Al parecer, he roto dos costillas a Evan y le he provocado lesiones graves en la entrepierna. En el centro médico, mientras me lo cuenta el agente de la ACID que está revisando mi ficha médica y me está interrogando sobre lo ocurrido, me quedo mirándolo, demasiado dopada para sentir nada.
Transcurridas varias horas, cuando la ACID y los médicos están satisfechos y creen que mi arrebato ha sido algo puntual, una reacción provocada por el estrés y por un grave ataque de pánico, me dan el alta del centro médico con una alerta color ámbar, y un coche me lleva a casa.
Al entrar en el piso, todavía mareada por los efectos secundarios del parche medicinal, el salón está vacío. También lo está la habitación. Evan todavía no ha vuelto. Cuando entro en la habitación, recuerdo cómo me miraba anoche; y que pensé que por fin habíamos conectado de verdad; que era posible que sintiera algo auténtico por mí.
Me siento al borde de la cama y rompo a llorar.
Cuando por fin consigo dejar de llorar, noto la cara hinchada y me duele la cabeza. No puedo hacer que la banda medicinal me suministre dosis extra, pero tengo un pequeño paquete de parches medicinales en el botiquín del baño. Me pego uno en el cuello, pensando en usar también los demás, pero solo quedan cinco. No funcionaría. Y, de todas formas, los de la ACID pueden enviarte a prisión por intento de suicidio. Ya tengo bastantes problemas tal y como están las cosas.
Me recuesto sobre la cama y me quedo mirando al techo. Lo único que puedo pensar es en lo que estarán diciendo todos sobre mí. En que perdí la cabeza y ataqué a mi compañero vital en nuestra fiesta de emparejamiento.
«Quizá no sea tan grave —intento convencerme—. A lo mejor deja que te expliques.»
Pero ¿qué tengo que explicar? No tengo ni idea de por qué lo ataqué de esa forma. Fue como…
Fue como si fuera otra persona.
Me siento mareada, me doy la vuelta, y hago una bola con la colcha apretándola con los puños. Me quedo ahí tendida durante horas, atrapada por la paranoia, hasta que oigo a Evan llegar a casa, ir directamente al cuarto vacío y cerrar la puerta de golpe tras de sí. Entonces recuerdo que todavía llevo el vestido puesto, el peinado y toda la cara llena de maquillaje. Me levanto y me dirijo hacia el baño para cambiarme y lavarme, evitando de forma deliberada mirarme en el espejo y dejando el vestido tirado en el suelo. Estoy segura de que no dormiré, pero me siento agotada. Solo unos segundos después de haber cerrado los ojos, me quedo frita.
Me levanto varias horas más tarde por un fuerte golpe y los gritos de Evan.