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Ciudad de Solaris, Solaris VII

Marca de Tamarind, Mancomunidad Federada

24 de abril de 3056

El asesino se retiró de la ventana y apartó el brazo del portafusil que había utilizado para mantener el rifle inmóvil. Con un gesto de lamento, tiró todo su armamento sobre la cama, se arrodilló a los pies de ésta e introdujo una mano por debajo de la colcha, entre el colchón y el somier. Palpó una correa de piel y, al tirar de ella, apareció una pistolera para el hombro y una pistola de agujas con dos bloques de recarga.

Le habían dicho que esperase a que sus oficiales de control volviesen a la habitación después de que disparase a Ryan, lo cual era un error. Pese a las pocas probabilidades de que alguien detectase e identificase a un agente del Departamento de Inteligencia en acción, uno de ellos debería haberse quedado en la habitación con él. El asesino sabía que el hombre de la mirada de hielo nunca lo habría dejado solo, lo que significaba que él también debía haber muerto, llevando consigo a la tumba el secreto de quién mató a Ryan.

La puerta de la habitación contigua se abrió y los dos agentes que entraron no llevaban las armas empuñadas. Al parecer esperaban que creyese la ficción que le habían explicado durante el camino, pero el asesino era demasiado listo para creer que el príncipe Victor lo dejaría en libertad. Apuntó a los dos agentes con la pistola de agujas y apretó el gatillo repetidas veces.

La pistola de agujas extrajo los proyectiles de un bloque de plástico balístico y los expulsó mediante la explosión de gas propelente de la cámara. La primera nube de agujas se insertó en la cabeza del agente que iba delante. El segundo disparo le dio en el hombro y alcanzó a la mujer que venía tras él en la frente. El dedo del asesino apretó el gatillo por tercera vez y le abrió un agujero en el pecho. Tras el cuarto disparo, que garantizó la muerte del primer agente, se levantó y saltó por encima de los dos cuerpos.

Se apresuró hacia la habitación donde habían permanecido y abrió la puerta que daba al vestíbulo. Echó un vistazo para comprobar que no había agente alguno, corrió hacia la habitación 827 y golpeó la puerta una vez. Al abrirse, un punk lo saludó con una sonrisa en los labios. El asesino traspasó el umbral, esperó a que el punk cerrase la puerta y se sentase en la cama y se giró hacia él. Apuntó la pistola de agujas por debajo de la barbilla del punk, apretó el gatillo y lo mató al instante.

El cuerpo cayó sobre la cama. El asesino apretó la pistola contra la mano del punk, dejando sus huellas dactilares en el arma. Según las instrucciones y los términos codificados del disco que había dado a Sergei Chou, el chico muerto era la persona que había ajustado el rifle del francotirador, había llenado el cargador y lo había empaquetado todo. Las pruebas que quedaban en el cuerpo y la ropa demostrarían que el chico había disparado el arma. La policía también encontraría un mensaje suicida que implicaba al joven en el asesinato de Ryan cuando registrasen el apartamento. Al asesino no le importaba el motivo que habían inventado los falsificadores de Chou: lo único que importaba era que el chico era un muerto por el que nadie se preocuparía.

Sacó un impermeable largo y negro del armario de la habitación. Se lo puso al tiempo que comprobaba el peso del cuchillo en la manga derecha y el tacto de la escopeta recortada junto a la pierna derecha. Introdujo la mano en el bolsillo izquierdo y palpó unos cartuchos, aunque estaba seguro de que no los necesitaría.

En el cuarto de baño encontró una bolsa de plástico con una perilla y un bigote postizos y se los colocó. Sabía que lo descubrirían si lo inspeccionaban de cerca, pero al menos le cambiaban la cara lo suficiente para ocultar su identidad en una primera inspección. En la bolsa también encontró lo que parecía una parche para el ojo, aunque su tejido le permitía ver a través de éste y le proporcionaba el espacio necesario para disponer de visión periférica. Se colocó el parche sobre el ojo izquierdo, que de todos modos era el que cerraba cuando disparaba, se peinó el pelo hacia atrás con gomina y utilizó el peine del hotel para hacerse una raya en medio que le diera el aire de un pueblerino de una aldea como Joppo.

Tiró la bolsa de plástico por el retrete y se guardó el peine en el bolsillo. Dejó unos cuantos pelos que se le habían caído al peinarse para que Victor tuviera un recuerdo suyo.

El asesino miró por la mirilla de la puerta y vio que el pasillo estaba vacío. Salió de la habitación, dejó la puerta entreabierta, se dirigió a las escaleras que había al final del pasillo y subió hasta el noveno piso. Al llegar a los ascensores, pulsó el botón de bajada. Cuando se abrieron las puertas con un discreto silbido, seleccionó el vestíbulo y esperó pacientemente a que el ascensor descendiese.

Cuando llegó al vestíbulo y se adentró en el pasillo que conducía al ala norte, empezó a oír las sirenas de la policía de fondo. Se detuvo para saber si las sirenas se acercaban o se alejaban en dirección al despacho de Ryan, pero le fue imposible. Clasificó su preocupación en la parte de la mente dedicada a catalogar y tratar trivialidades y siguió avanzando por el pasillo. En veinte pasos habría llegado al vestíbulo auxiliar norte y sería libre.

Al asesino le sorprendía haber sido capaz de llegar hasta ahí. Si tuviera que agradecérselo a algo o a alguien sería al malestar que afectaba a la mayor parte de la Mancomunidad Lirana. El hombre de la mirada de hielo tenía a todo Tharkad escribiendo sobre él. Al parecer, a la gente del lugar le molestaba que el hombre se encargase de la coordinación de las actividades relacionadas con el asesino. Pero, el asesino no había visto al hombre de hielo desde la muerte de Galen Cox, así que probablemente se había ido de Solaris con Katrina. Libres de la mirada escrutadora del hombre de hielo sus subordinados debían de haberse relajado.

El vestíbulo estaba vacío, de modo que el asesino atravesó la puerta y echó a andar por la calle Dusseldorf, decorada con banderines naranjas y blancos a ambos lados, mientras que los postes eléctricos de la calle Demien, al lado sur del hotel, estaban cubiertos de banderines negros. Un poco más al sur había banderines verdes, dorados y rosas, banderines plateados, rojos y escarlatas y, finalmente, azules y blancos, todos ellos correspondientes a las rayas de sus balas.

El asesino reprimió una sonrisa mientras paseaba por la calle Dusseldorf en dirección al quinto bloque. El código era simple y hacía tiempo que lo había establecido con Chou. Si el asesino hablaba italiano significaba que estaba bajo vigilancia y que necesitaba un plan de fuga. El hecho de que lo vigilasen a él quería decir que Chou también estaba siendo observado, de modo que este último tendría que coordinar el plan mediante subordinados. Pero aquello no suponía problema alguno. El plan estaba pensado para llevarse a cabo por partes, sin llegar a revelar todo el contenido.

Chou había escogido al punk que sería el chivo expiatorio del asesinato. Mediante un soborno sustancial a un miembro de la servidumbre, la pistola había llegado a la habitación 807. Toda la gente involucrada sería asesinada más tarde. El personal de Chou había diseñado los banderines y había decorado la zona alta de Silesia. Aquélla era la mejor parte del plan y, sin duda, la que tenía a la gente del Departamento de Inteligencia investigando para descubrir un código que los alejaría del asesino.

Los agentes del Departamento de Inteligencia recordarían la secuencia que seguían las balas en el cargador. Supondrían que el asesino bajaría por la calle Demien en dirección a los banderines negros, giraría donde empezaban los verdes y volvería a girar cuando apareciesen los plateados y rosas. Este plan no los alejaría tanto de él como del lugar, sobre todo cuando los banderines seguían dos direcciones al mismo tiempo. Esto los confundiría y permitiría al asesino controlar la situación y llevar a cabo su fuga.

El asesino giró hacia el este por la calle Ashing y cruzó a media manzana para dirigirse al norte al llegar a Bruno. Subió por la acera izquierda de la calle, examinando las fachadas que le darían la última pieza del puzzle. Le preocupaba el hecho de no haber sido capaz de descubrirlo todavía, pero tenía la suficiente confianza en Chou para saber que el hombre no lo abandonaría en un momento así. Está aquí, tiene que estar aquí. Seguro que lo encuentras.

El código de las balas no estaba relacionado con los colores, sino con las palabras para designarlos. Donde la gente del Departamento de Inteligencia veía el color negro, el asesino veía la palabra italiana que correspondía a aquel color: ñero. La inicial le indicaba que siguiese en dirección norte. El siguiente color era el verde, que en italiano también se decía verde. La inicial «v» no correspondía a la dirección, sino que era un número romano que le indicaba que debía caminar cinco manzanas. La combinación de dorado y rosa era oro y rosa, que formaban «or», es decir, las dos primeras letras de la palabra italiana para este: orientale.

Chou había empleado una gran dosis de imaginación en la cuarta bala. El marrón era bruno en italiano y designaba la calle por la que debía ir. El negro lo volvía a enviar hacia el norte. El plateado, rojo y escarlata significaban argento, rosso y scarlatto, que interpretó como angolo retto siniestro o ángulo recto izquierdo. Según el código que habían establecido, aquello significaba que entraría en un establecimiento que había en el lado izquierdo de la calle.

La última bala, la azul y blanca, lo había dejado fuera de juego. En italiano se decía azzurro bianco, lo cual no tenía un significado claro. Le había dado vueltas al significado de azul y blanco o las iniciales «a» y «b» y había llegado a varias posibilidades. «AB» podía indicar un banco de sangre y «azul y blanco» podía referirse a varias cosas, desde un acuario o un almacén de marisco hasta un teatro holovisual que proyectase un reportaje sobre Terra.

Entonces lo vio y lo reconoció más por la apariencia que por el significado del signo sobre la puerta. La pequeña taberna no tenía un rótulo de cara a la calle, sino sólo una puerta y unas escaleras que subían. El signo que había encima de la puerta mostraba un puño Steiner sosteniendo una pequeña hacha, y las letras desgastadas de debajo decían: «El hacha blanca».

El asesino hizo un gesto de asentimiento. Accetta bianco, hacha blanca. Le molestó un poco que Sergei se hubiese equivocado y hubiese utilizado un color como equivalente en la codificación, pero su ansiedad por entrar en el santuario anulaba su preocupación. Subió las escaleras y llegó a una gran salá llena de humo y muebles de madera. A muchas sillas les faltaba algún trozo y casi todas se aguantaban con tornillos oxidados y restos de cola para madera. A simple vista, parecía que los camareros malolientes iban a juego con el local.

Uno de los camareros lo miró al entrar y buscó algo debajo de la barra. Levantó la mano con una llave que colgaba de una pieza de piel que impedía al asesino partir al hombre por la mitad de un disparo.

—Al fondo a la derecha.

El asesino recogió la llave y encontró la habitación. Se encontraba un poco más allá de los aseos y tenía un signo que decía «Director» colgando de un tornillo. Abrió la puerta, se metió dentro y la cerró con llave. La puerta era demasiado delgada para hacer que se sintiera a salvo, pero no esperaba pasar mucho tiempo allí. Si hubiera habido una silla en la habitación, aunque hubiese sido tan endeble como las de la sala de fuera, la habría colocado debajo del pomo para bloquear la puerta.

Como ya suponía, los muebles eran rudimentarios. Una cama de cuatro patas dominaba la habitación, dejando sólo medio metro entre ésta y el armario que había al lado. El lavamanos de la pared y el baño situado al otro extremo de ésta tenían manchas de óxido sobre la porcelana. Encima del lavamanos había un espejo manoseado y, junto a la cama, un arcón con cajones ligeramente hundido que se sostenía sobre dos ladrillos en el lugar de una de las patas.

El asesino sabía que la clave de la fuga era cambiar su apariencia. Abrió el cajón superior del arcón y sacó un neceser. Lo abrió y se hizo con una máquina de cortar el pelo que funcionaba con pilas. Lo puso en el lavamanos y se quitó el abrigo y la camiseta que llevaba debajo. Los tiró sobre la cama y dejó la pistola a mano.

Encendió la máquina y se cortó una raya ancha en el centro de la cabeza. La oscura melena le cayó sobre los hombros y el suelo. La operación fue rápida y sólo le quedó una leve marca de pelo a lo largo de la raya. El asesino habría utilizado la cuchilla que había dentro del neceser para perfeccionar el afeitado, pero primero tenía que cortar el pelo más largo.

Aunque el zumbido de la máquina era ensordecedor, el asesino no tuvo miedo en ningún momento. Si Sergei Chou hubiera cometido un error al final del código habría sido un desastre si el objetivo no hubiera sido el duque Ryan Steiner. Victor estaba tan obsesionado con Ryan que ningún agente de la isla de Skye habría formado parte del plan de asesinato. Aunque un elevado porcentaje de la población de Skye entendía italiano, seguía siendo significativamente bajo en el resto de la Mancomunidad Federada, como lo eran las posibilidades de encontrarlo.

Con la cabeza afeitada tenía frío, pero hizo caso omiso a la sensación y culminó el trabajo echándose espuma de afeitar en la cabeza y pasándose una cuchilla. Se secó la cabeza con la camiseta y se quitó la demás ropa. Removiendo en el segundo cajón del tocador, sacó una sábana de algodón de color azafrán y se envolvió en ella. Encima de la túnica se colocó un abrigo marrón, completando de este modo su transformación en monje budista.

Después de abrocharse un par de sandalias y ponerse unas gafas destartaladas, el asesino se miró al espejo. No tenía muy buen aspecto, que era exactamente lo que pretendía. Se inclinó hacia adelante para pretender que tenía joroba y cerró la mano derecha como si estuviera lisiado. Moviéndose con dificultad, abrió la puerta y se metió en el bar.

Pasó totalmente inadvertido por los camareros y se volvió invisible cuando se mezcló entre la muchedumbre de ciudadanos y turistas. A medida que se alejaba del «Puño armado» se sentía más seguro de sí mismo. De hecho, ansiaba salir de Solaris lo antes posible.

De repente, sintió una mano en el hombro.

—Espere.

Se giró sin mover una sola pestaña, pero preparado para disparar con la mano tullida.

—¿si?

Una joven mujer sonriente le puso una moneda en la mano.

—He ganado una apuesta y quiero compartir con usted mi buena fortuna —dijo la mujer con la sonrisa en los labios y haciendo un guiño. Luego desapareció entre la multitud.

El asesino miró la moneda de oro. La cara de Melissa Steiner-Davion le sonreía por un lado y, al darle la vuelta, vio la imagen de Victor. He trabajado una vez contra vuestra casa y otra vez a favor, Victor. Estamos en paz.

Siguió avanzando mientras reflexionaba sobre la posibilidad de trabajar a favor o en contra de Victor en el futuro. Revisó un sinfín de posibles escenarios mientras se dirigía al puerto espacial, pero los rechazó todos a excepción de uno. Tanto si es a favor como en contra, la decisión no dependerá de mi corazón ni de mi mente. Levantó la moneda y sonrió. Mi lealtad es para el mejor postor y, si eres listo, príncipe Victor Davion, esa persona serás tú.