IV

A cuatro patas, me arrastré hasta el pasaje. Me las arreglé para no hacer el menor ruido.

Miré a mi izquierda.

Alcancé a ver la linterna que había dejado Ali en la curva. Me puse en pie y caminé hacia ella, vigilando dónde pisaba. En el recodo, me arrodillé de nuevo y miré hacia arriba de la cuesta. No vi a la mujer; podía continuar hasta la siguiente curva.

Seguí avanzando.

Al divisar las escalas, me detuve. Una luz difusa, como rayos de luna sobre terciopelo negro, quebraba la oscuridad. Supuse que procedía del pozo.

De pronto la luz se debilitó. Corrí hacia delante. Llegué a nuestra excavación y alcé la vista. No había nadie en las escalerillas.

Confundido en extremo me detuve y agucé el oído.

En aquel silencio absoluto, volví a oír el rumor de unos pasos que se alejaban suavemente…

Ella había remontado la escarpada cuesta que conducía a la antigua entrada, pero se topó con una barrera de rocas infranqueable.

¡La había cazado!

Olvidé las instrucciones de Weymouth. ¡Estaba decidido a capturarla! Aquella mujer tenía la clave del misterio. Había sido ella quien había robado el cadáver del jefe, y aun sin la pista que nos había proporcionado la fotografía de Rima, la habría reconocido a pesar del disfraz.

¡Madame Ingomar!

Comencé a trepar por un montón de piedras irregulares. Apenas habría dado cinco pasos cuando reparé en un hecho evidente: mientras que el aire en el pasaje inferior era fétido, casi irrespirable, allí, en comparación, se notaba fresco.

Llegué al ángulo, lo rodeé y me detuve… Enfoqué el rayo de la linterna hacia delante, esperando ver una pared de roca.

¡Un agujero irregular, de un metro y medio de alto aproximadamente, se abría, lúgubre, a la derecha del pasaje!

Corriendo, me interné en él con el haz de la linterna ante mí. Habían practicado aquella entrada hacía tiempo y después la habían tapado y camuflado.

Me hallaba en un pozo poco profundo. A mi lado había una escalera de mano que se perdía en la oscuridad. Miré hacia arriba forzando la vista, pero no vi más.

Linterna en mano, trepé por la escala y fui a parar a un túnel de techo bajo. Me quedé quieto, atento, pero no percibí sonido alguno. Seguí adelante, con precaución, sintiendo el aire cada vez más fresco, hasta que de repente lo comprendí todo.

Apagué la luz y contemplé en lo alto una estrella lejana que brillaba a través de una abertura como un diamante solitario.

Más adelante, el pasaje estaba desierto, pero en aquel instante supe dónde me encontraba y cómo había escapado la mujer…

¡Estaba en el pozo de Lafleur!