—Nuestra última batalla contra Fu-Manchú empieza con un tanto para el enemigo —dijo Weymouth con gran tristeza—. Hemos perdido a nuestro mariscal de campo.
El detective inspector Yale asintió con aire lúgubre. Lo había visto unas cuantas veces antes, y sabía que, junto con Fletcher, estaba encargado de aquel caso que, en su opinión, no tenía ni principio ni fin.
—Para mí, es un completo misterio —confesó—. Aparte de un enano asesinado de manera brutal, no encontramos nada de utilidad en la redada de Limehouse.
—¿Y yo qué?
El detective inspector Yale sonrió; Weymouth rompió a reír.
—Lo siento, señor —dijo Yale—, pero los hechos son los hechos. No sacamos nada en claro. Sabemos que esa gente del Si-Fan usaba la casa, pero ¿dónde se ha metido? Cuando sir Denis se ocupó del asunto en persona, supe que se cocía algo importante. Le tocaba permiso hacía tiempo, es verdad, pero es un adicto al trabajo; y cuando vi que se marchaba a Egipto con Fletcher, comprendí que no había emprendido un viaje de placer, sino de trabajo. Además, estaba acumulándose un voluminoso expediente.
Sonrió de nuevo y se volvió ligeramente hacia mí.
—El Yard hizo un mal papel con la muerte del profesor Zeitland —reconoció—. Tardamos mucho en advertir que no se debía a causas naturales. Esto es estrictamente confidencial, señor Greville. No hemos hecho pública la desaparición de sir Denis porque deseamos mantener la esperanza y porque sus órdenes al respecto fueron muy explícitas. No obstante, yo personalmente…
Giró a un lado y miró por la ventana.
—Yo también lo temo —susurró Weymouth.
—Admito que este caso me viene grande —prosiguió Yale—. Se me acumulan informes de lo más increíbles, y el Ministerio de Asuntos Exteriores me está volviendo loco. Nunca he sabido gran cosa de ese doctor Fu-Manchú, aparte de la información que llegaba al departamento. En aquella época yo era un agente normal y corriente. No obstante, tengo la sensación (y es ahí donde me pierdo, superintendente) de que el retraso de la visita del bajá Swazi guarda relación con el caso.
—¡Estoy seguro! —contesté—. La mujer que ustedes conocen como madame Ingomar considera enemigos a los actuales gobernantes de Turquía. El bajá Swazi sin duda es el hombre más importante de Estambul hoy en día. Ella en persona me dijo que estaba marcado como objetivo.
—¡Asombroso! —exclamó Yale—. Va a ocupar la suite número cinco de este hotel. Aparte de las medidas de seguridad rutinarias, me aseguraré de que todo el personal esté en orden.
Acompañé a Weymouth y a Yale en su visita de inspección. La suite se encontraba en el piso inferior, y bajamos por las escaleras. Yale tenía la llave. Entramos. Todo estaba listo para que el distinguido visitante y su secretario privado se sintiesen cómodos.
La suite cinco consistía en un recibidor con un vestíbulo, un comedor y dos dormitorios con baño. Una enfermedad había retenido en París al bajá Swazi, según había informado la prensa, pero llegaría a la estación Victoria aquella misma noche.
Por lo visto, el detective inspector Yale no se fiaba ni un pelo. Exploró el dormitorio principal como si previera descubrir trampillas, paredes falsas u otros artilugios medievales. Incluso encendió la estufa eléctrica, una excelente imitación de un fuego de carbón, y la examinó a conciencia.
—Cuando entre aquí, estará a salvo —afirmó Weymouth—. Será en el exterior donde corra peligro.
Yale se volvió hacia él y alzó una ceja con gesto inquisitivo.
—Me extraña que diga esto —contestó—. He repasado los documentos con atención y usted debería saber mejor que yo que, cuando se trata de esa banda asiática, ni el mejor hotel de Londres resulta seguro.
Volví la vista hacia Weymouth y noté que cambiaba su expresión.
—Es verdad —admitió—. Una vez, el doctor Fu-Manchú capturó a un hombre en el New Louvre en nuestras propias narices. Sí, tiene razón.
Con entusiasmo, se puso a palpar las paredes y a revisar las instalaciones:
—Por desgracia, sé de primera mano lo que esa gente es capaz de hacer —dije—, pero tengo la sensación de que cualquier atentado contra la vida del bajá Swazi se llevará a cabo fuera del hotel.
Yale se dio vuelta.
—Fuera, a no ser que un fanático dispuesto a sacrificar su vida atente contra él, el bajá Swazi será la persona más protegida de toda Europa —aseveró con obstinación—. Sin embargo, en ausencia de sir Denis, yo soy el responsable de su seguridad y, sabiendo lo que ahora sé, me espero cualquier cosa.