Las amenazas de Ben Abram y Al-Allama habían causado en Kush un más amplio en un buen sector de la zenana. Ahora tenían un pequeño patio con profundo efecto. Al día siguiente Dorian y Tahi fueron trasladados a un alojamiento una fuente de agua fresca. Kush les envió una esclava para que ayuda con el trabajo domestico más pesado, como cambiar los baldes de la letrina. Dorian recibió un guardarropa nuevo y se permitió a Tahi salir al encuentro de las carretas que, todos los días, venían de la ciudad cargadas de productos frescos. De ese modo podría escoger la mejor carne fresca. Más importante aún era que, durante el día, Dorian podía corren en libertad por la zenana. Sin embargo, pese a sus amargas quejas, Kush no le permitía abandonar el recinto amurallado, salvo para visitar al mullah en la fortaleza. pero También eso cambió cuando Dorian se quejó a Ben Abram. En adelante pudo vagar por el puerto y por toda la isla, aunque uno de los guardias de Kush lo seguía de cerca, sin perderlo de vista. Tan grande era su voluntad que empezó a pensar nuevamente en la fuga. Sus planes eran más un juego de mentirillillas que una intención firme. Cuando empezó a frecuentar la playa y a intentar hacen amigos entre los pescadores, descubrió que Kush se le había adelantado; parecía haber advertido a todos los isleños que no hablaran con el infiel. Como su guardia rondaba siempre a poca distancia, no había la menor posibilidad de robar un bote ni de recibir ayuda alguna de los pescadores y marineros locales. Por fin Dorian se resignó a la futilidad de sus planes y fue dedicando más tiempo y esfuerzo a entablan amistad con los soldados del fuente, los mozos de los establos reales y los halconeros del príncipe. Yasmini recibió esa liberación con visible placer; en cuanto percibió que Kush no opondría objeciones se convirtió en la sombra de Dorian. Naturalmente, nunca se le permitía poner un pie fuera de la zenana, pero lo seguía por los jardines y visitaba constantemente las habitaciones que él compartía con Tahi. Su voz y su risa se mezclaban con el parloteo de Jinni para Dar más luz a esos cuantos sombríos. Tahi le enseñaba a cocinar sobre el humeante fuego de leña; esa novedad le brindaba un enorme placer.
Lo hice para ti, Dowie gorjeaba, ofreciendo insistentemente sus creaciones a Dorian. ¿Verdad que te gusta? Y observaba con nerviosismo cada bocado que él hacía desaparecen. ¿Está rico? ¿Te gusta?
Cuando Dorian salía de la zenana para ir a la playa, el puerto y el fuerte, ella quedaba melancólica. Rondaba las faldas de Tahi, esperando su regreso. Cuando lo veía cruzar la puerta corría hacia él, iluminada la carita de mono.
A veces su devoción se tornaba tan sofocante que Dorian inventaba excusas para salir de la zenana, simplemente poder alejase de ella. Bajaba a los establos reales y pasaba hora allí, alimentando, abrevando y acicalando a los magníficos animales del príncipe, a cambio del privilegio de que le permitieran montar en uno. A él volvían todas las enseñanzas recibidas en High Weald de su padre y de sus hermanos mayores En la frescura del anochecer, los palafreneros jugaban al puli (palabra persa que significa "pelota"), que era la pasión de los mogoles reales y había sido adoptada por los habitantes de Omán. La pelota era de raíz de bambú y se la golpeaba con una masa del mismo material. Una vez que el jefe de caballerizos lo conoció mejor, le permitió participan de la práctica con los muchachos más jóvenes. A Dorian le encantaba sentir lomo sudoroso del caballo entre las piernas, el tronar de la carga a gritos, entre codazos, empujando a los otros para llegar ala pelota. Pronto su agresiva habilidad le ganó la aprobación de los veteranos:
Si Alá lo permite serás un buen jinete.
Otro de sus retiros favoritos era el establo que albergaba los halcones del príncipe. Siempre se mostraba atento y calido entre esas aves fieras, pero hermosas, y pronto los halconeros comenzaron a impartirle sus conocimientos tradicionales Dorian aprendió su colorido lenguaje y su terminología; a veces los acompañaba cuando iban a ejercitan las aves en lo manglares pantanosos, en el extremo norte de la isla.
En otras ocasiones escapaba de su guardia y se escabullía a solas para exploran las costas, en busca de ensenadas y playas desiertas donde quitarse la ropa, zambullirse en el océano y nadar hacia afuera, por sobre los arrecifes hasta llegar casi al agotamiento. Luego se tendía en la arena blanca, con la mirada nada pendida hacia el sur imaginando que las gavias de Tom asomaban en el horizonte.
Cuando volvía a la zenana, sabiendo que Yasmini lo estaría esperando, llevaba siempre un pequeño regalo con el que calmar su culpa. A veces era una pluma de halcón, pendida por alguna de las aves; otras, una ajorca trenzada por él mismo con crines de caballo o conchillas recogidas en el acantilado que enhebraba para hacerle collares.
Me gustarla poder ir contigo decía ella, melancólica. Me encantaría nadan contigo o verte montan a caballo.
Bueno, bien sabes que no puedes replicaba Dorian con brusquedad.
Había comprendido que clase de vida llevaría su amiga en los años venideros. Ella jamás podría abandonar la zenana como no fuera velada y con alguien que la vigilará. Probablemente, él era el único amigo del sexo opuesto que pudiera tener, como no fueran sus parientes consanguíneos. Y hasta eso terminaría pronto, pues ambos estaban en el umbral de la pubertad. Ella se casaría en cuanto se hiciera mujer. Según Tahi, eso había sido acordado cuando la niña tenía cuatro años.
La entregarían a uno de sus primos que está en la tierna del Gran Mogol, al otro lado del océano, para cimentar los vínculos entre las dos casas reales. Y observó las emociones que cruzaban por la cara de Dorian, al pensar que su pequeña compañera seria enviada a casa de un hombre al que no conocía, en un país que nunca había visto.
Es mi hermana. No quiero que se vaya barbotó el niño, impulsivamente, sorprendido al sentirse tan responsable de ella. A ti te dará igual le dijo Tahi con brusquedad, para disimulan su compasión. No pasará un año sin que cambiase a hombre. Kush está alerta y nunca se le pasa desapercibido. Al primen signo te alejará de la zenana para siempre. Aunque Yasmini pudiera seguir aquí, jamás volverlas a verla. Tal vez sea mejor que esa amistad vuestra termine de un golpe tan limpio como el del cuchillo que celebrará tu propia hombría. Esa referencia al cuchillo lo perturbaba. Había oído a los otros muchachos hablan sobre el rito de la circuncisión entre bromas soeces, pero nunca pensó que él También debería soportarla. Tahi se lo había hecho saber sin rodeos.
No soy musulmán protestó el. No pueden hacerme eso.
Si conservas ese pedazo de piel jamás conseguirás esposa le advirtió ella.
No quiero esposa. Y no quiero que nadie me corte ningún pedazo.
Su temor al acero se exacerbaba ante la incipiente culpa que le inspiraba la forzosa separación de Yasmini.
¿Qué harás cuando no esté yo para cuidar de ella? Se preocupaba. Es sólo una criatura.
Una tarde volvió de sus vagabundeos justo después de las oraciones vespertinas, con el pelo todavía mojado y rígido por el agua de mar. Tahi, que estaba en cuclillas frente al fuego, levantó la vista al verlo en el vano de la puerta. Con expresión de sufrida paciencia, el respondió a sus preguntas, explicándole dónde había estado y que había hecho, pero no dio más detalles que los que juzgó indispensables. Luego miró en derredor con aire indiferente.
¿Donde está Yasmini? preguntó, como si el tema no le preocupará mucho.
Estuvo aquí, hasta la oración; luego fue a visitar a Baftta, que tiene una mascota nueva. Creo que es un loro gris.
Dorian alargó una mano por sobre su hombro para arrebatarle una de las tortillas de pan ácimo que ella tenía sobre las brasas. Tahi le dio una palmada en la mano.
Eso es para la cena. Déjala inmediatamente.
Que el Profeta te abra las puertas de la misericordia Tahi.
El jovencito, riendo, salió a los jardines, rompiendo trozo del pan para ponérselos en la boca. Tenía un obsequio para Yasmini, una gran concha espiralaza, de interior rosado opalescente. Sabía dónde encontrar a la niña. En el lado oriente de los jardines había una tumba en ruinas, construida siglo atrás en honor de uno de los santos islámicos. En el muro del sepulcro había una piedra cuyo texto Dorian había descifrado trabajosamente: "AbdAllíah Muhammad Ali, fallecido en el año del Profeta”.
Había una alta cúpula coronada por una luna creciente de bronce, cubierta de verdín. Por debajo se abría una terraza para oraciones orientada en dirección a la Cábala de la Meca. En un extremo había una gran cisterna para agua de lluvia donde en otros tiempos los fieles realizaban el vudú, las abluciones rituales, antes de rezar. Ahora, ya en desuso, atraía por las tardes a bandadas entenas de aves silvestres. Yasmini y sus medias hermanas más queridas gustaban de jugar en la terraza. Allí intercambiaban chismes, reían e ideaban juegos fantásticos, vestían a sus mascotas con ropas de bebe y fingían dirigir un hogar o cocinar para una familia imaginaría.
Al llegan al pie de la escalinata que conducía a la terraza Dorian oyó un alarido que lo dejó petrificado, con un pie en el último peldaño. De inmediato reconoció la voz de Yasmini, pensó que le atravesó el corazón fue el agudo tormento que la colmaba. Se adelantó de un brinco y voló por la vetusta escalera impulsada por una serie de esos gritos terribles, cada uno más escalofriante que el anterior. Jinni, él cercopiteco. Estaba sentado sobre la cúpula de la antigua tumba. Cuando se cansaba de que lo acunaran y vistieran como a bebe humano, escapaba a su refugio favorito, donde Yasmini no podía alcanzarlo. Se rascó bajo el brazo con aire soñoliento, entornando los parpados azules de sus grandes ojos pandos. Cada pocos minutos se tambaleaba, casi a punto de caen, pero de inmediato despertaba con un respingo y echaba un vistazo parpadeante a los jardines que se extendían allí abajo. De pronto olfateó algo que lo espabiló por completo: tontas de canela. No había en el mundo nada que gustará tanto a Jinni. Se irguió en toda su estatura, utilizando el largo rabo para mantener el equilibrio en la cúpula redondeada, y echó una mirada anhelante en derredor.
Dos niños bajaban por uno de los senderos, entre los arbustos. Aun desde esa distancia Jinni vio que venían masticando y que el más grande de los dos llevaba un cuenco de plata cubierto. No le hacían falta ojos para saben que había debajo de la cubierta. Con un pequeño parloteo de codicia, correteó por el como para lanzadse a lo alto de la higuera de las pagodas que extendía sus anchas ramas en la terraza de abajo.
Escondido en el denso follaje, vio que los dos niños se sentaban en un rincón discreto de los jardines, con la fuente de plata entre ambos. Cuando Zayn al-Din retiró la cubierta, Jinni tenso el nabo y puso los ojos en blanco al ven el montículo de tontas amarillas. Estaba indeciso entre la gula y el miedo. Conocía demasiado bien a Zayn al-Din. Una piedra le había dejado una cicatriz sobre el ojo: Zayn era experto con la honda. Por otra parte, las tontas aún estaban calientes, recién sacadas del horno de barro, y su aroma era irresistible.
Jinni bajó como rayo por la higuera, manteniendo el tronco entre él y los muchachitos. Al llegan al suelo espío desde atrás del árbol. Una vez seguro de que nadie lo había visto, abandonó su escondrijo para cruzan el prado a toda velocidad. Desde la espesura de una mata echó otra mirada, inflando las mejillas y agitando la nariz: allí el aroma de la canela era mucho más fuente. Vio que Zayn se llevaba una torta a la boca y mordía sus esponjosas delicias amarillas.
El otro niño era Jbn al-Malik Abubaker, uno de los numerosos medio hermanos de Zayn al-Din. Se levantó para acercarse a una casuarina, cenca del muro exterior, y señaló hacia las ramas.
Allí hay un nido de halcón anunció al mayor, que se levantó para unírsele. Ambos estaban de espaldas a la fuente de plata, con la cabeza echada hacia atrás para analizan erizado nido sujeto a las ramas, mucho más arriba.
Tal vez sea un peregrino sugirió Zayn, esperanzado. Cuando los polluelos hayan emplumado podríamos robarlos.
Jinni reunió valor para salir disparado de bajo el arbusto Cruzó el terreno abierto como una yeta gris y, al llegan a la fuente, se lleno las manos de tortas pegajosas. Se las metió en la boca hasta que los buches quedaron a punto de reventar aun trató de cargar en las manos la mitad de las tortas restantes; como no podía con todas, dejó caer las que ya tenía y empezó otra vez.
El mono chilló tras él la temida voz de Zayn.
Jinni comprendió que había sido descubierto. En su prisa por escapar, hizo volar la fuente y corrió a refugiarse en la higuera de las pagodas, dejando tras de si un rastro de torta desmigajadas en el prado. Cuando alcanzó la seguridad de la primera rama agachó la cabeza para minan hacia atrás. Los niños lo seguían de cenca, lanzando gritos de protesta e indignación:
¡Shaitan! ¡Mono del demonio! ¡Puerco animal!
Jinni llegó a las ramas más altas y se acurrucó en una horqueta. Sintiéndose a salvo, empezó a mastican los restos de las tontas que habían sobrevivido a la huida y al escalamiento de árbol.
Allí abajo, Zayn abrió la taleguilla que llevaba al cinturón y sacó la honda. Desenroscó los tientos y los estiró entre los brazos extendidos; luego eligió un guijarro de perfecta redondo y lo puso en el bolsillo en que terminaban los dobles tientos caminó en torno del árbol hasta ven claramente a Jinni. El mono sacudió la cabeza, con los ojos muy abiertos, e hizo una mueca terrorífica para ahuyentarlos.
Te voy a enseñar a no robar mis tortas nunca más le prometió Zayn, preparándose para el tiro.
Hizo giran la honda en torno de la cabeza, una y otra vez tomando velocidad hasta que los tientos zumbaron en el aire y los soltó en el momento exacto. El guijarro era un blanco destello siseante, tan veloz que Jinni no pudo esquivarlo. Golpeó al mono en el brazo izquierdo, por debajo del codo, y el hueso lanzó un chasquido.
Jinni lanzó un chillido y dio un gran salto en el aire, haciendo flamean el brazo fracturado. Al descender trató de aferrarse de una rama, pero el brazo no le respondió; descendió dado tumbos hasta la mitad de la copa antes de poder sujetarse con la pata derecha.
Los dos niños gritaban y bailaban de entusiasmo. Le acertaste, Zayn! proclamaba Abubaker.
Te voy a matar, shaitan ladrón! Zayn estaba acomodando otra piedra en el bolsillo de la honda. Jinni, agarrándose con un solo brazo, volvió a trepar por el árbol. Gimiendo y parloteando de dolor, llegó a la rama langa que se extendía sobre la terraza.
Zayn lanzó la segunda piedra, que silbo en el aire hasta golpean la rama, justo bajo el pecho de Jinni. El mono saltó en el aire y corrió hacia el extremo, con el brazo roto bambaleándose. Sabia dónde buscar protección. Yasmini había oído sus alaridos; aun sin saber que los provocaba, lo estaba llamando con urgencia:
¡Jinni! ¿Que pasa, bebe? Ven con mama.
El mono se arrojó desde el extremo de la rama a los brazos de la niña, sollozando de miedo y dolor.
Ven, gritó Zayn a Abubaker. Busca un palo. ¡Vamos a liquidarlo!
Al pie de la escalinata los jardineros habían dejado un montón de vanas de bambú. Cada uno de los niños tomó una y corrió hacia arriba. Zayn fue el primero en llegan a la terraza, entre bufidos y risas, pero se detuvo en seco cuando Yasmini lo enfrentó con Jinni en los brazos.
No te acerques a mi! le chilló. ¡Déjanos en paz, Zayn al-din!
Por un momento el muchachito quedó desconcertado ante la furia de la pequeña, pero Abubaker, que venla atrás, lo empujó hacia ella.
Es sólo una niñita. Yo la sujeto. Tu te apoderas del mono.
Yasmini retrocedió ante ellos, estrechando al aterrorizado animal contra su pecho, pero ellos la seguían con aire amenazador, blandiendo las varas de bambú e incitándose mutuamente.
El shaitan me robo las tortas. Voy a matarlo.
Antes te mató yo a ti le gritó ella.
Pero su exhibición de bravura empezaba a desmoronarse tenía los ojos llenos de lágrimas. Al llegar al cerco de la cisterna se detuvo allí desesperada y sin salida. Sus medio hermanas la habían abandonado a toda carrera, a la menor señal de problemas con el hermano mayor. Estaba sola. Aunque le temblaban los labios, trató de mantener la voz firme.
Déjanos en paz. Se lo dijo a Al-Allama. Él te castigará por lo que has hecho con Jinni.
Zayn se burló.
¿Vas a decídselo a al-Amhara? ¡Que miedo! Al-Amhara es un infiel come cerdo.
La habían cercado contra la cisterna. De pronto Abubake saltó hacia adelante y la sujetó por el cuello, gritando:
Quítale el mono!
Zayn sujetó a Jinni por una pata. Los tres forcejearon por el mono en derredor de la terraza, entre los chillidos del animal. Yasmini se aferraba a él con todas sus fuerzas, gritando entre las lágrimas. Abubaker le desprendió los dedos uno a uno, hasta que ella perdió asidero y Zayn le arrebató al mono.
Dámelo suplicó la niña. No le hagas más daño, por favor.
Zayn alzó a Jinni por el pellejo del cuello.
Ven a buscarlo, si quienes, antes de que lo mate.
De pronto Jinni se retorció para hundirle los dientes en muñeca. Zayn dejó escapan un aullido de dolorida sorpresa levantándolo por sobre su cabeza, lo arrojó al agua de la cisterna. El mono desapareció bajo la superficie, pero luego emergió chapaleando y nadó hacia el borde. Zayn se miró la muñeca sangrante; luego su cara cetrina se oscureció de furia.
¡Me mordió! ¡Mira como sangra!
Y corrió hacia el borde de la cisterna para empujar a Jinni con la vara de bambú, hundiéndole la cabeza bajo el agua. En cuanto volvió a aparecen lo sumergió una vez más. Entre exclamaciones de sádico gozo.
Vamos a ver si sabe nadar.
Yasmini se desasió de Abubaker y saltó sobre la espalda de el atacándolo a golpes de puño en la cabeza y los hombros pero el niño seguía burlándose, sin prestar atención a sus gritos ni a su ataque, y no dejaba de hundir la cabeza de Jinni cada vez afloraba.
El mono se debilitaba rápidamente; estaba tragando agua tenía el pelaje empapado, adherido al cráneo. Ya no le quedaban energías ni aire con que gritan. La voz de Yasmini, en cambio se oía cada vez más aguda y potente:
¡Déjalo! ¡Te odio! ¡Deja a mi bebe!
Dorian subió a la carrera los últimos peldaños y se detuvo en el tope de la escalinata. Le llevó apenas un momento comprender la confusa escena que tenía ante si. Lo había invadido un pánico insensato ante la perspectiva de encontrar a Yasmini malherida y moribunda, pero su miedo cedió paso a una fría cólera al ver lo que los dos grandullones estaban haciendo con ella y con Jinni. Y se arrojó contra ellos.
Abubaker lo vio llegar y giró en redondo para enfrentarlo, levantando el bambú para pegarle en la cabeza, pero Dorian esquivó la vara y le estrelló el hombro en el centro del pecho, Abubaker retrocedió serpenteando hasta chocan contra el muro lateral de la terraza. Entonces soltó el bambú y desapareció por la escalinata.
Ahora el único interés de Dorian era llegar a Zayn para rescatar a Yasmini. El primogénito giró para enfrentarlo, pero lo estorbaba la niñita montada a horcajadas en su espalda y sus golpes de bambú fue torpe. Dorian lo bloqueó y sujetó la caña con ambas manos. Ambos describieron un círculo tambaleante, tironeando de la caña.
Ocúpate de Jinni! jadeó Dorian a la niña.
Ella, obediente, abandonó a Zayn para correr a la cisterna y sujetó al mono, que ya manoteaba débilmente. Lo sacó empapado, tosiendo y estornudando, y se agazapó bajo el parapeto de la cisterna, con el mono contra su pecho, tratando de evitan a los dos niños que se empujaban mutuamente por la terraza.
Zayn, que era más pesado que Dorian y cinco centímetros más alto, comenzaba a imponerse en esa prueba de fuerza.
Voy a ahogarte igual que al mono, condenado infiel de ojos diabólicos amenazó, jalando con todas sus fuerzas de la caña de bambú.
Dorian, en su furia, había olvidado todo lo que Tom le enseñara, pero aquel insulto lo sereno. Dejando que Zayn lo acercara a sí, soltó el bambú y cerró el puño derecho. Cambió los pies de posición para afirmarse bien. "Usa el giro del cuerpo y de los hombros", le había enseñado Tom. "Apunta a la nariz.
Dorian lanzó el puñetazo, con manos endurecidas por las riendas y hombros fortalecidos por la natación. La nariz de Zayn se aplastó como una ciruela demasiado madura, soltando un chorro de jugo escarlata. El primogénito dejó caer el bambú para apretarse con las dos manos la cara herida. Los ojos se le inundaron de lágrimas de dolor; entre sus dedos goteaba la sangre, manchando el kanzu blanco.
Dorian se preparó para el golpe siguiente. Tom le había enseñado a buscar cierto punto de la mandíbula, debajo de la oreja. Lo respaldó con todo el peso de su cuerpo.
Zayn nunca había oído mencionar ese tipo de lucha. Convertir la mano en martillo y usarla para golpear al adversario en la cara resultaba extrañó a su idea del combate. Se le había enseñado a luchar, pero sólo era agradable cuando uno se enfrentaba a un niño más liviano y débil.
El golpe a la nariz lo dejó estupefacto; la sorpresa fue aún más incapacitante que el dolor. No estaba preparado para el siguiente golpe, que impactó como un cañonazo contra el costado de su cara; sus sentidos vacilaron. Dorian aún no tenía peso ni potencia para dejarlo inconsciente, pero el trompis golpeó exactamente en el punto buscado con fuerza suficiente para que Zayn se tambaleara hacia atrás, cegado por las lagrimas e incapaz de defenderse, como si sus piernas ya no tuvieran huesos.
Y entonces, para estupor suyo, otro puñetazo se le estrelló en los gordos labios. Sintió que se le quebraba un diente y la boca se le llenó con el sabor caliente y metálico de su propia sangre. Cubriéndose la cara con los dos brazos, buscó a ciegas la escalinata.
Detrás de él, Dorian recogió el bambú para azotarle la espalda y los hombros. Pese al dolor de la boca y la nariz, el escozor de la caña hizo que Zayn saltana hacia el primen escalón.
Dorian lo azoto otra vez. Zayn, chillando como si lo hubiera picado un escorpión, pendió pie y cayo rodando, en una maraña de brazos y piernas; al llegan abajo se apartó a rastras, entre fuertes sollozos. Al oír que el otro bajaba corriendo tras él, miró por sobre el hombro con ojos desbordantes.
El infiel tenía la cara contraída en una máscara de furia carmesí; aquellos ojos vendes lanzaban centellas; traía en alto la caña, sujetándola con las dos manos. Zayn se puso de pie, escupiendo el diente roto con una llovizna de sangre. Quiso corren, pero tenla algo quebrado en el pie derecho. Se alejó a brincos por el prado, renqueando trabajosamente, detrás del fugitivo Abubaker.
Dorian dejó caer el bambú y aspiro hondo varias veces, para dominar su ira. Luego, recordando a la pequeña, subió perfectamente la escalinata.
Yasmini seguía acurrucada contra el parapeto, trémula y sollozante, sosteniendo el cuerpo empapado del mono contra pecho.
¿Estás herida, Yasmini? ¿Te lastimó?
Ella sacudió la cabeza y, sin decir una palabra, le alargó a Jinni. El mono, con el pelaje pegado al cuerpo por el agua, parecía reducido a la mitad de su tamaño normal, como si lo hubieran despellejado.
El brazo, susurró ella. Está roto.
El niño tomó suavemente el miembro bamboleante; Jinni, aunque gimoteando, no se resistió. Minaba a Dorian con ojos enormes y confiados. Él trató de recordar todo lo que había aprendido observando al doctor Reynolds cuando atendía a los marineros accidentados. Enderezó suavemente el brazo del mono, utilizando un trozo de bambú para mantenerlo en esa posición, y lo vendó con un trozo de tela arrancado a su turbante keffiya.
Debo llevárselo a Ben Abnam dijo, retirando el cuerpecito de los brazos de Yasmini.
Ojalá pudiera ir contigo susurro ella.
Pero sabía que no era posible y Dorian no se molestó en responder. Con un pliegue de su túnica hizo una cuna para Jinni. Yasmini lo acompaño hasta las puertas de la zenana y lo siguió con la vista, en tanto él se alejaba al trote por la ruta que iba hacia la ciudad, cruzando palmares.
Unos ochocientos metros más allá alcanzó a uno de los caballerizos, que conducía a una tropilla del príncipe.
Mustapha! gritó. Llévame hasta el puerto.
El hombre lo montó a la grupa y echo a galopan por las callejuelas de la población, rumbo al puerto.
Ben Abram, que estaba trabajando en su enfermería, salió del pequeño cuanto trasero, restregándose la sangre de las manos, y saludó a Dorian con asombro.
Te he traído a un paciente, anciano padre, que está muy necesitado de tu gran habilidad dijo Dorian.
¿Me morderá? Ben Abnam miró a Jinni con suspicacia.
No temas. Jinni sabe que puede confiar en ti.
Reducir huesos es una técnica que se remonta a la antigüedad comentó el médico, mientras observaba atentamente el miembro, pero dudo de que ninguno de mis antepasados haya tenido un paciente como Éste.
Una vez entablillado y vendado el brazo, dio a Jinni un preparado de láudano. El mono durmió en brazos de Dorian durante toda la caminata de regreso a la zenana.
Yasmini, que los esperaba junto al portón, se hizo cargo del mono drogado y lo llevó tiernamente hasta las viviendas, donde encontraron a Tahi hecha un caos de lágrimas y preocupación.
¿Que has hecho, niño estúpido? lo atacó en cuanto él asomó la cabeza por la puerta. Toda la zenana está en ascuas. Ha venido Kush, tan furioso que apenas podía hablar ¿es cierto que Jinni mordió a Zayn al-Din y que tú le rompiste los dientes y la nariz, y que se ha quebrado un hueso del pie? Kush dice que tal vez no vuelva a caminar. Cuanto menos quedará cojo de por vida.
Fue por su propia torpeza que se quebró el pie, dijo Dorian, desafiante y sin arrepentimiento.
Tahi lo estrechó contra su amplio seno, llorando a voz en cuello.
No sabes qué peligros has atraído sobre tu cabeza! sollozó. Desde ahora en adelante tendremos que estar siempre alerta. No debes comer ni beben nada que yo no haya probado primero. Debes trancar siempre la puerta de tu dormitorio. Y continuó desarrollando la lista de precauciones que seria menester adoptan contra la venganza de Kush y Zayn al-Din. Sólo Alá sabe lo que pensar de esto el príncipe, cuando vuelva de Mascate concluyó con morboso deleite.
Yasmini y Dorian la dejaron con sus trastos de cocina, gimiendo e imaginando horrores, y llevaron a Jinni a la alcoba de Dorian. Después de acostarlo en la esterilla, se sentaron a ambos lados. Ninguno de los dos habló, pero después de un rato Yasmini se aflojó como una flor manchita y se quedó dormida contra el hombro de Dorian. El la rodeó con un brazo. Mucho después Tahi los encontró dormidos, uno en brazos de la otra, y se arrodilló junto a ellos para contemplarlos.
Son tan bellos así, juntos, tan jóvenes e inocentes… Lástima grande que esto no pudo ser. Tal vez hubieran tenido hijos pelirrojos susurró.
Y retiró a Yasmini de los brazos protectores del niño para llevarla a las espléndidas habitaciones de su madre, cenca del portón principal, donde la entregó a una de las niñeras.