Londres Medio
20 de noviembre de 2113
—¿Verde o azul? —pregunto a Max, que está sentado en la cama, detrás de mí.
—Hummm… me gustan las dos —contesta, mientras le muestro dos camisas que he sacado del armario para combinar con el chaleco negro y los pantalones que ya llevo, y arrugo el entrecejo al mirar mi reflejo en el espejo.
Esta noche, LIBRE celebra una fiesta en la casa de Felix y Rebekah, en Londres Alto, para celebrar el derrocamiento de la ACID, y Max y yo somos los invitados de honor.
—No estás ayudando —digo, pensando que la última vez en que me preocupé tanto por lo que iba a ponerme fue antes de entrar en Mileway.
Max se levanta, me rodea con los brazos y me besa.
—¿Estás segura de que quieres ir a esa fiesta? —me pregunta cuando nos separamos para coger aire, y me sonríe. Aunque todavía sigue estando delgado, cada día tiene un aspecto más saludable.
—Tenemos que ir —repongo, y alargo una mano para apartarle el pelo de los ojos—. Se supone que tienes que leer eso sobre tu padre, ¿recuerdas?
Max pone mirada pensativa.
—Lo harás bien —digo, y vuelvo a besarlo—. Bueno, ¿verde o azul?
Se encoge de hombros.
—Verde, supongo.
Sacudo la cabeza, agarro la camisa verde y me la pongo. Luego me miro en el espejo una última vez. Ya vuelvo a tener mi cara de antes; la que tenía antes de que LIBRE me convirtiese en Mia Richardson, y antes de que la ACID me convirtiera en Jess Stone. Al principio me resultaba rara, pero ahora me alegro de haberla recuperado. Por fin vuelvo a sentirme yo misma.
—¿Todavía quieres que venga mañana para ayudarte a terminar con la decoración? —me pregunta mientras se dirige al comedor.
—Más te vale —respondo, mirando las paredes sin pintar y la funda de plástico que cubre la alfombra.
En el recibidor, me pongo las botas y me ato los cordones que tienen en los costados. Luego Max me pasa el abrigo y un pañuelo que cuelga de un gancho de la puerta.
—No puedo creer que ya lleves aquí casi un mes —comenta.
—Yo tampoco —digo.
Me parece que hace una eternidad de ese amanecer en que Fiona nos despertó a Max y a mí en el roto, en la parte de los prisioneros, para decirnos que ya habíamos llegado a tierra firme. Justo después, Max y Anna fueron trasladados con urgencia a un centro médico, mientras a mí me llevaban, sorprendentemente, al laboratorio en el que me desperté por primera vez cuando Alex Fisher me sacó de Mileway. Después de que me curasen el brazo, me quedé allí mientras empezaban las detenciones de los agentes y los oficiales de la ACID. LIBRE tenía miedo a una reacción violenta, así que todos los implicados en el juicio permanecieron bajo protección. Yo no podía ir a ningún lado, pero, por una vez, no me importaba. Fuera de los muros del laboratorio, Londres era una locura: estallaron revueltas en el Exterior y en el Centro cuando se propagó la noticia del derrocamiento de la ACID, y de que la torre de control de la ACID había sido incendiada. El caos se apoderó del país y, durante un tiempo, dio la sensación de que los organismos que había llegado desde Europa para ayudar a LIBRE a mantener el orden no serían capaces de controlar la situación.
Al final, las cosas se calmaron, y LIBRE me trasladó a otro emplazamiento seguro a las afueras de Londres con Mel, Jon, Max y su madre. Era una casa diminuta, y cuando el juicio finalizó, yo estaba desesperada por tener un espacio que fuera realmente mío, solo para mí. Quería regresar a Londres, así que Anna me encontró este piso. Mientras tanto, Max vive con su madre en la antigua casa familiar, ya que hemos acordado que queremos tomárnoslo con calma. Todavía no me siento preparada para vivir con nadie, aunque esa persona sea un novio elegido por mí, y no un falso compañero vital escogido por LIBRE ni un verdadero compañero vital escogido por la ACID y un ordenador como mi pareja perfecta. Pero su casa está solo a un par de calles de aquí, así que nos vemos todo el tiempo. Y lo mejor de todo es que sabemos que nadie va a interrumpirnos cuando estamos besándonos en mi cama y él tiene las manos metidas por debajo de mi camisa, ni cuando yo tengo las mías por debajo de la suya.
—Cuando lleguemos a la terminal, contactaré con mi madre y le diré que ya vamos para allá —dice Max cuando salimos.
Aunque la barrera de rayos láser entre el Centro y el Alto ha sido desactivada, todavía no hay transporte público que vaya al Alto, así que tendremos que coger el tranvía de levitación magnética hasta la zona E, adonde Felix va a enviar un coche para que vaya a recogernos.
Vamos caminando por la calle cogidos de la mano. Está oscuro y hace tanto frío que el aire que expiramos forma nubes blancas frente a nosotros, pero las calles están llenas de gente. Me pongo la capucha para que nadie me reconozca. Desde que el gobierno provisional ha levantado el toque de queda en el Exterior y el Centro, la gente sale por las noches por el puro placer de estar en la calle. Al principio estaba bien que la gente se acercase y me diera las gracias por haberme deshecho del general Harvey y vitorearme por mi fuga de Mileway, pero no tardó en volverse pesado. Me gusta vivir en el anonimato.
Pasamos junto a una escultura decapitada del general y que tiene una obscena pintada de graffiti luminoso que se proyecta por todo su cuerpo y que nadie se ha molestado en borrar. En las esquinas de las calles, agentes de policía con uniforme gris —unos pocos de los miles que ha facilitado el gobierno provisional— permanecen vigilando a los transeúntes. Llevan pistola, pero casco no, y parecen aburridos.
Cuando llegamos a la terminal, el tranvía con destino a la zona E todavía no ha llegado, así que nos unimos a la cola de gente que lo espera y Max contacta con su madre. Hay una pantalla de noticias en una de las fachadas laterales de un edificio que tenemos enfrente. CANDIDATOS PARA LAS PRÓXIMAS ELECCIONES, reza el titular. La cámara va enfocando a hileras y más hileras de hombres y mujeres de gesto serio y vestimenta elegante que se encuentran en un espacioso salón de suntuosa decoración. Deben de ser cientos. Se me hace muy raro que seamos nosotros los que elijamos quién va a dirigir la RIGB.
Entonces, mientras la cámara va recorriendo las hileras de personas, veo a un personaje que me resulta sorprendentemente familiar. Alto, de espaldas anchas, con el pelo rubio y la mandíbula cuadrada. Se me corta la respiración. «No puede ser —pienso—. Es una locura. Para empezar, tiene el pelo demasiado corto.»
Pero el pelo puede cortarse, ¿verdad?
—¿Qué ocurre? —pregunta Max, y se da cuenta de que estoy mirando a la pantalla.
—¿Has visto eso? —pregunto.
—¿El qué?
—En la pantalla de noticias, ese hombre.
—No estaba mirando —me responde, y empieza a dibujársele una sonrisa de medio lado—. Estaba demasiado ocupado mirándote a ti.
—Era Jacob —contesto—. Estoy segura de que era él.
Max resopla.
—No seas tonta. No iban a dejar que alguien así se acercase siquiera al nuevo gobierno, ni en un millón de años.
Vuelvo a mirar la pantalla de noticias, pero la foto ha cambiado, y se ve a un oficial de la Oficina Europea de Justicia contra el Crimen leyendo una declaración. Me quedo mirando un rato más, esperando ver a Jacob, pero no vuelven a mostrar a los candidatos.
Al cabo de la calle se ve aparecer el tranvía. Transcurridos unos minutos, empieza a detenerse entre traqueteos junto a nosotros, y las puertas se deslizan para abrirse. Justo antes de subir, me vuelvo para mirar la pantalla de noticias una última vez, empezando a pensar que he imaginado haber visto a Jacob; como el nuevo cuerpo de policía todavía lo persigue y no hay señales de vida del resto de los integrantes de la NAR, a menudo lo tengo presente en mis pensamientos.
—Jenna… —Max está en el vestíbulo, esperándome.
—Por favor, mantengan las salidas despejadas —dice una voz robótica.
Max alarga la mano y me coge para hacerme entrar justo cuando las puertas empiezan a cerrarse. Tropiezo con él y él me atrapa, sonriendo.
«Olvida a Jacob —pienso mientras caminamos por el vagón en busca de asientos—. Max tiene razón, jamás lo dejarían acercarse al gobierno.»
Le devuelvo la sonrisa. El tranvía empieza a moverse y nos adentramos en la noche.