Una de las primeras cosas que Hal hizo después de llegar a Casa de Bombay fue escribir a William, para darle la tremenda noticia del botín cobrado y de su inminente ascenso a par del reino. La carta demoró más de una semana en llegar a Devoi.
Con el papel todavía en sus manos, William pidió a gritos su caballo; menos de una hora después cruzaba los portones de High Weald y galopaba furiosamente por la ruta principal a Londres, tan de prisa como podían llevarlo los caballos de posta.
Cinco días después, al promediar la tarde, llegó a Casa Bombay en medio de una lluvia torrencial. Dejó su caballo de alquiler en los establos y, empapado en lodo hasta la cintura cruzo la puerta principal, apartando al mayordomo y a los lacayos que intentaron bloquearle la entrada.
Soy el hijo mayor de Sir Henry Courtney. Quiero ver inmediatamente a mi padre.
Uno de los secretarios se adelanto apresuradamente en cuanto oyó ese nombre. En los últimos días el nombre de Courtney había tomado la ciudad por asalto. No había periódico que no rellenara paginas enteras con las hazañas de Sir Henry en el Océano de las Indias. Algunas eran descabelladamente fantásticas pero como tema de chismorreos había suplantado a la última victoria inglesa contra Francia; su nombre se repetía en todas las tabernas y todas las reuniones elegantes de Londres. Para aumentar el entusiasmo, en la calle se repartían volantes anunciando la próxima subasta pública de la carga y el botín en el local de la calle Leadenhal, describiéndolos como Los Grandes Tesoros jamás arrebatados a un Enemigo en Alta Mar.
Pocos días después del arribo, las acciones de la Compañía Unida de mercaderes de Inglaterra en Comercio con las Indias Orientales, que era el nombre completo y resonante de la Compañía, aumentaron su valor por mas del quince por ciento. En los últimos cinco años habían rendido un dividendo anual del veinticinco por ciento, pero la expectativa provocada por la distribución de ese vasto tesoro llevó las acciones a alturas inauditas.
Gracias doy a Dios por vuestra llegada, señor saludo el secretario a William. Vuestro padre ha estado preguntando por vos todos los días. Permitidme, por favor, llevaros a su lado.
Condujo a William por la ancha escalera de mármol. Cuando llegaron al primer descansillo, William se detuvo abruptamente bajo el enorme retrato del tatarabuelo de Lord Childs, pintado por Holbein, y levantó la vista hacia los dos hombres que descendían hacia el. Al reconocer al más joven tensó las severas facciones y centellearon sus ojos oscuros.
Vaya, querido hermano. Parece que mis oraciones no han tenido respuesta. Aquí regresas para importunarme. Tú y ese negro salvaje. Echo un vistazo a Aboli.
Tom se detuvo en el descansillo, frente a él. Ya era dos o tres centímetros más alto que su hermano mayor. Lo miró de arriba abajo, comenzando por sus botas enlodadas y terminando por su cabeza arrogante y malhumorada; luego sonrió con frialdad.
Me conmueven profundamente tus expresiones de afecto.
Ten la seguridad de que las retribuyo plenamente.
Aunque disimulara, William estaba desconcertado por la transformación que los años habían obrado en Tom. Estaba alto, recio, lleno de confianza en sí mismo. Era un hombre a tener en cuenta.
No dudo de que más adelante tendremos oportunidad de continuar con esta agradable conversación. William inclinó la cabeza en despedida. Pero ahora, como primogénito, tengo el deber de atender a nuestro padre.
Tom no acuso esa mordaz referencia a su primogenitura. Aunque escocía, se hizo a un lado con una leve reverencia.
Para servirte, hermano.
El mayor paso a su lado y, sin mirar atrás, llegó a la galería de los retratos. El secretario lo condujo hasta el final y llamó con su bastón a la puerta de doble hoja. Se abrió inmediatamente y William pasó a una ornamentada alcoba. En torno de la enorme cama de cuatro columnas, situada sobre una plataforma, se apiñaban cuatro cirujanos vestidos de negro. Su profesión era evidente en la sangre vieja que manchaba sus ropas. Al acercarse le abrieron filas.
William se detuvo al ver la silueta tendida contra las almohadas. Recordó al hombre vigoroso y robusto que había visto zarpar del puerto de Plymouth. Ese anciano frágil, de barba blanca, cabeza afeitada y facciones contraídas por el dolor, no podía ser el mismo.
He rezado a Dios por tu llegada susurró. Ven, William dame un beso.
Su hijo avanzo precipitadamente hasta el lecho y se arrodilló para apretar los labios contra la mejilla pálida.
Agradezco a Dios que os haya salvado la vida y que estéis tan repuesto de vuestras heridas, dijo, con un semblante sincero y gozoso que disimulaba sus verdaderos sentimientos "Se muere", pensaba, con una mezcla de regocijo y alarma. "La finca es casi mía, y también ese famoso tesoro que ha traído de sus andanzas." Espero que estéis tan bien como parece. Él estrecho la mano flaca y fría, posada sobre los brocados de la cama. "Por Dios, si este viejo pirata muere antes de la investidura se perderá la baronía. Sin el cinturón de nobleza en torno de mi cintura, hasta esa gran fortuna que ha traído de tierra paganas se me agriar en la boca."
Eres buen hijo, William, pero no llores así por mí. Hasta estos matasanos señalo con un gesto a los cuatro eminentes cirujanos que rodeaban la cama, hasta a ellos les será difícil enterrarme.
Intentó una risa temeraria, que sonó a hueco en la vacía alcoba llena de ecos. Ninguno de los médicos sonrío.
Mi amor por vos aumenta con el orgullo que me inspira vuestra gloria. ¿Cuando ocuparéis vuestro escaño entre los Lores, padre?
En pocos días más respondió Hal. Y como hijo mayor, me acompañarás a recibir los honores.
Sir Henry intervino uno de los cirujanos, no creemos que sea prudente visitar la Cámara de los Lores en vuestro actual estado de salud. Nos preocupa seriamente…
William se levanto de un salto para girar hacia el médico antes de que este acabara de expresar sus malos augurios.
Tonterías, hombre. Cualquier tonto puede ver que mi padre esta lo bastante fuerte como para responder a la convocatoria de su soberano. Yo estaré con él en todo momento. Con mis propias manos le proporcionaré lo que necesite.
Cinco días después, los criados bajaron a Hal en una litera mientras William rondaba nerviosamente a su lado. El carruaje de Lord Childs esperaba frente a la puerta principal. Tom y Aboli estaban separados de los jinetes que escoltarían la carroza.
Los lacayos depositaron la litera junto al carruaje; luego hubo un momento de confusión, pues nadie sabía que hacer. Tom se adelantó rápidamente, apartando de un codazo a su hermano mayor; antes de que los médicos pudieran intervenir, alzó a su padre con facilidad y subió al carruaje con el cuerpo consumido entre los brazos.
Esto no es prudente, padre. Esto ir abusando de vuestras energías con este viaje le susurró, en tanto acomodaba a Hal en el asiento y lo cubría con la manta de pieles.
¡El Rey puede regresar pronto al continente para seguir combatiendo y quién sabe cuando retornara a Inglaterra!
Entonces Aboli y yo deberíamos acompañaros, pero William lo ha prohibido.
William me cuidara bien. Hal se ciño las lustrosas pieles a los hombros. Tú debes quedarte aquí, con Walsh, para cuidar de nuestros intereses en la casa de subastas. Tengo gran confianza en ti, Tom.
El muchacho comprendió que el verdadero motivo de esa negativa era que su padre no quería reunirlo con su medio hermano.
Como gustéis, padre accedió.
En cuanto termine esto de los Lores y la subasta esté realizada, podemos volver a High Weald y trazar nuestros planes para rescatar a Dorian.
Os estaré esperando, prometió Tom.
Al bajar se quedó junto a la rueda trasera. William subió al vehículo y se instaló junto a su padre; cuando el cochero azotó a los caballos, el carruaje cruzó los portones hacia afuera.
Tom se volvió hacia Aboli.
Bastante malo es ya que Billy el Negro lo arrastre por ahí en esa moledora de huesos. No voy a permitir que haga lo mismo en el viaje a High Weald; ir a Devon por esas rutas lo mataría. Debemos llevarlo por barco hasta Plymouth. El viaje por mar ser más suave; además, tú y yo podemos cuidarlo mejor.
Ya no tienes barco, Klebe, le recordó Aboli. El Serafín y el Minotauro pertenecen a la Compañía.
Entonces tendremos que alquilar otro.
En el Canal hay bucaneros franceses.
Necesitamos algo pequeño y ligero; pequeño, para que no despierte interés; rápido, para que podamos escapar si ellos deciden perseguirnos.
Creo conocer al patrón de un barco así. Dijo Aboli, pensativo.
A menos que las cosas hayan cambiado durante nuestra ausencia.
La subasta en el magnífico local de la calle Leadenhall requirió cuatro días. Tom los paso sentado junto a maese Wals para tomar nota de los precios ofrecidos por el botín.
El salón principal tenia forma de pista redonda, con gradas que se elevaban desde el centro, donde el rematador tenía su plataforma. Los mercaderes, con sus secretarios y contables, llenaban a tal punto los bancos que no había sitio suficiente para todos. Muchos tuvieron que permanecer de pie contra los muros traseros, pero participaron ruidosamente, atando los catálogos para llamar la atención del martillero.
Mientras escuchaba los precios que ascendían con descabellada despreocupación, Tom pensó en los cofres de monedas guardados en las bóvedas, bajo la sala de subastas. Las habían traído desde el muelle la noche en que amarrara la escuadra, conduciendo los vehículos por las oscuras calles adoquinadas, rodeados por una guardia de cincuenta marineros armados.
Era obvio que los precios previstos por Lord Childs serían sobrepasados con holgura en la histeria que rodeaba a la subasta. Con cada día transcurrido Tom veía aumentar el valor de su parte.
Buen Dios es maravilloso en el último día, mientras garabateaba sus cálculos en una pizarra. Con buena suerte me llevaría más de mil libras.
Equivalía a lo que uno de los mineros o labradores de HiWeald podía ganar en toda una vida de trabajo. Esos sueños riqueza lo dejaron estupefacto hasta que calculó la parte de su padre.
Casi cien mil exclamó. Junto con la capa de armiño y el tahali enjoyado de los barones. Luego endureció la boca enfadado. Y todo eso caerá limpiamente en las garras codiciosas de Billy el Negro, que vomita en cuanto tiene un barco bajo los pies.
Mientras él cavilaba sobre esa injusticia, el martillero anunció, en un fuerte relincho, el siguiente articulo a la venta.
Damas y caballeros, es un placer y un privilegio ofrecer a vuestro deleite un raro y maravilloso trofeo, que despertará la curiosidad del más sofisticado y mundano de vosotros. Con un garboso ademán, levantó el paño que cubría un gran frasco de vidrio grueso y transparente. Nada menos que la cabeza encurtida del notorio y sanguinario corsario Jangiri, también llamado al-Auf, el Malo.
Un zumbido agitado recorrió las gradas, en tanto los mercaderes estiraban el cuello para observar, macabramente, la cabeza degollada que nadaba en su baño de alcoholes. Tom sintió un impacto físico al ver, una vez más, la cara de al-Auf.
El pelo oscuro flotaba como algas marinas en torno de la cabeza. Tenía un ojo abierto, que parecía detectar a Tom y clavarse en él con leve estupefacción. En sus labios había una expresión dolorida, como si aún pudiera sentir el beso punzante del acero que la había separado del tronco.
¡Vamos, caballeros! Azuzo el rematador. Se trata de un artículo valioso. En todo el país, muchas personas pagarían con gusto seis peniques por echarle un vistazo. ¿Alguien ofrece cinco libras?
La indignación invadió lentamente a Tom. Había traído la cabeza como prueba, para demostrar a los directores de la Compañía el éxito de su expedición, no para que se convirtiera en absurdo espectáculo secundario de algún circo ambulante.
El instinto y el entrenamiento le habían inculcado el concepto de la compasión y el respeto por el enemigo derrotado. El hecho de que al-Auf hubiera capturado y vendido a Dorian como esclavo no entraba en el juego. Sin reflexionar gritó, furioso:
¡Diez libras!
No tenía esa suma a su disposición, pero le debían su parte del botín. En todo el salón las caras se volvieron hacia él, curiosas. Le llegaron susurros.
Es el chico de Hal Courtney, el que corto la cabeza.
Es el que degolló a al-Auf.
¿Como se llama?
Tom Courtney. Es el muchacho de Sir Hal.
El martillero le hizo una reverencia teatral.
El audaz espadachín y verdugo ofrece personalmente diez libras ¿Alguien ofrece más?
En la primera fila de bancos, alguien comenzó a aplaudir; quienes lo rodeaban lo imitaron. Lentamente el aplauso se convirtió en un rugido, hasta que todos lo ovacionaron golpear do los pies contra el suelo.
Tom habría querido gritarles que cesaran, que él no había matado a ese hombre para ganar la aprobación pública. Pero no había palabras para describir lo que sintiera al recoger la cabeza, lo que sentía ahora al verla flotar en un frasco, ofrecida da para diversión de campesinos boquiabiertos.
¡Voy a vender…! ¡Voy a vender…! ¡Vendido al señor Tom Courtney por la suma de diez libras!
Pagadlo de mi parte, espeto él a Walsh, mientras se levantaba de un brinco. Quería salir al aire fresco, lejos de las miradas y las grandes sonrisas de esa horda de desconocidos Se abrió paso a golpes de hombro hasta salir del salón y corrió escaleras abajo.
Afuera, en la calle Leadenhal, llovía. Se echo el capote sobre os hombros, ajusto a la cabeza el sombrero de ala ancha con su pluma de caballero y se ciño el tahali antes de salir del pórtico. Un toque en el hombro lo hizo girar en redondo. En su preocupación no había visto a Aboli entre la multitud que holgazaneaba a la entrada de los salones.
He hallado a nuestro hombre, Klebe.
El negro le presento a un fulano alto y flaco, envuelto en un capote de marino, con las facciones ocultas por la gorra de Monmouth que llevaba encasquetada hasta los ojos. Por un momento Tom no comprendió lo que Aboli quería decirle.
El hombre que puede llevar a tu padre a Plymouth por mar.
Vamos a tomar un jarro de cerveza mientras lo discutimos sugirió el joven.
Y corrieron bajo la lluvia hasta la cervecería que estaba En la esquina de Cornhill. En el caluroso salón frontal, lleno de abogados y escribientes, se mezclaban el humo de las pipas los olores de levadura que emitían los toneles. Mientras quitaban los capotes y los sombreros, Tom estudió la cara del hombre que Aboli le había traído.
Te presento al capitán Luke Jervis dijo el negro. Navego con tu padre y conmigo en el viejo Pegaso.
A Tom le gusto inmediatamente. Su mirada era inteligente y aguda; tenía aspecto de marino recio. Su tez estaba bronceada y curtida por el sol y el salitre.
Luke tiene un cúter veloz y conoce cada palmo del Camino sobre todo los puertos franceses, como su propia mano. Aboli sonrió significativamente. Puede escabullirse de cualquier aduanero.
Tom no capto de inmediato lo que eso quería decir, pero luego su amigo prosiguió:
Si buscas un embarque de buen coñac Limousin, Luke es tu hombre.
Tom sonrió de oreja a oreja al comprender que Luke era contrabandista. En ese caso era el candidato perfecto para llevarlos en un viaje rápido por el Canal. Su navío seria veloz como una comadreja y él sabría pilotear en esas aguas peligrosas en medio de un vendaval y sin luna.
Aboli os ha dicho lo que necesitamos, expresó estrechándole la mano. ¿Cuál seria el precio de vuestro alquiler, capitán?
Debo a Sir Henry mi vida y algo más dijo Luke Jervis, tocándose una larga cicatriz blanca que le cruzaba la mejilla izquierda. No le cobrare un cobre. Será un orgullo prestarle ese servicio.
Tom le dio las gracias sin preguntar por la cicatriz. Luego dijo: Aboli os dará aviso cuando mi padre esté dispuesto para partir de Londres.
Cuando Lord Courtney regreso de su primera visita a la Cámara de los Lores, Tom noto a primera vista cuanto lo habían fatigado el viaje y la ceremonia. Lo llevo tiernamente por la escalera hasta el dormitorio, donde Hal se quedo dormido casi de inmediato. El muchacho se estuvo sentado junto al lecho; al oscurecer un lacayo le trajo la cena en una bandeja.
¿Dónde está William? pregunto Hal débilmente, mientras Tom le daba la sopa a cucharadas.
En el Banco, con maese Samuels. Lord Childs le entrego una carta de crédito por la parte del botín y ha ido a depositarla. Tom no hizo comentarios sobre la celeridad con que William había olvidado su preocupación por la salud paterna, una vez que la baronía estuvo asegurada. Ahora, su principal interés era poner el oro a salvo, en manos de los banqueros del Strand, donde estuviera bajo su control.
Ahora descansad, padre. Debéis recobrar las fuerzas para el viaje a casa. Ya casi hemos terminado con lo que debíamos hacer en Londres. Cuanto antes lleguemos a High Weald, antes recobraréis la salud.
Si Tom. Hal mostró una súbita animación. Ya quiero ir a casa.
¿Sabías que William y Alice me han dado un nieto? Lo han bautizado Francis, como tu abuelo.
Si, padre. William me lo dijo.
El mayor había puesto muy en claro que, puesto que tenía un heredero, el titulo y la finca estaban definitivamente fuera del alcance de Tom.
He contratado a un navío para que nos lleve a Plymout
El capitán es Luke Jervis. ¿Lo recordáis? Dice que le salvasteis la vida.
Hal sonrió
¿Luke? Era un muchacho simpático, buena persona. Me alegra saber que ahora tiene barco propio.
Es sólo un cúter pequeño, pero veloz.
Me gustaría zarpar de inmediato, Tom. Hal le aferra mi brazo. Había ansiedad en su expresión.
Deberíamos esperar que los médicos dieran su autorización.
Paso una semana más antes de que los cuatro cirujanos accedieran, renuentes, a permitir que Hal se embarcara en Cuervo, el cúter de Luke Jervis. En las últimas horas de tarde zarparon desde el muelle de la Compañía, a fin de cubrir durante la noche la parte más peligrosa del viaje.
William no iba con ellos. En cuanto el dinero del botín esta yo fuera de peligro, depositado en el Samuels Bank del Stran se mostró deseoso de volver para ocuparse de administrar la propiedad.
Cada hora que paso lejos nos cuesta dinero. No confío esos tunantes e imbecil que no debí poner a cargo durante mi ausencia. Cuando lleguéis a Plymouth, padre, os estaré esperando.
El Cuervo resulta tan veloz como su reputación. Durante la noche, mientras volaban hacia el sur, Tom acompaño a Luke Jervis al timón. Luke quería escuchar todos los detalles de su viaje a las Indias y lo interrogó con avidez.
¡Buen Dios! Si lo hubiera sabido habría firmado con vos, capitán Hal en un abrir y cerrar de ojos.
¿Y vuestra esposa? ¿Y los niños? Aboli sonrió, mostrando los blancos dientes en la oscuridad.
No me rompería el corazón no oír nunca más los llantos esos mocosos ni los regaños de la patrona. Luke tiró de su pipa y el resplandor le iluminó las marcadas facciones. Luego se la quitó de la boca y apunto hacia el este con la boquilla. ¿Veis aquellas luces? Eso es Caláis. Estuve allí hace tres noches, para recoger una carga de coñac y tabaco. Los barcos pululan allí como pulgas en un perro vagabundo. Sonrió lupina mente a la luz de las estrellas. Con una patente de corzo no haría falta navegar hasta el Oriente para hacerse de un botín.
¿No os remuerde la conciencia por traficar con los franceses cuando estamos en guerra con ellos? pregunto Tom, intrigado.
Alguien tiene que hacerlo Dijo Luke. De lo contrario no habría tabaco ni coñac para reconfortar a nuestros combatientes. Soy patriota, yo.
Hablaba en serio; Tom, en vez de insistir, se quedo reflexionando en lo que el capitán había dicho sobre los barcos franceses que se apiñaban en los puertos del Canal.
Cuando el Cuervo amarro en el muelle de Plymouth se vio que William había cumplido con su palabra. Tenía allí un carruaje grande, de buena suspensión, y criados listos para cargar con Hal. Partieron a paso tranquilo por la ruta a High Weald, a cuya vera se reunían pequeños grupos de hombres y mujeres: labriegos, mineros y arrendatarios de la finca, que deseaban vitorear a Su Señoría. Hal insistió en incorporarse para que pudieran verlo; cuando reconocía una cara, hacía que el cochero detuviera el vehículo para poder estrechar la mano del hombre a través de la ventanilla.
Cuando cruzaron los portones, haciendo crujir la grava del camino a la casona, todos los criados estaban ya reunidos en la escalinata frontal. Algunas de las mujeres lloraron al ver el estado del amo, en tanto los lacayos lo llevaban adentro y los hombres lo saludaban con gruñidos.
Que Dios lo bendiga, señor. Nos alegra el corazón tenerlo en casa y a salvo.
Alice Courtney, la esposa de William, esperaba al tope de los peldaños con el bebe en los brazos: una criatura diminuta, de cara roja y arrugada. Chilló con petulancia cuando Alice lo puso en brazos de su abuelo, pero Hal sonrío con orgullo y beso la cabecita cubierta de pelo negro y denso.
"Parece un mono", pensó Tom. Luego miro con más atención a su cuñada. Aunque tras su boda con William no tuvieron oportunidad de tratarse, ella le había inspirado una simpatía instintiva, pues era bonita y alegre. Ahora apenas la reconocía. Tenía los ojos tristes y un aire melancólico; antes tenía la piel suave como un melocotón y sin macula alguna, pero se la notaba sufrida. Mientras llevaban a Hal al interior, ella se demoró en la escalinata para saludar a Tom.
Bienvenido a casa, hermano.
Le dio un beso en la mejilla y él le hizo una reverencia.
Vuestro bebe es hermoso dijo, tocando la carita con torpeza como el niño chillara otra vez, retiro inmediatamente los dedos. Tan bello como su madre concluyo sin mucha convicción.
Gracias, Tom. Ella le sonrió, pero de inmediato bajó la voz para que los criados no pudieran oírla. Debo hablar con vos. Aquí no, pero a la primera oportunidad.
Y se volvió rápidamente para entregar el bebe a una niñera, mientras Tom seguía a su padre escaleras arriba.
En cuanto se encontró libre, Tom recorrió el pasillo hacia la escalera de atrás, pero tuvo que pasar frente al cuarto de Dorian a abrió la puerta para mirar aquella pequeña alcoba desde umbral, con una punzada de nostalgia. Todo estaba como su hermanito lo había dejado: allí estaban los batallones de soldados de plomo formados en el alfeizar de la ventana, con sus bonitos uniformes pintados, y la cometa que Tom le había hecho, colgada por sobre la cama. Los recuerdos eran demasiad penosos. Cerró silenciosamente la puerta y descendió por detrás.
Después de cruzar subrepticiamente la cocina y los establos, subió corriendo por la colina, rumbo a la capilla. La entrada estaba oscura y fresca; apenas un leve rayo de sol entraba por la abertura de la cúpula central. Vio con alivio que el arcón con los restos de su abuelo estaba contra el muro, junto al sarcófago de piedra dispuesto, tanto tiempo atrás, para recibirlos.
Había llegado sano y salvo tras el largo viaje desde Bombay el Cabo de Buena Esperanza. Se acercó al ataúd para poner una mano sobre la cubierta, susurrando:
Bienvenido a casa, abuelo. Aquí estaréis más cómodo que en esa cueva de tierras salvajes y remotas.
Luego recorrió la hilera de sepulcros hasta llegar a la del centro. All se detuvo y leyó la inscripción en voz alta:
"Elizabeth Courtney, esposa de Henry y madre de Dorian Llevada por el mar antes de su mejor floración. Que en paz descanse." Dorian no esta hoy aquí, pero vendrá pronto dijo “Lo juro.
Prosiguió hasta la tumba de su propia madre, donde se inclino para besar los fríos labios de la efigie. Luego se arrodillo ante ella.
He vuelto sano y salvo, madre, y Guy está bien. Ahora se encuentra en la India, trabajando para la Compañía, y se ha casado. Caroline, su esposa, es una muchacha bonita, con una voz encantadora.
Le hablaba como si estuviera viva y escuchándolo; permaneció junto al sarcófago hasta que el rayo de sol hubo hecho todo su recorrido por los muros de piedra; cuando por fin se apagó, dejando la bóveda en penumbra, él buscó el camino a tientas por la escalera y salió al crepúsculo.
Se detuvo a contemplar el paisaje oscurecido que recordaba tan bien, pero ahora le parecía ajeno. Más allá de las colinas se veía el mar lejano, que parecía llamarlo por señas tras el parpadeo de luces del puerto. Tenía la impresión de haber estado ausente por toda una vida, pero no se sentía satisfecho; por el contrario, lo consumía la necesidad de continuar viaje.
Allá afuera estaba el África, donde su corazón deseaba estar.
No se si alguna vez volveré a sentirme feliz en un mismo lugar susurró, mientras iniciaba el descenso de la colina.
Al llegar al pie de la enorme casa, esta era sólo una sombra oscura que se alzaba entre las nieblas vespertinas de los prados. Tom se detuvo abruptamente ante la zanja perimetral: había divisado una silueta fantasmagórica bajo las ramas extendidas de un viejo roble, entre los que se levantaban, grandes y oscuros, sobre los prados. Era una figura femenina, totalmente vestida de blanco, y Tom sintió un dejo de respeto supersticioso, pues parecía etérea y espectral. La niñera los había asustado con las leyendas de los fantasmas que rondaban High Weald. "No voy a dejarme vencer por ningún espíritu", resolvió, reuniendo valor para caminar hacia la joven de blanco. Ella pareció ignorar su proximidad hasta que lo tuvo casi al lado. Entonces levanto la vista, asustada. Era Alice, su cuñada. En cuanto lo reconoció, la muchacha recogió las faldas para huir hacia la casa.
¡Alice! Tom corrió tras ella, pero la joven, sin mirar atrás, acelero el paso. Él la alcanzó en el camino de grava, frente a la fachada de la casa, y la sujeto por la muñeca. Alice, soy yo, Tom. No os alarméis.
Soltadme dijo ella, con voz aterrorizada. Y miro hacia arriba, donde las ventanas de la casa relumbraban ya alegremente con la luz amarilla de las velas.
Queríais hablarme, le recordó él. ¿Que deseabais decirme?
Aquí no, Tom. Él nos vería.
¿Billy? ¿Y que puede hacer?
No comprendéis. Soltadme, por favor.
El Negro no me asusta le aseguró él, con juvenil arrogancia.
Hacéis mal.
Alice libero su mano y subió a la carrera la escalinata para entrar en la casa. De pie en medio del camino, con los brazos en jarras, Tom la siguió con la vista. Cuando iba a girar, al hizo que mirara hacia arriba.
Su hermano mayor estaba asomado a una de las altas ventanas del piso alto; la luz, a su espalda, lo reducía a una silueta esbelta y elegante. Por un largo instante ninguno de los dos se movió. Luego Tom hizo un gesto de impaciencia y entro la casa, siguiendo a Alice.
Estaba ya en su dormitorio cuando oyó un ruido leve, fuera de lugar aun en esa casona vieja, de maderos crujientes y tejados dos barridos por el viento. Permaneció inmóvil, con la corbata a medio atar y la cabeza inclinada. Después de algunos segundos el ruido se repitió: un gemido de aflicción, agudo y quejumbroso, como el de un conejo en la trampa. Se acercó a ventana para abrir las celosías de par en par; al entrar la brisa nocturna los gritos se hicieron más claros; los reconoció como humanos. Era un llanto de mujer, interrumpido por tonos masculinos más graves.
Tom se inclino sobre el alfeizar. Entonces notó que provenían del piso inferior, donde estaban los dormitorios principales. Las voces callaron abruptamente; cuando estaba por cerrar la ventana oyó el sonido de un golpe. Debió de ser muy fuerte para que le llegara con tanta claridad; el corazón de Tom dio un vuelco al oír que la mujer gritaba de nuevo.
Esta vez fue un grito de dolor, tan agudo y claro que supo con seguridad quién lo había lanzado.
¡Ese cerdo! barboteo, girando en redondo hacia la puerta.
En mangas de camisa, con las puntas de la corbata oscilando contra el pecho, corrió hacia la escalera y la bajó de a tres peldaños por vez. Al llegar a las habitaciones de su padre, las dos hojas de la puerta estaban de par en par y el lecho tenía las cortinas descorridas, dejando ver la silueta bajo los cobertores bordados. Su padre, incorporado contra las almohadas, lo llamó con urgencia.
No, Tom. Ven aquí.
Sin escuchar el llamado, Tom corrió hasta las habitaciones de Williams, algo más allá. Probó el picaporte, pero como puerta estaba con llave la golpeó con los puños cerrados.
Abre, Billy, ¡maldito seas! aulló.
Atrás hubo un largo silencio. Cuando se llenaba los pulmones para gritar otra vez, la puerta se abrió silenciosamente.
William apareció en el vano, bloqueándolo con su cuerpo, de modo que Tom no pudiera ver más allá.
¿Que quieres? preguntó. ¿Cómo te atreves a gritar así a las puertas de mis habitaciones privadas? El también estaba en mangas de camisa, pero tenía la cara abotagada por la furia o el esfuerzo y sus ojos ardían de furia. ¡Lárgate, cachorro impertinente!
Quiero hablar con Alice. Tom se mantuvo en sus trece.
Ya hablaste esta tarde con ella. Alice está ocupada. Ahora no puede atenderte.
Oí que alguien gritaba.
Aquí no fue. Debes de haber oído una gaviota o el viento en los aleros.
Tienes sangre en la camisa.
Tom señalaba unas motas de color escarlata en la manga blanca de su hermano. William las observó con una sonrisa fría pese a su cólera. Levantó la mano derecha, que tenía a la espalda, y se chupo el corte del nudillo hinchado. Me aprese la mano con las puertas del armario.
Tengo que ver a Alice.
Tom trató de pasar, pero en ese momento oyó la voz de Alice, apremiante Id, Tom, por favor. Ahora no puedo recibiros. Su voz sonaba ahogada de las lágrimas y el dolor. Por favor, Tom, obedece a mi esposo. No podéis entrar.
¿Ahora me crees? preguntó William, desdeñoso. Alice no quiere hablar contigo.
Y le cerró la puerta.
Tom quedó allí, indeciso. Cuando alzaba la mano para golpear otra vez, la voz de su padre lo detuvo.
Ven aquí, Tom. Te necesito.
Se apartó de la puerta y acudió junto al lecho de cuatro columnas.
Padre, oí que…
No oíste nada, Tom. Nada.
Claro que si aseguró el muchacho, con la voz tensa de indignación.
Cierra las puertas, Tom. Hay algo que debo decirte.
Él obedeció.
Hay algo que debes recordar por el resto de tu vida, Tom, nunca intervengas entre marido y mujer. Alice es propiedad de William; él puede hacer con ella lo que desee, y si tratas interponerte estará en su derecho de matarte. No oíste nada Tom.
Cuando bajo a cenar estaba ardiendo de ira. En la larga mesa lustrada habían puesto tres cubiertos. William ya estaba sentado a la cabecera.
Llegas tarde, Thomas. Sonreía, relajado y apuesto, con una gruesa cadena de oro al cuello y un broche de rubíes colgándole contra el pecho. En High Weald nos sentamos a cenar a las ocho en punto. Por favor, trata de respetar las costumbres de la casa mientras te hospedes aquí.
High Weald es mi hogar protestó él fríamente. No soy un huésped.
Eso es discutible. Yo opino lo contrario.
¿Dónde está Alice? Tom miró con intención el asiento vació, a la izquierda de William.
Mi esposa está indispuesta respondió tranquilamente su hermano-. Esta noche no comerá con nosotros. Siéntate por favor.
Es sumamente extraño, pero ya no tengo apetito. En es ambiente hay algo que me ha quitado las ganas de comer. No cenaré contigo, hermano William.
Como gustes. El otro se encogió de hombros y concentro su atención en la copa que el mayordomo le estaba llenando de vino tinto.
En ese estado de ánimo, a Tom no le pareció prudente pasar la noche en la misma casa que su hermano. Con un capote sobre los hombros, corrió a los establos y llamó a gritos a los mozos de cuadra, que bajaron a tropezones la escalerilla del pajar y le ensillaron uno de los caballos. Tom cubrió la primera milla al galope, empinado en los estribos y azuzando a su montura a través de la noche. El aire nocturno enfrió un poco cólera; al fin, compadecido del animal, lo puso al trote por ruta a Plymouth. Encontró Aboli con Luke Jervis, en la taberna de la Roy Oak, cerca del puerto. Le dieron la bienvenida con sincero placer él bebió el primer jarro de cerveza sin apartarlo de si labios ni tomar aliento. En algún momento de la noche subió la escalera hacia el cuarto pequeño con ventanas al puerto, acompañado por una muchacha bonita y risueña, que lo sostuvo cuando él perdió equilibrio y estuvo a punto de caer por la escalera. Su cuerpo desnudo era muy blanco a la luz del candil; su abrazo cálido y envolvente. Rió junto a su oído, aferrada a él, y le permitió desahogar su cólera montado en ella. Más tarde, con una risita aguda, rechazo la moneda que él le ofrecía.
Debería ser yo quien os pagara, señorito Tom. Casi todos, en la ciudad, lo conocían desde la niñez. Os habéis convertido en un muchacho encantador. Hacia muchos meses que no me revolvían tan bien las gachas.
Mucho más tarde, Aboli le impidió responder al desafío de un marinero excedido en copas. Lo sacó a la rastra de la taberna y lo subió a su caballo para conducirlo a High Weald, balanceándose en la montura y cantando a todo pulmón.
Temprano por la mañana Tom salía a los páramos con las alforjas abultadas. Aboli lo esperaba en el cruce de caminos: una figura oscura y exótica en la densa niebla, que maniobró con su caballo para ponerse junto a él.
Creo que los buenos vecinos de Plymouth habrían preferido un ataque de los franceses en vez de tu última visita.
Miraba a Tom de soslayo. ¿No te han afectado las alarmas y las incursiones de anoche, Klebe?
Dormí como criatura inocente que soy, Aboli. ¿que podía afectarme? El muchacho trató de sonreír, pero tenía los ojos inyectados en sangre.
¡Gozo y locura de la juventud! Aboli meneó la cabeza con fingida maravilla.
Tom, sonriente, aplicó espuelas a su montura, haciendo que saltara raudamente sobre el seto. Aboli lo siguió; ambos galoparon hasta la cumbre de la colina, donde un bosquecillo de árboles oscuros anidaba en un repliegue del terreno. Tom desmontó de un salto y, después de atar su caballo a una rama, marchó a grandes pasos hacia las vetustas piedras que se levantaban en el bosquecillo, mohosas de vejez; según la leyenda, indicaban las tumbas del pueblo antiguo que había sido sepultado allí en la infancia de los tiempos.
Escogió un sitio propicio entre ellas, dejándose guiar, no por la cabeza, sino por los pies. Por fin clavó un talón en el césped húmedo.
¡Aquí! dijo.
Aboli se adelantó, pala en mano, y la hundió profundamente te en el suelo blando. Cuando dejó de cavar para tomar aliento Tom lo reemplazó y siguió cavando hasta que el hoyo llegó a la cintura. De las alforjas sacó cuidadosamente un objeto envuelto en trapos, que depositó al borde del agujero que había cavado. Luego lo desenvolvió. A través del vidrio, al-Ar le clavó la mirada sardónica de su único ojo.
¿Quieres decir la oración por los muertos, Aboli? Habla el árabe mejor que yo.
El negro la recitó con una voz fuerte y grave, que despertó ecos extraños en el oscuro montecillo. Cuando él calló, Tom volvió a envolver el frasco, ocultando su macabro contenido y lo deposito en el fondo de la tumba que había preparad para él.
Fuiste un hombre valiente, al-Auf. Que Alá, tu Dios, perdone tus pecados, que fueron muchos y graves.
Después de rellenar la tumba, apisonó la tierra suelta cubrió con los panes de césped.
Volvieron a montar. Desde la silla Aboli echó una última mirada al bosquecillo.
Mataste a tu hombre en combate singular dijo suavemente mente y has dado a su cadáver un trato honorable. En verdad te has convertido en un guerrero, Klebe.
Y volvieron grupas para cabalgar juntos hacia el mar.
Era como si Hal Courtney supiera que, en el reloj de su vida, se estaban escurriendo los últimos granos de arena. Pensaba mucho en la muerte y en su pompa. Desde su lecho mandó llamar al maestro cantero de la ciudad y le mostró el diseño que había hecho para su sepulcro.
Haré perfectamente lo que deseéis, mí lord. El cantero canoso y gris; el polvo de piedra se le había metido en los poros.
Por supuesto, John, dijo Hal. El hombre era un artista con el cincel y la maza. Había tallado los sarcófagos para padre de Hal y para todas sus esposas. Era adecuado que le hiciera lo mismo para el amo de High Weald.
Luego Hal dispuso que el obispo celebrara los funerales su padre. Por fin su cadáver descansaría en el sarcófago preparado parado para él casi dos décadas antes.
La capilla se colmó de familiares y conocidos de Sir Francis Courtney. Los criados y labriegos de la finca, con sus mejor galas, llenaban los bancos traseros y desbordaban por el patio. Hal ocupaba el centro del pasillo, en una silla especial que los carpinteros de la finca habían adaptado para él, con flancos altos para sostenerlo y cuatro asas para que la cargaran otros tantos lacayos.
El resto de la familia Courtney ocupaba el primer banco. Había diez o doce primos y tíos, aparte de los parientes más ¡íntimos. William estaba en el asiento más próximo a su padre, con Alice a su lado. Era la primera vez que ella aparecía en público desde la noche en que Tom tratara de entrar en las habitaciones privadas de su hermano; vestía de luto, con un velo negro cubriéndole la cara. Pero cuando levantó una esquina del tul, a fin de enjugarse los ojos, Tom vio que tenía un costado de la cara tumefacto, un corte en el labio, cubierto de costra negra, y un feo moretón, ya desteñido en púrpura y verde. Como si percibiera la mirada de Tom fija en ella, se apresuró a bajar el velo.
En el banco del otro lado se sentaron los invitados de honor, cuatro caballeros de la Orden de San Jorge y el Santo Grial, Nicholas Childs y Oswald Hyde, que habían venido juntos desde Londres. También John Grenville, conde de Exeter y padre de Alice, había venido a caballo desde sus vastas tierras lindantes con High Weald, con Arthur, su hermano menor.
Después de la ceremonia, el grupo regresó a la casona para el banquete de funerales. La familia y los invitados de honor comieron en el gran salón; para los campesinos se instalaron en los establos mesas de caballetes cargadas de comida y bebida.
La hospitalidad de Hal era tan generosa, tan copiosas las ofrendas de sus bodegas, que antes de la puesta del Sol dos pares del reino se vieron obligados a retirarse a sus habitaciones El obispo, abrumado por las exigencias de su cargo y por el fino clarete, tuvo que subir la escalera ayudado por dos lacayos;
en el descansillo se detuvo a otorgar su bendición a los deudos reunidos abajo para observar su ascenso.
Los comensales del establo, que habían hecho correr libremente los jarros de sidra espumosa, aprovecharon los setos y las parvas de heno para propósitos similares y para otros, menos tranquilos. A los ronquidos de los alcoholizados se mezclaban los lujuriosos susurros del heno, las risitas y los gritos felices de las jóvenes parejas dedicadas a otras ocupaciones.
Al oscurecer, los cuatro caballeros de la Orden descendieron de sus habitaciones, en diversos estadios de recuperación, y subieron a los carruajes que esperaban. La pequeña caravana abandonó la casa, siguiendo a Hal y a Tom, que subían la colina hacia la capilla en el primer coche.
En la cripta se habían dispuesto los objetos ceremoniales de la Orden. El mosaico del suelo representaba la estrella cinco puntas; en el centro había tres calderos de bronce con antiguos elementos: fuego, tierra y agua. Las llamas del bracero danzaban en los muros de piedra, arrojando sombras trazas a los rincones, más allá de los sepulcros.
La silla de Hal esperaba a la puerta de la capilla, lista para recibirlo. Una vez que estuvo instalado en ella, los caballeros de su hermandad lo llevaron abajo, a la bóveda, y lo instalaron en el centro del pentáculo, rodeado por los tres calderos.
Tom esperaba a solas en la nave de la capilla, vestido con simple túnica blanca de los acólitos, orando ante el altar, a la luz de las antorchas fijadas en las paredes. Oyó las voces de los caballeros que murmuraban abajo abriendo la Logia en primer grado. Luego se oye una fuerte pisada en los peldaños de piedra: el conde de Exeter, su patrocinador, vino por él. Tom lo siguió por la escalera; abajo lo esperaban los otros caballeros, dentro del círculo sagrado, con las espadas desenvainadas; todos lucían los anillos y las cadenas de oro que representaban sus cargos de caballeros Nautonnier, navegantes de primer grado de la Orden. Tom se arrodilló al borde del pentáculo, rogando ingresar.
¡En el nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo!
¿Quién desea entrar en la Logia del Templo de la Orden de San Jorge y el Santo Grial? lo desafió su padre con voz ronca, como la del hombre que ha estado a punto de morir ahogado.
Un novicio que se presenta para la iniciación en los misterios del Templo.
Entrad, a riesgo de vuestra vida eterna lo invitó Hall
Su tono hacía aún más patética la advertencia. Tom se puso de pie y pisó el diseño de mármol que marcaba los limites del circuló místico. No esperaba sentir nada, pero de pronto se estremeció, como si un enemigo hubiera marcado su tumba clavando una espada en la tierra.
¿Quién patrocina a este novicio? preguntó Hal, con misma voz ahogada.
El conde respondió audazmente:
Yo.
Hal miró a su hijo y su mente volvió a la cumbre de aquel país salvaje, indómito, muy por debajo del ecuador, donde había pronunciado mucho tiempo atrás sus propios votos. Contempló el sarcófago de piedra que, por fin, contenía el cuerpo de su padre. Y sonrío, casi soñador, al notar la continuidad, la cadena encantada de caballería que ligaba a cada generación con la siguiente. Sintió su propia mortalidad que se escurría hacia él, como una bestia antropófaga que lo acechara desde las tinieblas. "Será más fácil enfrentarme a la Tenebrosa cuando haya depositado firmemente el futuro en manos de mis hijos", pensó. Y fue como si pudiera ver el futuro fundiéndose con el pasado y desarrollándose ante sus ojos. Veía oscuras siluetas que le eran conocidas: los enemigos contra los que había combatido, hombres y mujeres amados, ya difuntos, entremezclados a otros que aún no habían pasado a las brumas de días venideros.
El conde apoyó suavemente una mano en el hombro de Hal, para devolverlo al presente. El reacciono.
¿Quién sois? preguntó, mirando nuevamente a Tom.
Y se inició el largo catecismo.
Thomas Courtney, hijo de Henry y de Margaret.
Hal sintió que los ojos se le cargaban de lágrimas ante el nombre de la mujer que tanto había amado. La melancolía le llenaba el alma; su espíritu estaba exhausto y necesitaba descansar, pero no podía hacerlo sin completar las tareas que le habían sido asignadas. Reacciono una vez más, ofreciendo a Tom la hoja de la espada azul, la Neptuno, que había heredado de su padre. La luz de las antorchas danzó sobre las incrustaciones doradas de la hoja y en las honduras del zafiro que decoraba la empuñadura.
Os convoco a confirmar los postulados de vuestra fe sobre este acero.
Tom tocó la hoja e inició el recitado:
En estas cosas creo: que sólo hay un Dios en la Trinidad: el Padre eterno, el Hijo eterno y el Espíritu Santo eterno.
¡Amén! Dijeron al unísono los caballeros Nautonnier.
Las preguntas y respuestas continuaron entre el parpadeo de las antorchas. Cada pregunta alumbraba el código de la Orden, tomado casi enteramente del de los Caballeros Templarios.
El catecismo esbozaba la historia de los Templarios. Recordaba que, en el año 1312, los Pobres Caballeros de Cristo y el Templo de Salomón habían sido atacados y aniquilados por el rey de Francia, Felipe el Hermoso, en connivencia con el papa títere Clemente V de Burdeos. La Corona confiscó su vasta fortuna en tierras y oro en lingotes; su Maestro fue torturado quemado en la hoguera. No obstante, los marinos templarios advertidos por sus aliados, soltaron sus amarras en los puertos del Canal y se hicieron a la mar. Pusieron proa a Inglaterra buscando la protección del rey Eduardo. Desde entonces habían abierto sus Logias en Escocia e Inglaterra bajo nombres distintos, pero manteniendo intactos los postulados laicos de la Orden.
Por fin todas las preguntas quedaron formuladas y respondidas Tom se puso de rodillas y los caballeros formaron un círculo en derredor de él. Todos pusieron una mano sobre su cabeza inclinada y la otra en el pomo de la espada Neptuno.
Thomas Courtney, os damos la bienvenida a la Compañía del Grial y os aceptamos como hermano caballero del Templo de la Orden de San Jorge y el Santo Grial.
Lo pusieron de pie para abrazarlo, uno tras otro. Todo esto formaba parte de un antiguo ritual, pero cuando Tom se inclino para besar a su padre, Hal se apartó de las formas fijas por el tiempo. Puso la empuñadura de la Neptuno en la mano de su hijo y le cerro los dedos en torno de ella.
Ahora es tuya hijo mío. Úsala con valentía y honor.
Tom, sabedor de que ese bello acero era una de las pertenencias más preciadas de su padre, no encontró palabras con las que expresar su gratitud, pero lo miró profundamente a los ojos. Y vio que su padre entendía, en verdad, el silencioso mensaje de amor y deber que estaba tratando de enviarle.
Cuando se fueron los invitados al funeral y los cuatro caballeros de la Orden, High Weald pareció quedar silencios y desierta. Alice pasaba la mayor parte del día en sus habitaciones.
Tom la vio una sola vez, cabalgando a solas por los páramos; aunque la observaba desde lejos, tuvo en cuenta las consecuencias de su último encuentro y no intentó acercársele.
William estaba atareado con la administración de la finca y pasaba el tiempo en las oficinas de la mina de lata, conferenciando con el mayordomo o recorriendo la propiedad a caballo con el propósito de sorprender a ladrones y malhechores entre sus sirvientes. Las transgresiones se castigaban con el látigo y la expulsión inmediata. Volvía al anochecer y pasaba una hora con su padre, antes de sentarse a cenar, puntualmente a las ocho. Comía solo, pues Alice no se presentaba y Tom buscaba excusas para comer en su cuarto o en alguna de las tabernas locales, con Aboli, Luke Jervis, Ned Tyler y Alf Wilson, cuya compañía le resultaba más afín. Con el correr de los meses crecían su desasosiego y su impaciencia. En ausencia de William pasaba la mayor parte del día con su padre. Llevaba a Hal a la biblioteca y lo sentaba a la cabecera de la larga mesa de roble; luego bajaba de los cargados estantes los libros y mapas que él le pidiera. Juntos los estudiaban con denuedo, discutiendo los detalles del viaje que el padre jamás haría. Maese Walsh, con un par de gafas recién compradas sujetas a la nariz, ocupaba el extremo opuesto de la mesa y tomaba nota de lo que Hall dictaba. Elaboraron inventarios detallados de las provisiones y los equipos que necesitarían; también hicieron listas de nombres con los que tripular los barcos para la expedición al océano Índico. Dos barcos decidió Hal. No tan grandes como el Serafín o el Minotauro. Navíos veloces y ágiles, pero bien armados, pues con seguridad tendremos que combatir nuevamente contra los paganos. De poco calado, ya que puede ser necesario adentrarse con ellos por los estuarios y los ríos de la Costa de la Fiebre.
Haría que Ned Tyler y Alf Wilson busquen barcos adecuados intervino Tom, ansioso. Pueden recorrer la costa a caballo visitando todos los puertos entre Plymouth y Margate. Pero con la guerra asolando el continente no ser fácil hallar naves adecuadas.
Te sorprenderá ver con cuanta facilidad las encuentras, si tienes oro con que pagarlas aseguró Hal. Aunque debamos gastar hasta el ultimó cobre de nuestro botín para rescatar a Dorian será dinero bien empleado.
Podríamos publicar un anuncio sugirió maese Walsh.
¡Buena idea! dijo Hal.
También podríamos pedir a Lord Childs un barco de la Compañía. Tom apartó la vista de la carta marítima.
¡No! Su padre negó con la cabeza. Si Childs supiera que vamos a llevar una escuadra a los dominios de la Compañía haría lo posible por impedirlo. La empresa se opone rígidamente al tráfico invasor, como lo llama, y hasta a la navegación ajena por su territorio.
Día tras día continuaban planeando y discutiendo. Por fin regresaron Ned Tyler y Alf Wilson, quince días después de su partida, con la noticia de que habían hallado un barco ideal para el trabajo; pero sus propietarios pedían la exorbitante suma de siete mil libras. Traían una carta de aceptación para que Hal la firmara y una nota de los dueños, que querían cobrar mediante giro bancario. Hal los interrogó a fondo sobre el estado y el porte del barco.
Luego cerró los ojos; pasó tanto tiempo en silencio que Tom acabó por alarmarse.
¡Padre! Saltó de la silla para acudir a él. Al tocarle la mejilla descubrió que estaba ardiendo de fiebre. Su Señoría no está bien. Dadme una mano, muchachos. Tenemos que llevarlo a la cama.
Hasta maese Walsh tomó una de las asas de la silla. Entre los cuatro lo llevaron precipitadamente al primer piso.
Una vez que estuvo en el gran lecho, Tom hizo que Aboli bajara a Plymouth para traer al doctor Reynolds, que se alojaba en la ciudad. Luego pidió a Ned Tyler y a los otros que esperaran bajo y cerró las puertas con llave. Ya solo con su padre, aparto los cobertores, aterrado, y empezó a retirar los vendajes que cubrían los muñones de las piernas.
Por entonces Hal estaba arrebolado por una fiebre súbita y murmuraba cosas incoherentes. Al retirar el último paño, Tom vio que la herida había vuelto a abrirse; la descarga era amarilla. El cuarto se lleno con el olor sofocante y familiar de la corrupción; el joven comprendió que esta vez era más virulenta que nunca. Todo el muñón estaba entrecruzado por líneas escarlatas, como si lo hubieran cubierto de latigazos; el doctor Reynolds lo había advertido de lo que significaba ese síntoma.
Tanteó con dedos trémulos la ingle de su padre, temeroso de lo que podía encontrar. Las glándulas estaban hinchadas y duras como nueces y Hal lanzó un gemido de dolor ante el contacto. Es gangrena gaseosa confirmó el doctor Reynolds, a su llegada. Esta vez no puedo salvarlo.
¿No podéis amputar? gritó Tom. ¿No podéis drenar la corrupción, como hicisteis antes?
Ha subido demasiado. Reynolds siguió con la punta de los dedos las líneas rojas que estaban apareciendo en la parte baja del vientre, ante su propia vista.
Es preciso que hagáis algo suplicó el muchacho.
Esto le corre por todo el cuerpo como fuego en pasto seco. Por la mañana habrá muerto fue la simple respuesta. Deberíais mandar por vuestro hermano mayor, para que le presente sus respetos por última vez.
Tom pidió a Aboli que fuera en busca de William, pero había descendido a la mina de East Rushwold. Aboli tuvo que esperar hasta el anochecer. Cuando el primogénito subió a la superficie y supo del súbito empeoramiento de su padre, volvió a la casa a todo galope. Irrumpió en la alcoba de Hal con tales muestras de inquietud que bien podían confundirse con ansiedad.
¿Como esta? preguntó al doctor Reynolds.
Lamento decirlo, pero Su Señoría se debilita rápidamente.
Sin prestar atención alguna a Tom, William fue a arrodillarse al otro lado de la cama.
Soy William, padre. ¿Me oís?
Hal se movió al oír su voz, pero no abrió los ojos.
Habladme insistió William.
Tom lo miró con aspereza. Había creído detectar una nota de satisfacción en su voz.
Ya no tendrás que esperar mucho, Billy dijo inexpresivamente, Por la mañana seréis Lord Courtney.
Eres un sapo despreciable bramó William. Te haré pagar muy cara esa pulla.
Por una hora nadie volvió a hablar, hasta que el primogénito se levantó súbitamente.
Son las ocho en punto y estoy famélico. No he comido en todo el día. ¿Bajas a cenar?
Me quedo aquí. Tom no lo miró. Si despierta, quizá nos necesite.
Reynolds nos llamará. Solo tardaremos un minuto en subir desde el comedor.
Ve tú, Billy. Yo te llamaré, prometió Tom.
Y William marchó hacia la puerta, entumecido.
Volvió media hora después, limpiándose los labios con una servilleta.
¿Cómo está? preguntó, con un dejo de timidez.
No ha notado tu ausencia respondió Tom. No te preocupes, Billy. No puede desheredarte por zamparte una buena cena.
Se acomodaron para la prolongada vigilia, uno a cada lado del lecho; Reynolds, completamente vestido, roncaba en la cama del vestidor. La casona parecía contener el aliento; afuera, la noche era tan silenciosa que Tom oía las campanadas del reloj de la capilla, marcando el paso de las horas. Cuando dio la una miró a su hermano; tenía la cabeza caída contra el cubrecama y respiraba con pesadez. Tom apoyó una mano en la frente de su padre. "Está algo más fresco", pensó. "Tal vez la fiebre empieza a ceder nuevamente." Y por primera vez en la noche sintió una pequeña esperanza. Ante el contacto, su padre hizo un movimiento y abrió los ojos.
¿Estás aquí, Tom?
Aquí, padre respondió el muchacho, tratando de dar a su voz un tono alegre. Os vais a reponer y nos haremos juntos a la mar, como planeamos.
No iré contigo, muchacho. Por fin Hal había admitido lo que Tom sabía desde un principio. Este es un viaje que deberás hacer solo.
Espero que…
Pero su padre le buscó la mano a tientas.
No pierdas tiempo negándolo susurró. Me queda poco tiempo. Dame tu palabra de que buscarás a Dorían por mí.
Os doy mi palabra, tal como hice un juramento solemne ante Dorry.
Hall cerró nuevamente los ojos, suspirando. Tom pensó lo peor, pero él volvió a abrirlos.
¿William? ¿Donde está William?
El sonido de su nombre despertó al primogénito, que levantó la cabeza.
Aquí estoy, padre.
Dame tu diestra, William exigió Hal. Y tú, Tom.
Ellos cumplieron. ¿Sabes, William, que destino terrible ha corrido el menor de tus hermanos?
Si, padre.
He encomendado a Tom la misión de buscarlo y rescatarlo. Tom la ha aceptado. Ahora te encomiendo a ti. ¿Me escuchas William?
Sí padre.
Te encomiendo solemnemente hacer cuanto esté a tu alcance para colaborar con Tom en el rescate de Dorian. Le proporcionarás los barcos necesarios; pagarás la tripulación, las provisiones y todo lo demás, sin regateos. Debes cubrir todo el manifiesto que él y yo hemos redactado juntos.
William asintió.
Comprendo vuestros deseos, padre.
¿Júramelo! insistió Hal, levantando la voz. Queda poco tiempo.
Lo juro dijo su heredero en voz baja y sincera.
Gracias a Dios murmuró el padre. Por un rato pareció reunir sus energías para un último esfuerzo, pero les sujetaba las manos con sorprendente tesón. Luego volvió a hablar: Sois hermanos. Los hermanos no deben ser enemigos. Quiero que olvidéis las viejas disputas que os han separado y seáis hermanos de verdad. Hacedlo por mí.
Los jóvenes guardaban silencio, sin mirarlo ni mirarse entre sí.
Es mi último deseo. Otorgádmelo, por favor suplicó Hal.
Tom fue el primero en hablar.
Estoy dispuesto a olvidar todo lo pasado. En el futuro trataré a William con el respeto y el afecto que merece.
No puedo pedir más jadeó Hal. Ahora tú William. Júramelo.
Si Tom cumple con esa promesa, yo lo trataré con igual respeto y afecto dijo William, sin mirar a su hermano.
Gracias. Gracias a los dos susurró el padre. Ahora quedaos conmigo por el poco tiempo que nos resta.
La noche fue larga. Más de una vez Tom creyó que Hal había muerto, pero cuando acercaba el oído a sus labios percibía el suave siseo de la respiración. Al fin debió de adormecerse pues lo siguiente fue el canto de los gallos en el establo. Levantó la cabeza, con un respingo culpable; William estaba medio cruzado sobre la cama y roncaba suavemente. La lámpara se había agotado, pero detrás de las cortinas se veía el primer resplandor del alba. Toco la cara de su padre y, con una terrible punzada de dolor, la encontró fría. Movió los dedos en busca del pulso de la carótida. No había chispa de vida.
"Debería haberme quedado despierto. Le fallé al final." Tom se inclino para besarlo en los labios. Por sus mejillas corrieron dos lágrimas que fueron a caer en la cara de su padre. Él usó una esquina de la sabana para enjugarse y volvió a besarlo.
Espero casi media hora, hasta que la luz de la alcoba fue más intensa; luego inspeccionó su imagen en el espejo del muro, para asegurarse de tener bien dominada su pena. No quería que el Negro lo viera tan emasculado. Por fin alargó una mano para sacudir a su hermano mayor.
Despierta, Billy. Padre se ha ido.
William le clavó una mirada aturdida. A la difusa luz del alba, sus ojos parecían legañosos y descentrados. Luego observó la cara pálida de Hal.
Conque al fin se acabó dijo. Se incorporó para desperezarse, entumecido. Por Dios que se tomó su tiempo, el viejo pícaro. Ya temía que nunca me dejara sitio.
¡Padre ha muerto! aclaró Tom, pensando que no había entendido. Ni siquiera Billy, el Negro, podía ser tan insensible.
Llamemos a Reynolds para estar bien seguros. Y luego lo encerraremos en su lujoso sepulcro, antes de que cambie de idea.
William, sonriendo ante su propio humor negro, llamó a gritos al cirujano, que vino a los tumbos, aún medio dormido. Examino rápidamente a Hal, buscó su respiración y le deslizó una mano bajo la camisa, buscando el corazón. Por último meneo la cabeza.
Vuestro padre ha muerto, milord dijo a William.
Tom quedó aturdido por lo rápido y simple del hecho. Billy era ya el barón Dartmouth.
¿Queréis que ordene los preparativos fúnebres, milord?
Por supuesto respondió William. Yo voy a estar ocupado. Hay mucho que hacer. Tengo que ir a Londres cuanto antes. Parecía hablar para si mismo antes que para los otros.
Debo ocupar mi escaño en la Cámara de los Lores y reunirme con maese Samuel, el del Banco… Se interrumpió para mirar a su hermano. Quiero que te ocupes de disponer los funerales. Es hora de que empieces a ganarte el sustento.
Será un honor. Tom trataba de avergonzarlo, pero William prosiguió sin hacer pausa.
Una ceremonia discreta, con los parientes más íntimos. Pasaremos por esto cuanto antes. El obispo puede hacerle los honores, si logramos mantenerlo más o menos sobrio. Dentro una semana decidió abruptamente. Dejo los detalles tu cuenta. Y volvió a desperezarse. Por Dios, que hambre tengo. Si me necesitáis, estaré desayunando. Hubo tiempo para reunir a todos los caballeros de la logia. Sólo el conde de Exeter y su hermano estaban lo bastante cerca como para asistir. No obstante, los hombres que habían navegado con Hal llegaron desde todos los rincones del dado y todos los puertos marítimos de la costa. Algunos finaron setenta y cinco kilómetros para estar presentes. Ed Tyler, Alf Wilson y Luke Jervis buscaron bancos en la parte delantera de la capilla; los marineros comunes y los labriegos de la finca colmaron la nave y desbordaron afuera.
No voy a gastar el dinero que tanto me ha costado ganar en dar de comer y beber a todos los holgazanes y borrachines del país decidió William. Y pagó tan solo la hospitalidad ofrecida a sus invitados. Tom, con dinero de su botín, adquirió comida y bebidas para los hombres que habían venido a honrar a su padre.
Dos días después, William tomó el coche a Londres y estuvo ausente por casi tres semanas. Antes de partir envío a Alice y al bebe a casa de su suegro; Tom estaba seguro de que lo hacía para impedir que hablara con él. La casa desierta le resultó tan opresiva que tomó habitaciones en la Royal Oak, donde pasaba sus días con Ned Tyler, Alf Wilson y maese Walsh, planeando los detalles finales de la expedición para hallar a Dorian. Trabajando con las listas y manifiestos que había redactado con Hal, preparó un presupuesto para presentar a William cuando regresara a High Weald. El tiempo jugaba contra él, pues el otoño se acercaba rápidamente. Le quedaban poco más de tres meses para equipar y tripular las naves y, cruzando la Bahía de Vizcaya, llegar a las aguas meridionales, más clementes, antes de que los vendavales del invierno le bloquearan el paso.
Si nos pesca el invierno nos costará un año mas de espera, se afligía Tom.
Pidió a los proveedores los elementos que necesitaba y se comprometió a pagar cuando volviera su hermano. El nuevo Lord Courtney tenía tanto crédito como cualquier banquero. Tom alquiló un gran depositó en los muelles donde almacenar las provisiones; luego encomendó a Ned y Aboli convocar a los hombres necesarios. Tras el éxito de la última expedición no fue difícil conseguir a los mejores tripulantes entre quienes habían navegado en el Serafín. Como casi todos habían gastado ya el dinero del botín, estaban deseosos de embarcarse con Tom.
Ned Tyler y Alf hallaron un segundo barco y regatearon por su precio. No obstante, los propietarios se negaban a entregarlo a menos que se les pagara la suma completa. Tom tuvo que frenar su impaciencia.
Afines de septiembre William regresó triunfalmente a High Weald. Ya tenía su escaño en la Cámara de los Lores y había sido presentado a la corte. Pasó toda su estancia en la gran ciudad como huésped de Casa Bombay; Childs había patrocinado su ingreso en la sociedad elegante, presentándolo en los salones del poder, y lo convenció de que ocupara un asiento en el directorio de la Compañía. Utilizando la parte heredada del botín, William había incrementado su inversión en la Compañía al siete por ciento del capital accionario, pasando a ser uno de los cinco principales accionistas después de la Corona. En la ciudad se rumoreaba que Alice había vuelto con él desde la casa de su padre; también se decía que estaba esperando otro bebé.
En cuanto supo del regreso de William, Tom monto a caballo para ir a High Weald, excitado y deseoso de discutir con su hermano los planes de la expedición. Llevaba en sus alforjas dos estuches de metal con los papeles que había reunido en las semanas de espera: las notas de compra por los dos barcos y las facturas por provisiones y mercancías.
Llegó a la casona al promediar la mañana; William estaba ya encerrado en la biblioteca con su senescal. Tom se asombró de encontrar el vestíbulo atestado de gente que esperaba hablar con Lord Courtney. A ojo de buen cubero eran dieciséis, de los cuales conocía a casi todos. Allí estaban el abogado de la familia, el comisario del condado, capataces e ingenieros de la mina, el alcalde y los concejales de m s edad. No reconoció a los otros, pero los saludó cortésmente y conversó con el comisario mientras esperaba que su hermano lo atendiera.
Llegado el mediodía, suponiendo que William no se había enterado de su presencia allí, le envió una nota por medio de Evan, el mayordomo, quien regresó casi de inmediato, visiblemente azorado.
Dice Su Señoría que os atenderá cuando le sea posible. Mientras tanto tendréis que esperar.
La tarde pasó lentamente. A intervalos Evan hacia pasar a otros. Hacia el atardecer sólo quedaba Tom.
Su Señoría ya puede recibirlo, señorito Thomas dijo Evan, como disculpándose.
Con un estuche metálico bajo cada brazo, tratando de disimular su irritación por el trato recibido, Tom pasó a la biblioteca.
Encontró a William de pie ante el hogar, con las manos cruzadas a la espalda, levantándose los faldones de la chaqueta para exponer el trasero al calor de las llamas.
Buenas tardes, William. Espero que tu visita a Londres haya sido provechosa. Supe de tu presentación en la corte. Te ofrezco mis congratulaciones. Y depositó los estuches en la mesa.
Que amable de tu parte, hermano dijo William, con voz distante. En ese momento volvió Evan con dos copones en una bandeja de plata y ofreció el primero a William. Mientras Tom tomaba el segundo, el mayordomo le preguntó:
¿Os quedaréis esta noche a cenar, señor?
Antes de que él pudiera responder, William interpuso:
Creo que no, Evan. El señoriíto Thomas no se quedará por mucho tiempo. Sin duda tiene pensado cenar con sus toscos amigos de la ciudad.
Tanto Evan como Tom lo miraron con estupefacción, pero él continuó tranquilamente:
Nada más, Evan; gracias. La cena, a las ocho, como de costumbre. Hasta entonces no quiero que se me moleste. Bebió un sorbo de coñac y, arqueando una ceja, echó un vistazo a las cajas metálicas pintadas de negro. No creo que hayas venido sólo a felicitarme.
Traigo el manifiesto de la expedición para que lo apruebes Y también las facturas por los gastos que ya he realizado.
¿Que expedición? William se fingió intrigado. No recuerdo haberte pedido que incurrieras en ningún gasto por mi cuenta. Supongo que he escuchado mal.
Tu compromiso con padre. Tom trató de no demostrar su desconcierto ante la negativa. Los preparativos ya están casi terminados. Abrió las cajas e hizo pulcras pilas con los documentos a lo largo de la mesa. Aquí están las listas de tripulantes. He conseguido ciento cincuenta marineros de primera. No necesitáremos más, todos navegaron con nuestro padre y los conozco bien. Respondo por cada uno.
William no se apartaba del hogar. En sus labios había una sonrisa enigmática, pero sus ojos se mantenían fríos.
Estas son las notas de venta de los dos barcos. A ambos los he inspeccionado. Son ideales para nuestros propósitos y logre bajar el precio que se me pedía en casi cuatro mil libras.
Levantó la vista hacia William, pero su hermano guardaba silencio. Después de un rato, como no hablara, Tom continuó tozudamente:
Aquí tengo un manifiesto completo de las provisiones y el equipo que necesitaremos. Ya he comprado la mayor parte y la tengo almacenada en el depósito de Patchley, en los muelles. Lamentablemente hubo que pagar precios muy altos. El Almirantazgo está comprando todos los pertrechos disponibles para equipar la Marina. Hay una desesperante escasez de pólvora, municiones, cuerdas y velas. Desde que comenzó la guerra los precios se han duplicado o poco menos.
Esperó respuesta de William. Luego dijo, mansamente, Me he comprometido a pagar. Necesito de inmediato dinero para estas facturas y letras de cambio para los propietarios de las naves. El resto puede esperar un poco.
Su hermano, suspirando, se dejó caer en uno de los sillones de cuero. Tom iba a hablar otra vez, pero él lo interrumpió llamando a gritos a una de las criadas.
Sisan.
La muchacha debía de estar esperando ante la puerta, pues acudió de inmediato. Tom la reconoció: era una criatura cuando él se embarcó con su padre, pero en su ausencia se había convertido en una bonita joven de rizos oscuros y chispeantes ojos azules, llenos de brillos traviesos. Después de hacer una rápida reverencia a Tom, corrió a responder al llamado de William.
Él levantó una pierna, que ella sujetó entre sus rodillas, apuntando el trasero hacia su señor, y tironeo de la bota sujetándola por la puntera y el talón. Una vez descalzo, William revolvió los dedos bajo la media y le presentó el otro pie. Ella repitió el proceso, pero luego William metió el pie bajo sus enaguas. La chica lanzó unos chillidos juguetones y se puso escarlata.
¡Milord! exclamó. Pero en vez de apartarse se agachó un poquito más para permitirle que explorara a voluntad con los dedos del pie.
Después de un momento William se echó a reír. Vete, pequeña pícara. Retirando el pie de entre las faldas, lo apoyó con firmeza en el trasero para darle un amistoso empellón hacia la puerta. La chica se fue a la carrera, echándole una mirada impertinente por sobre el hombro antes de cerrar la puerta.
Si ya has terminado de ejercer tus derechos como amo de High Weald, ¿podemos continuar con el asunto de la expedición? preguntó Tom.
Continúa, Thomas, por favor, invitó el primogénito, con un ademán de la mano.
¿Quieres estudiar la lista de costos?
Por todos los diablos, Thomas, no me fatigues con tus listas. Dime directamente cuánto estás mendigando.
Sólo mendigo lo que mi padre me prometió. Tom empezaba a tener dificultad para dominar su genio. Los dos barcos son lo más costoso…
¡Habla! le espetó William. Destapa esa olla. ¿Cuánto?
En total, algo más de diecinueve mil libras dijo Tom pero eso incluye la mercancía. Traficaré a lo largo de la costa para adquirir marfil, oro, cobre y goma arábica Espero lograr una bonita ganancia…
Pero se interrumpió, pues William estaba riendo. Comenzó con un cloqueo entre dientes que fue escalando hasta llegar a una sonora carcajada. Tom lo observaba, luchando con su genio. William, sofocado por su regocijo, tuvo que aspirar profundamente antes de poder continuar. Por fin Tom ya no pudo disimular su irritación.
Tal vez sea demasiado lento, hermano, pero no acabo de entender qué te divierte tanto.
Si que eres lento, Thomas. Aún no ha penetrado en tu duro cráneo que ahora yo soy el amo de High Weald. A mi me debes cada centavo, no a la sombra de nuestro padre.
Lo que necesito no es para mi, sino para Dorian. Por el juramento que hiciste a padre, apuntó él, ceñudo. Le diste tu palabra. Estás obligado a responder.
No pienso lo mismo, Thomas. William dejó abruptamente de reír. Hacia el final padre estaba delirante. Su mente divagaba. Si dije algo no fue con intenciones serias, sino sólo para tranquilizarlo. Seria una estupidez derrochar mi herencia por el capricho de un moribundo. ¡Diecinueve mil libras!. Tienes que estar loco para creer, siquiera por un minuto, que voy a darte esa suma para que puedas ir a la ventura por el fin del mundo. No, querido hermano. Quítatelo de la cabeza.
Tom quedó atónito.
¿Te desdices de un juramento solemne? Si salgo a la ventura, Billy, no es por placer. Estamos hablando de rescatar a tu propio hermano de las manos de los infieles.
No vuelvas a llamarme Billy, nunca jamás. William levantó el copón para echarse al coleto las últimas gotas de licor.
No, si en verdad hay nombres más adecuados que ése. ¿Estafador? ¿Mentiroso? ¿Cómo se califica a quien abandona a su hermano menor y falta al juramento hecho a su padre?
¡No me faltes al respeto! William arrojó el copón al hogar, donde se hizo trizas. Luego se levantó para avanzar amenazadoramente hacia Tom. Tendrás que aprender a guardar tu lugar, si no quieres que te lo enseñe a golpes.
Tenía la cara abotagada por la ira. Tom no cedió terreno.
¿Cómo se lo enseñas a Alice? preguntó amargamente. Eres muy hombre y feroz cuando se trata de avasallar a criados y mujeres, hermano. Y el príncipe de los mentirosos en cuanto a olvidar tus juramentos y faltar a tus obligaciones.
Mira, mierda… La cara de William se había puesto purpúrea y parecía hincharse. Ya no era apuesto ni elegante No vas a hablarme así de mi esposa.
Tom había descubierto el punto débil, la manera de herirlo
Ten cuidado, Billy. Alice podría devolverte los golpes. En una pelea limpia no serias rival para ella. Podrías encontrarte reducido a golpear a su bebe. Eso te daría mucho placer, no. Poner al pequeño Francis azul y violáceo a fuerza de látigo.
Vigilaba a su hermano con el peso apoyado en la punta de los pies, mirándolo a los ojos para adivinar sus intenciones listo para enfrentarlo en cuanto atacara.
Tom, Tom, por favor. Para asombro suyo, la cara William se arrugó; el enojo se había esfumado; parecía afligido. No digas eso, por favor. Con los hombros encorvados alargó una mano en gesto de súplica. Tienes razón; debo respetar la memoria de nuestro padre. Le prometimos olvida nuestras diferencias. Se acercó a Tom con la diestra extendida.
Te ofrezco la mano, Tom. Anda, estréchala.
El muchacho quedó desconcertado por ese brusco cambió Aunque vacilaba, su ira y su indignación iban cediendo; William le sonreía con calidez. Y era cierto que lo habían prometido su padre. Se relajó por la fuerza y alargó la mano para estrechar la de William. Su hermano la sujetó con firmeza, sonriéndole. Súbitamente tiró de él con todas sus fuerzas, al tiempo que bajaba el mentón para darle un cabezazo en el puente de la nariz.
Tom sintió el crujido del cartílago y su campo visual estalló en luces cegadoras. De sus fosas nasales brotó un chorro de sangre. Se tambaleo hacia atrás, pero William aún lo sujetaba por la mano derecha y volvió a jalar de él hacia adelante. Era zurdo: ese era su punto fuerte. El menor estaba aturdido sólo veía bolas de luz. No vio llegar el puño que lo golpeó en el costado de la cabeza, haciéndolo volar hacia atrás, contra la mesa de la biblioteca. Los papeles se diseminaron como hojas al viento; el muchacho fue a dar con los omoplatos contra el suelo. Aunque estaba medio aturdido, de inmediato rascó las tablas del suelo, en un esfuerzo por levantarse para pelear.
Pero William desenvaino la daga que llevaba a la cadera se arrojó hacia la mesa, en el momento en que Tom se incomparaba sobre las rodillas. Pese a lo fracturado de su vista, el muchacho vio el destello del acero apuntado al centro de su pecho y lo desvió con el antebrazo. La punta le rozó el hombro, trajeando el chaleco. Tom apenas sintió el aguijonazo del filo antes de recibir todo el peso de William. Cayeron juntos, pecho contra pecho. Él trató de sujetarle la muñeca, en tanto William intentaba clavarle el puñal en el ojo. Y rodaron uno sobre otro por las tablas enceradas.
Te voy a arrancar el hígado gruñó William, cambiando el ángulo de sus puñaladas.
Tom tuvo que reunir fuerzas y ordenar la mente a fin de resistir. Tenía la punta de la daga a pocos centímetros de la cara. Aunque en esos tres años su hermano había llevado la vida tranquila de los caballeros, sus músculos y su habilidad para la lucha parecían intactos.
Cuando se estrellaron contra la estantería del fondo Tom estaba arriba; aprovechó ese breve respiro para golpear la mano armada de su hermano contra el borde afilado de un estante. William lanzó un chillido y aflojo un poco los dedos. El muchacho repitió el golpe con todas sus fuerzas. Los nudillos golpeados contra la madera de roble manaron sangre, pero no soltaron el puñal. Una vez más, Tom le golpeó el puño contra el filo del estante. Esa vez William ahogó un grito de dolor y abrió los dedos; el arma se deslizó entre ellos.
Ninguno de los dos podía recogerla sin soltar al otro. Por un momento estuvieron igualados; luego Tom encogió las piernas y empezó a levantarse. William se incorporó con él. Ya estaban de pie, pecho contra pecho, sujetos por las muñecas. William intentó derribar a su hermano, pero Tom se mantuvo firme. Al segundo intento, acompaño el impulso, aprovechando el ímpetu para arrojar al mayor contra la estantería que, cargada de pesados volúmenes, llegaba casi al techo de la habitación. William dio contra ellos con tal fuerza que toda una sección se desprendió de la pared y cayo sobre ellos con una avalancha de tomos encuadernados en piel. Los estantes, al caer, cobraron impulso. Quien quedara atrapado bajo ellos se vería aplastado. Ambos lo comprendieron simultáneamente y se apartaron de un salto, mientras los libreros se derrumbaban en un caos de astillas y vidrios. Se enfrentaron por sobre el desastre, jadeantes. Tom burbujeaba sangre por la nariz quebrada, pero estaba recobrando la vista y las fuerzas, y con ellas, la ira.
Siempre fuiste un tramposo, Billy. Me atacaste a traición.
Dio un paso adelante, pero William giró en redondo para correr hacia las armas militares que decoraban la pared opuesta. Había escudos de acero, rodeados por cientos de armas afiladas que los antepasados Courtney habían recogido en todas sus batallas. Arrebató una gran espada que había sido utilizada por un oficial de la caballería del rey Carlos.
Ahora acabaremos con esto de una vez por todas dijo ceñudamente, cortando el aire una y otra vez para probar el peso del arma.
Tom retrocedió lentamente. No podía llegar hasta el muro para elegir otra arma ni escapar por la puerta sin dar a William su oportunidad. Recordó el puñal que su hermano había dejado caer, pero estaba sepultado bajo los libros. En tanto retrocedía se limpió con la manga la sangre de la cara.
¡Ja, ja! gritó William. Y apretó el paso, acosándolo con una rápida serie de embestidas. Tom se veía obligado a esquivarlas saltando o torciendo el cuerpo; su hermano lo iba llevando hacia el rincón más alejado de la puerta. El vio la trampa, pero cuando trató de apartarse el otro le bloqueo el paso con sablazos a ambos lados de su cabeza; una vez más tuvo que retroceder. Mientras tanto evaluaba el estilo y la pericia de William. Noto que no había mejorado desde los tiempos en que practicaba con Aboli; aún era mejor luchador que espadachín. Sus ojos denunciaban sus intenciones y, aunque era veloz como una víbora en la estocada, su reversa era débil y tardaba en recobrarse tras embestir. Atacó súbitamente, subestimando al adversario desarmado. Tom cedió con una serie de rápidos pasos hacia atrás, observando sus ojos. Cuando toco con la espalda un sector de estantería que aún estaba de pie, leyó el triunfo en aquellos ojos oscuros.
¡Ahora, señor!
William embistió hacia arriba y Tom dejó que aplicara todas sus fuerzas al golpe antes de apartar el cuerpo. La estocada pasó bajo su axila y la hoja se clavó en el lomo de un libro. Quedó atrapada por un instante, pero Tom no cometió el error de tratar de arrebatársela, cortándose las manos con el afilado acero. Mientras William forcejeaba por liberarla, él se inclinó rápidamente para recoger del suelo un libro pesado y lo arrojó a la cara del mayor. Lo golpeó en plena frente, pero mientras él se tambaleaba hacia atrás la espada se desprendió.
En el momento en que se apartaba de un salto, William atacó otra vez, pero era su lado lento y aún no había recobrado el equilibrio. La punta toco a Tom en el flanco, pero fue una herida superficial. Cuando iba hacia las armas colgadas en la pared, oyó el suave deslizamiento de aquellos pies calzados con medias; supo instintivamente que su hermano lo alcanzaría antes de que él pudiera retirar una espada; la estocada seria mortal, contra su desprotegida espalda. Entonces cambió de rumbo, William lanzó un juramento al resbalar en el suelo encerado: las medias no le ofrecían asidero.
Tom llegó a la mesa y levanto el pesado candelero de plata. Sosteniéndolo frente a si, giro en redondo para enfrentarse a la siguiente embestida de su hermano. Este levantó la espada y la descargó contra su cabeza. Fue un mal golpe; habría sido una estupidez fatal, si Tom hubiera tenido una espada en la mano. El muchacho levantó el candelero y la hoja resonó contra el blando metal. Ese impacto debía de haber resentido la mano de William, pues lo vio hacer una mueca; aun así levanto la espalda para repetir el golpe.
Tom, más rápido para recobrarse, blandió el candelero como si fuera un hacha de combate y le pegó en las costillas, por debajo de la espada. Se oyó el ruido de un hueso al quebrarse, como una rama verde, y su hermano gritó de dolor. Aunque el golpe le había desviado el arma, no pudo detenerla. La hoja pasó siseando junto a la cabeza de Tom y se enterró en la mesa, destrozando la magnifica yeta del nogal.
Tom volvió a golpearlo con la palmatoria, pero William se agachó, reduciendo el impacto. Aun así se tambaleó hacia atrás hasta tropezar con el montón de libros. Aunque estuvo a punto de caer, recuperó el equilibrio agitando el brazo derecho como un aspa de molino. Tom ya volaba hacia la puerta. William fue tras él, blandiendo la espada a diestra y siniestra, pero no llegó a tocarle la espalda.
El muchacho corrió hacia la puerta que daba al vestíbulo, donde habían colgado su espada al recibirlo. El gran zafiro del pomo refulgió como un faro que diera la bienvenida a un barco devastado por el vendaval.
Al cruzar el vano de la puerta tomó una de las hojas y la cerró contra la cara de su hermano. William la paró con el hombro y la impulsó hacia atrás, pero esa pausa había dado a Tom el tiempo suficiente para cruzar el vestíbulo y arrebatar el tahali del perchero. Giro en redondo, parando la siguiente estocada del mayor con la vaina laqueada. Luego dio un salto hacia atrás y, antes de que William pudiera seguirlo, desenvainó el acero de la Neptuno.
La hoja se estremeció en su mano derecha como un rayo de luz sólida. Los reflejos bailaron en las paredes y el techo, mientras los dos se enfrentaban, por fin, en igualdad de condiciones William se detuvo en seco: la punta de acero ondulaba como una cobra frente a su cara, lanzándole chispas doradas a los ojos.
Si, hermano. Ahora terminaremos con esto de una vez por todas. Tom le devolvió la amenaza y se adelantó, mirándolo a los ojos oscuros, con el pie derecho adelantado, a pasos livianos y veloces. El otro fue cediendo terreno; en sus ojos florecía el miedo. Y Tom comprobó lo que había sabido desde un principio: que su hermano era un cobarde. Porqué me sorprendo", pensó, ceñudo. "Los matones suelen ser cobardes." Para ponerlo a prueba atacó en flecha, como una tempestad de estocadas rápidas. William estuvo a puntó de caer hacia atrás en su prisa por evitar la hoja centelleante.
Eres veloz como un conejo asustado, hermano.
Tom se le rió en la cara, pero estaba alerta, sin aflojar más la vigilancia. El leopardo asustado es el más peligroso. Además estaba el peligro de enfrentarse a un espadachín zurdo. Todos los golpes venían invertidos y bien podía exponerse a un corte izquierdo, asestado desde el lado fuerte de William por suerte Aboli se lo había remarcado durante muchas sesiones de práctica; el negro era ambidextro y a menudo cambiaba la espada de mano en medio de un lance, alterando la simetría del encuentro, con la intención de desconcertar a Tom. Al principio lo conseguía, pero el muchacho era buen alumno.
William resbaló y cayó sobre una rodilla. Parecía una caída natural, pero Tom había visto sus ojos y el modo en que preparaba la hoja para una estocada baja desde la izquierda; así cortaría el tendón de Aquiles, dejándolo baldado. En vez de caer en la trampa, Tom cayó hacia atrás y pasó rápidamente al costado débil de su agresor.
Estás desperdiciando tu talento, hermano. Sonrió entre la sangre de la nariz fracturada. Podrías hacer una ilustre carrera en las tablas.
William se vio obligado a levantarse, mientras Tom atacaba otra vez desde la derecha y, con una feroz serie de estocadas lo acorralaba contra el pie de la escalera, cambiando de ángulo y línea con cada golpe. El primogénito se veía en apuros para pararlos; ya tenia la respiración agitada y los ojos se le iban llenando de terror. La frente se le cubrió de sudor en pequeñas ampollas transparentes.
No temas, Billy. Tom le sonrió por sobre el velocisiir acero. Es como una navaja. Entrar casi sin que lo sientas. La siguiente estocada le abrió la pechera de la camisa sin tocar la piel. Así, sin dolor.
William llegó a la escalera y giró en redondo para subir a largos saltos elásticos, de a tres peldaños por vez, pero Tom iba tras él, acortando la distancia con cada paso. En el primer descansillo, el mayor se vio forzado a girar para defenderse. Instintivamente buscó la daga que llevaba en el cinturón, pero la vaina estaba vacía.
Ya no la tienes, Billy le recordó su hermano. Se acabaron las tretas sucias. Tendrás que luchar con lo que tengas.
Para empezar, William tenía la ventaja de la altura, pues Tom atacaba desde más abajo. Quiso descargar la espada desde arriba, pero no era cosa a intentar con un esgrimista del calibre de su hermano. Tom la paró en seco, deteniendo la hoja en el momento en que alcanzaba el descansillo. Forcejearon juntos, con las armas cruzadas ante sus ojos.
Cuando ya no estés, Billy, el titulo será para el pequeño Francis. Tom trató de que la tensión no distorsionara su voz, pero William tenía hombros potentes; las hojas temblaban con la presión que cada uno de ellos estaba aplicando. Alice tendrá su custodia. Ella nunca abandonará a Dorian. Y apartó al primogénito de si con un movimiento de hombros. Al mismo tiempo dio un paso atrás, bajando la punta hacia el cuello de su hermano. Como ves, tengo que matarte, Billy, aunque sólo sea por el bien de Dorian.
Y se lanzó hacia el cuello de William. Era un golpe mortal, pero William lo evito arrojándose violentamente hacia atrás. La barandilla se quebró con crepitar de astillas. William cayó al vestíbulo, en una maraña de miembros, y se estrelló contra las tablas, tres metros más abajo. La espada voló de su puño. Por un momento quedo sin aliento, tendido de espalda, aturdido e indefenso.
Tom saltó por sobre la barandilla destrozada y cayó grácil mente de pie, quebrando la fuerza del impacto con una flexión de piernas. Apoyó una rodilla en el suelo y se levanto como un resorte. Entonces aparto de un puntapié la espada de William, que se deslizó por el suelo hasta la pared opuesta.
Muy erguido sobre el cuerpo despatarrado de su hermano, apoyo la punta de la hoja en la base del cuello, allí donde se rizaba el vello negro del pecho, en la V de la pechera blanca.
Como dijiste, Billy, de una vez por todas. Entre nosotros se acabo dijo lúgubremente
Y quiso aplicar la estocada mortal. Pero fue como si un grillo de acero le detuviera la mano armada. Llego a perforar la piel, pero no pudo ir más allá. Lo intento otra vez, aplicando toda su energía; una fuerza exterior a él retenía la espada.
Quedo de pie junto a William, salpicado de sangre con espada temblando en la mano y la cara convertida en una fea máscara por la ira y la frustración. "Hazlo!" La voz de la decisión le resonaba en los oídos; lo intento una vez más, pero brazo derecho no le obedecía. “¡Hazlo! Mátalo. Hazlo por Dorian si no lo haces por ti."
Pero el eco de su padre se impuso a la orden asesina: "Sois hermanos. Los hermanos no deben ser enemigos. Quiero que olvidéis las viejas disputas que os han separado y se hermanos de verdad. Hacedlo por mi."
Habría querido gritar: "Tengo que hacerlo!"
William yacía de espaldas, inmovilizado bajo su hoja, con lágrimas de terror en los ojos. Abrió la boca para implorar por su vida, pero no pudo pronunciar una sola palabra: sólo se oyó un horrible graznido, como el grito de un cuervo.
Tom sintió que los músculos y los tendones de la diestra le agarrotaban por el esfuerzo de su voluntad; la punta descendió un par de centímetros, perforando la piel blanda. Vio brotar sangre del puntazo. William se agito.
Por favor. Te daré el dinero, Tom susurró. Lo juro Esta vez te daré el dinero.
Ya no puedo confiar en ti. Has faltado a un juramentó sagrado. No tienes honor replicó Tom, y el asco que le provocaban la cobardía y la perfidia de su hermano le dio fuerza para llevar a cabo ese acto horrible. Esta vez su brazo derecho obedecería.
¡Tom!
Un grito espantoso atravesó el silencio de la casa. Por un momento Tom creyó que era la voz de su madre, desde él más allá de la tumba. Levanto la vista. Al tope de la escalera se erguía una silueta fantasmal que le produjo un miedo supersticioso. Luego vio que era Alice, con el bebe en los brazos.
No, Tom. No debes matarlo.
Él vaciló.
No comprendes. Es malo. Bien sabes que es un demonio. Es mi esposo y el padre de Francis. No lo hagas, Tom. Te lo pido por mí.
Tanto tú como el bebe estarán mejor si él muere. Tom volvió su atención a la bestia que gimoteaba a sus pies.
Es asesinato, Tom. Te perseguirán adonde quiera vaya y te arrastrarán al patíbulo.
No me importa dijo él, con toda intención.
Sin ti no habrá quién rescate a Dorian. Evita esta mala acción por él, si no lo haces por mí.
La verdad de lo que ella decía fue como una bofetada que le arrancó una mueca. Dio un paso atrás.
Vete ordeno. William se levanto trabajosamente. Era obvio que no le quedaban ganas de luchar. Fuera de mi vista añadió, con voz densa de repugnancia. Y la próxima vez que levantes la mano ante tu esposa, recuerda que ella te ha salvado hoy la vida.
William retrocedió hasta la escalera. Cuando estuvo a distancia segura, subió a la carrera y desapareció por la galería.
Gracias, Tom. Alice lo miraba con ojos trágicos.
Tú y yo nos arrepentiremos de esto aseguró él.
Eso está en manos de Dios.
Tengo que irme. No estaré aquí para protegerte.
Lo sé. Su voz era un susurro de resignación.
Jamás regresaré a High Weald agregó él empecinado.
También lo sé concordó ella. Ve con Dios, Tom. Eres un hombre bueno, como lo fue tu padre.
Y giró para desaparecer por la esquina de la galería.
Tom se estuvo un rato pensando en la enormidad que terminaba de decir. Jamás regresaría a High Weald. Cuando muriera no descansaría en la bóveda de la capilla, con sus antepasados. Lo sepultarían en una tierra lejana y salvaje. La idea lo estremeció. Luego se agachó para recoger el tahali y la vaina y se ciñó la Neptuno a la cintura.
Echó un vistazo a la biblioteca por él vano de la puerta. Sus papeles estaban desparramados por el suelo. Cuando estaba por recogerlos se detuvo. Ya no tenía necesidad de ellos. Paseo lentamente la mirada por la habitación, llena de maravillosos recuerdos de su padre. Allí dejaba otro vínculo con su infancia.
Luego sus ojos se posaron en los diarios de su padre, que ocupaban el estante contiguo a la puerta: un fiel registro de todos los viajes de Hal. Cada página, escrita de su puño y letra, contenía datos de navegación e informaciones más valiosas que ningún otro objeto de la casa. "Esto, siquiera, me lo llevaré, pensó. Después de retirarlos del estante, salió al vestíbulo.
All lo esperaba Evan, el mayordomo, con dos de los lacayos. Tenía una pistola amartillada en cada mano.
Su Señoría ha mandado por los hombres del comisario.
Tengo órdenes de reteneros hasta que él llegue, señoriíto Tom.
¿Y que vais a hacer, Evan? Tom había apoyado la mano en la empuñadura de la espada.
Vuestro caballo os está esperando, señorito Tom. El hombre bajó las pistolas. Espero que halléis al señoriíto Dorian. Todos os echaremos de menos en High Weald. Ojalá retornéis algún día.
Adiós, Evan gruño Tom. Y gracias.
Bajó los peldaños y, después de guardar los diarios en sus alforjas, montó de un salto. Encaminó al caballo hacia el mar por el largo camino de grava. Ante los portones resistió el impulso de mirar atrás.
Se acabó se dijo. Todo ha terminado.
Y clavó espuelas por la ruta oscura.