(Sábado 14 de abril, 6:25 de la tarde)
Markham miró a Vance con desaliento.
—¿Qué significa eso de que Garden no colocase la apuesta? —preguntó.
Vance suspiró.
—¿Y qué significa todo lo demás? Sin embargo, de hechos tan curiosos como este es de donde hay que sacar alguna hipótesis provisional.
—Yo, francamente, no puedo descubrir qué relación puede tener la conducta de Garden con el asesinato, a menos que…
Vance le atajó rápidamente.
—No sigas por ahí. Todo lo que hemos sabido hasta ahora puede significar algo, es cierto; pero es preciso saber leer el significado. La psicología puede ser la llave.
—No te hagas el misterioso —rezongó Markham—. ¿Qué tienes en la imaginación?
—¡Querido Markham! Eres demasiado adulador. En la imaginación no tengo absolutamente nada. Busco algo tangible. El otro revólver, por ejemplo. El que surgió de alguna parte cuando el muchacho ya estaba muerto. Debe estar por aquí o por los alrededores… —se volvió hacia Heath—. Oiga, sargento, ¿podrían usted y Snitkin echar un vistazo para ver si lo encuentran? Itinerario más indicado: el jardín y los macizos, la terraza, la escalera pública y el vestíbulo inferior. Después, el departamento propiamente dicho. Suposición: cualquiera de los presentes puede tenerlo. Sigan todos los movimientos locales conocidos de los que están abajo. Si está aquí, probablemente se encontrará en algún escondrijo temporal, esperando su definitivo alojamiento. Nada de brusquedades oficiales. Suavidad y malicia es lo que hace falta.
—Sé lo que quiere usted decir, mister Vance —sonrió Heath.
—Pero antes de que comiencen los reconocimientos, búsqueme a Hammle, sargento. Le encontrará probablemente en el bar bebiendo algo.
Cuando Heath hubo desaparecido, Vance se volvió a Markham.
—Hammle puede tener algún buen consejo que ofrecernos, o quizá no. No me gusta ese individuo. Vamos a tener que deshacernos de él, al menos temporalmente. La casa está espantosamente llena.
Hammle penetró pomposo en el estudio y fue precipitadamente presentado a mister Markham. A través de la ventana, en la penumbra del anochecer, pude ver a Heath y Snitkin rebuscando entre los macizos de flores.
Vance indicó a Hammle una silla y le estudió un momento con aire melancólico, como esforzándose por encontrar una excusa para la existencia de aquel hombre.
La entrevista fue breve y muy interesante.
Su interés no estuvo tanto en lo que dijo Hammle como en la curiosidad que despertaron en él las preguntas de Vance. Y fue esta curiosidad la que más tarde, suministró a Vance importantes detalles.
—No es nuestro deseo retenerle a usted aquí más tiempo del necesario, mister Hammle —empezó diciendo Vance, con marcada repugnancia—, pero se me ha ocurrido preguntarle si tiene usted alguna idea que pueda ayudarnos a resolver el enigma de la muerte de Swift.
Hammle tosió, y pareció dar al asunto considerable importancia.
—No, no tengo ninguna —confesó al fin—. No se me ocurre nada. Uno no sabe qué opinar de estas cosas. Los hechos más insignificantes pueden tener importancia cuando se reflexiona detenidamente sobre ellos. En cuanto a mí, no he tenido tiempo de examinar las diversas circunstancias que han concurrido en el asunto.
—Naturalmente —convino Vance— que no ha habido tiempo bastante para pensar con seriedad en la situación. Pero creo que puede haber algo en las relaciones de las diversas personas reunidas aquí esta tarde, y tengo entendido que usted está lo suficientemente familiarizado con todas ellas para poder ofrecerme alguna sugestión.
—Todo lo que puedo decir —contestó Hammle, pesando cuidadosamente sus palabras—, es que había muchos elementos contrapuestos en la reunión, es decir, muchas combinaciones peculiares. No me refiero a nada delictivo, claro está. Quiero que conste esto sin que haya lugar a duda. Pero había intereses y rencillas que pudieron conducir a algo.
—¿A un asesinato, por ejemplo?
Hammle frunció el ceño.
—Asesinato es una palabra demasiado fuerte —replicó, en tono sentencioso—. Puede usted creerme, mister Vance; yo no atribuiría el asesinato a ninguno de los presentes. ¡No, por Dios!
—Es un juicio bastante interesante —murmuró Vance—. Reflexionaré sobre él detenidamente. Dígame ahora: ¿no notó usted algo irregular en la manera que tuvo Garden de colocar la gran apuesta le Swift sobre Equanimity?
Las facciones de Hammle se inmovilizaron de pronto, y presentó momentáneamente a Vance una verdadera cara de póquer. Después, incapaz de resistir la fría mirada escudriñadora de su oponente, frunció la boca en maliciosa sonrisa.
—¿Por qué negarlo? —rio—. La colocación de aquella apuesta fue no solamente irregular, sino casi imposible. No conozco un solo corredor en Nueva York capaz de aceptar tal cantidad cuando no había ni siquiera tiempo de intervenir en el totalizador. ¡Mal rato tuvo que pasarse Hannix para tratar de equilibrar su libro con una rociada como aquella, en el último minuto! Todo lo relacionado con esa apuesta me llamó la atención por lo extraño, pero no pude imaginarme lo que se proponía Garden.
Vance se inclinó hacia adelante, enfocando la mirada en el antipático individuo.
—Eso puede tener alguna relación con lo sucedido aquí esta tarde, y me agradaría mucho saber por qué no lo mencionó usted antes.
Por un breve instante, el hombre pareció desconcertado; pero casi inmediatamente se recostó en su asiento con aire de satisfacción, y extendió las manos con las palmas hacia arriba.
—¿Y por qué iba yo a mezclarme en el asunto? —replicó, con cínica suavidad—. Nunca me ha gustado meterme en las cosas de los demás. Tengo yo demasiados problemas de qué preocuparme.
—He aquí una manera muy especial de mirar la vida —murmuró Vance—. Y que tiene sus ventajas. Sin embargo… —contempló la punta de su cigarrillo, y preguntó—: ¿Le permitiría su discreción hacer algunos comentarios sobre Zalia Graem?
Hammle se irguió con presteza.
—¡Ah, eso es cosa que merece pensarse! —dijo, moviendo significativamente la cabeza—. Hay variedad de posibilidades en esa joven. Puede estar en la verdadera pista. Es el personaje más sospechoso de cuantos estamos aquí. Nunca se puede responder de las mujeres. Y, ahora que recuerdo, el asesinato debió ocurrir mientras ella estuvo ausente de la habitación. Además es una buena tiradora de pistola. Recuerdo que una vez, cuando vino a mi finca de Long Island, estuvo practicando, y la vi hacer blancos notabilísimos. Coloca las armas como los sombreros las demás mujeres, y es tan indómita como una potranca de dos años antes de saltar su primera valla.
Vance hizo un gesto de asentimiento y esperó.
—Pero no crea usted ni por un momento —continuó apresuradamente Hammle— que yo insinúo que ella tuviese algo que ver con la muerte de Swift. ¡Nada absolutamente! Me ha sugerido estas consideraciones el oír citar su nombre.
Vance se puso en pie ahogando un bostezo.
—Es evidente —murmuró— que no está usted dispuesto a puntualizar. Las generalidades no me interesan. En su consecuencia, quizá necesite celebrar otra charla con usted. ¿Dónde le podemos buscar, caso de necesitarle?
—Si se me permite marcharme ahora, regresaré a Long Island en seguida —contestó Hammle, consultando su reloj—. ¿No desean más por el momento?
—Eso es todo, gracias.
Hammle volvió a consultar el reloj, titubeó un momento y, por fin, se decidió a marcharse.
—No es persona muy agradable, Markham —comentó Vance lúgubremente cuando Hammle hubo desaparecido—. Tiene muy pocos escrúpulos. Como habrás podido observar, todos, según él, reúnen condiciones para el papel de asesinos. Todos excepto él, por supuesto. ¡Presumida criatura! ¡Y aquel odioso chaleco! ¡Y el gusto chabacano de sus ropas! Muy modernistas, muy deportivas… y muy británicas. El uniforme de los aficionados a caballos y perros. Los animales realmente se merecen mejores asociados.
Se encogió de hombros con desprecio y, aproximándose al zumbador, apretó el botón.
—Extraños informes sobre la jovencita Graem —iba murmurando, mientras regresaba a su asiento—. Ha llegado el instante de comunicar con la dama misma.
Garden apareció en la puerta.
—¿Me llamaba usted, Vance?
—Sí. El zumbador funciona ya bien. Siento haberle molestado, pero nos gustaría poder ver a miss Graem. ¿Querría usted hacerle los honores?
Garden titubeó, fija la mirada en Vance. Iba a decir algo, pero cambió de propósito, y, con un «¡Está bien!», volvió la espalda y desapareció escaleras abajo.
Zalia Graem penetró lánguidamente en la habitación, con las manos en los bolsillos de su chaqueta, y abarcándonos a todos en una mirada de cínico descaro.
—Traigo la nariz perfectamente empolvada para el interrogatorio —anunció con forzada sonrisa—. ¿Va a durar mucho tiempo?
—Mejor será que se siente —contestó Vance con rígida cortesía.
—¿Es obligación? —preguntó ella.
Vance fingió no oír la pregunta y apoyó la espalda en la puerta.
—Estamos investigando un asesinato, miss Graem —la voz de Vance era afable, pero firme—, y será necesario hacerle algunas preguntas que quizá encuentre usted censurables, pero le aconsejo por su propio bien que las conteste francamente.
—¿Soy sospechosa? ¡Qué emocionante!
—Todos aquellos con quienes he hablado opinan eso —contestó Vance, mirando a la joven significativamente.
—¡Oh! ¿De manera que esas tenemos? ¡Los que caminan cubiertos de fango procuran manchar a los que van limpios! Ya me había parecido ver una vaga expresión de desconfianza en los ojos de la gente. Aceptaré su invitación a sentarme —la joven se dejó caer en un sillón, y miró hacia el techo con simulada melancolía—. ¿Van a detenerme? —preguntó.
—Por el momento, no. Pero hay que aclarar ciertas cosas. Vale la pena que nos ayude.
—Eso suena a amenaza, pero siga adelante.
—En primer lugar, nos gustaría saber a qué obedecía la enemistad entre usted y Swift.
—¡Oh, qué fastidio! —exclamó la joven disgustada—. ¿Tengo que recordar eso? Realmente no ocurrió nada. Woody no hacía más que importunarme. Yo sentía lástima por él y toleré su compañía, cediendo unas veces a sus súplicas, y otras a sus amenazas de recurrir a todas las formas conocidas de suicidio. Después se ilusionó demasiado, y yo decidí trazar una línea en la página. Temo no haberlo hecho de una manera muy delicada. Le dije que era caprichosa, que sólo me preocupaba de lujos, y que nunca podría casarme con un hombre pobre. Creí tontamente que hablándole así llegaría a vencer su obstinada adoración. Y, en cierto modo, produjo efecto. Se puso furioso, y dijo cosas desagradables, que, francamente, no he podido olvidar. Así, pues, él tiró por el camino alto, y yo por el bajo, o di un rodeo.
—La conclusión que podemos sacar de todo eso —observó Vance— es que él jugaba fuerte a los caballos con la loca esperanza de reunir fortuna suficiente para vencer la aversión de usted por su pobreza, y que su apuesta de hoy sobre Equanimity era como la última carta.
—¡No diga eso! —gritó la joven, clavando las uñas en el brazo del sillón—. Es una idea horrorosa, pero pudiera ser cierta. ¡No quiero oírla!
Vance continuaba observándola con atención.
—Sí; como usted dice, pudiera ser verdad. Dejemos este punto, que tanto la atormenta. Pero dígame ahora —preguntó rápidamente—: ¿quién le telefoneó hoy, poco antes del Rivermont Handicap?
—Tartarín de Tarascón —contestó la joven en tono sarcástico.
—¿Y había usted ordenado a ese eminente aventurero que la llamase precisamente a esa hora?
—¿Qué tiene eso que ver con lo de Woody?
—¿Y por qué mostró usted tanto interés en atender al teléfono en el gabinete y cerró la puerta?
La joven avanzó el busto mirando a Vance desafiadora.
—¿Qué trata usted de insinuar? —preguntó, furiosa.
—¿Está usted enterada —prosiguió impasible Vance— de que el gabinete de abajo es la única habitación que comunica directamente con esta por hilos conductores?
La joven parecía incapaz de hablar. Estaba pálida y rígida, con la mirada muy fija en Vance.
—¿Y sabe usted —continuó él sin cambiar de entonación— que los conductores de esta parte de la línea estaban desconectados? ¿Le han dicho que el disparo que oímos no fue el que terminó con la vida de Swift, que había sido asesinado unos minutos antes en la cámara de aquí al lado?
—¡Usted ve visiones! —clamó la muchacha—. ¡Está usted inventando pesadillas, pesadillas para asustarme! Lo que dice usted es terrible. Trata usted de torturarme fingiendo creer cosas que no son verdad. Sólo porque estuve fuera de la habitación cuando mataron a Woody.
Vance levantó la mano para contener sus reproches.
—Interpreta usted mal mi actitud, miss Graem —dijo más suavemente—. Le he pedido a usted hace un momento, por su propia conveniencia, que conteste francamente a mis preguntas. Y usted se resiste. En tales circunstancias debe usted conocer los hechos tal como aparecen ante los demás —Vance hizo una pausa—. Usted y Swift no estaban en buenas relaciones. Usted sabía, como los otros, que él acostumbraba subir a la azotea antes de las carreras. Usted no ignoraba donde guardaba el profesor Garden su revólver. Está usted familiarizada con las armas, y es una excelente tiradora de pistola. Llega una llamada telefónica para usted en un momento perfectamente calculado. Usted desaparece. A los cinco minutos Swift cae muerto de un tiro tras esa puerta de acero. Pasan otros cinco minutos; la carrera ha terminado; y se oye una detonación. Ese disparo probablemente fue provocado por un mecanismo. Los hilos de este zumbador aparecen desconectados, es evidente que con un propósito determinado. Al sonar este segundo disparo usted se encontraba al otro extremo de estos conductores. Casi se desmayó ante el cadáver de Swift.
Más tarde trató de subir a la azotea. Sume todo esto: tenía usted un motivo, un conocimiento suficiente de la situación, acceso al agente criminal, habilidad para actuar y oportunidad para ejecutarlo —Vance hizo una nueva pausa—. ¿Está usted ahora dispuesta a ser franca, o tiene usted realmente algo que ocultar?
La joven sufrió un cambio repentino. Languideció como en súbito ataque de debilidad. No apartó la mirada de Vance, observándole, como queriendo determinar qué camino seguir.
Antes que acertase a hablar, Heath irrumpió en el pasillo y abrió la puerta del estudio. Llevaba al brazo un abrigo de mujer, de cuadros negros y blancos. Hizo un guiño a Vance y sonrió, triunfador.
—Por lo visto, su investigación ha sido fructífera, sargento —dijo Vance—. Puede usted hablar —se volvió a Zalia Graem y le explicó—: el sargento Heath ha estado buscando el revólver que hizo el segundo disparo.
—Seguí el itinerario que usted me indicó, mister Vance —informó Heath—. Después de recorrer la azotea, las escaleras y el vestíbulo de abajo, se me ocurrió registrar las ropas colgadas en el ropero. El revólver estaba en este abrigo —el sargento arrojó la prenda en el sofá, y sacó del bolsillo un revólver de metal del calibre 38. Después lo abrió y lo mostró a Vance y a Markham—. Una de las balas ha sido disparada —observó.
—¡Muy bien, sargento! —le felicitó Vance—. ¿De quién es este abrigo?
—No lo sé todavía, mister Vance; pero pronto lo averiguaré.
Zalia Graem se había puesto en pie y se aproximó al grupo.
—Yo puedo decirles a quién pertenece —dijo—. Es de miss Beeton, la nurse. Vi que lo llevaba ayer.
—Muchas gracias por la identificación —dijo Vance, posando una mirada ensoñadora en la muchacha.
Ella le correspondió con una melancólica sonrisa y volvió a su asiento.
—Tenemos todavía una cuestión pendiente —le dijo Vance—. ¿Está usted dispuesta a ser franca ahora?
—Lo estoy —contestó ella resuelta—. Lemmy Merrit, uno de esos vástagos de la caballuna aristocracia que infesta nuestras playas orientales, me pidió que le acompañase a Sands Point para la partida de polo de mañana. Yo pensé que podría proporcionarme distracción más emocionante, y le dije que me llamase aquí esta tarde, a las tres y media, para comunicarle un definitivo sí o no. Fijé a propósito esa hora para no perder la carrera del Handicap. Como usted sabe, no me llamó hasta después de las cuatro, con la excusa de que no había podido encontrar un teléfono. Traté de deshacerme de él apresuradamente, pero se mostró insistente, única virtud que posee, que yo sepa. Le dejé esperando al aparato cuando salí a escuchar la carrera, y después volví para despedirme y desearle un buen día sin mí. En el preciso momento en que colgaba el receptor oí algo que me pareció un tiro y corrí a la puerta, encontrándome con que todos atravesaban apresuradamente el vestíbulo. Se me vino entonces a la imaginación la idea de que quizá Woody se hubiese suicidado; por eso estuve a punto de desmayarme cuando le vi muerto. Esto es todo. No sé nada de alambres, ni de zumbadores, ni de dispositivos mecánicos; y hace una semana que no he entrado en esta habitación. Sin embargo, me recrimino a mí misma hasta el punto de confesar que no me agradaba Woody, y que en muchas ocasiones sentí el deseo de saltarle la tapa de los sesos. Como usted ha dicho, soy una excelente tiradora.
Vance se puso en pie, inclinándose ante la joven.
—Gracias por su tardío candor, miss Graem. Siento mucho haber tenido que torturarla para conseguirlo. Tenga la bondad de olvidar las pesadillas de cuya fabricación me acusaba. Le estoy realmente muy agradecido por haberme ayudado a ordenar mi rompecabezas.
La joven frunció el entrecejo mientras su intensa mirada descansaba en Vance.
—Me parece que sabe usted de este asunto más de lo que aparenta —murmuró.
—¡Querida miss Graem! Yo no aparento saber más de lo que he dicho—-Vance se dirigió a la puerta y la mantuvo abierta para dar paso a la joven—. Puede usted marcharse ya, pero probablemente necesitaremos volverla a ver mañana, y tiene que prometerme que permanecerá en casa, o en otro sitio donde podamos encontrarla.
—No se inquiete; estaré en casa. Empiezo a creer que quizá Odgen Nash tuvo la gran idea [19].
Al salir la joven, miss Beeton avanzaba por el pasillo hacia el estudio. Las dos mujeres se cruzaron sin hablarse.
—Siento molestarle, mister Vance —se disculpó la nurse—, pero el doctor Siefert acaba de llegar, y me ha rogado le comunique que tiene mucho interés, en verle lo más pronto posible. Mister Garden —añadió— le ha informado de la muerte de mister Swift.
En aquel momento su mirada tropezó con el abrigo a cuadros, y una ligera arruga surcó su frente.
—El sargento ha subido su abrigo —dijo Vance, antes que pudiera hablar—. No sabía de quién era. Estábamos buscando algo —y añadió rápidamente—: Tenga la bondad de decir al doctor Siefert que tendré mucho gusto en verle en seguida. Que suba al estudio, si no le sirve de molestia.
Miss Beeton hizo un gesto de asentimiento y salió, cerrando la puerta.