20
—Veinte segundos para saltar —anunció Addison.
—Longknife, quiero que muestre todos los objetivos y el alcance al que se encuentran quince segundos después de efectuado este salto —ordenó Thorpe.
—Sí, señor —dijo Kris antes de comprobar su panel. Todos los medidores de distancia estaban conectados: láser, óptico, gravitacional y por radar.
Mostraban al resto del escuadrón de ataque 6 alineado ante la Tifón. El buque insignia, la Huracán, dirigía a las naves Ciclón, Tornado, Shamal, Monzón, Siroco y Chinook. Al capitán Thorpe le preocupaba ocupar la última posición en la fila. Si el punto de salto se movía súbitamente, la Tifón podría perderlo y tendría que virar y perseguirlo mientras el resto del escuadrón se encontraba ya al otro lado.
—¿Estamos bien posicionados? —le preguntó el capitán a Addison una vez más.
—A un kilómetro, señor —informó.
—Manténganos así. —Kris prestó atención a la cuenta atrás hasta el salto… tres, dos, uno. Sintió la característica desorientación en su oído interno. Su panel se tornó rojo cuando los receptores no recibieron respuesta alguna a las numerosas señales buscadoras que habían lanzado microsegundos atrás. Kris pestañeó y el panel pasó de negro a verde e informó de más objetivos reales de los que había visto jamás en las simulaciones.
El escuadrón de ataque 6 adoptó rápidamente una formación de ataque en cuña. La Huracán, como buque insignia, se situó en el medio, con las cuatro corbetas de la segunda división protegiendo el flanco derecho, el más próximo a la flota terrestre, mientras otras tres, entre las que se contaba la Tifón, se ubicaron a la izquierda. Kris observó la maniobra por el rabillo del ojo.
Enormes naves de batalla, con armaduras frías como el hielo de tres metros de grosor para protegerlas de los láseres, dispuestas en ocho filas de dieciséis, brillando bajo la luz de cinco soles lejanos. Sin pensar siquiera, las manos de Kris ejecutaron la maniobra, fijando el alcance y la situación del objetivo, correlacionando los datos con el movimiento de la nave, en busca de opciones de disparo. Las naves terrestres aceleraron a un cuarto de g; no maniobraron, no se alejaron de la línea que se extendía ante ellas. En diez segundos, Kris estableció su posición.
Cuando recibió las órdenes de la Huracán, que asignó cuatro objetivos específicos a la Tifón, Kris tardó menos de diez segundos en identificarlos, establecer la distancia y asignar uno a cada uno de los cuatro láseres de pulsos de la nave.
Los reactores de las pequeñas corbetas de ataque rápido no tenían la capacidad de recargar los láseres al mismo ritmo que los grandes cruceros y las naves de batalla; sin embargo, la tecnología había mejorado de forma considerable en cuanto a capacidad de almacenaje tras la guerra contra los iteeche. La Tifón almacenaba suficiente energía como para lanzar andanadas de un nanosegundo de sus cuatro enormes láseres de pulsos de veinticuatro pulgadas. Dado el pequeño tamaño de las corbetas, sus láseres eran más cortos. Aquello impedía que pudiesen igualar la concentración casi perfecta de los láseres de dieciséis pulgadas de las naves de batalla, pero dados los cuarenta mil kilómetros de distancia necesarios para que el haz de energía se desviase, el láser de pulsos de una corbeta era tan válido como la batería principal de cualquiera de las viejas naves de la Tierra. Mucho mejores, en opinión del capitán Thorpe.
Tras Kris, la escotilla que daba acceso al puente se abrió y a través de ella apareció un pelotón de marines, que ocuparon sus puestos contra la estructura trasera. Equipados con la armadura de batalla y sus correspondientes utensilios, parecían tan fuera de lugar como Kris en las torres Longknife, vestida con pantalón corto y sudadera. El capitán Thorpe hizo un gesto con la cabeza hacia el sargento y encendió su comunicador.
—A toda la tripulación, aquí el capitán. Hoy demostraremos a la Tierra la valía de la humanidad del sector exterior. Nos han dominado durante siglos. Aquí, ahora, acabaremos con sus imposiciones. He sido informado de que ha estallado la guerra entre los mundos del sector exterior y la Tierra, así como todo planeta lo bastante decadente como para defender tal tiranía. Ya tienen sus órdenes. La Tifón es la mejor nave de la flota. Vamos a enseñarles de qué somos capaces. Capitán, corto.
Thorpe se volvió hacia Addison con una sonrisa prieta y orgullosa en su rostro.
—Fijen sus objetivos asignados. —Aquel era el momento en el que Kris podría llamar la atención de su capitán—. Longknife, puedes disparar cuando el enemigo se encuentre a veinticinco mil kilómetros.
—Sí, señor —respondieron automáticamente Kris y el hombre que manejaba el timón.
Sin pensárselo dos veces, las manos de Kris asieron los controles, fijaron los objetivos, verificaron el ratio y el ángulo de aproximación. Las naves terrestres no alteraron su velocidad o su rumbo ante el avance del escuadrón 6. Se lo estaban poniendo fácil.
¿Fácil? ¡Demasiado fácil!
Los dedos de Kris se movieron sobre el panel a la misma velocidad que sus pensamientos. ¡Guerra! ¡Iban a la guerra! ¿Qué había cambiado en la mente del primer ministro? ¿Qué podía haber hecho que los bisabuelos Ray y Peligro tirasen la toalla a la hora de buscar una solución pacífica a aquel desastre? ¿Dónde estaban las noticias cuando más las necesitaba?
—Nelly, consígueme noticias —dijo en voz baja. Joder, con todas las naves que había en las proximidades, debían estar recibiendo una docena de paquetes de noticias en tiempo real.
—Todos los canales están bloqueados —informó Nelly.
—¿Bloqueados? ¿Quién los está bloqueando?
—El buque insignia está bloqueando todo el tráfico procedente y destinado al escuadrón.
—¿Incluso las frecuencias de mando de Bastión? ¡No es el procedimiento estándar!
—Todas —informó Nelly. Kris se mordió el labio inferior. Estaba a punto de ir a la guerra. ¡A punto de atacar la flota terrestre! Y, por primera vez en su vida, no tenía ni la más remota idea de lo que estaba ocurriendo. No, conocía la información más importante. Conocía a su padre y a sus bisabuelos. ¿Serían capaces de hacer algo así?
—Nelly, conéctate al tráfico de mensajería de la nave, tiene que haber una explicación a estas órdenes. —Kris nunca había sido una persona obediente, no hasta que se le explicaba por qué debía obedecer. ¡Por encima de todo, necesitaba explicaciones!
—Lo intento.
—Señor. —La aguda voz del oficial de comunicaciones llamó rápidamente la atención del capitán—. Alguien está intentando acceder sin autorización a los registros de comunicación.
—¿Desde dónde?
—Desde el interior de la nave, señor.
—Rastree la señal —ordenó Thorpe—. Quiero saber quién. Sargento.
—Nelly, para —susurró Kris rápidamente.
—Sí, señor —dijo el sargento, esperando órdenes.
—Prepare a su equipo para buscar al saboteador. Pueden disparar a discreción y tirar a matar —gruñó el capitán.
—Sí, señor. Cabo Li. Usted y otros dos. —Li hizo un gesto hacia dos reclutas, que se dirigieron con él hacia la escotilla, listos para obedecer.
—Oficial de comunicaciones —llamó el capitán.
—Hemos repelido el acceso, señor. Sea quien sea, ha desistido al instante.
—Avísenme si lo intenta una segunda vez.
—Nelly, ¿qué ha pasado? Pensé que Tru te había dado todo lo necesario para piratear cualquier sistema de Bastión.
—Lo hizo, señora. —Nelly sonaba dolida por su afirmación—. Pero la red de la Tifón está custodiada por un software acorazado. Creo que es el sistema del que te hablé ayer por la noche.
—Nunca he oído hablar de él.
—Pertenece a una pequeña compañía de Vergel que nunca ha intentado expandir su mercado más allá de su zona.
Vergel. ¡El hogar de los Peterwald! ¿Qué hacía un software no estándar de Smythe-Peterwald en una nave de Bastión? ¡Una nave de Bastión a punto de ir a la guerra, además!
—¿Distancia hasta los objetivos? —preguntó el capitán.
—Cuarenta y cinco mil kilómetros —informó Kris, pensando como la responsable armamentística de la Tifón. Las otras naves del escuadrón se esparcieron en torno a la Huracán.
Kris comprobó los blancos asignados. Apuntaba a una columna… encabezada por el buque insignia; tras él, las naves quinta, novena y trigésima. Aquellas serían las naves de la división. Sus disparos decapitarían escuadrones enteros. Comprobó las otras corbetas; todas tenían objetivos similares. Con cuatro disparos de ocho naves, el escuadrón de ataque rápido 6 inutilizaría ciento veintiocho naves de batalla, abatiéndolas o dejándolas sin liderazgo.
—Armas. Informe de estado —exigió el capitán.
—Cuatro láseres de pulsos listos y a plena potencia —informó Kris de forma automática, con la boca casi demasiado seca como para hablar—. Condensador de capacidad a carga completa. Podemos recargar un láser inmediatamente. Tres más en siete minutos y medio, señor.
—Recargue el primer láser ahora mismo. Apunte a la última nave de la columna que le ha sido asignada. Les enseñaremos que la Tifón puede ocuparse de cinco de esos trastos de batalla con cuatro láseres de pulsos.
—Sí, señor —dijo Kris, obedeciendo las órdenes.
¡Algo aquí va mal!, gritó una voz en el interior de su cabeza. ¡Esas naves no esperan un ataque! ¿Es que mi padre ha ordenado una emboscada? ¿Haría el bisabuelo Peligro algo así? Kris no podía responder a aquellas preguntas. ¿Le habría dado el abuelo Ray alguna oportunidad al presidente Urm? No. Pero aquellas naves estaban llenas de soldados como ella, ¡aunque fuesen reclutas de la Tierra!
—Nelly, ¿puedes recoger alguna comunicación?
—Nada.
¿Serían capaces Peligro, que subió a la montaña Negra, y Ray, que luchó contra la Tierra, después contra Urm y por último contra los iteeche, de combatir de ese modo? ¿Incluso su propio padre? Eran Longknife. ¡No serían capaces de dar una orden así! ¿Qué vas a hacer entonces, querida?
Tommy decía que siempre había una opción. Miró por encima del hombro; él la observaba con los ojos abiertos de par en par. Coronel Hancock, se me acaban las opciones. Comprobó la distancia, que se había reducido hasta los cuarenta mil kilómetros. No tenía mucho tiempo para pensar en una alternativa. Bueno, Kristine Anne Longknife, ¿qué vas a hacer? Tenemos que impedir que una flota arrase Bastión. Esta flota es una amenaza. Una amenaza… ¡aquí! ¡En torno a este punto de salto!
—Señor —dijo en voz baja—, algo va mal.
—¿Qué? —reaccionó el capitán Thorpe.
Kris se puso en pie, con los dedos aún apoyados sensiblemente sobre el panel de batalla.
—Esta situación, señor.
—¿Qué situación? —La sorpresa melló la confianza del capitán.
—Esto es una emboscada, señor.
—Pues claro que lo es. ¿Quiere que toda esa potencia de fuego llegue a Bastión? Siéntese, Alférez, tiene sus órdenes.
—Sí, señor. Pero ¿de dónde provienen las órdenes? Al primer ministro no se le pasa nada por alto. Lo sé. Es mi padre. Y si pelea, pelea dando la cara. Y estas naves, señor, no están amenazando a nuestra flota. Ni a nuestro planeta.
—Objetivo a cuarenta mil kilómetros —se escuchó desde el timón. A cada instante se acercaba más, aproximándose a la masacre.
—¿Qué pasa, Longknife, no tiene valor para pelear? Debería haberlo sabido. Sargento, retire a esta cobarde de mi puente.
Acaba de cometer un error, capitán. Ahora es personal. Kris se volvió hacia los marines; ninguno de ellos se había movido de sus puestos.
—¿Soy una cobarde? Salté con vosotros. Sin mí, la mitad de vosotros hubiese ardido durante la reentrada. Sin mí, todos vosotros hubieseis muerto en aquel campo de minas. Fui la primera en llegar a la puerta y a la niña. ¿Es así como se comporta una cobarde? ¿Lo que estoy haciendo ahora es propio de una cobarde? Capitán, estas órdenes no provienen del primer ministro de Bastión. ¿De dónde vienen?
—De la única gente que tiene derecho a darlas, niña mimada —gruñó el capitán… dejando que su temperamento le proporcionase la única oportunidad que tenía de ganar legitimidad.
»Estas órdenes provienen de las únicas personas que tienen el coraje para tomar aquello que vosotros, miserables ladrones, habéis acaparado. No sabéis lo que es el deber ni el honor. No sabéis hacer uso del poder, lo desperdiciáis. Bueno, pues algunos de nosotros sí sabemos cómo utilizarlo. Ahí está el poder de la Tierra, apoltronado e inútil. En un minuto vamos a reducirlo a pedazos. ¿Es así como ha de usarse el poder, o no? —Thorpe alzó el puño—. Si la Tierra contraataca, volveremos a destrozarlos. Ya estamos hartos de ser vuestros perros y de lameros las botas, Longknife. Ahora haremos lo que es correcto. Sargento, dispare a esta perra.
El sargento seguía en su puesto. Había asistido a la reacción de su comandante con los ojos abiertos de par en par. Lentamente, apuntó con su M-6. Kris volvía a enfrentarse a un arma cargada… una vez más. Bueno, Emma, mi amiga norteña, supongo que esto es lo que la tradición le depara a una Longknife.
—¿Es eso lo que quiere ser, sargento? —dijo ella, sacando fuerzas de sus entrañas con cada palabra. ¿Fue aquella fuerza la que hizo que el bisabuelo Ray formase parte de la guardia presidencial? ¿La que hizo que Peligro y las Damas del Infierno saliesen de la montaña Negra? Señaló al capitán—. Ese hombre dice que han sido los perros y los subordinados de los ricos y los perezosos. ¿Está listo para ser el perro subordinado de un poder que ha perdido la cabeza? Porque eso es lo que va a hacer.
»Puede que no le guste la política de mi padre, pero la gente le votó. ¿Cree que el capitán y su cuadrilla pueden hacerlo mejor? ¿Recuerda aquel campo de minas que nadie identificó antes del salto? Cabría pensar que alguien con tantas ganas por batir el récord de la misión de rescate más rápida repararía en algo como un campo de minas. ¿Qué otras cosas pasará por alto? ¿Es eso lo que quiere? —Trasladó su mirada desde el inmóvil sargento hacia quienes lo rodeaban.
»¿Quieren seguir las órdenes del cabrón más poderoso y con menos escrúpulos del lugar? ¿Es eso lo que quieren para sus hijos y nietos? ¿Que el espacio se venga abajo por cualquier señor de la guerra capaz de amasar poder? Porque no cabe duda de que los hombres borrachos de poder que ni siquiera son capaces de dirigir un buen desembarco no van a tener ni idea de cómo dirigir un planeta. ¿Quién ha dado las órdenes que estamos obedeciendo? Oficial de comunicaciones. Usted tiene que estar implicado. ¿Quién ha impartido las órdenes?
El teniente de comunicaciones se puso tan colorado como sus indicadores. Hizo un gesto hacia su oficial.
—¿Señor?
—No es asunto tuyo, Longknife. La gente como tú ha estado dando órdenes durante tanto tiempo que no podéis creer que otros sepan lo que les conviene a nuestros mundos mejor que vosotros. Nos habéis aplastado, pagándonos una miseria por arriesgar nuestras vidas para que vosotros ganaseis millones y millones mientras dormíais. Aquí se acaba vuestro tiempo. Sargento, dispare a esta chalada.
—Lo siento, señora —dijo el sargento mientras apuntaba a Kris con su arma.
—Sargento, no mueva un dedo —intervino el cabo Li, con el arma lista—. Como haga un solo gesto, sargento, tendré que clavarlo a esa pared.
El oficial ejecutivo se puso en pie. Mientras se volvía hacia los marines, una pistola apareció en su mano. El técnico Hanson ya estaba apuntando con su fusil.
—Tírela, señor, o le juro que morirá antes de que pueda apretar el gatillo. —El oficial ejecutivo se detuvo en seco.
—Suelte el arma, señor —dijo el cabo Li—. Lo digo en serio, oficial ejecutivo. Y usted, sargento.
—Les colgarán por esto —gritó el capitán.
—Algo me dice que nos colgarían igualmente si no hiciésemos nada, señor. Señora, no soy más que un soldado, pero me gustaría saber si estoy peleando en el bando correcto. Creo que, si nos equivocamos, siempre podemos tirar las armas y dejar que den comienzo al ataque; quizá después de todo nos favorezca.
—Oficial de comunicaciones, abra las frecuencias estándar de Bastión —ordenó Kris.
El capitán negó con la cabeza.
—Que te jodan —dijo el teniente de comunicaciones.
—Nelly, bloquea las comunicaciones en la estación de Tom. Después, hazte con su control. Rápido.
—Bloqueadas, señora. Accediendo a ellas.
—¿Tom? —preguntó ella, sabiendo una vez más que estaba asumiendo que la seguiría, exigiéndolo de forma implícita para así demostrar a toda la tripulación que podían seguirla. ¿La apoyaría una vez más?
Sus manos ya estaban deslizándose sobre el panel.
—Estoy en ello —respondió—. Maldita sea, la Huracán es la fuente de las interferencias. —Echó un vistazo a la tripulación congregada en el puente—. Alguien no quiere que escuchemos segundas opiniones.
—Concentra la frecuencia —ordenó Kris—. Estrecha el rango de búsqueda, ajústalo a las órdenes de emergencia y en torno al planeta más próximo al punto de salto Delta —continuó, basándose en sus suposiciones. Tenía que dar con el buque insignia de Bastión. Si la flota de batalla terrestre no se había movido de su salto, era probable que la de Bastión aún permaneciera cerca del suyo.
Cinco segundos después, Tom negó con la cabeza.
—Necesitamos más energía. No puedo librarme de las interferencias.
—Vacía el condensador de capacidad. —Estaba segura de no querer utilizar aquel combustible para alimentar un ataque sobre las naves de la Tierra. Tom pulsó las teclas de su panel. Kris casi se olvidó de respirar mientras sus indicadores brillaban en rojo. Aquellas personas necesitaban pruebas; ella debía proporcionárselas.
—Treinta y cinco mil kilómetros —anunció Addison para todo aquel a quien le importase.
Tom esbozó su amplia sonrisa una vez más.
—Listo. Recibo algo.
—¿Qué demonios creen que están haciendo? Escuadrón de ataque 6, conteste, maldita sea. En el nombre de Dios, ¿qué están haciendo?
—Es mi bisabuelo Peligro —dijo Kris, perpleja—. La última vez que lo vi, estaba trabajando con el primer ministro para encontrar una solución pacífica a esta crisis. ¿Alguien más sigue pensando que debemos hacer lo que estamos haciendo? —dijo Kris, abarcando con la mirada a toda la tripulación del puente. Los rostros cambiaban su palidez por determinación a medida que los escrutaba. De fondo, el bisabuelo Peligro intentaba ponerse en contacto con el comandante del escuadrón de ataque 6 con energía y un lenguaje que ella nunca le había escuchado emplear.
—¿Debería responder? —preguntó Tommy.
—No. —Kris tragó saliva—. Están dispersos por todo el sistema. Si hay que detener este ataque, tendremos que hacerlo nosotros. Y tendrá que ser una sorpresa.
—¡No podéis hacer esto! —gritó el capitán—. ¿No veis que estáis echando a perder nuestra última oportunidad? Estáis entregando la galaxia a perras ricas como esta. Vais a permitir que sigan dándoos órdenes. Nos han tenido cogidos por los huevos y ahora quieren castrarnos.
Pero ya nadie escuchaba a Thorpe. Los ojos se concentraron en las pantallas, los dedos golpetearon los paneles de batalla, la tripulación del puente estaba del lado de Kris.
—Sargento, ¿está con nosotros? —preguntó ella.
—Sí, señora. Mi nieto está a punto de nacer. Y quiero que podamos darle el mejor mundo posible.
—Sargento, cabo, saquen a estos hombres del puente. Tenemos que librar una batalla. Y una que detener.
—Sí, señora. Ya han oído —ordenó el cabo Li.
—Cuando te incorporaste a la Marina —escupió Thorpe—, pensé que tenías lo que hay que tener para ser una guerrera. Ahora veo que eres una mierda, como todos los demás.
—Señor —gruñó el sargento—. O se calla y empieza a moverse, o le juro por Dios que seré yo quien le haga callar. —Levantó la culata de su fusil—. Y haré que el oficial ejecutivo y el de comunicaciones lo lleven a rastras.
Kris dejó que el sargento se ocupase de Thorpe; tenía otros problemas entre manos.
—Addison, ¿estás conforme con todo esto? —preguntó finalmente mientras el capitán optaba por callarse y era conducido fuera del puente.
—Supongo, señora. Esta no es exactamente la Marina de la que me hablaba mi padre.
—O el mío —dijo Kris. En su panel de batalla, las corbetas estaban dispersándose. Sin embargo, la Chinook se encontraba a trescientos kilómetros de la Tifón—. Muy bien, gente, esto es lo que vamos a hacer: el escuadrón necesita un aviso para informar de que estamos metidos en un buen problema. Addison, prepárese para ejecutar maniobras evasivas a mi señal.
—Sí, señora —dijo el timonel después de tragar saliva.
Kris se sentó en su puesto, envolvió los controles con sus manos y apuntó los láseres de pulsos de veinticuatro pulgadas a la popa de la Chinook. Había llevado a cabo suficientes maniobras defensivas a bordo de la Tifón como para conocer cuál era su punto más vulnerable. Si alcanzaba a la nave de un escuadrón de ataque en la estación de control, el disparo penetraría hasta llegar al reactor. La explosión resultante sería enorme, y la sacudida, atroz, pero la tripulación viviría para escribir sobre ello.
Kris tomó aire en dos ocasiones, esperó a que sus manos sujetasen con toda firmeza los controles y fijó la mira de su ordenador cuidadosamente sobre la Chinook. Un vistazo a los cuatro sistemas en funcionamiento (radar, láser, gravitacional y óptico) mostraba cuatro distancias diferentes. Tomó una decisión, redujo la potencia de los láseres de veinticuatro pulgadas a la mitad y apretó el gatillo.
En la pantalla, una delgada línea amarilla partió de una corbeta hasta alcanzar a la siguiente. El radar reveló una explosión de gases mientras el láser de Kris atravesaba la popa de su objetivo. La Chinook giró dando descontrolados bandazos y se quedó rezagada de la escuadra al perder aceleración.
—Esto sí que va a llamar su atención. —Tom rio.
—Sí.
—Thorpe, ¿qué demonios ha pasado? —se escuchó a través de la red.
Kris encendió su comunicador.
—Aquí la alférez Longknife, ahora al mando de la Tifón. Sus órdenes de ataque son ilegales. El comandante de la flota de batalla de Bastión le ha exigido desistir. Si no lo hace, yo misma lo detendré.
—¿Longknife? ¿Dónde está Thorpe? Oh, mierda, Siroco y Huracán, ataquen a la Tifón. Segunda división, continúen su ataque sobre la flota terrestre.
—Bueno, querías llamar su atención —dijo Tom, arqueando una ceja con resignación al escuchar en qué nuevo desastre lo había metido su amiga Longknife.
—Addison, oriéntenos hacia la segunda división. Tom, prepárate para poner metal entre nosotros y el buque insignia.
—Sí, señora —le contestaron.
Kris activó su comunicador de nuevo.
—A toda la tripulación, aquí la alférez Longknife. He relevado al capitán Thorpe. Nuestras órdenes de ataque son ilegales. Comandante, la flota de Bastión nos ha ordenado detener el ataque sobre la flota terrestre. Acabo de dañar la Chinook, y vamos a atacar al resto del escuadrón 6. Independientemente de que formase parte de la conspiración o de que permanezca del lado de Bastión, le propongo que siga el ejemplo de la Tifón, porque de lo contrario estaremos todos muertos. Longknife, corto.
—Profundas palabras… —dijo Tom en voz baja.
Kris se encogió de hombros.
—Tenía que decirlas. Addison, empiece a maniobrar dando bandazos y moviéndose en zigzag como nunca antes en su vida.
—Así no habrá quien apunte —observó Addison.
—Pues que así sea. Me interesa más esquivar sus disparos que alcanzarlos con los nuestros.
—Se aproximan objetivos hostiles, señora —le recordó Tom—. Deberían poder disparar en cinco segundos. —Aquella era otra limitación de los navíos más pequeños. Los cruceros y las naves de batalla tenían enormes torretas que proporcionaban a los láseres un radio de acción completo. Los láseres de veinticuatro pulgadas del escuadrón de ataque estaban limitados a treinta grados a ambos lados de la proa. Kris empleó el tiempo que los atacantes tardarían en alcanzar a la Tifón para enviar cuatro pulsos a media potencia a las cuatro naves de la segunda división de la escuadra. Falló todos los disparos, excepto quizá el de la Shamal. No importaba; captar su atención era más importante. Lo más interesante fue el comportamiento de la Ciclón y la Tornado. Ambas frenaron, dieron media vuelta y se alejaron de la flota de la Tierra. Seguro que están teniendo lugar unas discusiones la mar de interesantes en sus puentes.
El estómago de Kris dio un vuelvo cuando Addison hizo virar la Tifón.
—Han fallado —gruñó.
—Vire la proa hacia la Huracán —ordenó Kris.
—Virando —contestó él.
—Trasladando el metal a la proa —informó Tom, mientras trasladaba el metal líquido allá donde era necesario. Kris intentó apuntar al buque insignia, pero cada vez que estaba a punto de efectuar un disparo, Addison hacía que la nave diese un bandazo. Redujo la potencia de los láseres de veinticuatro pulgadas a un cuarto y falló unos cuantos disparos.
—Lamento estar arruinando su puntería, señora —dijo Addison.
—Siga así. Si yo no puedo alcanzarlos a ellos, ellos no pueden alcanzarme a mí.
Entonces los dos atacantes se cruzaron con la Tifón y Addison dio media vuelta para reorientar la proa hacia los disparos, aunque estos no se efectuaron. Ambas naves se dirigían al punto de salto, acelerando al máximo.
—¡Están huyendo! —exclamó Tom.
—Tom, consígueme una conexión con el resto del escuadrón 6 —gritó Kris mientras encendía su comunicador—. Tifón al resto del escuadrón 6. Tengan en cuenta que el buque insignia está dirigiéndose a toda velocidad al punto de salto y sopesen sus opciones.
—Aquí la Ciclón. Alférez Santiago al mando. Estamos con usted, Longknife.
—Aquí la Tornado, J. G. Harlan al mando de forma temporal. ¿Qué quiere que hagamos?
—Ocúpense de la Monzón y la Shamal. Aléjenlas de la flota terrestre. Yo perseguiré al buque insignia.
Pero la Huracán había acelerado hasta tres g y avanzaba en zigzag. La velocidad alejó su vector de la flota de la Tierra, catapultándolo hacia el punto de salto, mientras que su errático movimiento no ofrecía a Kris un buen tiro a los vulnerables motores de la nave.
Por razones que solo Thorpe conocía, no había dispuesto la Tifón para una intensa aceleración, ni Kris recordaba haber practicado maniobras a mayor velocidad que uno y medio. Así que redujo la velocidad y observó el desarrollo de los acontecimientos.
Un par de naves de batalla terrestres habían preparado una o dos armas. La Shamal y la Monzón se encontraron en el centro de la atención no solo de sus naves hermanas sino también de una docena de láseres terrícolas de catorce, dieciséis y dieciocho pulgadas. Si su lenta reacción se hubiese extendido sobre ocho atacantes, hubiese sido patético. Aún lo era, pero solo se concentraba sobre dos. La Shamal y la Monzón se separaron y fueron a toda velocidad hacia el punto de salto, con la Ciclón y la Tornado pisándoles los talones.
—Supongo que ahora sería un buen momento para informar —dijo Kris mientras encendía su comunicador—. Aquí la alférez Longknife, al mando de la Tifón y llamando a todos los comandantes de la flota del circuito. —Su pantalla se dividió y aparecieron dos caras, una de ellas familiar, otra muy familiar.
—Aquí el general Ho, jefe del Estado Mayor de las fuerzas de la Tierra. ¿Quiere explicarme lo que acabo de ver?
—Aquí el general Ray Longknife.
—Señor presidente. —El general Ho se cuadró a modo de saludo.
—No, hoy solo general, Howie, trabajando con el general McMorrison, jefe del Estado Mayor de Bastión. General, me parece que acaba de salvarle el culo otra Longknife.
—Eso me pareció a mí también, Ray.
—General, puede quedarse ahí sentado esperando a que otra pandilla de descerebrados cometa alguna estupidez; puede incluso que esta vez nos ataquen a nosotros. También puede venir aquí y ponerse manos a la obra con lo que los dos sabemos que hay que hacer.
—Ray, ya sabe que mis órdenes son esperar a Mac.
—Howie, sabe que Mac me ha ordenado quedarme aquí con usted. De veterano a veterano: debo admitir que estoy harto de dar vueltas alrededor de esta roca de mierda. No hay más que asteroides pasando a toda velocidad. Había pensado sugerirle a Mac que patrulle con su flota la zona de París 8. —Kris comprobó su panel. París 8 era un planeta gaseoso a medio camino entre el salto Alfa, donde se encontraba la flota de la Tierra, y el salto Delta, donde se encontraba la de Bastión.
—Ya he desperdiciado suficiente combustible dando vueltas —dijo el general Ho mirando por la ventanilla—. París 8 es el único planeta de por aquí que no tiene una nube de asteroides flotando a su alrededor. Creo que informaré a la Tierra de que quiero establecer una base temporal para la flota allí.
—Qué coincidencia —dijo el abuelo Ray sonriendo.
—Exacto —asintió el general de la Tierra.
—Bueno, ya tenemos ese punto resuelto. Alférez, ¿ha encontrado usted algún problema? —dijo Ray dirigiéndose a Kris.
—Nada destacable, lo normal en caso de motín: qué hacer con el antiguo capitán y quiénes de los que están a bordo me apoyan. —Se encogió de hombros—. ¿Quiere que tomemos más prisioneros?
El bisabuelo Ray apretó los labios al darse cuenta de que todavía tenía que esclarecer una cuestión importante. ¿La batalla estaba a medias o podían cantar victoria ya e ir pidiendo unas cervezas para celebrarlo?
—Kris, me da mucha rabia admitirlo, pero creo que la flota de la Tierra debería vernos en plena persecución. Además, quiero hablar con los imbéciles que han organizado todo esto. ¿En qué estaban pensando?
—Tenemos bajo vigilancia al capitán, al segundo al mando y al oficial de comunicaciones de la Tifón. Veré qué puedo hacer para que hable con el comodoro Sampson. Con su permiso, señor, tengo mucho trabajo por delante.
—Entendido. Aquí Longknife, corto y cierro.
—Aquí Longknife, corto y cierro —repitió Kris, y encendió el motor inmediatamente—. Helm, acelera a un g y medio. Traza la ruta hacia el punto de salto Kilo.
—Por supuesto, señorita. Un g y medio hacia el punto de salto Kilo.
Kris tamborileó con sus dedos sobre el comunicador.
—Sobrecargo Bo.
—Dígame, señorita —escuchó al instante.
—¿Le importaría ir a hablar con los chicos? Convenza a los que estén asustados de que estamos haciendo lo correcto y coménteme cualquier problema que surja. Básicamente, lo que haría yo si no tuviera que hacer ahora mismo dos cosas a la vez.
—Entendido, capitana. Será un placer.
Capitana. Hacía tiempo que Kris había dejado de soñar con ese título. Bueno, todavía no se lo había ganado.
Estudió su pantalla. Los vectores de la Huracán y de la Siroco iban a tres g y acababan de desviar su trayectoria hacia la flota de la Tierra. En breve acelerarían para volver al punto de salto. La Tifón estaba frenando en ese momento, aunque seguía alejándose del salto a bastante velocidad. Sin embargo, Kris no tenía necesidad de atrapar al buque insignia, solo había que dañar sus motores. Mientras siguiera moviéndose, los motores eran el objetivo principal.
Kris redujo la potencia de sus láseres a un décimo de su fuerza y comenzó a disparar contra la popa de la Huracán y de la Siroco cada vez que sus zigzagueos le daban la oportunidad de hacerlo. Su primer disparo se perdió por la izquierda. El segundo, por la derecha. El tercero se perdió de nuevo por la derecha porque la nave cambió su trayectoria rápidamente hacia la izquierda. Kris activó el comunicador.
—Comodoro Sampson, podemos estar así todo el día. Tarde o temprano, lo alcanzaré. Si no es ahora, será en el punto de salto. Sus planes no son viables.
Dos disparos después, las naves del comodoro dejaron de zigzaguear en la ruta hacia el punto de salto Kilo; en cambio, dieron una amplia bordada hacia la derecha y se alejaron en dirección contraria.
—¿Adonde van? —preguntó Tom.
—Creo que han encontrado otro punto de salto para dejarnos atrás. Addison, ¿alguna sugerencia?
El mapa del sistema estelar apareció en la pantalla principal. Había cuatro puntos de salto marcados en rojo.
—Pueden dirigirse a cualquiera de estos cuatro. Espero sus órdenes, señora.
Kris se frotó los ojos tratando de recordar lo que un capitán debería decidir en un momento así. Activó el comunicador.
—Ingenieros, ¿cómo vamos de combustible?
—Con tanto disparo, hemos consumido una buena parte, pero todavía nos queda aproximadamente el sesenta por ciento.
—El escuadrón de ataque 6 sigue en pie y el jefe de personal de Bastión tiene muchas ganas de comentarle un par de cosas. ¿Alguna sugerencia?
—Tenemos un montón de novatos a bordo, capitana. —Daba gusto escuchar esa palabra en boca de un teniente comandante que perfectamente podía haber formado parte de la conspiración—. A lo mejor no se ha dado cuenta, pero Thorpe estaba simulándolo todo. No hemos ido a más de un g y medio. Le sugeriría que mantuviéramos esta velocidad durante media hora y que después pasásemos a dos. Si no surge ningún problema, podríamos subir a tres. Sé que es algo lento, pero tenemos demasiada gente sin experiencia en operaciones a gran velocidad.
Sus argumentos eran razonables, pero eran una excusa para dejar escapar a la Huracán. Los ingenieros y sus hombres habían creado su propia camarilla. Maldita sea, si quería detener la persecución, solo tenía que descargar el núcleo del reactor.
—Gracias, ingenieros. Lo tendremos en cuenta. Comandante Paulus, por si no se ha dado cuenta, es usted el oficial superior a bordo. La silla vacía del puente es para usted.
—Disculpe, señorita Longknife, pero creo que debería estar por aquí si se cargan los motores. Ya sé que el anuncio dice que las barcazas de metal líquido pueden cambiar a cualquier otra configuración sin problema pero, cada vez que reducimos el casco, mis hombres y yo nos las vemos y nos las deseamos para que el plasma siga fluyendo. Alférez, usted nos ha defendido perfectamente hasta ahora. Prefiero quedarme aquí hasta que encuentre un sustituto de fiar que se asegure de que los motores no salten por los aires.
Era la primera vez que Kris oía que los ingenieros tenían problemas con el metal líquido.
—¿Cuál es la situación, comandante?
—Nada que no pueda gestionar yo. Y si no soy capaz, ya gritaré. —Kris se dio cuenta enseguida de que la tarea del capitán no consistía solamente en jugar a los bolos y beber cerveza—. Guarda, avise a todos de que pasaremos a dos g en media hora y a tres en cuanto podamos.
La Tifón tardó casi tres horas en llegar a tres con veinticinco g. En el calabozo de la nave solo había una cama de metal. Era tentador dejar que Thorpe sufriera la subida de g sin ninguna protección, pero Kris ordenó a los marines que improvisaran unos colchones de aire. Cuando la nueva capitana aceleró al máximo la Tifón, la Huracán y la Siroco ya se encontraban fuera del alcance de su láser.
Muy por detrás de Kris, las cuatro naves de la segunda división andaban inmersas en su propia batalla: dos capitanes experimentados contra unos presuntuosos suboficiales que estaban probando por primera vez las mieles del mando en plena batalla. Sin embargo, los diseñadores de las corbetas de ataque rápido volvieron para perseguir a esos dos rebeldes. En plena persecución, apuntaron sus armas en la dirección equivocada y dejaron al descubierto sus motores. Santiago y Harlan tardaron un rato, pero tenían tiempo de sobra y la suerte no sonreía precisamente a la Monzón y a la Shamal. Mucho antes de que lograsen llegar al salto, sus motores estaban dañados y sus patrones fueron reemplazados por subordinados que no tenían ningún interés en luchar a las órdenes de un reducido grupo de oficiales que no les habían comunicado el motivo de su misión.
El bisabuelo Ray tenía que interrogar a un montón de prisioneros, pero Kris estaba convencida de que Thorpe no estaba al tanto de toda la historia. Si el escuadrón de ataque 6 hubiera sido capaz de diezmar la flota de ataque de la Tierra, ¿qué haría después? Las naves podían recorrer todas las estrellas, pero tenían que conseguir comida y hacer algunas reparaciones. La Huracán se movía, pero ¿adonde? Cuando la Tifón logró tomar velocidad, Kris abrió una conexión con todos los oficiales leales.
—Ingenieros, ¿cómo vamos?
—El tercer láser ha perdido potencia y no sé la causa. Con su permiso, señorita, prefiero que no enviemos al equipo de reparaciones mientras estemos al máximo de potencia. Los mejores técnicos de mi equipo de mantenimiento están controlando ahora mismo los motores.
—Comandante, la sección de ingeniería es toda suya y debe dirigirla como crea conveniente. ¿La aceleración está causando algún problema?
—No, porque estamos acelerando despacio. Pero si yo fuera el capitán de la Huracán, me preocuparía de que el comodoro haya sido capaz de acelerar tan rápido ese maldito metal líquido. Por mi parte, está todo controlado. Son ellos los que deberían preocuparse.
A Kris se le ocurrió entonces una posible negociación. ¿Por qué no hacer una llamada pacífica al comodoro para sugerirle que comprobase las pantallas de ingeniería? Se rio entre dientes, y no era una experiencia agradable a tres con veinticinco g.
—¿Qué más me hace falta saber?
—Aquí la sobrecargo Bo, capitana. El personal de cocina no ha cocinado jamás a tanta velocidad. Propongo que preparemos solo embutidos hasta que reduzcamos la velocidad.
—Adelante, sobrecargo. ¿Alguna otra cosa?
—No, señorita. Aquí tiene usted a un buen equipo y todos la apoyamos. —Daba gusto escuchar esas palabras. El problema de ese tipo de persecuciones era que solían alargarse, y a tres con veinticinco g, Kris pesaba ciento ochenta kilos. El mero hecho de respirar agotaba a cualquiera. Además, la plantilla para los períodos de paz no daba para mucho en un combate real. Normalmente, en el puente trabajaban dos personas a la vez. En ingeniería también. Pero a tres con veinticinco g, el comandante Paulus necesitaba a todo su equipo de vigilancia y mantenimiento. Kris no podía moverse de la pantalla de ataque ni Tom de la de defensa. Addison tampoco estaba dispuesto a bajar la guardia.
—No sabemos cuándo se darán la vuelta para atacarnos. Me quedo aquí con ustedes.
Kris planificó un descanso de dos horas para Tom, luego otro para Addison y después otro para ella en sus respectivas estaciones. Ordenó a los demás oficiales de la nave y encargados que planificaran los descansos del resto de la plantilla. Dos tercios del personal debía estar en sus puestos mientras el tercio restante descansaba. Cuando Kris se despertó de su siesta, la Huracán había cambiado su rumbo hacia el punto de salto Mike.
—Jamás se ha utilizado —le contó Nelly a Kris—. Es un lugar absolutamente deficiente.
—Deben transformar la nave ya y reducir la velocidad o… —Tom prefirió omitir el resto.
—O no podrán ajustar su trayectoria para llegar al punto de salto —concluyó Addison—. Quizá logren llegar al salto. Aparecerían en la siguiente galaxia, si es que hay saltos que lleguen hasta allí. —Se giró hacia Kris con dificultad debido a la aceleración—. Los Longknife tienen más idea que yo.
Kris suspiró.
—Créame, no tengo ni idea de saltos. Si ha oído alguna hazaña de mi bisabuelo Ray en Santa María, no es hereditario. Voy a anticiparme ya y espero que quede claro. No vamos a ir a un punto de salto con esta energía. ¿Alguna pregunta? ¿Algo que objetar?
—Por mí bien —dijo Tom.
—Ingenieros, ¿cómo vamos?
—Sin cambios, señorita. Ya tenemos tres láseres cargados. El condensador de capacidad está al completo. El reactor se mantiene fuera de peligro. Todo parece estable. —Kris ordenó otra rotación de descansos para las siguientes seis horas. Justo cuando le iba a tocar su turno, el semblante de Tom se tornó serio.
—Percibo actividad en el punto de salto Juliet. No está demasiado lejos de Mike.
—¿Qué puntos conecta? —preguntó Kris.
—Un montón de mundos del sector exterior, pero no es demasiado estable y no es recomendable usarlo con regularidad. —Dos minutos después, el punto de salto escupió seis señales.
—Aquí la corbeta de Bastión, la Tifón, a las naves que acaban de salir del punto de salto Juliet, de París. Identifíquense —exigió Kris, y esperó para ver si el comodoro había avisado a algunos amigos.
—Aquí el crucero de la Sociedad, la Patton, de Bastión —dijo lentamente una voz femenina. Kris expulsó la respiración contenida—. Espero que la fiesta no se haya acabado y que no se hayan terminado las cervezas. Estoy dirigiendo al escuadrón de exploración 45. No ha sido nada fácil recolectar toda esta chatarra y ponernos en marcha.
—Patton, aquí la alférez Longknife en funciones de capitana de la Tifón. El escuadrón de ataque 6 ha lanzado un ataque no autorizado contra la flota de la Tierra. Estamos persiguiendo a la Huracán y a la Siroco.
—¡Cielo santo! Ya lo veo, pero no pensará ir a un salto a esa velocidad, ¿verdad?
—Claro que no, aunque no tengo tan claro que ellos no vayan a hacerlo. ¿Se atreve a pararles los pies para que no lleguen al salto Mike?
—¡Qué bueno, chicos! Nos han reservado lo más divertido. Exploración 45, seguidme. Persecución general. Disparen si los tienen a tiro.
La Patton lanzó un disparo a distancia. Durante la guerra iteeche, el alcance de los láseres se había triplicado. Sin embargo, los cañones de quince centímetros de la Patton solo tenían un alcance de sesenta mil kilómetros. Cuando la onda residual quiso llegar a la Huracán, el nivel de energía no era muy superior al de un día de verano en el lago de Bastión. Aun así, el disparo de la Patton logró calentar a la Huracán. Kris ordenó que se comprobasen los vectores en su pantalla. El escuadrón 45 estaba acelerando y la Huracán se había quedado bloqueada por culpa de su frenética velocidad y la necesidad de mantenerse alineada con el punto de salto Mike. El buque insignia estaba en apuros.
Quince minutos después, se interceptó un mensaje que ponía de manifiesto esos apuros.
—General McMorrison a escuadrón de ataque 6. No tienen ninguna posibilidad, los alcanzaremos mucho antes de poder saltar. Es un suicidio si lo intentan. Reduzcan la velocidad y prepárense para el asalto.
—¡Por todos los cielos! —exclamó Tom—. La Huracán está acelerando: tres con cuatro, tres con ocho, cuatro g.
—Va a saltar por los aires —dijo Addison sacudiendo la cabeza—. Señorita, ¿quiere que acelere?
—Ingenieros, el buque insignia ha acelerado a cuatro g. ¿Alguna sugerencia?
—No, señorita, solo una puntualización. Si nos pide que nos pongamos a cuatro g, me arrastraré hasta el puente y dirigiré un motín yo mismo. ¿Pretende terminar este viaje en el calabozo con Thorpe?
—No, comandante. Solo quería su opinión. No tengo ninguna intención de discutir con usted. —Kris activó el comunicador de nuevo.
—Huracán, Siroco, aquí Longknife. Se lo advierto, los motores de esas barcazas de metal líquido no pueden soportar cuatro g. Están arriesgándose a sufrir una avería catastrófica. Si hacen ese salto con este nivel de energía, no saben adonde los llevará. Los que no han participado en esta conspiración, ¿están dispuestos a dejar sus vidas en manos de gente como ese comodoro?
—¿Crees que alguien te está escuchando? —preguntó Tom.
—Lo sabremos pronto.
Un minuto después, la Siroco apagó los motores.
—Huracán, acaben ya con esto —dijo Kris—. No tienen nada que hacer. No dejen que el comodoro los arrastre. Alguno de ustedes debe poner fin a esto antes de que la nave explote.
No obtuvo ninguna respuesta. Kris examinó el rastro de la Huracán en la pantalla; lo comparó con su minuciosa estimación de la localización real del salto. Ahora que contaba con la Patton como brazo gravimétrico, podía obtener más datos que la Huracán. Comprobó la localización del punto de salto de nuevo y sonrió.
—Huracán, han calculado mal el salto. Está a su derecha. Repito, Huracán, no van a poder realizar ese salto. Reduzcan la aceleración y prepárense para el abordaje.
—Está zigzagueando hacia la derecha —dijo Addison.
—Y está dejando demasiado al descubierto sus motores —murmuró Kris. Programó sus tres láseres con una secuencia de disparo flexible, calculó lo mejor que pudo el alcance y seleccionó un cuarto de potencia. Lanzó una salva con los tres láseres y consiguió cubrir un área bastante extensa. No alcanzó su objetivo con ninguno, pero el cuarto disparo pasó rozando. Rápidamente, Kris ajustó la secuencia y la centró en el número cuatro. De nuevo, sus tres láseres no dieron al enemigo, pero el número dos se acercó mucho más. Calculó la mejor solución y ajustó la amplitud de la ráfaga moviendo los dedos sobre el panel de batalla todo lo rápido que le permitía la velocidad de tres g y medio a la que iban.
Le quedaba energía para otros dos disparos.
De nuevo, el número cuatro había sido el más cercano. Kris ajustó la ráfaga para el disparo final mientras Tommy rezaba por las vidas de la tripulación de la Huracán. Kris había disparado ya tres veces y la corbeta no había cambiado su trayectoria.
Se detuvo un instante y situó los dedos en los botones de disparo. El buque insignia comenzó a virar hacia la izquierda, pero Kris ajustó todo rápidamente y disparó. Esperó durante un segundo que se le hizo eterno. Había disparado a la Huracán para desviar su trayectoria y ralentizarla, para desestabilizarla y que así alguien en su sano juicio saltase encima del comodoro.
De algún punto de la Tifón salían y llegaban pulsos de láser y señales de radar. Sus sistemas gravitatorios y ópticos estaban midiendo algo. En algún lugar, un ordenador estaba procesando toda esa información y la estaba enviando a la pantalla de combate de Kris. Durante siglos, el puntito de su pantalla seguía inmutable, sin cambiar su trayectoria. De pronto, el punto empezó a tambalearse y a dar vueltas como loco.
—¡Cielos! ¡Le has dado, Kris! —gritó Tommy.
—¡Un segundo! —gritó Addison—. Un segundo, sí. No tienen el salto a su alcance. No pueden saltar.
Kris dejó caer su mano en el comunicador.
—Huracán, han perdido el control. No pueden hacer el salto. Santo Dios, apaguen sus motores antes de que exploten. ¡No dejen que ese imbécil los mate a todos! —insistió Kris—. Joder, yo destituí al capitán. ¡Ustedes pueden quitarse a Sampson de en medio!
La Huracán pareció recuperar su ruta. En ese momento, dejó de acelerar.
—Aquí el capitán Horicson. Voy a entregar la nave a un suboficial. El comodoro está inconsciente. ¿Qué quieren que haga exactamente?
—Reduzca la velocidad a un g —ordenó Kris—. Y que un médico atienda a Sampson. Hay un montón de oficiales por aquí que quieren decirle un par de cosas.
—Es todo suyo —contestaron desde la Huracán—. Casi nos mata el muy cerdo.
El extraño cuento del escuadrón de ataque 6 acabó así. La celebración en París 8 terminó y las flotas se marcharon a sus hogares antes de que Kris pudiera conducir la Tifón, la Huracán y la Siroco a una velocidad manejable. La mayor parte del escuadrón de exploración 45 no se perdió las celebraciones, pero la Patton renunció al encuentro con la gente del escuadrón de ataque 6 para evitar la masificación.
La Tifón perdía aguas residuales, que caían sobre los reactores, cuando se colocó en formación con su viejo crucero. En cuanto perdieron una raya de combustible, Tom tocó a Kris en el hombro.
—Hemos recibido un mensaje codificado.
Kris introdujo los números en el decodificador. No le pareció que la información fuese tan secreta. Activó el comunicador.
—La Tifón, la Huracán y la Siroco han recibido la orden de unirse a la nave Magnífica, que sigue en órbita alrededor de París 8. Todo aquel sospechoso de estar involucrado en la conspiración será trasladado a la Magnífica y devuelto a Bastión bajo custodia. El resto de los oficiales deben dirigirse a la Magnífica para dar parte y recibir un traslado temporal a Bastión como testigos directos de los hechos. Las corbetas llevarán a los nuevos oficiales con asignaciones temporales a Alta Cambria.
La tripulación quedó muy contenta tras escuchar las noticias. Tommy se fijó en Kris, que no estaba tan sonriente.
—¿Dice algo sobre usted?
—La alférez Kris Longknife queda desvinculada de la Tifón y debe informar a Bastión.
—¿Cómo que desvinculada?
Kris sabía que no podían nombrarla capitana de la Tifón, pero no entendía que se la llevasen así. Intentó mirarlo por el lado bueno.
—Al menos no me han puesto bajo custodia.