Kush volvió temprano por la mañana, lleno de bravatas y amenazas. No obstante, era evidente que no estaba dispuesto a desafiar las advertencias de al-Allama y Ben Abnam causando al niño un daño real, pero la malevolencia rielaba en torno de él como un aura maligna. Lo miró desde la puerta, con las facciones hinchadas llenas de odio.
Si Alá es generoso, pronto llegará el día en que ya no estés en la zenana para causarme problemas.
La atmósfera crepitaba como los relámpagos de verano, cande hostilidad contra Dorian. Los otros niños, con excepción de Yasmini, se mantenían bien lejos de él. Les bastaba verlo para interrumpir sus ruidosos juegos y para escabullirse entre murmullos. Las mujeres se cubrían la cara y apartaban las faldas, como si el contacto con él pudiera contaminarlas.
Tres días después, al regresan de sus lecciones con al-Allama, se encontró con Zayn, que estaba sentado con Abubaker y otros tres compinches, dándose un festín de dulces. Al acercarse Dorian, cruzando los claustros, ellos guardaron silencio y lo observaron con intranquilidad.
Zayn aún tenía la nariz hinchada y una costra negra en el labio superior; las cuencas de los ojos estaban más amoratadas que nunca. Tenía el pie derecho envuelto en vendajes; talvez fuera cierto que podía quedar cojo de por vida, pensó Darían, pero lo miró directamente, sin vacilar. El otro, sin poden sostener esa minada verde y fría, apartó la cara. Dijo algo a Abubaker y los dos soltaron una risita nerviosa. Dorian pasó ante ellos a grandes pasos; al ver que se alejaba, Zayn se tomó más audaz.
Piel blanca como el pus dijo, haciendo silbar el aliento por el hueco abierto entre sus dientes.
Ojos verdes como meada de cerdo concordó Abubaker.
Sólo quien la bebe puede conocer tan bien su color apuntó Dorian, en voz igualmente alta. Y siguió caminando sin minan atrás.
En las semanas siguientes esa peligrosa hostilidad fue cediendo. Aunque Dorian se había convertido en el paria de la zenana, ahora los otros se limitaban a ignorarlo. Ni siquiera Zayn y Abubaker reaccionaban ya ante su presencia, aunque frente a él se comportaran con exagerada indiferencia. Zayn aún renqueaba; con el tiempo resultó evidente que la lesión sufrida en el pie izquierdo bien podía ser irreversible.
No obstante, Tahi no se dejó aplacar por esa tregua hostil y no perdía oportunidad de aleccionar a Dorian sobre los peligros de exponerse al veneno o a otros métodos macabros de asesinar a distancia.
Sacude siempre la kanzu antes de ponértela. Da vuelta las sandalias. Hay un pequeño escorpión verde que mata con celeridad; la víctima no tiene tiempo siquiera de gritar después de recibir el aguijonazo. Kush conoce bien las costumbres del escorpión y de otras alimañas.
Pero nada de todo eso podía aplacan por mucho tiempo el humor de Dorian, alegre por naturaleza. Cada vez pasaba menos tiempo dentro de los muros de la zenana. Cuando estaba allí, Yasmini era su constante compañera.
En honor a la habilidad de Ben Abram, Jinni se repuso rápidamente; aunque cuidaba el brazo lesionado, pronto estuvo correteando por el borde de la muralla o trepando hasta lo alto de las higueras de las pagodas.
Llegó el largo mes de Ramadán; después, la luna nueva puso fin al ayuno. Pocos días después Zayn al-Din desapareció de la zenana, para regocijo de Dorian y Yasmini: había llegado a la pubertad y, todavía cojeando por la lesión del pie, se lo envió al mundo exterior. Se decía que había sido enviado a Mascate, a la corte de su tío, el califa. Tahi lanzó un resoplido al enterarse.
El califa lo ha tomado como rehén, para asegurarse la obediencia del príncipe.
No era la primera vez que Dorian oía mencionan las intrigas de la familia real de Omán, pero Tahi le repitió lo que ya sabia.
El califa ha ejecutado por traición a seis de sus hermanos y no confía en los que ha dejado con vida. Redujo la voz a un susurro. Es un hombre malo y cruel. Alá no permita que se fije en ti creyéndote el niño de la profecía.
Y se estremeció ante la idea.
Pocas semanas después de la abrupta partida de Zayn Al-Din, Yasmini vino a las habitaciones de Dorian antes de que él desdentará y lo sacudió por un brazo.
Anoche Jinni no vino a comen y esta mañana no estaba en mi cama. Estaba pálida y temblorosa de pena y preocupación.
Dorian se levantó de un salto y se puso el kanzu, mientras ella se lamentaba:
Creo que le ha sucedido algo terrible.
Ya lo encontraremos le prometió él. Vamos.
Comenzaron por los lugares más probables: los escondites favoritos de Jinni. El principal era la tumba del Santo, Abd Muhammad Ah. Revisaron cada centímetro de esa antigua edificación, llamando al mono por su nombre y ofreciéndole tortas de canela; sabían que ese aroma lo harca abandona cualquier escondrijo. Fracasado eso, recorrieron sistemáticamente los jardines, pero con la misma falta de éxito. Por entonces Yasmini estaba enloquecida por la pena.
Una vez lo salvaste, Dowie. Ahora Shaitan ha vuelto por él. Tal vez se lo haya llevado como castigo.
No seas infantil, Yazmini. Sin darse cuenta la regañaba las mismas palabras de Tom. Shaitan no se interesa por nonos y hembras pequeñas.
¿Que vamos a hacer? Yasmini volvió hacia él los ojos color de miel, con absoluta confianza.
Empezaremos de nuevo por la tumba. Jinni ha de estar en algún sitio.
La entrada a la tumba estaba cerrada con ladrillos y yeso desde hacia siglos; aunque Dorian la examinó minuciosamente, no había agujero alguno por el que pudiera pasar siquiera un mono. Subieron a la terraza para examinarla otra vez. Aunque llamaron hasta quedar roncos, no había señales de Jinni.
Por fin, ya desanimados, se sentaron en el borde de la cisterna, evitando mirarse. A no sen porque estaban en absoluto silencio, jamás habrían oído ese leve parloteo. Lo percibieron al mismo tiempo y Yasmini asió del brazo a su compañero, clavándole en la piel las pequeñas uñas afiladas.
Jinni susurro.
Se descolgaron de un salto, olvidando el cansancio, para minan ansiosamente en derredor. El sonido parecía emanar del aire circundante, sin ningún punto focal.
¿De donde viene, Dowie? preguntó ella.
Pero Dorian la hizo callar imperiosamente, alzando una mano para pedir silencio, y rastreo el vago sonido a través de la terraza. Cuando se interrumpió, a un silbido suyo Jinni volvió inmediatamente a clamar, guiándolo hacia el extremo opuesto.
Allí parecieron encontrarse en un callejón sin salida, hasta que Dorian, de rodillas, se arrastró a lo largo de la juntura entre la pared del como y el cenco de la terraza, donde los gritos de Jinni eran más audibles. La zona estaba cubierta de hierbas y enredaderas, pero detectó un rastro entre ellas, como si algo o alguien hubiera pasado recientemente por allí. Apartó la maleza y alzó las enredaderas colgantes para inspeccionar la base de la cúpula.
De inmediato vio que el material coralino se había desintegrado en ciento punto, dejando una abertura de tamaño suficiente como para que Jinni hubiera pasado trabajosamente. Al acercan el oído a ese hoyo se desvanecieron sus últimas dudas: los gritos de Jinni se magnificaban como por un tubo de resonancia.
Está allí abajo! dijo a Yasmini.
Ella palmoteó alegremente.
¿Puedes sacarlo, Dowie? Luego apoyó la boca en el agujero para gritar: ¡Jinni! ¿Me oyes, bebe?
Le respondieron chillidos tenues, pero excitados, desde las profundidades del agujero.
Apártate. Darían la empujó a un lado y comenzó a agrandar el agujero a mano limpia. Los trozos sin argamasa se desprendían entre sus dedos. Pidió a Yasmini que le trajera una caña de bambú del montón acumulado al pie de la escalinata y la utilizó para desprenden los trozos más resistentes.
Media hora después el agujero era lo bastante grande como para permitirle pasan. No obstante, al asomar la cabeza sólo pudo ven el polvo arremolinado de sus esfuerzos y la oscuridad.
Espera aquí, Yazmini le ordenó, mientras introducía las piernas por la abertura.
Por más que pataleó no pudo tocar el fondo ni hallar asidero para los pies. Aferrado al borde con ambas manos, se descolgó de a poquito. De pronto se rompió el sector de muro al que estaba aferrado; con un grito de alarma, Dorian cayó en la oscuridad. Esperaba desplomarse por varios metros hacia la muerte, pero apenas cayó un palmo antes de tocan el suelo. El impacto fue tan inesperado que le fallaron las piernas y se derrumbo en un montón. Se levantó trabajosamente.
Yasmini lo llamaba, nerviosa: ¿Estás bien, Dowie?
Sí.
¿Puedo bajar?
No. Quédate ahí. Y saca la cabeza del agujero para qué entre luz.
Cuando el polvo se hubo asentado, ya habituada la vista a la penumbra, inspeccionó el lugar. Por la abertura entraba un vago rayo de Sol; a su luz se encontró en un pasadizo estrecho que parecía construido en el centro del gran muro exterior d la tumba. Era apenas más ancho que sus hombros y lo bastante alto como para permitirle estar de pie.
Los gritos de Jinni venían de cerca; avanzó hacia ellos, estornudando. Una puerta de madera clausuraba el paso. Arruinada por la vejez y el moho, se había desprendido de los goznes de cuero, ya podridos. Jinni debía de haberse colgado de ella; hasta su leve peso había bastado para hacerla caer, ahora estaba atrapado bajo ella.
En sus forcejeos por liberarse se había roto las uñas contra la madera, tenía el pelaje lleno de polvo y astillas. Darían tironeó y empujó, levantando la pesada puerta lo suficiente para que el mono pudiera escurrirse. Jinni, indemne, trepo raudamente a su hombro y se le colgó del cuello con ambos brazos, parloteando de alivio.
Animal estúpido lo regaño él en inglés, acariciándole la cabeza para acallarlo. Así aprenderás a no ir vagando por donde no debes, mono idiota.
Retrocedió con él para entregarlo a Yasmini, que había asomado la cabeza y los hombros por el hoyo. Luego volvió hacia la puerta y la arrastró hacia atrás; apoyándola contra la pared del pasadizo, le sirvió de escalera para subir hasta la abertura y salir a la luz del Sol, cubierto de polvo y tierna. Mientras la niña sofocaba a Jinni en un amoroso abrazo, él se lavó lo más grueso de la mugre en las aguas de la cisterna.
Yasmini bajó la escalinata con Jinni en brazos. Antes de seguirlos Dorian se dejo llevar por un impulso: acomodo la maleza y las enredaderas en flor, a fin de disimulan el agujero abierto en la base del como. Algunos días después Dorían volvía para explorar los sectores más alejados del pasadizo secreto. Cometió el error de revelar a Yasmini lo que planeaba y ella insistió en acompañarlo con Jinni. Sin que Tahi lo supiera, Él se llevó una de las lámparas y También acero y pedernal con que encenderla. Para asegurarse de que no los siguiera ningún espía de Kush, tomaron complicadas precauciones: ambos llegaron a la antigua tumba por caminos distintos y se reunieron junto a la cisterna.
¿Nadie te siguió? inquirió Dorian, al verla subir la escalinata con Jinni en el hombro.
Nadie confirmó ella, casi bailando de entusiasmo.¿Que supones que encontraremos, Dowie? ¿Un gran tesoro de oro y piedras preciosas?
Un cuarto secreto lleno de calaveras y huesos viejos bromeó él.
Ella puso cara de aprensión.
¿Bajas tú primero? sugirió, asiéndole la mano.
Se escabulleron entre las enredaderas, devolviéndolas a su sitio detrás de ellos. Luego Dorian levantó las que ocultaban la entrada del pasadizo y echó un vistazo en la oscuridad.
No hay peligro. Nadie lo ha descubierto.
Se sentó en cuclillas para trabajar con el acero y el pedernal. Cuando tuvo la lámpara bien encendida, ordenó:
Cuando yo te la pida, pásamela. Se descolgó por la abertura y miró hacia arriba. Dame la lámpara. La puso donde no estorbará. Ahora baja.
Guió los pies oscilantes de la niña hacia la vieja puerta.
Ya casi estás. Salta.
Ella dio un brinco hacia abajo y miró en derredor. Jinni, que entraba como un rayo, se le trepó por la pierna. Como no había espacio suficiente para llevarlo sentado en el hombro, ella se lo monto en la cadena.
¡Que excitante! Nunca hice nada así.
No hagas tanto ruido. Dorian recogió la lámpara. Ahora sígueme de cerca, pero no me estorbes el paso.
Avanzó cautelosamente hasta el sitio donde había encontrado la vieja puerta, pero se llevó el desencanto de ver que, apenas unos metros más allá, el pasadizo estaba cegado con ladrillos. Era un callejón sin salida.
¿Que hay detrás de los ladrillos? preguntó Yasmini, susurrando.
Yo diría que antes daba a la tumba en si, pero alguien lo clausuró. Lo que no me explico es para que lo construyeron.
Para que el Ángel Gibrael pudiera entraren el sepulcro a Llevar el alma del santo al Paraíso le dijo Yasmini, con autoridad. Gibrael siempre baja por las almas de los hombres justos.
Dorian iba a ridiculizarla, pero vio lo grandes y líquidos que parecían sus ojos a la luz del candil.
Puede que tengas razón concordó. pero me gustaría saber adonde conduce el otro extremo del pasadizo.
Retrocedieron, pasando bajo la abertura por la que habían entrado, y continuaron avanzando lentamente por la polvorienta penumbra, que olía a hongos y moho. A la débil luz amarilla notaron que el suelo comenzaba a inclinarse hacia abajo; cada pocos pasos había peldaños de piedra que descendían. El techo estaba a pocos centímetros de la cabeza de Dorian.
Tengo miedo susurro Yasmini, sin aliento. Quizás el se enoje con nosotros por usar su camino. Y estrechó a Jinni contra su cuerpo, mientras extendía la mano para asirse firmemente del kanzu de su compañero. Avanzaron en silencio. El pasillo continuaba descendiendo. Por fin, cuando Dorian calculó que estaban bajo la superficie niveló en dirección horizontal. Él contó los pasos.
¿Que pasará si se derrumba el techo? preguntó Yasmini.
Hace siglos que está aquí replicó Dorian, confiado. ¿Que tiene que caerse ahora? Y siguió contando los pasos en voz alta. Trescientos veintidós anunció. Y casi de inmediato: Mira: ahora hay escalones hacia arriba.
Los subieron lentamente. En cada uno el niño se detenía con la lámpara en alto, para inspeccionar el camino hacia adelante. De pronto volvió a detenerse. Está bloqueado dijo, con gran desilusión.
La luz del candil les mostró que el techo y una de las paredes laterales se habían derrumbado. Quedaron sin saben que hacer fija la mirada en la mampostería caída. De pronto Jinni se descolgó desde la cadera de Yasmini para lanzarse hacia adelante. Antes de que Dorian pudiera sujetarlo por el rabo, desapareció por una pequeña abertura entre la parte intacta del techo y el montón de escombros.
Jinni! Yasmini pasó junto a Dorían para hundir el brazo en la abertura. Se atascará otra vez. Sálvalo, Dowie.
Mono estúpido.
El jovencito comenzó a retirar la mampostería, tratando de alcanzarlo. Cada pocos minutos el animal los llamaba, pero se negaba a volver, por mucho que Yasmini le suplicaba. Dorian trabajaba empeñosamente. Por fin se detuvo y trepó al montón de escombros.
Adelante veo luz exclamó, jubiloso. Y redobló sus esfuerzos por retirar los escombros que aún cegaban el túnel.
Una hora después se enjugó la cara con el ruedo del kanzu. El sudor se había mezclado con el polvo para formar una pasta lodosa.
Creo que ahora puedo pasar.
e arrastró por la abertura agrandada, con el vientre hacia abajo, mientras Yasmini lo observaba con aprensión; primero el cuerpo, luego las piernas, finalmente los pies desaparecieron de la vista. Momentos después exclamó: Yazmini! No hay peligro. Ven.
Ella era tanto más pequeña que pudo pasar gateando. Poco más allá la luz se hizo más potente; Dorian estaba sentado en cuclillas junto a la salida del túnel. Un velo de vegetación pendía frente a ellos, pero más allá refulgía el Sol.
¿Donde estamos? preguntó la niña, apretándose a él.
No se.
Dorían apartó cautelosamente el follaje verde. Se encontraban en una hoya, rodeada por paredes de ladrillos coralinos ya desintegradas por el tiempo y la intemperie. Toda la zona estaba muy cubierta de maleza.
Quédate aquí, le dijo Dorian, mientras salía a la luz trepó con cuidado hasta lo alto de la ruina para minar hacia afuera. Vio palmeras, verdes manglares y, más allá, un destello de playa blanca y el vívido azul del océano. Entonces reconoció el lugar por haberlo visto en sus exploraciones.
Estamos fuera de la zenana dijo, estupefacto. El túnel pasa por debajo de la muralla.
Nunca en mi vida había estado afuera. Yasmini apareció a su lado. Mira. ¿Eso es la playa? ¿No podemos bajar, Dowie?
Entonces oyeron voces y bajaron la cabeza. Un grupo de mujeres pasó debajo del escondrijo, sin minar hacia arriba. Eran esclavas swahilis, negras y sin velo, con enormes brazadas de leña en equilibrio sobre la cabeza. Sus voces se perdieron a la distancia.
¿Podemos bajar a la playa, Dowie? rogó Yasmini. Sólo por un ratito. Por esta única vez.
No. Eres una tonta dijo Dorian, severo. Si te ven los pescadores se lo dirán a Kush. Y entonces habrá otra tumba en el cementerio. Ya sabes que suerte corren las niñitas que no le obedecen. Y volvió a la boca del túnel. Vamos.
Tal vez sea la voluntad de Dios que jamás nade contigo en el océano musitó ella, melancólica, sin dejar de mirar por entre los robles.
Baja, Yazmini. Tenemos que regresar.
Las palabras de su amiga lo atribulaban. Se sentía culpable cada vez que bajaba solo a la playa y cruzaba a nado los arrecifes. Aunque ella no volvió a mencionar el tema, aquella súplica le roía la mente.
En las semanas siguientes exploró con discreción la zona estaba al este de la zenana, por fuera de la muralla, descubrió que había muchas ruinas entre los árboles. En su mayoría estaban cubiertas de maleza o por las dunas acumuladas por el monzón. Tardó algunos días en descubrir los arrabales y la vetusta mampostería de coral que disimulaban la entrada del túnel. Una vez seguro de que nadie lo observaba, trepó por sobre el montón y descendió a la abertura de la hoya.
Pasó varias horas despejando la entrada, a fin de que el acceso fuera fácil y seguro; luego volvió a cubrirlo con frondas de palmera y ramas secas, a fin de que no lo descubrieran por casualidad las swahilis que recogían leña.
Luego pidió a su amigo Mustapha, el caballerizo, que le prestará un kanzu viejo y harapiento, más parches que el Original, y un keffiya igualmente sucio, que ni siquiera el palafrenero volvería a usar. Después de hacer un hatillo con todo, lo escondió a la salida del túnel y esperó la luna llena. Entonces, ya con todo preparado, preguntó a Yasmini: ¿De venas te gustaría nadar en el océano?
Ella lo miró fijamente, atónita. Luego arrugó la carita.
No me tortures, Dowie suplicó.
Esta anochecer vendrás a cenar con Tahi y conmigo. Después de las oraciones de Maghnib darás las gracias a Tahi y le dirás que vuelves a tu casa. En cambio vendrás aquí y te esconderás detrás de la cisterna. La cara de la niña se iluminó poco a poco; sus ojos chispearon.
Tu madre creerá que estás con Tahi. Y Tahi, que estás con tu madre. Yo te seguiré al poco rato y nos reuniremos aquí.
Si, Dowie. Ella asintió vigorosamente.
No tendrás miedo de venir aquí sola y en la oscuridad?
No, Dowie. La cabeza negó con tanta vehemencia que pareció a punto de desprenderse.
No puedes traer a Jinni. Debe quedarse en su jaula. ¿Me lo prometes?
Te lo prometo de todo corazón, Dowie.
Al anochecer Yazmini estaba tan inquieta que al anochecer que Tahi la estudió con suspicacia.
¿Que te sucede, niña? Estás parloteando como una bandada de papagayos y brincando como si tuvieras ascuas en los pantalones. ¿Has vuelto a salir al sol sin cubrirte la cabeza?
Yasmini deglutió el resto de la comida, recogiéndola del cuenco con los dedos de la mano derecha. Luego se levantó de un salto.
Debo irme, Tahi. Mi madre me recomendó que volviera temprano.
Pero no has terminado de comen. Hice tu postre favorito: Tortas de coco rallado con azafrán.
Hoy no tengo hambre. Debo irme. Volveré mañana.
Primero las oraciones la retuvo Tahi.
Todas las alabanzas y la gratitud para el Todopoderoso
Alá que nos ha dado de comen y beber y nos ha hecho musulmanes barbota Yasmini.
Y salió de la habitación antes de que Tahi pudiera detenerla otra vez.
Dorian esperó un ratito antes de levantarse, desperezándose con aire despreocupado.
Voy a pasean por los jardines.
De inmediato Tahi fue toda preocupación.
No olvides poner mucho cuidado, al-Amhara. No creas que Kush te ha perdonado.
Dorian se escabulló presurosamente, para evitar más consejos.
¿Yazmini? Llamo suavemente al salir de la escalinata a la terraza. Su voz temblaba y se quebraba; desde hacia un tiempo le jugaba sucio en momentos de nerviosismo o emoción, alta: camino hacia arriba y hacia abajo por la escala. Yazmini? Está vez surgió gruñona.
¡Dowie! ¡Estoy aquí!.
Ella gateó desde tras la cisterna y corrió a su encuentro. La Luna empezaba a asomar por sobre la muralla exterior; a la luz, Dorian la guió hasta la abertura del Camino del Ángel como llamaban al pasadizo secreto. Entró el primero para buscar la lámpara, el pedernal y el acero que había dejado allí. Una vez que la mecha ardió con firmeza, llamó a Yasmini, sujetó el cuerpecito que se deslizaba por la vieja puerta. Ella se apretó a su espalda, aferrada a su túnica, para avanzar en el túnel. Cuando llegaron al sector derrumbado, Dorían apagó la mecha.
Que no se vea ninguna luz le advirtió.
Recorrieron los últimos metros a tientas, a lo largo de la pared; por fin vieron la luminiscencia de la Luna por entre la enredaderas que disimulaban la boca del túnel. Dorian buscó el hatillo de ropa vieja que había escondido en un nicho de Túnel.
Toma. Ponte esto ordenó.
Huele mal, protestó ella.
¿Quienes venir conmigo o no?
La niña no volvió a protestar. Se oyó un susurro de telas mientras se quitaba la ropa para ponerse el kanzu.
Ya estoy lista dijo, ansiosa.
Él la guío hacia afuera bajo el claro de luna. Yasmini se pisaba el ruedo, pues la túnica le quedaba demasiado grande Dorian se arrodilló para desgarrarlo a la altura de los tobillos, luego la ayudó a acomodarse el keffiya para ocultar la cabellera.
Así está bien decidió, después de observarla. Podía pasar por alguno de los pilluelos harapientos que correteaban por las calles de la ciudad o a lo largo de la playa. El hijo de un pescador, quizás, o de una esclava que recogiera leña. Vamos!
Treparon por las ruinas y, con exagerada cautela, descendieron por las palmares hacia el extremo de la playa. Dorian conocía íntimamente ese sector de costa y había elegido un sitio donde los pequeños acantilados de piedra arenisca formaban un estanque. En la faz del acantilado había una cueva de poca profundidad, llena de sombras que los ocultaron cuando se sentaron juntos en la arena húmeda, contemplando la ensenada bañada por la Luna. La bajamar dejaba al descubierto la arena coralina, del blanco más puno; la Luna arrojaba sobre la playa sin marcas sombras azules de las columnas esculpidas en la piedra blanca. El suave oleaje del arrecife exterior relumbraba de fosforescencia, iluminándoles la cara con intermitencia.
Que belleza, susurró Yasmini. Nunca habría creído que esto fuera tan bello.
Voy a nadar dijo Dorian, levantándose. Se quitó el kanzu y las sandalias. ¿Vienes?
Sin esperan respuesta salió a la playa y se volvió a mirarla desde el borde del estanque.
Yasmini emergió de la cueva moviéndose como un cervatillo; sus piernas parecían demasiado langas para su cuerpo infantil. Se había quitado la túnica harapienta y estaba tan desnuda como él. Dorian había visto esclavas en el mercado, pero ninguna poseía esa gracia feérica. La cabellera le llegaba hasta las nalgas pequeñas y redondas; la yeta en el pelo de marta era plata bajo el claro de luna.
Al llegar adonde él estaba le tomó una mano con gesto inocente. Sus pechos eran capullos cremosos, apenas definidos, pero los pequeños pezones ya se erguían con orgullo, incitados por el aire fresco del monzón. Él se sintió extrañó al mirarlos, con una desacostumbrada tensión en la boca del estómago.
Entraron de la mano en el estanque. El agua estaba más tibia que el aire nocturno, tibia como su propia sangre. Yasmini se sumergió hasta que su larga cabellera flotó en derredor como hojas de loto. Reía de gozo.
Cuando la Luna había recorrido ya la mitad de su trayecto hacia el cenit, él le dijo: ya no podemos demoramos más. Se hace tarde. Es precisó regresar.
Nunca había sido tan feliz dijo ella. Nunca en mi vida. Ojal pudiéramos estar así eternamente.
Pero se puso de pie, obediente, y el agua plateada doró sus largos miembros. Volvieron a la playa, dejando una doble sarta de huellas en la arena pálida. Ante la boca de la cueva ella se volvió a decirle:
Gracias, Dowie. De pronto lo rodeó con los brazos para estrecharlo. Te amo tanto, hermano mío…
Dorian se sintió incomodo en ese abrazo. La sensación de ese cuerpecito apretado al suyo, la tibieza de su piel a través de las frías gotas de agua marina, volvían a provocarle esa extraña sensación en la boca del estómago.
Yasmini dio un paso atrás con una risita infantil.
Estoy toda mojada. Y se retorció un mechón de pelo oscuro, dejando chorrean el agua a la arena.
Dorian recogió su kanzu.
Vuélvete ordenó. Ella, obediente, le presentó la esbelta curva de su espalda. Su compañero se la frotó suavemente con los pliegues de la túnica. Ahora, el otro lado.
Cuando la niña se puso de frente, él secó las pequeñas hinchazones cálidas del pecho y descendió por el vientre.
Me haces cosquillas.
Tenía el vientre suave y cóncavo; su única mácula era el hoyuelo del ombligo y, en la base, la pequeña hendidura vertical de piel sin vello entre los muslos.
Ahora ponte el kanzu ordenó él.
Yasmini se volvió para recoger la prenda de la arena. Al ver sus nalgas pequeñas, perfectamente redondeadas, Dorian sintió el pecho obstruido y le costó volver a respirar.
La niña se irguió para pasarse la sucia prenda por la cabeza; cuando asomó la cara por el escote él seguía de pie, mirándola. Le dedicó una sonrisa picará y, mientras se enroscaba el pelo para esconderlo debajo de la keffiya, observó abiertamente el cuerpo de su amigo, sin la menor sensación de culpa o pecado.
¡Que blanco eres donde el sol no te ha tocado! Y mira Tienes pelo También ahí abajo. Señalaba con sorpresa. Es del mismo color que el de tu cabeza y brilla como seda a la luz de la Luna. ¡Que bonito! se maravilló.
Dorian había olvidado la suave pelusa que brotaba en lo últimos meses. Por primera vez se sintió tímido frente a ella casi culpable, y se apresuró a cubrirse con la ropa mojada.
Tenemos que irnos, dijo.
Yasmini tuvo que correr para alcanzarlo. Ya en la protección del túnel, cambió el sucio kanzu por sus propias prendas.
¿Estás lista? preguntó él.
Sí, Dowie. Pero antes de que él echara a andar por el túnel, la niña lo sujetó por la mano, susurrando: Gracias, hermano mío. Jamás olvidaré lo que hicimos esta noche. Nunca jamás!
Él trató de desasirse, confundido por sus emociones y casi enojado con ella por provocárselas.
¿Podemos volver otra vez, Dowie? suplicó ella.
No sé. Él liberó su mano. Tal vez.
Por favor, Dowie. Fue muy divertido.
Bueno, ya veremos.
Voy a portarme muy bien. Haré todo lo que digas. No volveré a provocarte nunca más. Pero dime que sí. Por favor, Dowie.
Está bien, Yazmini. Vendremos alguna otra vez.