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A finales de octubre de 1993, cuando cientos de antiguos estudiantes de la Universidad de Alabama estábamos reunidos en el campus para el partido de fútbol americano y otras festividades que formaban parte de la reunión anual de ex alumnos, me enteré de que, hacía unos días, una estudiante blanca de dieciocho años y natural de Selma había sido raptada del aparcamiento de su residencia por un hombre negro armado que la violó, después de llevarla a unos diez kilómetros del campus y obligarla a bajar del coche en un área apartada de la carretera.

El jueves 28 de octubre, día en que viajé desde Nueva York hasta Alabama, The Birmingham Post-Herald publicó una nota de siete párrafos que relataba los hechos. La historia aparecía muy poco destacada en una página interior del periódico, bajo un titular de medio centímetro que decía: «Raptan del estacionamiento a una estudiante de la UA y la violan». El artículo no mencionaba que la estudiante era blanca y natural de Selma y tampoco especificaba la raza de su atacante. Sin embargo, al declarar ante la policía, la muchacha afirmó con seguridad que el agresor era un hombre negro de poco más de veinte años, y agregó que medía aproximadamente uno ochenta y pesaba cien kilos y que había usado una pistola para meterse en su coche, mientras ella aparcaba al regresar a su residencia, cerca de la 1.15 a. m. Según el testimonio de la muchacha, después de raptarla y violarla, el hombre la volvió a llevar al aparcamiento, dejó las llaves del coche en el pavimento, debajo del parachoques trasero, y desapareció.

Tanto el reportero del Post-Herald como el editor que escribió el titular tomaron la decisión de no identificar la raza de la víctima ni del violador. Los dos periodistas eran hombres y blancos. El reportero era un estudiante de tercer año de Periodismo de la Universidad de Alabama llamado Sean Kelley, que tenía veinte años, ojos azules y cabello rubio, y que, además de ser editor del periódico del campus, The Crimson White, trabajaba como corresponsal en la universidad del Post-Herald, posición que yo también ocupé durante mis días de estudiante en Alabama, cuarenta años atrás.

Mi regreso a la universidad en 1993 no sólo tenía el propósito de asistir a la reunión de ex alumnos y disfrutar de la compañía de otros antiguos estudiantes en un partido de fútbol y en las fiestas organizadas para la ocasión, sino participar en la celebración de los cien años de The Crimson White y ser el orador de un banquete al que asistirían miembros antiguos y actuales del equipo del periódico. Como Sean Kelley quería entrevistarme antes de eso a propósito de un artículo que estaba preparando para el periódico de la universidad, me fue a recibir a Birmingham y, durante el viaje de una hora entre el aeropuerto y el campus de Tuscaloosa, tuve oportunidad de entrevistarlo a él acerca de la manera como había cubierto la historia de la violación en el Post-Herald de esa mañana.

Comencé por afirmar que la dirección del Post-Herald habría presentado la historia de una manera muy diferente si el incidente hubiese ocurrido cuando yo era el corresponsal del periódico en el campus. En 1953, en lugar de enterrar la nota en las páginas interiores, la noticia habría aparecido en la primera página y habría destacado, y no escondido, el hecho de que se trataba de una violación interracial, y esta revelación probablemente habría despertado la rabia y el temor de los lectores blancos, de una manera semejante a lo que sucedió en Selma en 1953, durante el caso de William Earl Fikes.

«No le voy a discutir que mi historia quedó enterrada en el periódico de esta mañana», dijo Kelley, mientras conducía el coche por la carretera. «Pero aun así pienso que el asunto se manejó de manera apropiada.» Insistió en que no era una historia acerca del conflicto interracial sino una historia acerca de una violación. Sin embargo, aceptaba que su juicio periodístico se había dejado influenciar por sus sensibilidades raciales y su renuencia a «mancillar a la raza negra al identificar al violador como un hombre negro». Dijo que se sentía orgulloso de formar parte de la primera generación de blancos del Sur que había crecido en medio de una sociedad integrada. Cuando era niño asistió a escuelas públicas junto a otros niños negros y compartió ratos con ellos en campos deportivos, cines y nadó con ellos en las piscinas públicas. Kelley había nacido en Birmingham en 1973 —diez años después de que el doctor King escribiera su famosa «Carta desde una cárcel en Birmingham»; diez años después de que dos estudiantes negros, escoltados por agentes federales, pasaran frente a un disgustado gobernador Wallace para entrar en la Universidad de Alabama—, y aunque sus padres y sus abuelos se vieron obligados a adaptarse a los cambios que les impusieron fuerzas externas, él no tenía ningún conflicto con las circunstancias que había heredado. Los tormentosos sesenta ya eran parte del pasado. Él formaba parte del presente. En la secundaria salió varias veces con una chica negra. Tenía muchos amigos y amigas negros en la Universidad de Alabama. Había estudiantes negros trabajando con él en The Crimson White. Aunque aceptaba que la mayor parte de los estudiantes tendían a relacionarse con los de su misma raza en su vida privada —las fraternidades y clubes femeninos del campus-eran exclusivamente blancos o negros—, los dormitorios eran totalmente integrados, y de los diecinueve mil estudiantes de pregrado de la universidad, más de dos mil eran afroamericanos.

«Pero ¿qué habría pasado si una de esas mujeres afroamericanas que circulan por el campus hubiese sido violada por un hombre blanco de Selma?», pregunté. «¿Cómo habrías presentado esa noticia?»

«Ésa es una pregunta hipotética y realmente no tengo una respuesta», dijo. Después de pensarlo un poco, agregó que si la situación hubiese sido al revés —violador blanco y víctima negra—, la noticia probablemente habría suscitado una protesta pública liderada por activistas negros del estudiantado y esto sin duda habría atraído la atención de los medios de fuera del Estado. Kelley dijo que suponía que sería así debido a lo que él mismo había visto durante su primer año en el campus, en 1991. Tras enterarse de que unas estudiantes blancas habían asistido a la fiesta de disfraces de una fraternidad con la cara pintada de negro y balones de baloncesto metidos debajo de la falda para simular que estaban embarazadas, Kelley decidió publicar un relato de esto en The Crimson White. Su historia fue registrada por la Associated Press y dio la vuelta al país. A los pocos días apareció en el campus de Alabama un equipo de cámaras de la CNN que quería filmar las protestas lideradas por los negros, a las cuales se unieron varios estudiantes blancos que también se sentían ofendidos. Cientos de manifestantes marcharon frente a la casa de la fraternidad Sigma Chi, donde se desarrolló la fiesta de disfraces, y alguien lanzó un ladrillo a través de una de las ventanas del edificio. La multitud también se reunió frente a la casa del club femenino Kappa Delta, al que pertenecían las chicas que protagonizaron el escándalo, para gritar consignas de condena a las ventanas y puertas cerradas de la mansión de columnas blancas custodiada por una fila de agentes de policía.

Ésta fue la primera vez que Sean Kelley vio cómo su periodismo podía inflamar y enardecer las pasiones de otras personas, y la experiencia le inculcó un altísimo sentido de la responsabilidad e incluso sentimientos de remordimiento. Al llamar la atención nacional hacia lo que él describió como la «estupidez» de unas cuantas chicas blancas, había resucitado involuntariamente en el campus de la UA el espectro de George Wallace, una asociación que no deseaba ni merecía ninguno de los contemporáneos de Kelley, y tampoco los miembros de la generación anterior. La conducta de esas chicas no era una actitud típica del alumnado de UA, explicó Kelley, y sin embargo él había tomado la decisión de exponerlas públicamente en el diario porque buscaba el reconocimiento que esto podría traerle en su calidad de joven reportero investigador. Su historia apareció en la primera página de The Crimson White y también fue un valioso aporte a su portafolio cuando solicitó el puesto de corresponsal de The Birmingham Post-Herald, el cual obtuvo en 1992.

Pero un año después, mientras hablaba conmigo en el coche durante mi visita para la reunión de ex alumnos, Kelley dijo que ya no estaba totalmente seguro de querer seguir la carrera de periodista después de graduarse. Sólo sabía que en su nota acerca de la violación para el Post-Herald de esa mañana había hecho caso omiso del tema racial. No había querido arriesgarse a estereotipar a la gente de color y tampoco había querido darle a la historia una dimensión sensacionalista al revelar que la víctima había sido una mujer blanca natural de Selma.

Durante los días que me quedé en el campus, la policía no obtuvo ninguna otra información acerca del caso de violación. Se aumentó rápidamente el número de guardias de seguridad en los aparcamientos de la universidad, y en los paneles de información de las residencias y en otras partes se fijaron panfletos que alertaban a todo el mundo sobre el suceso. Pero en las semanas y meses que siguieron, la identidad del violador continuó siendo un misterio y, según me informó Sean Kelley en los meses posteriores, por medio del correo o durante nuestras múltiples conversaciones telefónicas, en el campus de Alabama se impuso una reacción notoriamente silenciosa ante el caso de violación. No hubo marchas organizadas por las feministas blancas a favor de «Reclamar la noche»[16], ni discusiones interraciales organizadas por ningún líder estudiantil, ni artículos que le hicieran seguimiento al caso en la prensa de Alabama. Después de que Kelley publicara una nota corta en The Crimson White, similar a la que hizo para el Post-Herald, el editor de Birmingham le dijo que no se necesitaba más cobertura. En esencia, me dijo Kelley, todo el mundo estaba de acuerdo en que se trataba de una historia pasajera.

Con la ayuda de Sean Kelley, pude concertar una entrevista con la jovencita de Selma durante una de mis visitas posteriores a la Universidad de Alabama. Ella accedió a encontrarse conmigo, con la condición de que no publicara su nombre, pero en las dos reuniones que tuvimos básicamente me contó lo que ya le había dicho a la policía. Dijo que esperaba olvidar lo que le había sucedido lo más pronto posible y concentrarse en sus estudios para graduarse algún día en Educación. Su padre también se había graduado en la Universidad de Alabama, dijo, y gracias a que logré conseguir la dirección de sus padres, pude reunirme con ellos la siguiente vez que estuve en Selma.

Tanto el padre como la madre eran miembros de prominentes familias de la vieja guardia. La madre apenas abrió la boca durante la entrevista, pero el padre sí tenía mucho que decir.

«Me habría gustado matar a ese hombre por lo que le hizo a mi hija», dijo. «Y podría haber averiguado quién lo hizo, si hubiese querido», siguió diciendo, al tiempo que sugería que la policía no había sido capaz de encontrar al culpable y hacer justicia. «Cuando me enteré de lo que había sucedido, fui hasta allí tan rápido que es increíble que no matara a nadie en el camino. Ah, podría haber demandado a la universidad», afirmó, «y si lo hubiese hecho, habría ganado la demanda. La universidad fue negligente. Definitivamente la universidad fue negligente», repitió, y mencionó en particular que no tenían suficiente seguridad en el aparcamiento de la residencia de los estudiantes de primer año. «Pero tuve que desistir de la idea. Yo quería involucrarme, destapar el asunto e involucrarme, pero tuve que echarme para atrás. Sencillamente no quería someter a mi familia a toda esa publicidad y lo que le sigue…»

Estábamos hablando en su oficina, situada en un enorme edificio al borde de una calle de gravilla que llevaba a la entrada de lo que solía ser la plantación de algodón de la familia. Al lado de este terreno estaba la carretera que Martin Luther King Jr. y los seguidores del movimiento por los derechos civiles recorrieron en 1965 durante su viaje hasta Montgomery.