17. UN DISPARO INESPERADO

(Domingo 15 de abril, 6:20 de la tarde)

Zalia Graem fue la primera en entrar en el gabinete. Su lindo rostro reflejaba una emoción casi trágica. Dirigió a Vance una mirada suplicante y sentóse sin pronunciar palabra. Entraron a continuación miss Weatherby y Kroon, quienes se sentaron nerviosos a su lado, en el sofá. Floyd Garden y su padre se presentaron juntos. El profesor parecía como aturdido, y en las últimas veinticuatro horas los surcos de su frente se habían profundizado; miss Beeton apareció tras ellos, y se detuvo titubeando en el umbral, mirando con incertidumbre a Vance.

—¿Me necesita también a mí? —preguntó tímidamente.

—Mejor será que se quede, miss Beeton —contestó Vance—. Podemos necesitar su ayuda.

La joven hizo un gesto de aquiescencia y, penetrando en la habitación, sentóse cerca de la puerta.

En aquel momento sonó el timbre de la entrada, y un momento después aparecía Burke conduciendo al doctor Siefert.

—Acabo de recibir su recado, mister Vance, y vine directamente aquí.

El doctor paseó una mirada interrogadora por los circunstantes y luego la volvió a Vance.

—Pensé que le podría interesar estar presente —3e dijo Vance—. Sé lo mucho que le ha preocupado este asunto. De otro modo, no le habría telefoneado.

—Pues celebro que lo hiciera —dijo Siefert disponiéndose a tomar asiento ante la mesa.

Vance encendió un cigarrillo con premeditada lentitud, paseando una mirada indiferente por su alrededor. Reinaba una gran inquietud entre los reunidos. Pero como demostraron los acontecimientos posteriores, nadie sospechaba lo que proyectaba Vance, ni sus razones para convocarlos.

El electrizado silencio quedó roto por la voz de Vance. Habló con naturalidad, pero con curioso énfasis:

—Les he pedido a ustedes que vinieran aquí esta tarde con la esperanza de poder aclarar todos juntos la trágica situación presente. Ayer, Woode Swift fue asesinado en el pequeño archivo de la azotea. Unas horas más tarde, encontré a miss Beeton encerrada en la misma habitación, medio asfixiada por ciertos gases. Anoche, como ya saben todos ustedes, murió mistress Garden a consecuencia, según parecen aseverar todos los indicios, de una sobredosis del barbiturato prescrito por el doctor Siefert.

No hay duda de que estos tres hechos están indirectamente relacionados y de que la misma mano participó en todos ellos. El conjunto y la lógica de la situación conducen indiscutiblemente a tal hipótesis. Hubo, sin duda alguna, una razón diabólica para cada acto del asesino…, y la razón fue fundamentalmente la misma en cada caso. Por desgracia, el montaje de la escena para este múltiple crimen fue tan confuso, que facilitó las etapas del plan del culpable, y al mismo tiempo tendió a dispersar las sospechas entre muchas personas completamente inocentes.

Vance hizo una pausa.

—Por suerte, yo estaba presente cuando se cometió el primer asesinato, y pude segregar los diversos factores relacionados con el crimen. En este proceso de segregación quizá haya parecido yo irrazonable y hasta cruel con algunas de las personas aquí presentes. Y es que durante el curso de mi breve investigación me ha sido preciso prescindir de mis opiniones personales, por temor a poner en guardia anticipadamente al culpable. Esto, claro está, habría sido fatal, pues el golpe ha sido tan hábilmente concebido y fueron tan fortuitas muchísimas de las circunstancias con él relacionadas que nunca habríamos logrado descubrir al verdadero criminal. Por consiguiente, era indispensable una dilución de las sospechas entre las personas inocentes que frecuentan esta casa. Si he ofendido a alguna o he parecido injusto, confío en ser perdonado, ya que las circunstancias anormales y terribles…

Vance fue interrumpido por la inesperada detonación de un disparo muy semejante al del día anterior. Todos los que estaban en la habitación se pusieron en pie de un salto, mirándose aterrados.

Todos, excepto Vance. Y antes que nadie pudiera hablar, continuó diciendo, con voz tranquila y autoritaria:

—No hay que alarmarse, señores. Tengan la bondad de sentarse. Esa detonación ha sido expresamente preparada por mí para que todos ustedes la oyeran. Tiene una importante relación con el caso.

Burke apareció en la puerta.

—¿Salió bien, mister Vance? —preguntó.

—Perfectamente. ¿Emplearon el mismo revólver y las mismas cápsulas?

—Todo tal como usted ordenó. ¿No era eso lo que quería?

—Sí, precisamente —afirmó Vance—; muchas gracias, Burke.

El detective hizo un gesto de satisfacción y retiróse al vestíbulo.

—Este disparo —prosiguió Vance, paseando una perezosa mirada por los presentes— creo que se parece al que oímos ayer tarde…, el que nos hizo acudir junto al cadáver de Swift. Puede interesarles saber que lo ha hecho el detective Burke, con el mismo revólver, con los mismos proyectiles que el asesino utilizó… Y desde el mismo sitio.

—Pero ese tiro sonó como si hubiese sido disparado desde algún lugar de este mismo piso —intervino Siefert.

—Exactamente —dijo Vance, con satisfacción—. Ha sido disparado desde una de las ventanas de aquí abajo.

—Pero tengo entendido que el disparo de ayer partió de allá arriba —insistió Siefert, perplejo.

—Esa era la general, aunque errónea, creencia —explicó Vance—. Pero realmente no fue así. Ayer, a causa de que estaba abierta la puerta de la escalera que da a la azotea, y cerrada la de la habitación desde donde se disparó y principalmente porque estábamos psicológicamente predispuestos a la idea de que el tiro había de partir de allá arriba, recibimos todos la impresión de que fue así. El hallazgo del cadáver de Woode no hizo más que confirmar nuestras presunciones.

—¡Por San Jorge que tiene usted razón, Vance! —exclamó Floyd Garden vivamente excitado—. Recuerdo que, al oír la detonación, me pregunté de dónde había partido, pero mi imaginación voló inmediatamente hacia Woode, y acepté que venía del jardín.

Zalia Graem intervino a su vez:

—A mí el disparo de ayer no me sonó como si procediera del jardín. Cuando salí del gabinete, casi me extrañó el verlos correr a ustedes escaleras arriba.

Vance le sonrió, complacido.

—No, a usted tuvo que sonarle mucho más próximo —dijo—. Pero ¿por qué no mencionó ayer este importante detalle cuando le hablé del crimen?

—No lo sé… —balbució la joven—. Cuando vi el cadáver de Woode, pensé, naturalmente, que me había equivocado.

—Pues no comprendo esa confusión —replicó Vance, dejando vagar otra vez la mirada por el espacio—. Una vez disparado el revólver desde una ventana de este piso, alguien lo colocó cautelosamente en un bolsillo del abrigo de miss Beeton, que estaba en el ropero. De haber sido disparado arriba, lo podían haber ocultado mucho mejor en la azotea o en el estudio. ¿No entraría usted, miss Graem, en el ropero después de contestar a su llamada telefónica en el gabinete?

La joven pareció turbarse.

—¿Cómo…, cómo lo sabe usted?

—La vieron allí —explicó Vance—. Debe usted recordar que el ropero del vestíbulo se ve perfectamente desde uno de los extremos del salón.

—¡Oh! —Zalia Graem se encaró airada con Hammle—. ¿De manera que fue usted quien lo dijo?

—Era mi deber —contestó Hammle, irguiéndose, desafiador.

La joven volvió la mirada a Vance, llameándole los ojos.

—Le diré a usted por qué entré en el ropero. Necesitaba recoger un pañuelo que había dejado en mi bolso de mano. ¿Es esto suficiente para que se me acuse de asesinato?

—No. ¡Oh, no! Gracias por la explicación. ¿Tendrá usted la bondad de decirme exactamente qué hizo la noche pasada cuando acudió a la llamada de mistress Garden?

El profesor Garden, que había estado sentado con la cabeza inclinada, sin dedicar al parecer atención alguna a la escena, irguióse de pronto y fijó la mirada en la joven con ligera animación.

Zalia Graem miró desafiadora a Vance.

—Pregunté a mistress Garden si necesitaba algo, y ella me pidió que llenase de agua el vaso que tenía en la mesilla. Entré en el cuarto de baño y lo llené; después le arreglé las almohadas y le pregunté si quería algo más. Ella me dio las gracias y me volví al salón.

Los ojos del profesor Garden se nublaron de nuevo, y el anciano hundióse en su sillón, ajeno una vez más a lo que ocurría a su alrededor.

—Gracias —murmuró Vance—. Miss Beeton —añadió, dirigiéndose a la enfermera—: cuando usted regresó la noche pasada, ¿estaba cerrada la puerta del dormitorio que da al balcón?

La enfermera pareció sorprenderse de esta pregunta, pero respondió, con su tono tranquilo y profesional:

—No me fijé. Pero sé que la dejé cerrada cuando salí. Mistress Garden lo tenía ordenado así. Siento no haber mirado la puerta cuando regresé. ¿Era importante?

—No, no tiene nada de particular —Vance dirigióse luego a Kroon—: Sé que salió usted al balcón con miss Weatherby la noche pasada. ¿Qué hicieron ustedes durante los diez minutos que permanecieron allí?

—Estuvimos discutiendo el asunto de miss Fruemon…

—¡No es cierto! —interrumpió la voz chillona de miss Weatherby—. Yo me limité a preguntarle a Cecil…

—Entiendo, entiendo —la atajó Vance, levantando una mano—. Preguntas o recriminaciones vienen a ser la misma cosa —se volvió a Garden—: Oiga, Garden: cuando usted salió del salón ayer tarde para tratar de convencer a Swift, después de haber hecho este su apuesta sobre Equanimity, ¿adónde fue con él?

—Le hice entrar en el comedor —contestó el joven, entre turbado y agresivo—. Discutimos un rato, y luego él salió al vestíbulo para dirigirse a las escaleras. Yo le observé durante un par de minutos, preguntándome qué otra cosa podía hacer en el asunto, pues si le he de decir la verdad, no quería que escuchase allá arriba el resultado de las carreras. Yo estaba seguro de que Equanimity no ganaría, y él no sabía que yo no había colocado su apuesta. Me atormentaba horriblemente la decisión que pudiera tomar. Por un momento pensé en seguirle allí arriba, pero cambié de opinión y decidí que no quedaba otra cosa que hacer sino esperar lo mejor. Después volví al salón.

Vance fijó la mirada en la mesa y guardó silencio unos momentos, fumando pensativo.

—Lo siento muchísimo —murmuró al fin, sin levantar los ojos—; pero no parece que hayamos adelantado gran cosa con esta reunión. Hay explicaciones plausibles para todo y para todos. Por ejemplo, durante la comisión del primer crimen, al doctor Garden se le suponía en la biblioteca o en un taxi. Floyd Garden, según sus propias declaraciones, corroboradas parcialmente por mister Hammle, estaba en el comedor. El propio mister Hammle, así como miss Weatherby, estaban en el salón. Mister Kroon explica que había estado fumando unos cigarrillos en cierto lugar de la escalera pública, y que dejó allí dos puntas como prueba. Miss Graem, por lo que hemos podido averiguar, estaba en este mismo gabinete, telefoneando. En resumen, y meramente como una hipótesis, cualquiera de los que se encuentran aquí pudo ser culpable del asesinato de Swift, del atentado contra miss Beeton y de la muerte de mistress Garden. Pero no hay nada concreto para formular una acusación individual. La ejecución del crimen fue demasiado hábil, demasiado bien concebida, y las personas inocentes parecen haberse confabulado, inconsciente e involuntariamente, para favorecer la impunidad del culpable.

Vance paseó la mirada por todos los presentes, y continuó:

—Además, todos ustedes han actuado de modo que les hace aparecer sospechosos. Ha habido un número asombroso de acusaciones. Mister Kroon fue la primera víctima de ellas. Miss Graem me fue señalada como culpable por diversas razones. Mistress Garden, anoche, sin ir más lejos, acusó directamente a su hijo. Ha habido una tendencia general a complicar a diversas personas en las actividades criminales que se han desarrollado aquí. Desde un punto de vista humano y psicológico, aparece todo deliberado e inconscientemente embrollado, y la confusión es tal, que no queda una línea recta que seguir. Y esto ha creado una atmósfera que conviene perfectamente a las maquinaciones del asesino, pues hace la investigación extremadamente difícil y es casi imposible obtener pruebas positivas. Y, sin embargo —terminó Vance—, alguno de los que están en esta habitación es el culpable.

Se irguió, abatido. No pude comprender su actitud, tan extraña al hombre que yo siempre conocí. Todo su aplomo parecía haber desaparecido, y comprendí que se resistía a confesar su derrota. Se aproximó a la ventana y contempló unos momentos el atardecer. Después se volvió rápidamente y miró desalentado a su alrededor, posando la mirada un breve instante en cada uno de los presentes.

—¡Lo más irritante es —dijo, con un trémolo de desesperación en la voz —que sé quién es el culpable!

Hubo un momento de sensación. El intenso silencio que siguió fue roto por la bien timbrada voz del doctor Siefert.

—Si eso es así, mister Vance, y yo no dudo de la sinceridad de sus afirmaciones, creo que su deber es nombrar a esa persona.

Antes de contestar, Vance miró pensativamente al doctor unos momentos. Después dijo, bajando la voz:

—Creo que tiene usted razón, señor —hizo una nueva pausa, y, encendiendo otro cigarrillo, empezó a pasear agitadamente frente a la ventana—. Pero antes de hacerlo —dijo, deteniéndose de pronto— necesito volver a ver algo que hay arriba, para estar más seguro. Tengan la bondad de esperar todos aquí unos minutos —avanzó rápidamente hacia la puerta. Ya en el umbral titubeó y se dirigió a la enfermera—. Haga el favor de venir conmigo, miss Beeton. Creo que podrá usted ayudarme.

La enfermera se levantó y siguió a Vance. Un momento después les oímos subir por la escalera.

Una sensación de intranquilidad nos invadió a todos los que quedamos abajo. El profesor Garden se puso lentamente en pie y se acercó a la ventana. Kroon arrojó su cigarrillo a medio fumar, y, sacando un paquete, se lo ofreció a miss Weatherby. Mientras encendían sus cigarrillos se dijeron algo que no pude distinguir. Floyd Garden se agitó intranquilo en su asiento, y reanudó su nerviosa costumbre de llenar la pipa. Siefert paseó por la habitación fingiendo examinar los cuadros. La mirada de Markham seguía todos sus movimientos. Hammle se aclaró ruidosamente la garganta varias veces, encendió un cigarrillo y aparentó ocuparse en la lectura de unos papeles que sacó de la cartera. Sólo Zalia Graem permaneció inconmovible. Estaba recostada en el respaldo del sofá y fumaba lánguidamente con los ojos entornados. Habría jurado que vi la huella de una sonrisa en las comisuras de su boca.

Transcurrieron cinco eternos minutos, y, de pronto, el intenso silencio fue roto por los aterradores gritos de socorro de una mujer, allá arriba. Todos nos precipitamos fuera de la habitación. Cuando llegamos al vestíbulo, la enfermera descendía tambaleándose por las escaleras, agarrándose con ambas manos a la barandilla de bronce. Su rostro estaba mortalmente pálido, y en sus ojos brillaba el espanto.

—¡Mister Markham! ¡Mister Markham! —gritaba histéricamente—. ¡Oh Dios mío! ¡Ha ocurrido la cosa más espantosa!

Llegaba ya al pie de las escaleras cuando Markham se puso a su lado. Continuaba agarrándose a la barandilla para no caer.

—¡Se trata de mister Vance! —sollozaba, excitada—. ¡Ha desaparecido!

Sentí un estremecimiento de horror, y todos los que se encontraban en el vestíbulo enmudecieron espantados. Me di cuenta, como algo enteramente aparte de mis percepciones inmediatas, de que Heath, Snitkin y Peter Quackenbush llevaban la cámara y el trípode, y los tres hombres se quedaban tranquilamente junto al, umbral, alejados del aterrado grupo que se apiñaba al pie de las escaleras. Me pregunté vagamente por qué aceptaban la situación con tan absoluta indiferencia.

En frases entrecortadas, mezcladas con sollozos, la enfermera iba explicando a Markham lo ocurrido.

—¡Oh, Dios mío, fue espantoso! Dijo que quería preguntarme algo y me condujo al jardín. Empezó por interrogarme acerca del doctor Siefert, del profesor Garden y de miss Graem. Y mientras hablaba iba acercándose al parapeto, donde recordará usted que se puso de pie anoche. Hoy volvió a subirse, y miró hacia…, hacia el fondo. Yo estaba espantada…, lo mismo que ayer. Y…, de pronto…, mientras yo estaba hablándole… se inclinó, y pude ver…, ¡oh, Dios mío!…, que había perdido el equilibrio. Corrí hacia él… ¡y ya no estaba allí! ¡Había desaparecido!…

La enfermera levantó la vista por encima de nuestras cabezas y pareció quedarse petrificada. Sufrió un cambio súbito. Su rostro se contorsionó en una mueca espantosa. Todos nos volvimos instintivamente, siguiendo la dirección de su mirada, hacia el fondo del vestíbulo…

Y allí, cerca de la puerta, contemplándonos tranquilamente, estaba Vance.

He presenciado muchas escenas horripilantes, pero la vista de Vance en aquel momento, después del horror que acababa de sentir, me afectó más profundamente que ninguna de mis pasadas emociones. Me quedé estupefacto, y sentí que un frío sudor bañaba mi cuerpo. El sonido de la voz de Vance, lejos de tranquilizarme, contribuyó a trastornarme más.

—Le dije a usted anoche, miss Beeton —comenzó, clavando la mirada en la enfermera—, que ningún jugador se retira con su primera ganancia, y que siempre acaba por perder —Vance dio unos pasos—. Ganó usted su primera jugada cuando asesinó a Swift. Y el envenenamiento de mistress Garden con el barbiturato también fue una postura afortunada. Pero cuando intentó usted añadirme a la lista de sus víctimas, porque sospechó que yo sabía demasiado, perdió al fin. Esta carrera estaba amañada… y no tenía usted la menor probabilidad de ganar.

Markham contemplaba a Vance con irritado asombro.

—¿Qué significa esto? —gritó severamente, a pesar del evidente esfuerzo por ocultar su emoción.

—Significa meramente, Markham —explicó Vance—, que di a miss Beeton una oportunidad para empujarme cuando me encontraba encima del parapeto, lo que en otras circunstancias habría resultado una muerte segura. Y ella aprovechó la oportunidad. Esta tarde me combiné con Heath y Snitkin para que presenciasen el episodio; y también lo dispuse todo para que quedara permanentemente registrado.

—¿Registrado? ¡Gran Dios! ¿Qué quieres decir? —Markham parecía medio aturdido.

—Pues que un fotógrafo policíaco — continuó tranquilamente Vance— tomó la escena con una lente especial, adaptada a la media luz, para los archivos del sargento —Vance miró hacia Quackenbush—. Supongo que tomaría usted el cuadro —le dijo.

—Naturalmente que sí —contestó el hombre con una mueca de satisfacción—; y además con el debido ángulo. ¡Una maravilla!

La enfermera, que había estado escuchando a Vance como petrificada, saltó de pronto la barandilla y se llevó las manos al rostro en gesto de ira y desesperación. Después las manos colgaron a los costados, dejando ver una expresión de vencimiento absoluto.

—Sí —gritó a Vance—; yo traté de matarle. ¿Por qué? ¡Iba usted a destrozar mi vida…, a arrebatármelo todo…! ¡Todo!

Se volvió rápidamente y corrió escaleras arriba. Simultáneamente, Vance se lanzó tras ella.

—¡Pronto, pronto! —gritó—. ¡Detenedla antes que llegue al jardín!

No habíamos comprendido todavía el significado de sus palabras, cuando Vance ya estaba en las escaleras. Heath y Snitkin le siguieron, y tras ellos corrimos los demás. Cuando salí a la azotea pude ver a miss Beeton que huía hacia el otro extremo del jardín, seguida a poco trecho de Vance. Acababa de anochecer y las sombras se cernían sobre la ciudad. Cuando la joven saltó sobre el parapeto por el mismo sitio en que Vance lo hizo la noche anterior, pareció como una silueta espectral sobre el fondo ligeramente rojizo del cielo. Levantó los brazos un instante y desapareció en el profundo abismo, antes que Vance pudiera alcanzarla.