Capítulo 13

13

El camión se adentró en el complejo a una velocidad apenas perceptible, como el coche fúnebre en el que se había convertido. Kris descendió del vehículo y se dispuso a ayudar a retirar el cuerpo de su única baja de la parte trasera del camión. El coronel Hancock, sin embargo, se interpuso en su camino.

—¿Cómo ha ido? —quiso saber.

—No del todo mal, supongo —respondió Kris, observando por encima del coronel para ver a tres reclutas de la base ayudando a trasladar el cuerpo cubierto por su poncho.

—Deje que ellos se ocupen de eso —le dijo el coronel.

—De él —lo corrigió Kris. Dado que el coronel no mostraba la menor intención de apartarse de su lado, ella optó por volverse hacia el cuartel general—. Será mejor que eche un vistazo a los heridos.

—Ya lo están haciendo ellos. Quiero hablar con usted en mi oficina.

—Estaré allí en un par de minutos.

—¿Como la última vez? —preguntó el coronel, arqueando las cejas.

Kris giró a la derecha y se dirigió al hospital. La oficina del coronel estaba a la izquierda; este la siguió. Tal y como esperaba, Tom estaba poniendo en práctica sus conocimientos de primeros auxilios, adquiridos durante su trabajo en las minas de asteroides, ayudando a un médico mientras un doctor civil y otro médico militar se esforzaban por mantener con vida al herido de Courtney. Kris se detuvo ante todos los afectados y trató de infundirles ánimo y esperanza. Uno de ellos escogió aquel instante para entrar en shock. Mientras Tom se apresuraba para comenzar el tratamiento, el coronel sacó a Kris del hospital presionando su codo como una tenaza.

Al cabo de un instante estaba sentada en su oficina, con un gran vaso en la mano. El coronel tomó una botella de whisky de malta y la descorchó. El aroma llenó la estancia antes de que empezase a llenar el vaso de Kris hasta el borde. Entonces hizo lo mismo con el suyo, alzó el vaso lleno de líquido ámbar para brindar y dijo:

—Ha hecho un buen trabajo ahí fuera.

Kris miró el vaso un instante. ¿En cuántas ocasiones había estado a punto de morir aquel día? ¿Importaba si lo concluía estando completamente sobria o no? Bebió un buen trago. Era un buen whisky, que fluyó suave hasta calentar su estómago, disolviendo las tensiones. Suspiró y se relajó sobre la silla.

—Supongo.

—No, alférez, lo ha hecho muy bien.

Kris bebió otro sorbo. Si lo había hecho bien, ¿por qué se sentía tan…? Ese era el problema: no sabía cómo se sentía. Quizá el bisabuelo Peligro sí lo supiese, pero ella no. Todo aquello le era demasiado nuevo, demasiado extraño, demasiado aterrador. Aunque sabía lo que diría el bisabuelo Peligro: «Mucha gente ha hecho un buen trabajo hoy. ¿Cómo puedo proponer que se les conceda una medalla? Todos los que estaban a bordo de esos camiones merecen algo».

El coronel dio un buen trago a su bebida.

—Y todos recibirán la medalla al Esfuerzo Humanitario.

Kris estuvo a punto de tirar su vaso.

—Joder, señor, esa medalla la conceden en Bastión por sentarse cómodamente y contar cajas de ayuda humanitaria. Mi gente estaba ahí fuera en el barro, recibiendo disparos, superados en una proporción de ocho a uno, a la altura de la tradición del servicio… señor. —Terminó su pequeña intervención con un trago más largo de lo que pretendía. Un fuego blanco prendió en su estómago. Por lo menos, anestesió su dolor. Después de todo lo que había sucedido aquel día, tendría que sentir dolor por alguna parte.

El coronel dio un sorbo.

—Lo sé, Kris, pero ¿fue una situación de combate?

—No sé qué otra jodida cosa fue, señor. Si aquella no era una situación de combate, alguien olvidó decírselo a las malditas balas.

Él asintió.

—Lo sé. Entonces, ¿está preparada para declarar que esos ciudadanos están armados en rebelión contra el Gobierno legítimo de Olimpia?

Kris reaccionó a aquella pregunta parpadeando con perplejidad, intentando asimilar su significado sin conseguirlo. Se retiró a un nuevo trago de su bebida.

—Aquí no he visto ningún Gobierno legítimo. —Sus palabras estaban cargadas de amargura—. ¿Dónde está?

—Por aquí, en alguna parte. —El coronel movió su vaso alrededor, apuntando a todo y a nada—. Solo lleva funcionando una legislatura. Su constitución establece que solo puede reunirse durante una sesión de seis semanas cada tres años. Tuvieron la última antes de que el volcán entrase en erupción. No habrá una nueva hasta dentro de año y medio, a menos que convoquen elecciones. ¿Quiere que se celebren elecciones en medio de este desastre?

—Tiene que haber alguna opción contemplada para desastres como este. —Kris recordó que su padre utilizaba las leyes de Bastión para conseguir lo que quería. Eso la hizo detenerse en seco. Miró al coronel.

—El Gobierno es mejor cuanto menos gobierna —clamó con el ceño fruncido—. Es el primer artículo de su Constitución. Solo tienen permiso para elaborar cien páginas de leyes. Con el tamaño de las páginas, los márgenes y el tamaño de fuente bien detallados, para que no se hagan trampas. Los fundadores de esta colonia estaban convencidos de que aquí no iba a haber un gran Gobierno. Sin presidente ni primer ministro; solo una legislación y sus leyes.

—Entonces, ¿quién pidió ayuda a la Sociedad?

—Por lo que sé, uno de los principales granjeros del norte conoce a alguien de Bastión que forma parte del Gobierno. Bastión amparó esta misión en el Senado. ¿Puede que sea uno de sus familiares?

—Por parte de madre. —Kris gruñó y llenó su boca de whisky—. Mi padre hubiese planteado esta situación mucho mejor. Entonces, dígame si lo he entendido bien: estamos aquí para ayudar a un Gobierno que a todos los efectos prácticos no existe, y estos tíos que nos disparan no pueden ser considerados rebeldes porque no hay suficiente Gobierno contra el que rebelarse.

—¿Comprende ahora por qué estaba quedándome dormido sobre el escritorio, intentando pensar en cómo manejar este caos?

Kris jamás había escuchado a un oficial superior admitir el fracaso con tanta franqueza. Para ocultar su vergüenza, dio un buen trago a la bebida y cambió de tema.

—Necesitaremos poner más convoyes en marcha, señor. Ahí fuera se mueren de hambre. Los adultos están comiendo hierba, pero los niños no pueden digerirla. —De aquello sí podía ocuparse.

—Ya estamos en ello. Los mecánicos de Lien tendrán quince camiones operativos para mañana. Con eso tenemos para tres convoyes.

—¿Cuál quiere que dirija? —preguntó Kris mientras veía el whisky girar en el vaso.

—Ninguno. Usted va a quedarse en la base.

Kris reaccionó de inmediato.

—Señor, disparé después de que me disparasen. Fuimos emboscados por los bandidos. Hice todo lo posible por mantener las bajas civiles al mínimo. —Kris no sabía cómo incluir a su única baja. Incluso una vida perdida era más de lo que Olimpia merecía. Sí, en aquella situación, ¿cómo hubiese podido hacerlo mejor? ¿Por qué siento que la he fastidiado?

El coronel hizo un gesto con su bebida para calmarla.

—Lo sé. Ya se lo he dicho, hoy ha hecho un buen trabajo. No obstante, voy a ordenar que usted y el alférez Lien limiten sus actividades a la base.

—¿Por qué, señor?

—Se ha convertido en un objetivo prioritario, alférez Longknife. Les ha dado a los malos una paliza que no van a olvidar. Muchos de ellos la quieren muerta. Si envío convoyes de ahora en adelante, los rebeldes sabrán que no les conviene mezclarse con ellos. Si la envío a usted, alguien intentará labrarse una mala reputación. Le guste o no, ahora es la Longknife a la que todos buscan. La que los derrotó en el lodazal del Ñu. Tengo un batallón de montañeses procedentes de LornaDo que llegará aquí en cuestión de días. En cuanto lo hagan, usted y el alférez Lien se vuelven a Bastión, y quiero devolverlos allí vivos.

—¡Me está relevando, señor!

—Alférez, la estoy rotando. No pensaba hacer carrera en Olimpia, ¿verdad?

—No, señor, pero tampoco esperaba irme tan rápido.

—Es lo que ocurre en operaciones de emergencia como esta, Kris, sobre todo con un presupuesto tan ajustado. Nadie se queda más de un mes. ¿No cree que es un buen momento para marcharse?

Kris intentó calcular cuánto tiempo había transcurrido. No pudo.

—Nelly, ¿cuánto tiempo llevamos aquí?

—Una semana, seis días, ocho horas…

—Ya basta —gruñó el coronel antes de dar otro trago—. Bastante tengo con tener que oírlo de los reclutas como para oírlo de un ordenador personal. El cuerpo ya no es lo que era.

Kris bebió lentamente de su vaso, que ya casi estaba vacío.

—¿Quién dirigirá los convoyes?

—Los otros alféreces lo han tenido demasiado fácil hasta ahora. Creo que seleccionaré a uno. Ya han hecho bastante papeleo. Pero no sé si me atrevo a enviar a Pearson. La gente podría llegar a rechazar la comida.

Compartieron una sonrisa.

—Envíe a Pearson —sugirió Kris—. Necesita conocer la realidad. Puede que eso le ayude a elaborar sus políticas. Con las identificaciones robadas, no hay modo de validar quién está recibiendo la comida. ¿No podemos declarar que el planeta entero está hambriento y ya está?

—No. No todo el mundo lo está —observó el coronel.

—Ahí fuera la situación es un caos —resumió Kris.

—Hay varios civiles que no se han saltado una sola comida, Kris. De hecho, hay quienes han comido a cuerpo de rey. Puede que no tan bien ahora que ha protegido las raciones de la Marina. —El coronel volvió a saludar alzando su vaso. Ambos los vaciaron—. ¿Otro? —dijo el coronel, ofreciéndole la botella.

Kris observó el líquido vertiéndose. El bebedor es dueño de la primera bebida; la segunda se adueña del bebedor. Recordó cuánto le había costado dejar de beber. Lo humillada que se sentía cuando Harvey o una de las criadas tenía que limpiar las consecuencias. ¿Quería el coronel ver a aquella Longknife?

—Gracias, señor, pero creo que iré a dar una vuelta.

El coronel rellenó su vaso.

—Ándese con cuidado, alférez.

—Lo haré —aseguró Kris. El problema es que no sé qué corre más peligro, mi culo, mi orgullo o mi… ¿Qué?

La alférez se encontró fuera del cuartel general, bajo la lluvia. Dado que había dejado su poncho en el camión, sus ropas no tardaron en acabar empapadas, pero el whisky la mantuvo caliente. Podía dar una vuelta. Últimamente había caminado mucho. Vio a un puñado de jóvenes vomitando en callejones traseros, tambaleándose por las calles. La mayoría de la comida con la que se podían alimentar los estómagos hambrientos de Olimpia se encontraba en el camión. Pero la bebida siempre estaba allí donde se la necesitaba, y Kris la necesitaba aquella noche; siguió caminando.

—Nelly, no quiero hablar con nadie. Desconéctame de la red.

Kris ya había recorrido medio bloque cuando empezó a llover con más fuerza; fue entonces cuando tomó conciencia de la desapacible situación y se dirigió de vuelta a su habitación. Se tiró, empapada, sobre la cama, mirando al techo e intentando mantener la cabeza fría. Lo había hecho bien. Había perdido a un recluta, puede que a dos. Había dado de comer a unos niños muy hambrientos. Había matado a gente cuyo crimen solo era tener hambre. Había vencido a los malos. La cabeza le daba vueltas, lubricada por el whisky del coronel. Recordó las ardillas que rondaban en el jardín de casa Nuu, persiguiéndose las colas unas a otras. Mientras aquellos recuerdos se agolpasen en su mente, no tendría que plantar cara a ninguno de los recientes. Había una gotera en el techo de la habitación. Se preguntó de dónde procedería. Cerró los ojos, pero no podía dormir. Lo había hecho bien. Había matado y había estado a punto de morir. Había…

—Kris, ¿podemos hablar? —escuchó después de que alguien llamase a la puerta.

—¡No quiero hablar con nadie! —gritó Kris.

—Tom quiere hablar contigo —dijo Nelly con suavidad.

—Así que le has dicho dónde estaba.

—No, te desconecté tal y como solicitaste. No obstante, interrogó al detector de movimiento de la habitación. Supongo que dedujo que te encontrabas aquí.

Kris frunció el ceño hacia donde Nelly colgaba de sus hombros. Al parecer, su ordenador personal no se había esforzado al máximo por proteger su privacidad.

—Kris, quiero hablar contigo, en serio —repitió Tommy.

—Y yo quiero que todo el mundo me deje en paz.

—¿Los Longknife siempre consiguen lo que quieren?

—No, pero esta Longknife no está para bromas y ha olvidado ponerle el seguro a su arma. Yo que tú me largaría.

—Pero no sé si te habrás fijado en que yo no soy tú.

Kris casi podía ver la sonrisa en su rostro.

—He traído una botella —añadió.

Aquello complicaba las cosas. Maldita sea, quería otro trago.

—Abre —gruñó en dirección a la puerta.

Allí estaba Tommy, luciendo su sonrisa. En cuanto cruzó el umbral, le lanzó la botella. Ella la cogió e hizo una mueca al leer la etiqueta.

—Gaseosa.

—No pongas esa cara. Puede que sea la única botella de gaseosa que hay en esta bola de barro.

Kris arrojó la botella hacia la cabeza de Tommy, pero él la cogió al vuelo.

—¿Te importa si le digo al coronel dónde estás?

—¿Y a él qué le importa? —escupió Kris.

—Porque le metí miedo cuando me invitó a un buen trago y me dijo que había compartido otro contigo. Al cabo de un instante, descubrió lo capaz que es Nelly. Aquello no mejoró su opinión sobre las chicas ricas que se alistan en el cuerpo.

—Estoy en la Marina, no en su querido cuerpo.

—¿Puedo llamar?

—Llama de una maldita vez.

Y así lo hizo. El coronel parecía aliviado y cortó la conversación rápidamente para cancelar todas las alarmas que había hecho saltar.

—¿Por qué está tan preocupado?

—Hoy no has cobrado.

—¿Qué tiene eso que ver?

—Si no tenías esos dólares de Bastión, ¿con qué ibas a pagar las bebidas fuera de la base?

—Por eso no estoy fuera de la base. Creías que sería tan estúpida como para sacar la tarjeta de crédito a pasear, ¿verdad?

—Tenía un tío que dejó de ser inteligente en cuanto se enganchó a la bebida. No sabía qué harías tú.

—Vine aquí a coger dinero y decidí que no merecía la pena caminar bajo la lluvia. Venga, ¿contento?

Tommy se sentó en el suelo, al lado de la puerta. Kris se quedó bocabajo, con la barbilla apoyada en las manos, mirándolo.

—Menuda mierda de día —dijo Tommy.

Kris estaba lista para murmurar algo agradable en la línea de «para nada», pero no le apetecía.

—¿Por qué lo dices? —preguntó—. Hiciste lo que te ordenaron.

Tommy la miró sin pestañear.

—Supongo que no serví de mucho como apoyo.

—No te preocupes. Sé de uno que no podrá volver a hacerlo.

—El doctor dice que Shirri vivirá. —Tom optó por cambiar de tema.

—¿Ese es su nombre?

—Jeb cree que tendremos quince camiones listos para el viaje de mañana. El coronel dice que nosotros ya no podemos salir. Tendremos que compartir la diversión con los otros alféreces.

—Sí. —Kris deseó tener a mano el whisky del coronel.

—Entonces, ¿cuándo vas a compartir el dolor?

Kris pestañeó dos veces.

—¿Qué dolor?

—Ella intentaba apoyar a Courtney en la medida de lo posible —dijo Tom sin dejar de mirar a Kris—, pero no dejaban de correr hacia su flanco. Ignoraban el mío, y parecía llevarse todas las balas. Envié a gente a apoyarla, pero ellos eran demasiados y nosotros, muy pocos.

—Por Dios, había un montón —dijo Kris, recordando el barro, la lluvia, los cuerpos—. ¿A cuántos hemos matado?

—No lo sé.

—Nelly, ¿a cuántos hemos matado?

—No lo sé, Kris. No he analizado el recuento final del ojo vigía. ¿Debería?

Kris tomó aliento y se quedó mirando un desconchón en la pared sobre la cabeza de Tommy, donde el equipo de limpieza había rascado la pintura hasta dejar la pared al descubierto. Se encogió de hombros.

—No importa. ¿No te parece, Tom? Seguirán muertos y yo seguiré viva y nunca sabré si hicieron algo por lo que merecieran morir o si no eran más que unos pobres desgraciados hambrientos.

Tommy suspiró de un modo que enorgullecería a una madre irlandesa.

—No, nunca lo sabremos.

—Siempre sobrevivo. El muerto siempre es otro.

—Como Eddy. —Tom no se inmutó al pronunciar la palabra prohibida.

—Como Eddy —susurró Kris.

—Así que estás viva y te preguntas si deberías emborracharte, pero ellos están muertos y ni todo el whisky del mundo te devolverá a Eddy ni por un instante. —Tom miró al suelo—. Como tampoco impedirá que se pudran bajo la lluvia.

—Vaya, hoy estás cargado de poesía —dijo Kris.

—Es la verdad, Kris. Estás viva. Yo estoy vivo. Ellos están muertos. Así son las cosas. Cuando las balas salen disparadas, hay quien vive y hay quien muere. El que se quedó en casa, enfermo, sobrevive. La chica que salió a entrenar muere. El chico que bajó el visor de su casco vive. El viejo que se quitó el casco porque le hacía sudar y se creía a salvo… muere. Y nadie puede hacer nada al respecto. Puede que alcemos un vaso por ellos esta noche, pero nos alegramos de estar vivos. Fueron ellos los que murieron, no nosotros. Y si hubiese sido al contrario, ellos alzarían sus vasos en nuestra memoria.

Tom se encogió de hombros y miró a Kris a los ojos.

—Siempre es mejor alzar un vaso que no hacerlo.

—¿Eso crees? ¿Es mejor estar vivo? ¿Qué te hace estar tan seguro? ¿Has probado a estar muerto? Creo que voy a tomarme esa segunda copa —dijo Kris, sacando los pies de la cama.

Tom no se puso en pie, pero negó con la cabeza.

—Ya has tenido bastante.

—Nunca se tiene bastante.

—Los muertos tienen todo lo que necesitan. Y los vivos ya tienen bastante.

Kris se quedó mirándolo, sentado en un rincón de la habitación. No reaccionó, no mostró la menor intención de levantarse. No obstante, sabía que, si se dirigía hacia la puerta, él la detendría.

Durante un instante, se preguntó si podría derrotarlo. ¿Lucharía por mantenerla sobria aquella noche? Ella optó por sentarse.

—¿Qué sientes, Tom?

—No sé lo que siento. Me gustaría haberme quedado en Santa María. Me gustaría no haber venido a un lugar donde la gente me dispara y yo devuelvo los disparos. Donde hay gente a la que quería disparar. Los Longknife complicáis mucho la vida.

Entonces le tocó el turno de suspirar a Kris. Fue muy débil. Propio de una dama. Madre hubiera estado orgullosa.

—He leído tantas historias, tantos libros. Siempre me hablan de las batallas del bisabuelo Ray y del bisabuelo Peligro. Nunca hablan de cómo se sentían después.

—¿Cómo lo sobrellevaban? —preguntó Tom.

—No lo sé. No lo sé. —Kris se frotó los ojos y ahogó un bostezo. Quizá la bebida estuviese haciendo su efecto finalmente—. ¿Por qué no te marchas y me dejas dormir?

Sin apenas mirar atrás, se fue.