—¿Qué haces aquí todavía? —No había mala intención en el tono de su voz, pero tampoco era amable; Sylvie se impacientaba.
—¿Y dónde quieres que esté? —preguntó Irena.
—Pues ¡en tu tierra!
—¿Es que no estoy en mi tierra?
Por supuesto no quería echarla de Francia, ni darle a entender que era una extranjera indeseable.
—¡Ya me entiendes!
—Sí, ya lo sé, pero ¿olvidas que aquí tengo mi trabajo, mi casa, mis hijas?
—Escúchame, conozco a Gustaf. Hará todo lo necesario para que puedas volver a tu país. En cuanto a lo de tus hijas, no me vengas con historias. ¡Ya llevan su propia vida! ¡Dios mío, Irena, lo que está ocurriendo en tu tierra es tan fascinante! En una situación así las cosas siempre acaban arreglándose.
—Pero, Sylvie, no se trata sólo de las cosas prácticas, de mi empleo y de mi casa. Vivo aquí desde hace veinte años. Es aquí donde tengo mi vida.
—¡En tu país se vive una revolución!
Lo dijo en un tono que no admitía réplica. Después calló. Con su silencio quería decirle a Irena que no se debe desertar ante los grandes acontecimientos.
—Pero, si regreso a mi país, no volveremos a vernos nunca más —dijo Irena para poner a su amiga en un aprieto.
Esa demagogia sentimental hizo mella. La voz de Sylvie se enterneció.
—Querida, pero si pienso ir a verte. ¡Te lo prometo, te lo prometo!
Estaban sentadas codo con codo desde hacía bastante rato ante dos tazas de café vacías. Irena vio lágrimas de emoción en los ojos de Sylvie, que se inclinó hacia ella y le apretó la mano:
—Será un gran regreso —y repitió—, tu gran regreso.
Así repetidas, las palabras adquirieron tal fuerza que, en su fuero interno, Irena las vio escritas con mayúsculas: Gran Regreso. Ya no opuso resistencia: quedó prendida de imágenes que de pronto emergieron de antiguas lecturas y películas, de su propia memoria y tal vez de la de sus antepasados: el hijo perdido que reencuentra a su anciana madre; el hombre que vuelve hacia su amada, de la que le arrancó un destino feroz; la casa natal que cada cual lleva dentro; el sendero redescubierto en el que quedaron las huellas de los pasos perdidos de la infancia; el errante Ulises que vuelve a su isla tras vagar durante años; el regreso, el regreso, la gran magia del regreso.