Después de subir por el canal, el golondrina inicia la bordada hacia las rutas de Zanzíbar. Hacia adelante había diez barcos de velas cuadradas fondeados junto a una masa de dhow árabes. Tom Courtney los observó con atención; enarbolaban las banderas de varias potencias mercantes del hemisferio septentrional, con preponderancia de la portuguesa y la española.

No hay un solo francés a la vista, señor Tyler anunció Tom, con alivio. No le gustaban las complicaciones de compartir un puerto neutral con naves enemigas.

No concordó Ned, pero hay cuanto menos uno de la Compañía. señalaba un barco alto, príncipe de los océanos que desplegaba la majestad de la Compañía. Nos darán una acogida aún más glacial que la de los franchutes.

Tom sonrió temerariamente.

Me importan un higo. Fuera de las cortes de Inglaterra no pueden hacernos nada, y allí no volveremos por un tiempo Y agregó por lo bajo: A menos que me arrastren hasta allí cargado de cadenas. Echó un vistazo a su propio palo mayo desprovisto de toda bandera, pues no había querido anuncia su nacionalidad. En cuanto anclemos bajaré a tierra para hacer una visita al nuevo cónsul.

En Table Bay, al interrumpir su largo viaje en Buena Esperanza, había hablado con el capitán de otra nave inglesa. Por él supo que Grey tenía un sucesor en las oficinas consulares de Zanzíbar.

Es un muchacho al que enviaron desde Bombay, tras asesinato de Grey, para que asumiera las funciones consulares de la Costa de la Fiebre y para atender los intereses de la Compañía en esos mares, lo cual es más importante, por supuesto.

¿Como se llama? preguntó Tom.

No recuerdo. No lo conozco, pero todos dicen que es agrió y difícil, que está encantado con su propia importancia.

Bajo la observación de Tom, Ned llevó al Golondrina hasta la bahía; echaron anclas en aguas tan claras que se veían los peces multicolores en los arrecifes de coral, cuatro brazas por debajo de la quilla.

Llevaré a Abolí decidió Tom, en cuanto lanzaron la falúa.

Los dos desembarcaron en un muelle de piedra, bajo las murallas del viejo fuente portugués, y se adentraron por las callejuelas.

En ese calor y ese ajetreo maloliente, tan familiares, a Tom le costó creer que hubieran pasado casi dos años desde su última visita. Pidieron indicaciones al árabe que se desempeñaba como capitán de puerto.

No, no les dijo Éste. El nuevo cónsul ya no vive en la vieja casa del effendi Grey, en la ciudad. Haré que un muchacho os muestre el camino. Escogió a uno de los pilluelos harapientos de entre el enjambre que importunaba a los effendis pidiendo limosnas. Este hijo de Shaitan os guiará. No le deis más de un anna.

El niño, bailando delante de ellos, los condujo fuera del laberinto de callejuelas y edificios medio derruidos, hasta los palmares. A lo largo de una ruta arenosa, uno o dos kilómetros más allá de la última casucha, se alzaba una mansión entre muros altos. Aunque la casa parecía vieja, la pared exterior había sido reparada y encalada en tiempos recientes. El techo de la casa principal, que asomaba por sobre el muro, mostraba un empajado fresco de hojas de palma. En el portón se veían dos placas de bronce. Una decía: "Consulado de Su Majestad".

Debajo estaba el emblema de la Compañía, con sus leones rampantes, y la leyenda: "Oficina de la Compañía Inglesa de las Indias Orientales".

Un sirviente respondió a su campanillazo ante las puertas exteriores de la pared y Tom le entregó una nota para su amo. El hombre volvió a los pocos minutos. Tom lo siguió, dejando a Abolí esperándolo en el patio. La casa principal estaba construida en torno de jardines y fuentes, al estilo arquitectónico oriental. Los techos eran altos, pero en los cuartos el mobiliario era escaso. No obstante había jarrones con flores tropicales en las habitaciones por donde pasaron; esas decoraciones florales y los almohadones distribuidos en los austeros muebles de madera sugerían la presencia de una mano femenina. Por fin el criado llevó a Tom a un cuarto alto, con suelo de lajas y libreros en las paredes.

Favor de esperar aquí, effendi. El amo vendrá pronto.

Ya solo, Tom observó el ventilador que giraba lentamente y el aparejo de cuerdas y poleas que pasaba por un agujero de la pared, hacia donde un esclavo tiraba rítmicamente de una cuerda para mantener las aspas en movimiento. Se acercó a la esfinge del trono que ocupaba el centro y echó un vistazo al tintero y a los documentos apilados con precisión militar. Luego vagó a lo largo de las estanterías tratando de adivinan por su contenido carácter del hombre que venía a visitar. Los estantes estaba llenos de pesados volúmenes contables e informes encuadernados, con el emblema de la Compañía grabado en el lomo. No había nada personal a la vista y el ambiente carecía de alma. Una pisada en las lajas de la terraza, frente a la salida al patio interior, hizo que se volviera; en el vano de la puerta apareció una silueta alta y delgada. Como tenía el fuerte sol tropical a la espalda, Tom tardó en reconocerlo. El cónsul se detuvo para adaptar la vista a la penumbra de la habitación, en contraste con la intensa luz de afuera. Vestía un sobrio traje de sarga negra y cuello de encaje blanco.

Luego entró en la habitación y se quitó el sombrero de ala ancha. Sólo entonces vio Tom su cara con claridad. Por un largo instante su estupefacción fue tan intensa que no pudo moverse ni hablan. Luego se adelantó, riendo.

Guy! ¿Eres tú de veras? Y abrió impulsivamente los brazos a su hermano mellizo.

Obviamente, la sorpresa de Guy Courtney fue tan grande como la de él. Por su rostro pasaron brevemente una horda de emociones distintas; luego desaparecieron, dejando las facciones frías y rígidas. Dio un paso atrás, apartándose del abrazo.

Thomas dijo, no tenía idea de que fuerais vos. Firmasteis vuestra nota con nombre falso.

Tampoco yo tenía idea de que se tratara de ti dijo Tom, dejando caer los brazos. No respondió a la acusación de usar nombre falso; le había parecido prudente no utilizar allí su verdadero nombre, por si acaso hubiera llegado a Zanzíbar, por extraña casualidad, alguna orden de arresto por el asesinato de William. Escrutó la expresión de su hermano, buscando alguna señal de que así fuera; obviamente, no podía esperar que Guy lo amparara de la Justicia.

Se miraron fijamente en silencio por un minuto que, para Tom, pareció toda una eternidad. Luego Guy le extendió la diestra. Tom se la estrechó con alivio.

Aquella mano se mantuvo tan laxa y fría como su expresión. Después de un breve contacto se apartó para ir hacía el escritorio.

Sentaos, Thomas, por favor. Señalaba la silla de respaldo alto sin mirarlo directamente. Confió en que no habéis retornado a estas aguas para realizan ningún tipo de truco. El hecho de que utilizarais un nombre supuesto me hace pensar que así puede ser. Como Tom no respondiera de inmediato, él prosiguió: Debo advertiros que ante todo soy leal la Compañía sonaba como si estuviera invocando el nombre de Dios, por lo que inmediatamente enviaré un informe a Londres.

Tom lo miró con fijeza; empezaba a hervirle la sangre.

¡Por todos los santos, Guy! ¿Eso es lo único que te interesa? ¿No somos hermanos? ¿No quienes noticias de padre y de Dorian?

Ya estoy enterado de la muerte de padre. El barco de la Compañía que está anclado en el puerto me trajo una carta de Lord Childs y de nuestro hermano William replicó Guy.

Tom sintió una oleada de alivio ante esa confirmación de que la muerte de William aún no había llegado a sus oídos. Su mellizo volvió a poner la pluma en el tintero y prosiguió: Ya he lamentado a mi modo la muerte de padre; al respecto no hay nada más que decir. Endureció la boca. Además, tú siempre fuiste su favorito. Yo le importaba poco.

Eso no es ciento, Guy. Padre nos amaba a todos por igual estalló Tom.

Eso dices tú. Un encogimiento de hombros. En cuanto a Dorian, supe que se ahogó en el mar.

No, no es cierto. Tom no hizo ningún esfuerzo por bajan la voz. Fue capturado por musulmanes y vendido como esclavo.

Su mellizo rió sin humor.

Siempre te gustaron los cuentos ridículos. Te aseguro que, como cónsul de Su Majestad en estos territorios, tengo acceso a fuentes de información muy confiables.

Pese a esa negativa, Tom creyó detectar algo furtivo en su expresión.

No estaba allí, ¡caramba! Lo ví con mis propios ojos.

Guy se instaló detrás del escritorio, acariciándose la mejilla con la pluma.

Ah, ¿viste cuando lo vendían como esclavo? Me sorprende que no hicieras nada para impedirlo.

No, estúpido engreído, bramó Tom. Se que cayó en poder de los piratas musulmanes, que lo capturaron con vida. Y También tengo la certeza de que lo vendieron como esclavo.

¿Que pruebas tienes…? empezó Guy.

Pero su gemelo marchó hacia el escritorio y plantó las manos en la superficie, con tanta fuerza que la tinta salpicó el montón de documentos.

El testimonio de los árabes que capturamos en Flor del Mar. Y la prueba de mis propios sentidos. Dorian está vivo, te digo. Como hermano y como inglés, tienes el deber de ayudarme a buscarlo.

Guy se levantó de un salto, pálido como el hielo, con los ojos encendidos.

¿Como te atreves a venir aquí con ese estilo autoritario tuyo, a indicarme en mi propia casa lo que debo hacen? gritó, lanzando gotas de saliva.

Cielo Santo, Guy, no me provoques más. Sí no cumples con tu obligación para con tu hermanito voy a despellejarte a latigazos ese lomo de cobarde.

Esos tiempos han quedado muy atrás, Thomas Countney. Aquí el amo soy yo, el representante de Su Majestad y de la Compañía. Si te atreves a levantar una mano ante mí, serás arrojado a la cárcel y se te confiscará el barco. Estaba trémulo de ira. Y no te atrevas a predicarme, después de lo que hiciste con Canolíne.

Al pronuncian ese nombre su voz se elevó hasta convertirse alarido. Tom retrocedió como si una bala de mosquete lo hubiera herido en pleno pecho. Al mismo tiempo Guy dio un paso atrás, obviamente horrorizado por lo que se le había escapado de la lengua. Se minaron sin decir nada; en medio del silencio, un pequeño ruido hizo que ambos se volvieran hacia la puerta que daba al jardín.

Allí había una mujer. Vestía de seda china verde claro, con mangas acuchilladas y cuello alto. Las anchas faldas le cubrían los tobillos, dejando ver apenas la puntera de las zapatillas.

Miraba fijamente a Tom, como a su propio fantasma. Con mano se apretaba el cuello; la otra sujetaba los dedos del pequeño.

¿Que haces aquí, Carolina? rugió Guy. Bien sabes no puedes entran aquí cuando tengo visitas.

Oí voces tartamudeo ella. Tenía la cabellera recogida en ondas sobre la coronilla y bucles sueltos contra las mejillas, pero él notó que estaba amarillenta, como sí se hubiera levantado recientemente de alguna enfermedad. Oí mi nombre.

Seguía sin apartan los ojos de Tom.

El niño vestía delantal y cintas. Tenía la cabeza cubierta de rizos rubios. Tom vio fugazmente una carita angelical y labios rosados, perfectos.

¿Quién es ese hombre? preguntó el pequeño, señalando a Tom con una risita.

Retira a Christopher de aquí, gritó Guy a Carolina. Inmediatamente.

Ella actúo como sí no lo hubiera oído.

¿Tom? dijo, en tono de extrañeza. No esperaba volver a verte. Christopher, colgado de su mano, trató de dar un paso inseguro hacia él, pero su madre lo retuvo con suavidad. ¿Como estás, Tom?

Bien de salud replicó él, incómodo. Espero que tú también.

He estado enferma susurró Caroline, sin dejar de mirarlo. Se humedeció los labios. Desde que nació nuestro… se interrumpió, arrebolada y confusa. Desde que nació Christopher.

Lo siento mucho. Una sombra de arrepentimiento pasó por la cara de Tom. ¿Tu familia? ¿Cómo están tus padres y tus hermanas? Le costó recordar los nombres de Agnes y Sarah.

Mi padre ha sido nombrado gobernador de Bombay. Él consiguió este nombramiento de cónsul para Guy. Echó una mirada nerviosa a su marido, que seguía fulminándola con los ojos. Mi madre murió de cólera hace un año.

Lo lamento mucho. Era una dama encantadora.

Gracias. Caroline inclinó la cabeza, entristecida. Mi hermana Agnes está casada y vive en Bombay.

Pero si era muy joven, protestó Tom, recordando a las dos traviesas del Serafín.

Ya no es una criatura. Tiene diecisiete años corrigió ella.

Callaron otra vez. Guy se hundió en el sillón, desistiendo de imponer su autoridad. Involuntariamente, su hermano miró a la criatura aferrada a las faldas de Caroline.

Que niño hermoso dijo, levantando la vista hacia ella.

La joven asintió como ante una pregunta que no había sido formulada.

Sí dijo-. Es como su padre.

Tom tuvo el impulso casi irresistible de acercarse al risueño niñito para alzarlo en brazos, pero dio un paso atrás para contenerse.

¡Caroline! intervino Guy otra vez, más rígido todavía. Tengo asuntos que atender. Por favor, llévate a Christopher.

Ella pareció marchitarse; una expresión desesperada asomo a sus ojos.

Fue muy grato volver a verte, Tom dijo, estudiándola. Tal vez puedas visitarnos durante tu estancia en Zanzíbar. ¿No podrías venir a cenar con nosotros, una noche de éstas?

En la pregunta había una nota melancólica.

No creo que Thomas se quede tanto tiempo como para hacen visitas sociales. Guy volvió a levantarse, ceñudo, como para acallarla.

Es una gran pena musito ella. Entonces debo despedirme ahora. Levantó al pequeño. Adiós, Tom.

Adiós, Caroline.

Llevando a Christopher en brazos, cruzó la puerta con un siseo de faldas. Por encima de su hombro, el niño clavó en Tom una minada solemne.

Los dos hermanos guardaron silencio por largo nato. Por fin Guy dijo, en voz fría y dominada:

Mantente lejos de mí familia. No toleraré que vuelvas a dirigir la palabra a mi esposa. Ya una vez te desafié a duelo y lo haría otra vez, sí me provocas.

No me haría nada feliz tener que matarte. Nunca fuiste espadachín, Guy dijo Tom. Y pensó en William. La culpa seguía siendo un nudo en la boca del estomagó. No tengo ningún deseo de entrometerme en tu vida privada. Desde ahora en adelante sólo tendremos contacto por negocios. Podemos acordar eso.

Por desagradable que me resulte cualquier tipo de contacto contigo, estoy de acuerdo respondió Guy. Y lo primero que debo hacen es repetir mi pregunta: ¿piensas efectuar algún tipo de tráfico en estas aguas? Del puerto me informan que tu banco está muy cargado. Tienes licencia de la Compañía para comerciar. ¿Traes mercancías?

Estamos a ocho mil millas de Londres, más allá de la línea señor, y no te reconozco autoridad, según la ley inglesa, interrogarme sobre mis intenciones ni interferir con ellas.

A Tom le costaba dominar su genio. Mi principal interés sólo Dorian. ¿Has hecho averiguaciones sobre él ante el sultán de Zanzíbar?

Guy se puso nervioso.

No he tenido motivos para abordar al sultán al respecto. Te prohíbo que lo hagas. He logrado establecer relaciones con él y ahora contempla favorablemente a Inglaterra y a la Compañía. No quiero que nadie altere ese estado de cosas haciendo acusaciones contra su señor, el príncipe al-Malik.

La expresión de Tom cambió abruptamente.

¿Cómo sabias que fue al-Malik quien compró a Dorian? Yo nunca mencioné su nombre.

Guy pareció confundido y calló por varios segundos, buscando una respuesta.

Al-Malik es el señor soberano de esta costa. Es natural que yo supusiera…

¡Por Dios, Guy! No es natural que supusieras nada! Tú sabes algo de esto. Si no me lo dices, yo mismo hablaré con el sultán.

¡Nada de eso! Guy se levantó de un brinco. ¡No voy a permitir que destruyas toda la obra que he hecho aquí!

No puedes impedídmelo.

Escúchame. Cambió de tono. Muy bien, te diré la verdad. A mí También me llegaron rumores sobre un niño blanco y pelirrojo que estaba en manos de los árabes. Naturalmente pensé en Dorian e hice averiguaciones ante el sultán. El prometió enviar un mensajero al príncipe al-Malik para averiguar la verdad. Estoy esperando noticias del príncipe.

¿Por que me mentiste? ¿Por que no me lo dijiste de inmediato? acusó Tom. ¿Por que tuve que arrancártelo por la fuerza?

Porque te conozco bien. No quería que te precipitaras, provocando antagonismo en el sultán. Mis tratos con él son muy delicados.

¿Cuándo hiciste esas averiguaciones? inquirió Tom.

No quiero que te metas en esto. Su hermano evito la pregunta, pese a la insistencia. Lo tengo todo controlado.

¿Cuándo fue?

Hace algún tiempo. Guy bajó la vista al escritorio. Los tratos con los árabes tardan lo suyo.

¿Cuándo? Tom le acercó la cara.

En cuanto llegué a la isla, admitió su gemelo. Un año.

¿Un año? ¡Un año! Bueno, creedme que no voy a esperar tanto. Hoy mismo me presentaré al sultán para exigirle respuesta.

Lo prohíbo, gritó Guy. Soy el cónsul.

Prohíbe todo lo que quieras, Guy dijo Tom, ceñudo, voy camino al fuerte.

Haré llegar un informe completo sobre tu conducta al Childs amenazó el otro, desesperado-. El barco de la compañía que está en el puerto zarpar hacia Inglaterra dentro de pocos días. Lord Childs descargar sobre ti toda la ira de la empresa.

Ninguna de tus amenazas impedirán que busque a Dorian. Envía todos los informes que se te antojen, Guy, pero pasará más de un año antes de que recibas respuesta. Por entonces yo estaré muy lejos de aquí con Dorian a mi cuidado.

Salid inmediatamente de esta casa, señor! gritó Guy. Y no os atreváis a pisar mi umbral nunca más.

Esa invitación es muy de mi agrado, señor. Tom se plantó el sombrero en la cabeza. Os deseo buenos días.

Y marchó hacía la puerta sin mirar atrás. Sonrío al oír el chillido de su hermano, a sus espaldas, Os prohíbo acercaros al palacio del sultán. Inmediatamente le mandaré decir que sois un intérlope y que no contáis con la protección de Su Majestad, de la Compañía ni de este despacho.

Tom volvió a grandes pasos por el sendero arenoso que conducía al puerto; Abolí tuvo que darse prisa para mantenerse a la pan. Como no había obtenido respuesta a sus preguntas iniciales, lo seguía en silencio.

Tom estaba furibundo. Habría querido invadir el fuerte del sultán, asir al cerdo pagano por el cuello y apretarlo hasta sacarle las respuestas. pero podía, cuanto menos, reconocer que sus emociones estaban fuera de control, que estaba nuevamente a punto de cometen algún acto violento, desastroso para su empresa. "Debo volver al Golondrina, donde no pueda hacer daño contra mi mismo, y hablar con Aboli y Ned antes de actuar", se dijo. pero su mano tendía hacia la empuñadura de Neptuno azul y su furia se disparo en otra bordada. "Por que no vacilaré si, para salvan a Dorian, debo enfrentar a pequeña Golondrina contra toda la flota musulmana."

Detrás de él se oyó un grito, tan vago que al principio no atravesó su ira. Luego fue un ruido de cascos al galope y el grito se repitió: Tom! ¡Espera! ¡Espérame! Debo hablan contigo.

Tom se volvió con una mirada fulminante. El caballo se acercaba velozmente, con el jinete inclinado hacia el cuello, levantando blanca arena con los cascos.

¡Tom!

Esta vez notó que era voz de mujer. Al acercarse el animal vio un flameo de faldas y una larga cabellera al viento. Su ira quedo instantáneamente olvidada; la miró con estupefacción.

Ella venía a horcajadas y en pelo, apretando los flancos del animal con blancas piernas descubiertas hasta muy por encima de las rodillas. Alzó un esbelto brazo para hacerle señas.

¡Tom!

Aunque lo llamaba por su apodo, él no la reconocía. La muchacha sofrenó bruscamente a la yegua baya a su lado y, en un revoloteo de faldas, se descolgó al suelo. Luego arrojó las riendas al negro.

Sujétala, Aboli, por favor dijo.

El hombre reaccionando de su sorpresa, tomó las riendas.

¡Tom, oh, Tom! La extraña muchacha corrió hacia él y le echó los brazos al cuello. No esperaba volver a verte jamás. Lo estrechó con fuerza; luego dio un paso atrás para tomarle las manos. Deja que te mire.

Le clavó la mirada en los ojos y él se la sostuvo.

Su langa cabellera tenía un suave tono castaño, pero sus facciones no eran hermosas; la mandíbula era demasiado fuerte; la boca, demasiado ancha, sobre todo cuando sonreía, como ahora. Los ojos, de un azul muy intenso, chisporroteaban a través de largas pestañas. El vio de inmediato que su principal adorno era la piel inmaculada, aunque el sol tropical la había tocado con un tono pardo dorado nada elegante. Era casi tan alta como él; su postura era desenvuelta y segura, con algo de varonil en las cadenas y los hombros.

No me reconoces, ¿verdad? dijo, riendo.

Él negó con la cabeza, enmudecido. Esa cara le resultaba llamativa por sus ojos llenos de alegría, vivaces de inteligencia.

Perdonad, señora tartamudeó. Me tenéis en desventaja.

¡Señora, vaya! lo regaño ella. Soy Sarah. Y le estrechó la mano. Sarah Beatty, la hermanita de Caroline. Tú solías decirme "el tábano". "¿Por que estas siempre zumbando alrededor de mi cabeza como un tábano, Sarah?" remedó. ¿Recuerdas ahora?

Cómo has cambiado, cielo santo! exclamó él, atónito. Y contra su voluntad bajó la vista a la torneada curva de los pechos bajo el corpiño.

Tanto como tú, Tom. ¿Que te pasó en la nariz?

Él se la tocó, azorado.

Me la quebraron.

Pobre Tom. Ella hizo un gesto de burlona compasión. Pero te sienta bien. Oh, Tom, cuánto me alegra volver a verte. Y enlazó un brazo al del joven para conducirlo hacia la ciudad. Abolí los siguió a respetuosa distancia.

Oí tu voz cuando discutías a gritos con Guy. La reconocí de inmediato, aunque me costaba creen que fueras tú. Le echó una picará minada de soslayo. Así que escuché a través de la puerta. Si Guy me hubiera sorprendido me habría hecho zurrar.

¿Te zurra? Tom se erizó protectora mente. Ya nos ocuparemos de eso.

Oh, no seas tonto. Puedo cuidarme sola. pero no malgastemos el tiempo hablando de Guy. Solo puedo quedarme un momento. Notarían mí falta y me harían buscan por los criados.

Tenemos mucho de que hablar, Sarah. Tom se sintió extrañamente desolado ante la idea de separarse tan pronto de ella. Ese brazo enlazado al suyo era fuerte y tibio. La envolvía una ligera fragancia, como un aura, que agitaba algo muy dentro de él.

Lo sé. Te oí hablar con Guy del pequeño Dorian. Todos lo amábamos. Quiero ayudarte. Pensó de prisa. Cenca del extremo sur de la isla hay un viejo monasterio jesuita en ruinas. Mañana te esperaré allí a las dos campanadas de la guardia de la tarde. Y se echó a reír. ¿Ves? Recuerdo todas las cosas de marinero que me enseñaste. ¿Dirás?

Por supuesto.

Ella le soltó el brazo y se volvió para abrazan a Abolí.

¿Recuerdas como jugábamos al caballito, Abolí? Me carabas en la espalda.

Una sonrisa transformo la cara del gigante.

¡Que hermosa os habíais puesto, señorita Sarah!

Ella se hizo cargo de las riendas.

Ayúdame a subir.

Abolí ahuecó la palma de la mano para recibir su pie y la impulsó con facilidad al lomo de la yegua. Ella disparó una íntima sonrisa hacia Tom.

No te olvides, le advirtió.

Luego volvió grupas y taloneó al animal para alejarse al galope. Tom la siguió con la vista.

No dijo suavemente. No me olvidaré.

Mi amo el sultán esta indispuesto effendi. No podría recibir a ningún visitante, aunque sea tan importante como vuestra excelsa persona.

El visir sonrío burlonamente a Tom. El puerto estaba lleno de bancos francos, todos cuyos capitanes clamaban por una audiencia con su amo para pedir favores, licencias para comercian, permiso para visitar los territorios prohibidos del norte.

¿Cuándo podrá recibirme? inquirió Tom.

El visir frunció los labios en un gesto de desaprobación ante pregunta tan poco sutil. Sabía que ese joven infiel comandaba un diminuto navío que poco podía cangar en cuanto a mercancías; además, no olía a oro. No valía la pena dedicarle mucha atención. Sin embargo salía de lo común hablaba inteligiblemente el árabe y entendía la etiqueta de los negocios: había ofrecido obsequios adecuados para facilitar el camino hacia el sultán.

Eso está en manos de Alá. El visir se encogió graciosamente de hombros. Tal vez dentro de una semana, tal vez en un mes. No se.

Volveré mañana por la mañana y todos los días siguientes, hasta que el sultán acceda a recibirme le aseguro Tom.

Y yo esperare vuestro diario regreso como la tierra enferma de sequía espera las lluvias repuso blandamente el visir.

Abolí lo esperaba a las puertas del fuerte. Ante su muda pregunta Tom enmarcó una ceja, estaba demasiado furioso y frustrado como para hablar. Volvieron sobre sus pasos atravesando el mercado de especias, donde colmaba el aire el aroma a clavo y pimienta, y el mercado de esclavos, donde una mujer incorregible estaba encadenada al cepo, con la carne de la espalda colgando en festones sangrientos; luego bajaron por la calle de los mercaderes de oro hasta llegar al muelle del puerto, donde esperaba la chalupa.

Mientras se acomodaba a popa, Tom levantó una mirada al cielo para apreciar el ángulo del sol; luego sacó el reloj de plata del bolsillo y lo abrió.

Remad en torno del extremo sur de la isla ordenó. La noche anterior había revisado las cartas, en busca de las ruinas del monasterio jesuítico. A poca distancia había una pequeña ensenada donde podría desembarcar.

En tanto los remeros lo llevaban canal abajo, cerca del arrecife coralino que mostraba sus dientes por entre el roncante oleaje, el malhumor de Tom se fue evaporando ante la perspectiva de reencontrarse con Sarah.

Hacia proa, las olas del mar abierto castigaban con más fuerza la punta desprotegida del sur. Cuando se puso de pie para estudiar la costa detectó el curso de un arroyo que descendía hacia la laguna, marcado por una lozana vegetación.

Siempre había un paso en el arrecife allí donde el agua dulce inhibía el crecimiento del coral. Ya a la altura del arroyo, busco el paso, donde el agua era más profunda, y dirigió la embarcación por allí. La playa estaba desierta y sin marcas de quilla.

Tom saltó desde la proa a la arena dura y blanca, sin mojarse siquiera las botas.

Volveré dentro de una hora dijo a Abolí. Espérame.

Encontró un sendero cubierto de maleza que corría junto al arroyo y por él se abrió paso, avanzando tierna adentro hasta salir a los grupos de palmeras. Hacia adelante se alzaban las ruinas del monasterio. Apretó el paso y, al llegan a los muros derruidos, llamó enérgicamente:

Sarah, estás ahí.

Le respondió el chillido de una bandada de papagayos, que estallo en las ramas superiores de un árbol arraigado entre las piedras caídas nada más.

Continuó caminando junto a la base de los muros; por fin un caballo relinchó algo más adelante. Se adelantó a la carrera, sin poder contener su ansiedad, y encontró a la yegua atada al portón caído. Al pie de la pared estaba la silla de montar, pero no había señales de su amazona.

Iba a llamarla otra vez, pero lo pensó mejor y cruzó cautelosamente el portón. El edificio carecía de techo, estaba invadido por la maleza y por brotes de palmera que germinaban en los cocos caídos. Por entre las piedras se escurrían lagartijas de cabeza azul; sobre las flores flotaban mariposas de alas brillantes.

Se detuvo en el centro del antiguo patio, con los brazos en arras, recordando lo traviesa que había sido aquella niña. Obviamente no había mejorado: se estaba escondiendo de él. Voy a contar hasta diez gritó. En otros tiempos esa amenaza había bastado para que ella y su hermana corrieran chillando a buscar refugio. Uno.

La voz de la muchacha llegó desde arriba.

Dice Guy que tú violas a las jóvenes vírgenes.

Él giró en redondo. Estaba sentada en el arco del portal balanceando las largas piernas desde el borde; el ruedo de la faldas dejaba al descubierto las pantorrillas y los pies descalzos. ÉL se había detenido directamente abajo.

Dice que ninguna cristiana decente está a salvo si tú andas rondando. La chica lo miró torciendo la cabeza. Es cierto.

Guy es un tonto. Tom alzó hacia ella una gran sonrisa.

Guy no te quiere mucho. En su corazón no hay calor fraterno. Sarah empezó a balancear las piernas y él no pudo dejar de observarlas. Eran tersas y torneadas. ¿Es ciento que Christopher es hijo tuyo?

Tom estuvo a punto de tambalearse ante lo directo de su pregunta.

¿Quién te lo dijo? inquirió, tratando de recobrar la compostura.

Caroline. No ha dejado de lloran desde que te vio, ayer.

Él la miró fijamente. Todo lo que le había dicho en esas pocas frases lo dejaba lleno de confusión. No se le ocurrió nada que decir.

Si bajo, ¿prometes no arrojarte sobre mi para hacerme un bebe? preguntó ella dulcemente, mientras se levantaba.

Tom se estremeció de preocupación al verla de pie sobre ese muro endeble.

Ten cuidado dijo, cuando recuperó la voz. Puedes caer.

Como si no lo hubiera oído, Sarah corrió a lo largo del estrecho canto, bajando de grada en grada hasta que pudo saltan a tierna. Era ágil como un acróbata.

Traje un cesto de provisiones para que comamos.

Y pasó a su lado para adentrarse en las ruinas. ÉL la siguió hasta una de las celdas que la inclinación del sol dejaba en sombras, pese a la falta de techo. La muchacha sacó el cesto de, entre las frondas de palmera donde lo había escondido y se sentó, con las piernas recogidas bajo el cuerpo, en esa actitud femenina que tanto atraía a Tom. Luego se acomodó las faldas sin coquetería, brindándole otro apabullante vistazo de encantadoras pantorrillas. Mientras abría el cesto para sacar su contenido preguntó:

¿Fuiste a ver al sultán?

No quiso recibirme. Tom se sentó frente a ella, cruzado de piernas y con la espalda apoyada contra uno de los bloques.

Por supuesto! Guy le mandó aviso de que irías. Ella cambió de tema con desconcertante celeridad. Birlé una botella de vino de su sótano. La exhibió como a un trofeo francés y vino en el último barco desde la patria. Corto Char emagne especificó, leyendo la etiqueta. ¿Es bueno?

No sé admitió él pero suena impresionante.

Guy dice que es estupendo. Mi cuñado se cree muy conocedor y está terriblemente orgulloso de eso. Sí se enterara de que vamos a beberlo se pondría furioso. A mí sólo me permiten media copa durante la cena. ¿Lo descorchas? Lo puso en manos de Tom y distribuyó las bandejas de pasteles y carne fría. Lamentó mucho lo de la muerte de tu padre dijo, súbitamente entristecida. En el viaje a Buena Esperanza fue muy amable conmigo y con mi familia.

Gracias dijo Tom, mientras descorchaba la botella. Y apartó la cara para esconden la sombra que la cruzaba.

Ella percibió su dolor y sonrió para animarlo.

Guy seguiría siendo un simple empleado en Bombay, si mi padre no le hubiera conseguido este consulado. No es tan señor como cree. Adoptó una expresión solemne, imitación tan fiel del cuñado que Tom sonrió de oreja a oreja. "Soy el cónsul más joven de los que están al servicio de Su Majestad. Antes de los treinta años me nombrarán caballero."

Él rió a carcajadas. La compañía de esa muchacha era un placen. pero ella volvió súbitamente a la seriedad.

¿Oh, Tom, que vamos a hacen por el pobre Dorian? A Guy no le interesa. Sólo se preocupa por el comercio de la Compañía con los árabes y por lo que diga Lord Childs en Londres. No hará nada que pueda ofenden al sultán y al príncipe.

Tom se mostró nuevamente ceñudo.

No voy a permitir que Guy ni los omanies me desvíen de mis intenciones. Tengo un barco veloz. Si me obligan, lo usare.

Comprendo perfectamente lo que estás sufriendo, Tom. Es como si Dorian fuera también mi hermano. Haré todo lo que pueda por ayudarte. pero debes andante con cuidado. Guy dice que el príncipe ha prohibido que cualquier banco cristiano vaya hacia el norte más allá de Zanzíbar, bajo pena de confiscación. Dice que los árabes venden a los tripulantes como esclavos. Se inclinó para apoyarle una mano en el brazo. Sus dedos eran largos y ahusados, fríos contra la piel de Tom. Será terriblemente peligroso. No soportaría que te sucediera algo, querido Tom.

Sé cuidar de mi barco y de mi tripulación le aseguró él. Pero su contacto lo distraía.

Eso ya lo sé. Sarah retiró la mano y lo miró con ojos chispeantes. Sirve el vino de Guy pidió, ofreciéndole dos tazas de peltre. Veamos sí es tan bueno como él proclama.

Después de probar un sorbo murmuro:Hum! Será mejor que retengas la botella a tu lado.

Dice Caroline que los violadores embriagan a sus inocentes víctimas con bebidas fuertes para hacer con ellas su voluntad. Dilató los ojos. Y yo no quiero tener un hijo, como Caroline. Hoy, cuanto menos, no.

Se las ingeniaba para mantenerlo siempre desconcertado.

Su blusa se había deslizado hacia abajo, exponiendo un hombro, pero ella no parecía percatarse.

Agnes También tiene un bebe. Se caso con un tal capitánHicks, del ejército que la Compañía tiene en Bombay. Parece que mis dos hermanas son verdaderas yeguas de cría. Y como puede ser cosa de familia, tengo que poner mucho cuidado. No te has casado, ¿verdad, Tom?

No dijo él, con voz ronca. La piel de ese hombro era tersa, dorada por el sol, y el antebrazo estaba cubierto de vello incoloro, fino como seda.

Me alegro. Bueno, ¿que vamos a hacer con Dorian? ¿Quieres que espíe a Guy y averigüé todo lo que pueda? No creo que él te diga mucho por su voluntad.

Te agradecería mucho esa ayuda.

Puedo revisar su correspondencia y escuchan lo que converse con sus visitantes. Hay un agujero en la pared, por donde pasa la cuerda del ventilador. Es un excelente confesionario. Parecía muy complacida consigo misma. Desde luego, tendremos que encontrarnos aquí con regularidad, para que yo pueda informarte.

Tom descubrió que la perspectiva distaba mucho de disgustarle.

¿Recuerdas los conciertos que solíamos organizan por la noche, a bordo del Serafín? preguntó ella.

Ella inició espontáneamente el coro de Spanish Ladies, con voz pura y sin afectación. Tom, pese a lo desafinado que era, sintió que se le erizaba el pelo de la nuca y lamentó que aquello terminará.

¿Que fue del maestro Walsh? preguntó Sarah. Era un hombrecito tan canoso…

Está conmigo a bordo del Golondrina.

Y Tom pasó a informarla sobre todos los tripulantes que ella recordaba. Al saber cómo había muerto Daniel Fish Sarah se echó a lloran. Él habría querido abrazarla para dar le consuelo, pero optó por cambiar de tema: le contó cómo había capturado al Golondrina y le habló del largo viaje hasta allí.

Ella escuchaba con arrobamiento; se limpió las lágrimas y aplaudió su ingenio y su valor. Pronto volvió a parlotear alegremente, pasando de tema en tema, como si hubiera acumulado cien preguntas para él en los años de separación.

Tom estaba intrigado. Cuanto más la estudiaba más se convencía de que su primera apreciación había sido errónea. Tal vez no tenía facciones bonitas: la boca y la nariz eran demasiado grandes, sí, y la mandíbula, demasiado cuadrada; pero la animación y el espíritu que iluminaban ese rostro lo hacían casi bello. Arrugaba los ojos al reír. Y tenía una agradable manera de levantar el mentón al hacen una pregunta.

Mientras conversaban las sombras fueron cruzando el patio. De pronto ella interrumpió una divertida descripción de la llegada de su familia a Bombay y sus reacciones ante ese mundo diferente y exótico.

Oh, Tom, se hace tarde. Como se ha volado el tiempo. Me he demorado mucho. Recogió apresuradamente los platos y las tazas vacías. Tengo que irme. Guy se pondría furioso sí llega a sospechan dónde he estado.

Guy no es tu amo. Tom frunció el entrecejo.

Es el amo de la casa. Al morir mamá mi padre me puso bajo su custodia. Por el bien de Caroline, tengo que darle gusto, para que no descargue en ella su malhumor.

¿Eres feliz con Guy y Caroline, Sarah? Pese al breve tiempo que habían pasado juntos, creía conocerla lo bastante para formulan pregunta tan delicada.

Se me ocurren otras circunstancias que me agradarían más, comentó ella, con voz casi inaudible, sin apartan la vista del cesto.

Luego recogió los zapatos y se levantó de un brinco. Cuando Tom levantó el canasto, ella le apoyó una fina mano en el brazo, como si necesitara ayuda para mantener el equilibrio el suelo desparejo. Pero hacia apenas un nato que él la había visto bailar en lo alto del muro.

¿Cuándo volverás para informarme de lo que hace Guy? preguntó Tom, mientras subía el cesto al lomo de la yegua.

Mañana no. He prometido ayudan a Caroline con Christopher. Será pasado mañana a la misma hora.

Él la sujetó por la cintura con ambas manos para subirla a la montura. Era de esperar que ella supiera cuánta fuerza física se requería para algo tan simple: la chica no era, por ciento, un delicado lirio.

Ese día montaba con una silla para mujer. Enganchó una pierna al pomo y él la ayudó a acomodar sus faldas.

Oh, Tom, que divertido fue comentó ella impulsivamente. La vida en la isla es tan limitada y aburrida… Guy no me permite siquiera ir sola a la ciudad. No sé desde cuándo no me divertía tanto.

De inmediato pareció abochornada por su falta de recato.

Sin esperar respuesta, azuzo a la yegua y partió al galope por el sendero arenoso, hacia los palmares. Se la veía alta y majestuosa en la montura.

Al venir desde el puerto, pasando bajo el rastrillo del fuerte, vio que dos hombres venían hacia él, en intensa conversación. Al pasan junto a ellos oyó algunas palabras, las suficientes para saber que hablaban inglés, y giró hacia ellos.

Dios os bendiga, caballeros dijo; es un placer oír la lengua cristiana en esta tierna de paganos. ¿Me permitís presentarme? Robert Davenpont.

Utilizó el seudónimo que había elegido para protegerse de la orden de arresto por asesinato que no dejaría de seguirlo. Los dos ingleses se volvieron hacia él con expresión cautelosa. Entonces Tom los reconoció: eran el capitán y uno de los oficiales del banco mercante que estaba en el puerto. Él los había visto desembarcar a remo algo más temprano.

¿Habéis disfrutado de un buen viaje hasta ahora? preguntó. Ellos se presentaron de mala gana y le estrecharon la mano, todavía tiesos y reservados. Supongo que salís de una audiencia con el sultán.

Sí, asintió el capitán, secamente.

Como no ofreciera más información, Tom tuvo que volver a la pesca.

¿Como es ese hombre? Ésta será mi primera entrevista con él. ¿Habla inglés?

Sólo esa jerga maldita respondió el capitán. Os deseo suerte en vuestro trato con él. La necesitaréis, porque es un demonio muy astuto. Le hizo una reverencia. Y ahora, señor, sí me disculpáis…

Tom entró en el fuerte a grandes pasos, bullendo de furia. Ahora tenía pruebas de lo que le había dicho Sarah. Por instigación de Guy, su propio hermano, el visir lo engañaba.

Un criado trató de demorarlo en la antesala, pero Tom pasórozándolo: conocía el camino al gabinete interior. Apartó bruscamente las pesadas cortinas de seda que cubrían el vano de la puerta y entró como una tromba.

El visir estaba sentado en la pequeña plataforma, en el extremo opuesto de la habitación. El cuanto apestaba a incienso y hachís. Tenía frente a si una tableta para escribir; el secretario, a su lado, le ofrecía un documento tras otro para que los firmara. Ante el precipitado ingreso de Tom, el funcionario levantó la cabeza sobresaltado.

Hace un minuto hablé con el capitán inglés que salía de una audiencia con Su Excelencia anunció el joven. Me alegro de saber que el sultán se había recobrado tan pronto de su indisposición, pues eso significa que ahora podrá recibirme y responden a mi petitorio.

El visir se levantó trabajosamente, pero Tom pasó a su lado rumbo a la puerta interior.

No podéis entran allí gritó el hombre, temeroso. El visitante lo ignoro. Guardia, ¡Detén a ese hombre!

Un hambrón de túnica langa y media armadura apareció en el vano de la puerta, bloqueándole el paso, con la mano apoyada en el pomo de la cimitarra que llevaba envainada en el cinturón. Tom marchó hacia él y le sujetó el brazo armado a la altura de la muñeca. El guardia trató de desenvainar, pero él le retuvo el brazo, estrujándole la muñeca con una crueldad que le arrancó una mueca de dolor. Luego miró por sobre su hombro hacía la otra habitación.

Mis saludos, poderoso señor dijo al hombre reclinado en un montón de almohadones. Invoco para vos todas las bendiciones de Alá y os ofrezco mis humildes y abnegados respetos. Os suplico que me atendáis por un asunto de misericordia. Como el mismo Profeta ha dicho, el niño pequeño y la viuda merecen nuestra compasión.

El sultán lo miró parpadeando y se incorporó. Usaba una rígida chaqueta de seda adamascada sobre anchos pantalones escarlata, recogidos en la cintura con una faja de filigrana de oro. El turbante era del colon de los pantalones. Tironeó con nerviosismo de su barba, poblada y densa. No esperaba que ese bárbaro franco lo enfrentará citando las palabras sagradas del Corán.

El visir había corrido tras Tom y se interpuso entre ambos.

Perdonad, señor. Trate de detenerlo. Es el mísero e indigno infiel del que os hablé. Haré que la guardia lo retire.

Déjalo dijo el sultán. Escucharle lo que tenga para decir.

Tom soltó la muñeca al guardia y lo empujó a un lado.

Este mísero e indigno infiel agradece al poderoso sultán Ah Muhammad y le presenta sus humildes respetos.

Sus palabras estaban tan en desacuerdo con su conducta que el sultán sonrió.

Háblame, pues, de ese asunto compasivo invitó.

Busco a un niño, a mi propio hermano. Se perdió hace dos años. Tengo buenos motivos para sospechan que se lo retiene cautivo en los territorios de Omán.

La expresión del sultán se tomó cautelosa.

Mi hermano es súbdito de Su Majestad, el rey Guillermo Tercero. Entre vuestro califa y nuestro Rey existe un tratado que prohíbe esclavizan a sus súbditos.

Ya se quién eres. El sultán levantó una mano para acallar a Tom. El cónsul inglés me ha hablado de ti. También he recibido de él una solicitud de información sobre ese niño. El asunto está bajo investigación. No hay otra cosa que pueda decirte mientras no tenga respuesta del califa de Mascate.

Ha pasado más de un año desde que… empezó Tom, furioso.

Pero el sultán lo interrumpió.

Comprenderás, sin duda, la locura de provocar el disgusto del califa importunándolo por un asunto tan trivial.

No es trivial protestó él. Mi familia es noble y tiene mucha influencia.

Para el califa es un asunto trivial. No obstante, Su Majestad es hombre muy compasivo. Podemos tener la certeza de que, si puede decirnos algo sobre el niño, nos lo hará saber.

Responderá a estas averiguaciones cuando tenga algo que decirnos. Mientras tanto debemos aguardar.

¿Por cuánto tiempo? inquirió Tom. Cuánto debemos esperan?

Tanto como sea necesario. El sultán hizo el gesto de despedida. La próxima vez que irrumpas aquí como un enemigo te trataran como a tal, inglés advirtió fríamente.

Cuando se llevaron a Tom, el hombre llamó a su visir, que prosternó ante él.

Perdonadme, poderoso señor. Soy polvo ante vos. Trate de impedir que ese franco loco…

El sultán lo acalló con un ademán de la mano.

Manda decir al cónsul inglés que deseo hablan inmediatamente con él.