(Domingo 15 de abril, 10:45 de la mañana)
—No quiero molestarla a usted indebidamente, miss Beeton —comenzó diciendo Vance—, pero nos gustaría oír de usted un breve relato de las circunstancias que rodearon la muerte de mistress Garden.
—Desearía poder decirles algo concreto —contestó la nurse, vivaz—, pero todo lo que sé es que cuando me levanté esta mañana, poco después de las siete, mistress Garden parecía dormir tranquilamente. En cuanto me vestí, fui al comedor a tomar el desayuno, y luego entré el suyo en una bandeja a la señora. Siempre tomaba té y tostadas a las ocho, por muy tarde que se hubiese retirado la noche anterior. Hasta que no descorrí las cortinas y abrí las ventanas no me percaté de que ocurría algo anormal. Le hablé y no me contestó; y cuando traté de despertarla, no hizo el menor movimiento. Entonces vi que estaba muerta. Llamé al doctor Siefert en seguida, y él se presentó aquí lo más pronto que pudo.
—¿Usted dormía, según creo, en la habitación de mistress Garden?
La nurse bajó la cabeza.
—Sí. Como usted comprenderá, la señora necesitaba frecuentemente algunos pequeños servicios durante la noche.
—¿Requirió alguna vez su atención durante la pasada?
—No. La inyección que el doctor Siefert le puso antes de marcharse pareció tranquilizarla, y dormía profundamente cuando salí.
—¿Salió usted anoche?… ¿A qué hora abandonó usted la casa? —preguntó Vance, sorprendido.
—A eso de las nueve. Mister Floyd Garden me lo sugirió, asegurándome que él se quedaría aquí, y que creía que yo necesitaba un poco de descanso. Yo, francamente, me alegré de la oportunidad, pues estaba muy fatigada y nerviosa.
—¿No tuvo usted ningún escrúpulo profesional para abandonar a un paciente en tal ocasión?
—Ordinariamente lo habría tenido —contestó la joven, con cierto tono de rencor—; pero mistress Garden nunca me tuvo consideración alguna. Era la persona más egoísta que he conocido. De todos modos, expliqué a mister Floyd Carden que debía dar a su madre una cucharada de la medicina, si se despertaba y mostraba síntomas de intranquilidad. Después me marché al parque.
—¿Y a qué hora regresó usted, miss Beeton?
—Alrededor de las once. No pensaba haber estado fuera tanto tiempo, pero el aire era confortante, y paseé por la orilla del río casi hasta el mausoleo de Grant. Cuando regresé me acosté inmediatamente.
—¿Mistress Carden estaba dormida cuando usted entró?
La joven fijó la mirada en Vance, antes de contestar.
—Sí, creo que estaba dormida —dijo titubeando—. Su color era normal. Pero quizá…, aun así…
—Sí, sí, comprendo —la interrumpió rápidamente Vance—. Sin embargo… —contempló su cigarrillo un momento—. Dígame…: ¿notó usted algún cambio…, algo, digámoslo así, fuera de su sitio…, a su regreso?
La nurse movió lentamente la cabeza.
—No. Todo me pareció en orden. Las ventanas y las cortinas estaban como yo las dejé, y… Espere, recuerdo algo… El vaso que yo había puesto sobre la mesilla de noche, con agua para beber, estaba vacío. Lo volví a llenar antes de acostarme.
—¿Y la botella de medicina?
—No me fijé en ella, particularmente, pero debía de estar como yo la dejé, pues recuerdo que experimenté una sensación de alivio al ver que mistress Garden no había necesitado una nueva dosis de calmante.
Vance parecía seriamente desasosegado, y no dijo nada durante algunos minutos. De pronto, levantó la mirada del suelo y la fijó en la nurse.
—¿Qué luz había en la habitación?
—Sólo una lamparita junto a mi cama.
—En ese caso, usted pudo confundir una botella vacía con una llena de líquido incoloro.
—Sí, claro está —convino la nurse de mala gana—. Eso debió de suceder. A menos que…
Vance terminó la frase por ella.
—A menos que mistress G arden bebiese la medicina deliberadamente algún tiempo después —Vance estudió a la joven un momento—. Pero eso no es del todo razonable, ¿no le parece? No me gustan nada las hipótesis. ¿Y a usted?
La nurse le devolvió la mirada con completa franqueza e hizo un ligero gesto negativo.
—Tampoco —contestó. Y añadió rápidamente—: Pero ¡ojalá fuese verdad!
—De acuerdo —dijo Vance—. Hubiera sido algo menos terrible.
—Sé lo que quiere usted decir —murmuró ella, con voz trémula.
—¿Y cuándo descubrió usted que había desaparecido toda la medicina? —preguntó Vance.
—Poco antes que llegase el doctor Siefert esta mañana. Levanté la botella para arreglar la mesita, y comprobé que estaba vacía.
—Me parece que no tengo más que preguntarle por ahora, miss Beeton —dijo Vance, sombrío—. Crea que lo siento mucho, pero no debe usted pensar en alejarse de aquí por algunas horas. Indudablemente, necesitaremos volverla a ver más tarde.
Al ponerse en pie, la joven fijó en Vance una enigmática mirada. Pareció estar a punto de decir algo, pero se volvió rápidamente y salió de la habitación.
Heath debía de estar esperando en el pasillo la salida de la joven, pues en cuanto cruzó el umbral, entró él para informarnos de que Siefert y Doremus se habían marchado y que Floyd Garden se ocupaba de las gestiones para el traslado del cuerpo de su madre.
—¿Y qué hacemos ahora, mister Vance? —preguntó Heath.
—¡Oh, seguiremos adelante, sargento! —Vance estaba desacostumbradamente serio—. En primer lugar, necesito hablar con Floyd Garden. Envíemelo aquí. Y llame usted a uno de sus hombres, pero no se aleje de abajo hasta que llegue. Podemos dejar aclarado hoy el asunto.
—Pues crea que no lo lamentaré mucho, mister Vance —suspiró Heath, encaminándose hacia la puerta.
Markham se había levantado y paseaba por la estancia extrayendo furiosas bocanadas de su cigarro.
—Indudablemente ves alguna luz en esta espantosa situación —rezongó a Vance—. Desearía poder decir otro tanto. ¿Hablaste en serio cuando dijiste lo de la posibilidad de dejar aclarado este asunto hoy?
—Completamente en serio —Vance miró pensativo a Markham—. No legalmente, por supuesto. No es un caso para la ley. Los tecnicismos legales son inútiles por completo aquí. Se ventilan consecuencias más profundas. Consecuencias humanas, por decirlo así.
—Ya estás diciendo tonterías —rezongó Markham—. ¡Al diablo tú y tus procedimientos seudo-sutiles!
—No puedo cambiarlos —replicó Vance—. Debo confesar que la situación me gusta menos que a ti. Pero no hay otra manera de obrar. La ley nada puede por el momento. Y, francamente, a mí no me interesa tu ley. Lo que yo quiero es justicia.
—¿Y qué es lo que piensas hacer? —estalló Markham.
Vance miró a lo lejos, hacia algún mundo remoto creado por su propia imaginación.
—Trataré de montar un drama trágico —dijo, bajando la voz—. Quizá sea eficaz. Si fracaso, temo que nada podrá ayudarnos.
—¡Philo Vance… empresario! —rio burlonamente Markham.
—Eso es —afirmó Vance—. Empresario, como tú dices. ¿No lo somos todos?
Markham le miró fijamente unos momentos.
—¿Cuándo se levanta el telón?
—Inmediatamente.
Se oyeron pasos en el pasillo, y Floyd Garden entró en el estudio. Parecía profundamente angustiado.
—Hoy no podré resistir mucho —murmuró—. ¿Qué quieren ustedes?
El tono de su voz revelaba cierta animosidad. Sentóse y pareció ignorarnos por completo mientras se ocupaba nerviosamente en rellenar su pipa.
—Comprendemos su estado de ánimo —le dijo Vance—. No es mi intención molestarle innecesariamente. Pero si hemos de llegar a la verdad, necesitamos de su cooperación.
—Adelante, entonces —murmuró Garden, fija todavía la atención en su pipa.
Vance esperó hasta que acabó de ponerla en funcionamiento.
—Necesitamos oír todos los detalles posibles sobre lo ocurrido la pasada noche. ¿Vinieron sus esperados huéspedes?
—¡Oh, sí! Zalia Graem, Madge Weatherby y Kroon.
—¿Y Hammle?
—¡No, gracias a Dios!
—¿No le ha parecido eso un poco extraño?
—Nada en absoluto. Lo tomé como un alivio. Hammle es una buena persona, pero espantosamente pelmazo, engreído y flemático. Siempre opiné que no tiene sangre en las venas. Caballos, perros, zorros, juego…; todo le interesa, menos los seres humanos. La muerte de uno de sus malditos sabuesos le habría conmovido mucho más que la del pobre Woode. Me alegré de que no viniera.
Vance sonrió, comprensivo.
—¿Estuvo alguien más aquí?
—No, eso fue todo.
—¿Cuál de sus visitantes llegó primero?
Garden se quitó la pipa de la boca y le miró, interrogador.
—Zalia Graem. Llegó a eso de las ocho y media. ¿Por qué lo pregunta?
—Simplemente por reunir datos —contestó Vance indirectamente—. Y después de la llegada de miss Graem, ¿cuánto tardaron en presentarse miss Weatherby y Kroon?
—Una media hora. A los pocos minutos de marcharse miss Beeton.
Vance devolvió a Garden su mirada escudriñadora.
—A propósito: ¿por qué dejó usted salir anoche a la nurse?
—Parecía tener necesidad de respirar aire fresco —contestó Garden con tono de sinceridad—. Había pasado un mal día. Además, no creí que tuviera importancia lo de mi madre. Yo iba a quedarme y podría proporcionarle todo lo que necesitase. ¿Cree usted que no debí dejar marchar a la nurse?
—¡Oh, sí, sí! Es muy humano. El de ayer fue un día de prueba para ella.
Garden posó su mirada en la ventana, y Vance continuó observándole atentamente.
—¿A qué hora se marcharon sus huéspedes? —preguntó.
—Poco después de la medianoche. Sneed nos trajo unos bocadillos a eso de las once y media. Luego, tomamos otra ronda de combinados… —Garden volvió rápidamente la mirada a Vance—. ¿Tiene esto importancia?
—No lo sé. Quizá no. O quizá sí… ¿Se marcharon todos al mismo tiempo?
—Sí. Kroon tenía su coche abajo y se ofreció para llevar a Zalia a su casa.
—Supongo que miss Beeton ya estaría de regreso a aquella hora.
—Sí, mucho antes. La oí entrar a eso de las once.
—Y después que sus huéspedes se marcharon, ¿qué hizo usted?
—Estuve levantado durante otra media hora, fumé una pipa, cerré la puerta de entrada y me acosté en seguida.
—Su dormitorio está próximo al de su madre, según creo.
—Sí. Mi padre lo comparte conmigo desde que la nurse está aquí.
—¿Se había retirado su padre cuando usted entró en la habitación?
—No. Rara vez se acuesta antes de las dos o las tres de la mañana. Trabaja en el estudio hasta esas horas.
—¿Estaba aquí anoche?
Garden pareció turbarse ligeramente.
—Supongo que sí. No es probable que estuviera en otra parte. Lo que sé seguro es que no le oí salir.
—¿Le oyó usted cuando bajó a acostarse?
—No.
Vance encendió otro cigarrillo, aspiró profundamente varias bocanadas y se acomodó mejor en su sillón.
—Retrocedamos un poco —dijo en tono indiferente—. El soporífero que el doctor Siefert prescribió para su madre constituye un detalle de importancia decisiva. ¿Tuvo usted ocasión de administrarle una dosis mientras la nurse estuvo fuera?
Garden se incorporó rápidamente, como poniéndose en guardia.
—No, no le di nada —dijo, entre dientes.
Vance pareció no advertir el cambio de modales del joven.
—La nurse, según tengo entendido, le dio a usted instrucciones concretas acerca de, la medicina, antes de salir. ¿Puede usted decirme exactamente dónde fue esto?
—En el vestíbulo —contestó Garden, interesado—. Justamente delante de la puerta del gabinete. Yo había dejado a Zalia en el salón y salí para decir a miss Beeton que podía marcharse un rato. Después esperé para ayudarla a ponerse el abrigo. Fue entonces cuando me dijo lo que tenía que hacer en caso de que mi madre se despertara y se mostrase intranquila.
—Y cuando se marchó, ¿volvió usted al salón?
—Sí, inmediatamente. Unos minutos después llegaron Madge y Kroon.
Hubo un corto silencio, durante el cual Vance fumó, pensativo.
—Dígame, Garden —preguntó al fin—: ¿entró anoche alguno de sus huéspedes en la habitación de su madre?
Los ojos de Garden se dilataron, enrojecióse su rostro y el joven púsose instantáneamente en pie.
—¡Dios mío, Vance! ¡Zalia estuvo en la habitación de mi madre!
—Muy interesante —dijo Vance, moviendo la cabeza lentamente—. Sí, muy interesante. Pero, siéntese…, encienda su testaruda pipa y síganos contando.
Garden titubeó un momento, rio nerviosamente y volvió a ocupar su asiento.
—Lo toma usted con mucha calma —se lamentó—. Y este detalle pudiera ser la explicación de todo.
—Uno nunca sabe lo que puede tener importancia —contestó Vance, evasivo—. Prosiga.
Garden tropezó de nuevo con alguna dificultad para poner en marcha su pipa, y durante unos instantes permaneció como abstraído en sus pensamientos.
—Debió de ser a eso de las diez —dijo al fin—. Mi madre agitó la campanilla que tiene en la mesilla, junto a su lecho, y yo ya iba a acudir cuando Zalia se me adelantó diciendo que ella iría a ver lo que mi madre necesitaba. Francamente, me alegré; después de la escena que presenciaron ustedes ayer, temía ser persona non grata. Zalia regresó a los pocos minutos y me informó de que mi madre sólo quería que le llenasen el vaso de agua.
—¿Penetró usted alguna vez en el cuarto de su madre durante la ausencia de miss Beeton?
—¡Ni una sola! —contestó Garden con energía.
—¿Y está usted seguro de que nadie más penetró en la habitación de su madre durante la ausencia de la nurse?
—Absolutamente seguro.
Por la expresión de Vance comprendí que no estaba satisfecho con las respuestas de Garden. Sacudió la ceniza de su cigarrillo con estudiada lentitud y entornó los párpados para aislarse en sus reflexiones.
—¿Estuvieron miss Weatherby y Kroon con usted en el salón durante toda la visita? —preguntó de pronto.
—Sí, con excepción de unos diez minutos, en que salieron al balcón.
—¿Y usted y miss Graem permanecieron en el salón?
—Sí. Yo no tenía humor para contemplar el panorama nocturno, ni, al parecer, Zalia tampoco.
—¿Hacia qué hora salieron al balcón miss Weatherby y Kroon?
Garden reflexionó un instante.
—Diría que fue poco antes que regresase la nurse.
—¿Y quién fue —continuó Vance— el primero que habló de retirarse?
—Creo que Zalia.
Vance se puso en pie.
—Ha sido usted muy bondadoso, Garden, por permitirnos molestarle con estas nimiedades en semejante ocasión —dijo, bondadosamente—. Le quedamos muy agradecidos. ¿No saldrá usted hoy de casa?
Garden negó con un movimiento de cabeza y también se puso en pie.
—Difícilmente —contestó—. Me quedaré con mi padre. El pobre está destrozado. Supongo que no querrán ustedes verle.
Vance agitó una mano en gesto negativo.
—No, no lo creo necesario por ahora.
Garden salió paso a paso de la habitación, cabizbajo, como un hombre abrumado por una gran carga mental.
Cuando hubo desaparecido, Vance se plantó un momento ante Markham, contemplándole con cínica sonrisa.
—Insisto en que el caso no tiene nada de bonito, Markham. Hablando francamente, ¿ves algún resquicio por donde la ley pueda meterle el diente?
—¡No, maldita sea! —estalló Markham, furioso—. No hay dos detalles que casen perfectamente. No se ve una línea recta en ninguna dirección. Cada hilo se enreda con los demás. Sobran motivos y oportunidades, ¿pero cuál elegir como punto de partida? Y sin embargo —añadió sombríamente—, podría abrirse un proceso.
—¡Oh, sí! —interrumpió Vance—; un proceso contra cada uno de los que intervinieron en el asunto. Y un proceso tan bueno, o tan malo, como cualquier otro. Cada personaje ha actuado de manera perfecta para atraer las sospechas sobre sí. ¡Bonita situación!
—¡Endemoniada! —rectificó Markham—. Casi me siento inclinado a atribuirlo a dos suicidios y dejar el asunto correr.
—¡Oh, no, no harás eso! —replicó Vance, con enérgico ademán—. Ni yo tampoco. Hay que ser humanos. Defendemos a la sociedad —se aproximó a la ventana y contempló el paisaje—. El caso es —murmuró— que lo tengo todo en la mano. El diseño va moldeándose perfectamente. Tengo acopladas todas las piezas, Markham, menos una. Y tengo también esa pieza, pero no sé dónde colocarla, cómo adaptarla al conjunto.
Markham le miró con curiosidad.
—¿Qué pieza es esa que tanto te inquieta, Vance?
—Los hilos desconectados del zumbador. Trastornan horriblemente mis ideas. Sé que tienen una importancia decisiva en las cosas terribles que han ocurrido aquí… —se apartó de la ventana y empezó a pasear por la habitación, con la cabeza baja y las manos hundidas en los bolsillos—. ¿Por qué desconectaron esos alambres? —murmuró, como hablando consigo mismo—. ¿Qué relación tiene ese hecho con la muerte de Swift o con el disparo que todos oímos? No había mecanismo alguno. No, estoy convencido de eso. Después de todo, los alambres se limitaban a unir dos zumbadores…, una señal…, una señal entre las habitaciones de arriba y las de abajo…, una llamada…, un procedimiento de comunicación…
De pronto cesó en sus meditativos paseos. Estaba entonces frente a la puerta que daba al pasillo y quedóse mirándola como si contemplase algo extraño, como si nunca la hubiese visto antes.
—¡Oh, mi tía! —exclamó—. ¡Mi preciosa tía! ¡Está clarísimo! —se encaró con Markham, con gesto de reproche hacia sí mismo—. La respuesta la he tenido aquí todo el tiempo —dijo—. Era sencillísimo, y yo buscaba complejidades. Esos hilos desconectados significan que se proyectaba otro asesinato, un asesinato en el cual se pensó desde un principio, pero que no pudo realizarse. Este asunto debe quedar aclarado hoy mismo. Si…
Se encaminó hacia el piso de abajo y todos le seguimos. Heath fumaba aburridamente en el vestíbulo inferior.
—Sargento —le ordenó Vance—, telefonee a miss Graem, a miss Weatherby, a Kroon…, y a Hammle. Que todos estén aquí esta tarde a las seis en punto.
Floyd Garden puede ayudarle para ponerse en comunicación con ellos.
—Todos estarán aquí sin falta, mister Vance —aseguró Heath.
—Y tan pronto como usted cumpla el encargo, telefonéeme, sargento. Necesito verle esta tarde. Estaré en casa. Espere aquí a Snitkin y que él se cuide de esto. No tiene que entrar aquí nadie más que los que le he indicado y nadie tampoco puede abandonar el piso. Y, sobre todo, que no se permita que ninguno vaya arriba, ya sea al estudio o al jardín. Ahora me marcho para preparar la escena.
—Cuando llegue usted a casa le telefonearé, mister Vance.
Vance se encaminó a la puerta de salida, pero se detuvo con la mano puesta en el tirador.
—Creo que será mejor que hable con Garden antes de marcharme acerca de la reunión. ¿Dónde está, sargento?
—En cuanto bajó se metió en el gabinete —contestó Heath haciendo un guiño.
Vance atravesó el vestíbulo y abrió la puerta de la habitación indicada. Yo estaba detrás de él. Al girar la puerta nos enfrentamos con un cuadro inesperado. Miss Beeton y Garden estaban de pie, junto a la mesa, destacadas sus figuras sobre el fondo de la ventana. La nurse, oculto el rostro entre las manos, se apoyaba en Garden sollozando. El la rodeaba con sus brazos.
Al oír entrar a Vance, separáronse rápidamente. La joven volvió la cabeza hacia nosotros con repentino movimiento y pude ver que sus ojos estaban enrojecidos y llenos de lágrimas. De pronto, echó a correr hacia el dormitorio inmediato.
—Lo siento muchísimo —excusóse Vance—. Creí que estaba usted solo.
—¡Oh! No se inquiete —contestó Garden, evidentemente azarado—. Espero que no interpretará usted mal el incidente —añadió, con forzada sonrisa—. Todos en esta casa atravesamos una crisis emocional. Miss Beeton ha sufrido ayer y hoy todo lo que puede resistir, y cuando la encontré aquí se echó a llorar y apoyó su cabeza en mi hombro. Yo trataba simplemente de consolarla.
Vance levantó la mano en gesto de comprensiva indiferencia.
—No diga más, Garden. Una dama afligida siempre acoge bien un fuerte hombro masculino sobre el cual llorar. La mayor parte le dejan a uno una mancha de polvos en la solapa, pero estoy seguro de que miss Beeton no se habrá hecho culpable de tal irreverencia. Lamento mucho haberle interrumpido, pero quería decirle, antes de marchar, que he dado orden al sargento Heath de reunir aquí a las seis de esta tarde a sus huéspedes de ayer. Claro está que necesitamos que usted y su padre formen también parte de la reunión. Si usted no tiene inconveniente, puede ayudar al sargento dándole los números de los teléfonos.
—Con mucho gusto, Vance —contestó Garden, sacando su pipa y disponiéndose a llenarla—. ¿Algún plan especial en proyecto?
Vance encaminóse a la puerta.
—Sí. ¡Oh, sí! Espero aclarar este asunto esta misma tarde. Entre tanto me voy a hacer mis preparativos.
Y salió, cerrando la puerta.
Cuando tomábamos el ascensor, Vance dijo a Markham, con cierta tristeza:
—Espero que mi plan dará resultado. No me satisface mucho. Pero aborrezco la injusticia.