Fueron necesarias varias semanas para reparar el dhow de guerra, el Suti, y ponerlo a flote desde la playa. Rahmad y su tripulación lo llevaron y lo fondearon en medio de la bahía. Los capturados dhows de transporte estaban listos para emprender el largo viaje de regreso a Muscat, con sus columnas de marfil.

Dorian, se apoyaba pesadamente sobre el hombro de Tom mientras caminaba con dificultad hacia la playa. La herida que le había producido Zayn no estaba todavía del todo curada y Sarah seguía de cerca a su real cuñado. Cuando estuvieron instalados en la chalupa, Jím y Mansur remaron hasta llegar al Arcturus. Verity y Louisa, con George parloteando montado en la cadera de ella, estaban esperándolos para darles la bienvenida a bordo. Verity había preparado el banquete de despedida en mesas sobre el alcázar. Rieron, comieron y bebieron juntos por última vez, el Rojo Cornish estaba atento al cambio de la marea. Finalmente de pie y, lamentándolo, dijo:

—Perdonad, Majestad, pero la marea y el viento nos son favorables. Demos un último brindis, hermano Tom —dijo Dorian.

Se puso de pie, apenas un tanto inestable. Un viaje rápido y seguro. Que nos volvamos a ver, y que eso sea pronto.

Terminaron brindando y se abrazaron. Luego, los que se quedaban en Fuerte Auspicioso bajaron a la chalupa. Desde la playa observaron cómo el Arcturus levaba anclas. Dorian estaba en la barandilla apoyado en Mansur y en Verity, pronto comenzó a cantar, con su voz dulce y fuerte como siempre:

Adiós y adiós a vosotras, hermosas damas españolas,

adiós y adiós a vosotras, damas de España.

Ya hemos recibido la orden de zarpar hacia la vieja Inglaterra,

pero esperamos en poco tiempo volveros a ver…

El Arcturus encabezó la flota de dhows y la condujo a través del canal. La tierra firme no era más que una baja línea azul en el horizonte, Cornish se acercó a donde Dorian se había sentado contra la barandilla de barlovento.

Majestad, nuestra salida ha sido cumplida.

Gracias, capitán Cornish. ¿Tendríais la bondad de poner la nave en ruta hacia Muscat? Tenemos algunos asuntos que terminar allá.

Las carretas estaban cargadas y Smallboy y Muntu se acercaban con bueyes que traían del prado para acoyundarlos.

—¿Hacia dónde van? —quiso saber Sarah.

Louisa sacudió la cabeza.

—Madre, debes preguntarle eso a Jim, pues yo ignoro la respuesta.

Ambas lo miraron y él se rió.

—Más allá del siguiente horizonte azul —respondió, tomando a George y poniéndoselo sobre los hombros—. Pero no temas, regresaremos pronto con la carreta crujiendo por el peso del marfil y de los diamantes que cargarán.

Tom y Sarah estaban parados en el parapeto de Fuerte Auspicioso y miraban el convoy de carretas que se alejaba hacia las colinas, para dirigirlo tierra adentro. Jim y Louisa iban a la cabeza, con Bakkat y Zama a caballo no lejos de ellos. Intepe y Letee caminaban junto a la primera carreta y los niños se arremolinaban entre sus piernas.

En la cima de la colina, Jim se volvió en su silla y los saludó con la mano. Sarah se quitó el sombrero y lo sacudió furiosamente hasta que se perdieron de vista en el otro lado.

—Bien, Thomas Courtney, otra vez tú y yo solos —dijo ella en voz baja.

—Y bien que me gusta que así sea —replicó él, y puso su brazo alrededor de la cintura de ella.

Jim miraba hacia adelante y sus ojos brillaban ansiosos por las maravillas que lo aguardaban. Cargado sobre sus hombros, George gritó:

—¡Vamos, caballito! ¡Apúrate, caballito!

—Puercoespín, has dado a luz a un monstruo —dijo Jim.

Louisa se inclinó hacia un costado y le apretó el brazo, sonriéndole enigmáticamente.

—Espero hacerlo mejor en el próximo intento.

Jim se detuvo de golpe y la miró fijo.

—¡No! ¿No estarás? ¿Sí?

—¡Pues sí, lo estoy! —confirmó ella.

—¿Por qué no me lo dijiste antes?

—Porque podrías haber decidido no traerme contigo.

—¡Jamás! —replicó él con gran decisión.