Durante la hora siguiente Mansur se vio obligado a recoger otras velas para no adelantarse demasiado al Revenge durante la noche. Al oscurecer miró atrás, al Arcturus, y calculó que había achicado la distancia a sólo un poco más de dos millas náuticas.
Era casi medianoche cuando bajó a su camarote, pero tampoco entonces Mansur y Verity pudieron dormir. Hicieron el amor como si nunca más les fuera permitido hacerlo, y luego permanecieron desnudos y abrazados, transpirando en la noche tropical, hablando suavemente. A veces se reían y más de una vez Verity lloró. Había tantas cosas que querían decirse, todas sus respectivas vidas para contarse. Finalmente, sin embargo, ni siquiera aquel nuevo amor pudo mantenerlos despiertos y se quedaron dormidos con las piernas entrelazadas.
Una hora antes de las primeras luces Mansur abandonó su litera para regresar a cubierta. Pero en pocos minutos Verity también subió la escalera de la cabina y se ubicó en una aleta del alcázar y la toldilla donde podía estar cerca de él, pero sin interferir con sus movimientos.
Mansur ordenó a los cocineros que sirvieran el desayuno a sus hombres y mientras comían bajó a la cubierta y les habló, dándoles coraje, haciéndolos reír o sonreír, aún cuando todos sabían que el Arcturus no estaba muy lejos detrás de ellos, en la oscuridad y que pronto serían llamados a ocupar sus puestos de combate para enfrentarlo otra vez.
Tan pronto como el cielo comenzó a encenderse pálidamente, Mansur y Kumrah estaban en la barandilla de popa sobre la toldilla, junto al cañón. La linterna en el palo mayor del Revenge brillaba atrás, no muy lejos, pero a medida que el campo de visión se fue ampliando todos miraban más allá, para tener una primera visión del Arcturus. No se desilusionaron. Cuando la luz aumentó pudieron ver su silueta contra el horizonte todavía oscuro, y Mansur tuvo que controlarse para no gritar su propia desilusión. Había ganado casi una milla durante las horas de oscuridad y ya estaba al alcance de tiro de un cañón largo. Mientras Mansur lo miraba a través del catalejo apareció un fogonazo en la proa y una nubecilla de humo blanco.
—Tu padre nos está disparando con sus cañones de proa. Aunque creo que la distancia todavía es un poco mayor de la que puede alcanzar como para hacernos algún daño, por un rato al menos —explicó Mansur a Verity.
En ese momento se oyó un grito que venía del palo mayor:
—¡Tierra!
Todos abandonaron la popa y corrieron a proa para mirar adelante con los catalejos.
—Excelente, capitán —le dijo Mansur a Kumrah—. Si no me equivoco demasiado, aquello es Ras al-Had, directamente delante de nosotros.
Regresaron a la mesa de mapas junto a la brújula y se inclinaron sobre la carta. Aquella obra maestra del arte cartográfico había sido dibujada por el mismo Kumrah, trabajo de toda una vida en el mar.
—¿Dónde está Kos al-Heem? —preguntó Mansur. El nombre significaba "El Engañador" en el dialecto de la costa omaní.
—No lo he marcado en el mapa. Kumrah pinchó el cuero encerado con la punta del compás. —Es mejor que algunas cosas estén ocultas a los ojos del mundo. Pero está acá.
—¿Cuánto tiempo más nos llevará llegar allí? —quiso saber Mansur.
—Si este viento se mantiene, llegaremos una hora después del mediodía.
—Para entonces el Arcturus habrá sobrepasado al Revenge. —Mansur dirigió su mirada hacia el barco de su padre.
—Si es la voluntad de Dios —dijo Kumrah con resignación—, porque Dios es grande.
—Tenemos que tratar de protegerlo del fuego del Arcturus hasta que lleguemos al Engañador. —Mansur le dio las órdenes necesarias a Kumrah para luego regresar a popa donde los artilleros estaban junto a la pieza de nueve libras.
Kumrah achicó velas otra vez y disminuyó la velocidad hasta poder colocar al Sprite entre las otras dos naves. Durante ese tiempo, el cañón de proa del Arcturus hizo fuego dos veces. Ambos disparos resultaron cortos. Sin embargo, el siguiente tiro cayó pesadamente y con grandes salpicaduras junto al Revenge.
—Muy bien —asintió Mansur con la cabeza—. Ya podemos intentar un tiro largo contra ellos.
Eligió una metralla del pañol, sujetándola con el pie para controlar la metralla. Luego midió la carga de pólvora con cuidado e hizo que la tripulación hiciera una minuciosa limpieza del alma del cañón para eliminar todos los residuos de pólvora que fuera posible.
Una vez que el cañón estuvo cargado y listo para disparar, él se colocó detrás y observó cómo la popa del Sprite se levantaba y oscilaba mientras se deslizaba sobre las olas. Calculó los ajustes necesarios para contrarrestar esos movimientos. Luego, con la mecha en la mano, se paró lejos de la culata y observó las olas a la espera de la siguiente. Cuando el Sprite se levantó para mostrar la popa, como una coqueta muchacha revoleando las faldas, colocó el extremo encendido de la mecha sobre el receptáculo de la pólvora en el oído del cañón. Esa elevación le daría a la bala de hierro un mayor alcance.
El largo cañón rugió y rebotó contra los aparejos. Verity y Kumrah observaban expectantes dónde caería la bala.
Segundos más tarde vieron la pequeña columna blanca de agua que saltaba desde la superficie del oscuro mar.
—Corto por cien metros y unos treinta grados a la izquierda —gritó Verity con precisión.
Mansur lanzó un gruñido y movió el tornillo de elevación hasta llevarlo a su punto máximo. Dispararon otra vez.
—Corto otra vez, pero en línea. —Siguieron disparando sin interrupción. El Revenge se había sumado al bombardeo. El Arcturus se acercaba lentamente, disparando sus cañones de proa al hacerlo. De todas maneras, al promediar la mañana ninguna de las naves había logrado dar en el blanco, aunque algunos disparos habían caído cerca. Mansur y sus artilleros estaban con los torsos desnudos debido al creciente calor. Sus cuerpos brillaban por el sudor y sus caras estaban ennegrecidas por el humo de la pólvora. El cañón estaba demasiado caliente como para tocarlo. El lampazo húmedo siseó y echó vapor cuando lo metieron en el alma para limpiarlo. Por vigésima tercera vez, esa mañana, sacaron el largo cañón de nueve libras y Mansur lo preparó con cuidado. El Arcturus se veía mucho más alto cuando aparecía en la mira. Se retiró hacia atrás y esperó los movimientos hacia arriba y hacia abajo del casco bajo sus pies antes de disparar.
El soporte del cañón rebotó violentamente hacia atrás y golpeó contra el aparejo. Esta vez, aunque forzaron los ojos a través de las lentes; no pudieron ver el agua saltando alrededor del proyectil al caer al mar. En lugar de ello Verity vio una explosión de maderas rotas en la proa del Arcturus y a uno de sus cañones que caía de su soporte para terminar dando vueltas.
—"¡Un acierto! ¡Un acierto bien concreto!"
—¡Así dicen la señorita Verity y el Bardo! —Mansur se rió con ganas y tomó un trago de agua con el cucharón antes de preparar el siguiente disparo.
Aparentemente como respuesta, el Arcturus lanzó una bala del cañón de proa que le quedaba y llegó tan cerca de la popa del Sprite que un chorro de agua saltó por los aires para caer en cascada sobre ellos, empapándolos hasta los huesos.
Todo este tiempo, el cabo rocoso de Ras al-Had se elevaba alto contra el cielo y el Arcturus se les acercaba lentamente por la popa.
—¿Dónde está Kos al-Heem? —preguntó Mansur con impaciencia.
—No lo verás hasta que estés a punto de chocar con él. Por eso es que ~ ganó su nombre, pero aquéllas son las señales. La franja blanca en la ladera del acantilado, allá. La punta de aquella roca en forma de huevo que está a la izquierda, allá.
—Quiero que te hagas cargo del timón ahora, Kumrah. Ponlo un poco a barlovento y quítales viento a las velas. Quiero que el Arcturus se nos acerque, sin que se dé cuenta de que se trata de una maniobra deliberada.
El tenso duelo entre las naves continuó. Mansur esperaba desviar la atención de Cornish del peligro que lo esperaba adelante y permitir que el Revenge se adelantara un poco más. El Arcturus se acercó con facilidad y en menos de una hora estaba tan cerca que con sus anteojos Mansur y Verity podían reconocer la corpulenta silueta y las facciones características del capitán Cornish, el Rojo.
—¡Y allá está sir Guy! —Mansur estuvo a punto de decir "tu padre", pero cambió las palabras al último momento. No quería poner de relieve ese parentesco del enemigo con su amor.
En comparación con el Rojo Cornish, Guy Courtney mostraba una silueta delgada y elegante. Se había cambiado de ropa, y aún con el calor que hacía llevaba sombrero de tres picos y chaqueta azul con solapas escarlata, calzones blancos ajustados y botas negras. Estaba de pie mirándolos. Su expresión era firme y dura, y había en ella una mortal determinación que heló a Verity hasta la médula. Ella conocía muy bien ese estado de ánimo de su padre y le temía como al cólera.
—¡Kumrah! —llamó Mansur—. ¿Dónde está el Engañador? ¿Dónde está Kos al-Heem? ¿No será algo que soñaste después de fumar una pipa de hachís?
Kumrah echó una mirada al Revenge, que lentamente se había adelantado. Ahora los aventajaba en un cuarto de milla náutica.
—El Califa, tu reverendo padre, está casi sobre el Engañador.
—No puedo verlo. —Minuciosamente, Mansur escudriñó las aguas adelante de la otra nave, pero las olas golpeaban de manera inexorable y no había interrupción o detención en su ritmo. No había remolino ni agitación alguna que pudiera ser detectada.
—Es por eso que lo llaman el Engañador —le recordó Kumrah—. Sabe mantener sus secretos ocultos. Ha destruido más de cien barcos, incluyendo una galera de Ptolomeo, el general y favorito del poderoso Isakander. Fue sólo gracias a la voluntad de Dios que pudo sobrevivir al naufragio.
—Dios es grande —murmuró Mansur automáticamente.
—Dios sea loado —coincidió Kumrah y, mientras hablaba, el Revenge abruptamente maniobró con el timón y puso proa al viento. Con todas sus velas desinfladas y temblorosas, se puso al pairo.
—¡Ah! —exclamó Kumrah—. Baris encontró el Engañador y lo está marcando para nosotros.
—Muera la batería de babor y listos para girar por la banda de estribor —ordenó Mansur. Mientras la tripulación corría hacia sus puestos de combate, observó al Arcturus que se aproximaba.
Se acercaba a ellos lleno de vigor, con todas las velas hinchadas. Mientras observaba al enemigo, Mansur vio que las tapas de las troneras se abrían de golpe y las bocas de los cañones salían amenazantes por los costados. Se dio vuelta y caminó hacia adelante hasta poder ver claramente al Revenge, al pairo, inmóvil adelante. También ellos habían sacado sus cañones, listos para la batalla.
Mansur regresó al timón. Era consciente que desde la aleta, debajo de la toldilla, Verity lo observaba atentamente. Su expresión era tranquila y no daba señales de tener miedo.
—Me gustaría que fueras abajo, mi amor —le dijo a ella con voz suave—. En poco tiempo estaremos bajo fuego.
Ella sacudió la cabeza.
—Las maderas de la nave no ofrecen protección alguna contra las balas de hierro de nueve libras. Esto lo sé por experiencia propia —replicó ella, con un brillo pícaro en los ojos—, cuando tú disparaste contra mi.
—Jamás me he disculpado por mis malos modales al hacer semejante cosa. —Le sonrió—. Fue imperdonable. Pero juro que te compensaré con creces.
—Aparte de todo, lo cierto es que a partir de ahora mi lugar está a tu lado y no escondida debajo de la litera.
—Siempre amaré tu presencia —dijo él y se volvió para mirar atrás, al Arcturus. Finalmente estaba a una distancia fácil de alcanzar por un cañón.
En ese momento debía atraer su atención y hacerlo alcanzar su máxima velocidad. Kumrah estaba a la espera de sus órdenes.
—Ahora —gritó Mansur. Y el Sprite giró como un bailarín. De pronto quedó con todo el costado frente al Arcturus.
—¡Listos, artilleros! —gritó Mansur por el megáfono—. ¡Apuntad bien! —Uno tras otros los oficiales levantaron el brazo derecho para indicar que tenían sus armas listas.
—¡Fuego! —ordenó y la andanada rugió como un solo y prolongado trueno. El humo de pólvora envolvía toda la cubierta en una irregular nube espesa y gris, pero casi de inmediato fue disipada por el viento y pudieron ver un solo chorro de agua de mar que se alzaba de la proa del Arcturus, aunque el resto de la andanada había impactado en la roda, dejando grandes agujeros en la madera. La nave pareció temblar bajo aquellos terribles golpes, pero continuó avanzando sin disminuir la velocidad.
—Retoma el rumbo anterior —ordenó Mansur y el Sprite respondió de inmediato al timón. Avanzaron velozmente hacia donde el Revenge los esperaba. Con la proa dirigida a ellos, el Arcturus no había podido responder con una andanada lateral, pero la maniobra le había costado al Sprite casi toda su ventaja y el enemigo estaba escasamente a poco más de doscientos metros detrás. Disparó con el cañón de proa y el Sprite tembló cuando la bala golpeó en la popa, atravesando el casco.
Kumrah miraba hacia adelante con los ojos entrecerrados, pero Mansur no lograba ver señal alguna del Engañador. Kumrah ordenó una corrección en el timón y el hombre en la rueda movió la nave apenas hacia babor. Esto dejó espacio para que el Revenge pudiera disparar sin temor de darle al Sprite. Éste seguía presentando el costado al enemigo y desapareció momentáneamente detrás de la cortina de su propio humo de pólvora cuando disparó con todos sus cañones.
Aunque se hallaban a cierta distancia, algunos de los proyectiles dieron en el blanco. En ese momento el Arcturus estaba tan cerca que Mansur podía oír la metralla de hierro que golpeaba contra las maderas como si se tratara de golpes de pesados martillos.
—Esto atraerá toda la atención de Cornish —dijo Verity y su voz fue disipada por el súbito silencio que siguió a la andanada. Mansur no respondió. Miraba fijo hacia adelante con el preocupado ceño fruncido.
—¿Dónde está este maldito Engañador…? —se interrumpió cuando el destello de brillantes motas como copos de nieve a la deriva en las azules aguas directamente por debajo de la proa. Fue algo tan inesperado que por un momento se sintió confundido. Luego se dio cuenta de qué se trataba.
—¡Fusileros! —exclamó. Estos cardúmenes de diminutos y coloridos pececillos siempre merodeaban por encima de los arrecifes sumergidos, aún en medio del agua, al borde de la plataforma continental. Los cardúmenes se apartaban a medida que el casco del Sprite se abría paso entre ellos. Entonces Mansur vio las oscuras y terribles sombras que se elevaban de las profundidades, como colmillos ennegrecidos, en medio de la ruta de los barese. Kumrah dio un par de zancadas y apartó al piloto. Tomó la rueda de su nave con manos de amante y la condujo a través del arrecife.
Mansur vio que las oscuras formas se agudizaban a medida que navegaban sobre ellas. Había tres cuernos de granito que emergían de las oscuras aguas hasta llegar a poco menos de dos metros antes de alcanzar la superficie iluminada por el sol. Tan agudas eran esas puntas que no era mucha la resistencia que ofrecían al empuje y fuerzas de corrientes y oleajes. Esto explicaba la falta de turbulencia en la superficie.
Instintivamente, Mansur contuvo la respiración mientras Kumrah maniobraba y conducía su barco hacia el centro de esa cruel corona de piedras. Sintió la mano de Verity sobre su brazo cuando ella se aferró a él en busca de protección y le clavó las uñas.
El Sprite tocó la roca. Para Mansur fue como si estuviera cabalgando en un caballo a todo galope por el bosque y un arbusto espinoso se hubiera enganchado en la manga. La cubierta vibró suavemente bajo sus pies y oyó que el cuerno de granito rasguñaba las maderas del fondo. Hasta que el Sprite se liberó y continuaron navegando. Mansur dejó escapar el aire de sus pulmones con un suspiro. Junto a él, Verity exclamó:
—¡Eso fue lo más cerca que quiero estar de esas piedras!
Mansur la tomó de la mano y corrieron hasta la barandilla de popa. Observaron al Arcturus que corría hacia la trampa a toda vela. A pesar de los daños sufridos en la batalla y de sus aparejos ennegrecidos por el tizne, seguía presentando una bella imagen, con todas las velas hinchadas y una alta ola blanca de proa salpicando y envolviéndola hacia atrás desde el alcázar.
Golpeó contra los pináculos de piedra y se detuvo abruptamente en el agua, para transformarse súbitamente de un objeto lleno de airosa gracia en un revoltijo sin forma. El palo mayor se quebró a la altura de la cubierta y la mitad de sus vergas rodaron hacia abajo. Las maderas por debajo de la línea de flotación crujían y gemían a medida que se iban quebrando hasta que la nave quedó colgada en el agua como si fuera parte del arrecife. Los cuernos de granito del Engañador habían entrado profundamente en su vientre. Los encargados de las vergas superiores fueron arrojados desde las alturas, como proyectiles de una honda para caer al agua a medio tiro de pistola del costado de la nave. El resto de la tripulación cayó como bolos derribados sobre la cubierta para ir a parar a los mástiles y a las barandillas. Sus propios cañones se volvieron contra ellos al ser catapultados como metal muerto con toda la fuerza de la velocidad del barco. Costillas, piernas y brazos fueron quebrados como brotes tiernos y los cráneos se abrieron como huevos arrojados sobre un suelo de piedra. Las tripulaciones de los dos barcos más pequeños se agolpaban a los costados de sus respectivas naves y miraban con admiración y temor al mismo tiempo la devastación que habían provocado, demasiado sobrecogidas como para gritar el triunfo por la destrucción del enemigo.
Mansur dejó su nave al pairo para acercarse al barco de su padre.
—¿Y ahora qué, padre?
—No podemos dejar a Guy en ese estado —respondió gritando Dorian—. Debemos ayudarlo en todo lo que podamos. Me acercaré en una chalupa.
—¡No, padre! —le gritó Mansur—. No puedes perder más tiempo. Tu barco está también en peligro. Debes irte a buscar un puerto seguro en la isla Sawda, donde podamos reparar los daños por debajo de la línea de flotación antes de que se termine de romper y se hunda.
—¿Pero qué será de Guy y sus hombres? —Dorian vacilaba—. ¿Qué será de ellos?
—Yo me ocuparé —prometió Mansur—. Puedes estar seguro de que no dejaré que tu hermano, el padre de Verity, muera aquí.
Dorian y Batula conferenciaron rápidamente y luego Dorian regresó al costado del Revenge.
—¡Muy bien! Batula coincide en que debemos ir a un fondeadero protegido antes de que se desate otra tormenta. No podríamos navegar en un mar tormentoso en las condiciones en que estamos ahora.
—Recogeré a los sobrevivientes del Arcturus y te seguiré a toda velocidad.
Dorian puso otra vez al Revenge a favor del viento y se dirigió hacia tierra firme. Mansur le entregó el mando a Kumrah y bajó en la chalupa.
Estaba parado en el espacio abierto de popa mientras remaban hacia el temido y muy escorado Arcturus. Apenas estuvieron a distancia como para poder comunicarse con megáfono ordenó a su tripulación detener los remos.
—¡Arcturus! Tengo a un médico conmigo. ¿Qué ayuda necesitan?
El rostro enrojecido de Cornish apareció sobre la inclinada barandilla.
—Tenemos muchos miembros quebrados. Tengo que enviar a los heridos a la isla de Bombay, o de otra manera morirán.
—¡Subiré a bordo! —gritó Mansur a modo de respuesta.
Pero otra voz se hizo oír con enojo:
—¡Fuera de aquí, mugrienta escoria rebelde! —Sir Guy Courtney estaba colgado de los obenques principales con una sola mano. El otro brazo lo llevaba metido en la chaqueta, que usaba como improvisado cabestrillo. Había perdido su sombrero y la sangre fresca se secaba en su pelo y sobre un costado de la cara debido a las profundas laceraciones en el cuero cabelludo.
—Si tratas de abordar esta nave, te dispararé.
—¡Tío Guy! —gritó Mansur—. Soy el hijo de tu hermano Dorian. Debes permitirme que te ayude a ti y a tus hombres.
—¡Por el sagrado nombre de Dios, que no eres ni pariente ni amigo mío! Eres un libertino bastardo, un secuestrador y violador de la inocente feminidad inglesa.
—Tus hombres necesitan ayuda. Tú mismo estás herido. Deja que los lleve a ellos y a ti también al puerto de la isla de Bombay.
Guy no respondió sino que trastabilló sobre la inclinada cubierta hasta el cañón más cercano. Tomó una mecha humeante del barril de arena.
La pesada arma todavía sacaba su brillante caño de bronce por la tronera abierta, pero Mansur no se sintió alarmado. El arma era inofensiva. El ángulo de la cubierta hacía que su boca apuntara hacia abajo, hacia el agua cerca del costado.
—Entra en razones, tío. Mi padre y yo no queremos hacerte daño. Eres de nuestra misma sangre. ¡Mira! He venido desarmado. —Levantó sus manos abiertas para demostrarlo. Pero con un escalofrío de terror se dio cuenta de que Guy no tenía intención de disparar el gran cañón. Lo que hizo, en cambio, fue tomar la larga manija del asesino, un cañón de mano suspendido de la barandilla, fiero e impasible, con un soporte móvil que le permitía mantener el equilibrio. Era un arma diseñada para repeler enemigos al abordaje y estaba cargada con perdigones de plomo. A corta distancia, el nombre de "asesino" con el que se la conocía, describía con exactitud su terrible poder.
La chalupa estaba cerca, abajo, a un costado del Arcturus. Guy hizo girar al asesino para apuntarlos a ellos y miró a Mansur a través de la sencilla mira. La brillante boca del cañón parecía, obscenamente, lanzarles lascivas miradas.
—Te lo advertí, cerdo depravado. —Puso la mecha encendida en el oído del cañón.
—¡Abajo! —gritó Mansur y se arrojó al suelo. Su tripulación fue lenta en seguir su ejemplo y la explosión de perdigones los golpeó. En medio de los gritos de los heridos Mansur volvió a ponerse de pie. Tenía la camisa salpicada con la masa encefálica de su timonel, y tres hombres muertos se apilaban en un costado del bote. Otros dos cubrían sus heridas con las manos y se retorcían en charcos de su propia sangre. El agua del mar entraba a través de los agujeros que los perdigones habían abierto en las maderas.
Mansur reunió a los hombres que no habían sido heridos.
—¡Regresemos al Sprite! —y se lanzaron todos con ganas a los remos. Desde la popa, Mansur le gritó a la silueta que seguía aferrada a la manivela del cañón de mano todavía humeante—. Que se pudra tu negra alma, Guy Courtney. ¡Maldito carnicero! Éstos eran hombres desarmados en una misión de misericordia.
Mansur regresó furioso a la cubierta del Sprite. Su rostro estaba blanco y su expresión era de rabia.
—Kumnrah —gritó—, lleva a los muertos y a los heridos a bordo, luego carga nuestros cañones con metralla. Le daré a ese cerdo asesino un poco de su misma bosta.
Kumrah hizo girar al Sprite hacia la banda de babor y, siguiendo las instrucciones de Mansur, lo colocó a una distancia de unos cien pasos del inmovilizado naufragio del Arcturus, la distancia óptima en la que la metralla iba a producir el mayor daño.
—¡Listos para disparar a voluntad! —gritó Mansur a sus artilleros—. A barrer la cubierta y matarlos a todos. Después quemaremos la nave hasta donde llega el agua. —Todavía temblaba de rabia.
La tripulación del Arcturus vio que la muerte se le venía encima y se dispersó por la cubierta. Algunos corrieron abajo y otros se arrojaban por la borda al agua, donde daban vueltas torpemente. Sólo el capitán Cornish y su amo, sir Guy Courtney, se mantenían en su sitio y miraban al Sprite, de costado frente a ellos.
Mansur sintió un ligero toque en el brazo y miró. Verity se había acercado. Estaba pálida y su rostro no transmitía expresión alguna.
—Esto es un asesinato —dijo ella.
—Tu padre es el asesino.
—Si. Y es mi padre. Si haces esto, jamás podrás quitarte esa sangre de tu conciencia o de la mía, aunque vivamos cien años. Éste podría ser el único hecho que destruya nuestro amor.
Esas palabras lo tocaron más profundamente que una daga. Levantó la mirada y vio al primer artillero listo para disparar su arma, con la mecha encendida a unos pocos centímetros del oído del cañón.
—¡Alto el fuego! —le gritó Mansur, y el hombre detuvo su mano. Todos los artilleros se volvieron para mirar a Mansur. Éste tomó a Verity de la mano y la condujo a la barandilla. Levantó el megáfono hasta sus labios.
—¡Guy Courtney! Te has salvado sólo por la intervención de tu hija —gritó hacia la otra nave.
—Esa perra traicionera no es hija mía. No es más que una vulgar prostituta callejera. —El rostro de Guy era de una intensa palidez, en contraste con la sangre seca que lo manchaba—. La inmundicia ha encontrado otra inmundicia del mismo nivel en la letrina. Llévatela y que la peste negra los consuma a los dos.
Con un esfuerzo que ponía a prueba todos sus instintos naturales, Mansur mantuvo el control como para no volver a explotar.
—Os agradezco, señor, por concederme la mano de vuestra hija en matrimonio. Un obsequio tan graciosamente brindado es algo que guardaré toda mi vida. —Luego miró a Kumrah—. Los dejaremos allí para que se pudran. Ponnos en curso hacia la isla Sawda.
Mientras se alejaban, el Rojo Cornish se tocó la frente a manera de saludo, reconociendo en silencio su derrota y agradeciendo la compasión de Mansur al no hacer fuego.
Encontraron al Revenge anclado en la pequeña bahía, encerrada por acantilados de la isla Sawda. Este sombrío pico de roca negra se alzaba cien metros en las aguas profundas de la plataforma continental, a nueve kilómetros de la costa de la península de Arabia. Kumrah la había elegido por buenas razones. La isla no estaba habitada y estaba alejada de la tierra en un lugar muy difícil de descubrir accidentalmente por el enemigo. La bahía además estaba protegida de los fuertes vientos del este. Las aguas encerradas eran calmas y la estrecha playa de negra arena volcánica era una rellena plataforma sobre la cual carenar el casco de una nave. Y hasta había una fuente secreta de agua dulce en una grieta al pie del acantilado.
Apenas anclaron, Mansur se hizo llevar con Verity hasta el Revenge. Dorian estaba en la portilla para darle la bienvenida a bordo.
—Padre, no es necesario que te presente a tu sobrina Verity. Ya la conoces muy bien.
—Mis saludos y mis respetos, Majestad. —Verity le hizo una reverencia—. Finalmente podemos hablar en inglés, y puedo saludarte como tu tío.
—La abrazó. —Bienvenida a la familia, Verity. Sé que tendremos muchas oportunidades de conocernos mejor.
—Así lo espero, tío. Pero me doy cuenta de que en este momento tú y Mansur tienen mucho que hacer.
_ Sin moverse de la cubierta superior, rápidamente diseñaron un plan de acción y de inmediato lo pusieron en práctica. Mansur colocó su nave junto a la de su padre y sujetaron los cascos, atándolos con cabos el uno al otro. Luego todas las bombas de ambas naves pudieron ser usadas para sacar el agua del casco inundado. Al mismo tiempo colocaron una pieza de la lona más fuerte por debajo del casco del Sprite. La presión del agua la mantuvo con fuerza en su lugar, con lo que se cerró el agujero por debajo de la línea de flotación. Con esto impidieron que el agua siguiera entrando y las bombas pudieron hacer su trabajo en unas pocas horas, dejando la nave completamente seca.
Luego sacaron lo más pesado de la nave: cañones, pólvora y municiones, velas, palos y vergas de reserva. Aliviado de todo ese peso el Revenge flotó alto y ligero como un corcho. Con los botes lo arrastraron hasta la playa y, con la ayuda de la marea alta, lo sacaron del agua como para que el daño producido por los cañones quedara a la vista. Los carpinteros y sus ayudantes pusieron manos a la obra.
Necesitaron dos días y sus noches trabajando a la luz de los faroles para terminar las reparaciones. Cuando terminaron, las secciones reemplazadas con maderas nuevas, resultaron ser más fuertes que las originales. Aprovecharon la oportunidad para limpiar el casco y quitarle las algas, calafatear las juntas y renovar los recubrimientos de cobre que impedían el ataque de las bromas a las maderas que estaban bajo el agua. Cuando volvieron a ponerlo a flote estaba otra vez seco y listo para navegar. Lo arrastraron hasta la bahía y volvieron a cargarlo y a instalar las armas a bordo. Al anochecer ya habían llenado los barriles de ambas naves con el agua dulce de manantial y estaban listas para zarpar. Pero Dorian decidió que las tripulaciones se habían ganado un descanso de dos días para celebrar la festividad islámica de Id, una alegre ocasión para la que se sacrifica un animal y la carne es compartida por todos los participantes.
Esa noche se reunieron en la playa, y Dorian mató a una de las cabras Lecheras que estaban en una jaula a bordo del Revenge. Su magra carne solo alcanzó para dar un bocado a cada uno de ellos, pero completaron el menú con pescado fresco asado a las brasas mientras los músicos que había entre ellos cantaban, bailaban y daban gracias a Dios por haberles permitido escapar de Muscat y por la victoria sobre el Arcturus. Verity se sentó entre Dorian y Mansur sobre una alfombra de oración de seda extendida sobre la arena negra.
Como todas las personas que llegaban a conocer a Dorian, Verity no pudo resistir la calidez de su espíritu y su tranquilo humor. Ella comprendía el dolor de la trágica pérdida de su esposa y la tristeza que tanto lo había marcado.
Él también quedó impresionado por la vivaz inteligencia de ella, por el coraje que tan ampliamente había demostrado y por su manera de ser directa y agradable. Luego, mientras la estudiaba a la luz del fuego, pensó: Ha heredado todas las virtudes de sus padres: la belleza de su madre antes de que fuera dominada por la glotonería, y la mente brillante de Guy; pero ninguna de sus fallas: la fatua y superficial personalidad de Caroline y los instintos de maldad y avaricia de Guy, así como su falta de humanidad. Pero pronto abandonó estos profundos pensamientos para dejarse llevar por el ánimo festivo. Cantaron y rieron todos juntos, batiendo palmas y moviéndose al ritmo de la música.
Cuando finalmente los músicos se cansaron, Dorian los despidió dándoles las gracias y una moneda de oro por sus servicios. Pero los tres estaban demasiado excitados como para ir a dormir. A la mañana siguiente debían zarpar rumbo a Fuerte Auspicioso. Mansur comenzó a describirle a Verity la vida que llevarían en África y a hablarle de los parientes que allí conocería.
—Te encantarán tía Sarah y tío Tom.
—Tom es el mejor de los tres hermanos —intervino Dorian—. Siempre fue el líder, mientras que Guy y yo… —se interrumpió al darse cuenta de que el nombre de Guy podría empañar el estado de ánimo en que se encontraban. Se produjo un incómodo silencio y ninguno supo cómo romperlo.
Fue Verity la que habló.
—Sí, tío Dorian. Mi padre no es un buen hombre, y yo sé que es implacable. No puedo esperar que se disculpe su conducta asesina cuando disparó a la chalupa. Tal vez yo deba explicar por qué hizo tal cosa.
Los dos varones quedaron en silencio e incómodos. Miraban fijo las Llamas en el fuego sin mirarla a ella. Después de un momento continuó:
—Estaba desesperado pues no quería que nadie descubriera el cargamento en la bodega principal del Arcturus.
—¿Cuál es ese cargamento, mi querida? —Dorian levantó la vista—. Antes de responder, debo explicar de qué manera mi padre amasó una fortuna de tales proporciones que supera a la de cualquier potentado de Oriente, salvo tal vez el Gran Mogol y la Sublime Puerta en Constantinopla. Es un comisionista del poder. Usa su posición como cónsul general para coronar y destronar reyes. Usa el poder de la monarquía inglesa y de la Compañía Inglesa de las Indias Orientales para comerciar con ejércitos países del mismo modo en que algunos comercian con ganado vacuno y ovejas.
—Los poderes de los que hablas, la monarquía y la Compañía, no son de su bagaje —corrigió Dorian.
—Mi padre es un ilusionista, un maestro de la manipulación. Puede hacer que los demás crean lo que quiere que crean, aun cuando ni siquiera puede hablar el idioma de los reyes y emperadores que son sus clientes.
—Para eso te usa a ti —intervino Mansur.
Ella inclinó la cabeza.
—En efecto, yo era su lengua, pero el suyo es un talento de percepción Política. —Se volvió a Dorian—. Tú, tío, lo has escuchado y debes haberte dado cuenta de lo persuasivo que puede ser y de lo peligrosos que pueden ser sus instintos.
Dorian asintió en silencio y ella continuó.
—Si no hubieras sido alertado, habrías estado más que dispuesto a probar su mercancía, aún cuando sus comisiones fueran exorbitantes. Pues bien, Zayn al-Din le pagó mucho más que eso. El genio de mi padre fue que no solo logró sacarle el jugo a Zayn, sino también a la Sublime Puerta y a la Compañía Inglesa de las Indias Orientales, quienes le pagaron casi lo mismo para operar como emisario de ellos. Por el trabajo realizado en Arabia durante estos últimos tres años mi padre ha recibido un millón y medio en piezas de oro.
Mansur silbó y Dorian se mostró grave.
—Eso equivale a un cuarto de millón de guineas —dijo suavemente— el rescate de un emperador.
—Efectivamente. —Verity bajó la voz hasta que no fue más que un susurro—. Y todo eso está guardado en la bodega principal del Arcturus. Ésa es la razón por la que mi padre habría preferido morir antes que permitir que subieras a bordo de su nave, ése es el motivo por el que estaba dispuesto a hacer volar el pañol de pólvora cuando ese cargamento se vio amenazado.
—Por todos los dulces ángeles del cielo, mi amor —susurró Mansur— ¿por qué no nos dijiste todo esto antes?
Ella lo miró fijo a los ojos.
—Sólo por una razón. He vivido toda mi vida adulta con un hombre cuya alma ha sido consumida por la codicia. Conozco muy bien los efectos corrosivos de semejante afección. No quería que el hombre al que amo se contagiara esa misma enfermedad.
—Eso jamás ocurrirá —protestó ardorosamente Mansur—. Eres injusta conmigo.
—Mi querido —replicó ella—, si pudieras verte la cara en este mismo momento. —Avergonzado, Mansur bajó la vista. Sabía que el dardo de ella había dado cerca del blanco, pues podía sentir las emociones de las que Verity quería protegerlo ya ardiendo en sus entrañas.
—Verity, mi querida —intervino Dorian—, ¿no sería un acto de suprema justicia si pudiéramos usar el oro manchado de sangre de Zayn al-Din para derrocarlo del Trono del Elefante y liberar a su pueblo?
—Eso es lo que he estado pensando sin cesar desde que puse mi destino tan irrevocablemente en tus manos y las de Mansur. La razón por la que acabo de hablar del oro a bordo del Arcturus es precisamente porque he llegado a esa misma conclusión. Quiera Dios que si nos apoderamos de ese ensangrentado dinero, podamos usarlo en una noble causa.
Desde lejos, vieron que buena parte del velamen dañado del Arcturus había sido reemplazado o reparado, pero al acercarse se dieron cuenta de que la nave seguía prisionera de los cuernos de granito del Engañador, como un sacrificio en el altar del dios del dinero. Al acercarse todavía más vieron a un pequeño y acongojado grupo al pie del palo mayor sobre la muy inclinada cubierta. A través de las lentes de su catalejo Dorian divisó la corpulenta figura y las brillantes facciones del Rojo Cornish.
Era obvio que el Arcturus no significaba amenaza alguna. Estaba inmovilizado y la gran inclinación de la cubierta hacía que sus baterías fueran inútiles. Los cañones de babor apuntaban al agua y los de estribor al cielo. De todas maneras, Dorian no quería correr riesgos. Ordenó que sus dos naves se prepararan para la acción y que sacaran los cañones. Se acercaron y quedaron al pairo a cada lado del Arcturus, apuntándole desde ambos lados.
Apenas estuvieron a distancia como para ser oídos, Dorian llamó a Cornish.
—¿Entregaréis vuestra nave, señor?
El Rojo Cornish quedó sorprendido al escuchar que el rebelde Califa le hablaba en perfecto inglés, marcado con los dulces tonos de Devon. Se recuperó rápidamente y se descubrió la cabeza para acercarse a la barandilla, tratando de mantener el equilibrio sobre la inclinada cubierta.
—No me dejáis otra opción, Majestad. ¿Queréis también tomar mi espada?
—No, capitán. Habéis luchado con valor y os habéis desempeñado con honor. Por favor, conservadla. —Dorian esperaba la cooperación de Cornish.
—Sois generoso, Majestad. —Cornish se había apaciguado con esos cumplidos. Volvió a cubrirse y ajustó su espada—. Espero vuestras instrucciones.
—¿Dónde está sir Guy Courtney? ¿Está en las cubiertas inferiores?
—Hace nueve días sir Guy tomó los botes de la nave y un grupo de mis mejores hombres. Se dirigía a Muscat donde esperaba encontrar ayuda. Requirió lo más rápidamente posible para salvar al Arcturus. Mientras tanto me dejó para custodiar la nave y proteger el cargamento. —Este resultó ser un mensaje demasiado largo para ser gritado y el rostro de Cornish brillaba como una joya una vez que lo hubo terminado—. Le enviaré un grupo de mis hombres a bordo. Tengo intenciones de salvar esa nave y hacerla flotar fuera del arrecife. ¿Estáis dispuestos a cooperar con mis oficiales? —Cornish lo pensó un momento jugueteando con los dedos y luego tomó una decisión.
—Majestad, me he entregado a vos. Seguiré vuestras órdenes.
Colocaron al Sprite y al Revenge junto a cada lado del Arcturus y lo descargaron, sacándole cañones, municiones y agua. Luego hicieron pasar los fuertes cables del ancla por debajo del casco como cinchas. Los estiraron con los malacates del Revenge y del Sprite hasta que estuvieron rígidas como si fueran barras de hierro. El Arcturus fue alzado lentamente y oyeron cómo las maderas crujían y se quebraban a medida que los cuernos de granito retiraban sus garras de las entrañas del barco. Estaban a sólo dos días de las mareas altas y en aquellas aguas las variaciones de altura llegan a casi dos metros. Antes de hacer el esfuerzo final, Dorian esperó a que el agua baja estuviera en su límite inferior. Entonces envió a todos los hombres útiles a ocupar un lugar en las bombas. Cuando dio la señal, se arrojaron sobre las grandes manivelas. El agua de la sentina salía en grandes paños por los costados del barco, más rápido de lo que entraba por los desgarros en el casco del Arcturus. Al alivianarse, pareció esforzarse para quedar libre de la roca. La marea alta contribuyó al irresistible impulso del casco por flotar y, con un último y terrible ruido desde abajo, el Arcturus lentamente se enderezó y flotó en libertad.
Inmediatamente los tres barcos izaron las velas mayores y, todavía unidos, se deslizaron fuera de las garras del Engañador. Con quince metros de agua debajo de los cascos, Dorian condujo a las enlazadas naves lentamente rumbo a la isla Sawda. Luego colocó una guardia armada sobre las escotillas de la bodega principal del Arcturus con órdenes estrictas de que nadie podía pasar.
Las maniobras con el timón resultaron torpes y erráticas, y los tres barcos trastabillaban como compañeros ebrios que regresaban a casa después de una noche de juerga. Cuando amaneció vieron sobre el horizonte la enorme roca negra de Sawda, y antes del mediodía ya habían echado anclas en la bahía.
La primera tarea fue colocar una fuerte vela de lona por debajo del casco del Arcturus y cubrir las terribles aberturas que atravesaban las maderas del fondo. Sólo entonces pudieron las bombas de las tres naves desagotarlo y dejarlo seco. Antes de arrastrarlo hacia la arena para carenarlo y completar las reparaciones, Dorian, Mansur y Verity subieron a bordo.
Verity se encaminó directamente hacia su camarote. Quedó consternada ante el daño que la batalla había producido. Sus ropas estaban desordenadas, rotas por astillas de madera, manchadas con agua de mar. Los frascos de perfumes estaban rotos, los potes con polvos, quebrados y su contenido desparramado por sobre sus enaguas y calzas. Pero todo eso Podía ser reemplazado. Su principal preocupación eran los libros y sus manuscritos. Lo más importante de todos ellos era una colección de volúmenes del Ramayana, raros y bellamente ilustrados, de varios siglos de antigüedad. Éste había sido un regalo personal del Muhammad Shah, el Gran Mogol, como reconocimiento por sus servicios de intérprete durante sus negociaciones con sir Guy. Ella ya había traducido al inglés los primeros cinco volúmenes de esta maravillosa obra épica hindú.
Entre sus otros tesoros había una copia del Corán. Ésta le había sido obsequiada por el sultán Obied, cuando ella y su padre lo habían visitado por última vez en el palacio Topkapi Saray en Constantinopla. El regalo le había sido entregado con la condición de que lo tradujera al inglés. Se consideraba que aquel ejemplar era una de las copias originales de las revisiones textuales autorizadas y encargadas por el califa Uthman entre 644 y 656 d. C., doce años después de la muerte de Mahoma, conocidas como Recensión Uthmánica. Fiel a la promesa hecha al sultán, Verity había casi terminado la traducción de ese trabajo tan influyente. Sus manuscritos eran el resultado de dos años de intensa labor. Con el corazón en la boca sacó el cofre en el que los guardaba de abajo de un montón de maderas rotas y otros restos. Lanzó una exclamación de alivio cuando abrió la tapa y los encontró intactos.
Mientras tanto, Dorian y Mansur registraban el camarote vecino, el enorme alojamiento de sir Guy. El Rojo Cornish les había entregado las llaves.
—No he sacado nada —explicó. Y ellos descubrieron que no había faltado a su palabra. Dorian tomó bajo su custodia los cuadernos de bitácora y todos los demás papeles del Arcturus. En los cajones con llave del escritorio de Guy encontraron sus papeles privados y sus diarios.
—Esto nos proporcionará abundante información acerca de las actividades de mi hermano —dijo Dorian, con sombría satisfacción—, y de sus negociaciones con Zayn al-Din y la Compañía Inglesa de las Indias Orientales.
Luego regresaron a cubierta y rompieron los sellos en las escotillas de la bodega principal. Quitaron las tapas y bajaron a ella. La encontraron llena de una gran cantidad de mosquetes, espadas y puntas de lanza, nuevas a estrenar, todavía protegidas con la grasa del fabricante. Había también pólvora y municiones por toneladas, veinte piezas livianas de artillería de campo, y muchos otros pertrechos militares.
—Suficiente como para comenzar una guerra o una revolución —comentó secamente Dorian.
—Que era el propósito del tío Guy —concordó Mansur.
Buena parte de todo ello había sido dañado por el agua de mar. Fue una lenta tarea sacar esa carga de aquella bodega, pero finalmente llegaron hasta las maderas del fondo, y no había ni rastros del oro que Verity les había prometido.
Mansur trepó para abandonar aquella caliente y fétida bodega, y partió a buscar a Verity. La encontró en su camarote. Se detuvo en la puerta.
En ese poco tiempo ella había logrado que el revoltijo en que había quedado su camarote se convirtiera en un notable estado de orden y limpieza. Estaba sentada a su escritorio de caoba bajo la claraboya. Ya no estaba vestida como un huérfano con ropas regaladas y demasiado grandes. Llevaba un impecable vestido de organza azul con mangas afolladas y terminadas con delicado encaje. Alrededor del cuello llevaba un lustroso collar de perlas. Estaba leyendo un libro con tapas de plata grabada y enjoyada, y haciendo anotaciones en un cuaderno de sencillas tapas de vitela. Mansur vio que las páginas estaban apretadamente escritas con su pequeña y elegante caligrafía. Levantó la vista y lo miró dulcemente.
—Ah, Alteza, ¿tengo tu atención por un momento? Me siento sumamente honrada.
A pesar de su desilusión por no haber encontrado nada en la bodega, Mansur se quedó boquiabierto admirándola.
—No existe la menor sombra de duda en mi mente de que eres la mujer más hermosa que jamás han visto mis ojos —dijo él en tono de total arrobamiento. En ese ambiente ella se le aparecía como la joya perfecta.
—Mientras tú, señor, estás más bien sudado y desaliñado. —Se rió de él—. Pero estoy segura de que no es esto lo que has venido a escuchar.
—No hay una sola moneda allá abajo —dijo él con voz débil.
—¿Te tomaste el trabajo de mirar por debajo de las maderas del piso, o debería decir de la cubierta? Me siento en un mar de dudas con estos términos náuticos, si se me permite el juego de palabras.
—Te amo más con cada momento que pasa, mi querida ingeniosa —gritó él y corrió de regreso a la bodega, a la vez que ordenaba que los carpinteros bajaran con él.