El mobiliario escaso y tradicional del apartamento me tranquilizó un poco. Desde una ventana alargada con un estrecho balcón se veía la entrada de Burlington Arcade y parte de un muro del Albany.
—¿No quiere sentarse, señor? —dijo mi anfitrión, que llevaba un traje de diario y parecía menos típicamente chino que con la bata blanca.
Me senté.
Delante de la ventana había un pequeño escritorio atestado de documentos rotos. En el centro de la estancia, una mesa más larga contenía diarios amontonados. Vi el Evening News de Londres, el Times of India y el Tribune de Chicago entre aquella variada colección. Al parecer, alguien había recortado con unas tijeras ciertas noticias. El suelo estaba lleno de papeles, y reparé en otras muestras evidentes de una huida precipitada. En una esquina de la habitación había un baúl de barco muy grande, atado con correas, que lucía las iniciales LKS en letras blancas.
—Mi intención es, señor Greville, aclararle ciertos asuntos que han venido desconcertándolos a usted y a sus amigos —dijo el doctor Amber mientras se sentaba junto al escritorio. Tenía toda mi atención—. Quizás, en primer lugar, dado que deseo ser totalmente sincero —echó una ojeada al gran baúl—, debería decirle que «doctor Amber» es un seudónimo. Me llamo Li King Su; me doctoré en medicina en Cantón y, en cierta ocasión, tuve la oportunidad de ayudar al doctor Petrie en una operación crucial. Seguramente él se acuerda de mí.
»Como es natural, tiene usted la falsa impresión de que pertenezco a la organización controlada por la dama Fah Lo Suee. No es así. Pertenezco a otra organización, más antigua…
Clavó la vista en mí, pero no lo interrumpí. Estaba meditando sobre aquella curiosa expresión «la dama Fah Lo Suee».
—Yo era… ¿cómo decirlo…?, un espía en la casa donde nos conocimos. La dama llamada Fah Lo Suee ha descubierto que soy un impostor y… —Se interrumpió de nuevo y señaló el baúl—. Ya no soy útil aquí. Estoy en la lista negra, señor Greville. Tendré suerte si escapo con vida. Pero hablemos de otra cosa. La tumba del Mono Negro tiene desconcertado a sir Denis Nayland Smith. La solución es sencilla: un representante de la antigua organización a la que me he referido antes se hallaba presente cuando Lafleur abrió el monumento, hace muchos años. De mutuo acuerdo con aquel distinguido egiptólogo, volvieron a cerrarla. Más tarde (a principios de 1918, de hecho), un miembro destacado de nuestra antigua comunidad sospechó que las autoridades británicas podían descubrir y confiscar ciertos tesoros que estaban en su posesión. Eran tiempos difíciles. Remontó el Nilo y consiguió esconderlos en aquella tumba, cuyo secreto ha permanecido inviolado…
Supongo que debería haberlo supuesto desde el principio pero, no sé por qué, en aquel momento la identidad de «un representante de aquella antigua organización» y «un miembro destacado de nuestra antigua comunidad» se reveló ante mis ojos en toda su magnitud. Devolví la mirada a aquellos ojos inescrutables que con tanta intensidad me observaban.
—¡Está hablando del doctor Fu-Manchú! —dije.
Li King Su se permitió dirigirme un leve ademán de reprobación.
—Sería conveniente que aquellos de los que estoy hablando permanecieran en el anonimato —replicó.
Sin embargo, yo seguí mirándolo horrorizado. «De mutuo acuerdo con aquel distinguido egiptólogo», había dicho con delicadeza. ¿A qué llamaba «acuerdo»?
—Quien escondió los secretos tenía la intención de que permaneciesen ocultos para siempre —prosiguió—. Las actividades del profesor Zeitland y de sir Lionel Barton crearon una situación imprevista. Las maniobras de Fah Lo Suee complicaron las cosas. Ella se había enterado hacía poco del material que había allí escondido, pero no sabía cómo recuperarlo. El profesor Zeitland la hizo partícipe de lo que sabía… Entonces apareció sir Lionel Barton.
Volvió a hacer una pausa elocuente.
—Reaccionamos demasiado tarde, Greville. Una vieja escisión en nuestras filas nos había enemistado con uno de los hombres más inteligentes y peligrosos de China: el exaltado mandarín Ki Ming. Prestó su ayuda a la dama Fah Lo Suee, pero no perdió tiempo y consiguió que lo admitieran en sus consejos. Fue gracias a su organización que intercepté el telegrama del doctor Petrie a Brian Hawkins. Ya sabe el uso que hice de la información.
»El Gobierno actual de Inglaterra está ciego. Van a perder Egipto como han perdido la India. Una gran federación de estados orientales aliados con Rusia (una nueva Rusia) va a ocupar el lugar que antes pertenecía al Imperio británico. Tienen una oportunidad de recuperar…
La personalidad del hombre empezaba a cautivarme. Había olvidado que me encontraba escuchando estático a un sirviente confeso del doctor Fu-Manchú. Sólo sabía que ante mis ojos caían velos detrás de los cuales ansiaba mirar.
—¿Cuál es? —pregunté.
Mientras hablaba, me recorrió un escalofrío, no figurado sino real. Había visto que Li King Su echaba una ojeada hacia la puerta, entreabierta, que conducía al dormitorio.
¡Alguien estaba escuchando!
Como percatándose de que se había traicionado, el «doctor Amber» prosiguió de inmediato:
—¡Una alianza de contraataque! Pero estamos metiéndonos en honduras, señor Greville. Volviendo a asuntos más personales: no aprobamos los planes de Fah Lo Suee. La autoridad que ha usurpado debe ser devuelta a aquellos que saben ejercerla. En otras palabras, el objetivo de sir Nayland Smith y el nuestro son idénticos… de momento. ¡Pero él está en la lista negra!
—¡Ya lo sabe!
—Quizá, ¡pero esta noche va derecho a una trampa! Desde que se marchó de Norfolk, donde no logró arrestar a la instigadora, usted ha perdido el contacto con él. Está siguiendo una pista descubierta por el inspector Yale. Es una pista falsa, una trampa. Él constituye un obstáculo, y ella no se atreverá a seguir con sus planes hasta haberlo silenciado.
»Aquí está la dirección del lugar adonde sir Denis se dirige esta noche. —Me tendió una hoja de papel—. La muerte lo aguarda.
Eché un vistazo a la nota.
—El jardín de esta casa linda con el canal Regent —siguió diciendo Li King Su—, y tienen previsto que el cadáver de sir Denis aparezca en el canal por la mañana. Aquí —me pasó una segunda hoja— están las señas del lugar donde se oculta sir Denis.
La segunda dirección era la de un tal doctor Murray, sita en un barrio del suroeste.
—El doctor Murray compró la consulta del doctor Petrie cuando este se trasladó a Egipto —continuó aquella voz monocorde—. Debo advertirle que no intente comunicarse con él por teléfono. ¡La dama Fah Lo Suee tiene un espía en la casa! Siga los pasos que crea convenientes, señor Greville, pero no pierda tiempo. Por mi parte, me marcharé de Londres dentro de una hora. No puedo hacer más. No hace falta que le recuerde nuestro pacto.