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Para mi tranquilidad, Suki no dice nada a nadie y, cuando regresamos a casa esa noche, Evan y yo nos sentamos en el comedor en distintos sofás y repasamos la información sobre nuestros nuevos trabajos que nos han enviado a los koms. Ambos hemos conseguido un puesto en una sección de la Oficina de Estadísticas de la ACID, para revisar la información antes de que la retransmitan por las pantallas de noticias. Son puestos poco especializados, aunque los trabajos que uno consigue al salir del colegio y ser emparejado siempre son de esa clase. Los nuestros los han escogido teniendo en cuenta las calificaciones de nuestros exámenes y las pruebas de aptitud y, pese a lo simples que son, tienen grandes perspectivas de futuro profesional. Recuerdo haber pensado que esos exámenes, que realicé en mayo del año pasado, eran lo más difícil que había hecho en toda mi vida. Me moría de ganas de que pasasen. No tenía ni idea de que, tres meses después, estaría deseando volver a vivir ese momento.

A las veintidós treinta, me siento tan cansada que me cuesta mantener los ojos abiertos.

—Creo que me voy a la cama —le digo a Evan, apago mi visualizador y me levanto.

Él se despereza y bosteza.

—Yo también debería dormir un poco, supongo —dice.

Y cuando nos prepararnos para irnos a la cama, me pregunto si esta noche será la noche. Pero, una vez más, Evan se acuesta, me da un casto beso en la mejilla, se da la vuelta y se pone a dormir. Miro al techo en la oscuridad casi total y suspiro en silencio. ¿Es que no le parezco atractiva? Deseo con tanta fuerza que haya algo de química entre los dos… Me vuelvo para mirarle a la espalda y hago la prueba poniéndole una mano en el hombro. Murmura algo y se mueve para que no le toque. Suspiro de nuevo, me vuelvo hacia el otro lado y cierro los ojos.

Al día siguiente, ambos nos levantamos temprano. Escojo una camisa color crema, una falda y una chaqueta azul marino, que combino con medias y zapatos planos de color negro. Luego nos preparo un par de tostadas.

—¿No tienes hambre? —me pregunta Evan mientras remuevo la comida de un rincón del plato, con gesto distraído.

Le paso lo que me queda a él. Niego con la cabeza. Solo de pensar en comida se me revuelve el estómago. Estoy tan nerviosa que me siento enferma.

—Tienes que comer algo —dice—. Si no, te vas a marear. Puede que sea esa la razón por la que, bueno… ya sabes, por la que viste eso en la pantalla de noticias ayer.

—Estoy bien, de verdad —contesto, deseando que no me hubiera recordado lo de la pantalla de noticias. He estado intentando olvidarlo.

Evan enarca las cejas, pero no dice nada.

Cuando salimos, nuestro coche ya está esperando, el chófer nos abre la puerta trasera. Subimos, y agarro el bolso con tanta fuerza que los nudillos se me ponen blancos. ¿Cómo será la gente de nuestro nuevo trabajo? ¿Serán amigables? ¿Sabrá alguno lo que me pasó? ¿Y lo de la medicación? Me quedo mirando a Evan, pero él está mirando por la ventana, sin fijarse en mí para nada.

El viaje hasta el trabajo es solo de diez minutos.

—Ya hemos llegado, señor y señora Denbrough —anuncia el chófer cuando nos detenemos delante de un altísimo edificio de oficinas con enormes ventanas de cristal plateado.

—Gracias —respondo. Mi tono de voz no suena muy firme y me sudan las palmas de las manos. Me las seco en la falda.

El chófer sale del coche y me sostiene la puerta. Bajo e, inspirando con fuerza, sigo a Evan hasta la entrada.

—Me… me llamo Jessica Saint Denbrough —digo mirando a la pantalla holográfica que hay junto a la puerta, después paso la tarjeta de ciudadanía por delante para confirmar mi identidad y una voz me pregunta por qué estoy aquí—. Empiezo a trabajar hoy.

Evan enseña su tarjeta, la puerta se descorre para abrirse y nos permite entrar al edificio.

Nos encontramos en un amplio vestíbulo decorado con elegantes macetas. El aire es fresco y la música suena con suavidad en alguna parte.

—Por favor, tomen asiento —nos indica una voz femenina desde algún lugar próximo al techo—. Alguien se reunirá con ustedes en breve.

Nos sentamos, yo sigo teniendo el bolso sobre el regazo. Unos minutos después, uno de los ascensores se abre y una mujer alta y pelirroja sale de él, sus tacones retumban con cada paso.

—¿Jessica Denbrough? —pregunta. Me levanto e intento hablar, pero no me salen las palabras.

»Soy tu jefa, Kerri Gough —anuncia—. Por aquí, por favor. —Le hace un gesto a Evan—. Su jefe está bajando, señor Denbrough.

Se vuelve y regresa al ascensor.

Yo me apresuro para seguirla.

Subimos un par de plantas en ascensor, en silencio total. Kerri debe de tener unos cuarenta y tantos, tiene el rostro anguloso, las facciones duras y el entrecejo permanentemente arrugado. Cuando el ascensor se detiene, ella sale sin esperarme y me dice:

—Por aquí, por favor.

Salgo a toda prisa detrás de ella, caminando por un pasillo angosto. Me lleva hasta una sala amplia con hileras de puestos de trabajo que van de un extremo a otro de la sala. En cada uno de ellos, hay alguien sentado delante de una pantalla holográfica. Cuando entramos en la sala, se oye el murmullo de las conversaciones en el ambiente que se acalla en cuanto todo el mundo se percata de que Kerri está allí. Me conduce por la sala hasta un puesto de trabajo vacío. Noto que todo el mundo está mirándome mientras saco la silla para sentarme.

—¿Sabes lo que tienes que hacer? —pregunta Kerri cuando le doy al botón de encendido.

Asiento con la cabeza.

—Leer los datos a medida que van pasando, y buscar cualquier error o incoherencia.

—¿Y si no encuentras ninguno?

—Pues hago una señal y lo envío al departamento de Correcciones.

Kerri asiente en silencio, parece satisfecha, aunque las arrugas que surcan su frente no acaban de desaparecer del todo.

—Haré que Cara esté contigo la primera hora más o menos para que te ayude a coger el ritmo —me explica, y echa un vistazo a su alrededor para valorar la situación. De inmediato una chica alta de mi edad, con el pelo negro recogido en una coleta, se levanta de su puesto de trabajo y se acerca—. La comida es a las trece cero cero, pero me gustaría que subieras a mi despacho diez minutos antes para que hagamos un repaso de cómo te ha ido la mañana. Estoy en la séptima planta, sala nueve.

Luego se vuelve y suelta con brusquedad a las personas de la sala (en su mayoría mujeres, aunque también hay algunos chicos, todos han dejado de trabajar para mirarme):

—La vista en la pantalla, ¡por favor!

Sale dando grandes zancadas de la habitación, y la puerta se desliza para cerrarse tras ella.

Se hace un silencio de un par de minutos, y luego vuelve el murmullo susurrante de la charla. Cara acerca una silla vacía y se sienta a mi lado.

—No te preocupes por la Gárgola Gough —me dice—. Casi nunca baja a este departamento.

Me dedica una sonrisa. De pronto ya no estoy tan nerviosa y le devuelvo la sonrisa.

—Bueno, pues será mejor que te enseñe por dónde empezar —añade Cara, y se acerca más a mí para ajustar la pantalla. Me enseña cómo entrar en la sesión y aparece una lista de opciones—. Escoge «Iniciar scroll de datos» —me indica.

Apoyo el dedo índice en la pantalla, y poco a poco va apareciendo una lista de nombres y cifras, todos relacionados con el suministro de sucedáneos de comida para la ciudad. La mayoría de los nombres de lugares tiene una E al lado, de Exterior.

—La ACID tiene que controlar lo que ocurre en el Exterior porque la población allí está creciendo mucho —explica Cara—. De no ser así, esas personas se lo quedarían todo y nosotros nos moriríamos de hambre; al fin y al cabo, hay diez personas en el Exterior por cada uno de nosotros en el Alto. ¿Te imaginas que tuviéramos que comer sucedáneos?

—Nunca los he probado —respondo.

Hace una mueca.

—Dios, no te pierdes nada. Es asqueroso. No sé cómo pueden llamarlo comida. —Y luego dice—: ¡Ah! —Lo que me hace sobresaltarme. Se acerca a mí y apoya un dedo en la pantalla. La lista deja de moverse—. Aquí —señala—. ¿Lo ves?

Y miro.

—Sobra una «s» al final de esta palabra —añade golpeando la pantalla para subrayar el error en amarillo—. Esto ocurre porque los datos los introducen de forma remota las personas de los puestos de distribución cuando envían los pedidos. Cometen errores continuamente. El amarillo significa que lo he marcado para el departamento de Correcciones. —Le da a la pantalla para poner de nuevo en movimiento la lista.

Pasada una hora, bajo la supervisión de Cara, empiezo a tener la sensación de que le voy cogiendo el tranquillo.

—Tengo que volver a mi puesto —dice, y se levanta—. Pero llámame si te quedas atascada, ¿vale?

La mañana pasa deprisa. Las chicas que tengo a ambos lados, Meredith y Hailey, son también de mi edad y, aparte del hecho de que Meredith tiene el pelo negro y de que Hailey es rubia, podrían ser prácticamente gemelas, con idéntica melena de casco, ojos azules y sonrisa de oreja a oreja. Me dan conversación siempre que detengo la lista de la pantalla para descansar la vista.

—Así que acabas de emparejarte, ¿no? —me pregunta Hailey—. Oí que Kerri se lo contaba a uno de los otros directores la semana pasada, cuando estaban preparándose para que empezaras a trabajar aquí.

Asiento en silencio.

—¿Has celebrado ya tu fiesta de emparejamiento? —pregunta Meredith.

—Es el domingo —respondo.

—¿A cuánta gente has invitado? —pregunta Hailey.

—Bueno… todavía no he invitado a nadie —contesto.

—¡¿Me tomas el pelo?! —Hailey abre los ojos como platos.

—No he tenido tiempo —le digo—. He… he estado enferma. Aunque mi compañero ha invitado a un par de amigos…

Me quedo callada, porque me doy cuenta de lo penoso que suena: una fiesta de emparejamiento casi sin invitados.

Hailey sonríe.

—¿Podemos ir? Llevo siglos sin ir a una fiesta como Dios manda.

Meredith suelta un gruñido.

—Querrás decir desde que fuiste a mi fiesta de emparejamiento el mes pasado, supongo.

—Ah, sí, claro, esa fiesta estuvo bastante bien. —Hailey hace un vago gesto con la mano—. Pero apuesto a que la de Jess también será maravillosa, ¿verdad? —Se vuelve para mirar a las personas que tenemos cerca y todas asienten con la cabeza.

—Claro —digo, y me siento algo nerviosa—. Tienes que venir.

Antes de poder darme cuenta, ya son las doce cuarenta, y Cara me llama desde el otro lado de la sala:

—Jess, será mejor que subas al despacho de Kerri. Te comerá viva si te presentas tarde.

Asiento, bloqueo la pantalla y echo la silla hacia atrás.

—Si no bajas antes de comer, te guardaremos un sitio en el restaurante —promete Meredith cuando me agacho para recoger el bolso.

—¡Gracias! —contesto.

—Está en la planta baja, tienes que cruzar la puerta que está junto a los ascensores y luego a la derecha: ¡sigue los letreros! —me grita Hailey mientras voy a toda prisa hacia la puerta, intentando recordar dónde estaba el despacho de Kerri.