En el dhow de Abd Muhammad Al-Maljk reinaba el desorden. La botavara que en su caída casi mató al príncipe había dejado al barco a la deriva, con la proa al viento, las cubiertas sofocadas bajo la pesada vela y el cordaje en un caos. Las poleas se balanceaban, chocando contra el palo y el casco, impulsadas por las fuertes ráfagas monzónicas, y el aparejo se sacudía como látigos, amenazando con provocar mayores daños.

Lo primero, a fin de poner orden en esa destrucción, era capturar el extremo del amantillo principal. Esa pesada cuerda estaba volando desde lo alto del palo, enhebrada al ojo de la polea principal del palo mayor, y no se la podía recoger desde la cubierta. Eso no haría sino complicar el problema de izar la gran vela latina para que la nave tornara a navegar. Alguien tendría que trepar al palo. No tenía, como los de velas cuadradas, obenques que lo aseguraran y no había otra forma fácil de llegar a lo alto. Caída la vela mayor, el dhow se bamboleaba sin ton ni son en el fuerte oleaje. El capitán trataba de mantener la proa hacia el oleaje en tanto el navío iba hacia popa, pero de vez en cuando una ola más fuerte la pillaba de costado, haciéndola girar casi por completo. El palo era como un péndulo gigantesco, que se agitaba de un lado a otro, agravando esos violentos vaivenes. La nave se encontraba en grave peligro. El capitán no podía abandonar el timón, pero daba ordenes a gritos a sus hombres, que se mantenían acurrucados tan lejos de él como lo permitía la cubierta, todos tratando de eludir sus miradas. Sabían perfectamente lo que se debía hacer, pero nadie estaba dispuesto a intentar la escalada del palo mayor. Dorian observaba todo aquel pandemónium con excitada fascinación. En la cubierta del Serafín nunca había sucedido nada tan entretenido, con tantos alaridos y gesticulaciones.

¡Ahmed, hijo de la gran puerca! Fouad, el capitán, escogió a otra víctima y señalo con un dedo tembloroso la punta del mástil. Si no me obedeces envolveré tu cadáver en piel de cerdo antes de arrojarlo por la borda.

El hombre apartó la cara hacia el mar, como si estuviera completamente sordo.

Dorian midió la altura con ojo experimentado, pregunto riéndose por que tenían tanto miedo. El había bailado una jiga con Tom en la verga de mesana del Serafín, con una mano apoyada en la cadera y la otra sobre la coronilla, mientras el barco navegaba con el oleaje del Cabo a proa y el viento del sudeste convertido casi en vendaval. Ese palo tenía apenas la tercer parte de aquella altura. Casi podía oír la voz de Tom, provocándolo: "Vamos, Dorry. Demuéstrales de qué eres capaz. “Te dará agallas"

Nadie lo miraba; todos lo habían olvidado en la desesperada exigencia del momento. Hasta el príncipe, olvidando su virtual aplomo, estaba aferrado a uno de los estayes de proa mirando fijamente la punta del palo bamboleante.

Dorian se quitó la larga túnica y la arrojó a cubierta, para que las faldas no se le enredaran a las piernas. Desnudo como un recién nacido, corrió hasta el palo y trepó por él como un mono perseguido por un leopardo. El príncipe, recobrando el porte, gritó:

Detened a ese niño. Va a matarse.

Dorian ya estaba bien fuera del alcance de esas manos frenéticas que intentaban cumplir con la orden real, había desarrollado y refinado su agilidad y su resistencia a la altura en el cordaje del Serafín; por comparación, ese era un ascenso fácil. Aprovechó el vaivén del casco y el oscilar del mástil para impulsarse hacía arriba, aferrándose alternativamente con las rodillas y las manos. Al llegar arriba miró hacía la cubierta. Viendo esas caras aterrorizadas vueltas hacia él, no pudo resistir la tentación de exhibirse un poco más: con las piernas envueltas al estay de mesana, apoyó el pulgar en la punta de la nariz y agitó los otros dedos en un gesto burlón. Aunque la tripulación nunca había visto ese ademán, su significado era inconfundible. El cuerpo desnudo relumbraba, blanco como una ostra a la luz del Sol, con el trasero redondo y rosado. El lo bamboleó para acentuar el insulto. De entre los espectadores ascendió un gemido de horror al ver que ascendía un poco más. Todos sabían que, sí el niño sufría algún daño, la ira del príncipe seria terrible y caería directamente sobre sus cabezas. Y gimieron otra vez al ver que Dorian extendía una mano para sujetar el amantillo azotado.

¡Amarrad el extremo! gritó hacía cubierta, utilizando la expresión náutica inglesa. Pero el capitán, comprendiendo claramente su significado, la tradujo al árabe. Tres hombres corrieron a sujetar el extremo del pesado cabo.

En cuanto lo tuvieron listo para frenar el descenso, Dorian tomó el chicote y lo pasó dos veces en torno de su cintura; luego volvió a pasarlo por entre sus piernas.

¡Frenad mi caída! chilló otra vez.

Esperó el momento adecuado en el vaivén del palo para soltarse y se apartó con un puntapié. El amantillo chirrío en la polea.

Los hombres que sujetaban el otro extremo del cabo lo dejaron correr por las palmas correosas, aminorando la velocidad de su caída. A cada bamboleo del dhow Dorian quedaba suspendido por sobre el agua, gritando de entusiasmo.

Los hombres que aferraban el otro extremo del amantillo calcularon su descenso con habilidad de marineros; el último tramo fue tan suave que sus pies no hicieron ruido alguno al tocar la cubierta. Todos corrieron a ver si estaba sano y salvo y a asegurar el chicote que llevaba envuelto a la cintura.

En cuanto se hubo pasado una cuerda nueva por la polea del palo mayor y la botavara estuvo en su sitio, el dhow puso viento en popa, transformándose por la presión de la vela latina, de un cascarón indefenso y sacudido, en una criatura marina ágil y veloz.

El príncipe puso una mano en el hombro de Dorian y paseó la mirada por las caras de sus acompañantes.

Con su prontitud de pensamiento y acción, este niño ha salvado mí vida y la del barco anunció, alguno de vosotros duda aún de que sea el huérfano coronado de rojo del que habla la profecía.

Apoyo la mano en los rizos refulgentes de Dorian y miró a cada cortesano a los ojos. Nadie pudo sostenerle la mirada.

El primero en hablar fue el mullah.

Es el milagro de San Taimtaim exclamó. Declaro el Verbo Santo. Este es el niño de la profecía.

Es la profecía, corearon todos. Alabado sea el nombre de Dios.

Con la diestra aún apoyada en la cabeza de Dorian, el príncipe dijo claramente:

Sabed todos que tomo a este niño como hijo adoptivo. Desde ahora en adelante se lo conocer como al-Ahmara al-Malik el Rojo, hijo de al-Malik.

El mullah sonrió ladinamente ante la astucia de su amo.

Al convertir al niño en su propio hijo respaldaba limpiamente la profecía del santo. Pero era menester llenar otras condiciones antes de que el príncipe pudiera cosechar las recompensas prometidas por el santo antiguo. Sin duda se las cumpliría a su debido tiempo.

Es la voluntad de Dios, gritó el mullah.

Y los otros entonaron a coro:

Dios es Grande.

Aún sin el encomio del príncipe, durante las semanas pasadas en el mar Dorian se había ganado el afecto de todos los miembros de la tripulación. Para todos era obvio que el muchachito era un ave de buen augurio; cada uno de ellos confiaba, en secreto, que algo de lo prometido por la profecía se les pegara de él. Cuando caminaba por la cubierta, hasta el más encallecido y villano de los marineros sonreía y bromeaba con él o le tocaba la roja cabeza, para tener buena suerte.

El cocinero de a bordo le preparaba dulces y golosinas especiales, mientras el resto de los tripulantes rivalizaban entre sí por su atención y lo obligaban a aceptar pequeños obsequios. Uno llegó a quitarse el amuleto que llevaba al cuello y se lo pasó por la cabeza.

Que esto te sirva de escudo dijo, haciendo la señal contra el mal de ojo.

"Monito con corazón de león", lo llamaba afectuosamente Fouad, el capitán. Después de las oraciones vespertinas lo llamaba para que se sentara con el ante el timón, le señalaba las estrellas que servían para la navegación, recitaba los nombres de las constelaciones y le contaba las leyendas de cada una.

Esos árabes eran hijos del desierto y el océano. Pasaban la vida entera bajo el dosel celeste, con las estrellas siempre encima. Llevaban siglos estudiándolas. Y ahora el capitán compartía con él algo de ese conocimiento; era un raro obsequio el que le hacia.

Dorian lo escuchaba fascinado, con la cara refulgente a la luz del cielo. Luego, a su vez, revelaba al capitán los nombres ingleses de los mismos cuerpos celestes, que había aprendido de Abolí y Daniel Grande.

Los otros marineros, reunidos en derredor, escuchaban las fábulas de las Siete Hermanas, del Cazador Orión y del Escorpión, tal como las relataba Dorian, con su voz dulce y aguda.

Disfrutaban tanto de las estrellas como de un buen cuento.

Ahora que podía recorrer el barco a voluntad, Dorian tenía tanto en qué entretenerse que le restaba poco tiempo para la autocompasión. Pasaba la mitad de la mañana colgado en la borda del dhow, observando a los delfines que retozaban en la ola de proa, impulsándose con la ancha cola; después de mirarlo con ojos sapientes, volvían a sumergirse bajo la proa. De súbito alguno de ellos saltaba del agua azul hasta la altura de Dorian y le sonreía con su ancha boca. El niño lo saludaba con la mano, rompiendo en carcajadas de placer. Los marineros más cercanos interrumpían sus tareas para sonreír con simpatía.

Pero cada vez que él se enzarzaba demasiado profundamente en la conversación con ellos, Fouad lo llamaba posesivamente: Ven, monito de corazón de león; guía el barco por mí.

Dorian tomaba el timón con ojos chispeantes, manteniendo al dhow viento en popa, y lo sentía temblar bajo sus manos como un caballo purasangre que se dispusiera a saltar.

A veces el príncipe, sentado en la alfombra de seda bajo su toldo, interrumpía alguna discusión con sus cortesanos para observarlo con una leve sonrisa en los labios.

Como Dorian era todavía niño y no había pasado por el cuchillo de la circuncisión, Tahi podía estar sin velo en su presencia. Era la más despreciable de las criaturas: una divorciada. Su esposo, uno de los caballerizos del príncipe, la había repudiado porque no podía darle hijos. Sólo la compasión y la caridad de al-Malik la habían salvado de mendigar en las calles y los soukis de Lamu.

Tahi era corpulenta y gorda de pies a cabeza, de tez morena y grasa. Le encantaba comer; era de risa alegre y carácter despreocupado. Su lealtad al príncipe era el centro de su existencia. Ahora, de pronto, Dorian se convertía en el hijo de su amo. Ella también, como los demás, estaba deslumbrada por ese hermoso pelo rojo, los extraños ojos glaucos y la piel lechosa. Cuando él desataba sobre ella toda la fuerza de su encanto y su luminosa sonrisa, Tahi no podía resistir. Saciaba en él todos sus instintos maternales y no tardó en entregarle el corazón.

Cuando el príncipe la nombró oficialmente niñera de Dorian, la mujer lloró de gratitud. Muy pronto el niño descubrió que sus facciones blandas, casi bovinas, ocultaban una inteligencia sagaz y un agudo sentido de la política. Comprendía todas las corrientes de poder e influencia de la corte principesca y navegaba por ellas con rara habilidad. Explicó a Dorian quienes eran los hombres importantes entre quienes rodeaban al príncipe, sus puntos fuertes y sus debilidades y como tratar a cada uno de ellos. Le enseño la etiqueta de la corte y como comportarse en presencia del príncipe y sus seguidores.

Para Dorian la noche era lo único malo. En la oscuridad lo abrumaban los recuerdos de Tom y su padre. Una noche Tahi despertó al oír sollozos ahogados que venían de la esterilla de Dorian, tendida al otro lado del pequeño camarote que compartían. Ella, descastada también, comprendía por instinto la nostalgia y la soledad de ese niño, arrancado a su familia y a todo lo que le era familiar y querido, arrojado entre desconocidos de diferente raza, religión y estilo de vida.

Se levantó en silencio y fue a tenderse a su lado, envolviéndolo en un cálido abrazo maternal. Al principio Dorian trató de resistirse y la empujó, pero luego, relajándose, quedó inmóvil entre sus brazos. Tahi murmuró pequeñas frases cariñosas contra su coronilla, todas las palabras de amor que tenía acumuladas en su interior para el hijo que su vientre estéril le había negado. Después de un rato el cuerpo de Dorian perdió la rigidez y se acercó un poco más, escondiendo la cabeza entre los grandes pechos redondos; así se quedó dormido. A la noche siguiente fue con toda naturalidad a la esterilla de la mujer, que le abrió los gordos brazos.

Mí bebe, susurró, maravillada por la intensidad de sus emociones. Mi hermoso bebe.

Dorian ya no recordaba el reconfortante abrazo de su propia madre, pero en él había una profunda necesidad. Tahi venia a llegar gran parte de ese vació.

Mientras el dhow se acercaba al puerto de origen, el príncipe Abd Muhammad al-Malik, sentado bajo su toldo y no tan dedicado a los asuntos de Estado, tenía tiempo para reflexionar sobre la profecía del santo y de observar al niño con velada atención.

Al-Allama decía, llamando a su mullah por el apellido familiar, ¿Que revelaciones has recibido con respecto al niño?

El mullah entornaba los ojos, protegiendo sus pensamientos de la penetrante captación de su amo.

Es simpático y atrae a la gente como la miel a las abejas.

Eso es evidente. La voz del príncipe tenía cierto filo. Pero no es lo que te pregunto.

Parece tener los atributos descriptos por el santo Taimtaim prosiguió al-Allama, cauteloso, pero pasarán muchos años antes de que podamos estar seguros.

Mientras tanto debemos custodiarlo bien y alimentar características necesarias para que se cumpla la profecía sugirió al-Malik.

Haremos cuanto esté en nuestro poder, gran príncipe.

Tu deber será guiarlo por los senderos del bien y revelarle la sabiduría del Profeta, a fin de que, a su debido tiempo, llegue suavemente a la fe y se someta al Islam.

Todavía es niño. No podemos poner una cabeza sobre hombros tan tiernos.

Todo viaje se inicia con el primer paso lo contradijo príncipe. Ya habla el lenguaje sagrado de la Fe mejor algunos de mis hijos, y ha exhibido algún conocimiento de asuntos religiosos. Ha recibido enseñanza. Tienes el sagrado deber de alimentar ese conocimiento y aumentarlo hasta que con el tiempo, se someta al Islam. Sólo así se cumplirá plenamente la profecía.

Como mí lord ordene. Al-Allama hizo el gesto de la aquiescencia, tocándose los labios y el corazón. Hoy mismo daré el primer paso de este largo viaje, juró al príncipe, quien hizo un gesto de apreciación.

Sí Alá quiere.

Después de las oraciones de mediodía, cuando el príncipe se hubo retirado a su camarote de popa, con sus concubinas, al-Allama buscó al niño. Estaba enfrascado en una discusión con Fouad, que le enseñaba la navegación de las islas, señalándole las aves marinas y los manojos de algas que indicaban la dirección de las corrientes. "Los ríos del mar", las llamaba, y estaba explicando a Dorian como afectaban las islas y la forma de las costas a esos ríos poderosos, desviándolos, retorciéndolos y alterando sutilmente sus tonos azules y verdes. Bajo la instrucción de Ned Tyler, Dorian había aprendido a disfrutar el arte de la navegación en todas sus facetas. Algunos de sus recuerdos más gratos eran haber hecho con Tom la medición de mediodía o haber registrado la posición respecto a un punto geográfico, discutiendo y riendo con su hermano mayor. Ahora Fouad le enseñaba la tradición de esas otras regiones oceánicas, los nombres y costumbres de los animales marinos y las algas flotantes. Había pájaros de níveo plumaje que se zambullían y aleteaban por sobre la estela del barco.

No los verás jamás de diez leguas de tierra. Observa la dirección en que vuelan y te conducirán a ella le decía el capitán.

En otra ocasión lo llamó a la barandilla del barco.

Mira, monito. Uno de los monstruos del mar, pero suave como un cordero mamón. Pasaban tan cerca de él que Dorian saltó a la regala para observar su lomo manchado. Notó que no era ninguna de las ballenas que habían encontrado por centenares en el Atlántico Sur. Parecía una especie de tiburón, pero era casi tan largo como el dhow. A diferencia del tigre o el martillo, a los que él conocía, esta bestia se movía perezosamente y sin miedo por el agua clara. Dorian reparó en el cardume de pequeños peces piloto que nadaban delante de su cavernosa boca.

¿No tienen miedo de que los coma? exclamo.

El monstruo sólo come los más pequeños de todos los animales: cosas viscosas y reptantes que flotan en el mar, más pequeñas que granos de arroz. Fouad disfrutaba con el entusiasmo de su alumno. Cuando ves uno de estos monstruos gentiles, eso significa que el monzón está a punto de pasar del kaskazi al kuzi: del noroeste al sudeste.

Al-Aljama los interrumpió para llevarse a Dorian adonde pudieran conversar en privado. El niño, desilusionado, lo siguió de mala gana.

Una vez hablaste así en respuesta a mi pregunta le recordó el mullah: "Soy sólo un hombre como vosotros, pero ha venido a mí la inspiración de que vuestro Dios es un solo Dios. Quien pretenda conocer a su Señor, que haga el bien."

Sí, santón. Ese nuevo tema no interesaba mucho a Dorian, que habría preferido holgadamente proseguir su animada discusión con Fouad.

Sin embargo, Tahi le había advertido que el mullah era hombre muy poderoso y lo grande que podía ser su protección o su castigo. "Es sirviente de Dios y voz del Profeta. Trátalo con gran respeto. Por el bien de todos", le había dicho. Por eso Dorian se mostró atento.

¿Quién te enseño esas cosas? quiso saber al-Allama.

Cuando estaba con mi padre tenía un maestro. El niño pareció súbitamente a punto de llorar. Se llamaba Alf. Me enseño árabe.

Conque fue él quien te hizo aprender el Corán, el Libro sólo algunos versículos para escribir y analizar. Entre ellos, ese versículo de Sura dieciocho. ¿Crees en Dios, al-Amhara? insistió el mullah.

Si, desde luego aseguró inmediatamente Dorian. Creo en Dios eterno, en su Hijo eterno y en el eterno Espíritu Santo.

A la lengua le vino, pronta, la letanía de la Orden que había oído recitar a Tom.

Al-Allama trató de no demostrar su alarma y su repugnancia ante tamaña blasfemia.

Sólo hay un Dios dijo, solemne, y Mahoma es su último profeta.

Al niño no le interesaba esa aseveración, pero le gustaba debatir, sobre todo con quien tuviera autoridad.

¿Como lo sabes? desafió. ¿Como sabes que yo me equivoco y que tú estás en lo cierto?

Al-Allama respondió al desafió. Dorian, reclinado hacia atrás, dejo que el torrente de retórica religiosa pasara por sobre él, mientras soñaba con otras cosas.

Dorian lamentaba que no hubiera un lugar para él en el palo mayor, como en el Serafín: un lugar muy alto, donde estar solo. Pero la vela latina no ofrecía esa posibilidad. Cuando e] continente africano se elevó por sobre el horizonte, oscuro y misterioso, él tuvo que observarlo desde la cubierta, con el resto de la tripulación. Arrugó la nariz al percibir el olor animal del aire: era olor a polvo, especias y manglares pantanosos, un aroma extrañó que conmocionaba los sentidos, pero toda una tentación después de los aires salobres del océano, que le habían purificado la nariz, realzando su sentido del olfato.

De pie junto a Fouad, al timón, Dorian vio por primera vela isla de Lamu. Fouad señaló sus características principales y le ofreció una breve historia de esa joya del Califato de Omán.

Mi pueblo comercia aquí, desde los tiempos del Profeta y aun antes, cuando También éramos infieles e ignorantes de la Gran Verdad explicó, orgulloso. Este ya era un puerto importante cuando Zanzíbar era todavía un pantano infestado de cocodrilos.

Laboriosamente, el dhow ascendió en bordadas por el canal entre la isla y el continente; Fouad le señaló las verdes colinas por encima de las playas blancas.

En el continente el príncipe tiene un palacio que habita en la temporada seca, pero en la húmeda se traslada a la isla. Señaló unos edificios blancos que, a la distancia, parecían el romper del oleaje contra un arrecife coralino. Lamu es más rico que Zanzíbar. Sus edificios son más bellos y magníficos. El sultán de Zanzíbar es vasallo del príncipe y le rinde tributo. En el fondeadero había varios navíos reunidos y decenas más que iban y venían. Algunos eran botes pesqueros; otros grandes y cargados navíos comerciales o negreros veloces, prueba de la prosperidad e importancia del puerto. Los barcos con los que se cruzaban reconocían el dhow del príncipe por sus estandartes verdes y por la imponente silueta de Abd Muhammad al-Malik, sentado bajo el toldo de la proa rodeado de su corte. Entonces bajaban y subían sus enseres en señal de respeto y les enviaban bendiciones a gritos por encima del agua.

Que el amor de Alá y la sonrisa de su Profeta os sigan hasta el fin de vuestros días.

Los dhows anclados en la bahía dispararon sus cañones, batieron sus tambores de guerra. El tronar del cañón llegó hasta la costa. Cuando el príncipe y su cortejo entraron en el puerto, ya se estaba reuniendo en la playa y en el muelle una gran multitud para saludarlos.

Tahi, en el diminuto camarote, vistió a Dorian con una túnica blanca y le cubrió el pelo refulgente con un turbante. Luego lo calzó con sandalias de cuero y, tomándolo de la mano, lo llevó a cubierta. Fouad llevó el dhow hasta la playa. La marea se retinaba velozmente, pues allí la variación entre las mareas era de seis metros. La nave tocó fondo y escora al escurrirse la marea. Una banda de esclavos vadeó hasta el navío varado para llevar al príncipe y a las otras personalidades hasta la playa. Un negro enorme, vestido sólo de taparrabo, se lo cargó a la espalda, mientras la multitud caía de rodillas, saludándolo a gritos. Una banda musical tocó una melodía aguda y gemebunda, que ofendió los oídos de Dorian. Entre el sollozo de flautas y pífanos, los tambores tronaban sin ritmo alguno. Tahi iba a alzar a Dorian para llevarlo a la playa, pero él lo esquivó su abrazo y chapaleó gozosamente entre el oleaje, mojándose hasta los sobacos. En la playa hubo una breve ceremonia de bienvenida para el príncipe; luego al-Malik monto un potro negro y buscó rápidamente los ojos de Tahi, que estaba de pie entre la muchedumbre, con Dorian de la mano. Se adelantó precipitadamente con el niño y el príncipe le dijo, imperioso:

Lleva a al-Amhara a la zenana. Kush os dará alojamiento.

Dorian estaba tan interesado en el potro que no prestó atención a esas palabras, con las que se decidía su destino. Los caballos le gustaban casi tanto como los barcos y el mar. Tom le había enseñado a montar en cuanto dio los primeros pasos. El animal de al-Malik era magnificó, muy diferente de los que él había visto en High Weald: más pequeño y elegante, de grandes ojos límpidos y narices dilatadas, lomo largo y patas fuertes, delicadas. Él extendió una mano para acariciarle el hocico. El potro le olfateó los dedos y luego agitó la cabeza.

Es hermoso rió Dorian.

El príncipe lo miró con una leve sonrisa que suavizaba sus hermosas facciones de halcón feroz. Si el niño era marino nato y amaba a los caballos, contaba con toda su aprobación.

Cuidadlo bien y que no trate de huir ordenó a Tahi y al eunuco Kush, que se había adelantado.

Con un toque de riendas, al-Malik hizo que el caballo irguiera la cabeza y se alejó por la calle del puerto, alfombrada en su honor con frondas de palmera. Los músicos y el gentío se cerraron tras él; entre cantos y palmadas, siguieron a su procesión rumbo a las altas murallas del fuerte. Kush fue reuniendo a las concubinas según desembarcaban, había dos de las más jóvenes, cubiertas de densos velos, pero esbeltas y graciosas bajo las capas negras. Tenían manos y pies bellamente formados, teñidos de alheña y decorados con preciosos anillos de zafiros y esmeraldas. Soltaban risitas frecuentes que fastidiaban a Dorian; sus criadas eran aun peores: ruidosas como una bandada de estorninos. Fue un alivio que Kush las arreará hacia la primera carreta de bueyes.

Tahi condujo a Dorian a la segunda. Los bueyes eran muy blancos, con cuernos enormes y grandes jorobas en la cruz, como los dibujos de camellos que Dorian había visto en los libros de viajes, en la biblioteca de High Weald. Él quería correr junto a la carreta, pero Kush se lo impidió poniéndole una mano regordeta sobre el hombro. El eunuco tenía un anillo de oro en cada dedo; sus piedras preciosas reflejaban el sol tropical, lanzando destellos a los ojos.

Sube a mi lado, pequeño dijo, con voz aguda y femenina.

Él iba a resistirse, pero Tahi le pellizcó el brazo con tanta fuerza que dolió. Dorian interpretó eso como advertencia de que Kush era un hombre (o un objeto) poderoso al que se debía aplacar.

a procesión de carretas abandono la costa, cruzando los lindes del puerto para salir a la campiña. Avanzaron pesadamente por la ruta estrecha y polvorienta que se adentraba en la vende isla, cruzando bosquecillos de cocoteros ondulantes de higueras silvestres. Por las ramas revoloteaban bandadas

de coloridos loros y palomas vendes, devorando glotonamente la fruta madura.

Dorian, que nunca había visto aves como ésas seguía sus vuelos enjoyados con exclamaciones de asombro.

Los ojos negros y refulgentes de Kush, casi enterrados entre rollos de grasa, lo observaban con atención.

¿Donde aprendiste, siendo franco, a hablar la lengua de Profeta? preguntó súbitamente.

Dorian, con un suspiro, le dio la respuesta que ya se había gastado con tantas repeticiones.

Eres del Islam. ¿O es ciento que eres infiel?

Soy cristiano dijo Dorian, orgulloso.

El eunuco arrugó la carota como si hubiera mordido un caqui verde.

¿Entonces como es que tienes el pelo del mismo colon que el Profeta? inquirió. ¿O es mentira? ¿De que color tienes el pelo? ¿Por qué lo escondes?

Dorian se ajustó el turbante, irritado con la constante insistencia sobre el tema, había tantas cosas interesantes en derredor… Habría querido que el gordo lo dejara disfrutarlas en paz.

Muéstrame el pelo insistió Kush.

Y alargó la mano hacia el turbante. Dorian quiso apartarse, pero Tahi pronuncio una palabra áspera. Entonces él permitió que el eunuco le retinara el paño de la cabeza. Kush contempló con asombro esos rizos gruesos que le caían hasta los hombros, refulgiendo al sol como un incendio de pastizales. Los otros pasajeros que ocupaban la carreta rompieron en exclamaciones, convocando a Alá para que presenciara esa maravilla; hasta los boyeros marcharon junto a la alta rueda para observarlo mejor. Dorian se apresuró a cubrirse. Una milla más allá el sendero salió del bosque; hacia adelante se elevaba la alta muralla ciega de la zenana, construida con bloques de coral y pintada de blanco deslumbrante con cal apagada. No había ventanas; la única entrada era un portón de teca tallada en complejos diseños de vigas y hojas, respetando la prohibición islámica de representan formas humanas o de otras criaturas vivientes. Los pontones se abrieron al acercarse la pequeña caravana, que entró en el mundo cerrado y prohibido de la zenana. Era el hogar de las mujeres, sus vástagos y los eunucos que los custodiaban. Aparte del príncipe, ningún hombre adulto podía entrar allí sin arriesgan la vida. Las mujeres y los niños se habían reunido tras los pontones para recibir las carretas. Eran muchos los que no salían de ese recinto desde la infancia; cualquier distracción los encantaba. Entre parloteos y chillidos de entusiasmo, rodearon los vehículos para inspeccionar a sus ocupantes, en busca de alguna cara extraña.

Ah esto.

Es ciento. Es franco.

¿De veras tiene el pelo rojo? No puede ser.

Allí, en la reclusión del harén, las mujeres estaban autorizadas a prescindir del velo. Como el príncipe podía escogen a cualquier muchacha de su reino, en su mayoría eran jóvenes y bonitas. Los colores de tez variaban desde el negro purpúreo al manteca suave, pasando con todos los tonos de pando, oro y ámbar. Entre ellas bailaban sus hijos, contagiados con la excitación. Los bebes de brazos lloraban en medio del alboroto. Las mujeres se arracimaron para ver de cerca a Dorian, en tanto él se apeaba de un salto y seguía a Kush con un laberinto de patios y jardines amurallados, ricamente decorados, con suelos de mosaico y ancadas complejas. Al revoque se habían agregado conchillas marítimas para forman intrincados diseños. Había estanques llenos de juncos y plantas de loto; bajo la superficie se deslizaban peces como joyas; por sobre ella revoloteaban libélulas y coloridos martines pescadores.

Algunos de los niños mayores bailaban en torno de Dorian, provocándolo con estribillos.

Pequeño blanco infiel. Demonio de ojos vendes.

Kush fingió atacarlos con el largo cayado que llevaba, pero sonreía de oreja a oreja, sin hacen intento alguno de alejarlos. Rápidamente dejaron atrás el sector más bello y espléndido de la zenana para pasar a uno más deslucido, en la parte trasera. Obviamente, era la zona menos deseable: los jardines estaban desatendidos; los muros, manchados y sin pintan. Pasaron frente a varias ruinas abandonadas, invadidas con la vegetación tropical, hasta llegar a un edificio maltrecho. Kush los puso frente a una puerta pequeña, pero sólida, y les ordenó entran. Se encontraron en un gran salón, penumbroso y no muy limpio. Las paredes estaban sucias de hollín; en el suelo polvoriento se veían heces de natas y lagartijas.

Kush cerró firmemente la puerta tras ellos e hizo giran una voluminosa llave. Tahi le gritó por la diminuta grilla de la puerta:

¿Por qué nos encierras? No somos prisioneros. No hemos cometido ningún delito.

El poderoso príncipe Abd Muhammad al-Malik ha ordenado que se impida al niño escapar.

No puede escapan. No tiene adónde ir.

Kush ignoró sus protestas y se alejó, acompañado por la mayoría de los otros. Por un rato algunos de los hijos reales les hicieron gestos burlones a través de la grilla, pero pronto se fueron También, ya aburridos. Cuando todo quedo en paz, Dorian y Tahi comenzaron a exploran sus habitaciones. Apante del salón había dormitorios y una pequeña cocina con hogar abierto. Junto a ella, el cuanto de baños, cuyo suelo azulejado descendía hacia un desagüé abierto. Más allí estaba la letrina, con baldes cubiertos. El mobiliario era escaso: esterillas de juncos trenzados para dormir y alfombras de lana tejida a telar para sentarse. En la cocina, cacerolas y jarras para agua; naturalmente, comerían con los dedos, a la manera árabe; había una gran cisterna con agua de lluvia, que proporcionaba agua fresca. Dorian observó que el techo de la cocina tenía una abertura para la salida del humo.

Me sería fácil escapar por allí, se jactó.

Si lo haces Kush te castigará con su cayado le advirtió Tahi. Ni siquiera lo pienses. Ayúdame a limpian esta porqueriza.

Mientras se afanaban juntos, barriendo las despojadas habitaciones con escobas de juncos y lustrando los suelos de arcilla con cáscaras de coco partidas por la mitad, Tahi le explicó las reglas de la zenana. En su condición de niñera real, Tahi vivía en los confines de la zenana desde que su esposo se divorció de ella y era experta en lo referido a esa restringida sociedad. En los días siguientes compartió esos conocimientos con Dorian.

El príncipe Abd Muhamad al-Malik tenía alrededor de treinta y dos años. Por motivos de sucesión, su hermano mayor, el califa, le había impedido casarse hasta que tuvo casi veinte años. Por eso su hijo mayor era apenas mayor que Dorian; se llamaba Zayn al-Din; tampoco él había llegado todavía a la pubertad y aún vivía con su madre en la zenana.

No olvides su nombre índico Tahi. Por ser el primogénito es muy importante.

Luego continuó con la lista de hijos varones de otras esposas y concubinas, pero eran tantos que Dorian no hizo esfuerzo alguno por memorizarlos. Ella no se molesto en mencionan a las niñas, pues carecían de importancia. En las semanas siguientes el príncipe pareció haber olvidado por completo a su pequeño esclavo pelirrojo. No supieron nada más sobre lo que sucedía fuera de los muros de la zenana. Todos los días, bajo los ojos penetrantes de Kush, unas esclavas venían a traer les naciones de arroz, carne y pescado fresco y a llevarse la basura de la cocina y los cubos de la letrina. Apante de eso, se los dejaba solos. En la habitación principal había ventanas enrejadas que daban a un sector de los jardines. Para alivian el aburrimiento del encierro, ambos pasaban gran parte del tiempo observando desde ese lugar, el ir y venir de los otros a las habitantes de la zenana, Tahi pudo señalarle a Zayn al-Din. Era un niño corpulento y regordete, más alto que ninguno de sus hermanos, tenía boca mohína y petulante; su tez de caramelo tenía un tono ceniciento y, en torno de los ojos, parecía amoratada.

A Zayn le gustan los dulces explicó Tahi. En la cara interior de codos y rodillas tenía parches rojizos de sarpullido. Caminaba abierto de piernas, para evitan que el roce de los muslos le irritara la piel.

Dorian lo veía siempre rodeado por diez o doce de sus hermanos. Una mañana vio que esa manada perseguía por los prados a un niño más pequeño, hasta atraparlo contra el muro exterior. Lo llevaron a rastras frente a Zayn, que no se había esforzado en la persecución. Tahi dijo que la victima era hijo de una concubina de menor importancia y, por lo tanto, presa fácil para el primogénito de la primera esposa. Dorian, que conocía bien los derechos de primogenitura por sus tratos con su hermano William, se solidarizó plenamente con el pequeño al ver que Zayn le retorcía las orejas hasta hacerlo caen de rodillas, sollozando de miedo.

Como castigo por lo que has hecho, hago de ti mi caballo le dijo en voz alta, obligándolo a ponerse en cuatro patas luego monto a horcajadas sobre él, cargando todo su peso él, la espalda del niño, tenía en la mano una yana hecha con un fronda de palmera, de la que había arrancado todas las hojas.

Galopa, caballo! ordenó, azotándolo en el trasero.

La fronda era flexible como un látigo; chasqueo ruidosa mente y el pequeño gimió de dolor. Comenzó a avanzar, sobre manos y rodillas, con Zayn brincando sobre su espalda.

Los otros niños los siguieron, retozando y ungiéndolo burlonamente. Cuando el niño se tambaleó todos participaron de la paliza; algunos corrieron a arrancar ramas de los arbustos más cercanos. Uno le subió la túnica, descubriendo el trasero moreno, entrecruzado de bandas rojas. Por dos veces hicieron contornean el prado.

Con la cara bañada en lágrimas, la víctima se derrumbo finalmente bajo el peso de Zayn y quedó tendida en la hierba dura, sollozando, tenía las rodillas despellejadas y sangrantes. El primogénito le dio un puntapié indiferente y se llevó a los otros, mientras él se levantaba a dunas penas y se alejaba cojeando.

Es un matón dijo Dorian, furioso. Uso la palabra inglesa, pues no conocía el equivalente árabe.

Tahi se encogió de hombros.

Dice el Corán que los fuertes deben proteger a los débiles. El volvió al árabe.

No vayas a decírselo a Zayn al-Din aconsejó la mujer. No le caería bien.

Me gustaría usarlo a él de caballo insistió Dorian.

Tahi hizo la señal contra la mala suerte.

Que no se te ocurra. Mantente lejos de Zayn al-Din advirtió. Es un niño vengativo. Sin duda te odiará por el favor que el príncipe te ha brindado. Puede hacernos mucho daño. Hasta Kush le teme, pues algún día ser príncipe.

En los días siguientes continuó explicándole la jerarquía el harén. Por decreto del Profeta, el príncipe estaba autorizado a tener cuatro esposas, pero podía divorciarse y volver a contraen matrimonio cuantas veces quisiera y no había limites en cuanto a concubinas. En la zenana aún vivían las esposas que le habían dado hijos y a las que después había repudiado. Así había casi medio centenar de mujeres congregadas entre esos muros. Cincuenta mujeres hermosas, aburridas y frustradas sin nada con que llenar los largos días: solo intrigas, guerras familiares y conspiraciones de celos. Era una sociedad compleja, llena de infimeras corrientes y matices sutiles. Sobre todos ellos reinaba Kush, de modo que su favor o su antipatía eran importantes para la felicidad y el bienestar de los internos. Las siguientes en importancia eran las cuatro esposas actuales, por orden de antigüedad. Después, la favorita del momento, que solía ser alguna bonita criatura, apenas adolescente, cuya estrella se apagaría muy pronto. Más abajo, todas las esposas anteriores y las concubinas exigían, luchaban y maniobraban por alcanzar un puesto en el orden de las cosas.

Es importante que comprendas todo esto, al-Amara. Es importante para los dos. Yo no tengo ninguna importancia; soy sólo una pobre niñera vieja. Es poco lo que puedo hacen por protegerte y nadie me echará de menos.

¿Te vas? inquirió Dorian, alarmado. En el poco tiempo que llevaban juntos le había cobrado mucho cariño y lo asustaba la perspectiva de sentirse abandonado otra vez. Yo si te echó de menos.

No me voy, pequeño le aseguro ella, de prisa. Pero en la zenana la gente puede morir, sobre todo la gente que ni tiene importancia y ofende a quienes están por encima. No te preocupes. Yo te protegeré aseguro neciamente el niño, abrazándola.

Cuidada por ti me siento más segura. Ella no dejo tras lucir su sonrisa. pero aún no conocemos tu posición. Pareció que el príncipe te mira con buenos ojos, pero aún no estamos seguros. Porque permite que Kush nos tenga prisioneros

nos trate como animales enjaulados, ¿Porque no manda por ti? ¿Te ha olvidado? Y le devolvió el abrazo con un suspiro.

Quizás ignora el trato que recibimos sugirió él.

Quizás. Habrá que esperar. Mientras tanto debemos andarnos con cuidado, al-Amhara, con mucho cuidado.

Pasó el tiempo y la excitación de su llegada quedo en el olvido. Ya nadie los miraba a través del enrejado; los niños, con Zayn al-Din a la cabeza, se aburrieron de los insultos que repetían bajo las ventanas y buscaron ocupaciones más provechosas día a día Dorian se impacientaba más por ese encierro Cuando oía los gritos agudos y las risas alegres de los otro niños en los jardines, cuando los oía correr por los claustros y en el patio, frente a sus magras habitaciones, corría a la ventan para echarles un vistazo. Eso no hacia sino agravar su sensación de aislamiento y soledad. Se sentía tan prisionero como en la celda de la isla donde al-Auf lo había encadenado.

Una mañana estaba tendido en su esterilla, bajo la luz perlada de un nuevo día, arrancando con los dientes la dura corteza de una caña azucarera. Alguien comenzó a cantan en el jardín. Era una dulce voz de niña la que cantaba esas rima infantiles, repetitivas y absurdas, sobre unos datileros y u mono hambriento. Él la escuchó ociosamente, mascando la cara para extraer el jugo dulce y escupir luego la fibra.

De pronto se oyó el parloteo agudo e inconfundible de un mono. La cantante interrumpió el estribillo para rompen en carcajadas argentinas. Ambos sonidos intrigaron a Dorian, que se levantó de un salto para ir a la ventana. En el jardín había una niñita, sentada al borde del estanque de lotos. Estaba de espaldas a él; su cabellera negra, casi iridiscente, tenía uñeta de plata entre las gruesas guedejas. Dorian quedo fascinado; nunca había visto nada igual.

Ella vestía un sayo verde bordado, que le dejaba los monos brazos descubiertos, y un par de abolsados pantalones de algodón blanco. Tenía las piernas recogidas bajo el cuerpo las plantas de los piececitos teñidos con alheña de un intenso color de jengibre. Mostraba en la mano un dátil azucarado. Un mono cercopiteco, erguido sobre las patas traseras, bailaba en el césped, frente a ella. Cada vez que la niña hacía una señal con la mano, el mono parloteaba con más denuedo y giraba en un circuló. La niñera reía de placer. Por fin le ofreció la golosina, llamando:

Ven aquí Jinni!

El mono brincó a sus hombros y se apoderó del dátil. Después de guardarlo en el buche, empezó a revisan la cabellera de la niña con flacos dedos negros, como buscando pulgas. Ella volvió a cantar, acariciándole el vientre blanco y esponjoso.

De pronto el simio levantó la vista y vio la cabeza de Dorian en la ventana. Con un chillido, saltó de los hombros de la niña para trepar por la pared. Colgado del antepecho de la ventana, metió la mano por la grilla, con la palma hacia arriba como los mendigos, tratando de hacerse entregan la caña de azúcar.

Dorian rió al ven que le mostraba los dientes, bamboleando la cabeza y tratando de arrebatarle la caña, al tiempo que parloteaba y hacia muecas.

La niña giró en redondo para mirarlo.

Oblígalo a hacer una gracia dijo. No le des nada hasta que la haga.

Dorian notó que ella También tenía una curiosa carita de mono y ojos enormes, del color que toma la miel de Devon cuando los brezales están en flor.

Haz así con la mano. Hizo una demostración y, ante la señal, el mono se arrojó hacia atrás en un ágil tumbo de carnero. Que lo haga tres veces. La niña palmoteó. Jinni debe hacerlo tres veces.

Al tercer tumbo, Dorian le ofreció la caña de azúcar. El mono se la arrebató y, tras cruzar al galope el prado, con la cola enhiesta, trepó raudamente hasta las ramas superiores de un tamarindo. Allí se instaló a mascarla, dejando que los dulces zumos le chorrearan por los labios.

Yo se quién enes anuncio solemnemente la niña, minando a Dorian con esos ojos enormes.

¿Quién soy?

Al-Amhara, el infiel.

Hasta ese momento no le había importado cómo lo llamaran, pero de pronto lo disgustó.

Mi verdadero nombre es Dorian, pero puedes llamarme Dorian, como mi hermano.

Dowie. Ella lo intentó, pero tenía dificultades para hacen sonar la R. Es un nombre extrañó, pero te llamar Dowie.

¿Cómo te llamas tú? quiso saber él.

Yasmini, que es la flor del jazmín. Se levantó de un brinco para acercarse más; lo observaba con expresión muy seria y respetuosa. Es ciento que tienes el pelo rojo. Yo pensaba que era un invento. Inclinó la cabeza a un lado. Es muy bonito. Ojal pudiera tocarlo.

Bueno, no puedes replicó él, seco.

Pero ella no se ofendió por el tono.

Te tengo mucha lástima dijo.

¿Por que? preguntó Dorian, desconcertado.

Porque Zayn dice que eres infiel que no van a circuncidarte y que jamás podrás entran en los jardines del Paraíso.

Nosotros tenemos nuestro propio Paraíso aseguro altanero. La discusión del más allá le resultaba algo desconcertante.

¿Donde está? inquirió Yasmini.

Y cayeron en una larga y apasionada discusión sobre lo diversos meritos de los dos edenes.

Nuestro paraíso se llama Jannat explicó. Al dijo "He preparado para mis justos servidores lo que ningún ojo ha visto y ningún oído ha escuchado, y lo que la mente del hombre no ha concebido."

Dorian analizó eso en silencio, sin que se le ocurriera ninguna respuesta adecuada; Jannat era difícil de superan. Por lo que paso a un tema del que se sintiera más seguro.

En Inglaterra mi padre tiene cincuenta caballos. ¿Cuantos tiene el tuyo?

A partir de entonces Yasmini vino todas las mañanas, trayendo consigo a Jinni. Se sentaba bajo la ventana de Donar con el mono en el hombro, y escuchaba con ojos refulgentes su intentos de explican cómo era el hielo, cómo caía la nieve y porque los ingleses tenían una sola esposa. Le explicaba que algunos nos tenían el pelo dorado como las ajorcas que ella usaba e los tobillos, o rojo flamígero como el suyo; que las muchacha se lo rizaban con hierros calientes y los hombres se lo rasuraban para ponerse pelucas, y que las mujeres no usaban pantalones, como ellas, sino que iban desnudas bajo las faldas.

Eso es muy grosero dijo ella, remilgada. ¿Y es cierto que hasta coméis carne de cerdo, como dice Zayn?

Cuando la asas, la piel se vuelve crocante, describió para escandalizarla. Te cruje entre los dientes.

Ella abrió los ojos aún más y fingió vomitar.

Eso es realmente asqueroso. No me extraña que no podáis entrar en el Paraíso con nosotros.

Y no nos lavamos cinco veces al día, como vosotros. A veces no nos lavamos en absoluto durante todo el invierno. Hace demasiado frío añadió Dorian, disfrutando.

Debéis de oler tan mal como los cerdos que coméis.

Yasmini no sabía nada del mundo exterior, pero era experta en los asuntos de la zenana. Le contó que su madre era una de las esposas divorciadas, pero que retenía el favor del príncipe, pues le había dado dos hijos varones.

Si sólo estuviera yo sería distinto, porque soy solo una niña y a mi padre no le gustan las hijas. Lo dijo en tono indiferente, sin autocompasión. Pero mi madre es de sangre real, sobrina del Gran Mogol, así que él es mi tío-abuelo añadió con orgullo.

¿Conque eres princesa?

Sí pero sólo un poquito y no muy importante. Su sinceridad era desarmarte. Ves esa yeta plateada que tengo en el pelo. Hizo una pirueta para exhibirla. Mi madre la tiene igual, y También mi abuelo. Es una señal de realeza.

Cuando le explicó su parentesco con los otros niños, Dorian la escuchó con más atención que a Tahi.

Zayn al-Din es mi medio hermano, pero no me gusta. Es gordo y cruel. Analizó pensativamente a Dorian. ¿Es cierto que mi padre te adoptó?

Sí, es cierto.

Entonces tú También eres hermano mío. Creo que me gustas más que Zayn, aunque comas cerdo. ¿Te gusto, al-Amhara? Zayn dice que me parezco a Jinni. Acarició al mono que llevaba en el hombro. ¿De veras parezco un mono?

Yo te veo muy bonita le dijo Dorian, galante.

Y cuando ella sonrió resultó cierto.

Mi madre dice que el príncipe, mi padre, ha ido a visitar a mi tío, que es el califa de Mascate.

¿Y cuándo regresará? preguntó apresuradamente Dorian. ÉL se debía de ser el motivo de que Tahi y él estuvieran tan olvidados: el príncipe no estaba allí para protegerlos. ¿Volverá pronto?

Dice mi madre que puede tardar mucho tiempo, quizás un año o más. Yasmini inclinó la cabeza a un lado para estudiarle la cara. Si en verdad eres hermano mío, tal vez nuestro padre te lleve a montar y a cazar con halcones. Ojal fuera muchacho para ir con vosotros. Y abandonó de un brinco el borde del estanque en que estaba sentada. Ahora tengo que irme. Que Kush no me sorprenda aquí. Nos ha prohibido hablar contigo. Si me descubre me castigará.

Vuelve mañana pidió él, tratando de que no sonara súplica.

Tal vez le respondió ella por sobre el hombro, en tanto corría a través del prado, con Jinni retozando tras sus píes descalzos.

Cuando ella hubo desaparecido, Dorian levantó la vista a cielo; observó las gaviotas que volaban en círculos, escuchó el distante golpear del oleaje contra la costa y, pensó, desespera do, en un intento de fuga. Se imaginó trepando por el techo abierto de la cocina, descolgándose por el muro exterior de la zenana para buscar un botecito en la playa. ¿Pero adónde iría con él? Y la fantasía se marchitó hasta morir. "Tendré que esperar la venida de Tom." Una vez más, Dorian se resignó a lo inevitable. Una mañana, Kush apareció haciendo repiquetear sus llaves y gritó, con su voz aguda y chirriante:

Tahi, debes preparar al niño para que visite al santo mullah. Dejo caer una brazada de ropa limpia. Después de las oraciones de mediodía vendrá a buscarlo. Encárgate de que esté listo si no quieres que te haga azotar hasta que sangres.

La carreta de bueyes estaba esperando ante los portones Dorian trepó a ella, casi fuera de sí por el entusiasmo y la alegría de poder abandonar esa lúgubre prisión. Tahi no la acompañaría, pero le habían permitido solearse en los jardines durante su ausencia.

Kush se sentó junto a Dorian en el asiento frontal, y acariciándolo. Esas túnicas te sientan bien. Son de la mejor calidad el bordado que tienen en el cuello, Seda! El príncipe Abcamad al-Malik tiene una así. La elegí especialmente pan ti. Ya ves cómo te consiento.

Cuanto más se acercaban a palacio, más agitado y conciliador se lo notaba.

Toma, sírvete de estas tortillas de canela azucaradas. Son mis favoritas. A ti También te gustarán no quiero que seas infeliz Amhara.

Cuando tuvieron a la vista las blancas murallas del fuerte, Kush se mostró más directo en sus instrucciones.

Si al-Allama, bendito sea su santo nombre, te pregunta como te he tratado, debes decirle que he sido como un padre. Que se te ha dado a elegir entre las mejores comidas, el pescado más fresco y las frutas más escogidas para tu cocina.

¿Y que me has encerrado en unos cuartos calurosos y malolientes, como si fuera un criminal? preguntó Dorian, con inocencia.

Eso no es verdad. Puede que exagerara en mi preocupación por tu seguridad, pero eso es todo. Aunque sonreía, sus ojos eran fríos como los de una cobra. No trates de crearme dificultades, pequeño infiel. Te conviene más tenerme como amigo que como enemigo. Pregúntaselo a esa vaca vieja de Tahi. Ella te lo dirá.

Descendieron de la carreta al patio exterior del fuerte. Kush lo tomo de la mano para conducirlo al laberinto del edificio. Después de subir varias escaleras salieron por fin a una terraza, muy por encima del puerto, desde donde se veían las aguas del canal y la masa del territorio africano. Dorian miró ansiosamente en derredor. Era un gusto ven nuevamente el mar sentir la brisa cangada de sal en la cara, despejándole los olores rancios de la zenana. De inmediato vio al mullah y le hizo una reverencia de respeto, tocándose el corazón y los labios. Al-Allama lo saludó diciendo:

Que Alá te conserve la sonrisa, pequeño.

Había otro hombre sentado junto al mullah; cruzado de piernas bajo el toldo de bambú, sorbía una tacita de café negro y espeso; a mano tenía una alta hookah de vidrio.

Salaam aliekum, anciano padre dijo Dorian, respetuoso.

Y el hombre se volvió a mirarlo. El corazón del niño dio un brinco al reconocerlo y la cara se le iluminó de gozo.

Ben Abnam! corrió a abrazar al viejo médico. Pensaba que no os vería nunca más. Os creía en la isla, con al-Auf.

El anciano se desprendió suavemente de su abrazo para reacomodarse la barba revuelta. No era decoroso permitir que otros vieran la intensidad de la relación que tenía con el muchacho.

Deja que te mine. Apartó a Dorian a la distancia del brazo para estudiarle la cara. Entonces cambió de expresión. Te veo pálido. ¿Qué te ha sucedido, hijo mío? Giró en redondo para minan a Kush, que rondaba, ansioso, la parte trasera de la terraza. Tú has estado a argo del niño. ¿Que has hecho, eunuco?

Fuera de la zenana Kush era sólo un esclavo doméstico, castrado, por añadidura. Ben Abram no hizo esfuerzo alguno por disimulan su desprecio.

Pongo a Alá y a sus santos como testigo. A Kush temblaban las papadas; un ligero sudor rompió sobre su piel. Lo he cuidado como a un tesoro. Se lo ha alimentado y mimado como si fuera un auténtico hijo de mi amo.

Ben Abnam miró a Dorian pidiendo confirmación, seguro de recibir una respuesta directa.

Desde el día en que llegue me ha tenido encernado en un cuanto pequeño y sucio. Me ha alimentado como a los cerdos, en todo ese tiempo no se me ha permitido hablar sino con mi niñera.

El médico miró fríamente al eunuco; Éste cayó de rodillas.

Fue por orden del príncipe, Señoría. Me indicó impidiera que el niño escapara.

El príncipe pagó un lakh de rupias de oro por éste niño y lo ha adoptado formalmente replicó Ben Abnam, llenando de amenaza su voz suave. Cuando Su Alteza Real regrese de Mascate, yo mismo le informaré cómo has cuidado a su hijo.

Sólo cumplí con mi deber, misericordioso señor barbotó Kush.

Sé perfectamente cómo cumples ese deben con algunos de los niños y las mujeres que están a tu cargo, eunuco. El médico hizo una pausa significativa.

A veces debo castigar a los que desobedecen las órdenes del príncipe.

Recuerdo a esa muchacha Fátima musitó Ben Abnam

Era una ramera, una buscona se justificó el eunuco.

Tenía dieciséis años y estaba enamorada lo contradijo el anciano.

Hizo que un animal lascivo viniera a ella, franqueando el muro de la zenana.

Era un joven guerrero, un oficial de la guardia real.

Cumplo con mi deben, señor. No era mi intención que el muriera. Sólo quería que sirviera de lección para las otras.

Ben Abnam alzó la mano para acallar sus protestas de inocencia. Escúchame, eunuco, y cree lo que te digo. Si este niño sufre cualquier otro dañó, si en el futuro no lo tratas con la mayor consideración, me encargaré de que aúlles aún más alto que la pequeña Fátima.

Al-Allama, que había estado escuchando atentamente, habló:

Todo lo que Ben Abnam ha ordenado, yo lo respaldo. Este niño y su niñera deben estar bien alimentados y en un alojamiento decente. No puedes confinarlo ni imponerle restricciones innecesarias. Tendrá libertad para ir y venir como cualquiera de los hijos del príncipe. Día por medio vendrá para que yo le brinde instrucción; entonces lo interrogare estrictamente sobre el trato que haya recibido. Ahora sal de mi vista. Despidió a Kush con un gesto. Espera abajo para llevan de regreso al niño cuando está listo.

Mientras se escabullía, Kush arrojó a Dorian una mirada llena de veneno. Ben Abnamáse volvió hacia el niño.

Tengo muchas cosas que decirte. ¿Supiste del combate que hubo en la isla después de tu partida?

No, no. Cuéntame anciano padre. Cuéntame todo.

No todas las noticias son buenas le advirtió el médico. Y empezó a hablan en voz baja. Dorian escuchaba con atención, lanzando exclamaciones de orgullo y entusiasmo al saber del ataque a la fortaleza de Flor de la Maní y la muerte de al-Auf a manos de Tom.

Al-Auf era una bestia. Estoy muy orgulloso de Tom. ¡Cómo me habría gustado estar allí para verlo!

Pero lloró al enterarse de que su padre había perdido ambas piernas.

¿Ha muerto, anciano padre? Decidme que aún vive, por favor.

A decir verdad, pequeño, no lo sé. Cuando tu hermano me permitió abandonar la isla estaba todavía con vida. Creo que tu hermano planeaba llevarlo a Inglaterra.

A Inglaterra, repitió Dorian, afligido. Casa esta muy lejos. Tal vez no retorne jamás.¿Tom me ha abandonado?

Las lágrimas rompieron entre sus párpados; las dejó corren por las mejillas. Ben Abnam le tomó las manos y descubrió que el chico estaba temblando, como afectado por una fiebre alta.

Tu hermano es buen hombre, hombre de honor. Me demostró su gran bondad.

Pero si ha retornado a Inglaterra… Dorian se interrumpió para tragar saliva, dolorosamente. Se olvidaron de mí. No volveré a verlo.

Entonces será la voluntad de Dios. Mientras tanto eres hijo del príncipe y debes estar atento a sus deseos. Ben Abran se puso de pie. Ahora debes obedecen al santo al-Allama que ha regresado de Mascate adelantándose al príncipe. Por orden de Su Alteza Real debes someterte a su instrucción.

En las horas más calurosas del día, el médico esperó, sorbiendo numerosas tazas de café y chupando la pipa de agua mientras se llevaba a cabo la instrucción religiosa. Una o dos veces hizo un comentario o formuló una pregunta; por lo de más, escuchaba en silencio. Su callada presencia reconfortaba a Dorian.

Cuando el sol proyectaba las prolongadas sombras de las palmeras hacia la playa, Ben Abnam pidió al mullah su bendición y llevó a Dorian a la carreta de bueyes, donde lo esperaba Kush para llevarlo nuevamente a la zenana. Pero se detuvo donde el eunuco no pudiera oír para decirle en voz baja.

Te veré tan a menudo como pueda, cuando vengas por tus lecciones. Redujo su voz a un susurro. Tu hermano me trató con gran bondad. A no ser por él yo También habría sido vendido como esclavo. Por ese motivo le prometí traerte un mensaje, pero no podía repetirlo ante el mullah. Es sólo para tus oídos.

¿Cuál era el mensaje? Decid, anciano padre, por favor.

Tu hermano me ha encomendado decirte que cumplirá con el juramento que te hizo. ¿Lo recuerdas?

Dijo que vendría por mi susurró Dorian. Me dio su solemne palabra.

Sí, pequeño, y reafirmó su promesa ante mi. Regresará por ti. Hago mal en decirte esto, pues va contra los intereses de mi amo, pero no podría privarte del consuelo de esas palabras.

Sabia que Tom jamás olvidaría ese juramento. Dorian le toco la manga. Gracias por decírmelo.