La oscuridad cayó con la dramática rapidez que sólo se puede experimentar en los trópicos y podían verse las estrellas en los espacios que dejaban las nubes de tormenta. En poco tiempo ellos también fueron encerrados por la tormenta que se avecinaba. La oscuridad fue completa, salvo por El mínimo resplandor del farol en la popa del Revenge.

Mansur se apoyó en el soporte de la brújula y se dejó llevar por su erótica fantasía, soñando casi toda la noche sin pensar en ir a su camarote.

De pronto, lo sobresaltó un rayo bifurcado que cayó del cielo nublado hasta la superficie del mar, seguido inmediatamente por un trueno que hizo estremecer el cielo. Por un instante el Revenge salió de la oscuridad delante de ellos, resplandeciente de luz azulada, con cada detalle de sus aparejos y sus velas claramente definidos. Luego todo volvió a la oscuridad absoluta, mucho más densa que antes.

Mansur abandonó su posición relajada para erguirse de un salto junto al soporte de la brújula y corrió hacia la barandilla de estribor. En el instante de aquel deslumbrante relámpago creyó haber visto algo más. Había sido una fugaz visión de luz reflejada, casi sobre el lejano horizonte.

—¿Lo viste? —le gritó a Kumrah, que estaba junto a él sobre la barandilla.

—¿Al Revenge? —replicó el interpelado desde la oscuridad, con tono de intriga—. Sí, Alteza. Está a no más de doscientos metros más adelante. Allá… se puede ver el brillo del farol en la popa.

—¡No, no! —gritó Mansur—. No adelante de nosotros. A popa. Es otra cosa.

—No, amo. No vi nada.

Ambos se esforzaron por ver en la oscuridad y otra vez un relámpago atravesó el cielo como un gigantesco látigo, luego el trueno los ensordeció y pareció hacer temblar la superficie del oscuro mar con su monstruosa descarga. En ese fugaz momento de claridad diamantina Mansur lo vio otra vez.

—¡Allá! —Mansur tomó a Kumrah por el hombro y lo sacudió con violencia—. ¡Allá! ¿Lo viste esta vez?

—¡Un barco! ¡Otro barco! —gritó Kumrah—. Lo vi claramente.

—¿A qué distancia?

—Dos millas náuticas, no más que eso. Una nave alta. Con velas cuadradas. Eso no es un dhow.

—¡Es el Arcturus! Está a la espera de su presa. —Desesperadamente Mansur miró hacia el barco de su padre y vio que el delator farol todavía ardía en la popa—. El Revenge no ha visto el peligro.

—Debemos alcanzarlos y avisarles —exclamó Kumrah.

—Aun con todas las velas desplegadas no lo alcanzaremos como para poder comunicarnos con gritos en menos de una hora. Para entonces puede ser demasiado tarde. —Mansur vaciló un momento más, luego tomó la decisión—. Cada uno a sus puestos de combate. Dispara un cañón para alertar al Revenge. Luego vira por estribor y vamos a interceptar al enemigo. No enciendas los faroles de combate hasta que yo dé la orden. Dios nos permita sorprender al enemigo.

Los tambores de guerra resonaron en la oscuridad y mientras la tripulación corría a ocupar sus puestos un único y urgente cañonazo resonó en la noche. Mientras el Sprite maniobraba, Mansur se esforzaba por ver el otro barco, a la espera de que apagaran el farol o dieran alguna señal de que habían recibido la advertencia, pero en ese instante se desató la tormenta y comenzó a caer la lluvia. Toda visión se perdió en la tibia y sofocante cascada de agua. Parecía llenar el aire que respiraban, eliminando cualquier reflejo de luz, por mínimo que fuera, y acallaba cualquier otro sonido que no fuera el rugir de las pesadas gotas sobre las lonas de arriba y sobre las maderas de abajo.

Mansur regresó corriendo hasta el soporte de la brújula e hizo una rápida lectura, pero sabía que no era precisa, y que el barco enemigo también podría haberlos descubierto, cambiando su curso y dirección. Las posibilidades de dar con él en aquel diluvio eran remotas. Podían pasar uno junto al otro, a medio disparo de pistola sin darse cuenta de su mutua existencia.

—Da vuelta el reloj de arena y marca la tabla de navegación —ordenó al piloto. Tal vez podría interceptarlo conjeturando el rumbo. Luego le gritó a Kumrah—: ¡Pon dos buenos hombres al timón!

Corrió hacia la proa, y a través de las oleadas de enceguecedora lluvia trató de vislumbrar el farol de popa del Revenge. De alguna manera se sintió reconfortado cuando no pudo ver ni oír nada.

—Quiera Dios que mi padre se dé cuenta del peligro y que haya apagado el farol. Si no, eso servirá de guía a sir Guy para alcanzarlo y podría aprenderlo. —Consideró la posibilidad de disparar otra vez el cañón para enfatizar la urgencia y el peligro en que se hallaban, pero descartó la idea de inmediato. Un segundo disparo podría confundir la advertencia. Su padre podría llegar a creer que el Sprite ya estaba combatiendo con el enemigo.

También podría alertar al Arcturus y atraerlo hacia ellos. Por eso siguió navegando en la oscuridad en medio de torrentes de agua tibia como sangre.

—Envía a tus mejores vigías arriba —le ordenó con gesto sombrío a Cumrah—, y que los artilleros estén listos para sacar los cañones al instante. No tendremos demasiado tiempo de preparación si nos topamos con el enemigo.

El reloj de arena fue dado vuelta dos veces, y seguían navegando en la oscuridad, cada uno de los hombres a bordo con todos los sentidos alerta la más insignificante señal que pudiera venir del barco enemigo. Y la lluvia continuaba sin cesar.

"El enemigo podría haber pasado junto a nosotros sin llegar a descubrirnos; pensó Mansur. Calculó las posibilidades y las opciones que tenía.

Viró para interceptarnos y pasó cerca de nosotros. Y hasta podría en ese momento estar acercándose al Revenge sin que éste sospeche nada".

Tomó una decisión y llamó a Kumrah.

—Pon la nave al pairo y ordena a todos los hombres que mantengan bien abiertos los ojos y los oídos.

Permanecieron a oscuras y en silencio. Pasó otra hora, medida por el suave deslizar de la arena en el reloj. La lluvia amainó y la refrescante brisa viró al norte, trayendo consigo el intenso olor del desierto, que todavía no estaba demasiado lejos. La lluvia cesó. Mansur estaba a punto de dar la orden de ponerse otra vez en movimiento, cuando un fugaz reflejo quebró la oscuridad mucho más allá de la popa. Tuvo el efecto de la luz de una vela sobre la parte inferior de las grandes nubes cada vez más bajas. Mansur contuvo la respiración y contó lentamente hasta cinco. Luego llegó el ruido, el inconfundible rugir de los cañones.

—El Arcturus pasó junto a nosotros y encontró al Revenge. Han entrado en combate —gritó—. Cambia de rumbo y demos la vuelta por babor.

Con la brisa nocturna en la aleta, el Sprite se abrió rumbo en la oscuridad. Tanto Mansur como Kumrah luchaban por agregar hasta el último nudo posible a la velocidad de la nave. Delante de ellos, la oscilante luz y el irregular rugido de los cañones se hacían más brillante una y más fuerte el otro a medida que se acercaban.

—Dios permita que lleguemos a tiempo —rogó Mansur, y mientras miraba hacia adelante, el viento que le daba en la cara por el movimiento de la nave le hizo brotar lágrimas en los ojos, o tal vez esto se debió a sus sentimientos más profundos. Las dos personas a las que más amaba estaban atrapadas en aquella tormenta de fuego y hierro, y él seguía sin poder intervenir. Aún cuando el Sprite avanzaba veloz adelantándose a la brisa como una gacela perseguida por perros de caza, todavía era demasiado lento para el corazón de Mansur.

De todas maneras la distancia entre ellos se achicaba rápidamente y, de pie en la proa, balanceándose para mantener el equilibrio sobre un barco que se movía a gran velocidad, Mansur pudo, por fin, distinguir las formas de ambas naves. Estaban trabadas en combate, iluminadas por los destellos que salían de las bocas de sus cañones.

Mansur vio que estaban en la banda opuesta del Sprite, cruzando sus proas en un ángulo agudo, de modo que le gritó a Kumrah para que corriera en dos puntos el curso del Sprite para poder interceptarlos. Luego la distancia comenzó a achicarse con mayor rapidez, y ya le era posible distinguir los detalles menores del combate.

En el Revenge, Dorian había de alguna manera logrado quitarle la Posición de barlovento al capitán Cornish, teniéndolo a raya y frustrando sus esfuerzos por poner al Arcturus junto a ellos para ordenar el abordaje. Cornish a su vez bloqueaba todo intento que Dorian pudiera hacer para colocar al Revenge con viento a favor y en la mejor posición para navegar y así escapar de un adversario superior. En esta formación, ambos navíos estaban casi en igualdad de condiciones en lo que a velocidad se refiere, pero el Revenge no podría por mucho más tiempo seguir evadiendo a la otra nave, mucho más grande. En un duelo de desgaste como ése el mayor poder de fuego era el que al final decidía las cosas.

Pero el Sprite se acercaba rápidamente y pronto podría sumar sus fuerzas al desigual enfrentamiento. El equilibrio podría entonces volcarse a su favor, siempre que Mansur lograra llegar a ellos antes de que el Arcturus enganchara y abordara a la nave más pequeña.

Cada vez más cerca, Mansur dirigió el Sprite hacia los dos barcos. Aunque su impulso era lanzarse temerariamente sobre el Arcturus, contuvo sus instintos guerreros y maniobró con el viento de costado.

Sabía que todavía estaba envuelto en la oscuridad de la noche, invisible para los capitanes y las tripulaciones de las otras naves. Debía aprovechar al máximo el elemento sorpresa. Pasaron varios minutos antes de que estuviera en posición de girar el timón y salir a la carga desde la oscuridad, para cruzar por la popa del Arcturus y luego engancharlo y abordarlo desde la aleta de babor. Mansur observaba el desarrollo de los acontecimientos a través de la lente de su anteojo.

Aunque los cañones no cesaban de escupir fuego, la distancia era todavía demasiado grande como para producir daños significativos en cualquiera de los dos contrincantes. Vio que una cierta cantidad de los disparos del Revenge había producido agujeros en el casco del oponente por Encima de la línea de flotación. Las maderas destrozadas brillaban debido a las nuevas astillas. Podían verse unas pocas rasgaduras y también agujeros en las velas, además, algunos palos habían sido separados de sus cordajes pero todos sus cañones seguían disparando sin cesar.

Frente a su enemigo, el Revenge no estaba peor. A la luz de los fogonazos de los cañones, Mansur pudo distinguir la figura de su padre, vestido con su característica túnica verde, impartiendo órdenes a sus artilleros. Batula estaba al timón tratando de sacar el máximo provecho de la velocidad del barco.

Mansur volvió su catalejo hacia el alcázar del Arcturus. Temeroso trató de ver, aunque más no fuera fugazmente, la esbelta y delgada figura de Verity. Sintió un cierto alivio cuando no pudo verla, aunque suponía que sir Guy la habría confinado a los puentes inferiores donde tendría cierta protección de la ensordecedora metralla.

Luego descubrió la cara del capitán Cornish, roja y furiosa en el resplandor de los cañonazos. Se paseaba sobre la cubierta con imponente dignidad, lanzando ocasionalmente una mirada al adversario, para volver a arengar a sus artilleros a través del megáfono apoyado sobre sus labios. Mientras Mansur observaba, un afortunado disparo del Revenge hizo saltar uno de los palos de la arboladura del Arcturus y su vela mayor cayó flameando sobre el alcázar envolviendo a los oficiales y al piloto con los pesados pliegues de la lona.

Se produjeron unos instantes de desorden mientras la tripulación trataba de sacar las lonas que seguían gualdrapeando. El fuego de las baterías disminuyó y el enceguecido piloto dejó que la nave se desviara un punto a barlovento mientras luchaba por desembarazarse de la vela que lo cubría. Entonces, Mansur vio que desde un extremo del alcázar sir Guy Courtney corría a ocupar el lugar de Cornish y tomar el mando. Mansur alcanzó a oír débilmente sus gritos y vio que el orden rápidamente estaba siendo restaurado. Debía actuar de inmediato para aprovechar el momento. Le gritó una orden a Kumrah quien ya estaba listo para obedecerla. El Sprite viró como un caballo de polo y se lanzó al ataque saliendo de la oscuridad. Pasó cerca de la popa del Revenge y Mansur saltó sobre los obenques y gritó por sobre el estrecho margen de agua que lo separaba de Dorian.

—¡Padre! —Dorian se volvió con expresión de sorpresa en el momento en que el Sprite apareció milagrosamente desde la oscuridad, tan cerca de ellos.

—Lo cruzaré por la proa y dispararé desde allí. Luego los abordaré por su lado de babor. Ve tú por el otro lado y dividamos sus fuerzas.

Las facciones de Dorian se iluminaron con la antigua locura de la batalla y le sonrió a Mansur mientras con la mano hacía señales de asentimiento.

Mansur ordenó sacar los cañones mientras maniobraba de manera audaz delante de la proa del Arcturus. Durante casi cinco minutos que parecieron una vida entera, navegó directamente bajo el fuego enemigo, pero los artilleros de sir Guy estaban todavía desordenados y sólo tres balas dieron en la cubierta alta. Aunque los proyectiles destrozaron las pesadas maderas y las astillas volaron como un enjambre de avispas, ninguno de los hombres del Sprite fue alcanzado. Luego estuvieron ya por debajo de la proa del Arcturus, protegidos del fuego enemigo por su propio casco.

Mansur corrió adelante en el momento en que sus cañones estuvieron listos, asegurándose de que cada uno estuviera bien apuntado antes de dar la orden de fuego. Una tras otra las enormes armas de bronce bramaban escupiendo fuego y hierro, para retroceder violentamente contra los aparejos. Todas las balas dieron en el blanco.

Mansur había maniobrado su ataque con demasiada precisión y pasó tan cerca por debajo de la proa del Arcturus que el bauprés golpeó contra los obenques del palo de mesana y los hizo saltar; los cascos no se tocaron, pero llegaron a estar a menos de un brazo de distancia antes de que el Sprite terminara de pasar.

Apenas estuvo en posición hizo virar su nave para dejarla claramente al costado del Arcturus. Las tapas de sus troneras de babor estaban todavía cerradas, lo que indicaba que el barco enemigo no estaba preparado para un ataque por esa banda. Cuando los garfios de hierro fueron lanzados sobre la borda y ambos cascos quedaron juntos, Mansur hizo un nuevo disparo a quemarropa con la batería de estribor y condujo a sus hombres hacia la otra nave en una frenética y ululante carrera. Los artilleros del Arcturus se volvieron hacia ellos, pero apenas éstos se trabaron en una desesperada lucha cuerpo a cuerpo, el Revenge aprovechó su posición de barlovento y se dejó deslizar hacia el otro para lanzar sus garfios por el lado de estribor del enemigo. Las baterías de ese lado del Arcturus no habían sido recargadas después de la última andanada y los hombres las habían abandonado para detener el ataque de Mansur. El Arcturus quedaba así atrapado entre las mandíbulas de la barracuda.

La lucha se extendía por todos los rincones de la cubierta principal, pero las tripulaciones sumadas de las dos goletas superaban en número a la más numerosa del Arcturus y poco a poco comenzaron a mostrar su superioridad. Mansur luchaba con Cornish y sus dos afiladas hojas. El joven trató de hacerlo retroceder por la cubierta para acorralarlo contra los obenques. Pero el Rojo Cornish era un astuto viejo lobo de mar. Le respondió a Mansur con fuerza y velocidad, y continuaron peleando en círculos.

Dorian mató a un hombre con una rápida estocada, luego miró a su alrededor buscando a Guy. No estaba seguro de qué era lo que iba a hacer si llegara a encontrarlo. Tal vez, en lo más profundo de su corazón, soñaba con una reconciliación en el campo de batalla. No alcanzaba a verlo en el fragor de los hombres luchando, pero se daba cuenta de que la batalla comenzaba a inclinarse a su favor. Había visto a dos hombres arrojar sus armas y, con la velocidad de la liebre, escabullirse escaleras abajo. Cuando una tripulación comienza a refugiarse en las cubiertas inferiores, está derrotada.

—¡En el nombre de Dios, la batalla es nuestra! —exhortó a los hombres que lo rodeaban—. ¡A ellos! —Su voz los llenó de nuevas fuerzas y se lanzaron contra el enemigo. Dorian buscó a Mansur y lo vio en el otro lado de la cubierta. Estaba luchando fieramente con Cornish. Había sangre en su túnica y Dorian esperó que no fuera de él. Luego vio al Rojo Cornish interrumpir la lucha y retroceder a la carrera en un intento por detener a sus hombres que huían. Mansur estaba demasiado exhausto como para seguirlo y reposó sobre su espada. A la luz de los faroles de batalla, el sudor le brillaba en la cara y su pecho se hinchaba y se relajaba con el esfuerzo por respirar. Dorian le gritó desde su lado de la cubierta.

—¿Qué ocurrió con Guy? ¿Dónde está mi hermano? ¿Lo has visto?

—No, padre —respondió Mansur con voz fuerte y áspera—. Debe de haber corrido hacia abajo con los demás.

—Los hemos derrotado —gritó Dorian—. Una última carga más y el Arcturus es nuestro. Vamos.

Los hombres que estaban con él lanzaron fuertes gritos de triunfo y se lanzaron hacia adelante, pero se detuvieron casi de inmediato otra vez cuando un agudo grito de Guy Courtney se destacó entre el ruido del combate.

Estaba parado junto a la borda de la toldilla. En una mano tenía una mecha encendida y en su otro hombro se balanceaba un barril de pólvora negra. Al barril se le había quitado el bitoque y un grueso chorro de pólvora caía sobre el piso a sus pies.

—Este reguero llega hasta el pañol de pólvora del barco —gritó. Aunque hablaba en inglés, el significado de sus palabras resultó claro para todos los árabes a bordo. La lucha cesó y todos lo miraban a él, estupefactos. Un silencio mortal envolvió la cubierta del Arcturus—. Haré volar esta nave y a cada uno de vosotros con ella —gritó Guy, y levantó muy alto la humeante mecha encendida que chisporroteaba—. Juro por Dios que lo haré.

—¡Guy! —le gritó Dorian—, soy tu hermano, Dorian Courtney.

—¡Lo sé muy bien! —le respondió Guy, también a los gritos; había un dejo amargo y duro en su voz—. Verity me confesó su engaño y su complicidad. Eso no te salvará.

—¡No, Guy! —insistió Dorian—. ¡No lo hagas!

—Nada de lo que digas podrá disuadirme —replicó Guy, y arrojó el barril de pólvora sobre la cubierta, a sus pies. Al caer se reventó y la pólvora se desparramó sobre el piso. Lentamente fue bajando la mecha y un murmullo de miedo se elevó desde la cubierta principal donde se amontonaban los combatientes. Uno de los hombres del Revenge se volvió y corrió de vuelta hacia un costado del barco. Saltó sobre el espacio que separaba las naves hacia la ilusoria seguridad de la cubierta de la propia nave.

Su ejemplo fue contagioso. Muchos huyeron hacia los barcos más pequeños. Apenas estuvieron a bordo comenzaron a cortar a golpes de espada los cabos con garfios de abordaje que los mantenían unidos al condenado Arcturus.

Sólo Kumrah, Batula y otros pocos leales marineros se mantuvieron en sus puestos junto a Dorian y Mansur.

—¡Es una triquiñuela! No lo hará —les dijo Dorian—. ¡Seguidme! —Pero cuando corrió hacia el pie de la escalera que conducía a la toldilla, Guy Courtney arrojó la mecha encendida hacia el reguero de pólvora. En medio de una densa y chirriante columnilla de humo la pólvora se encendió y retrocedió rápidamente por la cubierta hasta que llegó a la escotilla abierta y siguió escaleras abajo hacia el interior de la nave.

Hasta los más valientes de los más bravos capitanes y sus oficiales los abandonaron y, después de girar sobre si mismos, emprendieron la carrera.

Los últimos cabos con garfios de abordaje se estaban cortando, como si fueran hilos de algodón. En un instante los dos barcos más pequeños se habían liberado del Arcturus alejándose a la deriva en medio de la noche.

—Aun cuando se trate de una triquiñuela, seguiremos aquí atrapados —le gritó Mansur a su padre. Estaban rodeados por marineros hostiles. La difícil situación podría resultar fatal.

—No hay que perder ni un instante —le gritó Dorian como respuesta—. Corre, Mansur.

Ambos giraron sobre sus talones y saltaron hacia las cubiertas de sus propios barcos, justo cuando los últimos cabos se rompían y los cascos comenzaban a separarse. Guy Courtney estaba solo, parado en la toldilla. Las nubes formadas por el humo de la pólvora se retorcían a su alrededor dándole un aspecto satánico. Las chispas de la pólvora y restos de maderas rotas que se quemaban se extendieron a las velas y treparon por los obenques.

El primer cañonazo había roto las maderas del casco y había despertado a Verity. El Arcturus se había aprestado para el combate de manera tan silenciosa que, encerrada como estaba en su camarote, ella no se había dado cuenta de lo que estaba ocurriendo hasta ese momento. Abandonó su litera y encendió la mecha de la lámpara que colgaba de soportes con suspensión para mantenerla horizontal. Buscó su ropa y se puso una camisa de algodón y los pantalones de montar, prendas que prefería usar en lugar de enaguas y faldas cuando necesitaba libertad de movimientos.

Estaba poniéndose las botas cuando el casco se movió bruscamente con la siguiente andanada disparada por los cañones. Corrió a la puerta de su Camarote y golpeó con los puños.

—¡Dejadme salir! —gritó—. ¡Abrid la puerta! —Pero no había nadie que la oyera.

Tomó el pesado candelabro de plata de la mesa y trató de romper los paneles de la puerta para así alcanzar las barras que la aseguraban por el lado de afuera, pero los sólidos bloques de teca resistieron todos sus esfuerzos. Se vio obligada a abandonar y a retirarse al otro extremo del camarote. Abrió la portilla y trató de ver algo. Sabía que tratar de escapar por ahí era inútil. Lo había pensado varias veces durante las semanas de su cautiverio. La superficie del mar se movía más abajo, no lejos de ella, y la barandilla de la cubierta inmediata superior estaba a dos metros. Miró hacia la oscuridad y trató de seguir la batalla por los brillos y los fogonazos de los disparos. Pudo vislumbrar la nave con la que se estaban enfrentando y de inmediato reconoció al Revenge. No pudo ver si también estaba el barco de Mansur.

Daba un respingo cada vez que rugían los cañones en la cubierta que estaba sobre su camarote o cuando una bala enemiga se estrellaba contra el casco. La batalla parecía rugir interminablemente, y los ruidos la aturdían. El olor punzante de la pólvora quemada llenaba el camarote como si fuera algún horrible incienso encendido en honor al dios Marte, y no podía evitar toser al respirar aquel humo ácido.

Entonces, de pronto, ante ella apareció otra silueta sin luces que se acercaba en silencio desde la inmensa oscuridad. Era otro barco.

—¡El Sprite! —susurró y su corazón se sobresaltó. ¡La nave de Mansur!, jamás pensó que volvería a verla. De pronto comenzó a disparar contra ellos, y ella estaba tan emocionada que ni siquiera sintió miedo. Uno después de otro los proyectiles redondos de hierro se estrellaban contra el Arcturus, y con cada golpe ella se estremecía.

Hasta que, abruptamente, Verity fue lanzada al suelo cuando una bala destrozó el mamparo de la puerta del camarote. El lugar se llenó de humo y restos de madera pulverizada. Cuando el ambiente se despejó, vio que la puerta había volado. Se puso de pie de un salto, trepó por encima de los restos y se abrió paso hacia el pasillo que estaba libre. Oyó los ruidos de la lucha cuerpo a cuerpo sobre la cubierta cuando la tripulación del Sprite abordó la nave por la barandilla de babor. Los gritos y aullidos se mezclaban con el ruido del choque de las hojas de acero y el repiqueteo de pistolas y mosquetes. Miró a su alrededor en busca de un arma, pero no encontró nada. Entonces advirtió que la puerta del camarote de su padre estaba abierta. Sabía que él guardaba sus pistolas en el cajón de su escritorio y corrió hacia allí.

Quedó de pie justo debajo de la claraboya y la voz de su padre podía oírse con toda claridad a través de la abertura.

—Este reguero llega hasta el pañol de pólvora del barco —gritó. Un mortal silencio se apoderó de la cubierta del Arcturus y Verity quedó helada—. Haré volar esta nave y a cada uno de vosotros con ella —gritó su padre otra vez—. Juro por Dios que lo haré.

—¡Guy! —Verity reconoció la voz que le respondía—. ¡Soy tu hermano, Dorian Courtney!

—¡Lo sé muy bien! —le respondió Guy, también a los gritos—. Verity me confesó su engaño y su complicidad. Eso no te salvará.

—¡No, Guy! —insistió Dorian—. ¡No lo hagas!

—Nada de lo que digas podrá disuadirme —gritó a manera de respuesta Guy.

Verity no quiso escuchar más. Se lanzó al corredor y de inmediato vio el grueso reguero de pólvora que bajaba por los peldaños de la escalera de la toldilla y seguía por el pasillo hasta la cubierta inferior y el pañol.

—¡Está diciendo la verdad! —gritó Verity con todas sus fuerzas—. Realmente está dispuesto a volar el barco. —Actuó sin vacilar. Tomó uno de los baldes contra incendios que estaba al pie de la escalera de la toldilla. El casco de madera de la nave era un mortal riesgo de incendios, y antes de entrar en combate se distribuían los baldes llenos de agua de mar en los lugares adecuados. Verity arrojó el agua sobre el reguero de pólvora interrumpiéndolo por un buen trecho.

Lo hizo justo a tiempo. Con un rápido siseo la llama avanzó y bajó por la escalera de la toldilla, hasta que se detuvo con una nube de humo azul al llegar a la interrupción que la muchacha había abierto. Saltó sobre la llama y pisoteó los granos encendidos. Luego tomó otro balde de agua de mar y lo vació sobre la pólvora. Se aseguró de haber apagado hasta la última chispa antes de correr escaleras arriba, hacia el alcázar.

—¡Padre! ¡Esto es una locura! —gritó Verity mientras salía de entre el humo detrás de él.

—Te ordené que permanecieras en tu camarote —le dijo dando media vuelta—. Me has desobedecido.

—Si no lo hubiera hecho, me habrías hecho volar contigo para la eternidad —chilló casi fuera de sí, aterrorizada al darse cuenta de lo cerca que habían estado de la muerte.

Cuando él advirtió que la ropa de ella estaba chamuscada, ennegrecida y mojada con agua de mar, exclamó:

—Maldita mujer, traidora. Te has pasado totalmente al lado de mis enemigos.

Le dio un fuerte golpe en plena cara con el puño cerrado y la hizo caer hacia atrás para luego rodar hasta la barandilla. La mirada de ella expresaba sentimientos de horror y ultraje. Desde la infancia estaba acostumbrada a las palizas con la fusta de montar sobre sus muslos y nalgas cada vez que hacía algo que lo disgustaba, pero sólo en dos ocasiones anteriores la había golpeado con el puño. En ese momento supo que no iba a permitir que eso volviera a ocurrir. Aquélla sería la tercera y última vez. Se limpió la boca Con el revés de la mano y miró la mancha de sangre que dejaba su labio herido. En ese momento volvió la cabeza y miró hacia abajo, hacia la cubierta del Sprite debajo de ella.

Los últimos cabos con garfios que mantenían unidos a los dos barcos se cortaron y las velas del Sprite se inflaron con la brisa nocturna. Comenzó a alejarse. La cubierta era un tremendo desorden producido por los disparos, algunos miembros de su tripulación estaban heridos, otros corrían a sus puestos junto a los cañones, y también estaban los que caían sobre ella después de saltar desde la más alta cubierta del Arcturus a medida que la distancia entre ambas naves se agrandaba.

Entonces vio a Mansur, allá abajo, sobre la cubierta del Sprite. A pesar de las heridas y de la furia que sentía contra su padre, el corazón golpeteaba salvajemente sobre sus costillas. Durante todo el tiempo que habían estado separados, ella había tratado de dominar lo que sentía por él. No había tenido la menor ilusión de volver a verlo y creía haber tenido éxito quitándoselo de la mente. Pero en ese momento, al volver a verlo, hermoso y alto a la luz de los aparejos que se quemaban, recordó los secretos que él le había hecho conocer y las manifestaciones de sus sentimientos por ella y no pudo ya seguir negando los suyos.

En ese mismo momento él miró hacia arriba y la reconoció. Ella vio que la sorpresa de él se transformaba de inmediato en clara decisión. Saltó al otro lado de la cubierta del Sprite hasta llegar a la rueda del timón y de un empujón apartó al piloto. Tomó los radios y la hizo girar hacia el lado contrario. La nave detuvo su movimiento hacia babor para luego responder al timón, regresando lentamente. Una vez más la proa chocó pesadamente contra el costado del Arcturus, pero no rebotó ya que Mansur mantuvo firme la rueda. La nave se dejó arrastrar por el navío de mayor tamaño. Mansur le gritó.

—¡Salta, Verity! ¡Ven a mí! —Durante un instante que pareció eterno ella quedó congelada y luego ya casi era demasiado tarde—. ¡Verity, por el amor de Dios! No puedes hacer esto. Te amo. ¡Salta!

No dudó un instante más. Se puso de pie con la rapidez de un gato y saltó a la barandilla, haciendo equilibrio sobre la borda por un instante con sus brazos extendidos. Guy se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo y atravesó corriendo la toldilla.

—¡Te lo prohíbo! —le gritó, mientras le tomaba una pierna, pero ella le pateó la mano. Él se aferró al faldón de la camisa de ella y Verity trató de liberarse, pero el brazo de él era más fuerte. Mientras luchaban, Mansur abandonó la rueda y corrió hacia la borda del Sprite. Estaba directamente abajo de ella, con los brazos extendidos, invitándola.

—¡Salta! —le gritó—. Yo te recogeré.

Se lanzó por el costado del barco. Su padre no abrió el puño y la camisa de ella se rasgó, dejándolo a él con un pedazo de tela entre los dedos. Verity cayó en los brazos de Mansur y el peso hizo que éste cayera de rodillas, pero su cuerpo se tensó y por un instante la tuvo apretada contra su pecho. Luego la puso de pie y la condujo a lugar seguro. Las arrolladas hamacas de la tripulación habían sido apiladas a lo largo de la barandilla como protección contra astillas y balas de mosquete y Mansur la empujó hacia abajo para colocarla detrás de esa barricada. Luego corrió otra vez hacia el timón e hizo girar la rueda en dirección opuesta.

Rápidamente los dos barcos se separaron. El Revenge también se había liberado y navegaba con sus velas hinchadas. El Arcturus seguía ardiendo, pero Mansur vio al Rojo Cornish que corría sobre la cubierta haciéndose cargo del salvamento. Sus hombres comenzaban, otra vez, a salir por las escotillas. En pocos minutos habían bajado las velas incendiadas para apagarlas con el agua de mar de las bombas.

Con sus cañones recargados y en posición de combate, el Arcturus se lanzó otra vez a perseguir al Sprite, pero su velamen estaba seriamente dañado y Cornish no había tenido tiempo de sacar las nuevas lonas del pañol de velas y se impulsaba sólo sobre las vergas chamuscadas. El Arcturus avanzaba lentamente sobre el agua y tanto el Sprite como el Revenge se alejaban de él.

Entonces, con la misma rapidez con que se había levantado, el viento nocturno cesó. Casi como si se hubieran anticipado al amanecer, las nubes se abrieron y dejaron que brillaran las empalidecidas estrellas. El silencio descendió sobre el océano, su agitada superficie pareció congelarse en una plancha de hielo pulido. Las tres vapuleadas naves bajaron la velocidad hasta ir quedando poco a poco inmóviles. Aun a la débil luz de las estrellas podían verse las unas a las otras, tranquilizadas, balanceándose suavemente y sin rumbo sobre las silenciosas corrientes debajo de la brillante superficie. Sin embargo, el Sprite y el Revenge estaban demasiado lejos entre sí como para poder comunicarse con el megáfono, de modo que Dorian y Mansur no podían hablar para decidir cuál sería el próximo paso.

—Que los hombres coman su desayuno mientras trabajan, pero debemos reparar rápidamente nuestros daños. Esta calma no durará mucho.

Mansur vio que los trabajos comenzaban y fue en busca de Verity. Estaba de pie, sola en un costado del barco, mirando hacia la desvaída silueta del Arcturus, pero se dio vuelta de inmediato cuando él estuvo allí.

—Viniste —le dijo él.

—Porque tú me llamaste —replicó ella suavemente, y tendió su mano.

Él la tomó y se sorprendió al descubrir lo fría y delicada que era su piel, lo pequeña y delicada que era su mano.

—Hay tantas cosas que quisiera decirte.

—Tendremos toda una vida para ello —dijo ella—, pero déjame saborear completamente este primer momento. —Se miraron a los ojos.

—Eres hermosa —dijo él.

—No es cierto. Pero mi corazón canta cuando te oye decirlo.

—Te besaría.

—Pero no lo harás —replicó ella—. No a la vista de tu tripulación. Ellos no lo aprobarían.

—Afortunadamente también tendremos toda una vida para eso.

—Y yo disfrutaré cada minuto de ella.

Amaneció y los primeros rayos de sol brillaron por entre las nubes de tormenta para convertir las aguas del océano en una brillante amatista.

Caían directamente sobre las tres naves. Estaban inmóviles como juguetes en el lago de un pueblo. El mar brillaba sin olas y su superficie sólo se alteraba por el vuelo rasante de los peces voladores y los remolinos producidos por enormes atunes dorados y plateados que los perseguían.

Las velas desgarradas por los disparos colgaban flojas y vacías. Desde cada una de las naves partían ruidos de martillos y serruchos mientras los carpinteros se daban prisa para reparar los daños dejados por el combate.

Los encargados de las velas estiraban las lonas dañadas sobre la cubierta para echarse sobre ellas con enormes agujas en la mano, remendando y uniendo los pedazos desgarrados. Todos sabían que ese respiro no duraría demasiado, que la brisa matutina pronto habría de levantarse y que la siguiente etapa del conflicto debía comenzar.

A través del catalejo Mansur observaba a la tripulación del Arcturus que extinguía las últimas llamas y luego izaba nuevas vergas para reemplazar el bauprés roto y los demás palos quemados o destrozados por los disparos.

—¿Está tu madre a bordo del Arcturus? —le preguntó Mansur a Verity.

—Hace seis semanas mi padre la envió de regreso a la seguridad del consulado en Bombay —respondió. No quería pensar ahora en Caroline ni tampoco en las circunstancias en que la había visto por última vez. Para cambiar de tema, preguntó—: ¿Pelearás otra vez?

—¿Tienes miedo? —preguntó él.

Ella se volvió para mirarlo. Sus ojos eran verdes y la mirada directa.

—Esa pregunta es injusta.

—Discúlpame —dijo él de inmediato—. No es que dude de tu coraje, pues me demostraste anoche que lo tienes. Sólo quería saber cuáles eran tus sentimientos ahora.

—No tengo miedo por mí. Pero mi padre está a bordo de la otra nave y tú estás en ésta.

—Vi cuando te golpeó.

—Me ha golpeado muchas veces antes, pero sigue siendo mi padre. —Luego bajó los ojos—. Lo que es más importante, sin embargo, es que ahora tú eres mi hombre. Tengo miedo por los dos. Pero no me dejaré acobardar.

Él estiró la mano y le tocó el brazo.

—Haré todo lo que pueda para evitar una nueva batalla —le aseguró—. Lo habría hecho anoche, pero mi propio padre estaba en peligro. No podía hacer otra cosa que acudir en su ayuda. De todas maneras, dudo de que sir Guy permita que tú y yo escapemos sin hacer todo lo posible por impedirlo. —Con un sombrío gesto señaló al distante Arcturus.

—Se está levantando el viento de la mañana —dijo ella—. Ahora veremos cuáles son las verdaderas intenciones de mi padre.

El viento rasgó las pulidas aguas azules como si tuviera garras de gato. Las velas del Arcturus se hincharon y comenzó a deslizarse hacia adelante.

Todas las vergas estaban ya en su lugar y la lona nueva y brillante reemplazaba de nuevo lo que había sido quemado y ennegrecido. Pero el viento lo dejó atrás y poco a poco fue perdiendo velocidad, hasta que una vez más quedó inmóvil. La vela principal flameó y luego quedó colgada. Ese viento fugaz alcanzó a las dos naves más pequeñas y las empujó, aunque no demasiado lejos, para luego abandonarlas también.

Una vez más el silencio y la inmovilidad se apoderaron de las tres naves. Todas las velas estaban izadas y los marineros encargados de las vergas estaban en posición para hacer los últimos ajustes apenas se levantara el viento otra vez.

Esta vez vino del este, fuerte y constante. Envolvió primero al Arcturus y lo empujó. En el instante en que pudo maniobrar con el timón puso proa directamente hacia las dos naves más pequeñas. Los cañones estaban afuera y sus intenciones eran obvias.

—Me temo que tu padre se prepara para la lucha.

—Igual que tú —lo acusó Verity.

—Te equivocas conmigo. —Sacudió la cabeza—. Yo ya he tenido mi premio. Sir Guy no tiene nada más que pueda interesarme.

—Entonces esperemos que el viento nos alcance antes que él. —En el momento en que Verity decía esto, el viento sopló sobre sus mejillas y lanzó parte de su pelo sobre los ojos. Ella lo volvió a meter en la red que lo Sostenía—. Aquí viene.

El viento alcanzó al Sprite y éste respondió de inmediato. Las lonas gualdrapearon y los motones crujieron mientras las velas se llenaban e hinchaban. Pudieron percibir su fuerza en el fácil temblor de la cubierta bajo sus pies y, a pesar de las exigencias del momento, la emoción hizo que Verity se riera con ganas.

—¡Nos movemos! —gritó y por un instante se colgó del brazo de él. Entonces vio la expresión de desaprobación de Kumrah y retrocedió—. No necesito dama de compañía que me vigile en este barco pues ya tengo cien.

El Sprite corría hacia el Revenge, que todavía permanecía inmóvil, pero de pronto el viento también lo alcanzó. Los dos barcos avanzaron juntos, con el Revenge un par de cientos de metros adelante. Mansur miró atrás sobre la popa, a sus perseguidores.

—Con el viento en esta dirección tu padre jamás podrá alcanzarnos —le dijo entusiasmado a Verity—. Lo dejaremos por debajo del horizonte antes del anochecer. —La tomó por el brazo y la condujo suavemente hacia la escalera de la toldilla—. Ahora puedo sin riesgos dejarle el mando a Kumrah. Vamos abajo a encontrar un lugar adecuado para ti.

—Hay demasiados ojos aquí —coincidió ella, y lo siguió sin oponerse.

Al pie de la escalera él se volvió para quedar frente a frente con ella. La joven era apenas unos pocos centímetros más baja que él, y los gruesos y brillantes rizos de su cabello hacían que esa diferencia fuera menos obvia.

—Aquí ya no hay otros ojos —dijo él.

—Temo haber sido demasiado ingenua —sus mejillas se ruborizaron como pétalos de rosa—, pero vos jamás os aprovecharéis de mi inocencia, ¿no es cierto, Alteza?

—Creo que sobreestimáis mi caballerosidad, señorita Courtney. Mi intención es precisamente hacerlo.

—Supongo que de nada servirían mis gritos, ¿verdad?

—Mucho me temo que es así —confirmó él.

Ella se le acercó.

—Entonces ahorraré mi aliento —susurró—, pues tal vez lo necesite para más adelante.

—Tienes el labio hinchado. —Él lo tocó delicadamente—. ¿No te haré daño?

—Los Courtney somos una casta dura —replicó ella.

Él la besó delicadamente.

Fue Verity quien lo atrajo hacia ella y abrió sus labios para él.

—No duele nada —dijo ella, y él la alzó en sus brazos y la llevó hasta su propio camarote.

Kumrah golpeó tres veces con el pie sobre la cubierta encima del camarote de Mansur. Éste se sentó con rapidez.

—Me necesitan en cubierta —explicó.

—No tanto como se te necesita acá —murmuró ella con somnolienta satisfacción—, pero sé que si el deber llama te debo dejar partir… por el momento.

Él se puso de pie y ella lo observó con grandes ojos y mirada interesada.

—Nunca antes he visto a un hombre en su estado natural —dijo—. Sólo ahora me doy cuenta de lo que me he perdido pues es una imagen que me agrada mucho.

—Podría yo pensar en cosas mucho mejores —objetó él, y se inclinó para besarla en el vientre. Era suave como la crema y su ombligo era un nítido foso en el tenso y flexible músculo. Metió allí la punta de la lengua.

Ella suspiró y se retorció voluptuosamente.

—Debes detener eso de inmediato, o jamás dejaré que te vayas.

Él se puso de pie y de pronto sus ojos se abrieron alarmados.

—Hay sangre en la sábana. ¿Te he hecho daño?

Ella se incorporó apoyándose sobre el codo, miró la brillante mancha y sonrió complaciente.

—Es la flor de mi virginidad, que te he traído como prueba de que siempre he sido y seré tuya y de nadie más.

—Oh, mi querida. —Se sentó en el borde de la litera y le cubrió el rostro de besos.

Ella lo empujó.

—Ve a cumplir con tu deber. Pero vuelve a míen cuanto lo hayas hecho. Mansur corrió escaleras arriba y pareció que sus pies tenían alas, pero se detuvo alarmado al llegar al último escalón. Había esperado ver al Revenge todavía muy adelante de ellos, pues en velocidad era un poco mejor que el Sprite, pero se encontró con el barco de su padre casi a la par. Sacó los anteojos de su estuche junto a la bitácora y caminó hacia un costado del barco. De inmediato se dio cuenta de que el nivel de flotación del Revenge era muy bajo y que todas las bombas estaban funcionando. El agua de mar salía en un chorro blanco por un costado a través de los caños de desagüe. Mientras observaba consternado, Dorian apareció en cubierta, saliendo por la escotilla de la bodega principal. Mansur tomó el megáfono y gritó. Su padre miró hacia él y se acercó a la barandilla más cercana.

—¿Qué ocurrió? —preguntó Mansur.

—Una bala dio por debajo de la línea de flotación y está entrando más agua de la que las bombas pueden sacar. —La respuesta de su padre se oía débilmente en el viento.

Tan grande era la diferencia de velocidad entre las dos naves que en el Poco tiempo que Mansur había pasado en la cubierta del Sprite éste se había acercado unos cuantos metros al Revenge. La voz de su padre llegaba cada vez con mayor claridad a través del espacio que los separaba. Miró atrás por sobre la popa y calculó que el Arcturus había perdido poca distancia en las horas que él y Verity habían pasado abajo. Se deslizaba con más velocidad en el agua que el averiado Revenge.

—¿Qué puedo hacer para ayudarte? —le preguntó al padre. Se produjo una larga pausa.

—He estado midiendo el ángulo con el palo mayor del Arcturus cada hora —respondió Dorian—. A este ritmo estará a tiro de cañón antes del anochecer. Aún en la oscuridad no podemos esperar eludirlo.

—¿Podemos reparar el daño?

—El agujero producido por el disparo está en un lugar difícil. —Dorian sacudió la cabeza—. Si nos ponemos al pairo, el Arcturus estará sobre nosotros antes de que podamos taparlo.

—¿Entonces, qué podemos hacer?

—Salvo que algo imprevisto ocurra, nos veremos forzados a luchar aquí. Mansur pensó en Verity que estaba en el camarote, debajo de esa cubierta y tuvo la imagen de aquel perfecto cuerpo pálido despedazado en trozos ensangrentados por la metralla. Hizo un esfuerzo por apartar esa imagen de su mente.

—Espera —le gritó a Dorian, y luego le hizo señas a Kumrah.

—¿Qué podemos hacer, viejo amigo? —Hablaron rápida y seriamente, pero mientras lo hacían el Revenge se quedaba un poquito más atrás y Mansur se vio obligado a recoger la vela mayor para disminuir la velocidad del Sprite lo suficiente como para mantenerse cerca del otro. Luego le gritó a su padre—: Kumrah tiene un plan. Mantente cerca de mí tanto como puedas. De todos modos yo bajaré la velocidad si quedas demasiado rezagado.

Kumrah colocó la proa del Sprite otros tres puntos hacia el oeste hasta que estuvieron directamente apuntando a Ras al-Had, el punto en que el golfo se abre hacia el océano propiamente dicho.

El resto de la mañana Mansur mantuvo a su tripulación ocupada reparando los daños que la batalla había dejado, limpiando y ajustando los cañones, trayendo más proyectiles desde la cubierta del sollado, llenando los barriles de pólvora para reemplazar la que ya había sido usada. Luego, con el motón y el aparejo izaron uno de los cañones desde la cubierta principal hasta la toldilla donde los carpinteros habían armado temporalmente una cañonera para él. Arrastrado hacia la popa, el cañón podía entonces ser usado allí para poner al Arcturus bajo fuego apenas estuviera a distancia de tiro.

Casi de manera imperceptible el Revenge se hundía más en el agua Y perdía velocidad mientras los hombres luchaban con las bombas para mantener a raya el ingreso del agua a través del agujereado casco. Mansur se acercó lo suficiente como para pasar un cabo. Así pudo enviar veinte marineros descansados para relevar a la tripulación del Revenge, exhausta por el ininterrumpido movimiento de las manivelas de las bombas. Al mismo tiempo envió a Baris, uno de los oficiales jóvenes de Kumrah, un omaní que era también nativo de esas costas y conocía cada roca y cada arrecife casi tan íntimamente como el mismo Kumrah. Mientras los dos barcos navegaban tan cerca el uno del otro, Mansur le explicó a su padre cuál era el plan que él y Kumrah habían diseñado.

Dorian comprendió de inmediato que tal vez aquella era la mejor oportunidad que tenían, y apoyó el plan sin vacilaciones.

—Adelante con ello, muchacho —gritó a través del megáfono.