—Pensé que había encontrado un cuartel general secreto —dijo Nayland Smith—. Ya lo había utilizado antes: la casa del doctor Murray, que compró la consulta de Petrie hace años. Por lo visto, sabían hacía tiempo que la había usado con esos fines. He descubierto, demasiado tarde, que la recepcionista de Murray es una espía. No conoce la verdadera identidad de sus superiores, pero les ha prestado sus servicios de todos modos…
Mientras hablaba, escrutaba a fondo la habitación donde estábamos encerrados. Al parecer, daba por supuesto que las ataduras eran infalibles. Sin duda, me leyó el pensamiento.
—Estos nudos son obra de un filibustero —explicó—, un especialista, desde luego. Aunque parecen sencillos a simple vista, nadie salvo el difunto Houdini sería capaz de librarse de ellos.
—¿Un tipo con una marca en la frente? ¡A mí también me ha atado él! ¡Lo he confundido con un birmano!
Nayland Smith sacudió la cabeza con irritación.
—Forma parte de la banda de asesinos, sí, pero no es birmano. Procede de Borneo… ¿Quiere que le cuente lo estúpido que he sido, Greville? El relato es breve, aunque muchas personas pagarían un precio muy alto por mi culpa. Yale ha aparecido hoy con una pista. La historia ya no importa. Era falsa. No obstante, consistía en unas cartas rotas redactadas en chino y unas cuantas notas en clave escritas por otra persona. He pugnado por descifrarlas; no ha sido fácil. Hacia las cuatro, he visto la luz. He telefoneado a Weymouth para que estuviera listo entre las seis y las siete.
—Eso me ha dicho él.
—Yale también estaba al corriente. A las seis en punto tenía todos los datos, incluida una dirección de Finchley Road y a las seis y media he llamado a Weymouth al Park Avenue para darle instrucciones. Hemos quedado en encontrarnos fuera del Lord’s a las nueve y media de la noche.
»Por pura casualidad, diez minutos más tarde he pillado a Palmer, la recepcionista, al teléfono. Murray estaba en el consultorio y, en principio, no había nada raro en que la chica estuviese hablando. Ella concierta las citas y recibe a los pacientes. ¡Pero la he oído mencionar mi nombre! Se lo he dicho sin rodeos y se ha puesto muy nerviosa. Ha sido lo bastante lista para alegar una excusa, pero no me ha convencido. Dado que desconfiaba de ella, Greville, es imperdonable que haya caído en la trampa que me habían tendido.
»La casa de Murray da a un parque, y por lo general no cuesta mucho encontrar un taxi en la calle, aunque a veces hay que esperar un rato. Durante la cena no he dicho nada de Palmer, pues aún estaba indeciso respecto a su culpabilidad. No obstante, cuando me he ido, he cometido un error digno de un principiante.
»La puerta de la casa de Murray se abre a una bocacalle. Cuando he salido, un taxi que avanzaba despacio en dirección al parque ha pasado junto a mí. El conductor se ha asomado cuando yo bajaba por la escalinata y ha reducido la marcha. Lo he atribuido a la suerte, he dicho: “Al campo de cricket Lord’s, entrada principal” y me he subido.
Nayland Smith sonrió, pero no era la sonrisa genial y elocuente que yo conocía.
—¡Fin de la historia! —añadió—. Las ventanillas no podían abrirse. Cuando he cerrado la puerta, que se aseguraba automáticamente, han soltado una vaharada de gas. ¡Ese taxi, Greville, estaba esperándome!
—Entonces Weymouth y Yale…
—Weymouth y Yale, con una brigada móvil, están vigilando la casa de un ciudadano totalmente inofensivo en Finchley Road. No sé qué harán cuando vean que no llego, pero no tienen la menor pista de la ubicación de este lugar, dondequiera que esté.
—Está junto al canal Regent —contesté despacio—. Es lo único que sé.
—Con eso basta. En su sorprendente entrevista con Li King Su vislumbro nuestro único rayo de esperanza…