Coda

Durante los siguientes meses y años, seguí las venturas y desventuras de Liu Ying, en espera de que llegara su momento de gloria.

Con la colaboración y buena voluntad de su madre, me reuní con Liu Ying en diversas ocasiones durante la última parte de 1999 y el invierno y la primavera del año 2000. Después de conocer la lista de los torneos y los partidos amistosos en que participaría el equipo, tanto en China como en el exterior, me dediqué a la tarea (sin consultar más con las autoridades futbolísticas) de convertirme en viajero frecuente de Dragonair, Mandarín Airlines y varias compañías aéreas internacionales.

Cuando era posible, reservaba vuelos que me llevaran a los lugares donde se celebrarían los partidos antes de la llegada del equipo, lo cual me daba tiempo para mezclarme con los miembros del comité de bienvenida (por lo general, un alegre grupo de aficionados que llevaban pancartas y flores), así como con los equipos de cámaras y periodistas de medios escritos que esperaban en las salas de los aeropuertos. Lo hacía con la esperanza —esperanza que invariablemente se cumplía— de encontrar a alguien que hablara inglés lo suficientemente bien como para reclutarlo por horas para que me acompañara al campo de fútbol y me ayudara, en caso de que necesitara entender algo que dijeran en chino. Eso no fue difícil en Hong Kong, donde se habla inglés en todas partes, pero fue crucial en lugares como Tainan, en la isla de Taiwán, y en la ciudad portuaria de Xiamen, en la parte sureste de la China continental, una antigua dudad de pescadores que en las últimas décadas se había convertido en lo que por lo general se reconocía como la capital del contrabando en la República Popular China.

Cuando volé a Xiamen para ver un partido amistoso entre el equipo chino y el equipo femenino de Australia, toda la administración municipal estaba bajo investigación por parte de cientos de inspectores del gobierno central que creían que algunos agentes de la aduana estaban defraudando al gobierno mediante la importación ilegal de mercancías y productos por un valor de cerca de siete mil millones de dólares: petróleo, automóviles, equipos telefónicos, semiconductores, cigarrillos. Con el tiempo esta investigación llevaría al arresto no sólo de los agentes de aduana sino del segundo funcionario en importancia de la alcaldía, el jefe de policía, varios jefes regionales del Partido, banqueros y funcionarios de distintas empresas, muchos de ellos afiliados a una firma grande que se dedicaba a patrocinar partidos de fútbol en la región. Es probable que yo estuviese sentado entre algunos de estos funcionarios en la tribuna del estadio de Xiamen, mientras que seis mil espectadores más animaban al equipo chino que, liderado por Liu Ying —quien anotó dos goles—, derrotó al equipo australiano cuatro a dos. Liu Ying estaba muy contenta con su actuación y después del partido me invitó (junto con mi nuevo mejor amigo, un publicista chino que había aprendido inglés mientras asistía a la universidad en Perth, Australia) a pasar un tiempo con ella en el balneario donde se estaba alojando el equipo, en la isla Gulangyu, a la cual se llegaba mediante un ferry; el principal restaurante del hotel era atendido por camareras en patines.

La siguiente vez que vi a Liu Ying fue en la ciudad de Albufeira, en el sur de Portugal, a mediados de marzo, cuando el equipo se alojó durante diez días en un hotel frente a la playa mientras participaba en la séptima edición de los juegos anuales de la Copa Algarve o Mundialito femenino, donde se enfrentó a muchos equipos nacionales que estaban clasificados para participar en los próximos Juegos Olímpicos. Vi a Liu Ying cuando marcó un gol en la victoria contra Finlandia y jugó muy bien en defensa en los partidos siguientes contra Canadá y Noruega, aunque las chinas perdieron contra las noruegas, que perdieron, a su vez, contra las estadounidenses en la final de la Copa Algarve. Esperaba ver a Liu Ying tres meses después en Estados Unidos, a comienzos del verano, cuando el equipo chino visitaría tres ciudades (Hershey, Pensilvania; Louisville, Kentucky, y Foxboro, Massachusetts), mientras participaba en una competición contra equipos de otros países. Pero Liu Ying no pudo viajar. Estaba en una silla de ruedas, hospitalizada después de chocar contra una jugadora rival a finales de mayo durante un partido amistoso. Aunque se rompió tres costillas y sufrió otras lesiones, ella insistía en que se recuperaría a tiempo para competir en los Juegos Olímpicos, que fue la razón por la cual viajé desde Nueva York hasta Sydney, Australia, a comienzos de septiembre de 2000.

Durante lo que pareció ser un vuelo interminable, cuyo mejor momento fue el aterrizaje en Hawai para reabastecernos de combustible, mi mente se dedicó a fantasear e imaginar situaciones llenas de lugares comunes, en las que veía una confrontación entre los equipos de China y Estados Unidos por la medalla de oro, y una escena de último minuto en la cual Liu Ying estaba a punto de lanzar un penalti… en un estadio lleno de gente y bullicio… mientras millones de personas observaban en todo el mundo a través de la televisión… cuando bajaba la cabeza y chutaba el balón… mis allá del cuerpo estirado de Briana Scurry… la misma que había parado el lanzamiento de Liu Ying el año anterior… y había presumido frente a la prensa estadounidense diciendo… «Ésta es la mía».

Pero ninguna de mis fantasías se haría realidad durante los Juegos Olímpicos del año 2000 en Sydney. Ése resultó ser un evento en el cual Liu Ying nunca estuvo en el centro de atención. Sin poder jugar al máximo de su capacidad como resultado de la lesión que había sufrido anteriormente, observó desde el banquillo cómo su equipo era derrotado de manera sorprendente por Noruega en un partido que quedó tres a cero durante una de las primeras rondas de clasificación, lo cual eliminó rápidamente a China de la competición.

Pocos días después, volé desde Sydney hasta Pekín y vi a Liu Ying en tres o cuatro ocasiones durante el mes que permanecí en la ciudad. Estaba decepcionada pero no era pesimista, pues creía que el equipo volvería a recuperar su nivel si aumentaba el sentido de compromiso, y que, al recuperar toda su capacidad, ella misma contribuiría mucho al éxito del equipo como miembro de la alineación titular. Sin embargo, la prensa china decía que el equipo estaba envejeciendo y era muy proclive a las lesiones y que lo que se necesitaba eran jugadoras más jóvenes y un nuevo entrenador.

Volví a China durante dos semanas en 2001, después de varias manifestaciones celebratorias del anuncio por parte del Comité Olímpico Internacional, el 14 de julio, de que Pekín había sido elegida como la ciudad donde se tendrían lugar las Olimpiadas de verano de 2008. Entre los millones de chinos que se reunieron en la Plaza Tiananmen y a lo largo del Bulevar Chang’an estaban Liu Ying, su madre y muchos miembros de su familia, aunque la noticia aceleró los esfuerzos de los urbanizadores por modernizar la ciudad y reemplazar cientos de comunidades que vivían en hutongs por edificios altos y avenidas lo suficientemente anchas como para albergar tres millones de automóviles, es decir, el doble de la cantidad en ese momento.

Cuando regresé a Pekín durante dos semanas en 2002, la casa con patio en la cual había nacido y se había criado Liu Ying había sido demolida y era parte de una inmensa extensión llena de escombros. Durante un tiempo algunos propietarios de casas opusieron una obstinada resistencia y pegaron pedazos de vidrios y botellas en el borde de sus tapias, en un intento por alejar a los intrusos que pasaban por encima; el mayor temor no eran los ladrones sino los rufianes que habían sido contratados por los urbanizadores para arrojar piedras a través de las ventanas y realizar otros actos de vandalismo contra las personas que hacían caso omiso de los avisos de desalojo expedidos por las autoridades civiles. Inevitablemente, las veintisiete personas que vivían en el número 74 de Wuding Hutong se dispersaron a distintos lugares y las únicas que permanecieron juntas fueron la madre y la abuela de Liu Ying. La abuela sólo recibió veinticinco mil dólares como parte del pago de una vivienda de cuatro estancias en el quinto piso de un edificio de apartamentos de dieciocho y pintado de rosa, situado en el extremo sur de la dudad, que costaba setenta y cinco mil dólares. Yo visité el apartamento, que tenía dos dormitorios, calefacción eléctrica y una cocina y un baño modernos. Encima del arco de entrada al comedor había un letrero rojo de madera que decía: 74 wuding hutong.

Tenía planeado regresar a China en septiembre de 2003 para asistir a los partidos del Mundial que debían celebrarse en la ciudad de Shanghái, pero el evento fue reubicado en Estados Unidos debido a la epidemia de SRAS (Síndrome Respiratorio Agudo Severo) que estalló en China en primavera. Ni Liu Ying ni sus compañeras de equipo cayeron enfermas, porque estaban aisladas del público, pero durante un partido de preparación que tuvo lugar meses antes del Mundial, Liu Ying volvió a sufrir una lesión grave. Esta vez se dislocó la rodilla izquierda y tuvo que someterse a una cirugía. Finalmente acompañó al equipo a Estados Unidos, pero jugó un tiempo limitado, pues carecía de su agilidad y velocidad usuales. Después de que el equipo fuera eliminado por Canadá en una de las rondas preliminares, el nuevo entrenador (que se había hecho cargo del equipo el año anterior y que, a su vez, sería despedido un año después) informó a Liu Ying de que ya no era parte del equipo nacional. El entrenador dijo que estaban surgiendo jugadoras jóvenes y sólo cuatro de las veintidós futbolistas de la alineación de 1999 representarían a China en las Olimpiadas de 2004 en Atenas. Pero el equipo de jóvenes no supuso ningún progreso, pues fueron derrotadas por Alemania ocho a cero, a lo cual siguió un empate a uno con México, lo que llevó a la eliminación de China en la primera ronda. El equipo de Estados Unidos se quedó con la medalla de oro al derrotar al de Brasil dos a uno, en un partido con prórroga.

Desde entonces he permanecido en contacto con Liu Ying vía correo electrónico o fax con la ayuda de traductores, o a través de llamadas telefónicas desde mi casa en Nueva York, mientras un intérprete escucha desde una extensión. Durante una reciente conversación, Liu Ying me dijo que está pensando volver a estudiar, en una universidad en Pekín. Dijo que su ambición es convertirse en instructora de educación física, al igual que su padre.

Entretanto, terminé definitivamente mis notas sobre Liu Ying y comencé a escribir:

CAPÍTULO 1

No soy, y nunca he sido, amante del fútbol. Probablemente esto se debe en parte a mi edad y al hecho de que cuando era un jovencito en la costa sur de Nueva Jersey, hace medio siglo, ese deporte era prácticamente desconocido para los norteamericanos, excepto para aquellos que habían nacido en el extranjero. Y aunque mi padre había nacido en el extranjero —era un distinguido pero sobrio sastre venido de un pueblito calabrés del sur de Italia, que se convirtió en ciudadano de Estados Unidos a mediados de los años veinte—, las referencias sobre el fútbol que me pasó estaban asociadas a sus conflictos de infancia con ese deporte y a su deseo de jugar al fútbol en las tardes con sus compañeros de escuela en un patio italiano y no limitarse a verlos jugar mientras cosía sentado junto a la ventana trasera de un taller en donde trabajaba de aprendiz…