26.

Muchos podrán preguntarse por qué no abandoné a mi marido antes. Aunque lo pensé muchas veces, la razón es el compromiso, un sentido del compromiso que aprendí mientras crecía en medio de una familia muy afectuosa en Venezuela. Mi madre y mi padre llevan veinticinco años de casados y todavía están muy enamorados. Ellos me enseñaron a comprometerme con mi marido de por vida y que el divorcio no era una opción. Gran parte de mi «sueño americano» era casarme con un hombre y pasar con él el resto de la vida. Yo no era perfecta, pero estaba dedicada a que triunfáramos como pareja y a hacer que nuestro matrimonio funcionara, costara lo que costara. A lo largo de todo el tiempo, tuve una fuerte fe en Dios y continuamente mantuve la esperanza de que de alguna manera, a través los buenos consejos y el perdón, nuestro matrimonio se salvara […]

A mediados de junio de 1993 estaba desesperada […] El 23 de junio, poco después de las 3.00 a. m., John regresó a casa borracho y yo fui otra vez brutalmente atacada y violada a la fuerza contra mi voluntad […] Todo el mundo tiene un límite, y eso fue la gota que colmó el vaso.

Copyright, 1993, Lorena L. Bobbitt.

Reservados todos los derechos.

Contacto: Paradise Entertainment

Corp., Culver City, Calif, 90230.

Alan Hauge, 818/773-1317

La anterior declaración fue redactada para Lorena Bobbitt por un guionista y director de cine de California relativamente desconocido, Alan Hauge, quien temporalmente hacía las veces de asesor mediático. Hauge era un individuo corpulento, de ojos azules y cabello rubio, que parecía mucho más joven que los cincuenta años que tenía, y que venía a Virginia para asistir a reuniones y conferencias de prensa con Lorena, vestido a la moda que adoptan muchos de los que viven en la periferia de la fama en la industria del entretenimiento: botas de cowboy, vaqueros, una gorra de béisbol y una chaqueta de cuero, en cuyo bolsillo había un teléfono móvil que no dejaba de sonar y que Hauge invariablemente contestaba con tono animado y una sonrisa en la cara. Sin importar lo que oyera al otro lado de la línea, la expresión facial de Hauge siempre sugería que estaba recibiendo buenas noticias.

Había conocido a Lorena a través de un ex colega del campo de la producción cinematográfica que se había hecho amigo de Jana Biscutti en Virginia, y mientras planeaba las relaciones de Lorena con la prensa, Hauge la convenció para que cooperara con él en la escritura de un guión acerca de su vida. Aunque nunca antes había escrito ni dirigido ninguna película exitosa, Hauge era el dueño de los derechos cinematográficos de la historia de James Dean, la estrella de Hollywood que murió a los veinticuatro años en un accidente automovilístico ocurrido en 1955, después de haber protagonizado tres cintas muy reconocidas: Al este del Edén, Gigante y Rebelde sin causa. En 1988 los herederos de James Dean le vendieron los derechos cinematográficos a Hauge porque el guión de este último presentaba una imagen más positiva que los de los otros posibles guionistas, que tendían a centrarse en los supuestos problemas de drogas del actor fallecido, en los rumores acerca de su intimidad con hombres y en su afinidad natural con los personajes rebeldes y solitarios que representó en la pantalla. Pero cuando conocí a Hauge en Manassas, durante el verano de 1993, poco después de la aparición de Lorena Bobbitt en su audiencia preliminar —y cinco años después de que Hauge consiguiera la aprobación de los parientes de Dean—, admitió que el proyecto Dean todavía no estaba listo para producción, aunque insistió en que algún día se convertiría en una magnífica película, y sentía lo mismo con respecto a su futura cinta basada en la vida y las aventuras de Lorena. Adicionalmente, me explicó que las dos películas serían filmadas en un espacioso edificio que poseía al oeste de Los Ángeles, en Culver City. Hauge se refería al edificio como GMT Studios y añadió que las letras significaban «Great and Mighty Things», una frase que había sacado de sus lecturas del profeta Jeremías («Grítame, y te contestaré, te comunicaré cosas grandes e inaccesibles que no conoces»).

Alan Hauge era un devoto cristiano al que le gustaba citar la Biblia, un hombre cuyas declaraciones y comentarios despertaban con frecuencia mi escepticismo, aunque mi opinión de él probablemente estaba influenciada por el hecho de que Hauge se negó rotundamente a apoyar mis planes con respecto a Lorena. No le importaba hablar conmigo acerca de su propia carrera, pero insistió en que Lorena se mantuviera alejada de mí mientras seguía su plan de conceder entrevistas solamente a 20/20 y Vanity Fair. Ambas entrevistas se hicieron luego públicas, con los comentarios de Lorena, poco antes de su primera aparición ante el tribunal en otoño. Molesto con este arreglo, hice todo lo que pude para establecer contacto con ella a espaldas de Hauge, y planeé mis acercamientos en aquellos días en que sabía que él no estaba en Virginia. Apelé personalmente al principal abogado de Lorena, James Lowe, a quien vi en tres ocasiones después de presentarme de improviso en su oficina. Traté de persuadir a Janna Biscutti de que me permitiera hablar con Lorena en su casa, donde ésta se estaba quedando desde el incidente. Le escribí directamente a Lorena varias cartas y le envié por correo ejemplares de mis libros firmados. Pero estos y otros esfuerzos similares por mi parte fueron infructuosos y, además, ya fuera porque Alan Hauge estuviera en Los Ángeles o en otra parte, siempre se enteraba de lo que yo estaba intentando y cuando regresaba a Manassas me lo hacía saber. «Tengo entendido que usted está aumentando la lista de lecturas de Lorena», me dijo una tarde que nos cruzamos cerca del tribunal. Sonreía, como de costumbre.

Yo no sabía muy bien qué pensar de él ni cómo tratar con él de manera eficaz. En abierto contraste con su gusto por la ropa de vaquero, era un hombre fino y cosmopolita y también amable con todo el mundo, con un trato similar al que muchos pastores exhiben cuando están saludando a los feligreses después de los servicios del domingo. Y, sin embargo, a pesar de todo su tacto y buena disposición, Hauge se mantuvo inamovible en lo que tenía que ver conmigo y su actitud contrastó enormemente con la cooperación que recibí por parte del caballero que estaba manejando las relaciones públicas de John Bobbitt. A John Bobbitt tuve todo el acceso que quise, un privilegio que agradecí, aunque representaba un gran consumo de tiempo debido a la tendencia de Bobbitt a repetirse.

El asesor mediático de John Bobbitt, Paul Erickson, era un solterón delgado y conversador de treinta y dos años que se vestía de manera conservadora y había obtenido un diploma en Economía de la Universidad de Yale en 1984. Erickson medía metro noventa, tenía el cabello oscuro y rizado, que le estaba empezando a escasear en la coronilla, y unos ojos color café y profundos que parecían reflejar intensidad ya estuviera dedicado a sus responsabilidades profesionales o a sus pasatiempos favoritos, tales como el paracaidismo acrobático, el esquí, la natación y tocar jazz con su saxofón. Sus negocios incluían una firma urbanizadora que operaba independientemente de su oficina en Washington D. C. y de vez en cuando se involucraba en distintas actividades, como asesorar a candidatos políticos que compartían sus opiniones como republicano. Durante los primeros cinco meses de 1992, Erickson trabajó como gerente de la campaña de Pat Buchanan, cuando este último estaba buscando la nominación de su partido para la Presidencia. En el verano de 1993, para su sorpresa —aunque rápidamente se dio cuenta de que éste también era un asunto político pero de otra índole—, trabajaba para mejorar la imagen pública de John Bobbitt.

Erickson tomó contacto con John a través de uno de sus socios de negocios, que era amigo de uno de los cirujanos de Bobbitt y le pidió a Erickson que le recomendara una firma de abogados que pudiera defender al convaleciente ex infante de marina del cargo de violación que había presentado Lorena. Erickson conocía a muchos abogados que trabajaban en Washington y sus alrededores (él mismo tenía un título en Derecho de la Universidad de Virginia, obtenido en 1988, aunque nunca había ejercido), pero sólo comenzó a pedir asesoría para Bobbitt después de ir a Manassas e interrogarlo extensamente acerca de lo que probablemente se debatiría en la corte. Antes de su encuentro, Erickson no se sentía inclinado a favor de Bobbitt; por el contrario, la cobertura periodística anterior al juicio lo había inclinado a favor de la posición de Lorena. Erickson pensaba que vivir con John Bobbitt debía de haber sido intolerable; Lorena estaba casada con un tipo peligroso y no tenía otra opción que defenderse.

Pero después de que Erickson escuchó la versión de John Bobbitt —y pasó algún tiempo con otras personas que estuvieron relacionadas con la pareja durante los cuatro años que duró su matrimonio—, concluyó que la versión de Lorena buscaba beneficiarla a ella y se alejaba de la verdad. Erickson contactó entonces con una abogada de Alexandria que había sido compañera suya en la escuela de leyes, y ella, a su vez, le presentó a un socio de su firma, un hombre de cuarenta y seis años, delgado, elegante, sencillo y de hablar suave llamado Gregory Murphy, que también había obtenido su diploma de Derecho en la Universidad de Virginia. Murphy era un abogado litigante con amplia experiencia en asuntos penales y civiles: tráfico de drogas internacional, fraudes en contratos, infracciones a la ley de patentes, bancarrotas, divorcios y casos de bienes inmuebles, y una vez había defendido con éxito a una granja ganadera que estaba involucrada en una disputa legal acerca de los derechos sobre el semen de un animal muerto que había sido promocionado como un reproductor potencialmente valioso. Después del juicio, los clientes de Gregory Murphy le regalaron un recuerdo de su victoria: un bastón color caoba hecho con la piel tratada del pene de un toro. Murphy lo mantenía en su oficina y, cuando Erickson fue a verlo, Murphy le explicó de manera jocosa qué era; los dos hombres estuvieron de acuerdo en que el bastón podía representar un buen augurio si Murphy decidía aceptar a John Bobbitt como cliente.

Murphy tuvo dudas al comienzo. En el pasado había obtenido un magnífico récord en los tribunales defendiendo a mujeres que se enfrentaban a maridos descritos como violentos; ahora Murphy se preguntaba si podría ser igual de eficaz al buscar justicia para un marido de tal descripción, en especial uno que la prensa venía presentando como un ex infante de marina que pasaba el tiempo de bar en bar. Sin embargo, una vez que Murphy aceptó la sugerencia de Erickson y fue a ver personalmente a Bobbitt, comenzó a pensar, igual que le había ocurrido a Erickson antes, que la versión de Bobbitt tenía méritos legales y bien podía conducir a una exoneración. John Bobbitt insistía de manera convincente en que no había violado a su esposa antes de la mutilación y el médico que examinó el cuerpo de Lorena en el hospital después del incidente declaró que no había encontrado ninguna señal física de trauma o relaciones sexuales recientes. El doctor también afirmaba en su informe que Lorena había estado calmada durante el examen, sin mostrar el menor signo de la histeria que normalmente se observaba en presencia de mujeres que se quejaban de una violación. Las protestas de Lorena en ese momento parecían estar más enfocadas a lo que ella describía como las deficiencias de John Bobbitt como amante: «… no espera a que yo llegue al orgasmo», dijo en esa entrevista con el detective Weintz después de entregarse a la policía. «Es muy egoísta. No me parece justo. Así que le quité las sábanas y lo hice.»

Gregory Murphy y otros miembros de su equipo de abogados trabajaron a lo largo del verano y el otoño de 1993 para preparar la defensa de John Bobbitt. Verificaron los hechos que se presentarían en la corte. Entrevistaron a varias personas a las que podrían llamar a declarar. También prepararon a Bobbitt todo lo que pudieron, con la esperanza de mejorar sus capacidades de expresión antes de que tuviera que hablar en presencia de un jurado. Entretanto, Paul Erickson siguió trabajando como asesor mediático de Bobbitt, aunque ni Erickson ni Murphy creían poder hacer mucho antes del juicio para contrarrestar lo que consideraban como la ventaja de Lorena en lo que se refería a las relaciones públicas. En su opinión, la prensa era excesivamente propensa a publicar artículos que contenían declaraciones feministas que vinculaban el caso de Lorena a la campaña nacional a favor de las esposas maltratadas, y Lorena tenía el apoyo adicional de grupos de latinoamericanos bien organizados de Virginia, Maryland y Washington D. C., muchos de los cuales habían sido impulsados a expresarse a favor de ella por la emisora de radio hispanoparlante de la región WILC, cuyo gerente había sido buscado por Alan Hauge, a sugerencia de Lorena. (Lorena también tenía una idea acerca de quién podría representar su papel en el cine, si Hauge lograba sacar adelante su proyecto cinematográfico: Marisa Tomei, la actriz morena que Lorena creía que se parecía mucho a ella y a la cual Lorena había visto y admirado en el papel que había desempeñado en la reciente película Mi primo Yinny.)

El hecho de que Hauge hubiese hecho arreglos para la próxima aparición de Lorena en 20/20 y en las páginas de Vanity Fair no impedía que Paul Erickson buscara tribunas similares para su cliente. Es más, tanto el programa de televisión como la reportera de la revista habrían estado encantados de darle a John Bobbitt la oportunidad de presentar su punto de vista; pero Erickson decidió no hacerlo. Después de que yo llamara a su oficina y dejara un mensaje cuestionando esa decisión, Erickson me envió su explicación por fax: «John carece de las capacidades verbales y mentales para convertirse en un paladín o un mártir coherente. Y si intenta desempeñar cualquiera de esos papeles y no lo logra, estoy casi seguro de que eso conducirá su defensa legal al fracaso. Como espectadores, no tenemos derecho a pedirle a John que pase diez o veinte años de su vida en el intento inútil de escribir “Cartas desde una cárcel en Manassas”, en torno a un conflicto que está más allá de su comprensión, aunque simbólicamente relacionado con su anatomía». Erickson agregó además que, aunque Alan Hauge podía aspirar a transformar la imagen de Lorena Bobbitt en la de Rebecca de Sunnybrook Farm, él personalmente estaba convencido de que la mujer tenía una «personalidad psicopática». Aunque «la conducta psicopática es extremadamente rara entre las mujeres», admitía Erickson.

Aunque el cinco por ciento de los hombres adultos de Estados Unidos son psicópatas, menos del uno por ciento de las mujeres podrían clasificarse dentro de tal diagnóstico. Con todo, la severidad y la particularidad de este ataque convierten a Lorena en una candidata de primera línea para un examen mental. Usted habrá notado que he hecho caso omiso de cualquier explicación del comportamiento de Lorena como atribuible al «síndrome de la esposa maltratada». Esto se debe a que, en mi opinión, los hechos no apoyan esa conclusión. Lorena no estaba en riesgo inminente y continuo de sufrir lesiones físicas extremas; en la madrugada del ataque no hubo ningún evento detonador que hubiese podido causar una respuesta súbita e inusualmente violenta […] Casi con absoluta seguridad Lorena era una esposa celosa, pero en ningún sentido extremo era una esposa maltratada.

Erickson seguía teorizando acerca de que el temperamento sudamericano de Lorena, combinado con su tradición cultural, hacían que para ella el hecho de cortar el pene fuera una respuesta apropiada al abandono o la infidelidad masculinos.

Aunque nunca he estado en la tierra natal de Lorena, Ecuador, y ciertamente no era el más apropiado para comentar las tendencias «castradoras» de sus mujeres, la última afirmación de Erickson me parecía absurda. Sin embargo, meses después la Associated Press informó desde Quito, la capital de Ecuador, lo siguiente:

Una organización feminista amenazó el viernes con castrar a cien norteamericanos si la ciudadana ecuatoriana Lorena Bobbitt es condenada por cortar el pene de su marido John en junio, en lo que al parecer fue un intento por poner punto final a sus supuestos abusos sexuales […] La Asociación Nacional de Feministas de Ecuador hizo la amenaza mediante llamadas telefónicas a varios medios de comunicación locales. La Asociación también organizó una jornada de protesta el viernes a mediodía, en el exterior del Consulado americano, en la dudad portuaria de Guayaquil, doscientos setenta kilómetros al suroeste de Quito. Cerca de cien personas con carteles que tildaban el caso de un ejemplo de racismo gritaron consignas a favor de Lorena Bobbitt y reunieron firmas en señal de solidaridad. La señora Bobbitt nadó en el pequeño pueblo de Bucay, al sur, donde sus familiares asistieron a un servido religioso para orar por un veredicto favorable.

Sin que tenga nada que ver con el caso de los Bobbitt —pero ¿cómo estar seguro?—, un reciente comentario hecho por el escritor Gabriel García Márquez, ganador del Premio Nobel, mientras se encontraba en México asistiendo a un congreso internacional sobre la lengua española, señalaba que en Ecuador había no menos de ciento cinco palabras para denominar el órgano sexual masculino, muchas de las cuales eran desconocidas en España. Esta declaración, que apareció en el New York Times, no ofrecía ninguna explicación del porqué.