Lyons

Isla de Skye, Mancomunidad Federada

Sentado con sus compañeros de equipo en la taberna del «Venado de oro», Peter Davion apartó la mirada del grupo y observó atentamente la pantalla grande de la unidad holovisual que había en la esquina más próxima a la sala. No había nada que obstruyese su campo de visión ya que la pantalla se elevaba por encima del pasamanos que separaba las mesas del fondo del piso, donde se encontraba la barra. La presentadora, con su aspecto formal, su blusa de seda azul y su chaqueta de lana amarilla, informaba de las noticias locales. Sobre el hombro izquierdo había un mapa de la Marca de Sarna en el que aparecían cuatro planetas iluminados por varias explosiones.

Levantó las manos para hacer callar a sus amigos, que enseguida captaron el gesto y se quedaron en silencio.

—… serie de explosiones que alcanzaron numerosas fortalezas y cuarteles de la policía en Zurich, Aldebaran, Styk y Gan Singh. Las facciones de la Guerra de Luz proliaoita han exigido explicaciones por los ataques. Han declarado que la resistencia al gobierno de ocupación ilegítima de Victor Davion continuaría hasta que la Marca de Sarna se reuniese con la Confederación Capelense. Los oficiales de la Mancomunidad Federada opinan que los atentados son «intentos patéticos por parte de las fuerzas reaccionarias de rechazar lo que sus conciudadanos ya han aceptado e incorporado a su forma de vida».

Peter sacudió la cabeza y se dio cuenta de que uno de los guardias de seguridad desviaba la mirada hacia una mesa del fondo.

—Sun-Tzu se está animando. Alguien debería explicarle que no puede volver atrás.

Eric Crowe hizo un gesto de asentimiento mientras se servía la última jarra de timbiqui oscuro.

—Está jugando con su tío. Hace tiempo que Tormano anuncia su disposición a apoderarse del trono. Ahora que tu hermano está decidido a mantener bajo control el movimiento de Capela Libre, Sun-Tzu está decidido a aumentar la presión para ver hasta qué punto su tío está sufriendo las consecuencias.

El hombre que se encontraba frente a Crowe se rascó su rubia cabellera.

—Es posible, Eric, pero también puede que Sun-Tzu esté intentando averiguar hasta qué punto hemos sufrido las consecuencias en la frontera de Sarna. Con los Clanes al acecho para ocuparnos, algunos de esos mundos deben de estar preparándose para la invasión.

—Tal vez tengas razón, Ben, pero olvidas que Sun-Tzu no tiene la fuerza militar necesaria para arrebatarnos un mundo —dijo Peter después de analizar el comentario de su compañero—. Bueno, quizá debería decir que es concebible que nos arrebate un mundo, pero no que lo retenga. Lo recuperaríamos y él perdería mucho prestigio. Además, es posible que le demos una paliza y hagamos lo que su tío no puede.

—¿Pero qué pasaría si Sun-Tzu atacase desde la Liga de Mundos Libres? —preguntó Ben echándose hacia adelante al tiempo que levantaba la botella de cerveza de Eric y colocaba la suya delante de ésta—. Si atacase desde los Mundos Libres y se retirase al otro lado de la frontera, no iríamos tras él.

Peter también levantó su botella y la sostuvo a tres o cuatro palmos de la mesa.

—Thomas Marik no lo permitirá porque su hijo está con los doctores de Nueva Avalon. Aunque nunca haríamos daño al joven Joshua, Thomas no las tiene todas consigo. Además, si Joshua no se recupera de su leucemia, Thomas no tiene más remedio que aceptar el matrimonio de Sun-Tzu con su hija Isis y dejar que un día éste se apodere de su reino.

—Sería la primera vez que un Liao se apodera de algo en los dos últimos siglos —dijo Eric levantando su botella y meciéndola en el aire para avisar al camarero—. Lo más probable es que esto sea un juego para dar a Sun-Tzu algo de espacio para maniobrar si Kai Allard-Liao derrota a Wu Deng Tang. Permitidme una corrección: si Kai lo machaca como todos los corredores de apuestas predicen.

—Seguro que sí —dijo Peter dando un sorbo de cerveza y sonriendo—. Yo estaba en NAMA cuando Kai estaba a punto de graduarse. Fue el primero en ganar en el escenario de La Mancha. Cualquier persona capaz de convertir una situación de derrota en una victoria no se va a detener ante un simple liaoita en un BattleMech.

Los tres hombres rieron al unísono por un momento, pero entonces un cliente que estaba sentado a la barra lanzó un grito de furia que apagó su alegría. Peter levantó la vista y vio que en la pantalla del holovídeo aparecía una escena de la policía utilizando cañones acuáticos contra una multitud de manifestantes. Pensaba que se había habituado a esas escenas, pero el sobresalto que sintió indicaba lo contrario. Espera, ésa es la Plaza de la Libertad que hay al sur de la ciudad. ¡Deberían haber despejado las calles antes del juego de esta noche! No sabía que había manifestantes ahí fuera.

—Sí, claro, tenemos libertad de palabra —se quejó el cliente—. Siempre y cuando nuestro nombre sea Davion. ¡Qué se puede esperar de un mocoso que mató a su propia madre!

Peter vio cómo los dos hombres de seguridad se dirigían a la puerta trasera para abrirle paso. Se puso en pie y echó a andar hacia ellos. Aunque había sido entrenado para confiar plenamente en sus guardaespaldas, esta vez un tipo con demasiadas cervezas encima tras haber jugado un partido de baloncesto lo retuvo.

—Victor es un pequeño y maldito pérfido al que le dan berrinches cuando no obtiene lo que quiere —gritó el cliente mirando alrededor mientras los demás hacían gestos de asentimiento—. ¿Veis? ¡No hay un solo tipo que opine lo contrario!

Peter dio un paso al frente y apoyó las manos en el pasamanos.

—Yo sí.

—¿Qué?

Con la cabeza bien erguida, Peter vio cómo se transformaban los rostros de la gente a medida que lo reconocían. Algunos se quedaron de piedra, luego sonrieron y silbaron mirando a sus compañeros. Otros siguieron enojados y lo miraron con hostilidad, pero la mayoría sonreían mientras paseaban la mirada de Peter al hombre de la barra y, luego, a Peter otra vez.

—He dicho que estoy dispuesto a discutir tu opinión. Dudo que haya alguien aquí que conozca a Victor mejor que yo —dijo Peter sintiendo cómo la euforia se apoderaba de él al condensar el enfado que le quemaba el estómago y deshacerse de él. Aquella sensación de tranquilidad era incluso más poderosa que el enfado. Lo llenaba y le revelaba todo lo que ocurría en la estancia.

Pero lo más importante es que no sufría el estatismo mental que solía acompañar a su furia. Con la mente despejada, Peter podía sentir el ritmo de la habitación y orquestarlo. Esbozó una delicada sonrisa mientras sus ojos grises se posaban en los de aquellos que colmaban la sala.

—Estoy de acuerdo en que mi hermano no es muy alto, pero desde mi perspectiva hay muchos hombres que no lo son —dijo al tiempo que se encogía de hombros con impotencia y las risas se esparcían entre la multitud.

Tenías razón, Katrina. Tras un reciente partido de baloncesto contra el Kelswa-Aptos, su hermana le había enviado un holodisco en el que intentaba explicarle que lo único que conseguía era perjudicarse a sí mismo cuando dejaba que su temperamento se apoderase de él en el deporte o en otros eventos sin importancia. Concluía diciendo que si no podía controlarse en esas situaciones nocivas, nadie confiaría en él cuando la responsabilidad fuese mayor.

A continuación, lo reprendía por haber estado a punto de arrojar algo contra un telespectador. Al oírle decir eso, había dejado el vaso en la mesa y había prestado suma atención a su explicación sobre cómo podía utilizar su celebridad e inteligencia en beneficio propio con sólo reprimir sus impulsos. Le sugería que empezase a hacerlo mientras practicaba alguno de sus deportes. De este modo, Peter aprendió a conseguir la tranquilidad mental que le permitía no sólo mejorar su actuación, sino también perfeccionar su habilidad.

El cliente se llevó las manos a la cintura.

—Pero sí que es pérfido.

—¿Ah, sí? —dijo Peter arqueando una ceja y dejando su pregunta en el aire antes de encogerse de hombros con despreocupación—. ¿Y quién sabe lo que es ser pérfido? Sé lo mal que suena, pero la verdad es que no estoy muy seguro de saber lo que significa. ¿Y usted?

El cliente, un hombre mayor con perilla y apenas un mechón de pelo en la cabeza, se quedó boquiabierto. Intentó contestar, pero se quedó en el intento y cerró la boca de nuevo.

Peter no le dio la oportunidad de volver a abrirla.

—¿Alguien lo sabe?

—Una persona pérfida es un imbécil excesivo —gritó alguien desde el fondo.

—Mmm… imbécil excesivo —dijo Peter con el entrecejo fruncido—. Excesivo sí, puede que Victor lo sea. Su idea de relajación consiste en trabajar sólo en dos proyectos al mismo tiempo en lugar de en su habitual montón de trabajo. No es muy divertido. Por otra parte, imbécil —añadió sacudiendo la cabeza—. Imbécil siempre me ha parecido una palabra para definir a un tipo inconsecuente, y no creo que nadie se atreva a decir eso de Victor.

El cliente se quejó al advertir las risas que habían provocado los comentarios de Peter.

—¡Pero sí que asesinó a vuestra madre!

Peter puso cara de póquer mientras notaba que una nueva ola de enojo recorría su cuerpo antes de transformarla en fría parsimonia. Se mantuvo erguido y apretó las manos con fuerza detrás de la espalda.

—Señor, no me cabe la menor duda de que usted cree tener evidencias para respaldar esa opinión. Si las tiene, le ruego que las exponga ante mí para que pueda intervenir de algún modo.

—Usted no haría nada.

—Si usted supiera quién es el asesino de su madre, ¿no haría nada al respecto? —preguntó Peter, tranquilamente.

—Yo no soy un Davion.

Peter permaneció firme como una roca mientras combatía la ira interior.

—Yo tampoco, señor. Soy un Steiner-Davion, como Victor, Katrina, Arthur e Yvonne. Se está burlando de nosotros y de lo que sentimos por nuestra madre. Lo que es más, se burla de ella si imagina que podía inspirar amor y admiración en los corazones de sus conciudadanos y ser incapaz de hacer lo mismo en los de sus propios hijos. Puede insultar a mi hermano cuanto quiera, pero no insulte a mi madre.

—¿Y si quiero insultarlo a usted? ¿Vendrá su policía a darme una paliza?

—No, yo soy como mi hermano Victor: nunca pediría a otros que hicieran lo que yo mismo puedo hacer —dijo Peter apoyándose de nuevo en el pasamanos al tiempo que su sonrisa daba un toque amenazador y benigno a su corpulenta constitución—. De todos modos creo que la mejor solución sería que le ofreciese una bebida…

—No beberé a su gusto ni a la salud de su hermano.

—Ofrezco la bebida en memoria de mi madre —dijo Peter mientras notaba cómo cambiaba el ánimo de los presentes. Allí donde había reinado la jocosidad y el buen humor, se infiltró un escalofriante sentimiento que acalló a la multitud—. Si no quiere brindar conmigo a la salud de mi madre, en fin, ¿qué más puedo hacer para rasgar su frialdad? Sin embargo, mi oferta sigue en pie, para usted y todos los presentes. Pago una ronda en memoria de ella.

El primer hombre intentó lanzar una desafiante mirada, pero Peter había ganado la simpatía de los otros, que lo habían dejado solo. El tipo apretó los puños y los abrió varias veces antes de contestar.

—Es la primera vez que mis impuestos sirven para una causa que me beneficia.

—No, amigo mío, al contrario. Pago yo con el salario de mi milicia —dijo Peter sacando el monedero y mostrando un fajo de billetes—. Espero que ustedes lo disfruten, porque no podré beber en un mes por culpa de esto.

La muchedumbre empezó a hacer comentarios y a reír, y Peter rió con ellos a pesar de no poder escuchar los comentarios. El latido de su corazón le ensordecía los oídos. Esbozó una amplia sonrisa mientras una sensación de mareo se apoderaba de él. ¡Esto es increíble! Katrina tiene razón. ¡Esto es fantástico! Peter lanzó un grito que los demás clientes corearon con tanta fuerza que ahogaron su risa. Con lo eufórico que me siento ahora, no necesitaré beber durante el resto de mi vida.