Mientras cabalgaban de regreso a Isakanderbad, al-Salil y sir Guy escuchaban el relato de Verity de lo que pudo haber sido una tragedia. Cuando el Califa le pidió a Mansur que diera su versión de lo sucedido, el joven respondió con toda naturalidad en árabe y Verity se vio obligada a seguir adelante con la mentira de que él no hablaba inglés. Tradujo ella los elogios de él sobre su coraje e ingenio, y no pudo omitir ninguna de las exageraciones de Mansur, ahora que sabía que él entendía todo lo que ella decía.
Al final sir Guy sonrió con esfuerzo y le dirigió un gesto de agradecimiento.
—Por favor, dile que estamos en deuda con él. —Luego su expresión se enfrió—. Tú estabas en falta. No debiste haber ido con él sin compañía, hija. Tu conducta ha sido escandalosa. No volverá a ocurrir. —Una vez más Mansur vio miedo en los ojos de ella.
El sol se había puesto y estaba casi oscuro cuando llegaron al campamento. Verity encontró su tienda iluminada con lámparas cuyas mechas flotaban en aceite perfumado y la ropa que habían traído del barco ya desempacada y ordenada. Tres sirvientas estaban allí para atenderla. Cuando estuvo lista para el baño, las muchachas volcaron sobre ella cántaros de agua perfumada mientras lanzaban risitas maravilladas ante la blancura y la belleza de su cuerpo desnudo.
La comida de la noche fue servida bajo el resplandor de las estrellas, cuando el aire del desierto se hubo enfriado. Estaban sentados con las piernas cruzadas sobre almohadones mientras los músicos tocaban suavemente. Después de haber comido, los sirvientes ofrecieron los narguiles al Califa y a sir Guy. Sólo al-Salil aceptó. Sir Guy encendió un cigarro puro con ambos extremos cortados que sacó de una caja de oro que Verity llevaba para él. Cortésmente, ella le ofreció uno a Mansur.
—Gracias, mi señora, pero nunca me ha gustado el tabaco.
—Estoy de acuerdo con vos. También hallo que el olor del humo es sumamente desagradable. —Instintivamente ella había bajado la voz aún cuando su padre no hablaba árabe.
En ese momento, Mansur estuvo seguro de que aquel hombre tenía aterrorizada a su hija. Había algo más en los sentimientos de ella que el simple hecho de que sir Guy era un personaje atemorizante, duro e implacable, y Mansur sabía que tenía que ser cuidadoso en lo que en ese momento tenía en mente. Mantuvo la voz en el mismo nivel cuando habló de nuevo.
—Al final de esta calle hay un antiguo templo de Afrodita. La luna sale poco antes de la medianoche. Aunque dedicado a una deidad pagana, a la luz de la luna el templo es verdaderamente encantador.
Verity no lo había oído, o eso pareció a juzgar por su falta de reacción. Se volvió para traducir un comentario que sir Guy le había hecho a Al-Salil, y ambos hombres continuaron su seria conversación. Estaban hablando de la enorme gratitud del Califa hacia sir Guy por su intervención ante la Compañía y ante el gobierno británico. Al-Salil había preguntado de qué manera podía el Califa demostrarlo. Sir Guy sugirió delicadamente que quinientas mil rupias de oro sería lo apropiado, lo cual debería ser seguido por Un pago anual de otras cien mil.
El Califa comenzó a entender de qué manera su hermano había amasado tan vasta fortuna. Se necesitarían dos carros arrastrados por bueyes para transportar esa cantidad de oro. El tesoro de Muscat ya no tenía siquiera la décima parte de esa cantidad, cosa que se cuidó muy bien de informarle a sir Guy. En lugar de ello, dio por terminada la conversación.
—Podremos volver a hablar de estas cosas en otra oportunidad, ya que espero disfrutar de vuestra compañía por muchos días más. Pero ahora, si queremos levantarnos mañana antes de que salga el sol, deberíamos retirarnos a nuestros lechos para dormir. Que los sueños sean agradables mientras dormimos.
Verity tomó el brazo de su padre mientras éste la acompañaba hasta su tienda con los portaantorchas abriéndoles el paso a través del campamento. Turbado, Mansur los observó cuando se alejaban. No había recibido indicación alguna de que ella acudiría a la cita.
Más tarde, envuelto en una capa oscura, la esperaba en el templo de Afrodita. A través de un agujero en el techo deteriorado, la luna iluminaba directamente la estatua de la diosa. El perlado mármol brillaba como si tuviera vida propia en el interior. Le faltaban ambos brazos pues el paso del tiempo había dejado sus huellas, pero la gracia no había sido borrada de la figura y la gastada cabeza seguía sonriendo en un éxtasis eterno.
Mansur había dejado en el techo a Istaph, su timonel de confianza del Sprite, para hacer guardia. En ese momento Istaph silbó con suavidad. Abandonó su asiento sobre uno de los bloques de piedra caídos y se dirigió al centro del templo para que ella pudiera verlo de inmediato y no se sobresaltara por su súbita aparición desde las sombras. Vio la débil luz de la lámpara que ella llevaba mientras se deslizaba por la estrecha calle, caminando por encima de los escombros y las caídas piedras de tres mil años de antigüedad.
Al llegar a la entrada se detuvo y miró hacia donde estaba él, luego dejó su lámpara en un nicho que había en el portal y echó su capucha hacia atrás. Había trenzado su pelo en una sola cuerda que colgaba por encima de uno de sus hombros y a la luz de la luna su rostro era tan pálido como el de la diosa. Él abrió su capa y la dejó colgando de sus hombros. Se dirigió hacia ella. Advirtió que su expresión era seria y distante.
Cuando él estuvo a un brazo de distancia, ella estiró una mano para impedir que se acercara más.
—Si me tocas, me iré de inmediato —le dijo—. Ya oíste la reprimenda de mi padre. Jamás podré verte a solas.
—Sí. La oí. Entiendo tu problema —le aseguró—. Te agradezco que hayas venido.
—Lo que ocurrió hoy estuvo mal.
—La culpa es mía.
—Ninguno de nosotros dos tiene culpa alguna. Estábamos cerca de la muerte. Nuestras mutuas expresiones de alivio y gratitud sólo pueden ser consideradas como algo natural, dadas las circunstancias. De todas maneras, yo dije tonterías, palabras que debes olvidar. Será ésta la última vez que nos encontramos así.
—Cumpliré con tus deseos.
—Gracias, Alteza.
Mansur volvió a hablar en inglés.
—¿No me tratarías por lo menos como amigo, llamándome Mansur y no por mi título que tan mal suena en tus labios?
Ella sonrió y respondió en el mismo idioma.
—Si ése es en efecto tu verdadero nombre. Me parece que eres mucho más de lo que muestras, Mansur.
—Prometí explicártelo, Verity.
—Así es. Eso fue lo que prometiste. Y es por eso que he venido. —Luego agregó, como si estuviera tratando de convencerse a si misma—. Ésa fue la única razón.
Se dio vuelta y se sentó sobre un bloque caído de piedra, cuyo tamaño permitía que sólo ella lo ocupara, y señaló otro que estaba a una distancia discreta.
—¿No quieres sentarte y estar más cómodo? Tengo la sensación de que tu historia requerirá un tiempo. —Él se sentó frente a ella. Verity se inclinó hacia adelante con el codo apoyado en la rodilla y el mentón en la palma de la mano—. Tienes toda mi atención.
Mansur se rió y sacudió la cabeza.
—¿Por dónde comenzar? ¿Cómo lograré convencerte alguna vez para que me creas? —Hizo una pausa para ordenar sus pensamientos—. Permíteme comenzar por lo más absurdo. Si puedo convencerte de la veracidad de esas cosas, el resto de este remedio amargo te resultará más fácil de tragar.
Ella inclinó la cabeza invitándolo a proseguir. Respiró hondo.
—Al igual que el tuyo, mi apellido es Courtney. Soy tu primo.
Ella dejó escapar una explosiva carcajada.
—Es verdad que me lo advertiste. De todas manera se trata de una medicina la que tratas de hacerme tragar. —Se preparó para ponerse de pie—. Veo que esto no es más que una broma, y que me tomas por tonta.
—Un momento —la detuvo—. Concédeme el favor de escucharme. —Ella volvió a acomodarse sobre la piedra—. ¿Has oído alguna vez los nombres de Thomas y Dorian Courtney? —La sonrisa desapareció de los labios de Verity y asintió sin decir palabra—. ¿Qué es lo que sabes de ellos?
Pensó por un momento con expresión preocupada.
—Tom Courtney era un pícaro incorregible. Era el hermano mellizo de mi padre. También sé que asesinó a su otro hermano, William y tuvo que escapar de Inglaterra. Murió en algún lugar de la selva africana. Se ignora dónde está enterrado y nadie lamentó su muerte.
—¿Eso es todo lo que sabes de él?
—No, hay más —admitió Verity—. Es también culpable de algo todavía más horrendo.
—¿Qué puede ser más horrendo que el asesinato de tu propio hermano?
Verity sacudió la cabeza.
—Ignoro los detalles, sólo sé que fue un hecho tan espantoso que su nombre y su recuerdo quedaron oscurecidos para siempre. No conozco la dimensión exacta de su maldad, pero desde siempre se nos prohibió a los niños mencionar su nombre.
—Dices "nosotros' Verity. ¿Quién es la otra persona?
—Mi hermano mayor, Christopher.
—Me duele tener que ser yo quien te lo diga, pero lo que te han contado acerca de Tom Courtney no es más que una burda tergiversación de la verdad —dijo Mansur—, pero antes de que sigamos con esto, dime por favor lo que sabes de Dorian Courtney.
Verity se encogió de hombros.
—Muy poco, ya que es poco lo que hay que saber. Era el hermano menor de mi padre. No, eso no es así. Él era medio hermano de mi padre. En circunstancias trágicas, cayó en manos de piratas árabes cuando era apenas un niño de diez o doce años. Tom Courtney, ese pícaro cobarde, fue el culpable de ese rapto y nada hizo para impedirlo o para salvarlo. Dorian murió a causa de la fiebre, el abandono y la tristeza cuando estaba cautivo en la madriguera de los piratas.
—¿Cómo sabes estas cosas?
—Mi padre nos contó todo, y con mis propios ojos he visto la tumba de Dorian en el viejo cementerio de la isla Lamu. He puesto flores en ella y he orado en ella por su pobre almita. Me consuelo con las palabras de Cristo: "Dejad que los niños vengan a mí". Sé que él descansa en su regazo.
A la luz de la luna Mansur vio que una lágrima tembló en su párpado inferior.
—Por favor, no llores por el pequeño Dorian —le dijo serenamente—. Hoy mismo has cabalgado en su compañía para la cacería y esta misma noche has comido en su mesa.
Ella echó atrás su cuerpo con tanta violencia que la lágrima cayó del párpado para rodar por su mejilla. Lo miró fijo.
—No comprendo.
—Dorian es el califa.
—Si esto es verdad, lo cual es imposible, somos primos.
—¡Bravo, primita! Has llegado al punto donde se inició nuestra conversación.
Ella sacudió la cabeza.
—No puede ser… sin embargo, hay algo en ti… —Se interrumpió y luego comenzó otra vez—: Ya en nuestro primer encuentro sentí algo, una afinidad, un lazo que no podía explicarme a mí misma. —Se la veía perturbada—. Si todo esto no es más que una broma, entonces es una broma muy cruel.
—No es broma, te lo juro.
—Necesito algo más que eso para convencerme.
—Hay más, mucho más. Y tendrás tanto de ello como desees. ¡Te contaré primero cómo fue que Dorian fue vendido por los piratas al califa alMalik, y cómo el califa llegó a amarlo tanto que lo adoptó como hijo! ¡Te contaré que Dorian se enamoró de su media hermana adoptiva, Yasmini, y que ellos huyeron juntos! ¡Te diré también que ella le dio un hijo al que llamaron Mansur! ¡Y tendré también que contarte de qué manera el medio hermano de Yasmini, Zayn al-Din se convirtió en califa a la muerte de al-Malik! ¡Y que él mismo, hace menos de un año, mandó asesinar a mi madre, Yasmini!
—¡Mansur! —El rostro de Verity estaba blanco como el mármol de la Afrodita—. ¿Tu madre? ¿Zayn al-Din la asesinó?
—Ésa es la razón principal por la que mi padre y yo regresamos a Omán. Para vengar la muerte de mi madre y para liberar a nuestro pueblo de la tiranía. Pero ahora debo decirte la verdad acerca de mi tío Tom. Él no es el monstruo que te han contado.
—Mi padre nos dijo…
—Vi al tío Tom apenas hace un año, vigoroso y floreciendo en África. Es una persona amable, valiente y auténtica. Está casado con tu tía Sarah, la hermana menor de tu madre, Caroline.
—¡Sarah está muerta! —exclamó Verity.
—No. Bien viva que está. Si la conocieras la amarías como la amo yo. Se parece mucho a ti, fuerte y orgullosa. Y hasta se parecen mucho físicamente. Ella es alta y muy hermosa. —Sonrió y añadió delicadamente—: Tiene tu misma nariz. —Verity se tocó la suya y apenas si sonrió.
—Con una nariz como la mía no puede ser tan hermosa. —La desdibujada sonrisa desapareció—. Me dijeron… mi madre y mi padre me dijeron que todos ellos estaban muertos, Dorian, Tom y Sarah… —Verity se cubrió los ojos con una mano mientras trataba de asimilar lo que él le había dicho.
—Tom Courtney cometió dos errores en su vida. Mató a su hermano William en una pelea limpia, defendiéndose cuando Black Billy trató de matarlo a él.
—A mime contaron que Tom apuñaló a William mientras éste dormía. —Dejó caer su mano y lo miró fijo.
—El otro error de Tom fue engendrar a tu hermano Christopher. Ésa es la razón por la que tu madre y tu padre lo odian tanto.
—No. —Se puso de pie de un salto—. ¡Mi hermano no es un bastardo! ¡Mi madre no es una prostituta!
—Tu madre lo concibió por amor. Eso no es prostitución —dijo Mansur, y ella se sentó otra vez. Estiró la mano para cubrir el espacio que los separaba y la dejó sobre el brazo de él.
—¡Oh, Mansur! Esto es demasiado para que yo pueda soportarlo. Tus palabras destrozan todo mi mundo.
—No te digo estas cosas para atormentarte, Verity, sino por nuestro bien.
—No te entiendo.
—Me he enamorado de ti —explicó Mansur—. Me preguntaste quién era yo y porque te amo debo decírtelo.
—Te engañas a ti mismo y también a mí —susurró—. El amor no es algo que cae como maná del cielo, totalmente desarrollado y completo. Es algo que crece entre dos personas…
—Dime que no sientes nada, Verity.
Ella no pudo responder. En cambio, saltó sobre sus pies y miró hacia el cielo nocturno como si buscara una vía de escape.
—Está empezando a amanecer. Mi padre no debe enterarse que he estado contigo. Debo regresar a mi tienda de inmediato.
—Responde a mi pregunta antes de irte —insistió él—. Dime que no sientes nada y no volveré a molestarte.
—¿Cómo puedo decírtelo cuando yo misma no sé lo que siento? Te debo la vida, pero aparte de eso no puedo decir nada todavía.
—¡Verity! Dame aunque sea un grano de esperanza. —No, Mansur. Debo irme. No diré una palabra más.
—¿Vendrás a encontrarte conmigo otra vez, mañana a la noche?
—No conoces a mi padre… —Se interrumpió—. No puedo prometer nada.
—Hay tantas cosas que debo decirte.
Ella dejó escapar una breve risa y de inmediato se detuvo.
—¿No me has dicho suficiente como para que me dure toda la vida? —¿Vendrás?
—Trataré. Pero sólo para escuchar el resto de tu historia.
Tomó rápidamente la lámpara y se cubrió la cabeza con la capucha, cubriéndose también la cara y salió corriendo del templo.