La fuerza con la que fluyen los recuerdos que por fin recupero es tan intensa que me hace lanzar un suspiro ahogado. Cade marchándose. Max intentando robarme, y yo que me lo llevo al piso. Nuestra enloquecida huida de Londres, y cuando encontramos la biblioteca. Jacob obligándonos a formar parte de la NAR. El día en que fuimos a la competición. El momento en que casi nos besamos en la puerta de la tienda después de haber contactado con la ACID para advertirles de las bombas.
Max con la cara blanca bajo la luz de la lámpara fluorescente después de que Jacob le dijera quién era yo, como si alguien le hubiera metido la mano dentro y le hubiera arrancado el alma.
Otro roto sobrevuela la casa, pasa tan bajo que hace temblar las paredes, pero no está haciendo un registro. Ahora recuerdo cuando nos detuvieron; Anna y el general Harvey entrevistándome; el general diciéndome que me mataban o me emparejaban; cuando me llevaron al centro médico y me ataron a una cama, cómo gritaba cuando me daban la medicación para la realineación cognitiva; mi vida como la falsa e indefensa Jess Stone; Evan, y la fiesta, y cuando descubrí aquel artilugio en el baño…
Me levanto de un salto, tiro la carta a la cama y corro al piso de abajo.
—¡Tenéis que ayudarle! —grito entrando de golpe en la cocina, donde Mel y Jon han vuelto a reunirse con Anna en la mesa y están revisando juntos unos documentos en un pequeño ordenador holográfico.
—¿Ayudar a quién? —me pregunta Mel y se levanta—. ¿Estás bien?
—A Max. Está en Innis Ifrinn —contesto.
Mel, Jon y Anna se miran.
—¿Cómo… cómo lo sabes? —pregunta Anna.
Les cuento lo del trabajo que tenía en la Oficina de Estadística de la ACID cuando era Jess Stone, y que subí al despacho de Kerri y vi la información sobre Max en su archivo de datos.
—¡Tenéis que sacarlo de allí! —exclamo.
Anna inspira con fuerza.
—Eso no será posible —responde.
—Pero…
—¿Recuerdas que nos contaste que tu padre había descubierto que el general Harvey había ordenado construir una prisión en alta mar? —me pregunta.
Asiento con la cabeza.
—Es Innis Ifrinn —dice—. Dentro de un par de semanas, el general irá hasta allí para llevar a cabo una inspección. Me ha pedido que vaya con él. Junto con un grupo de operativos de LIBRE, voy a aprovechar la oportunidad para grabar imágenes como prueba de la existencia del lugar, y de que el general tiene un vínculo directo con él. Esperamos poder usar las pruebas para juzgarlos a él y a todos los demás. Es la misión de la que te hablaba en la carta.
—Pero ¿cómo van a entrar los de LIBRE? —pregunto.
—El rotopuerto que hay al otro lado de los campos es el lugar desde donde trasladan a los prisioneros y al personal. Siempre hay dos equipos de agentes en la prisión para encargarse de la seguridad, trabajan por turnos. LIBRE fingirá ser uno de ellos. El general y yo solo estaremos dos días allí, pero el resto del grupo estará aproximadamente una semana antes que nosotros y se quedará dos meses, hasta que los releve el siguiente grupo.
—¿Y por qué no pueden rescatar a Max?
—Es demasiado arriesgado. Si cualquiera de los operativos de LIBRE intentara siquiera entrar en contacto con Max, se podría descubrir nuestra tapadera.
—¡Eso no está bien! —grito—. ¡LIBRE no puede abandonarlo ahora!
Jon también se levanta.
—No estamos abandonándolo, Jenna —dice, con un tono que seguramente piensa que es tranquilizador, pero que a mí me pone más nerviosa.
—Sí que lo abandonáis —digo. Me vuelvo hacia Anna—. En tu carta decías que allí ya habían muerto veinte personas este año. ¿Y si Max también muere?
—No permitiremos que eso ocurra —responde Anna—. Queremos que todos los que están allí regresen a su casa sanos y salvos. Pero no puede ocurrir durante esta misión.
—Entonces llevadme con vosotros —digo—. Vosotros detened al general y yo sacaré a Max de allí.
—Jenna, no hay más que hablar —suelta Anna—. Tu presencia allí podría poner en peligro toda la misión. Y no vamos a detener a nadie. Solo vamos a recabar pruebas.
—Lo siento —interviene Mel—. Pero tiene razón. Debes quedarte aquí conmigo y con Jon, y dejar que Anna y su equipo cumplan con su cometido. Todo depende de que esta misión tenga éxito.
—Pero yo quiero hacer algo, no quedarme aquí sentada esperando a que todo termine —replico.
—Ya lo sé —contesta ella—. Lo entiendo.
«No, no lo entiendes —quiero gritarle—. No tienes ni idea. Ni siquiera estabas delante cuando Max y yo…»
Cierro los ojos y deseo haber dejado que me besara.
—Puede que te dé la sensación de que ha pasado mucho tiempo, pero no es así —dice Anna—. Estamos a esto de acabar con el reinado de la ACID. —Abro los ojos y veo que está levantando una mano, tiene el pulgar y el índice separados un par de centímetros—. Te prometo que valdrá la pena.
—Sí —repongo con voz monótona—. Seguro que sí.
Salgo de la habitación y vuelvo a subir la escalera, la rabia me quema por dentro porque me siento muy impotente.