(Sábado 14 de abril, 6:15 de la tarde)
—Bonita historia —comentó Markham secamente cuando Kroon hubo desaparecido.
—Sí, sí. Bonita. Pero repugnante —dijo Vance, preocupado.
—¿La crees así?
—Querido Markham, tengo la imaginación libre, y ni creo ni dejo de creer. Sólo busco hechos. Pero no hay hechos todavía. Drama por todas partes, y ninguna sustancia. El relato de Kroon por lo menos es consistente. Una de las razones porque me siento escéptico. Siempre he desconfiado de las consistencias. Y Kroon es, además, muy ladino.
—Sin embargo —interrumpió Markham—, las puntas de cigarrillo que encontró Heath confirman su relato.
—Sí. ¡Oh, sí! —Vance lanzó un profundo suspiro—. Yo no dudo de que fumase dos cigarrillos en el rellano de la escalera. Pero lo mismo los podría haber fumado si hubiera matado a Woody. Por el momento sospecho de todos los que están aquí. Este caso presenta demasiados ángulos salientes.
—Por otra parte —objetó Markham—, estando ese camino de la escalera principal abierto a todo el mundo, cualquier extraño pudo entrar y matar a Swift.
Vance le miró con aire melancólico.
—¡Oh Markham…, querido Markham! La inteligencia legalista ya está trabajando. Siempre buscando trampas de lobos. ¡Oh, no! Nada de extraños. Hay muy serias objeciones contra eso. El asesinato estuvo demasiado perfectamente calculado. Sólo alguno de los presentes pudo ejecutarlo con un cálculo tan exacto de tiempo. Además, fue cometido en aquel desván. Sólo alguien muy conocedor de la familia Garden y de las circunstancias que reinaban aquí esta tarde pudo cometerlo…
Se oyeron unas voces en el pasillo, y Madge Weatherby penetró corriendo en el estudio, seguida de Heath, que protestaba vigorosamente. Era evidente que miss Weatherby se había lanzado a las escaleras antes que nadie pudiera evitarlo.
—¿Qué significa esto? —preguntó imperiosamente—. ¿Dejan que se vaya Cecil Kroon después de lo que yo he dicho? Y yo —se señaló a sí misma con un gesto dramático—, yo sigo aquí como prisionera.
Vance se levantó pausadamente y le ofreció un cigarrillo. Ella apartó la caja con una mano y se sentó indignada y altiva.
—El hecho es, miss Weatherby —dijo Vance, volviendo a su asiento—, que mister Kroon nos explicó su breve ausencia de esta tarde lúcidamente y con aplastante lógica. Parece ser que no ha hecho nada más reprensible que conferenciar con miss Stella Fruemon y una pareja de abogados.
—¡Ah! —los ojos de la mujer relampaguearon llenos de odio.
—Por lo visto ha roto con la dama para siempre —añadió Vance—. Se ha hecho firmar un documento que le libra de ella, de sus herederos, ejecutores, administradores y apoderados, desde el principio del mundo hasta el día de la fecha… Creo que esta es la correcta fraseología legal. Realmente, esa mujer nunca le importó gran cosa. Nos ha confesado que le aburría. Y puso en esta afirmación gran vehemencia. Ninguna mujer volverá a dominarle… y a saquearle como esta. Pas une gonzesse ne me mettra le grappin dessus, que dijo el poeta.
—¿Es cierto eso? —miss Weatherby se enderezó en su asiento.
—Sí, sí. Nada de subterfugios. Kroon dijo que usted estaba celosa de Stella. Creo haber tranquilizado su espíritu.
—¿Por qué no me lo dijo él entonces?
—Existe la posibilidad de que no le diera usted ocasión…
—Está muy bien. No quise hablarle, en efecto, cuando volvió aquí esta tarde.
—¿Tendrá usted inconveniente en rehacer su primera historieta? —le preguntó Vance—. ¿O sigue usted creyendo que él es el culpable?
—Verá usted… Yo, realmente, no sé qué pensar ahora —contestó la mujer, titubeando—. Cuando le hablé a usted estaba terriblemente trastornada. Quizá fuese todo obra de mi imaginación.
—Imaginación…, sí. Cosa terrible y peligrosa. Causa más miserias que la realidad. Especialmente la imaginación estimulada por los celos. «Ni la adormidera, ni la mandrágora, ni todos los soporíferos del mundo». —Vance miró a la mujer burlonamente—. Puesto que usted no está segura de que Kroon cometió el crimen, ¿puede hacernos alguna otra sugestión?
Reinó un intenso silencio. El rostro de miss Weatherby se contrajo, frunció los labios y entornó los ojos.
—¡Sí! —exclamó, inclinándose hacia Vance con nuevo entusiasmo—. ¡Fue Zalia Graem quien mató a Woody! Tenía el motivo, como ustedes dicen. Ella además es capaz de tales cosas. Por fuera es ingenua y bondadosa. Pero por dentro es un demonio. No se detiene ante nada. Había algo entre ella y Woody. Después prescindió de él. Pero Woody no cesaba de acosarla. La molestaba de continuo y ella le despreciaba. No tenía dinero bastante para sus lujos. Hoy vería usted el modo que tenían de tratarse.
—¿Tiene usted idea de cómo se las arregló para cometer el crimen? —preguntó Vance con toda naturalidad.
—¿No estuvo ausente del salón el tiempo necesario? Fingió que iba a telefonear. Pero ¿sabe alguien verdaderamente adónde fue y lo que estuvo haciendo?
—Interesante pregunta. Situación misteriosa —Vance se puso en pie lentamente y se inclinó ante la dama—. Muchísimas gracias…, le quedamos muy agradecidos. Y no la retendremos prisionera por más tiempo. Si la necesitamos más tarde, nos pondremos en comunicación con usted.
Cuando hubo desaparecido, Markham hizo un guiño malicioso.
—La dama está bien equipada de sospechas. ¿Qué opinas de esta nueva acusación?
Vance inclinó la cabeza pensativo.
—La animosidad ha saltado desde mister Kroon a la Graem. Sí. Extraña situación. Lógicamente hablando, esta nueva acusación es más razonable que la primera. Tiene sus puntos. ¡Si siquiera pudiera borrar de mi memoria ese zumbador desconectado! Tiene que significar algo… ¡Y aquel segundo disparo…, el único que oímos!
—¿No pudo haber un mecanismo de alguna clase? —sugirió Markham—. No es difícil provocar una detonación con conductores eléctricos.
—Ya he pensado en eso. Pero no hay nada en el zumbador que indique que haya estado unido a él un dispositivo. Lo examiné cuidadosamente mientras manipulaba el operario de la Telefónica.
Vance se aproximó de nuevo al zumbador y lo inspeccionó detenidamente. Después dedicó su atención a los estantes que le rodeaban. Sacó unas docenas de volúmenes y examinó el espacio que quedo vacío. Finalmente, movió la cabeza en gesto de desaliento y volvió a su sillón.
—No. No hay nada. La capa de polvo que hay detrás de los libros es gruesa y no presenta señales de que se haya andado allí recientemente. Y tampoco hay indicios de mecanismo alguno.
—Pudieron desmontarlo antes que llegara el operario —insinuó Markham sin entusiasmo.
—Sí, esa es otra posibilidad. También he pensado en ella. Pero faltó la oportunidad. Yo penetré aquí inmediatamente después de descubrir el cadáver… —Vance se quitó el cigarrillo de los labios y se enderezó en su asiento—. ¡Por Jove! Alguien pudo introducirse aquí mientras todos corríamos escaleras arriba al oír el disparo. Es una remota posibilidad. Y sin embargo, otra cosa curiosa, Markham; tres o cuatro personas diferentes trataron de subir mientras yo estaba en el gabinete con Garden. Todas deseaban estar con el cadáver para una comunión post mortem… ¿Por qué? Pero ya es tarde para trabajar partiendo de ese punto. No queda otra cosa que hacer que anotar estos hechos para referencias futuras.
—¿Comunica el zumbador con alguna otra habitación además del gabinete?
Vance denegó con un lento movimiento de cabeza.
—No. Esa es la única comunicación.
—¿No dijiste que había alguien en el gabinete en el momento en que oíste aquel disparo?
La mirada de Vance resbaló por Markham, y pasaron varios momentos antes que contestase.
—Sí. Zalia Graem estaba allí. Al parecer telefoneando —me pareció percibir en la voz de Vance un tono de amargura, y pude ver que su imaginación seguía entonces una nueva línea de pensamientos.
Heath se agitó nervioso en su asiento.
—Bien, mister Vance, eso puede conducirnos a alguna parte.
Vance se le quedó mirando.
—¿Adónde, sargento? A mí me parece que no hace más que complicar el caso…, mientras no tengamos nuevos datos en esa dirección.
—Podemos obtenerlos de la muchacha misma —intervino Markham, sarcásticamente.
—¡Oh, sí! Claro que sí. Pero antes tengo que hacer unas nuevas preguntas a Garden. Pavimentar el camino, como si dijéramos. Oiga, sargento, busque a Floyd Garden, y tráiganlo aquí.
Unos minutos después Garden penetró en la habitación, intranquilo y con aire de gran depresión moral.
—¡Qué conflicto! —suspiró, dejándose caer desmayadamente en una silla. Y acto seguido procedió a llenar su pipa pausadamente—. ¿Se averiguó algo que arroje luz sobre el asunto?
—Una iluminación completa —le contestó Vance—. Dígame: parece ser que sus huéspedes entran y salen de su casa sin la formalidad de tocar un timbre o de hacerse anunciar. ¿Es esta una práctica acostumbrada?
—¡Oh, sí! Pero sólo cuando jugamos a las carreras. Es mucho más conveniente. Ahorra molestias e interrupciones.
—Y otra cosa: cuando miss Graem estaba telefoneando en el gabinete y usted le indicó que dijera al caballero que volviese a llamar más tarde, ¿sabía usted realmente que era un hombre con quien estaba hablando?
Garden abrió los ojos en franca sorpresa.
—¡Oh, no! Me limité a embromarla. No tenía la menor idea. Pero si esto es importante, estoy seguro de que Sneed podría dar más detalles, si es que miss Graem se niega. Sneed contestó a la llamada telefónica, como usted sabe.
—Realmente no tiene ninguna importancia —dijo Vance, dando de lado al asunto—. Lo que sí podría interesarle saber es que el zumbador de este cuarto dejó de funcionar a causa de que alguna mano desconectó cuidadosamente los conductores.
—¿Qué me dice?
—Lo que está usted oyendo —Vance clavó en Garden una significativa mirada—. Este zumbador, si no estoy equivocado, comunica solamente con el gabinete, y cuando oímos la detonación, miss Graem se encontraba allí. Ahora bien: el disparo que todos oímos no fue el que mató a Swift. La bala fatal fue disparada por lo menos cinco minutos antes. Swift nunca supo si había ganado o perdido su apuesta.
La mirada de Garden se concentró en Vance cargada de terror. Una ronca exclamación se escapó de sus labios entreabiertos. Procuró después serenarse, y poniéndose en pie dio unos pasos por la habitación.
—Este asunto lo va enredando el demonio —murmuró—. Comprendo lo que quiere usted insinuar con lo del zumbador y el disparo que oímos. Pero no puedo explicarme cómo pudo ejecutarse ese truco. ¿Está usted seguro de que esos alambres fueron desconectados y de que hubo un segundo disparo?
—Completamente seguro —contestó Vance con firmeza—. Por cierto, que miss Weatherby trató de convencernos de que miss Graem mató a Swift.
—¿Tiene fundamentos para tal acusación?
—Solamente que miss Graem tenía diferencias de cierta clase con Swift, que le detestaba cordialmente, y que, en el momento en que se supone murió, miss Graem estaba ausente del salón. También duda de que estuviese telefoneando en el gabinete todo aquel rato. Cree que subió aquí a preparar el asesinato.
Garden dio unas enérgicas chupadas a su pipa y pareció reflexionar.
—Es cierto que Madge conoce a Zalia muy bien —confesó con repugnancia—. Se tratan desde hace muchos años. También es posible que Madge sepa la causa secreta de la enemistad entre Zalia y Woody. Yo, no. Zalia pudo pensar que tenía motivos suficientes para terminar la carrera de Woody. Es una muchacha desconcertante. Uno nunca sabe lo que se propone hacer.
—¿Considera usted a miss Graem capaz de planear un asesinato hábilmente y a sangre fría?
Garden se mordió los labios y tosió varias veces, como para ganar tiempo.
—Me pone usted en un compromiso, Vance —dijo, al fin—. No puedo contestar a esa pregunta. Francamente, yo no sé quién es capaz y quién no de asesinar. La juventud de nuestros días está ansiosa de sensaciones, es intolerante con toda restricción, vive más allá de sus medios, bucea en el escándalo, busca emociones de todo género. Zalia se diferencia poco de los demás. Parece caminar con el pie siempre puesto en el acelerador, rebasando los límites de la velocidad permitida. No puedo decir lo lejos que podría llegar. ¿Quién la conoce en realidad? Sus cualidades pueden ser mero exhibicionismo, o algo fundamental. Su familia es eminentemente respetable. Fue educada con toda rigidez, hasta estuvo recluida en un convento dos años, según creo. Después quedó libre, y ahora ensaya sus primeros vuelos.
—Vivido, aunque no suave, boceto de un carácter —murmuró Vance—. Se puede decir de antemano que a usted le agrada la muchacha, pero que no la aprueba.
Garden rio ruidosamente.
—No puedo decir que me disgusta Zalia. Agrada a la mayoría de los hombres, aunque no creo que muchos la comprendan. Yo no, por lo menos. La rodea como un muro impenetrable. Y lo curioso es que los hombres la quieren, aunque ella no hace el más ligero esfuerzo para ganar su estimación o su afecto. Los trata bruscamente, como si la molestasen sus atenciones.
—Una Dolores pasiva y peligrosa, como si dijéramos —comentó Vance.
—Sí, algo por el estilo. Es o rabiosamente superficial, o profunda como un abismo. Yo no acabo de conocerla. En cuanto a su intervención en este asunto, no sé qué decir. No me sorprendería en absoluto que Madge tuviera razón. Zalia me ha desconcertado algunas veces. Recordará usted que cuando me preguntó sobre el revólver de mi padre le dije que Zalia lo había descubierto en esa mesa, y que hizo una escena con él en esta misma habitación. Pues le añadiré, Vance, que se me heló la sangre en aquel momento. Había algo en sus ademanes y en el tono de su voz que me hizo temer realmente que fuera muy capaz de disparar sobre nosotros y darse luego una vuelta por la habitación para sonreír ante los cadáveres. No había motivo alguno para pensar así; pero crea que me sentí enormemente aliviado cuando volvió el arma a su sitio y cerró el cajón… Todo lo que puedo decir —añadió—, es que no acabo de comprenderla.
—No. Claro que no. Nadie puede comprender por completo a otra persona. El que lo consiguiese lo sabría todo. Muchísimas gracias por el relato de sus impresiones y temores. ¿Quiere usted cuidarse un rato más de los asuntos de allá abajo?
Garden pareció respirar más libremente al verse despedido, y, tras musitar unas palabras de aquiescencia, se encaminó a la puerta.
—Espere un momento —le detuvo Vance—. Deseo hacerle otra pregunta.
Garden aguardó cortésmente.
—¿Por qué —preguntó Vance, lanzando una espiral de humo hacia el techo— no colocó usted la apuesta de Swift sobre Equanimity?
Garden dio un respingo y abrió la boca. Apenas llegó a tiempo de evitar que su pipa se estrellase contra el suelo.
—Bien sabe usted que no colocó esa apuesta —prosiguió Vance, mirando al otro con los ojos entornados—; y este es un punto algo interesante, teniendo en cuenta que Swift no estaba destinado a recoger el fruto, aunque Equanimity hubiese ganado. Por otra parte, de haber hecho la apuesta, tendría usted ahora una deuda de diez mil dólares, puesto que Swift no puede ya saldarla.
—¡Por Dios, cállese ya, Vance! —estalló Garden, dejándose caer en una silla—. ¿Cómo diablos sabe usted que no coloqué la apuesta de Woody?
Vance fijó en el joven una mirada escudriñadora.
—Ningún corredor habría tomado una apuesta de esa cuantía cinco minutos antes de empezar la carrera. No habría podido absorberla. Tendría que haber colocado parte de ella fuera de la ciudad, en Chicago o Detroit. Y eso exige tiempo, como usted sabe. Una apuesta de diez mil dólares, para colocarse, necesita hacerse una hora antes, por lo menos, que empiece la carrera. ¡He lidiado yo mucho con corredores y agentes de pista!
—Pero Hannix…
—No quiera usted hacer de Hannix un financiero de Wall Street —replicó Vance—. Conozco a esos caballeros de la tiza y la esponja tan bien como usted. Y otra cosa: dio la casualidad de que yo estaba sentado en un sitio estratégico, cerca de su mesa, cuando usted fingió dictar la apuesta de Swift. Tiró usted muy diestramente del cordón del enchufe al descolgar el receptor. ¡Estuvo usted hablando en un teléfono muerto!
Garden procuró serenarse, y capituló con un cansado encogimiento de hombros.
—¡Basta ya, Vance! —exclamó—. No coloqué la apuesta. Pero si cree usted por un momento que tenía la menor sospecha de que Woody iba a ser muerto esta tarde, se equivoca.
—¡Querido amigo —suspiró Vance, impaciente—, yo no creo nada! Mi clara inteligencia no trabaja en este momento. Sólo trato de sumar unas cuantas cifras. Diez mil dólares son un buen ítem. Cambia nuestro total, ¿verdad? Pero no me ha dicho usted por qué no colocó la apuesta. Pudo usted hacerlo. Tenía usted indicios suficientes de que Swift iba a arriesgar una gran suma a Equanimity, y sólo habría sido necesario advertirle que debía hacerlo con tiempo.
Garden se levantó airadamente, pero bajo su cólera se adivinaba una gran confusión.
—No quería que perdiese su dinero —afirmó agresivo—. Sabía lo que eso significaba para él.
—Sí, sí. ¡El buen samaritano! Muy conmovedor. Pero supongamos que Equanimity hubiese ganado y su primo sobrevivido. ¿Quién pagaría?
—Yo estaba completamente preparado para afrontar ese riesgo. No suponía millones. ¿A cómo se pagó el viejo penco? A menos de dos a uno. Un dólar y ochenta centavos por dólar, para ser más exactos. Tendría que haberme desprendido de dieciocho mil. Pero no había la menor probabilidad de que Equanimity triunfase. Yo estaba seguro de eso. Y lo aproveché por el bien de Woody. No sé si obré o no correctamente. Si el caballo hubiese ganado, yo mismo habría pagado a Woody… y él nunca habría sabido que el dinero no procedía de Hannix. No lo sabría nunca.
Vance miró al joven, pensativo.
—Gracias por tan patética confesión —murmuró al fin—. Creo que esto es todo por el momento.
Mientras hablaba, dos hombres portadores de una caja de mimbre en forma de féretro, penetraron en el pasillo, Heath se plantó en la puerta de dos zancadas.
—Los muchachos de la Sanidad Pública vienen a buscar el cadáver —anunció por encima de su hombro.
Vance se puso en pie.
—Oiga, sargento, hágalos bajar por la escalera exterior. No es conveniente que vuelvan por abajo. ¿Tendría usted inconveniente en mostrarles el camino? —preguntó, dirigiéndose a Garden.
Garden accedió con un gesto, y salió a la azotea. Unos instantes después los dos mozos, con Garden abriendo la marcha, desaparecían por la puerta del jardín con su carga.