(Sábado 14 de abril, 3:45 de la tarde)
—El gran momento se acerca —anunció Garden, y aunque habló con sentenciosa jovialidad, pude percibir rastros de emoción en su voz—. El teléfono de Hannix va a estar muy ocupado durante los últimos diez minutos de esta momentánea interrupción, y os aconsejo a todos que hagáis vuestras apuestas antes que nos den la alineación. No puede haber muchos cambios materiales, de manera que daos prisa.
Reinó el silencio durante unos momentos, y después Swift levantó la mirada de su tarjeta, y dijo, con voz peculiarmente desmayada:
—Pide los últimos datos, Floyd. No nos han vuelto a dar ninguno, y puede haber algunas variaciones en los puntos o alguna eliminación.
—Lo que tú quieras, querido primo —accedió Garden, con tono cínico y turbado, mientras abría el conmutador para eliminar el amplificador y cogía el teléfono negro.
Aguardó una pausa en los anuncios de Texas y Cold Springs, y después habló en el transmisor:
—¡Hola!, Lex. Dame la cotización para la grande de Rivermont.
Surgió del amplificador la voz ya familiar:
«Acabo de darla. ¿Dónde han estado ustedes?… Perfectamente, hela aquí; pero escuchen bien esta vez… 6, 12, 5, 20, 20, 10, 6, 4, 20, 2. Hora de salida, cuatro y diez…».
Garden cortó la comunicación y examinó la nueva hilera de cifras, que había borrajeado apresuradamente junto a la primera apuntación.
—No se diferencia mucho de la anterior —comento—. Heat Lightning pierde dos puntos; Train Time, tres; Azure Star gana dos; Roving Flirt pierde uno; Grand Score pasa de seis a diez (¡qué alegrón para mi madre si se entera!); Risky Lad gana uno, y el resto, sin variación. Excepto Equanimity —Garden lanzó una rápida mirada a su primo—. Equanimity ha pasado de dos y medio a dos, y dudo que se le pague ni siquiera eso.
Garden se puso en pie, se acercó al bar, se sirvió una bebida y se la llevó a la mesa. Tras haberla apurado, giró sobre su asiento.
—Bien; ¿han hecho su composición de lugar las privilegiadas imaginaciones aquí presentes?
Parecía un poco impaciente ahora.
Kroon se levantó, apuró la bebida que tenía ante él, y secándose los labios con un pañuelo cuidadosamente doblado, que se sacó del bolsillo del pecho, avanzó hacia el arco de entrada.
—Yo ya tengo hecha mi jugada desde ayer —dijo, como dirigiéndose a todos los que estábamos en la habitación—. Apúntame en tu librito de la suerte con ciento sobre Hyjinx como ganador, y doscientos al mismo como colocado. Y puedes añadir doscientos sobre Head Star como colocado. Lo que hace un total de cincuenta billetes grandes. Esta es mi contribución a la festividad de la tarde.
—Head Star es un mal penco —comenzó Garden, mientras anotaba la apuesta en la libreta.
—Muy bien —suspiró Kroon—, pero quizá se sienta hoy buen muchacho y dé con las ancas a todos los demás.
Dicho esto, Kroon penetró en el vestíbulo.
—Pero ¿es que nos abandonas, Cecil? —le gritó Garden.
—Lo siento muchísimo —contestó Kroon, retrocediendo—. Me gustaría estar aquí durante la carrera, pero a las cuatro y media tengo una conferencia en casa de una tía solterona, y debo marcharme. Tengo que firmar algunos documentos y otras cosas por el estilo. Trataré de estar pronto de vuelta, si es que no me obligan a leer los papelotes.
Agitó su mano y, con un cheerio, desapareció en el vestíbulo.
Magde Weatherby recogió inmediatamente sus tarjetones y se trasladó a la mesa de Zalia Graem, donde las dos mujeres iniciaron un cuchicheo muy animado.
La escrutadora mirada de Garden se trasladó de unos a otros miembros de la reunión.
—¿Es la única apuesta que debo comunicar a Hannix? —preguntó, impaciente—. Ya os he dicho que no esperéis hasta el último momento.
—Resérvame Train Time —contestó Hammle, con aire de gran importancia—. Siempre me ha gustado ese potro castaño. Es un gran corredor en las rectas…, pero no espero que gane hoy. Por tanto, le jugaré a ganador y colocado. Anota ciento por cada parte.
—Ya está —dijo Garden, haciéndole un guiño—. ¿Quién más?
En aquel momento, una joven de extraordinario atractivo apareció en el umbral y se quedó titubeando, mirando tímidamente a Garden. Llevaba el uniforme de enfermera, de inmaculada blancura, medias y zapatos blancos y un almidonado sombrero del mismo color, en grotesco ángulo sobre la parte posterior de su cabeza. No debía de tener treinta años; sin embargo, había madurez en sus serenos ojos castaños y pruebas de gran capacidad en lo reservado de su expresión y en el firme contorno de su barbilla. No iba maquillada, y sus castaños cabellos se partían en medio, peinados simplemente hacia atrás, sobre las orejas. Presentaba un llamativo contraste con las otras dos mujeres de la habitación.
—Hola, miss Beeton —la saludó Garden, afectuosamente—. Creí que pasaría usted la tarde fuera, puesto que mi madre se ha sentido lo bastante bien para ir de compras. ¿Qué desea usted? ¿Quiere reunirse con la doncella para oír las carreras?
—¡Oh, no! Tengo demasiadas cosas que hacer —la joven inclinó ligeramente la cabeza para indicar la parte posterior de la casa—. Pero si usted no tiene inconveniente, mister Garden —añadió, con timidez—, me gustaría jugar dos dólares a Azure Star como ganador, o a clasificarse segundo o tercero.
Todos sonrieron disimuladamente, y Garden con descaro.
—¡Por Dios santo, miss Beeton! —la increpó cariñosamente—. ¿Qué es lo que la ha hecho inclinarse por Azure Star?
—Nada, verdaderamente —contestó ella, con tímida sonrisa—. Pero esta mañana estuve leyendo en el periódico lo de las carreras, y me pareció que Azure Star era un bonito nombre. Por eso me llamó la atención.
—¡Esa es una manera de elegir caballos probablemente tan buena como cualquiera otra! —sonrió Garden, indulgente—. Pero me parece que haría usted bien en olvidar un nombre tan bonito. El caballo no tiene la menor probabilidad de ganar. Y además, mi agente corredor no admite apuestas menores de cinco dólares.
Vance, que había estado observando a la joven con mayor interés del que ordinariamente mostraba por las mujeres, se inclinó sobre su mesa.
—Oiga, Garden, espere un momento —dijo, sonriente—. La elección de miss Beeton me parece excelente…, a pesar del procedimiento empleado para hacerla —y añadió, dirigiéndose a la enfermera—: Miss Beeton: me consideraré muy feliz si consigo facilitar su apuesta sobre Azure Star. ¿Admitirá su corredor doscientos dólares sobre Azure Star a ganador y colocado? —preguntó, volviendo a dirigirse a Garden.
—¡Ya lo creo! ¡La agarrará con las dos manos! Pero ¿por qué…?
—Entonces, todo está arreglado —dijo Vance rápidamente—. Esa es mi apuesta. De ella, dos dólares pertenecen a miss Beeton.
—Por mí, conformes, Vance.
Y Garden anotó la apuesta en su cuaderno.
Advertí que durante los breves momentos que Vance estuvo hablando a la enfermera y explicando su apuesta sobre Azure Star, Swift le contempló con los ojos medio entornados. Hasta más tarde no comprendí el significado de aquella mirada.
La enfermera miró rápidamente a Swift, y después contestó, con sencilla naturalidad:
—Es usted muy amable, mister Vance. Le hubiera conocido aunque mister Carden no le hubiese llamado por su nombre.
Miró un momento a Vance con sincera admiración, y después se volvió y desapareció en el vestíbulo.
—¡Oh querida! —exclamó Zafia Graem, con exagerado entusiasmo—. ¡El nacimiento de un romance! ¡Dos corazones y un solo caballo! ¡Es conmovedor!
—¡Habló la envidia! —rezongó Garden, impaciente—. Elige tu caballo y di lo que vas a jugar.
—¡Oh! Bien; puedo ser práctica y al mismo tiempo poética —replicó la joven—. Pongo a Rovint Flirt como ganador…; déjame pensar…; eso es: ¡doscientos! ¡Adiós mi nuevo traje de primavera!… Pero también puedo perder mi abrigo de deporte… ¡Ponle otros doscientos como colocado! Y ahora creo que necesito un poco de licor para sostenerme.
Y se aproximó al bar.
—¿Y tú, Madge? —preguntó Garden, volviéndose hacia miss Weatherby—. ¿Entras en este clásico?
—¡Oh, sí, por supuesto! —contestó la joven, con afectado interés—. Me gusta Sublímate. Ponme cincuenta a ganador y colocado.
—¿Algún cliente más? —preguntó Garden, haciendo sus anotaciones—. Por si a alguno le interesa, diré que yo pongo mis esperanzas juveniles en Risky Lad…; ciento, doscientos… ¡trescientos dólares! ¿Y tú, Woody?
Swift estaba encorvado sobre su silla, estudiando la tarjeta que tenía ante sí, y fumando incesantemente.
—Comunica a Hannix las apuestas que han reunido —dijo, sin levantar la cabeza—. No te preocupes de mí… No perderé la carrera. Son sólo las cuatro.
Garden le miró un momento.
—¿Por qué no desembuchas ahora? —rezongó, y como no recibió respuesta, atrajo hacia sí el teléfono gris y marcó un número.
Un momento después leía al corredor las diversas apuestas anotadas en su libreta.
Swift se puso en pie y se aproximó al mostrador cargado de botellas. Llenó un vaso de whisky con Bourbon y se lo bebió de un golpe. Después se dirigió lentamente a la mesa donde estaba sentado su primo. Garden acababa de terminar su comunicación telefónica con Hannix.
—Voy a darte mi apuesta, Floyd —dijo Swift, con voz ronca, apoyando un dedo sobre la mesa, como por énfasis—. Pongo diez mil dólares a Equanimity como ganador.
La mirada de Garden se posó ansiosamente en el otro.
—Me lo estaba temiendo, Woody —dijo, con voz turbada—. Yo, en tu lugar…
—No pido tu consejo —le interrumpió Swift, con fría calma—. Te pido que coloques mi apuesta.
Garden no apartó los ojos del rostro de su primo.
—Creo que eres un mentecato —se limitó a decir.
—Tu opinión tampoco me interesa —los ojos de Swift parpadearon amenazadores, y su rostro tomó una dura expresión—. Todo lo que quiero saber es si vas a colocar esa apuesta. Si no, dímelo, y lo haré por mí mismo.
Garden capituló.
—Es tu funeral —dijo, volviendo la espalda a su primo, y empezando a marcar con decisión un número en el teléfono verde.
Swift se encaminó al bar y se sirvió otro generoso vaso de Bourbon.
—Hola, Hannix —dijo Garden en el transmisor—. Aquí estoy otra vez con una apuesta adicional. Agárrate a la silla para no perder el equilibrio. Necesito colocar diez de los grandes a Equanimity como ganador… Sí; eso es lo que he dicho: diez mil dólares. ¿Puedes colocarlos? Probablemente no se cotizará más arriba de dos a uno… Perfectamente.
Colgó el receptor, y se recostó en su asiento en el preciso instante en que Swift pasaba junto a él, camino del vestíbulo.
—Y ahora supongo que te irás arriba para estar solo cuando llegue la tormenta —le dijo, sin sombra de reproche.
—Si eso no te destroza el corazón…, sí —había en las palabras de Swift un tono de rabia contenida—. Y agradeceré mucho que no me moleste nadie.
Sus ojos se pasearon ligeramente amenazadores por las demás personas de la habitación, que le observaban con emocionada intensidad. Después se volvió lentamente y se dirigió hacia el arco de entrada.
Garden, al parecer, profundamente angustiado, le siguió con la mirada. Luego, como animado por repentino impulso, se puso rápidamente en pie y le llamó:
—Espera un minuto, Woody. Necesito decirte una palabra.
Y corrió tras su primo.
Vi a Garden que rodeaba con su brazo los hombros de Swift, y los dos desaparecieron en el vestíbulo.
Garden estuvo fuera de la habitación quizá cinco minutos y en su ausencia se habló muy poco, aparte de unas cuantas observaciones convencionales. Cierta excitación parecía haberse apoderado de todos los presentes; se tenía la sensación de que alguna inesperada tragedia iba a ocurrir… o, por lo menos, que algún trascendental factor humano estaba en la balanza. Todos sabíamos que Swift no podría resistir su extravagante apuesta, que probablemente representaba todo lo que poseía. Y sabíamos también, o por lo menos lo sospechábamos, que alguna seria consecuencia dependía del resultado de aquella jugada. No había alegría ahora, y se había disipado aquella atmósfera de inconsciencia y optimismo. El ambiente de la reunión se había transformado de pronto en sombrío recelo.
Cuando Garden regresó a la habitación traía el rostro ligeramente pálido y los ojos enfebrecidos. Al aproximarse a nuestra mesa, movió la cabeza, desolada.
—Traté de discutir con él —dijo a Vance—; pero todo fue inútil; no quiso escuchar mis razones. Se obstinó y se obstinó… ¡Pobre diablo! Si Equanimity no gana, está arreglado —miró fijamente a Vance—. Dudo si habré hecho bien en cursar su apuesta… Pero, después de todo, es mayor de edad.
Vance hizo un gesto de asentimiento.
—Nada tiene usted que reprocharse —murmuró secamente—. No tenía usted otra alternativa.
Garden dejó escapar un profundo suspiro, y sentándose a su mesa, descolgó el receptor negro y se lo aplicó al oído.
Sonó un timbre en alguna parte del departamento, y unos momentos después apareció Sneed en el umbral.
—Perdóneme, señor —dijo a Garden; pero llaman a miss Graem por el otro teléfono.
Zalia Graem se puso en pie y se llevó una mano a la frente en gesto de desesperación.
—¿Quién, oh cruel Destino, podrá ser? —dijo, con acento dramático. De pronto, su rostro se aclaró—. ¡Oh!, ya sé —se aproximó a Sneed—. Celebraré la conferencia en el gabinete.
Y salió apresuradamente de la habitación.
Garden había dado poca importancia a esta interrupción; parecía desligado de todo lo que no fuera su teléfono, esperando el momento de intercalar el amplificador. Un minuto más tarde giró en su asiento, y anunció:
—Van a dar la salida en Rivermont. Rezad vuestras oraciones, muchachos. Oiga, Zalia —gritó—, diga al fascinador caballero del teléfono que llame más tarde. La gran carrera está a punto de empezar.
No recibió respuesta, aunque el gabinete estaba a unos cuantos pasos, en el vestíbulo.
Vance se levantó y, atravesando la habitación, lanzó una mirada a la otra estancia, pero regresó inmediatamente a su mesa.
—Creí poder avisar a la señorita —murmuró—, pero la puerta del gabinete está cerrada.
—No tardará en venir…, ya sabe la hora que es —comentó Garden, indiferente, inclinándose para intercalar el amplificador.
—Querido Floyd —dijo miss Weatherby—: ¿por qué no pones esta carrera en el altavoz? Va a ser radiada por la WXZ. ¿No te parece que será más emocionante? Gil McElroy es el encargado de dar la información.
—No está mal la idea —secundó Hammle.
Y acercándose al aparato, que estaba detrás de él, lo sintonizó.
—¿Lo podrá oír Woody allá arriba? —preguntó miss Weatherby a Garden.
—¡Oh, de seguro! —contestó él—. Esta llave del amplificador no interrumpe ninguno de los teléfonos adicionales.
A medida que las válvulas de la radio se calentaban, fue ganando en volumen la bien conocida voz de McElroy.
—Equanimity se revuelve entre las vallas de salida, deshaciendo la formación. Ahora parece aquietarse… ¡Atención! ¡Ya salen! Y todos han arrancado bien. Hyjinx figura en cabeza, Azure Star le sigue y Heat Lightning corre muy próximo. Los otros avanzan en pelotón. Todavía no los puedo distinguir. Esperen un segundo. Ahora pasan por delante. Estamos sobre el techo de la gran tribuna, dominándolo todo… Ahora es Hyjinx el que va a la cabeza, por dos cuerpos, y le sigue Train Time; y…, sí, es Sublímate, por una cabeza, o una nariz, o un cuello…, no importa…, es Sublímate, de todos modos… Ahora toman la curva, con Hyjinx todavía a la cabeza. La posición relativa de los dos primeros no ha cambiado todavía… Están en la recta del otro lado, e Hyjinx se conserva en cabeza por medio cuerpo; Train Time ha avanzado y retiene su segundo puesto por cuerpo y medio delante de Roving Flirt, que ocupa el tercer lugar. Azure Star está a un cuerpo detrás de Roving Flirt. Equanimity va muy retrasado, pero progresa; justamente detrás de él, Grand Score, haciendo desesperados esfuerzos para pasarle…
En este punto de la emisión, Zalia Graem apareció de pronto en la puerta, donde quedó inmóvil, con los ojos fijos en la radio y las manos hundidas en los bolsillos de su chaqueta hechura sastre.
—«… ahora doblan la otra curva. Equanimity ha mejorado su posición y va adoptando sus famosos trancos. Hyjinx va quedándose rezagado, y Roving Flirt ha tomado la delantera por una cabeza, seguido de Train Time, por un cuerpo, delante de Azure Star, que va en tercer lugar y haciendo un gran esfuerzo… Ahora entran en la recta. Azure Star ha pasado a la cabeza y va destacándose. Train Time lleva una estupenda actuación y conserva todavía su segundo puesto, a un cuerpo detrás de Azure Star. Roving Flirt le sigue. Hyjinx continúa rezagándose y no parece ya un contendiente peligroso. Equanimity aprieta de firme y ocupa ahora el sexto lugar. No dispone de mucho tiempo, pero corre muy bien y puede ponerse en cabeza. Grand Score va aflojando. Sublímate le lleva mucha delantera, pero progresa. Los demás sospecho que están descartados… Y aquí viene el final… Los primeros luchan desesperadamente…, no puede haber muchos cambios. ¡Un segundo! ¡Aquí vienen! ¡Y… el vencedor es… Azure Star por dos cuerpos! Le sigue Roving Flirt… Y a un largo detrás entra Train Time. Upper Shelf terminó el cuarto… Esperen un minuto… Ya ponen los números en el tablero… Sí; yo tenía razón. Son los números 3, 4 y 2. Azure Star gana el gran Rivermont Handicap. El segundo es Roving Flirt. Y el tercero, Train Time…».
Hammle giró sobre su asiento y cerró la radio.
—Bien —dijo, lanzando un suspiro, largo tiempo contenido—; yo estuve acertado en parte.
—¡Qué emocionante carrera! —exclamó miss Graem—. Estuve a punto de arruinarme, pero ya no tendré que unirme a una colonia de nudistas esta primavera. Me voy a terminar mi conferencia telefónica —añadió, volviéndose al vestíbulo.
Garden parecía intranquilo y, por segunda vez en aquella tarde, se sirvió un combinado.
—Equanimity ni siquiera se ha clasificado —comentó, para sí—; pero los resultados no son todavía oficiales. No dejen que sus esperanzas vayan demasiado altas…, mas no desesperen. Los ganadores no lo serán oficialmente hasta dentro de un par de minutos…, y nadie sabe lo que puede suceder. Recuerden la carrera final de Saratoga en la cual fueron descalificados los tres caballos colocados.
En aquel momento penetró en la habitación mistress Garden, con el sombrero, el zorro y los guantes puestos todavía y dos pequeños paquetes bajo el brazo.
—¡No me digas que llego demasiado tarde! —exclamó, excitada—. El tráfico es abominable. Tres cuartos de hora desde la calle Cincuenta a la Quinta Avenida. ¿Ha terminado la gran carrera?
—Sólo falta el conforme, mamá —le informó Garden.
—¿Y qué hice yo? —preguntó la dama, dejándose caer pesadamente en un sillón.
—Lo de costumbre —rio Garden—. ¿Un Grand Score? Tu noble corcel no ganó tanto alguno [15]. Lo siento. Pero no es oficial todavía. Recibiremos el conforme dentro de un minuto.
—¡Oh querido! —suspiró mistress Garden, desalentada—. Cuando yo juego en una carrera, la única reclamación que se presenta es contra mi caballo, si gana…, y siempre la conceden. Nada puede salvarme ya. ¡Y acabo de gastar una cantidad exorbitante en una mantelería de Bruselas!
Garden conectó el amplificador. Hubo unos momentos de silencio, y después se oyó la voz ya conocida:
«Oficial en Rivermont. Resultados en Rivermont. Salida a las 4,16. El ganador es el número 3, Azure Star. Número 4, Roving Flirt, segundo; y número 2, Train Time, tercero. Tiempo empleado, 2,02 y un quinto (nuevo record de pista). Apuestas mutuas: Azure Star se pagó a 26,80, 9,00 y 6,00. Roving Flirt, a 5,20 y 4,60. Train Time, a 8,40. Próxima carrera, a las 4,40».
—Bien; ya está —dijo Garden, malhumorado, cerrando el conmutador y haciendo unas rápidas anotaciones en su libreta—. Sneed, nuestro admirable Crichton, gana seis dólares y medio. El ausente mister Kroon pierde quinientos, y la presente miss Weatherby, ciento cincuenta… Nuestro exquisito Hammle figura a la cabeza con doscientos veinte dólares, con parte de los cuales podrá obsequiarme con un buen almuerzo mañana. Y tú, mamá, pierdes doscientos dólares…, lo siento. Yo también me veo despojado de seiscientos discos. Zalia, que recibió la confidencia del amigo de un amigo de un pariente lejano de la viuda morganática de un corredor, se embolsa doscientos veinte dólares, lo suficiente para comprarse zapatos, un sombrero y un bolso que haga juego con su nuevo traje de primavera. Y mister Vance, el eminente olfateador de crímenes y potros, puede permitirse unas espléndidas vacaciones. Es el afortunado poseedor de tres mil seiscientos cuarenta dólares, de los cuales treinta y seis con cuarenta centavos van a nuestra querida nurse. Y Woode, por supuesto… —la voz de Garden tembló ligeramente.
—¿Qué hizo Woody? —preguntó mistress Garden, incorporándose en su asiento.
—Lo siento muchísimo, mamá; pero Woody no utilizó su cabeza. Traté de disuadirle, pero todo en vano…
—Bien; pero ¿qué hizo? —insistió mistress Garden—. ¿Perdió mucho?
Garden titubeó, y antes que pudiera formular una respuesta, un ruido extraño, como un disparo de pistola, rompió el intenso silencio.
Vance fue el primero en ponerse en pie, y se lanzó rápidamente hacia el vestíbulo. Yo le seguí, y tras de mí corrió Garden. Cuando daba la vuelta al vestíbulo, vi que los que habían quedado en el gabinete se levantaban también y se ponían en movimiento. Si el disparo no hubiese sido precedido de una atmósfera tan electrizada, dudo que hubiera causado una perturbación tan intensa; pero en aquellas circunstancias, yo creo que todos teníamos el mismo pensamiento en la imaginación cuando se oyó el ruido del disparo.
Cuando cruzábamos corriendo el vestíbulo, Zalia Graem abrió la puerta del gabinete.
—¿Qué pasa? —preguntó, mirándonos con ojos de espanto.
—No lo sabemos todavía —le contestó Vance.
En la puerta del dormitorio, al otro extremo del vestíbulo, apareció la nurse con una expresión interrogadora en su rostro, antes tan plácido.
—Mejor será que nos acompañe, miss Beeton —le dijo Vance, mientras subía las escaleras de dos en dos—. Puede usted ser necesaria.
Vance se precipitó al pasillo superior y se detuvo momentáneamente ante la puerta de la derecha, que daba a la azotea. Esta puerta estaba todavía acuñada de modo que se mantuviese abierta, y Vance, tras una apresurada inspección, penetró rápidamente en el jardín.
El espectáculo que se presentó ante nuestros ojos no fue completamente inesperado. Allí, en el mismo sillón que nos mostró a primera hora de la tarde, yacía Woode Swift, con la cabeza echada hacia atrás, apoyada en ángulo extraño contra el respaldo de bejuco, y extendidas las piernas. Llevaba puesto todavía el casco telefónico. Tenía los ojos desmesuradamente abiertos, separados ligeramente los labios, y sus gruesos lentes ladeados sobre el caballete de la nariz.
En su sien derecha se veía un pequeño agujero, bajo el cual se habían formado dos o tres gotas de sangre, ya coagulada. Su brazo derecho colgaba fláccido a un costado de la silla, y sobre los baldosines del suelo, precisamente bajo la mano, se encontraba un pequeño revólver con culata de nácar.
Vance se aproximó inmediatamente a la inmóvil figura, y todos los demás nos apiñamos a su alrededor. Zalia Graem, que se había abierto camino a la fuerza y estaba ya junto a Vance, se tambaleó de pronto y se cogió a su brazo. Su rostro se puso intensamente pálido, y se vidriaron sus ojos. Vance se volvió rápidamente y, rodeándola con un brazo, la llevó a un gran diván de mimbres allí próximo. Después llamó a miss Beeton con un ligero movimiento de cabeza.
—Cuídela un momento —le rogó, y volvió junto a Swift—. Hagan el favor de apartarse —ordenó—. Que nadie le toque.
Se quitó el monóculo y se lo reajustó cuidadosamente. Después se inclinó sobre la postrada figura de la silla. Examinó atentamente la herida, la parte superior de la cabeza y los lentes ladeados. Cuando terminó este examen se arrodilló sobre los baldosines y pareció buscar algo… Al parecer, no encontró lo que buscaba, pues se puso en pie con gesto decepcionado.
—¡Muerto! —anunció en tono, involuntariamente, sombrío—• Me hago cargo de este asunto por el momento.
Zalia Graem se había levantado del diván, y la nurse la sostenía con admirable delicadeza. La trastornada joven no se daba cuenta, al parecer, de esta atención y permaneció así, con los ojos fijos en el cadáver. Vance se puso ante ella para ocultarle el espectáculo que la mantenía en fascinado horror.
—Por favor, miss Beeton, llévese inmediatamente abajo a esta señorita —dijo a la nurse—. Estoy seguro de que se encontrará bien dentro de unos minutos.
La nurse rodeó firmemente con su brazo Ja cintura de miss Graem, y la condujo al pasillo.
Vance esperó hasta que las dos mujeres hubieron desaparecido, y después se reunió con los otros.
—Tendrán ustedes la bondad de bajar y permanecer allí hasta nueva orden.
—Pero ¿qué va usted a hacer, mister Vance? —preguntó mistress Garden en tono de espanto. Se apoyaba rígida contra la pared, con los ojos medio entornados, fijos en mórbida fascinación sobre el cuerpo inmóvil de su sobrino—. Tenemos que dejarle lo más tranquilo posible. ¡Mi pobre Woody!
—Temo, señora, que no le podamos conceder esa tranquilidad —dijo Vance en tono significativo—. Mi primer deber será telefonear al fiscal y a la Brigada de lo Criminal.
Los ojos de mistress Garden se abrieron desmesuradamente.
—¿Al fiscal? ¿A la Brigada de lo Criminal? —repitió como en sueños—. ¡Oh, no! ¿Para qué hacer eso? Seguramente todos habrán visto que el pobre muchacho se quitó la vida.
Vance movió lentamente la cabeza, y miró fijamente a la afligida dama.
—Lo siento, señora —dijo—; pero este no es un caso de suicidio… ¡Es un asesinato!