Pero Josef no cree que esté enfermo. Cree que está lúcido. La insuficiencia de añoranza es la prueba del escaso valor que tiene para él su vida pasada. Rectifico, pues, mi diagnóstico: «El enfermo padece de una deformación masoquista de su memoria». En efecto, no recuerda sino situaciones que le disgustan de sí mismo. Pero ¿acaso no tuvo de niño cuanto deseaba? ¿No había sido venerado su padre por todos sus pacientes? ¿Por qué su hermano se sentía orgulloso de eso y él no? Se peleaba a menudo con sus compañeros y se peleaba como un valiente. Ahora bien, ha olvidado todas sus victorias y, en cambio, lo único que recordará siempre es aquel episodio en que un compañero, al que él consideraba más débil, lo puso un día de espaldas al suelo y lo mantuvo así durante diez segundos contados en voz alta. Aún hoy siente en la espalda aquella humillante presión de la tierra. Cuando vivía en Bohemia y se encontraba con alguien que le había conocido anteriormente, siempre se sorprendía de que le tuvieran por alguien más bien valiente (él, en cambio, se veía pusilánime), cáustico (se creía aburrido) y buena persona (sólo se acordaba de sus mezquindades).
Sabía muy bien que su memoria le odiaba, que no hacía más que calumniarle; por lo tanto, se había esforzado para no darle crédito y ser más indulgente con su propia vida. Sin resultado: no sentía placer alguno en mirar atrás y lo hacía lo menos posible.
Según quiere hacer creer a los demás y a sí mismo, abandonó su país porque ya no soportaba verlo sometido y humillado. Lo que dice es cierto, pero los checos en su mayoría se sentían como él, sometidos y humillados, y no por ello se fueron corriendo al extranjero. Permanecieron en su país, porque se querían a sí mismos y porque se querían junto con su vida, inseparables del lugar donde habían crecido. Como su memoria era malévola y no le ofrecía a Josef nada que le hiciera deseable su propia vida en el país, atravesó la frontera con paso ligero y sin remordimiento.
Una vez en el extranjero, ¿perdía su memoria esa influencia nociva? Sí; porque allí Josef no tenía motivos ni ocasión de ocuparse de los recuerdos relacionados con un país en el que ya no vivía. Es la ley de la memoria masoquista: a medida que van cayendo en el olvido las distintas etapas de su vida, el ser humano se quita de encima todo lo que no le gusta y se siente más ligero, más libre.
Y, sobre todo, en el extranjero Josef se enamoró, y el amor es la exaltación del tiempo presente. Su apego al presente ahuyentó los recuerdos, lo protegió contra sus interferencias; su memoria no pasó a ser más malévola, sino más descuidada, como desprendida, y perdió poder sobre él.