(Sábado 14 de abril, 6 de la tarde)
Vance pasó por delante del cubierto cuerpo de Swift y cruzó hacia la verja del jardín. Al llegar a ella se encontró frente a la altiva y majestuosa figura de Magde Weatherby. Evidentemente su intención fue penetrar en el jardín, pero retrocedió bruscamente al vernos. Nuestra presencia, sin embargo, no pareció ni sorprenderla ni inquietarla.
—Encantado de que haya usted subido, miss Weatherby —dijo Vance—. Pero di orden de que todo el mundo permaneciese allá abajo.
—¡Yo tenía derecho a subir! —replicó ella, irguiéndose con dignidad de reina.
—¡Ah! —murmuró Vance—. Entonces no digo nada. Pero ¿tendrá usted la bondad de explicarlo?
—No tengo inconveniente —la expresión de su rostro permaneció inalterable, y su voz sonó a hueca y artificial—. Deseaba averiguar si fue él quien lo hizo.
—¿Y quién es ese misterioso él? —preguntó Vance.
—¿Quién? —repitió ella, echando la cabeza hacia atrás—. ¡Pues Cecil Kroon!
Vance entornó los ojos y estudió atentamente a la mujer durante breves momentos.
—Muy interesante —dijo al fin—. Pero aplacemos ese asunto para luego. ¿Cómo llegó usted aquí?
—Fue muy sencillo —la joven movió la cabeza negligentemente—. Fingí desmayarme y dije a su esbirro que iba a la despensa a tomar un vaso de agua. Por la puerta de escape salí al vestíbulo público, subí por la escalera principal y salí a esa terraza.
—Pero ¿cómo sabía usted que se podía llegar al jardín por este camino?
—No lo sabía —sonrió ella, enigmática—. Me he limitado a explorar. Estaba deseosa de probarme a mí misma que Cecil Kroon pudo haber disparado contra el pobre Woody.
—¿Y está usted satisfecha del resultado? —preguntó Vance tranquilamente.
—¡Oh, sí! —contestó la mujer con amargura—. No me cabe duda ya. Hace mucho tiempo que sabía que Cecil le mataría, tarde o temprano. Y cuando usted dijo que Woody había sido asesinado, tuve la seguridad de que Cecil era el autor. Pero no acababa de comprender cómo pudo llegar hasta aquí después de dejarnos esta tarde. Por eso traté de averiguarlo.
—¿Puedo preguntarle por qué deseaba Kroon deshacerse de Swift?
La mujer cruzó teatralmente las manos sobre su pecho y, avanzando un paso, dijo con voz sepulcral y opaca:
—Cecil estaba celoso, espantosamente celoso. Está locamente enamorado de mí. Me tortura con sus atenciones —una de sus manos se elevó hasta su frente en gesto de desesperación—. Es una persecución terrible. Y cuando supo que yo me interesaba por Woody, llegó a la desesperación. Me amenazó. Yo me horroricé. No me atreví a romper del todo con él. No sabía lo que sería capaz de hacer. Y le fui entreteniendo y dejándome acompañar, esperando así calmar su locura… Hoy…, ¡este terrible crimen!
Su voz fue apagándose en exagerado suspiro.
La bondadosa mirada de Vance no reveló ni la simpatía que este pomposo recitar exigía ni el cinismo en él acostumbrado. Había sólo un estudiado interés en la expresión de sus ojos.
—Triste, muy triste —murmuró.
Miss Weatherby echó la cabeza hacia atrás, llameándole los ojos.
—Subí hasta aquí para ver si era posible que Cecil hubiese hecho esto. ¡Subí por la causa de la justicia!
—Ha sido usted muy bondadosa —dijo Vance, cambiando bruscamente de modales—. Se lo agradecemos mucho, pero insisto en que tome usted escaleras abajo y espere donde los demás. Y tendrá también la bondad de atravesar el jardín y bajar por la escalera interior.
Y con gesto casi brutal, Vance abrió la verja y señaló a la joven la puerta del pasillo. Ella titubeó un momento, y luego siguió humildemente al dedo indicador.
Cuando pasó junto al banco donde reposaba el cadáver, se detuvo de pronto y cayó de rodillas.
—¡Oh, Woody, Woody! —exclamó dramáticamente—. ¡Fue culpa mía!
Se cubrió el rostro con las manos e inclinó la cabeza en actitud de muda desesperación.
Vance arrojó su cigarrillo, y cogiéndola firmemente por un brazo, la obligó a ponerse en pie.
—Esto no es un melodrama, miss Weatherby —le dijo ásperamente mientras la conducía hacia la puerta.
Ella se irguió con un ahogado sollozo y se dirigió tambaleándose a las escaleras. Vance se volvió al detective y le señaló con un gesto a la trágica mujer.
—Snitkin —le dijo—, baje y diga a Hennessey que no pierda de vista a Sarah Bernhardt hasta que la necesitemos.
Snitkin contestó con un guiño, y siguió a miss Weatherby.
Cuando volvimos al estudio, Vance se dejó caer en un sillón, bostezando.
—¡Palabra! —se lamentó—. El caso es ya bastante difícil sin estos amateurs teatrales.
Markham, según pude ver, quedó tan impresionado como curioso por el incidente.
—Quizá no todo sean dramatismos —sugirió—. La mujer ha hecho algunas afirmaciones concretas.
—¡Oh, sí! Las ha hecho. Es su especialidad —Vance sacó su caja de cigarrillos—. Afirmaciones concretas, sí. Y despistantes. Ni por un momento he creído que ella considere a Kroon culpable.
—Entonces, ¿qué? —rezongó Markham.
—Nada…, realmente nada —suspiró Vance—. Vanidad y futilidad. La dama es vanidosa…, nosotros somos fútiles. Ni una cosa ni otra conducen a ninguna parte.
—Pero es indudable que ella tenía algo en la imaginación —protestó Markham.
—Lo tenemos todos… Pero si pudiéramos leer completamente el pensamiento de una persona, comprenderíamos probablemente el universo. De esto a la omnisciencia no habría más que un paso.
—¡Dios omnipotente! —Markham se puso en pie y se plantó desafiador ante Vance—. ¿Puedes ser razonable?
—¡Oh Markham…, querido Markham! —dijo Vance, moviendo la cabeza tristemente—. ¿En qué consiste la racionalidad? Sin embargo, es cierto que hay algo tras los histrionismos de la dama. Tiene ideas. Pero es tortuosa. Y quiere que seamos como esos dioses chinos, que no pueden avanzar más que en línea recta. Pero intentemos dar un rodeo. La situación es esta: una dama celosa se escurre por la despensa del mayordomo y se presenta en el roof-garden, esperando así atraer nuestra atención. Una vez logrado, nos informa de que ella ha comprobado terminantemente que cierto mister Kroon se ha desembarazado de Swift por causa de rivalidades amorosas. Esa es la línea recta…, la distancia más corta entre dos puntos. Vamos ahora con la curva. Supongamos que la dama es la desdeñada y no la desdeñadora. Está resentida. Es rencorosa y vengativa… y sube aquí con el solo fin de convencernos de que Kroon es culpable. Ella es la primera que no lo cree, pero goza viendo sufrir a Kroon, culpable o inocente.
—Pero su relato es bastante plausible —dijo Markham, agresivo—. ¿Por qué tratar de buscar significados ocultos en los hechos evidentes? Kroon pudo haber cometido el crimen. Y su teoría psicológica sobre los móviles de la mujer le eliminan enteramente.
—¡Querido Markham! ¡Oh querido Markham! No lo elimino en absoluto. Tiendo meramente a envolver a la dama en su propia trapacería. Pero el hecho es que el pequeño drama que acaba de representar sobre esta azotea puede ser muy sugeridor.
Vance estiró las piernas y se hundió más profundamente en el sillón.
—Curiosa situación: Kroon abandonó la partida unos quince o veinte minutos antes de la gran carrera, asuntos legales a que atender en casa de una tía solterona, según explicó. Y no volvió a aparecer hasta después de telefonearte yo. Inmediatamente supuso que Swift se había suicidado. También mencionó unos cuantos detalles que daba por averiguados. Todo lo cual pudo ser el resultado de un verdadero conocimiento o mera intuición. La duda me impulsó a interrogar al muchacho del ascensor. Supe así que Kroon ni había subido ni bajado desde su llegada a primera hora de la tarde…
—¡Alto, alto! —exclamó Markham—. Todo eso es más que sospechoso después de lo que acabamos de oír a esta miss Weatherby.
—Ya está trabajando el pensamiento legal —replicó Vance, sin impresionarse—. Pero, desde mi punto de vista amateur, necesito más…, mucho más, para opinar así. Sin embargo… —Vance se levantó y meditó un momento—, confesaré que está indicada una pequeña entrevista con mister Kroon. Sargento, ¿quiere usted enviarme a ese individuo? —dijo, dirigiéndose a Heath—. Trátele con dulzura. No le moleste la politesse. No hay necesidad de ponerle en guardia.
—Comprendido, mister Vance —contestó el sargento, echando a andar hacia la puerta.
—Oiga, sargento —añadió Vance, deteniéndole—: podría usted interrogar al muchacho del ascensor para ver si hay alguien más en este edificio a quien Kroon tenga la costumbre de visitar. De ser así, haga algunas discretas averiguaciones.
Heath desapareció escaleras abajo, y a los pocos minutos Kroon penetraba en el estudio con el aire de un hombre que se siente aburrido y molesto.
—Supongo que me llaman para hacerme algunas preguntas alevosas —comentó, dedicando a Markham y a Snitkin una despectiva mirada y dejándola descansar después sobre Vance, cargada de rencores—. ¿Debo comparecer ante el tercer brazo de pie o sentado?
—Como usted quiera —contestó Vance amablemente.
Y Kroon, tras mirar a su alrededor, se sentó perezosamente en uno de los extremos del sofá. Los modales del individuo, según pude ver, enfurecieron a Markham, quien se inclinó hacia adelante y preguntó con fría cólera:
—¿Tiene usted alguna razón poderosa para resistirse a darnos su ayuda en nuestra investigación de este asesinato?
Kroon arqueó las cejas y se acarició las engomadas guías de su mostacho.
—Ninguna, en absoluto —dijo, con tranquila superioridad—. Hasta puedo decirles a ustedes quién mató a Woody.
—Eso es muy interesante —murmuró Vance, estudiando al individuo atentamente—. Pero nos gustará más descubrirlo por nosotros mismos. Es mucho más entretenido, ¿sabe usted? Y hay siempre la posibilidad de que nuestros descubrimientos sean más seguros que las sospechas de los demás.
Kroon se encogió maliciosamente de hombros y no dijo nada.
—Cuando usted abandonó la reunión de esta tarde, mister Kroon —prosiguió Vance, con cierta languidez—, nos informó usted graciosamente de que se dirigía a una entrevista de cierta clase en casa de una tía solterona. Ya hemos hablado de esto, pero me permito preguntarle otra vez si tendría inconveniente en darnos, a título de mero informe, el nombre y la dirección de su tía y la naturaleza de los documentos legales que le arrancaron tan bruscamente del Rivermont Handicap, después de haber apostado quinientos dólares.
—Ciertamente que tengo inconveniente —replicó Kroon con frialdad—. Creo que están ustedes investigando un asesinato, y les aseguro que mi tía nada tiene que ver con él. No veo por qué le interesan a usted tanto mis asuntos familiares.
—La vida está llena de sorpresas, como usted bien sabe —murmuró Vance—. Uno nunca sabe dónde se cruzan los asuntos de familia y los asesinatos.
Kroon rio forzadamente un instante.
—En el caso presente, tengo el placer de informarle que, en lo que a mí respecta, no se cruzan en modo alguno.
Markham volvió a encararse con el individuo.
—Eso nos toca a nosotros decidirlo —gruñó—. ¿Contesta o no a la pregunta de mister Vance?
—¡No la contesto! Considero esa pregunta impertinente, inadmisible, vacua… y hasta frívola.
—Quizá tenga razón —sonrió Vance a Markham—. Dejémosle pasar. Quedamos en que nombre y dirección de la tía solterona, desconocidos; naturaleza de los documentos legales, desconocida; razón para las reticencias del caballero, también desconocida.
Markham masculló unas palabras ininteligibles y continuó fumando su cigarro, mientras Vance continuaba el interrogatorio.
—Escuche, mister Kroon: ¿consideraría también impertinente…, y todo lo demás que acaba de decir, que yo le preguntase qué medios empleó para abandonar y volver al departamento de Garden?
Kroon pareció regocijarse en alto grado.
—La pregunta me parece igualmente impertinente; pero, puesto que hay sólo un camino para entrar y salir de esta casa, le confesaré que tomé un taxi para ir a la de mi tía y regresar.
Vance miró al techo, lanzando grandes bocanadas de humo.
—Supongamos —dijo—-que el muchacho del ascensor haya negado que le subiese o bajase desde que se presentó usted aquí por primera vez esta tarde, ¿qué diría usted?
Kroon se irguió, prestando gran atención:
—Diría que ha perdido la memoria o que miente.
—Sí, sí; la negativa de rigor. Es natural —la mirada de Vance se enfocó lentamente en el individuo del sofá—. Probablemente tendrá usted la oportunidad de repetir eso en el estrado de testigos.
Los ojos de Kroon se fruncieron y se enrojeció su rostro. Antes que pudiera contestar, Vance continuó:
—Y quizá tenga también oportunidad de dar o retener oficialmente el nombre y la dirección de su tía. Como tampoco sería raro que se viese en la triste necesidad de probar su coartada.
Kroon se recostó en el diván con altanera sonrisa.
—Es usted muy bromista —comentó, afectando indiferencia—. ¿Qué más da? Si usted me hace una pregunta razonable, tendré un gran placer en contestarla. Soy un ciudadano consciente de estos estados…, siempre dispuesto, por no decir ansioso, de ayudar a las autoridades…, de apoyarlas en la causa de la justicia, y todo lo demás que se acostumbra decir en estos casos.
Había veneno oculto en el tono injurioso de su voz.
—Bien, dejemos eso —dijo Vance, sonriente—. Quedamos en que usted abandonó el departamento aproximadamente a las cuatro menos cuarto, bajó en el ascensor, tomó un taxi, fue a casa de su tía a aburrirse un poco con documentos legales, regresó también en taxi y tomó el ascensor para subir. En todo lo cual transcurrió poco más de media hora. Durante su ausencia, Swift fue muerto de un tiro. ¿Es así?
—Sí —contestó Kroon, lacónico.
—¿Y cómo explica usted el hecho de que cuando yo le encontré en el vestíbulo, a su regreso, se mostró milagrosamente enterado de los detalles de la muerte de Swift?
—También hemos hablado ya de eso. Yo no sabía nada del asunto. Fue usted quien me dijo que Swift había muerto, y yo me limité a suponer el resto.
—Perfectamente. No es ningún crimen hacer suposiciones… seguras. ¡Extraña coincidencia, sin embargo! Y más teniendo en cuenta otros detalles…
—Le estoy escuchando a usted con gran interés —interrumpió Kroon, adoptando de nuevo su aire de superioridad—. ¿Por qué no se deja de andar por las ramas?
—Sugestión digna de tenerse en cuenta —dijo Vance, aplastando su cigarrillo e inclinándose hasta apoyar los codos en las rodillas—. Me estaba refiriendo a que alguien le ha acusado a usted concretamente de haber asesinado a Swift.
Kroon palideció intensamente. A los pocos momentos consiguió emitir un sonido áspero y gutural, que quería pasar por una carcajada.
—¿Puedo saber quién me ha acusado?
—Miss Madge Weatherby.
Una de las comisuras de la boca de Kroon se elevó en gesto de desprecio.
—¡Ella tenía que ser! Y probablemente le habrá dicho que fue un crimen pasional… originado por celos invencibles.
—Precisamente —afirmó Vance—. Parece ser que usted ha tratado de atraer su rebelde atención con francas amenazas, mientras ella se mostraba locamente enamorada de Swift. Y por esta causa, cuando la tensión fue ya excesiva, eliminó usted a su rival. Le diré también que ella tiene una bonita teoría que concuerda admirablemente con los hechos conocidos, y que su propia negativa a contestar a mis preguntas afianza considerablemente.
—Bien, hablaré —dijo Kroon, poniéndose en pie lentamente y hundiendo las manos en sus bolsillos—. Comprendo adonde va usted. ¿Por qué no me dijo esto desde un principio?
—Lo dejaba como recurso final —contestó Vance—. Usted todavía no había hecho su jugada. Ahora que le he hablado claro, ¿tendrá inconveniente en decirme el nombre y la dirección de su tía solterona y la naturaleza de los documentos legales que tenía que firmar?
—Todo eso son tonterías —rezongó Kroon—. No tengo por qué probar mi coartada. Cuando llegue la ocasión…
En aquel momento apareció Heath en la puerta, y, yéndose directamente hacia Vance, le entregó una hoja arrancada de su libro de notas, en la cual se veían varias líneas escritas a mano.
Vance leyó la nota rápidamente, mientras Kroon le contemplaba con maliciosa ironía. Después dobló el papel y se lo guardó en un bolsillo.
—Cuando llegue la ocasión —murmuró—. Sí, tiene usted razón. Como usted quiera. Cuando llegue la ocasión. ¡Pero lo malo es que la ocasión ya ha llegado, mister Kroon!
El individuo palideció, mas no dijo nada. Pude ver que adoptaba una actitud de recelosa cautela.
—¿Conoce usted por casualidad —continuó Vance— a una señora llamada Stella Fruemon? Tiene un coquetón departamento en el piso diecisiete de este edificio…, solamente dos plantas más abajo. Dice que la visitó usted hacia las cuatro de la tarde de hoy. Y la abandonó exactamente a las cuatro y quince. Lo que explica que no utilizara usted el ascensor. Y también explica su repugnancia a damos el nombre y la dirección de su tía. Puede explicar igualmente otras muchas cosas. ¿Tiene usted inconveniente en rectificar su relato?
Kroon pareció reflexionar a toda prisa, mientras se paseaba nerviosamente por el estudio.
—Curiosa e interesante situación —prosiguió Vance—. Un caballero que abandona este departamento… pongamos a las cuatro menos diez. Documentos de familia que firmar. No utiliza el ascensor. Aparece dos pisos más abajo a los pocos minutos…, y es un asiduo visitante de la inquilina. Permanece con ella hasta las cuatro y quince. Después se despide. Reaparece en este departamento a las cuatro y media. Entre tanto, Swift cae muerto de un tiro en la cabeza. Hora exacta, desconocida. El caballero está aparentemente familiarizado con varios detalles del suceso. Rehúsa dar informes respecto a sus andanzas durante su ausencia. Una dama le acusa del asesinato, y demuestra cómo pudo ejecutarlo. También insinúa bondadosamente los móviles. Quince minutos de ausencia del caballero…, a saber: de cuatro y cuarto a cuatro y media… Quince minutos que no encuentra manera de justificar.
Vance sacó un cigarrillo.
—Fascinante muestrario de hechos. Sumémoslos. Matemáticamente hablando, hacen un total… ¿Puede usted calcularlos, mister Kroon?
Kroon cesó en sus paseos y giró bruscamente.
—¡No! —rugió—. ¡Al diablo con sus matemáticas! ¡Y cuelgan ustedes a los hombres con tales pruebas! —respiró ruidosamente con un gesto de desesperación—. Perfectamente; he aquí la historia. Tómela o déjela. He tenido relaciones con Stella Fruemon durante todo el pasado año. Esa individua no es más que una vividora y una chantajista. Madge Weatherby se enteró de esas relaciones. Ella es el factor celos de esta combinación…, no yo. A Woode Swift le tenía tan sin cuidado como a mí. Lo cierto es que yo me encontré comprometido con Stella Fruemon. Ella amenazó con poner las cartas boca arriba, y yo tuve que pagar por evitar un escándalo a mi familia, claro está. De otro modo, la habría arrojado por una ventana, considerándola como una acción meritoria. Como no fue así, cada uno de nosotros nombró su abogado y llegamos a un acuerdo. Ella exigió una cantidad, y quedamos en firmar un documento que terminase todas las reclamaciones. Las circunstancias no me permitían otra alternativa. Las cuatro de hoy fue la hora señalada para formalizar la transacción. Mi abogado y el suyo se encontrarían en su departamento. El cheque y los documentos estarían listos. Y yo bajé poco antes de las cuatro para terminar el sucio negocio. Firmé lo que tenía que firmar y me marché. Había bajado a pie hasta la planta en que están sus habitaciones, y a las cuatro y quince, liquidado todo, dije a la dama que podía marcharse al infierno. Y volví a subir a pie las escaleras.
Kroon tomó alientos, y frunció el ceño.
—Estaba tan furioso… y satisfecho al mismo tiempo… que seguí subiendo sin darme cuenta de adonde iba. Cuando abrí la puerta que creí daba al vestíbulo público, me encontré con que estaba en la terraza de la azotea —Kroon lanzó a Vance una rencorosa mirada—. Supongo que este hecho será sospechoso también… ¡Subir tres pisos en lugar de dos!
—¡No, oh, no! —replicó Vance tranquilamente—. Es muy natural. Exuberancia de espíritu. Encorvamiento exagerado de espaldas…, cualquier cosa. Tres tramos de escaleras abultan a veces lo que dos. Inercia, como si dijéramos. Los caballos corren a veces de ese modo. No se enteran de que han pasado la meta. Muy comprensible… Tenga la bondad de continuar.
—Podrá usted creerlo o no —dijo Kroon, truculentamente—; pero es la verdad… Cuando vi dónde estaba pensé atravesar el jardín y bajar por las escaleras interiores. Era realmente la cosa más natural….
—¿Conocía usted, entonces, la existencia del portillo que da paso al jardín?
—Desde hace muchos años. Todo el que ha subido aquí lo conoce. En las noches de verano, Floyd acostumbraba dejar el portillo abierto y nos paseábamos por toda la terraza. ¿Hay algo de malo en mi conocimiento de ese portillo?
—No. Muy natural. ¿De manera que abrió usted el portillo y entró en el jardín?
—Sí.
—¿Y eso sería entre las cuatro y cuarto y las cuatro y veinte?
—No llevaba cronómetro, pero supongo que sería aproximadamente esa hora… Cuando entré en el jardín vi a Swift hundido en su sillón. Su posición me chocó bastante, pero no le concedí importancia hasta que le hablé y no me contestó: entonces me aproximé y vi el revólver en el suelo y una herida de bala en su cabeza. Excuso decirle la emoción que esto me produjo. Eché a correr escaleras abajo para dar la alarma. Pero me percaté a tiempo de que aquello podría perjudicarme. Estaba solo en la terraza, junto a un muerto…
—¡Ah, sí! Discreción. Procuró usted ponerse en salvo. No puedo decir que le censuro completamente…, si su cronología es exacta. Quedamos, pues, en que volvió usted a la escalera pública y vino a parar a la puerta principal del departamento de Garden.
—Eso es precisamente lo que hice —afirmó Kroon en tono tan enérgico como sentido.
—¿Y durante el breve tiempo que permaneció usted en la terraza, o después que volvió a la escalera, no oyó un disparo?
Kroon miró a Vance con evidente sorpresa.
—¿Un disparo? Ya le he dicho a usted que el muchacho estaba muerto la primera vez que le vi.
—No obstante —insistió Vance—, hubo un disparo. No el que lo mató, sino el que nos hizo acudir a todos a la azotea. Hubo dos disparos…, aunque nadie parece haber oído el primero.
Kroon reflexionó un momento.
—¡Por San Jorge! Ahora que me pone usted sobre aviso recuerdo que oí algo. En aquel momento no me llamó la atención, puesto que Woody estaba muerto. Pero en el preciso instante en que volvía a la escalera sonó algo así como una explosión lejana. Lo atribuí al escape de gases de algún coche en la calle, y no volví a preocuparme más.
—Eso es muy interesante —murmuró Vance, dejando vagar la mirada por el espacio. Después volvió a fijarla en Kroon—. Continuemos con su relato. Decía usted que abandonó la azotea inmediatamente, y que bajó al departamento de los Garden. Pero debieron de transcurrir por lo menos diez minutos desde que salió del jardín hasta que yo le encontré allá abajo. ¿Cómo y dónde empleó usted esos diez minutos vacíos?
—Me detuve en el rellano de la escalera, y fumé un par de cigarrillos. Trataba de hacer acopio de serenidad. Después de mi turbulenta entrevista con Stella y de mi hallazgo de Woody muerto, me encontraba en un estado de ánimo deplorable.
Heath se puso en pie rápidamente, con una mano en el bolsillo de la americana, y avanzó beligerantemente la mandíbula hacia el agitado Kroon.
—¿Qué clase de cigarrillos fuma usted? —preguntó.
El hombre miró asombrado al sargento.
—Fumo cigarrillos turcos de boquilla dorada —contestó—. ¿Qué hay con eso?
Heath se sacó la mano del bolsillo y contempló algo que llevaba en la palma.
—Perfectamente —murmuró. Después se dirigió a Vance—: Aquí tengo las puntas. Las recogí en el rellano cuando subí del departamento de la dama. Pensé que pudieran tener alguna relación…
—¡Bien, bien! —rio Kroon—. ¡Al fin la Policía ha encontrado algo! ¿Qué más quiere usted? —preguntó a Vance.
—Nada más por el momento, gracias —contestó Vance, con exagerada cortesía—. Esta tarde ha trabajado usted muy bien en su provecho, mister Kroon… No le necesitamos para nada más… Sargento, dé instrucciones a Hennessey para que mister Kroon pueda abandonar la casa.
Kroon se dirigió a la puerta sin pronunciar palabra.
—Oiga —le detuvo Vance, cuando ya estaba en el umbral—: ¿tiene usted por casualidad alguna tía solterona?
Kroon volvió la cabeza con un gesto de indignación.
—¡No, a Dios gracias! —y cerró de un portazo.