Pocos días después de esa incursión por el comino del Ángel y antes de que Dorian pudiera cumplir con su promesa de llevarla otra vez, Kush se presentó en sus habitaciones. Apareció a primera hora de la mañana, antes de que asomara el Sol, acompañado con dos de sus esclavos eunucos. Tahi trató de impedirles que entraran.
¿Para qué quieres a al-Amhara? inquirió.
Hazte a un lado, vaca vieja ordenó Kush. El niño ya no es pupilo tuyo.
Has venido a quitármelo. Tembló la voz de la mujer.
Cuando trató de pasar junto a ella, lo sujetó por el chaleco bordado.
Hazte a un lado! Te lo advertí. Él la golpeó en el vientre con el extremo del cayado, haciendo que se doblara en dos del dolor. Traed al infiel ordenó a sus dos esclavos.
Éstos corrieron a la pequeña alcoba de Dorian, que estaba sentado en su esterilla, frotándose los ojos, bruscamente arrancado al sueño por los tonos agudos y penetrantes de Kush. Los eunucos lo sujetaron por los brazos para llevarlo a rastras adonde el otro esperaba.
Quitadle eso. Señalaba con el cayado el kikoi anudado a las caderas de Dorian. Cuando se lo quitaron Kush sonrió lascivamente. Ya me parecía. Bonito jardín te está brotando allí.
Y hurgó con la punta del cayado en el nido de rizos rojos dorados que ya le cubrían el pubis. Dorian trató de cubrirse, pero lo obligaron a mantenerse erguido.
Es hora de quitar esto. Tocó al niño con un dedo gordo y enjoyado. Te libraremos de este pellejo maloliente.
No me toques, gritó Dorian, furioso; se le quebró la voz y sus mejillas se encendieron de ira y humillación. Retira de mí esas manos gordas, bicho sin bolas.
Los labios de Kush perdieron su sonrisa ufana; apartó bruscamente la mano.
Di tu salaam a esta vaca vieja dijo, clavando en Tahi una mirada fulminante. No volverás a verla. Mis hombres te esperarán mientras recoges tus pertenencias. Abandonas la zenana. Te espera el cuchillo y después, una vida nueva.
Ante el umbral Tahi se aferró a él.
Eres el hijo que nunca pude tener susurró-. Te amare toda mi vida.
Y yo a ti, Tahi. No recuerdo a mi propia madre, pero debe de haber sido como tú.
Sé hombre y guerrero, al-Amhara. Quiero estar orgullosa de ti.
Di a Yasmini… se interrumpió. ¿Que mensaje podía enviar a la pequeña? Mientras reflexionaba los esclavos lo empujaron hacia afuera. Desesperado, se volvió para decir a Tahi: Di a Yasmini que jamás la olvidaré que siempre será mi hermanita.
Los esclavos se lo llevaron a la carreta de bueyes que esperaba en el patio frontal. Allí se había reunido una pequeña multitud de niños y servidoras para presenciar su partida, pero Yasmini no estaba, por mucho que la buscó en tanto cruzaban los portones. Siempre resulta más difícil y peligroso si el niño ya esta crecido comentó Ben Abram. Esto se debería haber hecho mucho antes, no a los trece años, cuando ya es casi hombre.
El niño proviene del mundo de los infieles y permanecer en estado de abominación hasta que se realice el rito. Es preciso hacerlo antes de que el príncipe retome de Mascate replicó al-Allama. Si en verdad es el niño de la profecía, Alá lo protegerá.
Dorian estaba de pie ante ellos, desnudo, en la terraza del palacio, desde donde se veía el puerto. Aparte del médico y del santo mullah había allí una joven esclava negra que, por ser pagana, no se mancillaría por ayudan a Ben Abraham.
Éste dispuso sus instrumentos en la mesa baja; luego miró a Dorian a los ojos.
El dolor no es nada para un hombre. El honor lo es todo. Recuerda eso toda tu vida, hijo mío.
No fallaré anciano padre respondió el niño. Había discutido muchas veces el tema.
¡Bismilla-hi Allíahu akbar! dijo Ben Abraham serenamente. Comienzo en el nombre de Dios Todopoderoso. Grande es Alá. Al mismo tiempo el mullah empezó a recitar un suna del Corán, en voz lenta y sonora.
Comenzamos con el nombre de Alá, que es el mas bondadoso y misericorde. Oh, Alá otórganos plena fe, duradera seguridad, abundancia de provisiones, madurez de mente, conocimientos beneficiosos, gula para realizar actos justos, carácter noble, honor y buena salud.
Ben Abraham hizo un gesto a la esclava, que se arrodilló frente a Dorian para manipularle el pene con un movimiento de ordeñe. Muy pronto quedó hinchado y tieso; la muchacha apartó pudorosamente la vista, pero continuó sobándolo hasta que estuvo plenamente erecto. Entonces Ben Abraham seleccionó un cuchillo pequeño y afilado de entre los que tenía en la bandeja y se acercó a ellos.
Basta! dijo suavemente a la muchacha. Ella se apartó. En el nombre de Alá.
Y dio el primer golpe rápido y experto con la hoja. El se puso tenso, pero contuvo el grito de dolor antes de que llegara a los labios. Luego hubo otro corte y otro más, pero siguió reprimiendo hasta el menor grito, en tanto la sangre corría por los muslos, tibia.
Por fin Ben Abram dejó a un lado el cuchillo.
En el nombre de Dios, está hecho. Y vendó la herida
Dorian sintió que le temblaban las piernas, pero la cara inexpresiva y los ojos abiertos. Hasta el mullah dio su aprobación:
Ahora eres hombre. Lo tocó en la frente a modo de dicción. Y como hombre te has comportado, por cierto.
Ben Abram lo tomó del brazo para conducirlo a una habitación trasera del palacio, donde le habían preparado una esterilla para que durmiera.
Vendré por la mañana a cambiarte el vendaje prometió
Por la mañana Dorian estaba arrebolado y caliente; la herida había tomado un aspecto feo, inflamada. Ben Abram cambió el vendaje y le aplicó ungüentos calmantes. Luego le suministró una poción amarga. En pocos días cedió la fiebre y se inicio la cicatrización. Poco después, ya desprendidas las costras, Ben Abram le permitió ir a nadar solo en el océano bajan a los establos reales, para ayudar a los caballerizos ejercitar a los animales del príncipe; galopó a lo largo de la blancas playas y participó en los ruidosos partidos de pulí.
Poco después se avistó una vela en el canal y los vigías de palacio reconocieron el estandarte real en lo alto del palo mayor. Toda la población de la isla acudió en tropel a la playa para celebrar el regreso del príncipe Abd Muhammad al-Malil desde la capital omaní de Mascate.
El príncipe desembarcó entre el tronar de los cañones del fuerte, el ulular de las mujeres y los gritos de adoración de los hombres, que disparaban al aire sus largos trabucos, en tanto batían los tambores y gemían los pífanos.
Dorian estaba con los mozos de cuadra, que retenían a los caballos en la parte alta de la playa. Había ayudado a pulir le arreos y limpiar las turquesas que adornaban la silla del príncipe. Como hijo real adoptivo, se le había acordado el honor de conducir al potro de al-Malik hasta el príncipe y sujetarlo mientras su amo lo montaba. Dorian observó al príncipe que subía por la playa; la muchedumbre se abría ante él y los súbditos se postraban tratando de besar el ruedo de sus túnicas. Llevaba más de un año sin verlo; había olvidado lo alto y majestuoso que lucia con sus vestimentas níveas y el gran puñal enjoyado a la cintura la empuñadura de cuerno de rinoceronte relumbraba con suave lustre del ámbar. La diadema que le sujetaba el keffiy era de alambres de oro retorcidos. Caminó hacia donde lo esperaba Dorian, sonriendo y devolviendo los saludos de sus súbditos con el gesto elegante de la bendición, tocándose el corazón y los labios.
Salaam aliekum, gran señor. Dorian le hizo una reverencia. Aunque su voz se perdió en el tumulto de la muchedumbre, el príncipe lo miró a la cara. Por la expresión complacida de sus ojos oscuros fue evidente que lo reconocía. Al-May
inclinó ligeramente la cabeza; luego subió a la montura con la gracia del jinete experto y se alejó hacia el fuerte.
El príncipe sentando con sus cortesanos más íntimos en la terraza del palacio, sorbía su café y escuchaba los informes de quienes habían administrado en su ausencia las islas y colonias.
A Zanzíbar han llegado muchos barcos francos le dijo su visir. Cada mes son más, ahora que el viento kusi los trae desde el sur. Todos buscan negociar por marfil y esclavos.
El sultanato de Zanzíbar formaba parte de los dominios del príncipe; a su tesoro iba una parte de las ganancias que rendían esos mercados. El tenía la certeza de que el sumiso sultán exprimiría a los infieles todas las rupias que el tráfico pudiera soportar.
Ah Muhammad debe advertir a los capitanes infieles que no toleraré su presencia al norte de Zanzíbar. Lo prohíbo estrictamente.
El oro y las mercancías traídos por los infieles serían bien recibidos, pero al-Malik conocía muy bien la avaricia y la audacia de los francos, que ya habían establecido fábricas y bases en el imperio del Gran Mogol. Una vez que afirmaban el pie era imposible hacerlos ceder. Era menester impedir que avanzaran hacia el norte hasta llegar a Lamu.
Ah Muhammad tiene muy en cuenta vuestras órdenes.
Si algún barco infiel se aventura en estas aguas enviaré un informe a Vuestra Excelencia por medio de un dhow veloz.
El príncipe asintió.
Si hay tanta demanda de marfil, ¿cuánto pueden rendir nuestras fuentes en el continente?
El marfil escasea más de año en año y los infieles piden cada vez más.
En gran parte, los mercados de Zanzíbar y Lamu dependían de las tribus negras paganas del interior para satisfacer sus necesidades. Las tribus no tenían mosquetes con los que cazar a esos gigantescos paquidermos. Su método era cavar trampas primitivas que erizaban de estacas afiladas; luego trataban de provocar estampidas hacia allí. Había unos pocos cazadores intrépidos que los derribaban con arcos y flechas, pero el resultado era magro.
Quizá convendría vender mosquetes a los jefes para ayudarlos a cazar en más cantidad sugirió cautelosamente un cortesano.
Pero el príncipe negó con vehemencia.
Es demasiado peligroso dijo. Seria alentarlos a rebelarse contra nuestra autoridad, abrir la jaula del león.
Analizaron largamente la cuestión; luego el príncipe desvío su atención hacia el tráfico de esclavos.
Según tomamos esclavos de las zonas costeras, los negros se alejan más y más hacia el interior. Como los elefantes, son cada vez más salvajes y más desconfiados. El número de esclavos que podemos obtener disminuye de estación en estación.
Como en el caso del marfil, los rebeldes dependían de que los jefes más guerreros del interior capturaran esclavos entre las tribus tradicionalmente enemigas, para luego llevarlas a los puntos de congregación, en las costas de los grandes lagos.
Podríamos enviar a nuestros propios guerreros a las selvas, en busca de esclavos propuso alguien.
El príncipe se acarició la barba, pensativo.
Tendríamos que enviar a hombres diestros y valientes. No sabemos que encontrarán allí en la espesura. Sólo cabe pensar que será peligroso y difícil. Hizo una pausa para estudiar mejor la sugerencia. Más tarde te diré cuál es mi decisión, pero mientras tanto redacta una lista de cincuenta hombres en los que se pueda confiar para conducir esa expedición.
Trató cada uno de los asuntos referidos al comercio, pero antes de pasar a temas más graves despidió a los miembros menos importantes de su concejo; los cinco más avezados y confiables escucharían el resultado de su visita a Mascate.
Era terreno peligroso, que hedía a conspiración y traiciones. El califa, al-Uzar ibnYacub, era cuarenta años mayor que el príncipe; su padre lo había tenido con una de sus esposas cuando era joven. Al-Malik, en cambio, era vástago de su vejez y de su última favorita, pero como dicen los criadores de caballos: "De un potro viejo y una yegua joven nacen los mejores potrillos." El diminuto imperio de Omán estaba gravemente amenazado por los conquistadores otomanos, poderoso imperio que tenía sus capitales en Estambul y Bagdad y que comprendía la mayor parte del mundo árabe. Los únicos Estados que hasta el momento se resistían ante ellos eran unos cuantos principados pequeños, que no llamaban la atención de los califas turcos del norte, o los que habían logrado defenderse de las depredaciones otomanas. Omán contaba con la protección de una fuerte flota contra los ataques marítimos. Cualquier agresor que intentara llegar por tierra desde el norte se enfrentaría a las feroces arenas de Rub Al Khali, el Sector Vacío, y a los guerreros desérticos que componían el pequeño ejército omaní, para quienes el desierto era un hogar. Omán llevaba cien años desafiando a los conquistadores otomanos; podía hacerlo por cien años más, mientras contara con un líder fuente e ingenioso. Ibn Yacub no lo era. Ya tenía más de setenta años y era dado a complicadas intrigas y conspiraciones políticas, antes que a los rigores y las privaciones de la guerra. Su principal interés era siempre salvaguardar su propio poden, en vez de mantener a su pequeña nación unida y protegida. En el proceso había perdido el respeto de sus tribus, pues la población de Omán estaba compuesta de muchos pueblos, cada uno a las órdenes de su jeque. Sin una dirección firme, esos duros hombres del desierto estaban perdiendo el rumbo y la decisión; empezaban a reñir entre sí, resucitando antiguas rencillas tribales y desoyendo las leyes del anciano de Mascate, vacilante, maquinador y cruel.
Ibn Yacub aún conservaba autoridad sólo cerca de su fortaleza, pero se iba diluyendo más y más según se extendía en esos desiertos ardientes y a través de las infinitas aguas del océano Índico. Los jeques del desierto y los capitanes de dhows sólo seguían a quien respetaban.
Algunos ya habían enviado emisarios secretos a al-Malik, que demostraba ser hombre poderoso y guerrero sin pan. Todos sabían que el califa lo había relegado al remoto imperio de Lamu, porque la influencia y la popularidad de su medio hermano le daban miedo. Los mensajeros le prometían que, sí lideraba una revuelta contra su hermano, todos se alzarían tras él. Con él manejando el timón del Estado volverían a unirse contra los otomanos. "Es vuestra obligación y vuestro derecho divino. Si venís a nosotros los mullahs declarar la jihad, la guerra justa, y cabalgaremos detrás de vos para ayudaros a derribar al tirano", prometían.
Eran asuntos difíciles, erizados de terribles peligros. Ninguno de los seis hombres sentados en la terraza dudaba de cuáles serían las consecuencias personales si fracasaban. Pasaron largo nato debatiendo las posibilidades de éxito y la justicia de su causa.
Al iniciarse la reunión, los dhows amarrados en la playa estaban varados por la bajamar, escorados sobre la arena. Largas filas de esclavos serpenteaban por la arena expuesta para retiran la carga. Mientras el concejo discutía la manea comenzó a cambiar; gradualmente, los barcos se enderezaron, volvieron a flotar, desplegaron las velas e iniciaron las bordada, por el canal. Otros llegaron desde el continente, muy carga dos, para amarrar en la playa. Y los seis hombres de la terraza seguían conversando y debatiendo. Y la marea llegó a su plenitud y reinició el descenso.
Durante todo ese tiempo al-Malik escuchaba y decía poco permitiendo que cada uno de los otros expresará lo que tenía en el corazón, sin freno ni restricciones, mientras él separaba cuidadosamente las joyas de sabiduría de entre la paja.
Revisaron el orden de batalla de aquellas fuerzas en la que podían confiar e hicieron listas de los jeques no compro metidos o dudosos. Los compararon con las potencias que respondían a ibn Yacub. Sólo cuando hubo oído todo lo que ellos
tenían para decir tomó al-Malik una decisión.
Dependerá de las tribus del desierto profundo: Saai Dahm y Kanab. Son los mejores guerreros de todo Omán. Sin ellos nuestra causa no puede prosperan. Pero aún no tenemos noticias de ellos. No sabemos en que dirección apuntarán sus lanzas.
Sus consejeros asintieron en murmullos. Al-Malik añadió suavemente:
Debo ir a ellos.
Por un rato guardaron silencio, analizando ese audaz cuidadoso plan de acción. Luego al-Allama dijo: Vuestro hermano, el califa, no lo permitirá. Si insistió al olfatear el peligro.
Haré el hal, el peregrinaje a La Meca, tomando la antigua ruta descrita hacia los Sitios Sagrados, la que pasa por territorios de las tribus. El califa no puede prohibir un peregrinaje sin exponerse a sufrir condena eterna.
Es un gran riesgo dijo al-Allama.
Quien no arriesga no gana replicó al-Malik. Y Dios es grande.
Allíah akbar! respondieron todos. Sin duda Dios Es grande.
El príncipe los despidió con un gesto elegante. Uno a un se acercaron para abrazarlo, besarle la mano y pedir licencia para retirarse. Al-Allama fue el último. Al-Malik le dijo:
Quedaos conmigo. Es la hora de Maghrib, la oración del crepúsculo. Oraremos juntos.
Dos esclavas trajeron jarras de agua pura del pozo, para que los dos hombres ejecutaran la purificación ritual: se lavaron las manos con el agua que las muchachas vertían para ellos, se enjuagaron tres veces la boca; por tres veces sorbieron por la nariz un poco de agua recogida en la mano derecha y la despidieron por las fosas nasales con los dedos de la mano izquierda. Luego se lavaron la cara, los brazos y los pies.
Cuando las esclavas se retinaron, al-Allama se irguió de cara a la Kabaa de La Meca, distante miles de millas hacia el norte. Con las manos ahuecadas detrás de las orejas lanzó en voz alta la convocatoria a la oración:
Dios es grande. Doy testimonio de que Mahoma es el mensajero de Dios. Venid a orar! Venid por vuestro propio bien!
Abajo, en el patio y bajo las palmeras de la playa, cientos de siluetas se reunieron en silencio, adoptando la postura de la reverencia, todas apuntando en la misma dirección.
Se ha iniciado la oración! entonó al-Allama.
Al terminar al-Malik indicó al mullah que tomara asiento en el almohadón, a su derecha.
A mi llegada vi. al niño, al-Amhara, en la playa. Dime como le ha ido en mi ausencia.
Crece como un tamarindo, fuerte y alto. Ya es buen jinete. Tiene mente rápida y lengua viva, a veces en demasía. Muestra a menudo falta de respeto por sus mayores y sus superiores. No acepta de buen grado la critica ni los limites. Y cuando se enfurece o no logra sus propósitos, sus invectivas harían palidecer a un capitán de mar dijo el mullah, remilgado.
Al-Malik disimuló su sonrisa tras la taza de café. Lo que escuchaba no hacía sino aumentar su simpatía por su hijo infiel. Sería un buen conductor de hombres.
Al-Allama prosiguió:
Ya es hombre y está debidamente circuncidado por Ben Abram. Cuando llegue el momento de que acepte el Islam, estará listo.
Me alegro dijo el príncipe. Y dime, santo padre: ¿tus enseñanzas han dado frutos en esa dirección?
Ya habla nuestro idioma como si hubiera nacido haciéndolo y puede recitar de memoria largos fragmentos del Santo Corán. El mullah se mostraba intranquilo y evasivo.
¿Ha hecho algún progreso en cuanto a entregarse a Dios? insistió al-Malik. Sin eso la profecía no tendrá efecto alguno.
El mismo Profeta ha dicho que ningún hombre puede ser obligado a convertirse al Islam. Debe llegar a eso a su modo y a su tiempo.
Conque tu respuesta es no.
Le encanta discutir. A veces pienso que sólo memoriza el Corán para discutir mejor conmigo. Se glorifica de la religión de su propio pueblo y se jacta de que un día ser incluido en una orden religiosa cristiana, que él llama "Caballeros de la Orden de San Jorge y el Santo Grial", tal como lo fueron su abuelo y su padre.
No nos incumbe poner en duda los caminos de Alá dijo el príncipe.
Dios es grande! Al-Allama respaldó esa aseveración.
Pero hay más que decir con respecto al niño. El cónsul inglés de Zanzíbar nos ha preguntado por él.
AI-Malik se inclinó hacia adelante, muy serio.
¿Ese cónsul no fue asesinado hace más de un año?
Ése fue el que llamaban Grey. Después de su muerte los ingleses mandaron a otro para que ocupe su lugar.
Comprendo. ¿Y que forma tomó la consulta del reemplazante?
Describe al niño con exactitud: su edad y su coloración Sabe que al-Amhara fue capturado por al-Auf y que se lo vendió como esclavo. Sabe que fue comprado por Vuestra Excelencia. Conoce el nombre que le hemos dado: al-Amhara.
¿Y cómo se entero de todo eso? La frente del príncipe se frunció en arrugas de preocupación.
No lo sé pero Ben Abram me ha informado mucho sobre el linaje del niño. Cuando los francos lo capturaron, en la base de al-Auf, conoció al hermano mayor de al-Amhara habló con él.
¿Que sabe el médico con respecto al muchacho?
Su familia es de la nobleza, íntima del Rey inglés su hermano es un formidable marino de combate, pese a su juventud, y ha jurado solemnemente buscar y rescatar al hermano menor. Quizá sea su familia la que está tras esas averiguaciones de Zanzíbar. No lo sabemos con certeza, pero será prudente no pasarlas por alto.
Al-Malik reflexionó sobre el asunto. Luego preguntó:
Los ingleses compran y poseen esclavos. ¿Como pueden oponerse a que otros practiquen lo mismo? ¿Que pueden hacer para imponernos su voluntad? Su país está lejos, en el fin del mundo. No pueden enviar a un ejército contra nosotros.
Dice Ben Abram que los francos hacen la guerra de maneras pérfidas. Otorgan firmas contra sus enemigos a los capitanes de sus navíos mercantes. Son como barracudas o tiburones. Vienen a saquear.
Y el Rey inglés nos declararía la guerra por una criatura.
Ben Abnam teme que sí. No sólo por el niño, sino también como excusa para enviar sus naves a nuestras aguas, a apoderarse del territorio y las riquezas de Omán.
Pensaré en todo lo que me has dicho. Al-Malik lo despidió. Mañana, después de las oraciones de Zuhr, tráeme a Ben Abram y al niño.
Dorian acudió a su audiencia con el príncipe consumido de miedo y entusiasmo ante la perspectiva. En su primen encuentro no había sentido tales trepidaciones, por entonces al-Malik era sólo un musulmán más, enemigo y jefe pagano. No obstante, bajo las enseñanzas de al-Allama y Ben Abram había aprendido mucho. Ahora sabia que la sangre real del príncipe se remontaba tan atrás como la del Rey inglés; conocía sus hazañas como marino y militar, la reverencia que inspiraba en sus súbditos. Por añadidura, el cordón umbilical que ligaba espiritualmente a Dorian con Inglaterra y la Cristiandad iba sufriendo la erosión del tiempo y la gran distancia.
Últimamente ya no tenía oportunidad de hablar su propio idioma; pensaba en árabe y tenía dificultades para recordar el equivalente inglés de las ideas más simples. Hasta sus recuerdos de la familia se estaban esfumando. Sólo ocasionalmente pensaba en su hermano Tom y había abandonado cualquier idea de fugarse de Lamu. Ya no creía que su estancia en la isla fuera un cautiverio. Poco a poco lo iban absorbiendo el mundo y el pensamiento árabes. Ahora, al enfrentarse nuevamente con el príncipe, se sentía abrumado de reverencia y respeto religioso.
Cuando se arrodilló ante al-Malik en las piedras coralinas de la terraza para pedirle la bendición, su corazón se aceleró de sorpresa y placentera ante la respuesta que el príncipe dio a su saludo.
Ven a sentarte a mi lado, hijo mío. Tenemos mucho de que hablar.
Ese hombre majestuoso e imponente lo había confirmado como hijo suyo frente a aquellos testigos. Dorian sintió orgullo y luego experimento una aguda punzada de culpa. Pensó fugazmente en su verdadero padre, pero la imagen mental de su padre se iba borroneando.
"Siempre seré fiel a mi verdadero padre", se prometió con firmeza. Pero respondió a la invitación con prontitud y alegría.
En mi ausencia te has convertido en hombre. Al-Malik lo estudiaba con atención.
Si, mi señor respondió Dorian. Y tuvo que contenerse para no añadir automáticamente: "Por la gracia de Alá."
Ya veo que así es. El príncipe observó el contorno de los músculos jóvenes y firmes, la amplitud de los hombros bajo el kanzu que Dorian lucía con tanta naturalidad. Y por lo tanto corresponde que abandones el nombre del niño para adoptar, en cambio, el del hombre. Desde ahora en adelante se te llamará al-Salil.
Es la voluntad de Alá dijeron al unísono Al-Allama y Ben Abnam.
Ambos parecían orgullosos y complacidos por el honor qué el príncipe había acordado a su protegido. Redundaba en prestigio para ellos, pues el nombre escogido era propicio: significaba "la espada desenvainada".
Tu magnanimidad es como la asomada del Sol después de la noche tenebrosa replicó Dorian. El mullah hizo un gestó de aprobación ante esas palabras y el tono utilizado.
También corresponde que tengas tu propio lancero.
Al Malik dio unas palmadas y un joven salió a la terraza, paso largo y rápido, como el de un camello de carrera. Tendría alrededor de veintiocho años y era guerrero, a juzgar por su atavío y su porte. Calzaba cimitarra a la cintura y llevaba a hombro un escudo redondo de bronce.
Éste es Batula presentó el príncipe. Te prestará su juramento. Batula fue a arrodillarse ante Dorian.
Desde este día en adelante eres mi señor, dijo en voz fuente y clara. Tus enemigos son mis enemigos. Allí donde vayas estaré yo a tu diestra, portando tu lanza y tu escudo.
Dorian le puso una mano en el hombro, en señal de que aceptaba su juramento, y Batula se puso de pie. Los dos jóvenes se miraron frente a frente y Dorian sintió una simpatía instintiva. Batula no era hermoso, pero su rostro era amplio franco; su nariz, langa y aguileña. En la sonrisa mostraba dientes blancos y parejos. Llevaba el denso pelo oscuro untado de ghee y retorcido en una trenza por sobre el ancho hombro.
Batula es experto con la lanza dijo al-Malik y guerrero probado en la batalla. Tiene mucho que enseñarte, al-Salil.
La lanza era el arma del verdadero jinete árabe. Dorian había observado la práctica de los novicios, emocionado por la carga de los cascos al galope, el destello acerado de las puntas cuando ensartaban un anillo de bronce suspendido en el aire.
Seré un discípulo atento prometió.
El príncipe despidió a Batula. Luego añadió: Muy pronto iniciarás otro largo viaje al norte: el peregrinaje hacia La Meca, por las arenas y los páramos desiertos. Tú me acompañarás, hijo mío.
Mi corazón se regocija por que me hayas escogido, gran señor.
AI-Malik lo despidió con el gesto de siempre. Cuando él se hubo ido, dijo a Al-Allama y Ben Abram:
Enviaréis un mensaje al sultán de Zanzíbar, para que lo entreguen al cónsul inglés. Hizo una pausa para ordenar las palabras. Decidle que el príncipe al-Malik compró, en verdad, a al-Amhara de al-Auf. Lo hizo para tomar al muchacho bajo su protección y protegerlo de todo dañó. Decidle que, pese a todo lo que hizo al-Malik por protegerlo, al-Amhara enfermo de pestilencia y murió hace un año. Que está sepultado aquí, en la isla de Lamu. Decidle que al-Malik ha hablado así.
Al-Allama le hizo una reverencia.
Será como mandéis, Excelencia. Lo impresionaba esa ingeniosa solución.
Al-Amhara ha muerto prosiguió el príncipe. Erigiréis en el cementerio una lápida con ese nombre. Al-Amhara ha muerto. Al-Salil vive.
Por la gracia de Dios.
Me llevaré al niño al desierto para que los Saan lo escondan. Alí, en las arenas, aprenderá las costumbres guerreras. Con el tiempo los francos se olvidarán de su existencia.
Es una sabia decisión.
Al-Salil es para mí más que un hijo: es mi talismán viviente. Jamás cederé a las exigencias de los francos aseguró con suave firmeza.