Capítulo 12

12

Kris detuvo el convoy cuando se aproximaron a los nogales. Desde su posición era evidente que los árboles habían sido plantados en orden, fila a fila. Cubiertos de hojas, ninguno había empezado a dar fruto. La carretera giraba sensiblemente al adentrarse en lo que había sido un pantano, formando un ángulo que ocultaba a los camiones.

Kris había planeado su batalla.

Los bandidos se encontraban a un kilómetro en el interior del bosque, desperdigados en dos filas a ambos lados de la carretera. Las dos hileras de árboles más próximas a la carretera estaban vacías pues la mayoría de los enemigos estaban apostados en la tercera, cuarta y quinta. Aquella sencilla formación había sido desarrollada por las tribus de aquel lugar hacía miles de años y recuperada una y otra vez por la sencilla razón de que funcionaba.

Siempre y cuando el objetivo no supiera que se le estaba esperando.

Y Kris lo sabía.

—Tom, coge a la mitad de tu equipo y avanza lentamente a ambos lados de la carretera. Yo llevaré a los marines y a otros dos equipos de los camiones a paso ligero hacia la derecha. Abriremos fuego, conduciéndolos a la izquierda y en retirada. No se distingue por la lluvia, pero a la izquierda hay unas colinas. Si somos capaces de llevarlos en esa dirección, no se detendrán hasta que los perdamos de vista.

—No hay problema —dijo Tom.

Las tropas, que ya habían bajado de los vehículos, se dispersaron mientras la lluvia y el viento castigaban sus ponchos. El equipo de Courtney y la mitad de otro se dirigieron al flanco izquierdo. Tom se dirigió al lado derecho de la carretera con siete soldados. Eso dejaba a Kris con catorce, ella incluida, para ejecutar la maniobra de flanqueo.

Después de agruparlos en dos equipos, les instruyó:

—Vosotros seréis el equipo de asalto A. Vosotros, el equipo de asalto B. Recordadlo y moveos solamente cuando yo os lo diga. —Le dio a su nervioso aspirante a héroe una palmada en la espalda, mientras se dirigía hacia la fila y ocupaba su lugar antes de que Kris les ordenase seguirla. Con suerte, Tom no tendría que ocuparse de todos los malos. Pero claro, eso era lo que pensaba Custer cuando dejó a Reno combatiendo en el frente y se fue a buscar un flanco que atacar, lo que lo condujo a su perdición.

Kris se sacudió de encima aquel pensamiento; disponía del ojo vigía. Le mostraba dónde estaban todos y cada uno de los malos y los no tan malos. No tendría que preocuparse por la posibilidad de caer en su trampa antes de lo que quería. Por suerte, tenía la tecnología de su lado.

El lector con la información proporcionada por el ojo vigía quedó en blanco cuando Kris atravesaba la vigésima columna de árboles y se preparaba para girar hacia los nogales. Se volvió, con trece soldados a sus espaldas, y llamó al cuartel general.

—Lo sé, lo sé, nosotros también hemos perdido la señal —contestó el coronel—. Es un software antiguo y hemos tenido que emular los componentes para que transmita información a nuestra red. Estamos reiniciándolo todo. Denos cinco minutos. Por cierto, me gusta su despliegue. Flanquearlos, ponerlos en fuga… bien pensado.

—Cuento con el ojo vigía para que me advierta de cualquier posible sorpresa.

—En cuanto compruebe que ha vuelto a funcionar, lo sabrá.

—Gracias, señor. Las cosas están empezando a complicarse por aquí. Avíseme en cuanto funcione de nuevo.

—Buena suerte, alférez.

Al haber perdido la información que le proporcionaban desde el aire, Kris optó por una alternativa a la antigua. Dos de sus marines parecían tener experiencia en campo abierto; los designó como exploradores e hizo que se adelantaran al resto. Les dio cinco árboles de ventaja y, al sexto, puso a su pequeña fuerza principal en marcha. Se suponía que los separaban quince árboles de la emboscada. No obstante, con que alguien estuviese buscando un lugar privado para hacer sus necesidades, la sorpresa de Kris se iría al traste.

La lluvia caía racheada. El viento hacía temblar las hojas de los árboles. La tierra apestaba a barro, a pantano. Kris apenas podía ver a sus exploradores; no hubiese alcanzado a ver una manda de elefantes que pasase ante ella, ni la hubiese llegado a oír. Sordas y ciegas, las tropas de Kris caminaban tras ella. No había tiempo que perder. Tarde o temprano, los malos iban a empezar a preguntarse por qué los camiones se retrasaban tanto.

—El ojo espía ha vuelto a funcionar —fue todo cuanto dijo el coronel.

—Gracias —fue la breve respuesta de Kris. Observó su lector bajo la lluvia y no le gustó nada la información que le proporcionó. Se había adentrado demasiado entre los nogales. Estaba a mitad de camino de la emboscada. Si atacaba desde su posición, había una alta probabilidad de que algunos de los bandidos se encontrasen de frente con las tropas de Tom. Eso, por supuesto, asumiendo que quien dirigiese al enemigo no estuviese dirigiendo a sus hombres hacia ella. Si lo hacía, Kris tendría la opción de atacar cualquiera de los dos flancos. ¿Debería retroceder un poco?

—Aquí el primer explorador.

—Sí —susurró Kris. El primer explorador estaba muy adelantado, próximo a la emboscada.

—Tengo a dos de los malos acercándose hacia mi posición, muy encariñados. Un hombre y una mujer.

—Agáchate —dijo Kris, aunque probablemente fuese innecesario que se lo indicase.

—Eso es lo que él le acaba de decir a ella.

Kris ordenó a todo el mundo que echase cuerpo a tierra y se agazapó tras un tronco que, maldita su suerte, era demasiado delgado. Comprobó su ojo vigía, encontró a su explorador, localizó dos pulsos acelerados y oteó en su dirección. Algo de movimiento llamó su atención.

Sí, había una pareja. Ese era el problema de aquella sección. Estaba cubierta de matorrales. Hasta entonces, todo cuanto obstaculizaba la visión eran unos cuantos árboles. Y la lluvia. Muchísima lluvia.

Kris se encogió en su posición, intentando volverse invisible. A su espalda, la columna hizo lo mismo, tanto como podían unos chicos de ciudad. Kris se concentró en la pareja que tenía ante ella. Había leído en alguna revista femenina el porcentaje de hombres que abrían los ojos mientras hacían el amor frente al porcentaje que los cerraba. Había olvidado cuáles de ellos eran los mejores amantes. Solo esperaba que aquel tipo fuese de los que cerraban los ojos.

Entonces el viento amainó y alguien estornudó a sus espaldas.

Con la lluvia y la humedad, los catarros se habían convertido en una epidemia en Olimpia. Y para cuando desarrollaban una vacuna contra la primera cepa del virus, Olimpia ya había producido la segunda. Los médicos se volvían locos a la hora de fabricar nuevas vacunas. Así que todo el mundo sufría un par de días de catarro al mes. Kris esperó que el tipo que estaba ante ella imaginase que quien había estornudado era uno de los suyos.

Efectivamente, perdió el interés, pero volvió la mirada hacia la emboscada. La chica dijo algo. Él le susurró que se callase. Todavía tumbado, apuntó con su arma, y en aquella ocasión en dirección a Kris. Esta quitó el seguro de su fusil, pero no se movió. Esperó.

El hombre gritó algo, se separó de la chica y disparó dos veces en una dirección donde no había un solo soldado.

—Tranquilo todo el mundo —susurró Kris a la red—. Está disparando contra fantasmas. No vayamos a darle algo real contra lo que disparar.

La chica no se levantó. Parecía estar animándole a concluir lo que había empezado. Pero el hombre se puso en pie, con los pantalones bajados hasta las botas y su arma desenfundada. Avanzó unos pasos cortos hacia Kris, inspeccionando la arboleda. Cuando dejó de mover la cabeza, sus ojos se clavaron en ella. Tenía el fusil listo; se lo llevó al hombro, apuntando a la joven alférez.

Durante un segundo, se miraron el uno al otro. Kris también lo apuntaba a él. Sabía que aquel sublevado dispararía primero, pero tenía que intentarlo.

Entonces su cabeza desapareció de la mira cuando un explorador lo abatió con una ráfaga de dardos.

En ese momento la chica se incorporó sobre sus rodillas, sujetándose los pantalones con una mano y llevándose la otra a la boca para ahogar un grito. Se revolvió donde estaba y se alejó en dirección a la emboscada, medio corriendo, medio gateando.

Kris cambió la munición de su fusil a dardos tranquilizantes y disparó una andanada sobre la chica. El viento los dispersó por todas partes, pero tres de ellos impactaron en las desnudas posaderas de su objetivo. Se desplomó sobre el barro y se deslizó hasta chocar contra un árbol.

—Grupo de flanqueo, avanzad conmigo, en oleadas. Equipo de asalto B, preparaos para proporcionar fuego de cobertura desde esta fila de árboles en cuanto dé la orden. Equipo de asalto A, avanzad conmigo. ¡Ya! —Kris se incorporó y echó a correr en cuanto concluyó la última palabra. Su equipo fue un poco más lento, pero no tardaron en levantarse.

—No disparéis, pedazo de idiotas —gritó una voz, intentando hacerse oír bajo el viento—. Los camiones todavía no han llegado. ¿Quién está disparando?

—Creo que es Kars. Él y su chorba abandonaron la línea hace un minuto —gritó otra voz.

—Bueno, pues dile que mueva el culo hasta aquí. —Kris aprovechó la confusión para que el equipo de asalto B avanzase a la tercera fila de árboles. Estaba dirigiendo al equipo de asalto A, a paso ligero, cuando un sorprendido bandido apareció en sus narices.

Y ella disparó.

—Fuego a discreción. Repito, aquí la alférez Longknife. Abrid fuego. —Por desgracia, no había muchos objetivos. Estaba a doce filas de la retaguardia de la emboscada, a más de trescientos metros. A esa distancia, perdía visibilidad. De su lado y ante ella brotaron esporádicas ráfagas, pero solo consiguieron impactar sobre los árboles. Mientras hacía avanzar al equipo de asalto A, Kris contribuyó con algunos disparos, más para que los soldados agachasen la cabeza que para alcanzar a sus objetivos.

—Están a nuestras espaldas, idiotas —gritó la primera voz a la derecha de Kris—. Volveos. Disparad.

—Exploradores, el que está gritando está cerca de vuestro frente. Abatidlo si podéis.

Cinco árboles a la derecha de Kris, dos figuras uniformadas avanzaron encogidas, apuntando con sus armas.

—Lo estamos buscando, señora.

Le tocaba avanzar a Kris. Hizo un gesto para que ellos se adelantasen.

—Spens, vigile nuestro flanco izquierdo, no vayan a rodearnos.

—Ya me he ocupado, señora, y deberíamos expandirnos en esa dirección. Formamos un frente demasiado estrecho. —El flanco izquierdo de Kris y su conexión con el centro de Tom informaron de sus movimientos.

Kris se echó a tierra al lado de un árbol, a unas ocho filas de la emboscada. Había gente dirigiéndose hacia ella, en el frente. Echó un vistazo a la línea, disparando ráfagas que alcanzaron a un árbol por aquí, al suelo por allá. Todos aquellos que se encontraban próximos a sus disparos se arrojaron a tierra mientras astillas y barro caían sobre ellos. Un hombre, tras el resto, les gritó mientras hacía gestos con su arma. Kris lo miró fijamente, apuntando. Tres disparos le alcanzaron en el pecho, proyectándolo hacia atrás.

Cinco personas se lo quedaron mirando y después echaron a correr. Otras se precipitaron a tierra e intentaron enterrarse en el barro. Kris disparó una prolongada ráfaga a los árboles que se extendían sobre ellos, y media docena a la tierra que dejaban atrás. Después los ignoró y comprobó el flanco derecho. Más movimiento.

—Equipo de asalto B, con nosotros. Vamos a ocuparnos de esta fila de árboles.

Hizo una señal para que la segunda oleada avanzase y ordenó a los dos reclutas más próximos que se dirigiesen a la derecha. Sus tropas estaban repartidas en un frente demasiado estrecho. Kris echó mano de su lector para comprobar la información del ojo espía. El enemigo parecía desorganizado; algunos avanzaban, otros retrocedían. Cambió de ubicación para comprobar cómo iban las cosas en el frente de Tom.

Entonces la imagen desapareció y todo lo que podía consultar en la pantalla era un fondo negro.

—¡Coronel! —chilló.

—Estamos reiniciando.

—Habremos terminado para cuando vuelva a funcionar —protestó Kris mientras introducía el lector en su bolsillo.

—Tengo mucha actividad y movimiento en mi frente —gritó Courtney a través de la red—. Hay mucha gente disparando y avanzando hacia nuestra posición. Creo que intentan rodearnos.

—Convéncelos de lo contrario —le ordenó Kris.

—He visto a un par intentando huir. Uno de los suyos les disparó. Me he ocupado de él, pero hay muchos y no estoy segura de poder mantener la línea. —Las palabras de Courtney iban acompañadas por el sonido de los disparos.

—Maldita sea, ¿por qué las cosas no salen según lo previsto? —lamentó Kris entre gritos. Miró rápidamente a su derecha. Los dos marines exploradores seguían conteniendo al enemigo, apoyados por dos reclutas. Sí, uno de ellos era el aspirante a héroe—. Reclutas y marines a mi derecha: mantened este flanco mientras avanzamos. ¿Entendido?

Recibió cuatro respuestas afirmativas. Nadie tartamudeó.

—Equipos de asalto A y B, tenemos que conducir a esos cabrones un poco más deprisa de lo esperado. Avanzaremos mientras disparamos en dirección a la carretera. Equipo A, preparado para avanzar. Avanzad en cuanto dé la orden, equipo A. ¡Ahora!

Kris se puso en pie, vociferando y disparando a todo aquello que se moviese. Tras ella, la mitad de su equipo disparó también. Los enemigos que avanzaban hacia ella se detuvieron en seco, aparentemente sorprendidos por la súbita aparición de tantos (o tan pocos) tiradores ante ellos. Kris echó cuerpo a tierra lejos de un tronco; quería tener un campo de visión despejado.

—Equipo B, preparado para avanzar. Avanzad. ¡Ahora!

Emergieron de sus posiciones, bramando, sin dar tregua a sus armas. Kris hizo un barrido por su frente. Una corta ráfaga puso a cuatro hombres en retirada, dejando sus fusiles atrás. Uno se giró para devolver los disparos. Kris lo abatió primero. Otro hombre estaba gritando, haciendo gestos con las manos mientras los demás huían a su alrededor. Kris apuntó hacia él, pero cayó cuando alguien se le adelantó a la hora de apretar el gatillo. Kris continuó buscando un objetivo.

Dos sujetos se apostaron tras un árbol; ambos disparaban tan rápido como podían. Kris dirigió una ráfaga hacia el tronco, rociándolos con fragmentos de corteza y astillas. Se agacharon. Uno de ellos se puso en pie en un instante y echó a correr abandonando su fusil. El otro liberó un alarido de su garganta y siguió disparando. Kris acertó entre sus ojos hasta vaciar su cargador. Tras recargar, gritó:

—Equipo A —dijo, mientras se arrodillaba—, preparado para avanzar. —La siguiente hilera de árboles estaba muy, pero que muy cerca del enemigo—. ¡Avanzad! ¡Ya!

La alférez descargó una prolongada ráfaga hacia el cielo mientras avanzaba, atravesando la fila de árboles ocupada por sus tropas hacia la siguiente sección de la arboleda. Un par de enemigos levantaron las manos y cayeron de rodillas. Kris les hubiese disparado dardos somníferos, pero no había tiempo para eso.

—¡Corred! ¡Corred, maldita sea! —gritó.

En vez de eso, se dejaron caer bocabajo, sobre el barro, mientras las balas impactaban en un árbol cercano. Kris detectó al tirador y lo abatió con una larga andanada.

La joven echó el cuerpo a tierra tras un árbol.

—Equipo B, listo para avanzar. Adelante. Tom, ¿cómo van las cosas en tu frente?

—No tengo ni idea. —Una respuesta poco habitual para un alférez—. Aquí hay gente por todas partes. Algunos están huyendo. Otros avanzan. Kris, no tengo ni idea de lo que está ocurriendo.

—Courtney, ¿puedes defenderte?

—He hecho que la mitad de la escuadra se retire para que tengan que recorrer un mayor trecho hasta nosotros. Creo que hay más huyendo que combatiendo. Puede. Dame un segundo. —Se escucharon varias ráfagas breves desde la transmisión de Courtney—. Sí, la mayoría huye.

—Exploradores, ¿cómo va el flanco derecho?

—Hay muchos objetivos, señora. Alguien los está empujando hacia nosotros y no podemos encontrar al muy cabrón. Nos vendría bien cualquier ayuda que pueda proporcionarnos.

Kris se irguió, intentando distinguir algo en aquel pavoroso fragor que los rodeaba. ¡Maldita sea! Lo que hubiera dado por treinta segundos de información del ojo vigía. El viento racheaba y empujaba la lluvia sobre su rostro cuando lo volvió hacia el flanco derecho, trayendo consigo el sonido de los disparos. Estaría ayudando a unos a costa de otros si apoyaba a Courtney en el flanco izquierdo; parecía que el derecho estaba yéndose al traste.

—Spens, ocúpate de esta línea, mantén la comunicación con el alférez Lien y sigue empujando a esos bandidos hacia las colinas.

—Sí, señora.

—Yo voy a llevarme conmigo a tres reclutas —continuó Kris, señalando a los únicos tiradores que alcanzaba a ver; uno de ellos era una marine—. Estén donde estén los otros dos marines, que se separen y vengan a apoyarme a la derecha.

—Sí, señora —obedeció ella.

Kris retrocedió hacia la arboleda, reuniendo a un puñado de hombres consigo. El sonido de los disparos era cada vez más intenso. Mantuvo a sus tropas en movimiento sin devolver el fuego, aunque de vez en cuando escuchasen una andanada en su dirección. Aquella era su última reserva.

Quien estuviese atacando a su derecha podía envolver su flanco; el día aún no había concluido. Su única esperanza era golpear de forma tan sorpresiva que se desmoralizasen y echasen a correr antes de saber qué les había atacado. A través de las empapadas gafas, Kris intentó distinguir las formas que se extendían ante ella, las señales térmicas, el movimiento, el fuego. Su frente se convirtió en un caleidoscopio de luz y oscuridad en el que no se distinguía patrón alguno.

—Señora, aquí Petro, en cabeza. Creo que veo a uno de sus hombres ante mí.

—Explorador 1, ¿puede vernos?

La respuesta llegó al cabo de una pausa.

—Negativo, señora.

—A la siguiente fila —ordenó Kris.

—Aquí Petro, señora, estoy seguro de que se trata de un recluta. Está disparando a mi izquierda, llegan tiros desde allí.

—Ya les veo —anunció el explorador 1.

—Muy bien, que todo el mundo rellene un cargador —ordenó Kris—, y tened otro a mano. ¿A alguien se le ha acabado la munición?

No hubo respuesta.

—A mi señal, tiroteadlos, vaciad los cargadores. Después, recargad y cargad sobre ellos. ¿Alguna pregunta?

Ninguna.

Kris metió el cargador en su arma. Solo contaba ya con uno de doscientas balas y las que le quedasen en el que había extraído. Iba a ser una situación muy ajustada.

—A mi señal. Tres, dos, uno, ¡ya! —En torno a Kris, el bosque cobró vida con una explosión continuada. Como un coro de cañones, los fusiles dispararon al aire, a los árboles, a la carne, en un barrido ininterrumpido. Kris había leído acerca de los minutos locos[1]. El M-6 no necesitaba un minuto entero para vaciar su cargador de doscientos dardos. El fuego combinado de los diez soldados de Kris llevó el minuto loco a nuevas cotas, superando la marca por unos cuantos segundos.

El fusil de Kris agotó la munición. Extrajo el cargador viejo y puso uno nuevo.

—Cargad —gritó mientras se volvía a poner en pie—. A por ellos —aulló.

—¡Vamos! ¡A la carga! —Un rugido sin palabras, que solo irradiaba agresividad, reverberó a través de la red mientras obedecían su orden.

Aquí y allá, los supervivientes de la devastadora andanada se echaban a tierra, temblando, intentando levantar las manos. Un hombre se irguió, gritando al resto que lo siguiesen. Kris le apuntó, pero antes de que pudiese disparar sobre él, fue abatido desde tantas direcciones que no llegó a caer, sino que se quedó de pie bailando una danza macabra, muerto pero sin desplomarse. Los bandidos más alejados ya se estaban dispersando. La mayoría ya había tirado las armas. No todos. Kris activó su megáfono.

—Todo aquel que vaya armado será abatido. —Su voz resonó a través del bosque, sobre la lluvia y el viento—. Tirad las armas y no os haremos daño. Si seguís empuñándolas, moriréis.

La mayoría de los rebeldes armados que huían no tardó un instante en corregir su error. Unos cuantos no lo hicieron. Quizá estaban demasiado confusos como para caer en la cuenta de que aún llevaban las armas consigo. Quizá eran unos matones y no estaban dispuestos a enfrentarse al mundo desarmados. Pero no había tiempo para preguntas. Kris y otros tiradores los abatieron con rapidez. Un puñado de bandidos que no murieron tras la primera andanada gozó de una segunda oportunidad para corregir su error. Algunos no lo hicieron. Más muertos.

—Hemos recuperado el ojo vigía —anunció una voz sosegada, recordándole que era la comandante de la misión. Bajó el fusil a regañadientes, se tragó la furia del campo de batalla y se esforzó por mantener la calma que se espera de un líder en esas situaciones. Tomó aire un par de veces y extrajo el lector de su bolsillo. La lluvia y el barro lo salpicaron; Kris se situó bajo un árbol y permaneció cerca de su fino tronco para guarecerse.

Los bandidos estaban huyendo de sus tropas desde toda la línea de fuego, retrocediendo hacia las colinas que se extendían al este de la arboleda. Parecía como si estuviesen confluyendo hacia el resguardo de un arroyo protegido por árboles. Podría perseguirlos sin problema. Pero entonces recordó que el objetivo de aquella batalla no era causar bajas. Prácticamente todos los que huían, si no todos, eran inofensivos.

—Coronel, ¿puede conseguirme una imagen que muestre si quedan enemigos armados?

—¿Utilizan fusiles de caza metálicos, a la antigua?

Kris echó un vistazo alrededor y vio cinco o seis armas que habían dejado atrás.

—Eso parece.

—La masa magnética es muy baja —contestó el coronel—. Todo lo metálico que llevarán encima serán los ojales de las botas y las hebillas de los cinturones.

—Gracias, coronel, pero prefiero no perseguirlos. Informe de bajas. —Kris cambió de tema de inmediato.

—He contado a dos heridos, uno de ellos de gravedad —informó Courtney—. El médico ya está aquí.

—Recibido. ¿Alguien más?

—Un herido por aquí —informó Tom.

—Mierda, aquí el explorador 1. Han… han matado…

—¿Dónde está? —dijo Kris. La recluta que tenía a su derecha estaba haciendo señales en una dirección. Con creciente preocupación, Kris hizo acopio de su última reserva de energía para ir corriendo hasta donde le indicaba.

Llegó hasta el árbol que había abandonado para reforzar el flanco derecho, a sus pies se hallaba un cuerpo tendido. La mujer que había seguido a Kris se arrodilló a su lado, sus lágrimas se mezclaban con la lluvia. El marine que había sido el explorador 1 alzó la mirada cuando Kris se les unió.

—Estaba bien. Lo juro por Dios, estaba bien. Lo vi ponerse en pie cuando ordenó la carga. Pensaba que estaba con nosotros. De verdad.

Kris miró al recluta a quien solo conocía como el aspirante a héroe. La bala le había alcanzado en la frente. Había caído de espaldas, sus ojos azules permanecían abiertos contemplando la lluvia gris. No le quedaban cargadores; el que tenía en su fusil debía de ser el último. Había compensado de sobra haberse quedado paralizado aquella mañana. ¿Cómo voy a explicar a su madre y a su padre que ganamos este día, pero que él perdió?

Miles de sentimientos, preguntas y exigencias se agolparon en el cerebro de Kris. Pero no era el momento. Tenía que ocuparse de las consecuencias de la batalla.

—Tom, que los camiones vengan hasta aquí. Que recojan a los heridos de la carretera. Hay un montón de armas esparcidas: formad un piquete y limpiad este desastre. Quiero que todas las armas que dejemos sean inutilizables.

—Señora, tengo un herido que se está desangrando —comunicó Courtney.

—Lo sé, suboficial. Controlaremos la zona hasta que hayan subido a los heridos a los camiones. Arma que encontremos, arma que inutilizaremos. Dejaremos aquí las que no nos llevemos, para que se oxiden. Y listo.

—Perdón, señora —susurró Courtney.

—Vosotros tres —indicó Kris a los supervivientes del flanco derecho—, coged a… cogedlo. —Ni siquiera conocía su nombre.

—Willie, señora —dijo la mujer mientras miraba hacia arriba—. Willie Hunter.

Kris dejó que lo cubriesen con su poncho. Recorrió la arboleda con los demás, recogiendo los fusiles y retirando sus percutores. Golpeó una pistola contra un árbol con fuerza. El impacto hizo su efecto y la empuñadura salió disparada.

Kris golpeó varias armas más hasta que Tom la llamó desde la carretera.

—Longknife, ya hemos subido a todos los heridos. Tenemos que marcharnos.

—Muy bien chicos, buen trabajo, nos vamos. Todo el mundo a los camiones —gritó. A su alrededor, los cansados soldados concluyeron lo que estaban haciendo y regresaron a la carretera.

—Tom, en cuanto suban cinco personas a los próximos dos camiones, haz que estos y el camión de los heridos se pongan en marcha.

—¿Te vas a quedar atrás?

—No, quiero que todo el mundo os siga de cerca. Pero los heridos irán los primeros, y deprisa.

—Sí, señora.

Kris contempló la carretera mientras los tres primeros camiones se ponían en marcha. Si conocía bien a Tom, sería él quien condujera el camión de los heridos. Hubiese sido interesante ir en él para ver cómo manejaba la velocidad y las curvas para que el viaje fuese lo más cómodo posible para sus malheridos pasajeros. Pobre Tommy, estaba pasando un montón de tiempo dividido entre dos formas de hacer el bien.

Kris se puso en contacto con la última granja mientras esperaba que sus equipos de asalto regresasen de la arboleda. Sí, el dueño podía recoger a los prisioneros del primer combate. Kris se despidió cuando los exploradores salieron de entre los árboles con su pesada carga; los envió al último camión. Dejaron a Willie en la parte trasera y se negaron a subir a la cabina, prefiriendo compartir la húmeda y fría parte trasera con su compañero caído. Kris quiso unirse a ellos, y estaba a punto de hacerlo cuando cayó en la cuenta de que, si lo hacía, nadie acompañaría a Spens. Había sido un día muy largo; el trayecto de regreso tampoco sería fácil. Alguien tendría que ayudarlo a mantenerse despierto.

Kris subió a la cabina. Se quitó el poncho mientras Spens se aproximaba al final de la línea de camiones, que ya estaba poniéndose en marcha.

—¿Crees que el día de hoy ha merecido la pena? —preguntó su contable.

—¿Crees que te alegrarás de volver a tus ordenadores después de hoy? —replicó.

—No lo sé. Ha estado bien salir y ver los rostros de las madres de esos niños cuando llegamos con la primera comida que han probado en mucho, mucho tiempo.

—¿Y esto? —preguntó Kris, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a la arboleda que habían dejado atrás.

—Hemos dado una lección a los malos, ¿no? No volverán a enfrentarse a la Marina la próxima vez, ¿verdad?

Kris reflexionó un momento. Habían llegado allí para dar de comer a los hambrientos… y lo habían hecho. Habían tenido una oportunidad para hacer algo bueno… y la habían aprovechado. Pero en aquel momento, el precio le pareció demasiado caro.

—Sí —sentenció finalmente—. No volverán a enfrentarse a la Marina.