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Me recorre una gélida oleada y siento pinchazos por todo el cuerpo al visualizar la plaza de ceremonias de la zona M con un patíbulo en un extremo en lugar de un escenario.

—¿Por qué es esa la otra opción? —pregunto, y me oigo hablar como si mi voz viniera de muy lejos—. ¿Por qué no se limitan a devolverme a la cárcel? No lo entiendo.

—No estoy pidiéndote que lo entiendas —replica el general y se levanta—. Estoy pidiéndote que escojas. Tienes hasta la próxima sesión de interrogatorios.

Solo cuando se va, me doy cuenta de que no sé a cuándo se refiere.

Al volver a mi celda —que, en mi ausencia, ha sido saneada con un desinfectante tan potente que hace que me piquen los ojos, y me han cambiado la manta del jergón por una limpia—, me siento en el suelo con las piernas cruzadas e intento adivinarlo. ¿Por qué me ha ofrecido esa opción? ¿Por qué la otra opción es darme una nueva identidad y una nueva vida, y no simplemente volver a la cárcel?

No tardo mucho en averiguarlo. Si vuelvo a la cárcel como Jenna Strong, seguiría siendo yo, con mis propias ideas y mi propia identidad. La cárcel no pudo conmigo antes ni podría conmigo ahora. Y como ahora tengo relación con la NAR, incluso podría haber internos que me considerasen una especie de heroína. Para la ACID sería mejor, mucho mejor, convertirme en otra persona; alguien que, voluntariamente sin manifestar opinión alguna, se convertiría en un nuevo piñón del engranaje social de la RIGB.

«¡No! —pienso con una desesperación que me corroe por dentro—. ¡No voy a hacerlo!»

Pero tampoco quiero morir. ¿Podría encontrar algún modo de resistirme a la realineación cognitiva, resistirme a la hipnosis o evitar que los medicamentos hagan efecto? Apoyo un puño en el suelo. ¿Qué mierda de opción es esta?

Poco tiempo después, un agente de la ACID viene a buscarme. El general Harvey y la subcomandante Healey están esperándome en la misma sala de interrogatorios.

—¿Y bien? —pregunta el general Harvey.

Echo una mirada a la subcomandante Healey, y ella me hace un gesto de asentimiento casi imperceptible.

Me quedo mirando la mesa.

—¿Y bien? —repite el general Harvey.

Lo miro a la cara y le digo qué decisión he tomado.