De modo que, aunque era verdad que gracias a Petrie y a Weymouth contemplaba hoy el ajetreo de Picadilly, le debía aún más a… ¡otra persona! Estaba casi recuperado.
Había dado un paseo por el parque y, después de un par de semanas de reposo, me sentía dispuesto a emprender de nuevo la batalla de la vida. No obstante, ¿quién era el doctor Amber?
Constituía un misterio todavía más inextricable que el paréntesis de mi existencia; ¡y bien sabe Dios que aquella laguna era un enigma considerable!
Una patrulla bajo el mando del mudir de Jarya había hecho una redada en casa del jeque Ismail. Por lo visto, dicho oficial ya desconfiaba de los extraños visitantes que habían llegado al pueblo.
¡No encontraron un alma en todo el edificio!
Al Jarya fue registrada a conciencia. Ni rastro. El mudir se puso en contacto con Isna, y se instalaron controles en todas las carreteras. Nada. Los terribles Siete se habían dispersado… ¡Se habían esfumado en el aire! Nayland Smith había desaparecido, yo había desaparecido, y Said había desaparecido con el coche.
Weymouth puso a trabajar el telégrafo oficial. Demasiado tarde, se le había ocurrido que tal vez Fah Lo Suee no hubiese huido por Isna sino por Asyut. Más adelante averiguó que su teoría era correcta.
Habían transportado mi cuerpo como parte del equipaje por el desierto de Asyut, lo habían embarcado en Port Said y lo habían enviado a Inglaterra como una carga normal y corriente. Al inspeccionar los libros de la Compañía del Canal de Suez, Weymouth descubrió, con tres días de retraso, que un vapor construido en Clyde y fletado por una empresa china para un proyecto privado había cruzado el canal y había abandonado Port Said en una fecha que concordaba con sus sospechas. Fah Lo Suee había escapado. La radio zumbó por todo el Mediterráneo, y por fin la policía francesa abordó el navío sospechoso cerca de Cherburgo.
Sus permisos estaban en orden, pero algunas remesas de mercancía y unos cuantos pasajeros ya habían sido despachados por vía terrestre.
Así estaban las cosas cuando el grupo llegó a Inglaterra. Dadas las circunstancias, Weymouth obtuvo permiso para ausentarse, y empleando las mismas tácticas que el pobre Nayland Smith en los viejos tiempos, consiguió evitar, con la ayuda de Scotland Yard, que la prensa diese publicidad al asunto. Mi rescate se llevó a cabo gracias a la eficacia del detective inspector Yale y de la División K. Al parecer, llevaban algún tiempo vigilando ciertos locales de la zona de Limehouse. Aparte de observar entradas y salidas de mercancías sospechosas, les extrañó la presencia de cierta clase de asiáticos que no solían frecuentar el barrio. Además, una mujer vestida con gran elegancia se dejaba caer de vez en cuando.
Así, cuando Weymouth le explicó el género de mercancías que habían viajado por tierra desde Cherburgo, Yale inspeccionó en secreto los baúles y cajones de embalaje que había almacenados en el patio de los locales sospechosos. De resultas de lo que encontró, fui rescatado de la habitación verde y dorada, tras lo que el doctor Petrie me devolvió la salud. Sin embargo, una sombra se cernía sobre todos nosotros… una sombra que sin duda había retrasado mi convalecencia.