—Con seguridad, llevaban horas trabajando. Barton, sin querer, o quizá sin darse cuenta, les daba instrucciones. Forzaron la entrada y desaparecieron por la abertura. Fah Lo Suee iba a la cabeza, seguida por cuatro hombres. A sir Lionel lo dejaron donde estaba.
»Retrocedí hacia las escaleras. ¡Los había cazado! Sin atreverme a encender la luz, avancé a tientas hasta el fondo del pozo. Subí por la escalerilla hasta el primer nivel. Ya con la linterna encendida, trepé hasta el segundo.
»La apagué y me agazapé contra el costado de la excavación. Pasaron tres luces por el hueco de debajo. Las conté. Los portadores se dirigían al pozo de Lafleur. Transcurrió un rato, y una cuarta luz brilló en el interior del pozo, luego se hizo más intensa.
»Una mujer con atuendo nativo alzó la vista hacia la plataforma donde yo estaba acuclillado. Se retiró y continuó andando. Oí un rumor vago, una voz lejana. Se hizo el silencio… Tres hombres y una mujer. ¿Dónde estaba el cuarto hombre? ¿Y dónde estaba Barton?
»La respuesta era evidente. Fah Lo Suee había utilizado a Barton para sus propósitos y ya no lo necesitaba. Fuera lo que fuese lo que andaba buscando, ya lo había encontrado. En aquel momento comprendí que mi deber más inmediato era socorrer a sir Lionel. Volví a bajar con sigilo, travesaño a travesaño. Justo cuando llegué a la abertura irregular, aclaré de repente el misterio del cuarto hombre, y la solución me dejó helado.
»¡Tal vez fuese demasiado tarde! Barton había cumplido la función para la cual lo habían mantenido con vida y, ya cadáver (no en estado de catalepsia), lo trasladarían de nuevo a la cabaña. ¡El dacoit que lo había llevado al pozo de Lafleur y que se había quedado atrás se encargaría de devolverlo al campamento!
»Una luz tenue brilló al otro lado de aquella abertura reciente. Me agazapé más cerca; tan cerca que casi podía tocar el cuerpo de sir Lionel.
»El dacoit salió, encorvado, con la linterna en la mano. Constituía un blanco fácil, pero yo había decidido no emplear armas de fuego. Aquel estrangulador profesional nunca tuvo posibilidad de contraatacar, porque le puse el pulgar en la yugular y la rodilla entre aquellos muslos flacos antes de que sospechase siquiera mi presencia. Fui cuidadoso, pero aquella gente posee una constitución extraña. El tipo tenía nervios de acero y la fuerza de un tigre. Aun así, cuando dejé de apretar y empecé a plantearme con qué podía atarlo, ¡advertí que estaba muerto!
»El sudor me cegaba, y estaba temblando del esfuerzo. Permanecí allí, con la linterna a los pies, mirando a aquellos dos compañeros cadavéricos: el uno indiscutiblemente muerto; el otro, a pesar de la rigidez y del rostro grisáceo, vivo hasta donde yo sabía. Desde luego, había oído su voz no hacía mucho…
»Recogí la linterna, que seguía encendida, me agaché y crucé el agujero triangular practicado en el muro. ¡Fui a parar a la tumba del Mono Negro!
»No es necesario que la describa. El gran sarcófago estaba abierto, la tapa de madera colocada de cualquier manera, la de piedra en el suelo. Levanté la cubierta de sicómoro y advertí que la caja de la momia estaba vacía.
»En una esquina descubrí un hueco que parecía la entrada de un caverna. Lo atravesé y exploré el otro lado. Resultó ser otra cámara baja. Arrastré al dacoit al interior de la misma para perderlo de vista. A continuación, volví a la tumba y me estrujé los sesos pensando qué hacer con Barton.
»No estaba muy lúcido. Sin embargo, supuse lo que sucedería cuando los enemigos advirtieran que el dacoit no regresaba. Por otra parte, no podía sino dar por sentado que mi teoría respecto a la tarea encomendada al sirviente era correcta; es decir, que le habían encargado devolver a Barton a la cabaña, cerrar la puerta y reunirse con Fah Lo Suee dondequiera que estuviese.
»¿Y si uno de los enemigos regresaba durante mi ausencia y encontraba a Barton? Era una posibilidad espantosa. Primero se me ocurrió llevarlo a rastras a la cámara menor y dejarlo allí con el dacoit muerto. Enseguida comprendí que sería inútil. Concebí una segunda idea. Esta, por absurda que parezca, tenía más posibilidades. ¡Jamás se les ocurriría mirar en el sarcófago!
»Fue una tarea dura, pero conseguí llevarla a cabo. Coloqué de nuevo la tapa, usando las cuñas que había encontrado dentro para evitar que se cerrase del todo y asegurarme de que el aire llegaba al interior.
»Salí del pozo de Lafleur y oí el ruido de un avión al aterrizar. Al principio no daba crédito a mis oídos. Después até cabos. Justo cuando caía en la cuenta de que la ayuda para el pobre Barton (si es que aún había esperanza para él) había llegado, percibí un segundo sonido: ¡la señal de Said!
»Comprendí que debía de estar muy inquieto (llevaba horas sin saber nada de mí), de modo que rodeé el campamento y me reuní con él. Como es natural, había oído el descenso del avión, pero le preocupaba más otra cosa: había visto un grupo de tres hombres y una mujer cargados con fardos muy pesados. En aquel mismo instante, deduje que debían de estar haciendo los preparativos para dirigirse en camello hacia Qurna.
»Sopesé riesgos y posibilidades. Tomé una decisión rápida. Dejando a Said de guardia, me dirigí hacia el punto del camino de Qurna donde estaba apostado Fletcher.
»Huelga añadir que no logré adelantar a Fah Lo Suee. Fletcher había reparado en la misteriosa caravana, pero como es lógico no le había dado el alto. Volví y comuniqué mi regreso a Said.
—¡Alarmó a todo el campamento! —lo corté—. ¡Ya habíamos aprendido a reconocer el falso aullido!
—¡Cierto! —Nayland Smith esbozó su desusada y elocuente sonrisa—. Pero Said me informó de que Rima Barton, que había estado aquí, en Luxor, había regresado al campamento con Ali Mahmoud y de que ustedes tres se encontraban en la cabaña grande con Forester. Pese a que estaba destrozado, me quedaba algo por hacer: ¡ayudarles a encontrar a Barton! Envié a Said de exploración. Hacer una entrada espectacular en el campamento aquella noche era lo último que deseaba. Said regresó por fin y me notificó que ustedes, Weymouth y Greville, habían ido a las excavaciones con Ali Mahmoud.
»Ordené a Said que bajara a hurtadillas al pozo de Lafleur y observara. ¡Cuando volvió, apenas habían transcurrido siete minutos de mi reloj! Había sorprendido a una mujer que salía, pero pensaba que ella no lo había visto. La mujer se había dirigido hacia el valle.
»Olvidando la fatiga, eché a correr por la cresta del uadi…
—¡Rima le vio! —lo interrumpí.
—Es muy probable. Observé que la puerta de la cabaña estaba abierta…
»¡Un esfuerzo inútil! ¡Madame se había esfumado!
Con su característica sangre fría, debió de regresar para averiguar qué había sido de su sirviente desaparecido.
»Cuando fui informado de que Barton vivía, me abandonaron las fuerzas; estaba exhausto. Aquella noche compartí un humilde catre con Said.