Capítulo 6

6

La Tifón despegó, según lo previsto, a la seis en punto. A las siete, mientras la mayoría de la tripulación desayunaba, el oficial ejecutivo transformó la nave del modo «vehículo aéreo/aterrizaje planetario» a «aceleración/modo no combativo». Kris alcanzó el puente mientras empezaban a llegar los informes del éxito de la maniobra y de los incidentes durante la misma.

Cuando una corbeta de clase kamikaze se encontraba en modo no combativo, no era un mal lugar en el que vivir. El grueso casco que protegía la nave durante las batallas se distribuía por todo el vehículo hasta reducir su espesor, creando amplios pasillos y áreas de trabajo. El puente no producía tanta claustrofobia y cada oficial y muchos soldados disponían de sus propias dependencias. El oficial ejecutivo había llevado a cabo las sucesivas transformaciones siguiendo el manual al pie de la letra. Por desgracia, sobre todo para él, la reconfiguración no fue tan bien como prometían las instrucciones.

Kris dedujo qué aspecto no estaba contemplado en el libro. Como oficial de sistemas defensivos, había sido entrenada para redistribuir el mobiliario de la nave durante los combates para evitar daños mayores. Por lo tanto, Kris era la única oficial de los diez que había a bordo de la Tifón, además de los sesenta miembros de la tripulación, cualificada para responder a todas las preguntas concernientes a taquillas caprichosas, almacenes, cajas de herramientas, etcétera. Kris se pasó la mayor parte del viaje de regreso a la base del escuadrón 6 en Alta Cambria intentando devolver las entrañas de la Tifón al lugar al que pertenecían. El noventa y cinco por ciento de las cosas encajaron tal y como lo detallaba el fabricante.

Kris tuvo que trabajar dieciséis horas al día para ocuparse del restante cinco por ciento.

Tuvo, eso sí, sus compensaciones. La tripulación se dirigía a ella con renovado respeto mientras preguntaban a Kris por esto y aquello. Algunos alababan su buen trabajo durante el rescate. Y todos ellos, hasta el último (dueño de la taquilla 73b2 y de la caja de herramientas 23), le dieron las gracias por lo que estaba haciendo entonces. Después de cinco intentos con sus cinco fracasos, Kris descubrió que había algunos elementos que no iban a moverse a sus ubicaciones designadas: lo solucionó vaciando las taquillas que se encontraban en una posición incorrecta, borrándolas a través del sistema de transformación de la nave y creando unas nuevas en el lugar preciso. Cuando Kris terminó, la Tifón pareció estremecerse con un débil suspiro de alivio y un grito de alegría.

—Espero no tener que hacerlo de nuevo en una buena temporada —murmuró Kris para sí… y para el resto de la tripulación.

El capitán se dirigió al oficial ejecutivo arqueando una ceja, buscando explicaciones.

—Seguí el manual paso a paso —alegó el oficial—. Usted mismo lo comprobó, señor.

—Sí, así es. —El capitán rio y se volvió hacia Kris con una sonrisa en su rostro—. De acuerdo, alférez, evitaremos esta situación en el futuro. Pero antes de que se marche, envíeme un informe sobre su experiencia: lo remitiré a la unidad del comodoro Sampson, que lo revisará y lo enviará al fabricante para pedir explicaciones. Lo encontrará muy entretenido. —El equipo reunido en el puente se echó a reír y a Kris se le contagió la sonrisa del capitán. Parecía que por fin lo había conseguido. Era una alférez, parte de la tripulación.

* * *

Cuando llegaron a la base, lo primero que hicieron fue recortar sus provisiones. Exceptuando al capitán, todos los oficiales cobraron la mitad de su salario. Podían abandonar la nave durante tres meses o podían trabajar a media jornada, en turnos rotativos. Así lo habían establecido los cuatro jefes de departamento. Los seis oficiales subalternos, como Kris y Tommy, fueron informados de sus alternativas: perderse durante tres meses o solo durante las primeras seis semanas, para luego trabajar durante las últimas seis a cambio de una miseria. En cualquier caso, deberían permanecer en contacto con la Marina por si esta tuviese que reclamarlos en caso de emergencia.

Kris encontró a Tommy buscando un billete barato de vuelta a casa.

—Los de Santa María siempre supimos que estábamos en el lado equivocado de ninguna parte; pero con estas conexiones, llegaré a casa justo a tiempo para coger el vuelo de regreso.

—Hay una línea directa que parte rumbo a Bastión mañana. Podríamos estar allí en cuatro días.

—¿Y qué haría yo en Bastión?

—Hacerme compañía. Contarle a mi madre que no corrí ningún peligro ganándome la medalla que mi padre me va a colocar. Ya sabes. Darme apoyo moral.

Tom rio.

—¿Y tu madre me va a creer?

—Más de lo que me creerá a mí.

Y así, quedó decidido. Subieron a bordo del lujoso Aquiles Veloz diez minutos antes de que se cerrasen las escotillas de aire. Cada uno acabó compartiendo camarote con otros seis oficiales que se dirigían a la playa. Kris había pensado que una nave de crucero le vendría bien para relajarse. Se equivocaba.

Al día siguiente, a la hora de desayunar, chocó, literalmente, contra el comodoro Sampson, el comandante del escuadrón de ataque 6. Él la miró como si se tratara de algo horrible que acabase de aparecer de debajo de una piedra. Kris estaba acostumbrándose a que los oficiales de alto rango le lanzasen aquel tipo de miradas. Sin el uniforme puesto, se cuadró y dijo:

—Buenos días, señor.

—La alférez Longknife, ¿no es así? —contestó el menudo oficial. Kris le informó de que así era—. Realizó un informe interesante sobre el metal inteligente. Los astilleros de su abuelo lo encontrarán muy informativo.

—Sí, señor —contestó Kris, y entonces se dirigió al otro extremo del comedor, donde se reunían los bajos fondos y los oficiales menores. Durante los siguientes cuatro días, hizo todo cuanto estaba en su mano por esquivar a los oficiales de alto rango.

Cuando el Aquiles Veloz atracó en Alto Bastión, Kris pidió a Nelly que se hiciese cargo de que tanto su equipaje como el de Tommy fuesen transportados a tierra. Quería tener las manos libres mientras se desplazaba por la estación corriendo hacia el elevador. ¿Quizá, después de todo, se alegraba de volver a casa? Una señal en la plataforma anunciaba con orgullo que el contratista había solucionado un problema a la hora de leer las tarjetas de los pasajeros para poner en marcha el elevador de la órbita a la superficie, un recordatorio de que la Marina no era el único cuerpo con problemas de control de calidad. En vista de que había vagones disponibles, Kris y Tom compraron unos billetes para el cuarto nivel, desde el que podía verse todo Bastión mientras descendían.

En cuanto el vehículo abandonó la estación, se escucharon voces de asombro cuando los pasajeros vieron el planeta bajo ellos, a 44.000 kilómetros de distancia. Kris sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas. Cuatro meses atrás, se hubiese alegrado de no volver a ver Bastión nunca más. Aquel día, le parecía el lugar más hermoso de la galaxia. Sus nubes blancas se esparcían sobre océanos azules; sus tierras verdes, marrones o de un brillante amarillo en las zonas desérticas aparecieron ante sus ojos.

—Se parece a Santa María —comentó Tommy, a su lado—, pero menos hermoso.

¿Era eso lo que pensaba todo ser humano con respecto a su planeta natal?

En mitad del viaje, el vagón empezó a decelerar; Kris pasó de verse empujada suavemente contra su asiento por una presión de un cuarto de g a tener que agarrarse a las correas. Una voz computarizada les sugirió que inclinasen sus asientos ciento ochenta grados, pero Kris no estaba dispuesta a perderse aquella vista. Ya podía ver los detalles de su hogar. La bahía de aterrizaje, cien kilómetros de agua en forma de curva. La barrera de islas había convertido aquel emplazamiento en el predilecto para aterrizajes orbitales hasta que se pudiese construir una pista. La Vieja Dama, que se extendía hasta el continente sur, había impulsado el comercio en Bastión, tanto interplanetario como internacional.

—¿Qué es esa aguja? —se interesó Tommy.

—El trabajo del abuelo Alex —le explicó Kris—. La mayoría de las fábricas del tatara-ni-sé-cuántas-veces abuelo Nuu se encuentran fuera del planeta. Pero aún poseemos ese pedazo de tierra al este del río y al sur de la ciudad. La está convirtiendo en un monstruoso complejo de oficinas y apartamentos y construyendo numerosos parques a su alrededor. Solía presumir de que se podía ver el elemento central desde una órbita baja, y así es.

—¿Todo eso te pertenece?

—Pertenece a mi familia —lo corrigió Kris, sin apreciar el asombro en la voz de Tommy—. Somos una gran familia. En realidad a mí no me pertenece gran cosa.

—Ya, claro. —Tommy no parecía muy convencido.

Kris contuvo un suspiro, justo en estos momentos era cuando se arriesgaba a perder a un montón de amigos, pero habló de todas formas:

—Fíjate en esos lagos que se extienden más allá de la ciudad. Solíamos tener un barco. Honovi, mi hermano mayor, Eddy y yo nos embarcábamos en él siempre que podíamos. Hubiésemos navegado todo el verano si nos lo hubiesen permitido. ¿Has navegado alguna vez? —Ya estaba, había pronunciado el nombre de Eddy. No se le había atragantado. No se le había formado un nudo en el estómago. Había salvado a Edith; quizá ya pudiese enfrentarse a Eddy.

—La primera vez que vi agua por encima de mi cabeza fue en la piscina de la EAO —le recordó Tommy. Entonces, a solo unos cientos de kilómetros de distancia, pudieron ver la mayor parte de ciudad Bastión. Kris observó cuánto se había extendido la ciudad en torno a la bahía desde que la había visto a bordo del esquife de carreras del bisabuelo Peligro. Bueno, los ocho años de mandato de padre habían procurado prosperidad. Eso era bueno para Bastión. Y para la campaña de reelección.

Entonces, el vagón tembló al comenzar la frenada, que no cesó hasta entrar en la estación. En cuanto el vagón se hubo detenido, los pasajeros se desabrocharon los arneses y se agacharon para recoger sus equipajes de mano antes de que el vagón anunciase que podían hacerlo con seguridad. Kris no tenía prisa. Aunque Nelly le había enviado un mensaje, no había nadie con quien encontrarse en Alto Bastión. Dudaba que le quedase a alguien allí.

Mientras ella y Tommy buscaban su equipaje, Kris sintió un sorpresivo golpecito en su hombro. Se volvió y chilló de alegría.

—¡Tío Harvey! —Extendió sus brazos en torno al viejo chófer y lo abrazó mientras lo besaba en su mejilla, recorrida por una cicatriz. Costaba creer que él fuera más joven de lo que ella lo era entonces, cuando aquella batalla provocó su invalidez y le hizo acabar en aquel empleo de lujo en casa Nuu, como él calificaba su trabajo. Para Kris, siempre había sido el viejo tío Harvey, y él siempre la había llevado a los partidos de fútbol, a los columpios y a todos los lugares a los que una niña pequeña querría ir. Y se quedaba para animarla, comprarle un helado y celebrar la victoria o consolarla en la derrota. Habían pasado por lo de Eddy juntos. El tío Harvey era la única persona a la que se atrevió a confiar su miedo, su «si hubiese…». Y al compartir aquello, descubrió que no estaba sola en lo que respectaba a ese tipo de pensamientos.

—¿Dónde están madre y padre? —preguntó ella.

—Sabes que están ocupados, o no serían gente tan importante —dijo mientras tomaba su equipaje—. Viajas con poco equipaje, solo con una bolsa. No te organizabas así desde que me llegabas a la rodilla, y tampoco es que lo hicieses de maravilla.

—Ahora soy oficial, por si no lo has observado. —Kris dio una rápida vuelta para mostrar sus ropas de color caqui—. Siempre decías que en el Ejército hay que viajar con poco equipaje; bien, pues en la Marina es aún peor.

—¿Y quién es este pobre marinero que ronda a este anciano, deseoso de que lo lleven?

—Harvey, este es el alférez Tom Lien, el mejor amigo que he tenido en los últimos cinco meses. Ambos somos de costa, más o menos, aunque él de Santa María. Pensé que tendríamos espacio para él durante un par de semanas.

—En la residencia no, ya que han contratado a dos asistentes especiales. Pero caray, ya me gustaría saber qué tienen de especial. En cualquier caso, no tenemos sitio en los dormitorios. Tendré que llevarlo a la vieja casa Nuu —dijo Harvey mientras extendía el brazo hacia el equipaje de Tommy.

El joven alférez lo apartó fuera de su alcance.

—Antes me saco un ojo que dejar que un viejo canoso como tú lleve mi equipaje.

—Si eres capaz de encontrar una cana aquí arriba, te felicito, pero gracias por no llamarme calvo. Sospecho que, con tu educación, no serías capaz de llamarme algo así. —Intercambiaron sonrisas—. Venga, los dos, el coche está a un paseo de aquí. En marcha. —El vehículo le hizo recordar más momentos felices. Gary estaba en él. Con sus dos metros de altura y su físico de jugador de rugby, Gary era el guardaespaldas de Kris tanto en juegos como en restaurantes, allí donde estuviese, durante los últimos diez años.

—¿Cómo tiene la agenda madre? —preguntó Kris mientras se sentaba en el asiento trasero de la limusina—. Esperaba cenar tranquilamente con ella esta noche.

—Esta noche ambos tienen una cena de gala —observó Harvey—. Hemos recibido a una delegación visitante de bomberos de la vieja Tierra, que han venido a charlar y a poco más. Han programado una cena tranquila para mañana, con solo unos doce invitados entre tú y tu hermano.

—Dile a madre que llevaré al alférez Lien conmigo. —Detuvo inmediatamente las protestas de Tom con un gesto—. Si no estás allí, el primer ministro hará que me siente con algún viejo verde del que quiera su voto. Contigo, al menos podremos hacer bromas sobre la Marina en voz baja. —Una vez decidido aquello, Kris echó un vistazo a la ciudad. Allá donde dirigía la vista, había un edificio nuevo, de piedra o cemento, en construcción. Los edificios de ladrillo rojo que parecían tan altos cuando era pequeña estaban siendo reemplazados por edificios que se extendían más allá de su vista de adulto. Sí. Las cosas iban bien, había mucho tráfico y padre no corría el menor peligro de perder las elecciones. Cinco meses atrás, aquello era todo lo que debía hacerla feliz. Cuánto habían cambiado las cosas en poco tiempo.

A medida que se aproximaban a la vieja mansión Nuu, Harvey le contó a Tommy la historia de su juventud.

—El viejo Ernie Nuu empezó viviendo en un bloque de dos plantas allí mismo. Allí fue donde vivían él y su señora. Construyó aquella ala de tres plantas cuando empezaron a venir sus nietos. Entonces, a medida que el general traía a toda clase de personas, no como tú y como yo, añadió una nueva cocina y un comedor, un salón de baile y un par de docenas de salas de estar y estudios con un bonito pórtico con columnas. La gran biblioteca, creo, fue idea de su mujer. Entonces construyó otra ala para sus tataranietos. Dicen que el viejo Ernie construyó hasta el día de su muerte. La gente todavía jura que le pueden oír recorrer los pasillos por la noche.

—Yo nunca lo escuché —dijo Kris con el ceño fruncido.

—Nunca estabas en silencio el tiempo suficiente —replicó Harvey.

Gary sonrió.

Entonces reinó un silencio en el que se hubiese escuchado a un fantasma. Kris quiso formular la pregunta pero, antes de que pudiese pronunciar palabra, alcanzó a ver la puerta principal. Estaba vigilada por una docena de marines con armaduras de batalla y fusiles.

—Pensé que habías dicho que padre se encontraba en su residencia oficial.

—Y así es; esta patrulla está aquí para proteger a los bomberos. El general en persona ha regresado de Santa María. Tu bisabuelo Peligro vendrá hoy.

—¿Qué está pasando? —preguntó Tom.

El conductor y el guardia de seguridad intercambiaron miradas.

—Reconocimiento básico, hijo —contestó Harvey. Kris y Tommy tuvieron que mostrar sus identificaciones y someterse a un escáner de retina para demostrar que eran quienes decían ser. Cuando el coche se detuvo por última vez ante el pórtico frontal, Kris cayó en la cuenta de que entre la universidad y la Marina, había pasado mucho tiempo desde la última vez que cruzó aquella puerta. Se abrió automáticamente mientras se aproximaba; Nelly había vuelto a lograrlo. El vestíbulo estaba cubierto de sombras, pero Kris dirigió su mirada hacia el suelo.

El tataratatarabuelo Nuu estaba en su fase espiritual cuando construyó aquella sección. Las baldosas del suelo formaban una espiral en blanco y negro que comenzaba en el muro y se cerraba hacia el centro. El diseño estaba tomado de una antigua catedral de la Tierra; cuando era pequeña, Kris había recorrido aquella espiral como parte de una especie de juego. Ella caminaba sobre las baldosas negras y Eddy sobre las blancas. Siempre se encontraban en el medio. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que pisó aquellas baldosas.

La alférez que había salvado a Edith Swanson se preguntó qué sentiría si caminase por ellas de nuevo.

La gran biblioteca, a mano derecha, contaba con la presencia de más patrullas de marines, vestidos de rojo y azul. Observaron a Kris mientras atravesaba el frío suelo de mármol, como ella percibió. Era evidente que si se acercaba un centímetro más, lo más probable era que disparasen. Ella y Tommy se dirigieron directamente hacia las escaleras cubiertas por una gruesa alfombra. Kris recuperó su antiguo dormitorio en la tercera planta. Harvey se disculpó por tener que dejar a Tom al fondo del pasillo.

—Todas las habitaciones del medio están reservadas.

—¿Quiénes las ocupan? ¿No podrían trasladarse? —preguntó Kris.

—Un general, otro, un almirante y un coronel —dijo Harvey, señalando a cada puerta.

—Supongo que no pueden —concluyó Kris.

—¿Hay algún rincón, en el ático por ejemplo, donde pueda dejar el saco de dormir? —preguntó Tom, a quien le falló la voz.

—¿Tom, qué te da miedo?

—Eres una chica. No tienes que preocuparte por encontrarte con uno de ellos cuando estás en mitad de una ducha o sentada en el retrete. Yo tendré que cuadrarme continuamente, esté haciendo lo que esté haciendo. Kris, no fue esto lo que acordamos.

Harvey se volvió y apoyó una mano sobre el hombro del joven alférez.

—Sé cómo te sientes, chico. Recién salido del Ejército, con los galones de recluta aún grabados en mi alma, encontrarme cerca del general y de aquellos que lo rodeaban también era todo un trauma dentro del viejo sistema. Pero, hijo, se despiertan igual que tú y yo, todas las mañanas. Y me parece que, cuanto más ascienden, mejor lo saben. No todos los oficiales lo son, pero créeme, aquellos que acompañan al general y a Peligro son buena gente. Si no lo fuesen, no hubiesen tenido el cerebro para preguntarle al general cómo salir de este embrollo.

—¿Qué embrollo? —preguntó Kris.

—No me corresponde saberlo, pero si apostase, no apostaría ni un dólar terrestre a que la bandera de la Sociedad fuera a ondear sobre la Casa de Gobierno el Día del Aterrizaje.

—La devolución —susurraron Kris y Tommy.

—¿Queda poco? —quiso saber Kris.

—Pregúntale al primer ministro. O mejor aún, a tus bisabuelos.

Kris no estaba segura de querer encontrarse con los tipos a los que había estudiado en sus libros de historia. Además, tenía cosas que descubrir acerca de su última misión y, con todo el espacio humano en juego, no tenía tiempo para reunirse con unos miembros de su familia a los que no conocía y contarles sus problemas.

—Harvey, ¿puedo tomar prestado un coche? Me gustaría ver a la tía Tru para preguntarle unas cosas sobre ordenadores.

—A Tru le encantará —aseguró Harvey—, pero ¿por qué tomar prestado un coche? ¿Es que no conduzco lo bastante bien para ti?

—Sí, tío Harvey, pero ¿no estás muy ocupado?

—Como me quede rondando demasiado por este lugar, me dirán que vaya a cuidar de los críos del cocinero o de mis propios bisnietos. Son muy monos, pero como pare quieto, las mujeres me pondrán a cambiar pañales. Y, francamente, prefiero conducir.

Quince minutos después, Kris y Tom se encontraban en el asiento trasero de un coche mucho más pequeño que el anterior. Por supuesto que tenía tiempo, le aseguró la honorable tía Tru a Kris. Había estado trabajando en un modo de sabotear la nueva lotería local, pero su red acababa de caerse, así que no tenía ninguna prisa. Tom lanzó a Kris una inquisidora mirada y confesó no saber con seguridad cuándo exageraban sus seres queridos. Kris se echó a reír y le dijo a Tommy que Tru la ayudó a aprobar primero de álgebra en la escuela de primaria y le regaló su primer ordenador. Después, fueron al ático del apartamento de Tru; no había cambiado en lo más mínimo, aunque estaban construyendo un nuevo y reluciente complejo al lado.

—¿Me pareció entender que era una funcionaría retirada? —preguntó Tommy.

—Lo es. Compró este lugar cuando ganó la lotería hace quince años.

Tom lanzó una mirada de soslayo a Kris pero no dijo nada.

Kris cayó en la cuenta y retomó la frase:

—La tía Tru jamás haría trampas. Si pudiese ganar la lotería continuamente, ¿por qué no lo habría hecho ya? —Kris no formuló la pregunta a nadie en particular.

—Las mujeres inteligentes saben que no hay que hacerse notar. —Harvey guiñó un ojo.

Y Kris se preguntó cuánto de lo que aceptaba en su niñez sin preguntas precisaba una segunda evaluación ahora que era una mujer.

Entonces, Tru abrió la puerta y Kris se perdió en un abrazo de proporciones épicas. Madre jamás acostumbraba al contacto con otra gente y padre ni siquiera se acercaba a Kris, pero a la tía Tru le encantaban los abrazos. Kris la estrujó hasta sacarle el aire de los pulmones, como había hecho en tantas otras ocasiones. El abrazo deshizo los férreos nudos que sentía en su estómago y garganta.

Fue Tru la que puso fin al abrazo y los condujo al salón con espectaculares vistas a Bastión. Con las plantas industriales del abuelo Nuu repartidas por el resto del planeta, la capital era un lugar encantador lleno de árboles, paseos y enormes edificios regados por los meandros de la Vieja Dama. Tru había recibido noticias acerca de la experiencia de Kris en Sequim… Parecía que casi todos los planetas del sector exterior las habían oído. Hasta había fotos de su viaje en el VAL, lo que suponía que Kris no podría ocultar el tema cuando hablase con madre aunque, con suerte, ella no tendría ni idea de qué es lo que mostraban esas fotos. Tru intercambió historias con Kris sobre las pocas ocasiones en las que había acabado destinada con los novatos, esquivando balas mientras intentaba encontrar el algoritmo adecuado para acallar aquel estruendo. Kris observó la tirantez en torno a los ojos de su tía, el tono quebrado de su voz.

Tru se excusó para ir a por un té de hierbas o una limonada recién exprimida para sus invitados. Aquella era una de las normas de Tru; nada de hablar antes de tomar unos ricos y sanos refrescos. Incluso en la época ebria de Kris, una dosis de la limonada de la tía Tru sabía mejor que el bourbon. Kris sacó el ordenador que se había llevado de la escena del crimen en Sequim. Cuando Tru regresó con una bandeja, estaba sentada con toda la inocencia posible en la mesa de café.

—¿Un regalito para la tía Tru? —dijo ella, depositando la bandeja sobre la mesa.

—Está un poco viejo y machacado para ser un regalo —comentó Kris—. Se trata más bien de un rompecabezas. ¿Siguen gustándote?

—Umm —dijo Tru echando un vistazo rápido al ordenador mientras los demás se servían. Se trataba de una vieja unidad de muñeca, gruesa y pesada, de al menos doscientos gramos. Utilizaba una interfaz anticuada; ni siquiera necesitó sus gafas para verla. Tru intentó activarlo, sin éxito.

—Un formateo muy básico —observó.

—¿Podrás acceder a la información?

—Probablemente —murmuró Tru, echando un vistazo a la bandeja vacía—. Pensé que había galletas, pero parece que se me han acabado.

—Podría preparar unas cuantas —dijo Kris mientras se incorporaba de un salto. Tru le había enseñado a Kris todo lo que sabía sobre cocina. No era gran cosa, pero Tru preparaba unas galletas con pepitas de chocolate para chuparse los dedos y Kris había aprendido de una experta.

—Me has convencido —accedió Tru con una sonrisa, concentrando su mirada en la unidad. De modo que mientras Tru convertía la mesa de la cocina en el sueño dorado de un pirata informático, Kris condujo a Tom a la inmaculada cocina de su tía. Igual que durante tantos años, las sartenes esperaban a Kris en el cajón inferior de la derecha, al lado del horno. La harina estaba en un frasco blanco al fondo de la balda de la cocina. Una bolsa de pepitas de chocolate marca Ghirardelli descansaba donde siempre, en el estante superior de la despensa. El mundo había cambiado mucho, pero la cocina de la tía Tru era una de las constantes en las que Kris siempre podía confiar.

Habría mucho que decir sobre el poder curativo que ejerce sobre el espíritu dejar a una niña pequeña suelta en una cocina para que prepare galletas… o a una niña grande, tanto da. Mientras el delicioso olor los rodeaba, ella y Tom lamían la cuchara y saboreaban pedacitos de masa. Hubiesen saboreado más si Tru no hubiese expresado en voz alta su miedo a que no llegasen a cocinar nada.

Harvey se retiró a una esquina a leer, repasando las noticias y compartiendo las más extrañas con todo aquel que escuchase. Tru hurgaba en el ordenador; le había retirado la tapa y sus entrañas estaban al descubierto, listas para ser inspeccionadas.

—Este pedazo de inteligencia artificial es parte de la investigación del secuestro que tuvo lugar en Sequim, ¿verdad? —preguntó Tru, incorporando componentes de la unidad a un módulo de análisis que había construido ella misma.

—Sí —admitió Kris, haciendo una pausa para engrasar una parte del papel de horno—. Pero la policía local no parece interesada en ella. O, al menos, nadie me preguntó dónde la llevaba. Imaginé que tú tendrías más posibilidades de sacarle la información que nadie en Sequim. Y además, estuve a punto de morir en un campo de minas preparado por aquellos imbéciles, minas antipersona nuevecitas, modelo 41, que los marines no pueden permitirse, y mucho menos unos secuestradores. Quiero saber de dónde sacan toda esa tecnología. —Kris apretó los labios—. Y el dinero con el que la pagan.

—¿Cómo están investigando el caso? —preguntó Tru, centrada en su tarea.

—Interrogándolos —dijo Harvey—. Los cuatro están cantando como tenores irlandeses en un bar bien abastecido, ¿no es así? —preguntó a Tom.

—Es decir, bien alto pero sin afinar —contestó el joven alférez.

—¿Cuatro? —Kris interrumpió sus labores de cocina—. Capturamos a cinco.

—Uno sufrió un ataque al corazón al día siguiente de que lo detuvieseis —dijo Harvey sin separar la mirada de su lectura.

—Umm… —murmuró Tru antes de que Kris pudiese preguntar cuál de los secuestradores estaba criando malvas—. Estoy dentro, pero parece que el paranoico de su dueño lo encriptó todo. Parece un paquete comercial estándar. Debería descubrir información interesante en unos minutos. ¿Quiénes eran esos secuestradores? —le preguntó Tru a Harvey.

—Parece que no eran más que unos delincuentes —dijo Harvey, pasando las páginas.

—¿Y de dónde proceden?

Harvey retrocedió una página.

—La Tierra, Nuevo Refugio, Columbia, Nueva Jerusalén.

Aquello suponía una buena parte de las Siete Hermanas, los primeros planetas colonizados desde la Tierra. Los dos primeros, Nuevo Edén y Nuevo Refugio, tenían las puertas abiertas. Yamato, Columbia, Europa y Nuevo Cantón fueron habitados por poblaciones de regiones específicas de la vieja Tierra. Nueva Jerusalén había sido un caso único… y seguía siéndolo. Cinco matones de tres al cuarto de la Tierra y tres de sus superpobladas hermanas habían secuestrado a la hija del director general de una de sus colonias exteriores. Aquella situación hizo que Tru arquease una ceja.

Harvey gruñó con desdén.

—Esos malditos vagos comían gracias a las ayudas del Gobierno y no hacían otra cosa. Esos miserables debieron pensar que iban a dar el golpe de su vida en un planeta de la periferia para así poder retirarse a su casa, a pegarse la gran vida con el dinero del rescate.

A Kris no le sorprendió la actitud de Harvey. Conocía a muchos habitantes de los planetas periféricos a los que les importaban bien poco los miles de millones de habitantes de los mundos centrales que se negaban a emigrar. Kris incluso había estudiado aquel fenómeno en la universidad. No es que la Tierra y las Siete Hermanas constituyesen paradigmas del bienestar; sus incontables miles de millones de habitantes tenían trabajos acordes a sus maduras economías, pero estaban demasiado centrados en sí mismos, convencidos de su propia importancia y algo decadentes. No era una combinación que los mundos periféricos viesen con buenos ojos. Y un incidente como el que había tenido lugar solo reafirmaría las erróneas percepciones de aquellos como Harvey, lo que haría que las cosas se volviesen más volátiles.

—Así es como lo percibirían algunos. —Kris no quería enfrentarse a su viejo amigo.

—La percepción lo es todo —murmuró Tru—. Y la realidad… puede estar sujeta a cambios. —Tru concluyó con una sonrisa y se reclinó sobre la silla—. No me ha llevado mucho tiempo. Deja que lo copie en mi último hijito. Sam puede organizar los datos mientras probamos una de esas galletas —dijo Tru, y después musitó unas instrucciones a su ordenador personal para que se pusiese en marcha con el proyecto.

—Necesitan un rato más para enfriarse —avisó Kris, pero ya estaba utilizando la espátula para retirarlas del plato. Las pepitas estaban derretidas y goteaban; las galletas estaban tan deliciosas como cuando Kris tenía que subirse a una silla para alcanzarlas. Habían cambiado muchas cosas en su vida; las galletas de la tía Tru, no.

La primera docena de galletas desapareció y la segunda remesa estaba ya lista cuando la tercera entró en el horno; entonces, el informe de Sam distrajo a Tru, que se colocó un comunicador en la oreja, murmuró unas instrucciones en voz baja y rechazó las galletas que le ofrecieron. Se inclinó en la silla, con los ojos inmóviles mientras escuchaba, y sus labios empezaron a apretarse.

—Parece que encaja perfectamente con lo que dicen los informativos. Demasiado.

Kris dejó una galleta, se limpió las manos y echó un vistazo de cerca a la unidad de muñeca. Parecía vieja, machacada, un modelo estándar de unidad que cualquiera podía comprar por veinte dólares durante los últimos cincuenta años. Kris extendió el brazo para mover la luz del flexo. El interior de la unidad era un caos.

—¿Qué es esa porquería? —preguntó.

Harvey levantó la vista del papel y entrecerró los ojos.

—Parece la suciedad que se forma en la muñequera. Ya sabes, la porquería que limpias cuando se supone que deberías estar haciendo los deberes.

—Pero ¿dentro de la unidad?

—El muy bastardo debió sudar un montón y jamás la limpió, así que acabó accediendo al interior. Me sorprende que la unidad aún funcione. —Harvey negó con la cabeza, reprochando aquella falta de cuidado.

—Déjame ver eso. Oh, los ojos de tu tía cada vez son más viejos. —Tru también negó con la cabeza, apesadumbrada. Abandonó la habitación y regresó al cabo de un instante con una caja negra a la que Tom se quedó mirando fijamente. Tru la dejó cerca de la unidad y empezó a susurrar órdenes a su ordenador. Al cabo de un rato, diminutos filamentos surgieron de su caja y se extendieron hasta la unidad que estaba estudiando. Diminutos y finos hilos brillaron bajo la luz mientras viajaban sobre la superficie de la parte trasera de la unidad. Dos de ellos se unieron a algún componente y estos, a otros, y los filamentos ondearon juntos como dos olas emparejadas.

»He encontrado las entradas y salidas —dijo Tru con una sonrisa.

Kris frunció el ceño.

—¿Las entradas y salidas de qué?

—Del auténtico ordenador que hay dentro de este cacharro. Tu pobre y vieja tía Tru ha estado perdiendo el tiempo con el señuelo que han puesto como distracción. Ahora accederemos al auténtico contenido. Puede que lleve un tiempo. ¿Eso que huelo son las galletas quemándose?

Aquella remesa fue directa a la basura. Mientras Kris preparaba la siguiente, Tru y Tommy se inclinaron a observar la unidad de muñeca, estudiándola con renovado respeto.

—¿Qué hace un matón de poca monta con semejante tecnología? —preguntó Harvey.

—No hacen más que desconcertarnos con estas cosas —comentó Kris por encima del hombro mientras metía las últimas galletas en el horno.

—Sí, la verdad es que sí —coincidió Tru.

Kris se limpió las manos con un paño y se situó entre sus ancianos favoritos.

—¿Qué clase de ordenador es? Nunca he visto nada parecido.

—Y no lo verás hasta dentro de unos años —le aseguró Tru—. Los circuitos autoorganizados revolucionarán los ordenadores portátiles, como mi Sam y tu Nelly, pero el coste sería exorbitante. Algunos de mis amigos los están utilizando para operaciones encubiertas.

—¿Como esta? —preguntó Tommy.

Tru se reclinó sobre la silla, observando los objetos que se extendían sobre su mesa de cocina, como si los estuviese viendo por primera vez.

—Sí. Como esta operación.

El silencio que siguió a aquellas palabras se vio interrumpido por dos pitidos. Kris volvió su atención al horno, cuyo reloj por fin había recordado cómo poner en marcha, mientras Tru regresaba al centro de su atención. Kris empezó a colocar la siguiente docena de galletas sobre la bandeja del horno.

—No —la detuvo Tru—. Guarda la masa en la nevera. Apaga el horno y envuelve las galletas con una servilleta. Nos vamos de visita.

—¿A dónde? —preguntó Harvey.

—A casa Nuu. Kris tiene que hablar con sus bisabuelos Ray y Peligro.