Drew, Rav, Fiona y yo volvemos al pabellón del personal antes que Felix, para que no se entere de que he estado en el número dos. Cuando regreso a mi habitación, me pongo la ropa normal. Empieza a amanecer; recuerdo la forma en que me ha sonreído Max y siento una felicidad repentina mezclada con frustración y pena.
Sobrecogida por el agotamiento, me meto en la cama. No me duermo del todo, aunque consigo dormitar un par de horas. Después de eso, logro pensar con más claridad. Me guste o no, Max no puede ser mi prioridad en este momento. Tengo que arreglar el asunto del general Harvey primero. Y, mientras tanto, debo mantenerme alejada del pabellón número dos. La idea me pone enferma —como si yo también estuviera abandonando a Max—, pero no puedo permitir que Felix sospeche de mí.
El general y Anna llegarán en menos de treinta y seis horas. Justo cuando estamos a punto de empezar nuestro último turno antes de que ellos lleguen, Felix convoca una reunión.
—Cuando esté aquí, aseguraos de que vuestros uniformes estén impecables —dice—. No quiero ver suelto ni un botón ni una cremallera ni un cordón del uniforme.
Parece un comandante de la ACID preparando a su unidad para una inspección, aunque todos sabemos lo que quiere decir en realidad: «Aseguraos de que no dais al general ninguna pista de que no sois de la ACID».
Después me agarra por el brazo y tira de mí hacia un lado.
—Vas a sufrir una molestia de estómago después de este turno —me murmura al oído—. Una molestia tan grave que tendrás que quedarte en cama. ¿Lo pillas?
Asiento en silencio, y él me suelta del brazo. De todas formas, ya había planeado hacer algo parecido. Voy a enfrentarme al general Harvey, y es fundamental que no sepa que estoy aquí.
No hasta que lo tenga encañonado con mi pistola. Entonces no podrá hacer nada al respecto.
Estoy a punto de preguntar a Felix qué pabellón me toca cuando me doy cuenta de que me he dejado el cinturón del uniforme en la habitación. Regreso para recuperarlo y entonces me percato de que la puerta que está junto a la mía se encuentra abierta, y hay un pequeño carrito de metal cargado con sábanas dobladas y botellas de productos de limpieza junto a ella. Asomo la cabeza por la puerta; qué curioso. Por lo que yo sé, esta habitación ha estado vacía desde que llegamos. Aunque limpian los dormitorios cuando estamos haciendo la ronda, nos lavan la ropa y nos envían la comida, nunca había visto a nadie haciendo esos trabajos.
Un chico bajito y con cara de gruñón, ataviado con uniforme gris, está alisando una pesada colcha sobre la cama, mucho más lujosa que las ásperas mantas que tengo yo en mi habitación. Hay una gruesa alfombra en el suelo, una copa de cristal y una jarra de agua sobre la cómoda situada junto a la cama. Cuando estiro el cuello para ver mejor, empujo la puerta con el pie. El tipo del uniforme gris se vuelve para mirar.
—¿Sí?
—¿Aquí es… hum… es donde va a dormir el general? —pregunto.
—Sí, señora. —El chico me da la espalda y vuelve a limpiar la ventana.
Como me da la impresión de que no voy a sacarle más información, me retiro al salón con el casco bajo el brazo.
—¿Por qué sonríes? —me pregunta Fiona cuando nos dirigimos hacia el ascensor.
Hoy vuelvo a hacer la ronda con ella, en el pabellón número uno.
—Ah, por nada —respondo, e intento rápidamente cambiar la expresión por otra más neutra. Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba sonriendo.
Cuando regresamos de la ronda, ya ha pasado la noche. Una vez en mi habitación, voy hacia la ventana y veo un amanecer color rojo sangre: rojo moteado por manchas moradas y negruzcas. El agua también se ve roja.
Alguien llama a la puerta y me vuelvo. Antes de poder decir nada, Felix entra en la habitación y cierra la puerta.
—Anna y el general llegarán dentro de un par de horas —dice en voz baja. Parece tenso; le ha aparecido una profunda arruga vertical en el entrecejo—. Desde este momento, no debes salir de aquí bajo ningún concepto. Uno de nosotros vendrá a verte cada pocas horas y te traerá comida. Si tienes que ir al baño, dínoslo y comprobaremos que el camino esté despejado.
Asiento en silencio.
—Ya he informado a la doctora de la prisión de que estás mal, pero que no necesitas que venga a visitarte. Si alguien llama a tu puerta, finge estar dormida hasta que te diga quién es, ¿vale? Ya hemos cubierto tus dos próxima rondas, así que no esperan que vuelvas a vigilar hasta que se haya marchado el general.
Vuelvo a asentir en silencio.
—Bueno. Voy a dormir un poco antes de que aparezcan —dice Felix. Entonces cuando llega a la puerta, se vuelve—. Ah, y esto… ¿Jenna?
—¿Sí? —pregunto.
—Has hecho un trabajo genial. Como parte del equipo, quiero decir. Gracias.
Demasiado sorprendida para decir nada, me quedo mirando cómo se va.
Cuando se ha marchado, me aseguro de que tengo la pistola de rayos láser cargada y con el seguro puesto; no quiero que se descargue por accidente. Compruebo que funciona la videocámara del casco. Luego me quito el uniforme y me pongo el pijama y, tendida en la cama, repaso mi plan por última vez.
El general Harvey va a confesar el asesinato de mis padres.
Voy a grabarlo cuando lo haga y encontraré una forma de colgarlo en la redkom.
Luego localizaré a Anna y le pediré que lo detenga.
Y si no colabora…
Es hombre muerto.