Capítulo 21

21

Kris se detuvo al subir las escaleras. Era muy temprano y los rayos de sol atravesaban los cristales de la lámpara de araña del vestíbulo de los Nuu creando diminutos arcoíris que bailaban sobre la espiral de baldosas blancas y negras del piso inferior. En mañanas así, cuando Kris y Eddy eran pequeños, jugaban a atrapar arcoíris para conseguir una olla llena de oro. ¿Acaso estaba ahora más cerca que antes de llegar al otro lado de su arcoíris particular? Suspiró profundamente ante el olor de los recuerdos y de la mañana soleada, el desayuno y la madera… pero también por la inevitable asociación con la electrónica. Así era el mundo de los adultos.

La Magnífica había aterrizado la noche anterior a última hora y Kris y Tom fueron de los pocos que se bajaron de ella. Tal y como esperaban, Harvey estaba esperando a Kris en la salida del elevador. Sorprendentemente, le llegaron rápidamente dos mensajes a Nelly.

«Así que has vuelto viva, ¿eh? Firmado: Al» fue la críptica respuesta del abuelo, que solo permitía a unos pocos (entre ellos a Kris) el lujo de llamarlo Al. El mensaje de su madre era muy sencillo: «Te esperamos mañana para cenar». Al menos, la familia no había repudiado a su amotinada.

Al igual que aquella mañana hacía muchos años, el bisabuelo Peligro estaba en el piso de abajo. Ese día, Kris llevaba unos pantalones blancos almidonados. El bisabuelo Peligro llevaba unos de civil y estaba de espaldas a Kris charlando con Ray. Hacía aspavientos con las manos mientras hablaba en voz muy baja. Ray asentía con la cabeza. Lo llevaba haciendo desde que Kris lo había visto. Después, se dio cuenta de que lo estaba mirando.

Una chispa brilló en sus ojos, y su boca pasó de un gesto severo a una amplia sonrisa en cuanto levantó la vista. Peligro se calló de pronto en plena gesticulación, se dio la vuelta para ver adonde miraba Ray y dio rienda suelta a sus sentimientos de bisabuelo orgulloso.

—Ya te habíamos dicho hace tiempo que estás hecha toda una mujercita, ¿eh? —dijo Peligro con una amplia sonrisa.

Cuando Kris comenzó a bajar las escaleras, sintió el picor del uniforme almidonado en sus piernas.

—¿Qué hacéis levantados tan temprano? —preguntó con un tono muy dulce que llenó toda la habitación.

—¡Pues charlar! —dijo Ray—. ¿Y tú?

—Tengo cita con el agente que está llevando a cabo la investigación, siempre me pregunta lo mismo y yo siempre le contesto igual. Le gusta quedar a las ocho en punto.

—He sobrevivido a unos cuantos interrogatorios así —le aseguró Ray—. Tú también podrás hacerlo.

Kris asintió. Se había enfrentado a fuego cruzado y a láseres muy potentes en su vida. ¿Por qué preocuparse de un mequetrefe de Inteligencia? ¿Y por qué preocuparse también por la cena con sus padres? No sabía por qué, pero esa noche no le daba tanto miedo como otras veces.

—¿Tenéis planes para la comida?

Se miraron un instante el uno al otro.

—No pienso comer con esa gente —gruñó Ray.

—Antes de embarcarse la última vez —dijo Peligro—, Kris quiso preguntarnos algunas cosas.

—¿Algunas cosas? —repitió Ray extrañado.

—Uno de mis jefes, uno que no era Thorpe, me dijo que si pretendía ser otra Longknife más, debía conocer el verdadero pasado de mi familia y saber cómo habían logrado sobrevivir. ¿Cómo es posible plantar una bomba delante de alguien y lograr huir?

—¡Ah! —dijo Ray mirando a Peligro, que solo supo contestar levantando una ceja. Ray movió la cabeza con pesar—. Tenía que haber imaginado que preguntarías eso. Bueno, Kris, si sobrevives a tu charla mañanera y no me lincha la multitud con la que me ha citado el viejo Peligro, nos vemos a las diez treinta para un almuerzo muy temprano.

—¿A las diez treinta? —protestó Peligro—. A esa hora todos esos quejicas no habrán hecho más que empezar.

Ray le dedicó a Peligro una gran sonrisa.

—¿Con quién prefieres estar: con ellos o con ella?

Peligro resopló.

—Con ella.

Los tres se dirigieron hacia la puerta. Fuera, Harvey esperaba junto al coche de Kris, pero delante había una limusina gigante de color negro. Un marine vestido con el uniforme verde de Sabana les abrió la puerta a los dos veteranos. El abuelo Ray se subió al acorazado como si se lo llevaran a un funeral. El suyo, concretamente.

Kris se dirigió a su coche. Harvey ya estaba en el asiento del conductor y Jack en el del copiloto. Ninguno mostró intención de abrirle la puerta. Encogiéndose de hombros como haría el bisabuelo Peligro, Kris abrió la puerta y se sentó en la parte trasera. Se despidió con la mano del tanque que iba delante de ellos.

—¿Qué habrá que hacer para que te traten así de bien?

—Salvar el mundo unas veinte veces —dijo Jack con una sonrisa—. Hasta que lo logre, le vendrá bien el ejercicio, señorita.

Kris se chupó el dedo índice, dibujó tres rayas en el aire y dijo:

—Ya llevo tres. ¿Cuántas me quedan?

—Demasiadas —rezongó Harvey, y arrancó el coche—. Un abuelo como yo podría acostumbrarse a vivir en un mundo tranquilo y amable. Incluso en uno aburrido. A un anciano como yo le gusta que sus hijos vuelvan a casa todas las noches.

Kris miró con extrañeza a Jack.

—Su nieto pequeño tiene cita esta tarde con un reclutador para tomar juramento —dijo el agente secreto—. Después de lo que ha pasado en el sistema París, Bastión quiere ampliar el Ejército y la Marina.

Kris iba a decir algo a su viejo amigo, pero finalmente permaneció en silencio. Él la había animado el día que decidió enrolarse en la Marina, pero no es lo mismo cuando se trata de la hija de otros que de tu propio nieto. Barajó numerosas fórmulas y descartó otras tantas: «Lo siento», «me alegro por ti», «espero que sea un gran soldado» y «espero que vuelva después de aburrirse como una ostra durante dos años». Finalmente se decantó por:

—Seguro que le has dado la mejor educación.

—Sí, quizá lo he educado demasiado bien. —El conductor comprobó la pantalla y se dio la vuelta para mirar a Kris a los ojos—. ¿Todo este alboroto nos va a merecer la pena a quienes solo queremos cumplir con nuestro trabajo y volver a casa para estar con nuestros hijos y nietos?

—No sé qué has oído sobre París —respondió lentamente Kris.

—Poca cosa —interrumpió Jack—. Los medios de comunicación dejaron de informar de pronto —dijo el agente. Entonces Kris se dio cuenta de que quizá él sabía alguna cosa más que el chófer. Hacía tiempo, ella estaba convencida de que Harvey tenía respuestas para todo. Las cosas habían cambiado y eso la entristecía.

—Así es —intervino Harvey—. Estuvimos un día entero sin noticia alguna. Ha sido el mayor bloqueo informativo de la historia. Cuando volvieron a emitir imágenes, los generales y almirantes sonreían y los soldados espaciales bebían cerveza. Pero ¿por qué tu padre está pidiendo al Parlamento que se duplique el presupuesto de defensa y que mi nieto deje un buen trabajo para ser un soldado espacial?

Kris se acomodó en el asiento. Había estado tan ocupada desde que regresó con los prisioneros y los informes que no había tenido tiempo de leer las noticias. Descartó la tentación de pedirle a Nelly un resumen rápido. Si la verdad y lo que estaba sucediendo eran tan confusos como Harvey parecía insinuar, ni siquiera Nelly iba a ser capaz de separar el grano de la paja.

—No sé —respondió finalmente Kris.

Harvey volvió a mirar al frente. Jack pareció asentir a las palabras de Kris, aunque quizá se había tratado de un bache en el camino, y solo se había girado para comprobarlo.

* * *

Cuando Kris se bajó del coche al pie del edificio principal de la Marina, Jack se acercó a su lado.

—¿Va a entrar usted también? —preguntó ella.

—Tengo entendido que su último viaje fue bastante emocionante.

Kris sonrió.

—La gente me apuntaba con armas. ¿Va a presentarse voluntario para alguna misión?

—Quizá usted debería rechazar cualquier misión donde yo no pueda ofrecer mis servicios.

—¿Y qué servicios presta usted? —Se lo había dejado en bandeja.

—Me llevo los disparos yo en vez de usted —dijo Jack mientras miraba hacia el recibidor que tenían delante—. Si sufre otras penas, ya no es asunto mío.

—Lo siento —respondió Kris con sinceridad. Había estado tan concentrada en su trabajo que se había olvidado de lo que hacían los demás, ¡a pesar de todos los sermones que le había dado el coronel Hancock!

Jack abrió la puerta donde se podía leer OP-5.1.

—Alférez, sé que está haciéndolo muy bien. Yo tengo mi trabajo. Céntrese en sus cosas y yo me centraré en las mías.

Kris se identificó ante el recepcionista civil, que le indicó dónde estaba la sala de conferencias. La puerta estaba cerrada y junto a ella había un cartel luminoso que decía «Ocupado, alto secreto». Jack levantó una ceja, se sentó en una silla y cogió una revista.

Cuando entró, Kris se encontró con el teniente que la había interrogado dos veces al día desde que llegó a bordo de la Magnífica, así como con el nuevo comandante, que tendría unos cuarenta años y un pelo negro en el que ya asomaban algunas canas. No llevaba ninguna placa identificativa ni galones en su uniforme caqui. El teniente comenzó a formular las preguntas habituales: cuál era la labor de Kris en la Tifón, qué sabía del viaje, qué pasó en el puente aquella mañana…

Kris respondió lo de siempre y el interrogatorio duró una hora, como siempre.

Después, el comandante se inclinó hacia adelante.

—¿Quién la ayudó en el motín, alférez Longknife?

—Eh… —Se sintió molesta con esta nueva pregunta—. Nadie.

—¿Desde cuándo llevaba planeando el motín? —volvió a disparar el comandante.

—No planeé nada.

Sin embargo, la ráfaga de preguntas no cesó en absoluto. Tras cinco minutos de quiénes, cómos y porqués sobre el motín, Kris no pudo controlarse y dijo:

—Comandante, las acciones del capitán Thorpe y del comodoro Sampson no dejaban mucho margen de maniobra. ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Seguir las órdenes y disparar a la flota de la Tierra?

—No, no, Kris —intervino el teniente—. Aun así, debe admitir que la tranquilidad con la que usted tomó el mando de la nave ha hecho pensar a mucha gente que quizá tenía algo planeado y que tuvo la suerte de que las acciones ilegales de esos dos justificaran el plan que usted había trazado previamente.

—¿De qué va? —escupió Kris. Después, dedicó una hora a explicar al comandante por qué los marines armados prefirieron seguir sus órdenes a las del capitán de la nave. El hecho de que ella tuviera razón no parecía importar demasiado.

Kris estaba exhausta cuando la dejaron marchar y se dirigió hecha una furia hacia la salida, Jack la seguía. En la calle, le pareció que el día era demasiado bonito para sentirse tan mal. A lo lejos divisó lo que parecía un pequeño jardín. Alguien había colocado tres arbolitos y seis arbustos alrededor de un banco de piedra. Se dejó caer sobre él.

—¿Cómo ha ido? —preguntó Jack tras sentarse a su lado.

—Por el momento, no me han colgado —gruñó Kris. Estaba muy enfadada; de hecho, le hubiera encantado colgar de un pino a unos cuantos, empezando por el comandante sin nombre. ¿Qué pretendía que hiciera; que siguiera las órdenes y redujera a chatarra la flota de la Tierra? Cuando terminara la guerra, podría decirles a los mequetrefes de la prensa que se había limitado a «seguir órdenes». ¡Pues no estaba dispuesta a hacerlo!

Kris suspiró. Pudo distinguir el aroma de los árboles y de la trementina, aunque eso no anulaba el olor a goma y asfalto.

—Si el arcoíris termina aquí, menudo asco —murmuró.

Jack siguió vigilando discretamente mientras Kris trataba de organizar lo que le quedaba por hacer en un día tan horrible como aquel. Cada vez que respiraba profundamente, el apestoso olor del asfalto le llegaba a lo más hondo. Tenía que hacer algo. ¿Qué tenía pendiente en la agenda? Cierto, la cita con los bisabuelos. ¿No era increíble? Me acaban de acusar de motín y voy corriendo a contárselo a mis bisabuelos. Tengo que cancelar esa cita.

Pero ¿por qué? Estaban equivocados con el motín; no tenían ni idea de quién era ella ni sus bisabuelos. Maldita sea. Por fin estoy empezando a conocerlos y no pienso dejar que ese comandante me lo impida. Kris se puso en pie. No podría alcanzar sus sueños si dejaba que tipos como el comandante dictaran lo que tenía que hacer. Dio dos pasos y se detuvo. Quería invitar a Tommy para que comiera con los abuelos también y supiera quiénes eran «esos Longknife». No iba a cambiar esos planes.

—Nelly, llama a Tommy, por favor.

—¿Cómo ha ido? —dijo Tom un segundo después.

—No ha ido mal del todo —respondió Kris—. ¿Te apetece quedar?

—Hasta las catorce horas no tengo que acudir a mi interrogatorio de nuevo —repuso Tom entre risas—. ¿Dónde nos vemos?

—Nelly te llamará en un momento —dijo Kris, y colgó—. Nelly, llama al bisabuelo Peligro, o a Ray.

—¿Cómo ha sido el interrogatorio? —se escuchó a Peligro un segundo después.

—Nada a lo que no pueda sobrevivir. ¿Qué tal vosotros?

—Creo que hemos hecho todo el daño que hemos podido —respondió, y se escuchó una risa malévola que tenía que ser de otra persona. El bisabuelo Peligro no tenía ni un ápice de maldad en su cuerpo. ¿O sí?

—¿Dónde estás? —preguntó Kris.

El abuelo recitó del tirón una dirección y Nelly mostró un plano a Kris.

—Estás en mi territorio, cerca de la universidad.

—Sí, algunos pensaron que sería más fácil esquivar a la prensa aquí y parece que ha funcionado. ¿Conoces algún sitio interesante para comer?

—Podemos ir al Scriptorum. Normalmente solo hay estudiantes. Nelly, mándale un plano a mi bisabuelo.

—Nos vemos allí en cuanto cerremos esto, en quince minutos o así —se despidió Peligro.

No había ido nada mal. Kris sonrió para sus adentros.

—Nelly, dile a Tom que nos vemos en el Scriptorum.

Jack carraspeó.

—¿No piensa advertirle de quiénes van a venir?

—¿Para qué iba a fastidiarle la mañana? —dijo Kris entre risas mientras se quitaba de encima la pena que llevaba arrastrando todo el día.

* * *

Harvey no tuvo problema para aparcar.

Jack entró antes que Kris en el local estudiantil. Aunque fuera muy temprano, había gente que se había saltado alguna clase, otros estaban estudiando para algún examen y algunos simplemente charlaban. Jack se apartó para que Kris pudiera echar un vistazo al tranquilo rincón donde quedaron la última vez con la tía Tru. De hecho, allí estaba Tru, sonriente y reservando dos mesas.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Kris.

—No haces más que pedirle a Nelly que se sincronice con mi Sammie. No es nada complicado para tu vieja tía mirar la agenda de tu ordenador.

—Nelly, tenemos que hablar —gruñó Kris con media sonrisa en la cara.

—No sé cómo lo ha hecho —dijo Nelly con perplejidad y cierto tono de malestar, si es que una inteligencia artificial podía sentir algo así.

—¿Qué van a tomar? —preguntó el camarero, que apenas miró un segundo al uniforme blanco de Kris. Al parecer, no había problema con que hubiera marines en el bar ese día. Hay que ver cómo cambian las cosas

—Un café, por favor —dijo Kris.

—Café —repitieron los demás.

Cuando volvió con las bebidas, Tommy apareció y se sentó en la silla que había junto a Kris.

—¿Qué tal ha ido la mañana?

Kris se planteó avisarle de lo que le esperaba, pero prefirió poder decir bajo juramento que no había pactado con Tom ninguna declaración.

—Podía haber sido mejor, pero no ha sido tan malo como enfrentarse al capitán Thorpe.

El camarero volvió con una cafetera y varias tazas. Ray y Peligro aparecieron en el local en cuanto les sirvieron el café. Cuando se acercaron a Kris, el camarero los miró y les preguntó:

—¿Qué van a tomar? —Después frunció el ceño, cambió el gesto y abrió los ojos como platos—. ¿Señor?

Peligro estaba acostumbrado a esa reacción. Miró a la mesa y pidió.

—Cerveza negra muy fría, por favor. Una para mí —dijo apuntándose a sí mismo—, dos —añadió apuntando a Ray—, tres —dijo señalando a Harvey, que respondió asintiendo—, cuatro —sumó a Tru—, cinco —dijo mirando a Tom, que tenía los ojos fuera de las órbitas. El pobre no sabía si desmayarse o aceptar la invitación. Jack y Kris la rechazaron con la cabeza—. Cinco en total, gracias.

Cuando el camarero se acercó a la barra, Peligro se sentó en la silla que quedaba libre y Jack se puso de pie para ofrecer la suya a Ray.

—Presidente, por favor —le dijo.

—Nada de presidente hoy —dijo Peligro muy contento mientras Ray lo miraba con tristeza. Peligro lo ignoró y se dirigió a Kris.

—¿Quiénes son estos chicos tan guapos?

—Creía que ya te había presentado a Tom en aquella fiesta, aunque quizá andaba escondido. —Tom asintió hacia los bisabuelos y fulminó a Kris con la mirada a la vez—. Fue mi mano derecha cuando la Tifón tomó las riendas del escuadrón.

—Muy bien, hijo —dijeron los señores. La cara de Tom se puso tan roja como sus pecas.

Kris se dio cuenta de que Tom no podía soportar más tiempo ser el centro de atención de tantos Longknife.

—Este es mi nuevo agente del servicio secreto. Jack, este es Peligro. Es mi bisabuelo, aunque mi madre piensa que es un familiar problemático sin más.

—¿Todavía sigue pensándolo?

—No te ha perdonado por enseñarme lo que era un esquife orbital.

—La memoria de las mujeres es demasiado buena.

—Perdonen, voy a la puerta un momento —anunció Jack, tratando de escuchar a quienes le hablaban y haciendo sus barridos de vigilancia pertinentes. Kris estuvo a punto de echarse a reír, pero se acordó de que su trabajo consistía en recibir los disparos que fueran dirigidos a ella.

Peligro agarró al agente del hombro.

—De ninguna manera. Quédese con nosotros, ya conoce todos los detalles sórdidos. Además, este abuelete que tengo a mi lado necesita que lo protejan.

—¿De quién? —dijo Jack mirando a Ray.

—De sí mismo —respondió Peligro entre risas.

—A lo mejor me rajo el cuello —refunfuñó Ray.

—Que no le engañe —intervino Peligro de nuevo, y trajo una silla de la mesa de al lado para que se sentase Jack—. Ray es muy alegre.

—Qué tontería —dijo Ray—. Está a medio hacer. No saben lo que quieren y todo este dispositivo improvisado es la manera más cutre de resolver el problema que pretenden arreglar.

Callaron un momento cuando trajeron las bebidas. Peligro alzó su vaso y los demás hicieron lo mismo con sus cervezas o su café.

—Por su majestad, el rey Raymond I —dijo Peligro.

Kris brindó con su taza, sobre todo porque Peligro quería hacer todo el ruido posible para que no se oyera la amarga respuesta de Ray tras la dedicatoria del brindis.

—¿Rey de qué? —preguntó Kris después de probar el café.

Ray miró con orgullo a Peligro y dijo:

—Algunos bromistas que han vivido lo bastante como para tener mejor criterio creen que sería más fácil juntar a sesenta u ochenta planetas en una especie de federación si hubiera un rey en medio de tanto politiqueo. Seguro que mañana se lo habrán pensado mejor y verán que es una idea terrible. —Ray levantó el vaso—. Por una vejez llena de paz y tranquilidad.

—¡Salud! —dijo Harvey uniéndose al brindis.

Kris también alzó su vaso y espetó un sentido: «¡Salud!».

Peligro los ignoró y se recostó para dar un buen trago a su cerveza.

—Ni en tus sueños —murmuró.

—Quieren un defensor del pueblo —dijo Ray—. Bueno, yo puedo serlo, y no me hace falta una corona para escuchar los lloriqueos de la gente.

—Sin una corona no durarías ni una semana. Les dirías que se dejasen de chorradas y te irías a Santa María.

—Al menos allí hago algo útil.

Peligro negó con la cabeza.

—¿Y aquí no? Ray, se está derrumbando todo lo que construimos hace ochenta años. Solo pretendemos mantener con vida una parte de todo aquello. —Kris asintió y echó un vistazo al local. Había un montón de gente joven cuyas vidas dependían de las decisiones de otras personas. Su vida también dependía de ellas. Los demás jóvenes y ella tendrían mejores oportunidades si gente como el bisabuelo Ray pertenecía al grupo de personas con capacidad de decisión.

—Maldita sea, ya hicimos lo nuestro en su momento. En cualquier mundo decente ya estaríamos criando malvas, y la gente como Kris estaría disfrutando. No es justo.

Sin darse cuenta, Kris se acomodó en la silla e identificó las distintas sensaciones que recorrían su cuerpo en ese momento. Se alegraba de tener cerca a sus bisabuelos para cuando los necesitase. Sí, el mundo pertenecía a los jóvenes, pero no le importaba compartirlo.

Peligro estiró el brazo para poner su mano sobre el hombro de su amigo.

—Sigues echando de menos a Rita.

—Pienso en ella todos los días, pero no me refiero a eso. Este tendría que ser el mundo de Kris.

Kris se acercó para acariciar a ese hombre que, más que una persona, era un ídolo para ella.

—Bisabuelo, es mi mundo, pero eso no quiere decir que no haya sitio para ti. Es mío y de los chicos que hay sentados en esas mesas. Y también tuyo. Todos estamos en peligro y necesitamos que nos ayude la gente que consideramos buenas personas. ¿En tu época decíais: «Alegra esa cara, camarada»?

—Probablemente más que ahora —masculló Ray.

—Ahora te contará que tenía que andar treinta kilómetros para ir al colegio por un monte muy empinado en cualquier estación del año, incluso con nieve —predijo Peligro entre risas—. ¿No decías hace un minuto que debíamos respetarlos porque era su mundo?

—Es todo suyo, pero eso no significa que los respete.

Todos se rieron, y Ray fue el primero en recobrar la compostura.

—Sigo pensando que hay que sopesar con calma la idea de tener un rey. Por ejemplo, ningún miembro de la casa real debería estar en el Parlamento… o en la cámara de los comunes, como solían llamarlo.

Kris, la estudiante de ciencias políticas, se incorporó inmediatamente en su asiento. Sus amigos y ella habían comentado las ideas más extravagantes cuando estaban en la universidad y venían a ese local a charlar. La conversación se parecía a la de aquellos tiempos.

—¿Qué es lo que quieren hacer?

—Quieren reducir la financiación política —explicó Peligro—. Durante los veinte años que Ray sea rey, nadie de su familia puede dar dinero al Parlamento ni hacer donaciones para partidos ni campañas. Se piensa que así se evitará que las grandes fortunas entren en política. Pero nos hemos dado cuenta de que tu padre, el primer ministro Billy, no está entre ellos.

Kris sabía que el dinero era la cara y la cruz de la política. Al menos, esa propuesta tenía el beneficio de la duda porque no se había intentado nunca. Sin embargo, esa mención a su padre significaba que el tema iba a afectar a Kris de alguna manera.

—Bisabuelo, creo que serías un magnífico rey. Pero eso no significa que yo tenga que ser princesa, ¿verdad? Sinceramente, ya he tenido bastante con ser la hija del primer ministro cuando era adolescente y no me apetece repetir la experiencia.

Peligro soltó una carcajada, pero el abuelo Ray se limitó a mirar a Kris. Después, sonrió. Ella se quedó con la sensación de que la flota iteeche habría muerto después de recibir una sonrisa así.

—Peligro, ¿qué te parece si nombro algún duque o conde?

—No creo que fueran a permitírtelo —dijo Peligro entre risas—. No comentaron nada sobre tener más miembros de la realeza.

—Hay muchas cosas que no se han comentado.

Kris negó con la cabeza.

—¿Por qué me da la sensación de que tenía que haber cerrado el pico?

—Para nada, princesa —dijo Peligro con una sonrisa ante la cara de preocupación de su bisnieta—. Estas conversaciones nos encantan a los abuelos, se nos ocurren ideas geniales.

—Querrás decir… malas ideas. Muy malas —insistió Kris.

El bisabuelo Ray permanecía sentado mirándolos con una sonrisa tensa. A Kris le parecía que esa tenía que ser la imagen de un rey. A lo mejor sí les vendría bien a los humanos tener un rey en aquellos momentos.

Antes de que pudiera darle vueltas a esa idea, Ray se puso en pie. Todos lo siguieron. Levantó su vaso y los otros cinco a continuación.

—Por nosotros y por todos los que son como nosotros. Que siempre haya unos pocos que luchen por un mundo mejor para el resto.

Kris se estremeció y brindó con los demás. Vaya, en eso consistía ser «como nosotros» para la gente como Peligro y Ray. En eso consistía ser de una de «esos pocos». Dio un buen trago a su café.

Nelly hizo sonar algo equivalente a una tos tímida y educada.

—Kris, tienes que estar en el despacho del general McMorrison a la una.

—¡Buf! —dijo Tru—. La típica charla con el jefe un viernes por la tarde.

—¿Quieres que le mandemos alguna recomendación? —ofreció Peligro.

Kris estiró los hombros.

—No, señor. Es mi problema y sabré resolverlo. —Es mi carrera y más me vale saber resolverlo.

—No esperaba otra respuesta —dijo Ray—. Cuando los Longknife nos metemos en algún asunto, sabemos salir nosotros solos.

—Probablemente sea así porque nadie puede meterse en líos tan rápido y tan hasta el fondo —gruñó Peligro con una sonrisa.

Kris se rio con ellos porque se dio cuenta de que le estaban dando todo lo que necesitaba: una broma y una alegre confidencia para poder resolver su problema. A continuación, Kris se marchó.

* * *

Al igual que había hecho por la mañana, Jack acompañó a Kris al edificio principal de la Marina. Tuvieron que atravesar varios vestíbulos y coger el ascensor antes de que Jack pudiera anunciar, aunque no había necesidad, que ya habían llegado al despacho de McMorrison. Abrió la puerta y Kris se presentó ante la secretaria del general.

—Soy la alférez Longknife, tengo una cita a las trece horas. —Kris vio en el reloj que había detrás de la señora que había llegado con treinta segundos de antelación.

—El general la está esperando.

Kris estiró los hombros y avanzó. ¿Qué se le venía encima? Después de rescatar a una niña, la enviaron a un agujero de barro. Había dado de comer a mucha gente y el castigo hundió ese honor. Había salido como un rayo para luchar en su primera batalla y le dijeron que tenía que mejorar su puntería para la segunda. Ahora, había liderado un motín y había participado en una pequeña batalla naval para evitar un mal mayor. No iba a ser tan complicado explicarle al jefe de personal del Ejército de su padre el cómo y el porqué de aquel motín.

La puerta se abrió. El general McMorrison estaba sentado a su mesa, hasta arriba de informes, pero levantó la vista en cuanto entró Kris.

Ella se colocó delante de la mesa, aunque para entonces él ya se había levantado de la silla. Era un hombre delgado y canoso; parecía más un contable que un general, pero se movía con mucha agilidad y pasos suaves y largos.

Ella terminó saludando a un objetivo móvil. Él respondió con un saludo militar y después le dio la mano.

—Enhorabuena, alférez, lo ha hecho muy bien.

Era un buen comienzo.

—Gracias, señor.

—Póngase cómoda, por favor —dijo él señalando un sofá.

Kris se sentó en un extremo y él cogió una silla que había al lado. A diferencia del despacho de su abuelo Alex, de tonos grisáceos, este era beis; los muros eran de color tostado, la moqueta era de color tostado y los muebles también eran de color tostado. Hasta el general iba con un uniforme caqui. Kris juntó las rodillas, puso las manos en su regazo y se preparó para lo que fuera a suceder a continuación.

El general se aclaró la voz.

—Creo que debería comenzar dándole las gracias por salvarme el pescuezo. Cuando se desplegó el escuadrón de ataque 6, me atormentaba pensar que llevarían a los supervivientes de una sangrienta guerra terrestre a luchar contra la flota de Bastión.

—¿Es lo que pretendía el comodoro Sampson?

—Sí, pero no oficialmente. Los políticos siguen buscando la manera de maquillar el asunto.

—Pues lo van a tener difícil —respondió Kris—. ¿Dónde pensaba ir Sampson? ¿Quién le pagaba?

—Hemos investigado sus extractos bancarios y no parece que recibiera dinero de nadie —dijo el general, suspirando—. Me temo que estaba haciendo algo en lo que creía fervientemente.

Kris se acordó de las conversaciones que había oído a la gente de uniforme y pensó que podía ser verdad.

—Sin embargo, tenía que llevar nuestras naves a algún sitio. No era el comienzo de una revuelta interna en Bastión, ¿no?

—Al parecer, actuó solo. Se negó a contarnos adonde quería llevar al escuadrón.

—¿Se negó? —A Kris no le hizo gracia el matiz del tiempo verbal.

—El comodoro Sampson murió ayer de un infarto.

Kris se quedó muy sorprendida.

—Un infarto natural o uno…

—Uno del otro tipo —dijo el general con mala cara—. En este caso, sí hemos podido conseguir datos de la cuenta bancaria de quien le llevó la cena ayer. Al parecer, engordó sus ahorros hace poco de manera muy extraña.

—Supongo que no me dirá de dónde provenía ese dinero.

—Me temo que, si no lo hago, Tru conseguirá sacarlo de nuestras bases de datos tarde o temprano —respondió él con media sonrisa—. El dinero era de un pequeño empresario de Vergel. Tiene un negocio de software.

Software acorazado —puntualizó Kris.

—Sí. Ya habíamos detectado software no autorizado en sus naves, así que no tenemos ninguna vía de investigación nueva —dijo el general mientras se acomodaba en la silla—. Pero hay un dato que seguramente encuentre interesante. El comodoro Sampson eligió la Tifón para el rescate de aquella niña. Estaba muy enfadado porque usted desbarató todo su plan al sobrevivir a la trampa que él le había tendido durante el secuestro. —McMorrison parecía perplejo—. ¿Sabe lo que hizo?

—Mis marines y yo recibimos la orden de llevar a cabo una misión nocturna… en un campo de minas —respondió Kris contenta de poder resolver un misterio, pero también molesta porque Sampson no podría dar detalles sobre el asunto. Ya no tenía sentido darle más vueltas a aquello—. ¿Han conseguido averiguar algo del resto? ¿Les ha contado algo Thorpe?

—Muy poco, para nuestra desgracia. Dicen que el comodoro Sampson no les había contado el plan de acción. Solo seguían órdenes —dijo el general con un tono de decepción.

—¿Y qué van a hacer con ellos? —preguntó Kris para saber qué le esperaba a cierta rebelde.

—Colgarlos del palo más alto, aunque tenga que hacerlo yo mismo. Eso es lo que me gustaría, pero creo que no terminaría de quedarme satisfecho.

—¿No? —dijo Kris pensando en voz alta. Maldita sea, tienes que controlar tu lengua para no hablar sin pensar.

—No —repitió McMorrison—. Los expulsaremos del cuerpo, aunque la mayoría están a punto de retirarse. Un consejo de guerra les otorgaría la tribuna pública que desean, y no me apetece que mis oficiales duden de las órdenes que reciben ni que los ciudadanos de Bastión duden de mis oficiales.

Era difícil no estar de acuerdo con ese argumento. También le daba pistas a Kris de lo que la esperaba.

McMorrison se acercó a la mesa que había detrás de su silla y cogió dos cajas pequeñas. Abrió una y se la dio a Kris. Echó un vistazo a lo que había dentro: la medalla al Mérito Militar. Resplandeciente. En la segunda caja encontró la Cruz Naval. Fulgurante.

Las sostuvo en su regazo un instante, después cerró las cajas y se las devolvió al general. Había aprendido de su padre que era más útil que el otro rompiera el silencio. El general McMorrison cogió las medallas y las puso en la mesa que había frente a Kris.

—He leído el informe completo del coronel Hancock. Hizo usted un gran trabajo en Olimpia. Un trabajo excelente para ser una suboficial. —El énfasis recayó en que era una suboficial. Kris ignoró esa parte y respondió dando las gracias en voz baja para no interrumpir a su superior.

—Se ganó la medalla al Mérito Militar en Olimpia —dijo McMorrison. Kris asintió, pero no quiso preguntar por qué le habían concedido también la Cruz Naval. El general la miró fijamente mientras el silencio se alargaba, se dispersaba y comenzaba a vibrar como un violín desafinado.

»Usted es problemática, alférez —soltó finalmente. Esta vez, sacó un documento de plástico y se lo ofreció. Era su carta de renuncia con fecha de ese día.

Kris mantuvo el gesto impasible mientras su estómago empezaba a dar vueltas. Otra lucha más, pero esta vez la munición era de plástico y no la mataría. Leyó el documento y levantó la vista.

—¿Quiere que firme esto?

—Si renuncia a la Marina hoy, le daré la Cruz Naval por lo que se supone que evitó que sucediera en París.

Ya ha tenido que meterse en asuntos políticos…

—¿Ha sido idea de mi padre?

El general soltó una carcajada.

—Si su padre dijera públicamente que quiere esto, yo me opondría también con uñas y dientes en público. La mitad de los cuerpos de oficiales me cortaría la cabeza si cediera a algo que él quiere.

Kris se consideraba una persona con cierto conocimiento político y aquello era una patata caliente en toda regla. La decisión era suya. Miró de nuevo la carta de renuncia.

—¿Y por qué me está pidiendo que la firme?

—Usted relevó a su comandante y su superior intentó matarla. Alférez Longknife, ¿a quién podría asignarla ahora?

Kris intentó ponerse en la posición de McMorrison. Bueno, seguro que Hancock volvería a aceptarla. ¿O no? Fue una experiencia muy enriquecedora… para los dos. Pero quizá no querrían repetirla ninguno de los dos. Las misiones a bordo le gustaban, pero no creía que ningún jefe quisiera verla en el puente.

«Hola, señor. Soy la niña mimada del presidente, puede que incluso sea princesa. Espero que nos llevemos bien. La última vez, relevé a mi comandante». Genial.

De ningún modo le iban a asignar una nave bajo su mando. Una alférez no dirige ninguna nave. Además, todo mando estaba subordinado a alguien. McMorrison tenía que informar a su padre y ella sabía que su padre veía a todos los votantes de Bastión como sus jefes.

—No sé quién se querría responsabilizar de mí, señor, pero seguro que hay algún puesto en la Marina para mí —respondió ella mientras dejaba la carta de renuncia en la mesa—. No pienso firmar esto.

—¿Por qué? —Esa vez era el general quien pensaba alargar el silencio hasta que ella respondiera.

—Porque quiero quedarme.

—¿Por qué? —volvió a preguntar.

Kris se detuvo un instante y se acordó de aquella sesión de asesoramiento que Bo le dio una noche.

—Señor, una vez alguien me preguntó por qué me había enrolado en la Marina y no le impresionó nada mi respuesta. —El general sonrió y Kris empezó a dudar de si él habría tenido esa misma sesión de asesoramiento.

»Una capitana de las Tierras Altas me contó la historia de cómo su bisabuelo y el mío sobrevivieron en la montaña Negra y lo que significa ahora ser oficial bajo su sombra. —El general puso cara de sorpresa. Kris se incorporó en la silla consciente de que tenía que darle una respuesta corta. Puso toda la pasión que pudo en lo que dijo a continuación—. Señor, pertenezco a la Marina. Este es mi hogar. —Le dio la carta de renuncia—. No pienso marcharme.

McMorrison miró el documento, suspiró y lo rompió en dos tranquilamente. Al romper la carga estática, las palabras se borraron del plástico como si nunca hubieran estado escritas.

—Muy bien, pero permítame darle un consejo. La mitad de los cuerpos la apoya y la otra mitad piensa que usted es una amotinada que debería desaparecer igual que el resto. Le deseo toda la suerte del mundo para saber diferenciar quién es quién.

El general echó mano a las medallas que estaban sobre la mesa. Primero tomó la del Mérito Militar.

—Usted se ganó esta en Olimpia. —Se la dio—. No vamos a llevar a cabo ninguna ceremonia oficial. Póngasela y disfrútela con salud.

Kris miró la caja. Aquello no tendría que ser así; otra gente, como su equipo de Olimpia o Willie, merecía la medalla más que ella, pero por su culpa no tendrían ningún reconocimiento oficial. ¿Por qué todas sus alegrías tenían que ser tan amargas?

El general cogió la Cruz Naval, abrió la caja y examinó detenidamente la medalla. Entonces cerró la caja y se puso en pie.

—Ya pensaremos qué hacer con esta. Habrá que esperar a ver qué opinan en la Tierra sobre su papel en el asunto de París.

Kris se incorporó para levantarse, pero él le hizo un gesto para que no lo hiciera. Cogió de su mesa otro documento.

—La urgencia del momento está estropeándolo todo. Vamos a nombrar un nuevo grupo de alféreces. BuPer va a ascender al grado de subteniente de navío a todos los alféreces que lleven cuatro meses de servicio. Al parecer, usted supera exactamente por un día ese requisito. En vez de hacerla pasar por debajo de la quilla, voy a ascenderla —dijo mirándola—. Pero solo por una cuestión de números.

—Toda una suerte haber elegido esa fecha —le aseguró ella sin poder reprimir una sonrisa.

Dio la vuelta a la mesa y sacó algo del cajón. Kris tardó un instante en saber qué era. ¿Qué hacía un general con una divisa militar de subteniente de navío? Se puso en pie cuando se acercó hacia ella.

—Mi padre era de la Marina —le dijo—. Creo que nunca me perdonó que me quedase en el Ejército. Estas son sus divisas y me gustaría que las llevase usted.

Kris parpadeó. No se esperaba aquello en absoluto cuando la llamaron para que fuera allí.

—Sería todo un honor, señor.

El general McMorrison le quitó las antiguas de los hombros y le colocó las nuevas.

—En realidad, estoy devolviéndolas —le dijo mientras le ajustaba las divisas—. Su bisabuela Rita Nuu Longknife se las dio a mi padre. Se enteró de su ascenso cuando su bisabuelo Ray y ella iban en el Oasis hacia su encuentro con el presidente Urm.

A Kris le dio un escalofrío. La abuela Rita había muerto en la guerra iteeche. No todos los Longknife habían podido vivir para escuchar las mentiras de los medios de comunicación. Toda orgullosa, Kris esperó a que el general McMorrison terminase de ajustarle las divisas. Los galones no eran lo que las hacía pesadas.

—Procuraré llevarlos con el mismo honor que su padre y mi bisabuela —dijo Kris.

—Estoy seguro de ello —respondió él para dar por concluida la reunión.

Ella se despidió con el saludo militar y él se lo devolvió. Salió lentamente del despacho y Jack apareció a su lado en cuanto puso un pie fuera. Cuando llegó a aquel lugar, esperaba salir como civil; sin embargo, había recibido un ascenso. ¡Un ascenso! Por primera vez en su vida, sabía lo que quería. Había querido algo y no se había rendido. Lo había logrado. Su sonrisa saludó a la luz del día tan maravilloso que se presentaba ante ella. No había ningún arcoíris en ese cielo azul, pero ahora Kris sabía lo que podría encontrar si cruzaba uno.

—Por lo que veo, no la han colgado —dijo Jack.

Kris dio un pequeño salto, miró a los edificios de la Marina, del Ejército y del Gobierno, y sonrió.

—No, han perdido su oportunidad. La Marina todavía cuenta con una Longknife.

—No sé por qué, pero me dan ganas de decir: «Que Dios nos asista» —dijo Jack.

—Porque quizás lo necesitemos —dijo Kris mientras saludaba a Harvey.