En cuanto entré en el ascensor, la misteriosa certeza de que me observaban me abandonó. Era la misma —aunque más intensa— que había sentido en El Cairo y más tarde en la carretera a Al Jarya. Li King Su, al conocerlo, me había parecido un hombre notable. No obstante, una personalidad mucho más imponente había permanecido oculta en aquella habitación interior. No podía olvidar que el doctor Fu-Manchú había sido visto a un tiro de piedra de Babylon House.
¿Debía confiar en Li King Su?
Para verificar sus afirmaciones, bastaba con que tomase un taxi y fuese a casa del doctor Murray.
Sin embargo, mientras me internaba en Picadilly, comprendí que un error en aquellos momentos podía acarrear consecuencias inimaginables; más valía consultarlo con Weymouth o con Yale antes de cometer una equivocación irreparable.
Caía la noche. Advertí que habían encendido las farolas de Burlington Arcade al igual que las de Picadilly Arcade, que constituye una especie de prolongación reducida del antiguo bazar y desemboca en Jermyn Street. Absorto en mis pensamientos, pasé junto a la desembocadura de esta última. Había un sedán francés aparcado junto a la acera.
Me hallaba a la altura del coche cuando una exclamación de enojo hizo que me detuviera de golpe. Había estado a punto de chocar con una mujer que, cruzando delante de mí, se dirigía hacia el vehículo.
Era una figura elegante, cubierta con un abrigo de pieles. Un velo corto prendido a un casquete ocultaba sus rasgos. Llevaba varios paquetes, y uno fue a parar casi a mis pies.
Me incliné y lo recogí; era un paquete envuelto, atado con cinta verde, que al parecer contenía unas compras muy ligeras. El conductor se apeó y abrió la puerta del coche.
—Muchas gracias —dijo la mujer—. ¿Sería tan amable de sujetarlo hasta que entre?
Subió al coche. La seguí con el paquete y me incliné hacia el interior en sombras. A través de las ventanillas del otro lado vi que el letrero de un restaurante muy conocido se iluminaba de repente. Noté un aroma desagradable y familiar…
Me vi envuelto. Sentí una presión súbita y paralizadora en la espina dorsal. Un brazo musculoso me introdujo en el coche a pulso… y comprendí que me habían capturado en pleno Picadilly, entre cientos de viandantes y a dos pasos de mi hotel.