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Arc-Royal
Distrito de Donegal, Mancomunidad Federada
19 de diciembre de 3055
Kai Allard-Liao sintió el frescor de la suave brisa acariciando su terso rostro. Parece que el mundo llora este día. Se encogió de hombros inconscientemente, no tanto para resguardarse del frío viento como de la sensación de frío al encontrarse junto a una tumba observando cómo bajaban lentamente el ataúd. Estiró ambos extremos del cinturón que sujetaba su trenca negra y apretó el nudo, que parecía simular el que sentía en su garganta.
El sacerdote alisó la página de su libro de plegarias y leyó en voz alta:
—Salome Kell, hacemos entrega de tu cuerpo y lo devolvemos al polvo del que todos los hombres estamos hechos. Confiamos en que tu cuerpo descanse en paz junto a nuestro Señor y permanezca con él para siempre, por los siglos de los siglos, amén.
—Amén —respondió Kai mientras se santiguaba al unísono con los allí presentes. Pero, cuando el resto del cortejo empezó a desfilar, Kai permaneció allí, solo, con la mirada fija en el ataúd y los pensamientos en algún recóndito lugar. Ajeno al paso del tiempo, no despertó de su ensueño hasta notar el contacto de una mano en su hombro.
—Gracias por venir, Kai —dijo Phelan Ward, vestido con el traje del Clan de los Lobos, tan gris como las nubes de tormenta que acechaban en lo alto, y con una seca sonrisa que se difuminó casi al instante. Phelan, que había nacido en Arc-Royal y luego había sido capturado por los Clanes y nombrado Khan de los poderosos Lobos, no tenía una expresión tan dura ni tan temible como contaban las malas lenguas. El dolor por la pérdida de un progenitor hace humilde hasta al mayor de los guerreros, pensó Kai.
Levantó la vista y asintió lentamente con la cabeza.
—Gracias por permitir que asistiera.
—Nos honra al venir aquí en representación de la Comunidad de Saint Ivés, señor —dijo Morgan Kell dando un paso al frente para situarse junto a su hijo. Extendió la mano y Kai la estrechó con firmeza al tiempo que advertía con pesar el vacío de su manga derecha sujeta al hombro—. Su madre y su nación han mostrado una amabilidad extrema en las negociaciones con nosotros.
Kai afirmó con la cabeza intentando evitar el estremecimiento que le producía la presencia de Morgan Kell. Había conocido al comandante mercenario en Outreach, durante el año de entrenamiento especial al que se había sometido para hacer frente a la invasión de los Clanes. Morgan había sido una figura poderosa y carismática en el lugar, y el hecho de que hubiese sobrevivido a la explosión que mató a su mujer y a la arcontesa Melissa Steiner-Davion reafirmaba su vitalidad. Sin embargo, la bomba que le había arrancado el brazo también se había llevado consigo su invulnerable apariencia y lo había convertido en un ser demacrado y débil.
Kai tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta.
—He hecho todo lo posible por mantenerme alejado de los asuntos de estado y sólo he aceptado las obligaciones que debía. Venir a Arc-Royal ha sido un deber penoso y quiero que sepan que su dolor es mi dolor. Tengo que confesar, sin embargo, que no estoy aquí sólo porque mi familia quiera rendirles honor, sino que esta misión me ha servido también para conseguir fines personales.
Morgan lo miró a los ojos y Kai sintió una punzada que se le clavó en el alma.
—Por su padre, claro. Es comprensible y la verdad es que me honra todavía más.
Phelan frunció el entrecejo. Era evidente que le había asombrado la declaración de su padre.
—Su padre murió hace años, ¿quiaf?
Kai hizo caso omiso al clanismo de la pregunta de Phelan.
—Murió cuando yo estaba atrapado en Alyina, intentando escapar de ComStar y de su Clan de los Halcones de Jade. Después hice un peregrinaje (aunque «visita» es probablemente la palabra más adecuada) a su tumba en Kestrel.
Morgan Kell asintió con solemnidad.
—Yo conocí a su padre. Lo que tuvo que soportar, los sacrificios que hizo durante la guerra contra la Confederación Capelense, merecen todo el respeto. De hecho, usted debe su existencia a sus logros estando al servicio de Hanse Davion.
El comentario hizo sonreír a Kai.
—Cierto. De no haber ocupado su lugar en Sian, donde trabajó para Maximilian Liao como agente doble para Davion, puede que él y mi madre no se hubiesen casado nunca y Saint Ivés todavía formaría parte de la Confederación Capelense —explicó al tiempo que su rostro se ensombrecía—. Aunque visité su tumba, realmente nunca tuve la oportunidad… El funeral se celebró en mi ausencia… Yo…
Morgan extendió la mano y apretó el hombro derecho de Kai con más fuerza de lo que el joven creía posible.
—Ya entiendo. Nadie le envidia la oportunidad de decirle adiós —dijo desviando la mirada hacia los montículos de tierra que cubrían la verde hondonada del cementerio—. Nosotros también nos hemos despedido de muchos de nuestros difuntos, tanto de los más recientes como de los que se fueron hace tiempo.
Kai volvió a sentir un nudo en la garganta.
—Mi padre y yo nos entendíamos bien o, al menos, él me entendía a mí. Siempre pensé que se esforzaba por alentarme, diciéndome que estaba orgulloso de mí sin llegar a creerlo del todo —dijo Kai repicando los dedos contra el pecho—. Después de Alyina y de todo lo que hice allí creí que finalmente tendría motivos para enorgullecerse de mí, pero entonces…
Phelan entrecerró los ojos y adoptó una expresión rígida.
—Estoy seguro de que se habría sentido orgulloso. Yo estuve en Alyina hace poco. Los Halcones de Jade y los Lobos son rivales y mantienen una relación ciertamente tensa. Cuando conocí a Taman Malthus, el comandante de la fortaleza, me di cuenta de que servirme de su nombre me permitiría negociar con él. A cambio de la promesa de su tío Daniel de no atacar, Malthus nos dio lo que necesitábamos. Mostró un profundo respeto por usted, un respeto puro y sincero. No sé qué hizo en Alyina que lo dejó tan deslumbrado.
—Taman Malthus es un buen hombre. Yo encomendé, y encomendaría todavía ahora, mi vida a él y no me defraudó —dijo Kai mirando a Phelan y al viejo Kell—, pero mis acciones en Alyina y en el resto de la guerra de los Clanes no fueron nada en comparación con los milagros que mi padre hizo hace veinticinco años. No obstante, creo que se habría sentido satisfecho.
—Los padres se enorgullecen de todo lo que hacen sus hijos, Kai. Yo lo hago —dijo Morgan dando unos golpecitos en el hombro de Phelan—, y creo que a su padre le habría gustado saber de sus peripecias en Alyina y también se habría sentido orgulloso de sus éxitos en Solaris. Usted ha conseguido batir su viejo récord y tengo entendido que su agencia ha alcanzado un número impresionante de victorias bajo su liderazgo.
Kai asintió respetuosamente hacia Morgan. Mi padre se habría sentido satisfecho con Lo que he hecho, ¿pero habría estado igual de orgulloso de que utilice Solaris como escondite?
—La guerra contra los Clanes supuso muchos cambios. Me gustaría creer que yo cambié para mejor, pero es difícil saberlo.
Aunque Phelan había adoptado una expresión más relajada, Kai tuvo la sensación de que quería retirarse.
—La guerra conlleva cambios e inconveniencias. A causa de la guerra, estoy separado de mi familia. El simple hecho de venir aquí para asistir al funeral de mi madre requirió que el príncipe Victor Davion enviase una petición solicitando mi presencia como representante del Clan de los Lobos al capiscol marcial de ComStar, que la aprobó y la envió al il-Khan para que la sopesase. Desearía que fuese distinto, pero soy consciente de que no puede ser. Estoy seguro de que usted también tiene que soportar ciertas inconveniencias.
—Sí, camaradas muertos y amigos desaparecidos —balbuceó Kai mientras la imagen de la morena Deirdre Lear se convertía de repente en el centro de sus pensamientos—. Hay veces en que aprender las lecciones que nos da la guerra sobre nosotros mismos nos separa de los seres queridos. Podemos rechazar la verdad de la lección aprendida y vivir en una especie de paz, pero la verdad permanecerá y se arraigará en nuestras almas, amenazando con destrozar nuestras vidas sin previo aviso.
Por una milésima de segundo, Phelan lo miró con curiosidad y asintió.
—Pese a lo mucho que nos gustaría, Kai, no podemos volver a ser los que fuimos antes de la guerra, ni debemos desear que así sea. La guerra nos dejó un inmenso vacío, nos reveló lo que somos, para qué nacimos y ahora no podemos dar la espalda a esa verdad porque, si lo hacemos, habrá quien encuentre la manera de utilizarla en nuestra contra.
Kai le devolvió la persistente mirada y, pese a sentir la inexplicable complicidad que se había establecido entre ambos, no olvidó lo diferentes que tenían que ser sus vidas para convertirse en lo que debían. Phelan, inmerso en una cultura que premiaba la habilidad marcial y el coraje por encima de todo, podía satisfacer sus deseos y sacar partido a su alma de guerrero. Mi mundo no es como el tuyo, Phelan. Yo sólo puedo jugar a ser un guerrero.
—Hacía mucho que no escuchaba a dos jóvenes guerreros pesimistas filosofar —dijo Morgan con la mirada fija en la tumba en la que descansaba su mujer y encogiéndose de hombros—. Yo ya he vivido demasiadas guerras, pero lo que he visto me recuerda que la vida continúa después de la guerra. En las adversidades encontramos facetas de nosotros mismos que desconocíamos. Establecemos nuevas relaciones y dibujamos nuevas perspectivas a partir de la fase de crisol.
Asintió en dirección a su hijo.
—Yo pensaba que había perdido a Phelan y ahora vuelve convertido en Khan de un Clan y acompañado de una mujer maravillosa. En medio de la muerte y la destrucción encontró una razón clave para vivir.
El rostro de Deirdre volvió a atravesar la mente de Kai.
—Su hijo es sumamente afortunado —dijo Kai al tiempo que desviaba la mirada hacia un pequeño grupo de gente que esperaba en silencio al cabo de la bahía de lápidas. Los cuatro iban vestidos de luto, tres de negro y uno de blanco—. Si las retransmisiones holovisuales que vi al llegar a Arc-Royal tienen algo de cierto, parece que Galen Cox y Katrina, la hermana de Victor, se han convertido en el punto de mira de la prensa. Seguro que es un encuentro del que todos los guerreros se lamentan.
Padre e hijo giraron la vista hacia el grupo que había detrás de ellos y asintieron solemnemente, lo que dejó claro a Kai que sus pensamientos no diferían de los suyos. La mujer de blanco, Omi Kurita, había sido enviada al funeral por el Condominio Draconis en representación de su reino. Ella y Victor Steiner-Davion se habían enamorado cuando la guerra obligó a sus naciones —eternos rivales con una larga historia de discrepancias entre ellos— a trabajar juntas para poner fin a la amenaza de los Clanes.
Phelan sacudió ligeramente la cabeza y uno de sus negros rizos le cayó sobre la frente.
—Entiendo por qué Victor la ama, pero lo compadezco. Nunca podrán estar juntos, nunca.
—Nunca es una palabra que a menudo acaba significando lo contrario, Phelan —dijo Morgan Kell con una maliciosa sonrisa en los labios—. Nadie habría dicho que el Condominio Draconis reconocería a sus combatientes expatriados en Solaris, pero esto también parece estar cambiando —añadió desviando la mirada hacia Kai—. Es obvio que la Nave de Descenso Taizai llevará a Omi-san a Solaris como símbolo de acercamiento a esa comunidad del Condominio.
Kai se quedó boquiabierto.
—¿Acaso es posible? Es decir, no es que dude de su palabra, coronel Kell, ¿pero dice que el coordinador ha enviado a su única hija a Solaris? Es un caso sin precedentes.
—Como lo será su séptima reconquista del título de campeón dentro de un año. Me han pedido que mantenga la ruta de su Nave de Descenso despejada para que pueda continuar su camino. He trazado el mismo recorrido y las mismas conexiones para cuando la Taizai lo traiga de vuelta a Solaris.
Kai se recompuso y asintió con la cabeza.
—Será más rápido que cualquier otra ruta comercial y le ahorra la dificultad de tener Naves de Descenso del Condominio pasando por cualquier punto de la isla de Skye. La fábrica de rumores de Steiner ya ha difundido un sinfín de sucias mentiras sobre Víctor abandonándome en Alyina e historias sobre él discutiendo con Galen Cox por lo de Katrina. Lo único que le falta es otro rumor sobre naves del Condominio operando en la Mancomunidad.
—Justo lo que pensaba, de ahí mi precaución. Por suerte, el odio patológico de Ryan hacia los Clanes lo mantiene preocupado por la visita de Phelan. Parece no haber advertido la presencia de Omi y espero que conserve la ilusión —dijo Morgan.
Mientras Morgan hablaba, Kai vio que los ojos se le iluminaban como antaño y se dio cuenta de que, pese a sus atroces lesiones, Morgan Kell siempre sería un férreo defensor de la línea de sangre Steiner y de la Mancomunidad Federada.
Morgan miró con desagrado las espesas nubes y se giró para observar la larga pendiente donde Katrina, Galen, Omi y su hija Caitlin esperaban pacientemente.
—Vengan conmigo, caballeros. Hemos enterrado a nuestros difuntos y hablado de guerras y de enemigos muertos y en vida. Olvidémonos de todos ellos por un momento. Brindemos por los vivos y celebremos los recuerdos de los seres que queremos y los que hemos dejado en el camino.
Kai se detuvo por última vez junto a la tumba e inclinó la cabeza solemnemente.
—Cuando veas a mi padre —murmuró— dile que su hijo todavía lo quiere.
Volvió a santiguarse y fue tras Morgan y su hijo sin echar la vista atrás mientras la neblina, cada vez más cerrada, se cernía sobre el cementerio como una mortaja.