27

De regreso a la zona infantil de la biblioteca, veo que los demás están sentados, un pequeño grupo fuera de los refugios. Cuando paso caminando por su lado, Elyn me clava la mirada, y me pregunto si Jacob estaba siendo totalmente sincero cuando ha dicho que no les había contado a todos los demás quiénes somos Max y yo en realidad. No me extraña que ella se haya mostrado tan atenta y tan amable con nosotros en todo momento: ha estado vigilándonos porque se lo ha ordenado Jacob.

Me agacho para meterme en nuestro refugio y me estremezco, contenta de poder hablar con Max en un entorno de relativa intimidad. Pero ¿qué voy a decirle?

«La verdad —pienso—. Vas a decirle la verdad.»

Está sentado al fondo del refugio, con las piernas cruzadas, leyendo un libro sin tapas.

—¿Estás bien? —pregunta, al verme la cara cuando yo también me siento.

Niego con la cabeza.

Deja el libro boca abajo en el suelo, con las páginas abiertas para no perder el punto. Luego se acerca arrastrándose hasta mí.

—¿Qué ocurre? —pregunta. Como no le contesto, posa una mano con amabilidad en mi brazo—. Mia, ¿qué ha pasado?

Le hago un gesto para que baje la voz. Su mirada refleja muchísima preocupación, y noto que se me revuelve el estómago. Primero conseguí que mataran a su padre; luego a él casi lo detienen y acaba con un chute de Nublodina en el cuerpo. Y ahora lo he puesto en manos de un grupo de terroristas pirados que creen que, en cierto modo, vamos a ayudarles a derrocar a la ACID.

Soy lo peor que le ha pasado en la vida y, a pesar de eso, aquí está, otra vez, preocupándose por mí. La vergüenza me hace sentir muchísimo calor y, por un segundo, me siento tentada de contarle la verdad, sobre quién soy; sobre todo. No quiero seguir mintiéndole. Es demasiado difícil.

—He visto a Jacob —le digo con calma—. No va a dejar que nos vayamos.

Max frunce el ceño.

—¿Qué? ¿Por qué?

Mientras se lo cuento, va abriendo cada vez más los ojos.

—Y, si no lo hacemos, nos entregará a los de la ACID —concluyo, incapaz de mirarle a los ojos mientras pienso en cómo contarle la parte que falta: «Y te dirá quién soy en realidad».

Max estalla.

—No lo hará si nos largamos ahora —contesta—. Podríamos estar muy lejos antes de que se dé cuenta de que nos hemos ido.

Niego con la cabeza.

—Los demás lo saben todo. Y les ha dicho que no nos dejen salir.

—¿A ellos? —pregunta Max.

—Jacob dice que Elyn tiene la pistola —aclaro.

—Puede que lo haya dicho por decir —comenta Max—. Es que… venga, ¿Elyn? Si tiene pinta de no ser capaz de soportar su paso.

—Yo no estaría tan segura —respondo—. Ella…

Sin previo aviso, alguien aparta la sábana de la entrada de nuestro refugio, y ambos nos sobresaltamos.

—¡Hola, Sarah! —dice Elyn, y asoma la cabeza. Aunque sonríe con dulzura, su mirada es dura—. ¿Has hablado con Jacob?

Le devuelvo la mirada, decidida a demostrarle que no me da miedo.

—Sí.

—¿Y qué vas a hacer? —Lleva un vestido encima de los vaqueros, y mientras espera mi respuesta veo que, como sin querer, pero queriendo, se lleva una mano a la cintura. Sigo su gesto con la mirada y me fijo en un bulto debajo de la fina tela: la pistola, metida en una cartuchera que lleva al cinto.

—Contad con nosotros —contesto.

Entrecierra los ojos ligeramente para comprobar que lo he entendido, y le hago un leve gesto de asentimiento con la cabeza.

—¡Vale, genial! —Esboza una sonrisa de oreja a oreja. Retira la mano de la cintura—. Si queréis algo de té o café, voy a buscar bebidas para todos.

—Saldremos dentro de un minuto —digo y consigo, por fin, dedicarle una sonrisa forzada.

En cuanto la sábana cae de nuevo sobre la entrada, Max me agarra del brazo.

—¿Es que estás loca? —me susurra—. ¡No pienso poner ninguna bomba!

—Yo no he dicho que vayamos a hacerlo —respondo también en susurros—. Pero has visto la pistola, ¿verdad?

—Sí, pero…

—Escucha —digo en voz baja—. Esto es lo que vamos a hacer. —Intento parecer segura, como si no estuviera improvisando—. Les seguiremos la corriente, fingiremos que vamos a formar parte del grupo y viajaremos con ellos hasta Manchester, ¿vale?

—Pero… —Max sigue mirándome como si estuviera loca.

—Piénsalo —insisto—. Si intentamos escapar de aquí, aunque Elyn no nos dispare, tendremos que salir de Clearford de alguna forma, ¿y luego qué? En una gran ciudad, será más fácil darles esquinazo. Incluso podríamos encontrar un escondite decente. Y podemos advertir a alguien sobre lo de las bombas.

—¿Cómo? —pregunta Max—. ¿Y a quién? Si se lo cuentas a los de la ACID, nos detendrán inmediatamente.

—Ya se me ocurrirá algo —repongo. Suelto un suspiro agudo y lleno de amargura, y cierro los ojos.

Tras una pausa, Max vuelve a ponerme una mano en el hombro.

—Esto no es culpa tuya —dice.

Abro los ojos y le miro. «Sí que lo es», quiero decirle, pero, claro, no puedo.

—Vamos a tomar ese café —sugiero, y retiro con suavidad el brazo de su mano, luego me aparto de él a gatas. Me vuelvo para mirarlo—. Creo que debemos comportarnos como si de verdad quisiéramos hacer esto, ¿vale? —añado en voz baja—. Cuanto menos sospechen de nosotros, mejor.

Max asiente en silencio. Está pálido y no parece contento, pero sale del refugio detrás de mí y vamos a sentarnos con los demás. Nos sonríen mucho, por eso supongo que Elyn les ha contado que ya lo sabemos todo y que vamos a contribuir a la causa. Les devuelvo la sonrisa y, después de un disimulado golpecito con el pie a Max, él también sonríe.

—¿Qué te ha contado Jacob? —pregunta Amy, y nos pasa a cada uno una taza de café. Ambos las dejamos en el suelo.

—Bueno, todo, más o menos —respondo—. Lo de Manchester y la competición y todo eso.

—¿Y de verdad os parece bien? —pregunta Shaan. Tiene los ojos entrecerrados con la misma mirada suspicaz que nos dedicó cuando llegamos.

—Por supuesto —contesto, y me obligo a hablar con pasión y forzar una gran sonrisa—. Odio a la ACID tanto como vosotros. Será genial darles una lección.

Es evidente que he dicho lo que tocaba, porque la mirada de sospecha de Shaan se esfuma y sonríe.

—Deberíamos hacer un brindis —propone Elyn y levanta la taza—. ¡Por la NAR!

—¡Por la libertad! —añade Jack, eufórico.

Max y yo levantamos las tazas y las chocamos con todos los demás sin mirarnos entre nosotros. Tengo miedo de ver mi propio terror por involucrarnos en esto reflejado también en sus ojos, y que la sonrisa de mi cara desaparezca.