En el aeropuerto de París, una vez pasado el control de la policía, Irena fue a sentarse a la sala de espera. En el banco de enfrente vio a un hombre y, tras dos segundos de incertidumbre y sorpresa, lo reconoció. En plena agitación, esperó a que sus miradas se cruzaran y entonces sonrió. Él también sonrió e inclinó ligeramente la cabeza. Ella se levantó y fue hacia él, que se levantó a su vez.
—Nos conocimos en Praga, ¿verdad? —le dijo ella en checo—. ¿Te acuerdas de mí?
—Naturalmente.
—Te he reconocido enseguida. No has cambiado nada.
—Exageras un poco, ¿no?
—No, no. Estás como antes. Dios mío, ¡queda todo tan lejos! —Luego, riéndose—: ¡Te agradezco que me reconozcas! —Y enseguida—: ¿Has estado todo este tiempo allá?
—No.
—¿Has emigrado?
—Sí.
—Y ¿dónde has vivido? ¿En Francia?
—No.
Ella suspiró:
—Imagínate que hubieras vivido en Francia y que sólo nos hubiéramos encontrado hoy…
—Estoy de paso en París por pura casualidad. Vivo en Dinamarca, ¿y tú?
—Aquí, en París. ¡Dios mío! No puedo creerlo. ¿Cómo te ha ido durante todo este tiempo? ¿Has podido ejercer tu profesión?
—Sí, ¿y tú?
—Tuve que ejercer al menos siete.
—No te pregunto cuántos hombres habrás tenido.
—No, no me lo preguntes. Te prometo que yo tampoco te haré ese tipo de preguntas.
—¿Y ahora? ¿Has regresado?
—No del todo. Conservo mi apartamento en París. ¿Y tú?
—Yo tampoco.
—Pero volverás allá a menudo.
—No. Es la primera vez —dijo él.
—Conque has tardado bastante… ¡No te has dado ninguna prisa!
—No.
—¿No tienes ningún compromiso en Bohemia?
—Soy un hombre absolutamente libre.
Dijo esto pausadamente y con un deje de melancolía que a ella no se le escapó.
En el avión, a ella le tocó un asiento en la parte delantera del pasillo y se volvió muchas veces para mirarle. Jamás había olvidado aquel lejano encuentro con él. Fue en Praga, ella había ido con un grupo de amigos a un bar y él, que era amigo de amigos, no había dejado de mirarla. Una historia de amor truncada antes de que empezara. Ella lo había sentido y le quedó como una llaga jamás curada.
En dos ocasiones él fue a apoyarse en su asiento junto al pasillo para continuar la conversación. Ella se enteró entonces de que él sólo pasaría en Bohemia tres o cuatro días y, además, en una ciudad de provincias, para ver a su familia. Lo lamentó. ¿No iba a quedarse ni un día en Praga? Sí, tal vez, uno o dos días antes de volver a Dinamarca. ¿Podrían verse? Sería simpático volver a verse. Él le dio el nombre del hotel donde estaría alojado en la ciudad de provincias.