero antes debo hablar con Anjín-san.

—Sí. Pero será mejor que vaya contigo.

Las dos mujeres abandonaron los apartamentos de Kiri, con una escolta de Grises, pasaron ante otros Pardos, que se inclinaron. Al llegar Kiri, hizo un ademán hacia la puerta.

—¿Anjín-san? —llamó Mariko.

—¿Hai?

La puerta se abrió. Blackthorne estaba allí de pie. A su lado, en la estancia, había dos Grises.

—Hola, Mariko-san.

—Hola. —Mariko echó un vistazo hacia los Grises—. Tengo que hablar en privado con el Anjín-san.

—Habladle, señora —respondió con gran deferencia el capitán—. Desgraciadamente, el señor Ishido nos ha ordenado, personalmente, bajo pena de muerte inmediata, que no lo dejemos solo.

Yoshinaka, oficial de guardia aquella noche, se adelantó:

—Perdóname, dama Toda. Estoy de acuerdo con esos guardias respecto del Anjín-san. Se los han puesto a petición personal del señor Ishido. Lo siento.

—Dado que el señor Ishido está implicado personalmente en la seguridad del Anjín-san, son bien venidos —respondió ella, aunque por dentro no estaba nada complacida.

Yoshinaka dijo al capitán de los Grises:

—Seré responsable de él mientras la dama Toda esté con el Anjín-san. Podéis aguardar afuera.

—Lo siento —replicó con firmeza el samurai—. Yo y mis hombres no tenemos alternativa: debemos observarlo todo con nuestros propios ojos.

—Estaré contenta de que os quedéis —comentó Kiri.

—Lo siento, Kiritsubo-san, pero debemos estar presentes. Excúsame, dama Toda —continuó algo incómodo el capitán—, aunque ninguno de ellos habla el bárbaro.

—Nadie sugiere que seas tan descortés como para escuchar —replicó Mariko casi enfadada—. Pero las costumbres de los bárbaros son diferentes a las nuestras.

Yoshinaka observó:

—Como es obvio, los Grises deben obedecer a su señor. Esta noche estabas completamente de acuerdo en que el primer deber de un samurai es servir a su señor feudal, dama Toda, e incluso lo has manifestado en público.

—Perfectamente de acuerdo, señora —convino el capitán de los Grises, con el mismo orgullo mesurado—. No existe otra razón para la vida de un samurai, ¿neh?

—Gracias —le respondió ella.

—También podemos honrar las costumbres del Anjín-san si podemos, capitán —añadió Yoshinaka—. Tal vez yo tenga una solución. Sígueme, por favor. —Se dirigió a la sala de audiencias—. Por favor, señora, podéis permanecer aquí con el Anjín-san, sentados. —Señaló hacia el lejano estrado—. Los guardias del Anjín-san pueden permanecer en la puerta y cumplir su deber hacia su señor. Así podremos hablar cuanto queramos, según las costumbres del Anjín-san. ¿Neh?

Mariko explicó a Blackthorne lo que Yoshinaka había dicho. Luego, prudentemente, siguió en latín.

—No dejarán que nos marchemos esta noche. No tenemos otra alternativa, a no ser que ordene matarlos al instante, si tal es tu deseo.

—Mi deseo es hablar contigo en privado —replicó Blackthorne—. Pero no al precio de unas vidas. Te doy las gracias por preguntármelo.

Mariko se volvió hacia Yoshinaka.

—Muy bien, gracias, Yoshinaka-san. ¿Puedes ordenar que traigan unos braseros de incienso para mantener alejados a los mosquitos?

—De acuerdo. Te ruego que me excuses dama Toda: ¿hay alguna noticia más de dama Yodoko?

—No, Yoshinaka-san. Hemos oído decir que ha descansado bien, sin dolores. —Mariko sonrió a Blackthorne—. ¿Vamos hacia allí y nos sentamos, Anjín-san?

—El latín es más seguro, Anjín-san.

—¿Pueden oírnos desde allí?

—No, no lo creo, si hablamos bajo y moviendo poco los labios.

—Muy bien. ¿Qué ha pasado con Kiyama?

—Te amo…

—Tú…

—Esta noche no es posible vernos a solas, amor mío. Pero tengo un plan.

—¿Mañana? Pero, ¿qué ocurre con tu partida?

—Mañana podrían detenerme, Anjín-san. Pero no te preocupes. Al día siguiente seremos libres de poder irnos, como deseamos. Si mañana por la noche me detienen, quisiera estar contigo.

—¿Cómo?

—Kiri me ayudará. No me preguntes cómo ni por qué. Será fácil… —Calló un momento, mientras colocaban los braseros.

—Ishido es mi enemigo —comentó Blackthorne—. Entonces, ¿por qué hay tantos guardias a mi alrededor?

—Para protegerte. También creo que Ishido pretende utilizarte contra el Barco Negro, en Nagasaki, y contra los señores Kiyama y Onoshi.

—Sí, yo también opino así.

Ella vio que sus ojos la buscaban.

—¿Qué ocurre, Anjín-san?

—Contrariamente a lo que Yabú cree, me parece que todo lo de esta noche se ha hecho de modo deliberado, siguiendo órdenes de Toranaga.

—Sí, me ha dado órdenes.

Blackthorne volvió a hablar en portugués.

—Te está traicionando. Sólo eres un señuelo. ¿No lo crees así? Te utilizan para una de sus trampas.

—¿Por qué dices eso?

—Eres el cebo, lo mismo que yo. Es algo obvio, ¿neh? El cebo de Yabú. Toranaga te envía como al sacrificio.

—No, estás equivocado, Anjín-san. Lo siento, pero estás en un error.

Blackthorne comentó en latín:

—Le he dicho que eres hermosa y que te amo, pero que eres una mentirosa.

—Nadie me ha manifestado una cosa así hasta ahora.

—¿Qué ganará Toranaga sacrificándonos?

Ella no respondió.

—Mariko-san, tengo el deber de preguntártelo. He de saber qué puede ganar con ello.

—No lo sé. Pero lo hice deliberadamente y en público, como deseaba Toranaga.

—¿Por qué?

—Porque Ishido es un campesino y nos permitirá marchar. El desafío ha de ser ante sus iguales. Dama Ochiba aprueba que vayamos a reunimos con el señor Toranaga. Le hablé de ello y no se opuso. No debes preocuparte por nada.

Él comentó:

—¿Te ha ordenado Yabú que presentes tus excusas y te quedes?

—No va a ser obedecido, lo siento.

—¿A causa de las órdenes de Toranaga?

—Sí. Pero no sólo por sus órdenes, sino también por mis deseos. Le sugerí todo esto.

—¿Qué sucederá mañana?

Mariko le contó lo que le había dicho Kiri.

—¿Y qué pasa con los diecinueve días, dieciocho ya ahora? Toranaga debe de estar aquí para entonces, ¿neh?

—Sí.

—En ese caso, ¿no es, como dice Ishido, una pérdida de tiempo?

—Sinceramente, no lo sé. Sólo sé que diecinueve o dieciocho días, e incluso sólo tres, pueden ser una eternidad.

—¿Y si Ishido no te deja marchar mañana?

—Es la única oportunidad que tenemos. Todos nosotros. Ishido debe ser humillado.

—¿Es eso cierto?

—Sí, lo afirmo ante Dios, Anjín-san.