19
Tres horas después, Kris había reunido su equipaje y guiaba a Tom escaleras abajo por la residencia Nuu. Un vehículo que había sido desplegado con urgencia iba a partir de Alto Bastión en tres horas para llevarlos, a través de un viaje de dos g, hasta Alta Cambria. Si se daban prisa, podrían encontrarse de nuevo a bordo de la Tifón en dos días.
Mientras Kris cruzaba el vestíbulo, encontró a unos marines apostados en las puertas de la biblioteca, pero las puertas estaban abiertas de par en par para facilitar el constante flujo de oficiales y mensajeros. Se detuvo por un instante. Sí, los bisabuelos Peligro y Ray estaban allí, rodeados de estrellas, águilas y civiles de clase alta. Le pareció ver a Tru en una estación de trabajo al fondo de la biblioteca, pero no podía asegurarlo. Confiando en que la humanidad se encontraba en buenas manos, Kris se volvió hacia la puerta principal.
—Espera un segundo, alférez —resonó la voz autoritaria del general Peligro desde las puertas de la biblioteca. Kris siguió caminando; no formaba parte de su cadena de mando. Lamentaba la suerte del pobre alférez que hubiese hecho gritar al viejo general.
»Te hablo a ti, alférez Longknife. Alto.
Kris se detuvo, soltó su equipo y esperó.
—Le diré a Harvey que te espere —dijo Tom antes de marcharse.
—¿Adonde te diriges? —le preguntó el bisabuelo Peligro mientras reducía la intensidad de su tono de voz.
—De vuelta a mi nave —respondió Kris; entonces, como no podía evitarlo, preguntó lo que todo marine quería saber—: ¿Va a haber una guerra?
—Tu padre nos tiene a mí, a Ray y a un montón de gente excepcional haciendo todo lo posible para garantizar que no ocurra —dijo. Permanecieron inmóviles, midiendo las esperanzas y miedos que despertaba aquella afirmación; entonces Peligro se mordió el labio inferior.
—Escucha, Kris, estamos reuniendo a un equipo aquí. También estamos poniendo en funcionamiento cualquier vehículo capaz de volar. Tengo entendido que incluso están intentando poner en marcha mi vieja nave, la Patton. Si te quedas con el equipo una semana, más o menos, puede que podamos darte un puesto en un destructor o algo así. Lo mismo para Tom.
Kris se esforzó por mantener su respiración constante. ¿Estaba el bisabuelo intentando alejarlos a Tom y a ella del peligro? ¿Tan mal estaban las cosas?
—¿La flota de la Tierra es una fuerza invasora?
El viejo general respondió con su característico encogimiento de hombros.
—Solo Dios lo sabe, y no suelta prenda, al menos a gente como yo. No, no sabemos qué facción terrícola está dirigiendo la flota, solo lo que nos dicen las cabezas parlantes de los informativos. —Frunció el ceño al reparar en la falta de información contrastable entre tanto ruido.
Kris respiró hondo y negó con la cabeza.
—General, bisabuelo, puede que la Tifón sea pequeña, pero es la mejor nave de la que disponemos. Cuando la envíes allí donde más se la necesite, tendrá que estar tripulada por los mejores. Y puede que yo aún esté un poco verde, pero estoy mucho mejor preparada que cualquier novato. —Entonces fue ella la que se encogió de hombros—. Además, ahora me toca disparar.
—Ten cuidado, chica.
—¿Quieres decir que no haga nada que tú no harías?
El abuelo Peligro respondió tragando con fuerza.
—No hagas tonterías. Nuestra familia ya tiene bastantes medallas acumulando polvo. Recuerda: la mitad de lo que has leído en los libros de historia es falso.
—Dejémoslo en «difícil de contrastar» —replicó Kris—, pero nada de historias falsas. La próxima vez que esté en casa, ¿por qué no me contáis Ray y tú algunas de las entretenidas?
—Trato hecho, alférez. En cuanto regreses a casa, daremos un buen paseo. —Y Kris descubrió que una alférez podía abrazar a un general, y si los marines que montaban guardia o que pasaban alrededor pensaban lo contrario, bueno, más les valía no decir nada o tendrían que hacer cincuenta flexiones para el viejo general.
Kris llegó al elevador hacia Alto Bastión a tiempo.
El tránsito estaba formado íntegramente por el Ejército; sin embargo, el trayecto hacia arriba estaba abarrotado. Kris llegó a tiempo para ocupar el último asiento. Pero lo cedió en cuanto el comodoro Sampson cruzó la puerta en el último instante. De pie en el pasillo, Kris recordó haber leído que era ilegal que hubiese más personas que asientos en un elevador; aquella norma no tenía valor aquel día. Entonces cayó en la cuenta. Se habían acabado las apuestas sobre seguro, alguien esperaba una guerra… y pronto.
El Viajero Feliz había sido convertido rápidamente de un crucero a un transporte de tropas. Kris tuvo suerte: le fue asignado un camarote individual con una cama. Los dos alféreces del otro lado del pasillo no parecían muy contentos ante la idea de compartir lecho. Sin embargo, en una de las esquinas de la habitación de Kris había un catre; esperó para ver quién era su compañero de viaje y no pudo contener una sonrisa cuando vio a la sobrecargo Bo en la puerta.
—No sabía que hubiesen asignado mayores en la costa.
—Y no era así —dijo Bo mientras soltaba su equipaje—. Estaba de permiso, visitando a mi hermana y a su familia. —La sobrecargo miró a su alrededor, moviendo la nariz como si hubiese olido algo apestoso—. ¿Es que nadie les ha dicho que los mayores y los oficiales no deben mezclarse?
—Sospecho que se conformarán con que haya habitaciones para chicos y otras para chicas. Andan con prisa.
—Sí —dijo la sobrecargo mientras miraba ceñuda hacia el camastro—. ¿Qué cama quiere, señora?
—Me pido el catre. Bajo dos g de presión, una espalda más joven puede sobrellevarlo mejor.
La sobrecargo lanzó una mirada severa hacia Kris, pero no protestó. Mientras guardaba su equipo, la mayor preguntó por encima del hombro:
—¿Qué ha oído de la guerra, señora?
—Hay gente buena que está haciendo todo lo posible para impedirla. ¿Y usted?
—Ayer por la noche no tuve que pagar las cervezas. Muchos bocazas no paran de decir que es la hora de demostrar a esos terrícolas del cuerno un par de cosas. Por supuesto, ninguno de ellos se encuentra en este transporte.
—¿Se han dirigido ya a las oficinas de reclutamiento?
—Dudo que pasasen los exámenes. Son demasiado bajos para lo que pesan. —Bo rio en voz baja; luego recuperó la seriedad—. He visto dónde se encontraban Ray Longknife y el general Peligro en Bastión. ¿Son la buena gente de la que hablabas?
—No le mentiría a una amiga, pero tampoco se lo confirmaría a una desconocida —dijo Kris, eludiendo la pregunta. Tampoco mencionó la oferta de trabajo.
—Tu viejo está jugando a dos bandas, como buen político. Ayer por la noche lo escuché durante cinco minutos. No supe si estaba a favor o en contra de que sacásemos a esa flota a patadas de nuestro espacio. Políticos… —escupió la sobrecargo.
—Solo intenta conseguir un consenso —explicó Kris.
—Pues será mejor que se dé prisa, porque he oído que la flota de batalla terrestre está en camino.
Kris se desplomó sobre el catre.
—Esto es una locura. Sí, la Tierra tiene un montón de naves enormes con armas gigantes, pero no se han puesto en marcha desde la guerra contra los iteeche, hace setenta años. En la universidad, conocí a un chico de la Tierra. Su padre es el dueño de una fábrica de aceros en órbita. Una vez al año, él y sus trabajadores dirigen un escuadrón de viejas naves de batalla, y así tanto ellos como mil beneficiarios de las ayudas del planeta cumplen con su servicio activo anual. Por lo que describía mi amigo, se embarcan en la nave, se aseguran de que aún haya oxígeno y comprueban que los paneles muestren la luz verde en todos los componentes. Solo Dios sabe qué harían si viesen una luz roja. Mayor, el padre de ese chaval consiguió llegar a vicealmirante de la reserva. La mayoría de los trabajadores de su planta tienen el rango de capitán. Es una pantomima. Si llegase la hora de combatir, la Tifón acabaría con tres o cuatro naves de feria como esa sin sudar.
—Pues esas mismas naves de feria arrasaron planetas enteros durante la guerra contra los iteeche. No las quiero sobre Bastión, no con mi hermana y sus hijos todavía en tierra.
—Preparados para dos g en cinco minutos —reverberó una voz por los pasillos desde el sistema de megafonía.
—Te ayudaré a hacer el camastro —se ofreció Bo—. No vamos a tener gran cosa que hacer durante los próximos diez días. Creo que voy a dormir. No merece la pena arriesgar la espalda, no cuando el primer tiroteo de mi larga carrera está a la vuelta de la esquina. Además, si conozco al capitán Thorpe, va a estar hecho un basilisco. Me pregunto si podremos llegar a dormir siquiera una hora seguida con tanto anuncio y tanto… lo que sea.
Kris siguió el consejo de la sobrecargo y trató de descansar, siguió las noticias y revisó los manuales de su estación de batalla. El viaje de Cambria a Bastión había durado cuatro días. Tardaron dos en hacer el camino de vuelta. Sin embargo, aquella velocidad no era suficiente para el capitán.
—¿Por qué han tardado tanto? —fue el saludo con el que este recibió a Kris y a Tommy cuando se personaron en el puente de la Tifón, a los cinco minutos de llegar a bordo de la nave.
—Ese maldito transporte de lujo no quería someterse a más de dos g de presión —explicó Kris mientras ocupaba su lugar en los sistemas defensivos—. Ya sabe cómo son los civiles, señor.
—¿Y cómo es que no os bajasteis de la nave para empujarla? —preguntó el oficial ejecutivo. Kris reprimió un gesto negativo de la cabeza. Había casos difíciles de aguantar y casos muy difíciles de aguantar.
El capitán Thorpe miró a Kris mientras se situaba en su puesto.
—Me sorprende que se haya molestado en unirse a nosotros, alférez Longknife. Pensaba que optaría por un cómodo trabajo de oficina.
Kris se volvió.
—Me ofrecieron un puesto así, señor. Lo rechacé.
El capitán arqueó una ceja de forma casi imperceptible y miró al oficial ejecutivo.
—Así que quería estar a bordo de la mejor nave de la flota cuando empezaran los disparos.
—Le dije a un general que suponía que querría que la mejor nave se encontrara en un estado óptimo cuando se requiriera su uso, señor.
—De acuerdo —convino el capitán, que parecía satisfecho de contar con la presencia de Kris en aquel puesto—. Me gustó el informe que recibí de Olimpia.
—El coronel Hancock le envía saludos, señor.
—Es un buen hombre, pese a su mala reputación. Dice que se manejó muy bien en tiroteos peligrosos.
—Lo hice lo mejor que pude, señor.
—¿Lista para aplastar naves de batalla de la Tierra por Bastión?
Kris respiró hondo.
—Sí, señor —dijo ella, proporcionando la respuesta breve y escueta que el capitán quería. Cualquier oración por evitar la guerra sobraba en el puente de una nave de combate.
—Bien. Quiero que el alférez Lien y usted cambien puestos.
—No estoy entrenada para manejar armas, señor.
—Por lo que tengo entendido, nadie a bordo de esta nave está entrenado para combatir desde una estación —gruñó el capitán—, pero ustedes lo estarán. Lien, fuera de ahí. Vamos a ver qué tal se le da disparar a Longknife.
De modo que Kris se trasladó hacia la estación de armas ofensivas, justo delante del capitán y al lado del timón.
Tommy no parecía en absoluto aliviado mientras se trasladaba a la estación defensiva, detrás y a la derecha de Kris. Kris nunca le había hablado a Hancock de los problemas de Tommy con las armas, pero dudaba que cualquier argumento fuese a convencer al coronel de la Marina. Si es que había algo capaz de convencerlo.
Thorpe sincronizó las armas, el timón y los sistemas de defensa en una simulación; aparecieron señales hostiles en el límite del radar de la Tifón. Cuando Kris preguntó cómo habían llegado allí, el capitán respondió:
—Mi trabajo es conseguirles unos objetivos. El suyo, acabar con ellos.
Así que Kris, Tommy y un alférez nuevo, Addison, con reflejos tan rápidos como un rayo, llevaron a cabo el simulacro girando y volviéndose, esquivando y cargando, hasta que los enemigos no fueron más que polvo espacial, y las manos de Kris atenazaban los mandos.
—Ahora, otra vez.
Y eso hicieron. Más allá del puente, Kris pudo oír a la tripulación ejecutando maniobras para cualquier posible eventualidad, desde una ruptura del casco a un fallo de contención del reactor. Solo escuchó la maniobra de evacuación una vez; aquella en particular no debía de gustarle mucho al capitán. En el puente, Kris sorteó problema tras problema, disparando a los objetivos con hostilidad y abatiéndolos con láseres.
Según el reloj de la nave, era muy tarde cuando Kris regresó a su camarote.
A la mañana siguiente, el toque de diana sonó a las cinco. Kris se duchó, se vistió, engulló el desayuno y llegó al puente a las seis en punto. Los simulacros empezaron de nuevo.
—Habéis tardado demasiado en ocuparos de esos capullos. Quiero verlos reducidos a polvo en quince minutos desde el primer contacto. Addison, más agresividad. Longknife, utilizas demasiados disparos para ubicar el objetivo. No desperdicies energía situando al objetivo. Alcánzalo y punto.
Kris pensó que era mucho más complicado hacerlo que decirlo. ¿Cómo iba a saber qué dirección iba a tomar el enemigo? Pero cerró la boca y, en aquella ocasión, pasó un poco más de tiempo evaluando el comportamiento de sus objetivos. Sí, el capitán los ha programado para que disparen tanto como él. En los dos siguientes simulacros, el enemigo se aproximó a gran velocidad. Y Kris mejoró su precisión.
—Bien hecho, alférez. Piense como ellos.
—Si asume que van a entrar a degüello, señor —respondió Kris.
—Si no lo hacen, alférez, será su funeral. Solo hay una regla en la guerra: pega primero y pega duro. Todo lo demás solo sirve para que haya muchas viudas en nuestro bando.
—Sí, señor —contestó Kris, la única respuesta que él hubiese aceptado.
—¿Cuándo vamos a ir a por esa flota de batalla terrestre? —preguntó Addison.
—En cuanto nos den la orden, alférez —le informó el capitán.
—Sí que están tardando esos vagones de batalla terrestres.
—He oído que su diseño deja mucho que desear. —El oficial ejecutivo sonrió—. Tuvieron que reducir la presión medio g para que todos los componentes permaneciesen en su sitio.
—Pero como uno o dos alcancen la órbita del planeta se acabó Alto Bastión, se acabaron los elevadores y toda la gente que haya debajo —observó el capitán.
Por supuesto, pensó Kris, la Tierra podría haber rebajado medio g la presión para que los políticos tuviesen más tiempo para solucionar aquel desastre. Se guardó aquella idea para sí; estaba a bordo de un navío de guerra, y su trabajo consistía en defender Bastión. El capitán iba a asegurarse de que aquella punta de lanza fuese la más afilada. Y Kris no estaba dispuesta a mellarla.
Al mediodía, mientras la tripulación estaba comiendo, Thorpe ordenó a Tom que activase la configuración de combate de la Tifón.
—Longknife, supervisa el proceso. No quiero pasarme la semana que viene buscando el armario de las escobas. —El capitán observó al oficial ejecutivo mientras hablaba, de modo que Tommy no perdió su característica sonrisa. Pese a ello, trabajó despacio y metódicamente mientras Kris lo acompañaba en la estación. Comprobó todos los cambios sin que Kris tuviese que indicárselo. Era una reconfiguración estándar; se había llevado a cabo en suficientes ocasiones como para que no hubiese el menor error. Una vez llevados a cabo todos los preparativos, Tom informó—: Estamos listos, señor.
El capitán asintió en dirección al guardia.
—Todo el mundo listo para la reconfiguración —anunció—. Todos los guardias a sus puestos.
»Adelante, alférez —ordenó el capitán, y Tommy empezó a pulsar teclas en su panel de control. Dado que la mayoría del personal se encontraba en la cantina, la configuración de esta se mantuvo. Después, los mecanismos de la nave se contrajeron. Luego, las estancias de la tripulación en el exterior de la nave se unieron, de modo que las habitaciones dobles pasaron a ser de ocho camas, y el diámetro de la nave se redujo a la mitad. Por toda su extensión, amplios pasillos se convertían en angostos corredores. Los almacenes, con grandes accesos, empequeñecieron. Por último, el aislamiento entre los mecanismos y el resto de la nave ganó espesor, y el vehículo perdió veinte metros de longitud.
»Ahora la Tifón es un auténtico navío de guerra, además de un objetivo pequeño —dijo el capitán con satisfacción—. Guardia, que toda la tripulación compruebe si falta algo e informe de forma inmediata al alférez Lien. Alférez, no pierda el tiempo intentando corregir errores. Me gusta la solución de Longknife. Vacíe todos los espacios mal ubicados, bórrelos y vuelva a crearlos en la posición correcta.
—Sí, señor —dijo Tommy mientras guiñaba un ojo a Kris. Quizá se hubiese metido en el bolsillo al capitán antes incluso de la carta de recomendación de Hancock.
Preguntándose cómo podrían empeorar las simulaciones, Kris se dirigió a comprobar su camarote. Atravesó rápidamente los estrechos pasillos para encontrar su habitación donde debía estar. Cuando ella y la sobrecargo Bo comprobaron que su equipo también se encontraba en su sitio, supervisaron a paso ligero los camarotes de las mujeres. No había problemas; incluso las quejas habituales por tener que compartir la habitación con otras siete personas habían desaparecido.
—Esta vez están asustadas de verdad —murmuró Bo mientras se marchaban.
De modo que Kris llegó tarde a comer. Después de ver reducido su tamaño, la nave carecía de sala de oficiales; estos debían compartir el almuerzo con el resto del personal en la cantina. La mayoría de los tripulantes ya había comido, con la excepción de la tripulación del puente y, al parecer, los ingenieros de supervisión. El oficial ejecutivo presidía una mesa alejada de la puerta y apartada de las demás. El comandante Paulus, oficial ingeniero de la nave, estaba rodeado por sus oficiales y hombres en una mesa lo más alejada posible de la del director ejecutivo. Tommy se había unido a los ingenieros y seguramente estuviese demasiado inmerso en alguna discusión sobre nanotecnología de esas que tanto le gustaban. Conteniendo un suspiro, Kris se dirigió hacia un asiento libre al lado del oficial ejecutivo, quedando codo con codo con el oficial de comunicaciones y el teniente de la nave, quienes, junto al oficial ejecutivo, cumplían turnos de ocho horas siete días a la semana como oficiales de cubierta.
Kris y los otros dos alféreces también debían ocupar sus puestos como oficiales de cubierta. O al menos es lo que debía ocurrir si la Tifón tuviese quince oficiales a bordo. Pero estaban en tiempos de paz. ¡Claro! Durante el último viaje, Kris había permanecido en su puesto como oficial de cubierta y había sido relevada por mayores y suboficiales de primera. Se preguntaba en qué medida cambiarían las cosas durante aquel viaje.
—Así que las cosas se complicaron en Olimpia —comenzó el oficial ejecutivo cuando Kris se sentó.
—Tenían un problema con los bandidos —se limitó a decir Kris.
—¿Y ya no lo tienen? —preguntó el oficial de comunicaciones.
Kris sopesó su respuesta con precaución mientras saboreaba un pedazo de carne con patatas y judías.
—Nos ocupamos de algunos de los elementos hostiles. Alimentamos a los hambrientos. Problema resuelto.
—Bonita versión de algo que, por lo que he oído, fue todo un tiroteo —insistió el oficial ejecutivo.
—Hubo momentos de gran tensión —confirmó Kris.
—Entonces, ¿quiere vivir la misma tensión aquí? —El teniente de la nave sonrió de oreja a oreja.
En la minúscula cadena de mando de la Tifón, era el jefe de división de todos los oficiales menores que no formasen parte de la división de ingenieros y, por lo tanto, jefe de Kris.
—Prefiero esperar que triunfe la sensatez —dijo, mirando a sus judías.
—Que Dios nos salve de la sensatez —añadió de pronto el oficial de comunicaciones.
—Esta situación ha estado fraguándose durante años —dijo el oficial ejecutivo—. Los burócratas de la Tierra no han hecho más que encadenarnos. Diciéndonos esto, ordenándonos aquello. Es hora de que hagamos lo que tenemos que hacer, no lo que nos dicten unos calientasillas bien pagados de ese planeta.
Kris no tuvo que añadir nada, así que se concentró en la comida. El oficial ejecutivo llenó el silencio con todos los argumentos a favor de la guerra con los que ya estaba familiarizada. Racionalmente, no suponían ninguna diferencia para Kris. Pero ¿no le había advertido el doctor Meade a su clase que la guerra se asentaba en raras ocasiones en la realidad? «Las emociones. Son las emociones las que la provocan», había dicho. Kris tomaba buena nota, pero no creía en aquellas palabras. Sin embargo, entonces parecía que el doctor sabía bien de lo que hablaba, al menos a juzgar por lo que se estaba diciendo en el comedor. Cuando hubo terminado, se levantó y recogió su bandeja.
—¿Lista para disparar a esas antiguallas terrestres? —preguntó el oficial ejecutivo.
—Dispararé a todo aquello que el capitán me ordene —dijo Kris.
—Bien, alférez. Muy bien —dijo el oficial ejecutivo con una amplia sonrisa.
El capitán Thorpe se encontraba en el puente cuando Kris regresó, después de haber tomado el almuerzo en su habitación. Tenía listas unas simulaciones que hacían que las de la mañana pareciesen sencillas. La tarde pasó rápido.
Cuando el capitán la dejó marchar, Kris encontró su habitación rápidamente. La sobrecargo Bo ya estaba roncando, recordándole a Kris (aunque no lo necesitase) los estrechos espacios de aquella nave de guerra. A las seis de la mañana del día siguiente, Kris se encontraba de nuevo en su puesto. El capitán estaba inclinado sobre el suyo, aparentemente sin reparar en la llegada de la tripulación al puente, que ya había inspeccionado las estaciones y esperaba sus órdenes.
Thorpe encendió su comunicador sin mirar hacia arriba.
—Aquí el capitán. El escuadrón de ataque rápido 6 y la Tifón han sido destinados al sistema París. Allí nos encontraremos con el resto de la flota de Bastión y naves de otros planetas listas para enfrentarse a la amenaza de los terrícolas. Desde este instante, la nave se encuentra en estado de guerra.
—Nelly —susurró Kris de forma apenas audible.
—Los medios informan de que la flota terrestre y cerca de cien escuadrones planetarios van a encontrarse en el sistema París para decretar su retirada oficial de la Sociedad de la Humanidad. El sistema París es prácticamente inhabitable, con un número poco habitual de puntos de salto creados por la colisión de dos sistemas desde la creación de los puntos de salto por los alienígenas.
—Ahórrame las formalidades —ordenó Kris mientras se formaba un nudo en su estómago—. Se supone que esta es una reunión pacífica, ¿verdad?
—Llegan noticias e informes desde todo el espectro, apostando por la guerra, la paz o cualquier alternativa arriesgada, reflejando generalmente distintas posiciones editoriales o comentarios del pasado.
—¿Qué dice el primer ministro?
—Dice que esta será la paz de nuestro tiempo. —Kris recordó aquella cita, hurgó en su memoria, encontró su origen y no le gustó a qué estaba ligada.
—La responsabilidad de la nave es mía —anunció el capitán—. Puedo sacarnos de este puerto. Así que vamos a empezar por poneros unas simulaciones muy complicadas a vosotros tres. —De modo que Kris se puso en marcha y se pasó el resto del día superando las pruebas del capitán. Le dolían los brazos y las manos hasta el punto de que se desplomó sobre la cama, rindiéndose al sueño antes de quitarse los zapatos.
A la mañana siguiente, la sobrecargo Bo estaba lavándose los dientes cuando Kris se despertó.
—Estabas tan dormida que no has oído el toque de diana —le informó, con la boca llena de dentífrico—. Imaginé que te vendrían bien unos minutos de descanso. ¿Sabes que se te movían las manos mientras dormías?
—Estaba soñando con escenarios de batalla —admitió Kris.
—Bueno, pues estabas empleándote a fondo.
Kris se desvistió, se metió en la ducha y dejó que el agua cayese sobre ella durante medio minuto antes de caer en la cuenta de lo que se le había olvidado preguntar. Cogió una toalla y le preguntó a la sobrecargo:
—¿Recuerda si dimos algún salto ayer por la noche?
—No, los saltos siempre me despiertan. Por muy profundamente que esté durmiendo, siempre consiguen interrumpirme el sueño.
—Nelly, ¿anunciaron algún salto durante la noche, o me perdí alguno ayer?
—La nave aún no ha saltado fuera del sistema Cambria.
Kris levantó la mano, estimando su peso.
—Una g, puede que un poco más.
—Una con veinticinco g, señorita. Caray, pensaba que los del puente erais los primeros en enteraros de estas cosas.
—El capitán debió de dar la orden mientras dormía. Debíamos haber llegado a cualquiera de los puntos de salto de Cambria hace horas.
—Supongo que no vamos a utilizarlos. He oído que estamos en guerra o algo así —dijo la sobrecargo con un tono áspero—. Quizá los mandos estén optando por opciones inesperadas.
—Sí —dijo Kris. El capitán los había sometido a muchas simulaciones, así que ya debía de haber dejado de pensar como si estuviesen en tiempos de paz. Pero si los habían hecho viajar a través del elevador, a bordo del Viajero Feliz, ¿por qué no utilizar el salto menos transitado?—. Nelly, registra la aceleración de la nave y avísame de qué salto utilizamos.
—Sí, señora. —Kris se alegró de que fuese a obedecer, porque sus días estaban desvaneciéndose rápidamente, perdidos en situaciones ficticias. Los objetivos se movían cada vez más deprisa, dando bandazos y moviéndose en zigzag. De vez en cuando aparecían naves amigas a las que también había que prestar atención. El espacio se volvía más reducido a medida que planetas y lunas se incorporaban a los ejercicios, alterando las maniobras con su gravedad.
—Maldita sea, Addison, has acelerado tanto que nos has empujado hacia la gravedad. Hemos pasado a esos cabrones a tal velocidad que ya no podremos dar la vuelta.
—Lo siento, señor. Los vi y fui a por ellos.
—Eso está bien cuando estás en el espacio, pero en los combates de verdad las batallas tienen lugar allí donde hay algo por lo que merece la pena luchar. Nueve de cada diez batallas contra la unidad y los iteeche se libraron a doscientos mil kilómetros del planeta. Acostúmbrese a trabajar con gravedad, alférez, o buscaré a alguien capaz.
—Sí, señor.
—Y Longknife, ¿por qué no los abatió cuando pasábamos a su lado?
—El ratio de aproximación y la cadencia del disparo excedieron la capacidad del sistema de ubicación de blancos, señor.
—No le he preguntado por qué el ordenador no le permitió fijar el blanco, le he preguntado por qué no disparó.
No quería desperdiciar la energía del láser, pero aquella no era la respuesta que quería escuchar el capitán.
—No tengo excusa, señor.
—Esa respuesta la salvará de más preguntas, alférez, pero no le servirá cuando el enemigo abra esta nave como una lata y arroje a sus compañeros al vacío. Si tiene la oportunidad de disparar, hágalo. Ya me preocuparé yo de la energía. ¿Comprende?
—Sí, señor. —Kris también observó que no había usado ningún eufemismo. Los navíos de la Tierra habían pasado a ser el enemigo, lisa y llanamente. A su fatigado y aletargado cerebro le resultaba difícil recordar con claridad que el abuelo Peligro le había dicho que estaba haciendo todo cuanto se encontraba en su mano para impedirlo. Kris ya solo podía reaccionar con las manos.
Pasaban el día entero disparando los láseres de la nave; no le sorprendía seguir haciéndolo mientras dormía. Como un autómata bien entrenado, reaccionaba casi sin pensar. Aquello era lo que Thorpe quería y eso era lo que Kris le proporcionaba. Las rápidas sonrisas que él dispensaba hacían que mereciese la pena.
No recibió muchas sonrisas el resto de la tarde, mientras los pozos de gravedad zarandeaban la simulación de la Tifón de acá para allá, haciendo que las marcas de Kris fuesen paupérrimas. Aquella noche, Kris caminó como un zombi hasta su habitación. Sorprendentemente, Bo seguía despierta.
—La tripulación está un poco tensa —dijo la mayor mientras Kris se quitaba su uniforme calado de sudor. Bo la ayudó a retirárselo y lo echó a la lavadora—. El capitán no ha compartido la trayectoria de la nave en la pantalla de la cantina.
—Eso solo se hace en tiempos de paz —dijo Kris mientras se ponía la parte superior del pijama—. Ahora estamos en guerra.
—Sí, pero ¿no le parece demasiado?
—Conoce a Thorpe mejor que yo; pero en lo que a mí concierne, no pienso rebatirle nada.
—Hoy saltamos, temprano. ¿Lo notó?
—En absoluto. Nelly, ¿qué salto utilizamos?
—Noventa y nueve por ciento de probabilidades de haber utilizado el punto de salto India.
—¡India! —Kris se esforzó por mantenerse despierta. Alfa, Beta y Gamma eran los puntos de salto del sistema que se empleaban con más frecuencia, en ese orden. India no se empleaba jamás—. ¿Cuál es el factor de seguridad de India? —Los puntos de salto oscilaban en su órbita por dos, tres e incluso más estrellas. Cuanto más oscilaban con respecto a cualquier estrella, más probable era que enviasen una nave en un mal salto hacia un destino incierto. Sin embargo, incluso en aquel momento, las naves de pasajeros solo empleaban aquellos puntos con niveles de seguridad A o B, y los empleaban lentamente. La Marina era un poco más atrevida; acostumbraba a utilizar saltos de categoría C o D.
—El punto India del sistema Cambria pertenece a la categoría F.
—Sí que estamos en pie de guerra —suspiró la sobrecargo Bo.
—Nelly, proyecta la ruta más corta desde el punto de salto India al sistema París. Muéstramela. —Un holovídeo se proyectó desde el hombro de Kris para bailar en el aire entre ella y Bo. Tres largos saltos los transportaban mucho más allá del espacio humano, lo que constituía una violación del tratado de Bastión. Sin embargo, el último los llevaba de vuelta a su destino.
—Llegaremos al punto de salto Kilo, ubicado en el sistema París. No se ha usado recientemente. Asumiendo que siga a cincuenta mil kilómetros de su última posición registrada, allí será donde lleguemos. —El holovídeo expandió el mapa del sistema París. Cinco soles bailaron entre ellos y, en el caso de los dos más pequeños, a través de las órbitas de muchos de los quince planetas y los asteroides que señalaban la ubicación de dos más. Dos gigantes gaseosos proporcionaban estaciones de suministro a los seis puntos de salto que apoyaban docenas de importantes rutas de transporte. Si Olimpia proporcionaba acceso a buena parte del sector exterior en cuatro saltos, aquel desastre de sistema hacía lo mismo en tres, pudiendo enviar naves a la misma Tierra. Había sido una excepcional estación de transferencia durante los últimos ochenta años; ¿sería también el lugar idóneo para empezar una guerra?
—¿Cuál es el punto de salto más próximo de los que se utilizan con frecuencia? —preguntó Kris.
—Alfa. —Un cuadrado en el sistema se tornó rojo—. Es la ruta principal entre la Tierra y muchos de los planetas del sector exterior.
—¿Incluido Bastión?
—Sí. El tráfico desde Bastión utilizaba el punto de salto Delta. —Un segundo cuadrado en mitad del sistema se iluminó en verde.
—Vamos a estar justo al lado del salto que la flota terrestre seguramente emplee. —Bo frunció el ceño.
—Y a la distancia máxima de Bastión —concluyó Kris—. Asumiendo, por supuesto, que vayamos a utilizar esta ruta. Nelly, estima el tiempo requerido entre estos saltos. Infórmame, cuando no esté en el puente, si los saltos de la nave encajan con los de esa ruta.
—Buena idea, señora. Pero incluso si esa es nuestra ruta, ¿qué significa?
—No tengo ni idea —admitió Kris. También tuvo que admitir que estaba cansada, que no iba a poder dormir mucho y que necesitaba con desesperación mucho más sueño del que iba a disfrutar. Ya pensaría en ello durante su tiempo libre al día siguiente. Bueno, tampoco es que estuviese teniendo mucho últimamente. Kris se durmió profundamente unos segundos después de haberse tumbado en el catre. Sus sueños eran vividos. Daba igual cuánto pelease, los navíos de la Tierra siempre impactaban primero con sus láseres. Por muy rápido que disparase ella, los terrícolas reducían la Tifón a pedazos. Una y otra vez buscaba los rostros de Tommy, Bo y sus marines mientras se ahogaba en el vacío del espacio.
A la mañana siguiente, después de engullir el desayuno, se dirigió al puente para encontrar al cabo Li de frente.
—Señora Longknife, el capitán no ha comunicado el rumbo. Estos saltos no se ajustan a los de ninguno de nuestros viajes anteriores. Algunos marines empiezan a preocuparse.
—Confíe en mí —le dijo Kris al cabo que había desembarcado con ella para rescatar a la niña dos meses atrás, en aquel instante eterno—. Esta nave se dirige al sistema París. El capitán solo está tomando una ruta diferente. Tenemos que dejar de pensar como en tiempos de paz.
—¿Va a haber una guerra, señora? —El rostro del cabo era una mezcolanza de emociones que no dejó ninguna duda sobre cuál era la respuesta que buscaba.
—El primer ministro y muchas buenas personas están haciendo todo cuanto está en sus manos para poner fin a esta situación de forma pacífica. Pero ya conoce al viejo. Si llega el momento de pelear, quiere que la Tifón sea el mejor navío de la flota.
—Sí, ese es el capitán. Gracias, señora. —Después de que el hombre se marchase, Kris se dirigió al puente. Sospechaba que sus palabras se extenderían por media nave antes de la hora de comer.
—Me alegro mucho de que haya podido unirse a nosotros —dijo el capitán Thorpe cuando Kris se sentó en su puesto a las seis en punto de la mañana—. Alférez Lien, hasta ahora todo ha sido un camino de rosas para usted. Addison y Longknife no han permitido que la nave reciba demasiados impactos. Así que va a tener sus propias condiciones en la simulación. Addison, sigue sin sacar partido a los pozos de gravedad. La Tifón es rápida y operamos de forma inmediata. Olvídese de permanecer en formación con el resto de la escuadra. Saque todo el rendimiento a la nave. Longknife, sigue esperando demasiado tiempo a que su ordenador le indique dónde disparar. Piense antes que esa maldita máquina. Sé que tiene instinto asesino: utilícelo.
El capitán les sometió a una sesión intensa aquel día. No le gustó nada que Kris fallase dos disparos; ambos cuando la Tifón llevaba a cabo saltos reales.
—Alférez, ha tardado tres minutos en disparar a esa nave y encima ha fallado el disparo. Maldita sea, eso es algo que no debería ocurrir nunca.
—Lo siento, señor. El salto me ha desorientado un poco. No ocurrirá durante la batalla.
—Más le vale. Addison, Longknife, descansen. Oficial ejecutivo, oficial de comunicaciones, reúnanse conmigo en mi despacho.
—Sí, señor —contestaron.
Kris y Addison se dirigieron al comedor. Kris sujetó la taza caliente con ambas manos, deseando que el calor suavizase los nudos que atenazaban sus dedos y las palmas de sus manos.
—Apuesto a que te mueres de ganas por apuntar a una nave terrestre de verdad. Estoy harto de girar la nave y sentir que no se mueve. ¡A ver si no tardamos en pelear de verdad! —gritó Addison.
—Aún no estamos en guerra —observó Kris.
—¿Qué pasa, te gusta la Tierra? Llevan ochenta años dándonos órdenes. Ya va siendo hora de que le enseñemos que el espacio pertenece al sector exterior.
—Para eso podríamos enseñarles la puerta y tomar nuestro propio camino. No es necesaria una guerra.
—¿Crees que nos dejarán marcharnos por las buenas? He oído que quieren que les paguemos por cada nave que nos llevemos. A precio de mercado. Incluso aquellas que ya habíamos comprado. Los terrícolas han perdido la cabeza.
—Y una guerra hará que mucha gente pierda algo todavía más importante.
—¿Se puede saber qué pasa, Longknife? ¿Tienes miedo?
—Addison, ¿alguna vez te han apuntado con un arma cargada?
—No. —Después de responder aquello, no supo qué decir.
—Cuando te hayan apuntado dos o tres veces, te invitaré a una cerveza y compararemos impresiones. Hasta entonces, a callar. —Kris dio el debate por zanjado y dejó la taza, que ya se había quedado fría, sobre la mesa—. Regresemos.
El capitán los dejó marchar temprano aquella tarde.
—Daos una buena ducha. Descansad. Saltaremos al sistema París mañana a las nueve de la mañana. Después, las cosas pueden ponerse interesantes.
Kris se dirigió a su camarote.
—Nelly, ¿qué punto de salto utilizaremos a las nueve de la mañana para llegar a París?
—Kilo —contestó el ordenador.
—¿Has recibido noticias?
—No. Hemos permanecido demasiado lejos del espacio humano.
Escuadrones enteros se sucedían a través de los puntos de salto, sin guías. Por supuesto, a semejante distancia del espacio humano no corrían riesgo de cruzarse con otra nave que viajase en dirección contraria. Ninguna nave humana, claro. Eso sí hubiese sido extraño.
—Kris —dijo Nelly lentamente—, me pediste que llevase a cabo mis propias búsquedas y que te avisase en caso de encontrar algo que no encajase con ningún patrón con el que esté familiarizada.
—Así es.
—Justo después de que el oficial de comunicaciones se encontrase con el capitán, cargó unos sistemas nuevos que no están activos y cuyo propósito no he podido descifrar.
—¿Crees que su objetivo es ponernos en pie de guerra? —inquirió Kris.
—Tengo una lista de todos los sistemas que han de cargarse cuando se declara la guerra. Este no forma parte de ellos. Tampoco puedo interferir en modo alguno con este software.
—¿No funciona?
—No, no da señal de actividad.
—Avísame cuando empiece a hacer algo.
—Lo haré.
Kris se frotó los ojos con los nudillos, intentando sacudirse el agotamiento de encima; sentía el cerebro adormecido. Todo aquello tenía que significar algo. ¿Por qué iban padre y el bisabuelo Ray a ordenar al escuadrón de ataque 6 que cambiase su ubicación hacia París? ¿Por qué iban a querer que una de sus mejores naves anduviese saltando a ese sistema justo al lado del escuadrón terrestre? Al lado… ¿o tras él? Asumiendo que las naves de la Tierra hubiesen llegado hacía poco, debían haberse desplazado hasta encontrarse con los escuadrones del sector exterior y hacer aquello que pretendían. ¿Cómo podía arriarse una bandera a bordo de una nave espacial?
Kris visualizó a los almirantes vestidos con trajes espaciales y, cuadrándose con atención, saludó mientras unos pobres marines retiraban la bandera con el emblema azul y verde de la proa de una nave. Nena, estás tonta. La ducha no ayudó. Se desplomó sobre la cama y no tardó en dormirse.
—Señora, ¿está dormida? —preguntó Bo al cabo de cien años.
—Lo estaba. ¿Algo va mal?
—Nada, supongo. Fue bonito lo que le dijo al cabo. Creo que quitó unas diez toneladas de miedo de esta nave.
—Qué bien —dijo Kris, tirando de la manta hacia sí.
—Se rumorea que llegaremos mañana temprano.
—Sí. —Kris no quería despertarse.
—¿Sabe qué punto de salto vamos a emplear?
—Parece que el que mi ordenador tenía previsto. Kilo, creo.
—De modo que vamos a saltar justo delante de la flota de batalla terrestre. ¿Cómo cree que se lo tomarán?
—¿Cómo voy a saberlo? —Kris apenas podía contener la frustración en su voz.
—Solo espero que los artilleros de sus naves no tengan el dedo suelto. Esas antiguallas de batalla tienen láseres con un alcance de cien mil kilómetros, y vamos a estar dentro de su rango.
Kris pestañeó y se volvió.
—Eso parece, ¿verdad?
—Estar a cincuenta mil kilómetros supone encontrarse dentro del alcance de un láser de pulsos de veinticuatro pulgadas, señora.
—No se preocupe. ¿Qué nave se dedica a rondar en torno a un punto de salto? Esos arcaicos aparatos terrestres estarán demasiado lejos como para toparse con las naves del sector exterior. Espero que alguien previsor haya traído un par de barcazas llenas de cerveza, porque los marines de ambas flotas van a beber tranquilamente mientras sus almirantes dialogan.
—Eso espero, señora.
—Pensé que le gustaría la idea de presenciar un tiroteo en directo.
—Me gustaría que mi entrenamiento sirviese de algo, pero señora, una guerra entre nosotros y la Tierra… ¡que Dios nos ayude!
—Duerma un poco, mayor. Mañana tendremos que estar como nuevos. —Kris se dio la vuelta e intentó conciliar el sueño. Pero la situación táctica del día siguiente aún le rondaba la cabeza. ¿Y si algún artillero impaciente de la flota terrestre disparaba al escuadrón de ataque 6? Bueno, para eso estaba el metal inteligente, para protegerlos. El comodoro Sampson se ocuparía de ello. Una alférez no tenía que preocuparse de nada.