—Aquí tiene, Petrie —dijo Nayland Smith, y empujó por encima de la mesa el ejemplar doblado del diario de la mañana—. Esto tal vez le ayude en el estudio del mensaje Zagazig.
Dejé la taza y me fijé en la columna de anuncios personales de la primera página del diario. En la misma, aparecía el anuncio siguiente:
ZAGAZIG-Z,-a-.g.-a;-z:-I:-g;z.-a,g;-
A-,z;i-:G,-z:-a;g-A,z,-i;-g.z.
A;g,a.Z-.i.g,z:a,g-:a z i g
Contemplé a mi amigo presa de la estupefacción.
—¡Pero Smith! —exclamé—, ¡estos mensajes no tienen ningún sentido!
—Se equivoca —replicó—. Scotland Yard pensó que eran absurdos al principio, y reconozco que durante mucho tiempo yo tampoco fui capaz de encontrarles significado alguno; pero el dacoit muerto era la pista del primero, Petrie, y la nota prendida en la puerta de la casa que está cerca del Oval es la clave del segundo.
Seguí mirándolo de hito en hito hasta que sonrió sin ganas.
—¿No lo entiende? —le dijo—. ¿Recuerda dónde fue hallado el birmano muerto?
—Perfectamente.
—¿Conoce la calle que suele tomarse para llegar al muelle?
—¿Three Colt Street?
—Three Colt Street; exacto. Bien, la noche que el birmano fue asesinado yo tenía una cita en Three Colt Street con Weymouth. Concertamos la cita por teléfono, desde el New Louvre. El coche en el que yo iba se estropeó y no llegué al punto de encuentro. Más tarde descubrí que Weymouth había recibido un telegrama, supuestamente enviado por mí, en el que cancelaba la cita.
—¡Todo eso ya lo sé!
Nayland Smith soltó una carcajada.
—¡Pero sigue sin entender! —exclamó—. ¡Que me aspen si le doy otra pista! Está al corriente de todos los hechos. Aquí está el primer mensaje Zagazig; ahí el segundo; y conoce el contenido de la nota prendida en la puerta, ¿no? Decía así, por si no se acuerda: «Suspendan la vigilancia en la zona de la Joy-Shop. Tengo una teoría. Quiero visitar el lugar a solas el lunes por la noche después de la una.»
—Smith —dije con tono desanimado—, tengo mucho que perder en este juego mortal.
Su actitud cambió al instante; el semblante bronceado adoptó una expresión severa, pero se suavizó la mirada de sus ojos acerados. Se inclinó hacia mí y me apoyó las manos en los hombros.
—Ya lo sé, amigo —contestó—; y dado que quizá le sirva para distraerse durante unas horas que, de lo contrario, emplearía en vanas lamentaciones, le propongo que descifre el enigma por sí solo. No tiene nada que hacer hasta última hora de la noche, y aquí, por lo menos, puede trabajar tranquilo.
Se refería a que, sin desocupar nuestra suite del hotel New Louvre, habíamos salido a hacer una visita, de duración indefinida, a un amigo imaginario, y a la sazón nos alojábamos en unas habitaciones amuebladas con vistas a Fleet Street.
Nos habíamos quedado en el New Louvre el tiempo suficiente para confirmar la opinión de que un agente del doctor Fu-Manchú nos espiaba allí, y ya sólo aguardábamos a que el asunto de aquella noche concluyese para dar los pasos que Smith considerase oportunos en relación con el griego hipócrita que dirigía el hotel más nuevo y lujoso de Londres.
Cuando Smith se puso en camino hacia New Scotland Yard para llevar a cabo ciertos preparativos finales relacionados con la aventura de la noche, procedí a estudiar a conciencia los misteriosos mensajes Zagazig, decidido a no darme por vencido. Recordé las palabras de Edgar Allan Poe, el genio singular a quien debemos el primer sistema factible para descifrar criptogramas: «Considero muy dudoso que una inteligencia humana sea capaz de crear un enigma de esta clase que otra inteligencia humana no logre resolver si se aplica adecuadamente.»
La primera conclusión a la que llegué fue esta: las letras que componían la palabra «Zagazig» tenían la única función de confundir al lector y podían obviarse, pues, dado que aparecían en una secuencia regular, no significaban nada. Me emocioné mucho al descubrir que los signos de puntuación variaban en casi todos los casos.
De inmediato supuse que la solución residía en estos y, partiendo de la letra clave, la e (aquella que más a menudo aparece en la lengua inglesa), descubrí que el punto aparecía con más frecuencia que cualquier otro signo en el primer mensaje, esto es diez veces, aunque sólo salía dos en el segundo. Sin embargo, albergaba esperanzas… ¡hasta que vi que en dos casos aparecía tres veces seguidas!
No existe ninguna palabra en inglés ni, que yo sepa, en ningún otro idioma, en la que se dé algo semejante, ya sea con la e o con cualquier otra letra.
Este desafortunado descubrimiento tiraba por tierra la teoría en la que me había basado y, desanimado, estuve a punto de dejar correr la investigación en aquel mismo instante. En realidad, dudo que la hubiera reemprendido de no ser porque, a raíz de un dato obtenido por pura deducción, di con una pista.
Reparé en que, a intervalos regulares, ciertas letras aparecían escritas en mayúsculas, y dividí el mensaje en las secciones correspondientes, con la esperanza de que las mayúsculas indicasen principio de palabra. Hecho esto, procedí a realizar una serie de tentativas, basadas en la afirmación de mi amigo de que la muerte del dacoit proporcionaba una pista del primer mensaje y la nota que él (Smith) había prendido en la puerta una pista del segundo.
Puesto que este fue el sistema —si es que cabe honrar con tal título a mis pruebas aleatorias—, poco mérito puedo atribuirme respecto a los excelentes resultados. En suma, determiné (aunque la e aparecía dos veces donde debería haber estado la erre) que el primer mensaje, desde la letra decimotercera hasta la vigésima séptima (o sea I;-g:-z.a.g.A.z.;i-:g;-Z,-a;g.a.z.i;-) decía:
«Three Colt Street.»
Al intentar eliminar la e donde debía aparecer una erre, hice otro descubrimiento. La presencia de una letra itálica alteraba el valor del signo que la seguía. A partir de entonces, la tarea se convirtió en un juego de niños. No entraré en más detalles para no aburrir al lector. Ambos mensajes empezaban con el nombre Smith, como pronto descubrí, y tras media hora de atento estudio conseguí las frases completas:
1. Smith pasa Three Colt Street doce treinta miércoles.
2. Smith va Joy-Shop después una lunes.[1]
La palabra «Zagazig» siempre aparecía completa y no terminaba necesariamente con la última letra que aparecía en el criptograma. Un estudio posterior de aquel curioso código ha permitido a Nayland Smith, mediante un proceso de mera deducción, completar el alfabeto utilizado por el agente de Fu-Manchú, Samarkan, para comunicarse con su temible superior. Con un poco de paciencia, cualquiera de mis lectores obtendrá el mismo resultado (¡y me gustaría que aquellos que lo consigan me lo hagan saber!).
Este, pues, fue el resultado de mis cavilaciones, y aunque me sirvió para entender algunas cosas, comprendí que aún me quedaba mucho por saber.
El dacoit, por lo visto, había sido asesinado en el instante en que Nayland Smith debía haber pasado por Three Colt Street; una calle de mala reputación. ¿Quién lo había matado?
Aquella noche, tal como Samarkan había informado al doctor chino, Smith volvería a rondar por aquel barrio. Un escalofrío de emoción me recorrió la espina dorsal. Eché un vistazo al reloj. ¡Sí! Había llegado la hora de partir, a hurtadillas hacia mi puesto. Pues yo también tenía trabajo en los confines de Chinatown.