54

Esa noche los demás celebran una última reunión en el salón para Holly. Mel y Jon también participan, así que yo bajo a hurtadillas y pego la oreja a la puerta para escuchar. Me recuerda a cuando estaba en la biblioteca, escuchando a escondidas el plan de Jacob y su grupo para poner las bombas en la competición de la ACID. Solo que, en esta ocasión, estoy escuchando los planes para una misión en la que sí quiero participar.

—Tenemos que estar en el rotopuerto a las cero cuatro treinta en punto —le está explicando Felix a Holly—. Viajaremos en el roto de abastecimiento.

Se produce un silencio, Holly debe de estar susurrando algo.

—Son menos de doscientos cincuenta internos —dice Felix. Otro silencio—. Ya lo sé, parecen muchos para un personal tan reducido. Pero los internos no tienen escapatoria, no es necesaria la seguridad con la que cuentan las prisiones en tierra. Además, ya sabes dónde está localizada la cárcel. Nadie ha logrado escapar jamás de allí.

Recuerdo la carta de Anna. «Han muerto hasta una veintena de personas desde que la abrieron a principios de año.» Un pequeño escalofrío me recorre el cuerpo. ¿Tan horrible es Innis Ifrinn?

—Nuestro deber es hacer rondas por la prisión, lo que nos dará una gran oportunidad para revisar y grabar las condiciones en las que viven los presos —prosigue Felix—. No vamos para interferir en el funcionamiento de la prisión ni para intervenir en el trato que dan a los presos de ningún modo, aunque en ocasiones nos resulte difícil no hacerlo. Y nadie puede hablar de nada relacionado con LIBRE ni con la misión. Para los prisioneros y para el personal de mantenimiento, somos de la ACID, y es fundamental seguir la farsa en todo momento. Y ahora, en cuanto a las grabaciones que esperamos poder hacer…

Ya he oído suficiente. Vuelvo a subir con la intención de dormir unas horas, luego me incorporo y me quedo a la espera para no perderme nada. Pero duermo más profundamente de lo que esperaba, y me despierto de golpe, no sé cuánto tiempo después, al oír las pisadas de alguien que pasa por delante de mi cuarto.

Me incorporo. «Mierda.» ¿Qué hora es? La habitación está a oscuras, así que todavía debe de ser bastante temprano. Más pisadas por delante de mi cuarto. Bajo las piernas en silencio y camino sigilosamente hasta la puerta, la abro unos milímetros y me asomo para mirar.

Fuera están Rebekah, Felix y Drew. Llevan puesto el uniforme, sin el casco, y oigo que hay alguien en el baño, abriendo los grifos.

—Voy a preparar el café —dice Rebekah en voz baja y empieza a bajar.

Entonces todavía no han desayunado. Gracias a Dios.

Miro por la puerta entreabierta cuando la del baño se abre y sale Holly, todavía con el pijama puesto y el pelo mojado. Se mete en el cuarto. «Ahora», pienso.

Cuando sale al descansillo lleva una camiseta, pantalones de chándal y zapatillas de andar por casa, y tiene el pelo peinado hacia atrás. Oigo que baja la escalera, espero unos segundos, salgo al descansillo y cierro la puerta.

Ha dejado la luz de su cuarto encendida. La cama ha sido hecha a toda prisa, y su uniforme, los guantes y el casco están sobre la cama, con las botas y una mochila pequeña en el suelo. Hay una bata con un largo cinturón colgado de la puerta. Saco el cinturón, apago la luz y me acerco al armario. Es empotrado, como el de la habitación de Mel y, aunque no es tan grande, apenas tiene nada dentro, así que quepo con toda comodidad. Cierro las puertas con la punta de los dedos.

Unos treinta minutos más tarde, oigo que todo el mundo vuelve a subir y que la puerta del cuarto se abre. Antes de que Holly pueda encender la luz, salgo de un salto del armario, la bloqueo y la tumbo sobre la cama. Ella intenta gritar, pero lo único que puede hacer es silbar como si se ahogara.

—Lo siento —le susurro mientras le ato las muñecas y los tobillos con el cinturón de la bata—. Tengo que hacerlo.

Ella intenta zafarse y patalea, pero, aunque es fuerte, no lo es tanto como yo. Al terminar de atarla, me pongo el uniforme de la ACID sobre la ropa. Cuando me calzo las botas y me pongo los guantes, Holly hace unos ruiditos agudos que supongo que son gritos.

—Lo siento —vuelvo a susurrar mientras me pongo el casco y bajo de golpe la visera. Me echo la mochila al hombro y avanzo hasta la puerta, la abro lo justo para salir y la cierro de golpe.

Los demás están al principio de la escalera, esperando. Ellos también llevan mochilas.

—¿Ya te has puesto el casco, Hol? —pregunta Rav, en broma—. Bueno, pues no es mala idea, ¡al menos así no nos contagiarás el trancazo!

Sacudo la cabeza mirándole con un gesto de asco que espero que parezca típico de Holly, y él se ríe.

—Por favor, ¿podéis bajar un poco la voz? —dice Felix desde detrás—. Mel, Jon y Jenna están durmiendo.

Rav me hace una mueca. Yo me encojo de hombros, aunque tengo el pulso acelerado.

—De todas formas, todos tenéis que llevar el casco puesto cuando salgamos —añade Felix mientras se dirige hacia la escalera—. Tenemos que meternos en el papel desde el principio por si alguien nos para por el camino. Y no olvidéis llevarlo puesto también en el roto. No quiero que ni la tripulación ni ningún otro agente que nos acompañe nos vea la cara.

Bajamos la escalera, donde Felix reparte el equipo con pistolas de rayos láser, esposas y porras. Todo el mundo se pone el casco, y salimos al exterior. Una furgoneta eléctrica está esperándonos en la entrada de la casa. Subimos a la parte trasera, y Felix se sienta al volante. Recuerdo que se supone que Holly está recuperándose de laringitis y de bronquitis, y toso un par de veces para que nadie sospeche.

Cuando la furgoneta llega al rotopuerto, bajamos, uno tras otro, y nos quedamos en el asfalto, mirando a nuestro alrededor.

Se acerca un agente de la ACID.

—¿Sois el grupo que va a Innis Ifrinn? —pregunta, con una voz que suena muy bajo porque habla a través de su kom.

Cuando Felix asiente con la cabeza, el agente se percata del triángulo de comandante que lleva en la manga y saluda.

—Lo siento, comandante, no lo había visto —dice. Señala con su dedo enguantado—. Deben dirigirse a la pista de despegue número siete.

Caminamos en grupo hacia la pista de despegue número siete. El rotopuerto es más grande de lo que creía, los rotos son enormes y se elevan a muchísima altura desde el suelo, por encima de nosotros. El que se encuentra en la pista de despegue número siete funciona a media potencia, las astas de la hélice más baja están girando, las de arriba todavía no se mueven. Hay una trampilla gigantesca situada en el vientre de la nave que está abierta, lo que permite ver un espacio cavernoso abarrotado, del suelo hasta el techo, de cajones y contenedores.

—¿Qué es todo eso? —pregunta Fiona.

—Provisiones para la cárcel —responde Felix, y le hace un gesto para que hable en voz baja cuando aparece otra agente de la ACID.

—Por aquí, por favor, comandante —indica la agente y saluda a Felix.

Seguimos a la agente, rodeamos el roto y vemos que hay otra trampilla, más pequeña, al final de la escalerilla metálica. Al entrar por la trampilla hay una cabina atestada, iluminada por tiras de luz, con asientos acolchados en los laterales y correas que cuelgan del techo. Una fina pantalla de plexiglás nos separa de la cabina del piloto. Cuando nos sentamos y metemos las mochilas debajo de los asientos, el piloto se vuelve para hacernos la señal de «ok» con el pulgar levantado a través de la pantalla. La puerta de nuestra cabina se cierra de golpe, y se oye un grave zumbido hidráulico procedente de algún lugar por debajo de nosotros cuando clausuran la escotilla del vientre del roto. También se oye una explosión que nos hace temblar en el momento en que se cierra. Las aspas de la hélice superior empiezan a funcionar con un grave traqueteo que, incluso en el interior de la cabina insonorizada y con el casco puesto, resulta prácticamente ensordecedor. Va aumentando en intensidad hasta convertirse en un chillido agudo y constante, que amortigua el gemido de la hélice inferior.

Con una sacudida, el roto alza el vuelo y, por debajo del casco, sonrío con tantas ganas que empieza a dolerme la cara.

Lo he conseguido.