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Ni el joven virgen ni la estudiante de bachillerato disponían de un apartamento para encontrarse a solas: el coito que ella le había prometido tuvo que aplazarse hasta el verano, todavía lejano. Entretanto, se pasaban la vida cogidos de la mano paseando por las aceras o los senderos del bosque (los enamorados de entonces eran caminantes incansables), condenados a conversaciones reiterativas y a tocamientos que no llevaban a ninguna parte. En aquel desierto sin éxtasis, él le anunció un día que su separación era inevitable porque pronto se marcharía a Praga.

Josef se sorprende de lo que dice: ¿marcharse a Praga? Ese proyecto era simplemente imposible, pues su familia jamás quiso abandonar la ciudad. Y de pronto emerge del olvido el recuerdo, desagradablemente presente y vivo: se encuentra en un sendero del bosque, de pie frente a la chica, ¡hablándole de Praga! Le habla de su traslado, ¡y miente! Recuerda a la perfección su conciencia de mentiroso, se ve hablando y mintiendo, ¡mintiendo para hacerla llorar!

Lee: «Entre sollozos, me besó. Estuve extremadamente atento a cada manifestación de su dolor y lamento no acordarme ya del número exacto de sus sollozos».

¿Será posible? «Extremadamente atento a cada manifestación de su dolor», ¡había contado incluso los sollozos! ¡Vaya con el verdugo-contable! Era su manera de sentir, de vivir, de saborear, de realizar el amor. La estrechaba entre sus brazos, ella sollozaba ¡y él se ponía a contar!

Sigue leyendo: «Luego se calmó y me dijo: “Ahora comprendo a esos poetas que siguen siendo fieles hasta la muerte”. Levantó la cabeza hacia mí y sus labios temblaban». En el diario, la palabra «temblaban» estaba subrayada.

No recuerda ni su respuesta ni los labios que temblaban. El único recuerdo aún vivo es el del momento en que le contó mentiras acerca del traslado a Praga. Es lo único que había permanecido en su memoria. Se esfuerza por evocar con mayor nitidez los rasgos de aquella chica exótica que, en lugar de cantantes o jugadores de tenis, apelaba a poetas; ¡poetas «que siguen siendo fieles hasta la muerte»! Saborea el anacronismo de esa frase anotada con minucia y siente un creciente afecto por aquella chica, tan dulcemente trasnochada. Tan sólo le reprocha haberse enamorado de un odioso mocoso empeñado en torturarla.

¡Ay, ese mocoso! Lo ve mientras se fijaba en los labios de la chica, los labios que temblaban descontrolados a su pesar, ¡descontrolados! ¡Debió de excitarse como si presenciara un orgasmo (un orgasmo femenino del que no tenía la menor idea)! ¡Tal vez hasta se le pusiera tiesa! ¡Seguramente!

¡Basta! Josef pasa páginas y se entera de que la chica se preparaba para ir con su curso a esquiar durante una semana a la alta montaña; el mocoso protestó, la amenazó con una ruptura; ella le explicó que eso formaba parte de las obligaciones del instituto; él hizo oídos sordos y se enfureció (¡otro éxtasis, el éxtasis de la ira!). «Si te vas, se ha acabado todo entre nosotros. Te lo juro, ¡es el fin!».

¿Qué le contestó ella? ¿Temblarían sus labios cuando él estalló en un histérico ataque de nervios? Sin duda no, porque, de lo contrario, él habría mencionado aquel movimiento descontrolado de los labios, aquel orgasmo virginal. Por lo visto, aquella vez el mocoso había sobrestimado su poder. Porque la estudiante de bachillerato ya no vuelve a salir en ninguna otra nota. Siguen algunas descripciones de citas desabridas con otra chica (Josef se salta líneas) y el diario termina con el fin del séptimo curso (los estudiantes de bachillerato checos tienen ocho), precisamente en el momento en que una mujer mayor que él (de ésta sí se acuerda muy bien) le descubrió el amor físico y orientó su vida en otra dirección; no anotó nada sobre todo esto, el diario no sobrevivió a la virginidad de su autor; un brevísimo capítulo de su vida quedó zanjado y, sin continuidad ni consecuencias, quedó relegado al rincón oscuro de los objetos olvidados.

Josef empieza a hacer pedazos las páginas del diario. Es un gesto sin duda exagerado, inútil; pero siente la necesidad de dar libre curso a su aversión; ¡la necesidad de eliminar a aquel mocoso para que (aunque sólo fuera en un mal sueño) no lo confundieran un día con él, no lo abuchearan en su lugar, no lo consideraran responsable de sus palabras y sus actos!